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THE SHELTERWOOD COLLECTIVE: A QUEER, TRANS, AND BIPOC-LED HEALING AND RESTORATION LAND PROJECT

COLECTIVO SHELTERWOOD: UN PROYECTO DE SANACIÓN Y RESTAURACIÓN DE LA TIERRA LIDERADO POR PERSONAS QUEER, TRANS Y BIPOC

Mariana Navarrete

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Tecolote

El

Nestled in the middle of the Sonoma County Forest — in what is unceded Southern Pomo and Kashia territory — is where the Shelterwood Collective calls home.

This community-driven land stewardship 900-acre project, co-created by Layel Camargo and Nikola Alexandre, seeks to heal interconnected ecosystems and mitigate climate change.

“What we are doing here is decolonial work on stolen land, and creating new pathways forward for future generations,” Camargo said.

In 2017 Camargo and Alexandre met at a radical farming workshop and shared dreams of creating a climate project centering on BIPOC communities. Then in 2020, coinciding with the uprisings for Black lives in the wake of George Floyd’s murder by police, Camargo and Alexandre received funding to make their climate project a dream come true. Their collective is on the site of a former church camp, which was at risk of being sold to a logging company.

“As far as we know, it’s one of the queer and BIPOC-led land projects in the U.S. where we can exist outside, or at least a little bit more removed from the systems of oppression we all grew up under,” Alexandre said. “White supremacy isn’t as present in our lives as it is if we were outside of this space.”

It will be three to four years until Shelterwood is fully open. But in 2023, Shelterwood’s team is in the process of fundraising for operations and is open to volunteers.

As of now, Shelterwood has two renovated staff residences, a near completion on three additional cabins, and two tiny houses. The goal is to renovate the deteriorating former church camp buildings into a multifunctional retreat and community center. The buildings are currently on septic systems and are connected to the PG&E electrical grid. Alexandre mentioned they have plans to transition them off of the grid and are working to build a renewable energy system.

“The paint just went up in one of the cabins that will be available to people who do not traditionally have access to the outdoors,” Alexandre said. “It’s a bright yellow cabin intentionally colored that way to make it inviting to our communities that do not often see themselves outside or in these spaces.”

Shelterwood is committed to social equity, cultural change, indigenous sovereignty, democratic peer governance, and antiracism. As they center natural relationships over natural resources, they hold themselves and others accountable.

“Many people in the conservation movement are usually managing or dictating how to use the environment, separating people from nature. However, what we are doing here is looking at the rest of nature as part of our family,” Alexandre highlighted.

During Shelterwood’s early years of creation, a diverse board grounded their growth in frameworks of Just Transition, Queer and Indigenous land stewardship, Afro-Indigenous food systems, cultural strategy, narrative change, and environmental anthropology. The collective’s members put into practice these by living communally, having horizontal decision-making, and mutual accountability.

“In order for us to survive climate change, we really need to get back to a strong relationship with Earth, looking at nature not as something we have to control or use to fight climate change, but looking to work together to help restore habitat, clean waters, bring clean air back; help mitigate it,” Camargo said.

The collective seeks to nurture the next generation of BIPOC and Queer land stewards through fellowships, stewardship residencies, and volunteer workshops.

One of Shelterwood’s main programs is forest restoration. With State support from CalFire, they are returning good fire to the land, removing invasive species, and controlling erosion.

“There are a lot of threats to our environment and to BIPOC and queer individuals. So Shelterwood is a place of care for each other and land in very intimate ways that cross traditional boundaries,” Alexandre said.

In December 2021, Camargo and Alexandre invited 150 people such as local residents, climate and social justice organizers, and artists to a community vision workshop. One of the four days of the workshop was fully dedicated to BIPOC people.

“Within 10 minutes of the event, there were six people crying because they never felt safer outdoors,” Alexandre pointed out.

For Camargo, that specific workshop was a pivotal moment in the process of building Shelterwood, because they felt and learned how excited communities are for something like Shelterwood.

“The fact that [Shelterwood] existed was enough to bring them to tears. This is why we are doing all the work. It’s all for these community members,” Camargo said.

Shelterwood contributes to new climate solution narratives through art, content production and cultural organizing as well. The collective will host underrepresented artists who create content focused on climate activism with

See SHELTERWOOD, page 8

Mariana Navarrete

El Tecolote

Enclavado en medio del bosque del condado de Sonoma, en territorio no cedido de los Pomo y los Kashia del Sur, se encuentra el hogar del Colectivo Shelterwood.

Este proyecto comunitario de administración de 364 hectáreas de tierra, creado conjuntamente por Layel Camargo y Nikola Alexandre, pretende sanar los ecosistemas interconectados y mitigar el cambio climático: “Lo que estamos haciendo aquí es un trabajo decolonial en tierras robadas, para crear nuevos caminos para las generaciones futuras”, explica Camargo.

