Tapatio 18 de Junio

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Sábado 18 de junio de 2011

Fundadores • Jesús Álvarez del Castillo V. • Jorge Álvarez del Castillo Z.

• Editor-Director • Carlos Álvarez del Castillo G. Supervisora: Aimeé Muñiz • tapatio@informador.com.mx

Entre carnazas y vaquetas

El trabajo que va de piel en piel

PARA SABER La guarnicionería o talabartería es el arte de trabajar diversos artículos de cuero o guarniciones para caballerías. Se considera guarnición a todos los elementos de la espada que sirven para sostenerla o para proteger a la mano o manos que la empuñan. El oficio se enfoca también en la fabricación o arreglo de sillas de montar de caballería, albardas y aparejos: las monturas para los caballos, y las albardas y aparejos (para montar los animales) para asnos y mulos.

Basta echar un vistazo a sus manos para asociar de inmediato que don Ángel Parra trabaja con pieles; gruesas, amarillentas y con una uña (la de su pulgar izquierdo) un poco más larga que las demás. Su lugar de trabajo es su casa, donde designó un pequeño espacio para montar su taller. Ángel Parra es talabartero desde los 14 años de edad, y Guadalajara lo adoptó como uno de los mejores de la Entidad. Su quehacer ha sido reconocido por diferentes instituciones gubernamentales a lo largo de su trayectoria; se trata pues, de un guarnicionero –como también se les conoce a quienes practican este oficio– en toda la extensión de la palabra. A simple vista parece un hombre cansado; su rostro un cuanto ajado así lo denota, pero basta con charlar unos minutos con él para darse cuenta que no es así, que sus ganas de trabajar y, sobre todo, de hacer las cosas bien, siguen igual de firmes que cuando empezó. Su inicio en la profesión ocurrió en su adolescencia, de aprendiz por cerca de cinco años, y comparte: “Trabajábamos como grandes y nos pagaban como chicos; es una carrera larga”. Para don Ángel parece que no ha cambiado mucho el método de trabajo, pues las herramientas que desde hace más de 50 años utiliza siguen vigentes en su taller y no hay más. Una cuchilla, una chaira, un pedazo de madera de mezquite que alisa las vaquetas, y su uña, son los elementos indispensables para casi todo el tipo de trabajos que realiza. “Todo es hecho a mano, de la manera tradicional; hoy en día muchos talabarteros se han renovado y han puesto en sus talleres máquinas que hacen el trabajo, pero creo que lo bonito de este oficio es que nuestras manos hacen obras de arte. Yo prefiero seguir así, con mi método tradicional, porque eso da calidad y permite darle gusto al cliente en todos los sentidos. Hoy es difícil encontrar un talabartero que sólo haga,

EL INFORMADOR • E. FLORES

Con pocas herramientas, entre ellas la uña de su pulgar izquierdo, Ángel Parra tiene cinco décadas como talabartero en Guadalajara

• Ángel Parra muestra un pecho pretal ya terminado, como prueba de la transformación de la vaqueta. por ejemplo, una montura; ahora son varios los que meten mano y el que gana al final, pues es el que la vende”, afirma don Ángel.

Satisfacción personal La fuerte inclinación de Ángel Parra por fabricar prioritariamente artículos charros, le permitió hace algunos años realizar trabajos para personajes de la talla de Antonio Aguilar y Vicente Fernández. En su cuarto de trabajo, además de un notable aroma a piel tratada, una mesa de pino y cueros por doquier, se aprecian fotografías del talabartero con los artistas. “A Vicente Fernández le hice como 20 monturas, muchas de ellas de gala; la mayoría de las sillas que tiene en exhibi-

ción las hice yo, y eso es parte de las satisfacciones de mi trabajo. Me he dedicado más a la fabricación de artículos de charrería, porque desde niño siempre en mi casa hubo aunque sea un burro, y a la par eso me enseñó a saber ensillar, y por ende, eso se ve reflejado en el trabajo que haces, porque sabes qué se necesita y cómo deben de ir las cosas”. Hoy en día parece que el oficio va en picada. Es probable que se trate de un trabajo generacional, y don Ángel es la prueba más contundente. Actualmente es padre de nueve hijos, seis de ellos varones; a ellos les transmitió sus conocimientos y siguen con el trabajo que él realiza. Y es que la talabartería es un oficio añejo del cual se desconoce su inicio, pe-

