Sábado 16 de abril de 2011
PÁGINA 9-B
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FOTOS: EL INFORMADOR • A. HINOJOSA
Rincones de la ciudad
• En medio de tanto alboroto, el santo patrono del barrio permanece quieto frente a la parroquia... quizá cuidando a todos los habiantes de la zona.
San Andrés, UN BARRIO DE RECUERDOS
¿CÓMO LLEGAR? Si estás en el Centro de la ciudad una ruta fácil es comenzando por avenida Hidalgo, que después de cruzar la Calzada Independencia se convierte en República. Recórrela hasta su cruce con Felipe Ángeles y una vez ahí, da vuelta a la derecha, luego de aproximadamente ocho cuadras te toparás con la avenida Gigantes que al tomarla te llevará hasta la parroquia del Barrio de San Andrés. El cuadro formado por las avenidas Gigantes y Chamizal y por las calles San Andrés y Manuel Martínez Valadez, resguarda más de una decena de puestos de comida y artículos varios, así como los dos templos: la Parroquia y el de la Ascensión.
Entre personas, comida y misas, un santo enclavado frente a la parroquia es testigo de innumerables acontecimientos Las historias que se cuentan en el barrio de San Andrés son muchas, desde aquella típica en la que el amor surge entre miradas que se cruzan en el atrio de la parroquia, hasta la de la novia que se quedó –como dicen en los pueblos– vestida y alborotada, pues su prometido nunca llegó a la cita en el altar. De ésta última, doña Carmen (la de los tacos) fue testigo. Los cinco sentidos de Carmen y Jesús bastan para retener en su memoria cientos de anécdotas, algunas que transcurren entre las calles aledañas al templo y otras tantas que suceden justo en el jardín San Andrés, ése que visitan todos los días y donde siempre encuentran la figura callada del santo patrón. Jesús, o don Chuy, como le gusta que le digan, dice que va casi todas las tardes a la pequeña explanada que hoy suple lo que alguna vez fue el atrio del templo. Él disfruta “ver a los niños jugando o peleando”, mientras saborea una nieve de limón y recuerda la quietud de su infancia en ese mismo lugar. Otras veces compra una concha y un cuernito y lo comparte con los pequeños de los que asegura: “Aunque no me llaman nada, ya les tengo cariño”. En la orilla de la banqueta, sobre la avenida Gigantes y rodeada de otros puestos, es posible encontrar a Carmen Gutiérrez, de 63 años de edad, pero ella, a diferencia de Jesús, no asiste para sentarse con placidez y ver pasar el tiempo. Desde hace 30 años ella va a trabajar así llueva, truene o relampagueé. “Mi mamá duró 20 años vendiendo tacos aquí y yo ya llevo 30. A veces me he tenido que mover, pero siempre es en los alrededores del jardín, es que este barrio me gusta mucho, porque nací aquí y aquí crecí”, cuenta. De la parroquia, ella recuerda que desde pequeña la conoce porque ahí asistía a misa, aunque asegura que las
fiestas que se celebran el 30 de noviembre han cambiado mucho. “Antes hacían un novenario y durante esos días había un carro alegórico que nos alegraba a todos, pero ahora los festejos ya no son tan grandes, me imagino que ha de ser por la crisis económica”. A tan sólo unos metros de donde Carmen prepara los taquitos de tripa, carnaza y lengua, y justo frente a la parroquia de adobe con techo de tejamanil, construida en 1542, está el Templo de la Ascensión, que data de 1735 y que en la actualidad sólo abre en las mañanas, ya que por la tarde es el turno de la parroquia que normalmente luce casi llena durante la misa de siete, hora en la que comienza a llegar la gente a uno de los puestos de mayor tradición. Lleva el nombre de “Doña Lola”, está ubicado a un lado de los tacos de la señora Carmen, y se conoce por tener las más deliciosas tostadas de San Andrés: de pata, cueritos, pierna o panela. Aunque doña Lola ya no atiende el negocio que lleva más de 40 años deleitando a los habitantes y visitantes del barrio, son sus hijos Gerardo y Fabiola, y algunos otros parientes, los que continúan con la tradición todos los días, a excepción de las fechas santas de cuaresma. Como el de Lola y Carmen, alrededor del jardín hay muchos otros puestos que ofertan de todo: hamburguesas, papas doradas, raspados, salchipulpos, helados, tacos, tostadas, churros con cajeta, elotes y panes. Los diferentes ingredientes y los importantes contrastes entre los alimentos crean una fusión de aromas que se disfruta y que hace muy difícil la elección. Hay “chucherías” para todos los gustos, cualquiera puede encontrar algo que le provoque esa sensación de antojo, todos menos uno: San Andrés, que siempre se mantienen erguido e inmóvil en medio del jardín.
• Doña Carmen atiende el puesto de tacos que años atrás fue de su madre.
Anécdotas de tiempo atrás Hace medio siglo este barrio llegó a ser famoso por dos cosas, una de ellas – la negativa– fue la aparición de “Los Vikingos”, de los que se decía conformaban la pandilla más temible de la zona, y quizá un poco más. En contraposición, y más o menos por las mismas fechas, destacó la música de intérpretes y agrupaciones enteras que surgieron en el corazón de San Andrés y que alegraban tanto los días como las noches de cada uno de los habitantes. “Los Vikingos” fueron autores de las más oscuras y escalofriantes historias de este lugar, aunque algunos vecinos aseguran que la policía y sus versiones exageradas fueron un elemento que acrecentó el miedo entre las personas.
También hay quienes aseguran que nunca vieron a la famosa banda delictiva, otros más dicen que eran tan poderosos y temidos, que ni el Ejército se metía en su territorio y mucho menos con ellos, ya que poseían un armamento impresionante con el que se preparaban para derrocar a las autoridades locales, allá por los años sesenta. En aquella misma década el mariachi Los Toritos –nacido en el entonces temido barrio– atrajo las miradas de muchos, incluso más allá de San Andrés, ya que la agrupación recorrió México, el extranjero y hasta foros de cine y televisión. Con el tiempo, el temor se fue disipando poco a poco y sus autores: “Los Vikingos”, también. En cambio, el orgullo de los músicos nacidos en este lugar, sigue latente en los corazones de quienes los conocieron .
PARA SABER Aunque hace casi 100 años San Andrés era sólo un barrio con dos docenas de casas, poco tardó en llegar su crecimiento, ya que para 1922 contaba con mil 500 habitantes y cinco grandes calles, además, en ese entonces San Andrés surtía de agua a buena parte de Guadalajara, actividad que duró hasta 1930, aproximadamente.