En 2017 Camargo y Alexandre se conocieron en un taller de agricultura radical y compartieron el sueño de crear un proyecto climático centrado en las comunidades BIPOC. Luego, en 2020, coincidiendo con los movimientos de protesta tras el asesinato de George Floyd a manos de la policía, Camargo y Alexandre recibieron financiación para hacer realidad su proyecto climático.

Su colectivo se encuentra en el emplazamiento de un antiguo campamento eclesiástico, que corría el riesgo de ser vendido a una empresa maderera: “Por lo que sabemos, es uno de los proyectos de tierra dirigidos por personas queer y BIPOC en los EEUU en el que podemos existir al margen o al menos un poco más alejados de los sistemas de opresión en los que crecimos”, afirmó Alexandre y continuó: “La supremacía blanca no está tan presente en nuestras vidas como lo estuviéramos fuera de este espacio”.

Pasarán de tres a cuatro años hasta que Shelterwood esté abierto. Pero en 2023, su equipo está recaudando fondos para su funcionamiento y está abierto a voluntarios.

Por el momento, cuenta con dos residencias renovadas para hospedar al personal, tres cabañas adicionales casi terminadas y dos casitas. El objetivo es renovar los edificios deteriorados del antiguo campamento de la iglesia, para convertirlos en un centro comunitario y de retiro multifuncional. Los edificios disponen actualmente de sistemas sépticos y están conectados a la red eléctrica. Alexandre mencionó que tienen planes para desconectarse de ese servicio y están trabajando para construir un sistema de energía renovable.

“Se acaba de pintar una de las cabañas que estarán a disposición de las personas que normalmente no tienen acceso al aire libre”, explicó Alexandre. “Es una cabaña de color amarillo brillante, intencionadamente pintada así para que resulte atractiva a nuestras comunidades que no suelen verse al aire libre o en estos espacios”.

Shelterwood está comprometida con la equidad social, el cambio cultural, la soberanía indígena, la gobernanza democrática y la lucha contra el racismo. Al centrarse en las relaciones naturales por encima de los recursos naturales, se responsabilizan a sí mismxs y a lxs demás.

“Mucha gente del movimiento conservacionista suele gestionar o dictar cómo utilizar el medio ambiente, separando a las personas de la naturaleza. Sin embargo, lo que hacemos aquí es considerar el resto de la naturaleza como parte de nuestra familia”, subrayó Alexandre.

Durante los primeros años de creación de Shelterwood, un consejo diverso basó su fundación en marcos de transición justa, administración de tierras indígenas y queer, sistemas alimentarios afroindígenas, estrategia cultural, reforma en los discursos y antropología medioambiental. Lxs miembros del colectivo los pusieron en práctica viviendo en comunidad, tomando decisiones horizontales y responsabilizándose mutuamente.

“Para que podamos sobrevivir al cambio climático, tenemos que volver a tener una relación sólida con la Tierra, no ver la naturaleza como algo que tenemos que controlar o utilizar para luchar contra el cambio climático, sino trabajar juntos para ayudar a restaurar el hábitat, limpiar las aguas, recuperar el aire limpio; ayudar a mitigarlo”, dijo Camargo.

El colectivo pretende formar a la próxima generación BIPOC y Queer de administradores de la tierra a través de becas, residencias en administración y talleres de voluntariado.

Uno de los principales programas de Shelterwood es la restauración forestal. Con el apoyo estatal de CalFire, están devolviendo el buen fuego a la tierra, eliminando especies invasoras y controlando la erosión.

“Hay muchas amenazas para nuestro medio ambiente y para las personas BIPOC y Queer. Por eso Shelterwood es un lugar donde cuidamos unxs de otrxs y de la tierra de una forma muy íntima que traspasa las fronteras tradicionales”, explica Alexandre.

En diciembre de 2021, Camargo y Alexandre invitaron a 150 personas, entre residentes locales, organizadores climáticos y de justicia social y artistas, a un taller de visión comunitaria. Uno de los cuatro días del taller se dedicó íntegramente a las personas BIPOC: “A los 10 minutos de comenzado, había seis personas llorando porque nunca se habían sentido más seguras al aire libre”, señaló Alexandre.

Para Camargo, ese taller fue un momento crucial en el proceso de construcción de Shelterwood, porque sintieron y aprendieron lo emocionadas que están las comunidades por Vea COLECTIVO, página 8

PUERTO RICO SERIES PART 1:

PUERTO RICANS AND A LEGACY OF SECOND-CLASS CITIZENSHIP

Galicia Stack Lozano

El Tecolote este

Puerto Rico, la Isla del Encanto, Borinquén, is a magical place. There is nothing like its warm, humid and sweet air. The sound of the coqui frogs echo in your ears like a lullaby. The lush green hillsides rise up beside their white sand beaches. The sounds of salsa, bomba, and reggaeton playing in the streets of Viejo San Juan, or the aroma of sazón and adobo wafting throughout the island.

My mom is Puerto Rican. I have family and friends on the island and try to visit often, but the last time I was there, things had changed. This was due to Hurricane Maria, which hit the island in 2017.