ro sí se sabe que siempre ha tenido una fuerte afinidad con las faenas de campo; hay quienes probablemente recuerden a sus abuelos que se dedicaban a este trabajo y que, además de monturas y fajos, armaban fundas de pistola, rifle y hasta carrilleras, pues desde la Cristeada, incluso mucho antes, ya se requería de un trabajo así. A nuestros días, lo que tal vez inició como un trabajo casi obligado, se ha convertido en un oficio que llega hasta la pretensión, pues, afirma don Ángel: “aquí he elaborado monturas desde los dos mil 500 pesos, que es la más barata, hasta de 150 mil pesos; ya sea con fuste de plata y trabajada con bordado de pita, cincelado u otros terminados”. Sentado en su mesa de pino y fu-

mando de vez en vez, Ángel Parra continúa así, elaborando desde un simple barbiquejo, hasta la más detallada y lucida silla de montar. Y el trabajo es así, con sus altas y sus bajas, pero, especialmente el de don Ángel, se distingue por la calidad. “Tengo clientes y amigos, como por ejemplo don Héctor González que viene de vez en cuando y trae consigo fajos que hace años yo les hice. Él tiene un cinto que le hice hace 25 años y sigue como nuevo”.

Fatiga crónica

por: David Izazaga I. Son las 12:00 del medio día del jueves. Un grupo de personas espera, bajo el rayo del Sol, a que pase el minibús ruta 380. Están sobre el Periférico, a la altura de El Colli. Allá a lo lejos se puede observar que se acerca. Todos se preparan: una señora toma con sus dos manos una bolsa que tenía en el piso; un hombre de gorra con mochila al hombro deja de leer el periódico que ahora dobla arrebatada e incomprensiblemente de una forma que sólo él conoce en el mundo; unos niños son conminados por su madre a que no se alejen, a que se preparen, porque todo indica que ha llegado la hora de partir, de cambiar la tortura de los rayos del Sol por la del horno en el que seguramente estará convertido el interior del 380. Y mientras todos ven al camión acercarse, también observan que no pa-

rece disminuir su velocidad y en apenas unos segundos les pasa por enfrente y la desilusión, la impotencia, el coraje se manifiestan de muy diversas maneras. Sobre todo porque es el segundo 380 que hace exactamente lo mismo. Ellos no lo saben, pero si hubiera una patrulla de tránsito cerca, podrían quejarse de que el camión no hizo la parada donde debía haberlo hecho y eso es multa. Pero nadie se los dirá, porque si así lo hiciera alguien, parecería burla. Las cosas serias muchas veces parecen burla. Más cuando se trata de hacer cumplir la ley.

ra mi abuelita– se juntó el hambre con la necesidad. Hay ahí un taxista que se para donde están ellos y les dice, así sin tapujos: 10 pesos cada uno, me voy por todo el Periférico. La propuesta no se escucha del todo mala: el pasaje en el camión cuesta seis pesos, cuatro pesos más y ya está, va uno sentado seguro, sin la incomodidad del calor perruno del camión, mucho más rápido, más cómodo… y ya van trepados cuatro atrás y uno adelante. Cincuenta pesos para el taxista, que se la juega, porque igual y no baja nadie hasta Tonalá o con suerte bajen pronto y puedan subir algunos más y alcanza a llegar a Tonalá con al menos unos 300 peII. sos en el bolsillo, que igual y no los hu¿Se le ha ocurrido a alguno de estos biera ganado en esta hora haciendo su desesperados ciudadanos que esperan a rutina normal. Digamos que todos salen que pase el camión y no pasa (o pasa y se ganando: los pasajeros, que llegan rápipasa)? ¿O se le ocurrió a un taxista pers- do y bien, y el taxista que no sólo brinda picaz? No sabemos si fue primero el hue- un servicio, sino que asegura que le entre vo o la gallina, el caso es que –como dije- algo de lana, cuando a lo mejor parado

EL INFORMADOR • E. PACHECO

Un caso de la vida real o no la chifles que es cantada • El servicio que dan los taxis en el Anillo Periférico ante la falta de atención de los camioneros es penado. dieron o no quisieron. El servicio que dan los taxistas es contra la ley y las patrullas de Vialidad vigilan que se cumpla la ley. Nadie subió a fuerzas a los pasajeros, todos estuvieron conformes con el cobro, III. Tal como lo consigna la nota publi- pero es contra la ley. También es contra la ley que la gente cada en este mismo diario (EL INFORMADOR, sábado 11 de junio: Sancionan maneje al mismo tiempo que habla por a taxis colectivos por operar en el anillo celular. Y que los autos se estacionen soPeriférico), llegaron unidades de Viali- bre las banquetas en toda la colonia dad y multaron a 23 taxistas cuyo pecado Americana. ¿Entonces? fue brindar a la ciudadanía el servicio david.izazaga@gmail.com que los camioneros de la ruta 380 no puen su sitio no iba a tener llevada. Pero todo parecía ser muy lindo para ser verdad.


Sábado 18 de junio de 2011

EL INFORMADOR

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LOCAL

por: Juan Palomar De la sierra a la laguna queda, en algunas vertientes, una tenue línea invisible que mantiene el paisaje en alto, papalote entre las nubes. La sierra despliega la sucesión de sus cerros a lo largo de un dilatado trecho que, mirando al sur, cobija las aguas livianas de la laguna de Chapala. Baja de allí un viento que en algunas tardes roza los árboles de la orilla, se lleva a los pájaros aire abajo, hace pensar en cosas que vienen. Desde la cresta alguna vez recorrida se avista, muy blanco su remate, el volcán. De esa sierra, pues, bajan las faldas pródigas con sus hondas gargantas insospechadas, después las tierras del Huasoyo, la cinta de la carretera y luego los sembradíos de chayotes que aún subsisten, el camino real, la cumbrera de la vieja casa y su jardín, la calle inmutable desde hace siete decenios y al fin, la orilla y el sonido hipnótico de las olas mansas e insistentes. Inscrita con precisión en esa línea, sostenida por esa frágil seguidez, como en la exacta cadencia de un soneto, la casa navega inmersa en una felicidad que viene muy de lejos. Así viva. ** Gabriel Zaid sobre José Alvarado, en su centenario. El poeta regiomontano escribe un luminoso artículo –a los que nos tiene acostumbrados– en el número que corre de Letras Libres. Viene el recuerdo de los primeros años setenta, del Excélsior de entonces que llegaba con puntualidad y olor de cosa bien hecha a la casa paterna. Cada semana, al centro de la página cuatro o cinco –la memoria no es muy precisa–, José Alvarado –otro regiomontano– entregaba un espléndido artículo. Llamaba la atención sobre todo, su estilo: desparpajado, ceñido, ágil. Sobre todo, elegante, opina de nuevo la memoria. Años después, la benemérita serie de Lecturas Mexicanas publicó un volumen de su prosa, ahora desbalagado, y extrañado. Total, Zaid dice: “Hay lujos de la vida cotidiana que despiertan el agradecimiento. Como ver claro y lejos, cuando los vientos y la lluvia barren con el aire sucio de México. Como aquel lujo de leer a José Alvarado los domingos”. Y luego, ya encarrerado: “Cuando se toma en serio el quehacer de todos los días, los milagros suceden: el inesperado heroísmo, la inesperada cortesía, el cielo despejado de la ciudad de México. Pueden pasar inadvertidos, pero hay que agradecerlos. Más realidad tiene un día claro que muchos siglos de Historia. Dicho sea por un hombre que hizo más claro este país con su prosa admirable. Que se tomó el trabajo de escribir bien para los lectores de periódicos. Que hacía milagros con el aire sucio”. ** Como leer a Conrad. Ya se ha escrito en estos renglones, pero regresa: Álvaro Mutis ha dicho a quien quiera oír su ilimitada veneración por Joseph Conrad. Tan es así que el ilustre poeta colombiano afirma luego tener guardado, sin leer, un último libro del escritor que fue polaco y también inglés. “Para cuando me esté muriendo…”, dice. Viene esto otra vez al caso por una narración de Conrad, empacada en un copioso volumen de las Wordsworth Editions, y que se llama Juventud: una narrativa. Fue escrita en 1898. En sus pocas páginas refrenda con toda potencia el mundo magnetizado por el mar, la maravilla y el azoro de las novelas de mayor aliento de Conrad. Marlow, su personaje impar, cuenta a un puñado de hombres, en una cantina, la peripecia del Judea, viejo y ruinoso navío inglés. “Pasen la botella”, repite el narrador cada dos o tres parrafadas. Y discurre así la imposible travesía del Marlow de los 20 años rumbo al Lejano Oriente. La renqueante embarcación, cargada de carbón, emprende desde Londres una singladura de 150 días con destino a Bangkok. Zarpa dos veces en falso, regresada a puerto por las tormentas que la acercan al mismo borde del naufragio. Largos meses para reparar y rearmar el barco. Zarpa otra vez por fin y, tras varias semanas, el cargamento se incendia. Es difícil decir la suprema elegancia, la andadura contenida y jovial, la maestría sin costuras de la prosa de Conrad. La manera augusta con que apela a los grandes gestos, las palabras definitivas, los detalles entrañables. Difícil decir el hondo gozo, pues, de leer a Conrad. Y, así, ante el escritor y “el hombre de finanzas, el hombre de cuentas, el hombre de leyes”, Marlow dice cosas como éstas hablando de la embarcación, (a la que en el inglés siempre se le refiere como “ella”, siempre “she”, nunca “it”): “¡Oh juventud! ¡Su fuerza, su fe, su imaginación! Para mí ella no era una vieja cáscara acarreando por el mundo un montón de carbón por carga –para mí ella era la devoción, la prueba, el juicio de la vida. Pienso en ella con placer, con afecto, con remordimiento, como pensarías de alguien muerto a quien has querido. Nunca la olvidaré… Pasen la botella”. “¿Qué podrías esperar? Ella estaba cansada, esa vieja embarcación. Su juventud estaba en donde la mía está –en donde la de ustedes está–, ustedes, compañeros que oyen este lamento; ¿y qué amigo arrojaría sus años y su fatiga en su cara? No se lo reclamábamos. Para nosotros, al menos, parecía que habíamos nacido en ella, criados en ella, vivido en ella por años, nunca habiendo conocido otra embarcación. Más bien antes habría yo insultado a la vieja iglesia de mi pueblo por no ser una catedral”. “Había grietas, detonaciones, y del cono de flamas las chispas volaban hacia arriba, como el hombre nace para el quebranto, para barcos que hacen agua, y para barcos que arden”. “Y me acuerdo de mi juventud y del sentimiento que no habrá de volver jamás, del sentimiento de que yo podría durar por siempre, sobrevivir al mar, a la tierra, y a todos los hombres; el engañoso sentimiento que nos conduce a los gozos, a los peligros, al amor, al vano esfuerzo, a la muerte; la convicción triunfante de la fuerza, del calor de la vida en el puñado de polvo, del resplandor en el corazón que con cada año decrece, se enfría, se empequeñece, y expira –y expira tan pronto, tan pronto– antes que la vida misma. El buen viejo tiempo, el buen viejo tiempo. La juventud y el mar. El encanto y el mar. El buen, fuerte mar, el salado, amargo mar, que puede susurrarte y rugirte y dejarte sin aliento. Un golpe de Sol sobre una playa extraña, el tiempo de recordar, el tiempo de un suspiro, y adiós”. ** Renato Leduc y el eclipse de luna: Rueda la noche y en la noche el tren, el uno y la otra por distinta vía, alguien habrá que en el desierto andén consigne fardos de melancolía. jpalomar@informador.com.mx

¿CUÁNDO, DÓNDE?

Transición al éxito

El congreso se llevará a cabo los días 23 y 24 de junio en las instalaciones del Centro de Diseño e Innovación Artesanal (Cedinart).

Mediante el tercer congreso nacional, Fonart pretende motivar a los artesanos para que adopten materiales que no dañen su salud Con la coordinación del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart), se llevará a cabo el Tercer Congreso Nacional para la Adopción de la Alfarería Vidriada Libre de Plomo, un evento que busca reunir a productores alfareros, representantes de instancias municipales, estatales y federales, así como casas e institutos dedicados a la atención del sector artesanal. El objetivo primordial del encuentro que se llevará a cabo en Tlaquepaque, Jalisco, asegura Mario Alberto Reyna Bustos, director general del Instituto de la Artesanía Jalisciense (IAJ), “es informar a los artesanos para que se den cuenta de que existe un riesgo latente ante el uso de la greta, el material abrillantador que hasta hoy la mayoría usa para barnizar y que contiene plomo. La intención es que, mediante incentivos y motivación, se logre generar un cambio para que en lugar de la greta puedan usar un esmalte diferente”. Además de ayudar a la salud de los artesanos productores, este cambio traería consigo la posibilidad de exportar el producto artesanal mexicano a Estados Unidos. “Hace poco nos reunimos con restauranteros de Chicago y les propusimos la comercialización de nuestro producto jalisciense para sus negocios, se mostraron muy interesados. Así que ese será un

Calle Independencia #237, Zona Centro, Tlaquepaque, Jalisco.

ESPECIAL

Diario de un espectador

Artesanía jalisciense

•Este cambio es en beneficio de la salud y el trabajo de los artesanos alfareros. incentivo para que nuestros artesanos se abran a este cambio”, detalló Reyna Bustos.

PARA SABER En el Estado, se convoca a cerca de 60 artesanos para que acepten esta transición. Actualmente son 10 los productores que ya elaboran sus productos libres de plomo, mismos que serán comercializados en Estados Unidos el próximo mes de agosto.


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