I still have a clear memory of that day. I was on my way to school and my mom stopped to tell me about the hurricane barreling toward the island. It was difficult to fathom the idea that while I was sitting inside my bright warm classroom, my family would be huddled in their dark houses, storm shutters on windows, listening to the whooshing wind, pouring rain, and the sound of destruction.

After we learned just how strong the hurricane was, we worked hard to aid my family on the island. We sent hand crank chargers and lanterns, a generator, food, and anything that would help them — not knowing at the time that it would take months for them to receive any of it.

My mom worried daily. When would we hear from our family? Were they OK? What could we do to help? Time passed, and fortunately, my family was safe. But as the news slowly revealed, many on the island were not so lucky.

Maria, a Category 4 hurricane, cut off 100 percent of the electricity on the island and caused $94.4 billion in damage. Of the island’s crops, 80 percent were wiped out and 130,000 residents were forced to leave their homes. The death toll, which took almost a year to release, stood at 2,975, making it one of the deadliest storms in U.S. history.

On average, after Maria, houses went 84 days without power, 64 days without water, and 41 days without cell service. Many struggled for years without adequate healthcare and basic services. Even today — six years later — most are still affected by Maria, and today regular power outages are considered normal.

As time went on, I continued to hear about the outrage from fellow Puerto Ricans for the mishandling of the disaster relief fund that had been set aside for them and never received.

After Maria, I vowed to educate myself and others to find ways to uplift Puerto Ricans however I could.

In the same year that Maria struck, Hurricane Harvey affected residents in Texas, and Hurricane Irma — the hurricane that arrived as a precursor to Maria and also hit Puerto Rico — struck Florida.

Why is it that the aid for hurricane Maria — which caused much more damage — was half of what Texans and Floridians received? Both Harvey and Irma survivors received $100 million from FEMA, while Puerto Rican survivors of Maria received $6 million.

To add insult to injury, Trump, who was president at the time, showed total disregard for Puerto Rico and its residents by visiting the island after Maria and tossing paper towels into a crowd of needy Puerto Ricans.

The President of the United States threw paper towels at people in dire need of aid and supplies.

Growing up in California, we are used to natural disasters, from wildfires to earthquakes to droughts. These have become a part of our lives. Hurricanes are the same for Puerto Ricans.

But for every minor wildfire and earthquake or hurricane, there is often one that hits hardest, causing huge amounts of damage. The difference is that when a wildfire ravages homes and communities in California, everyone knows about it and works to aid those in need, with local, state, and federal governments providing support.

Americans fight to help fellow Americans.

When a crisis strikes Puerto Rico, we somehow seem to forget that Puerto Ricans are Americans, too.

Galicia Stack Lozano is a Junior in high school in San Francisco. She has a Puerto Rican mother and an Irish father.

Stay tuned for Part 2 of this commentary, which will be published in our April 6, 2023 issue.

PUERTO RICO SERIE PARTE 1:

Los Puertorrique Os Y Un Legado De Ciudadan A De Segunda Clase

El Tecolote

Puerto Rico, la Isla del Encanto, Borinquén, es un lugar mágico. No hay nada como su aire cálido, húmedo y dulce. El sonido de las ranas coqui resuena como una canción de cuna. Sus exuberantes laderas verdes se alzan junto a playas de arena blanca. Los sonidos de la salsa, la bomba y el reggaetón recorren las calles del Viejo San Juan, así como el aroma del sazón y el adobo que flotan por toda la isla.

Mi madre es puertorriqueña. Tengo familia y amigos en la isla y procuro visitarla a menudo, pero la última vez que estuve allí, las cosas habían cambiado. Esto se debió al huracán María, que azotó la isla en 2017.

Aún tengo un recuerdo nítido de aquel día: me dirigía a la escuela y mi madre se detuvo para hablarme del huracán que se acercaba. Me resultaba difícil imaginar que, mientras yo me encontraba sentada en mi cálida y luminosa clase, mi familia estuviera acurrucada en sus oscuras casas, con contraventanas en las ventanas, escuchando el silbido del viento, la lluvia torrencial y el presagio de la destrucción.

Cuando nos enteramos de la intensidad del huracán, nos pusimos manos a la obra para ayudar a mi familia en la isla. Enviamos cargadores de manivela y linternas, un generador, comida y todo lo que pudiera ayudarles, sin saber entonces que tardarían meses en recibirlo.

Mi madre se preocupaba a diario. ¿Cuándo sabríamos algo de nuestra familia? ¿Estarían bien? ¿Qué podríamos hacer para ayudar? Pasó el tiempo y, afortunadamente, mi familia estaba a salvo. Pero, conforme las noticias lo fueron revelando poco a poco, muchos en la isla no tuvieron tanta suerte.

María, un huracán de categoría 4, cortó el servicio de electricidad de la isla y causó daños por valor de 94,400 millones de dólares. El 80% de los cultivos de la isla quedaron arrasados y 130 mil residentes se vieron obligados a abandonar sus hogares. La cifra de muertos, que tardó casi un año en hacerse pública, ascendió a 2,975, lo que la convierte en una de las tormentas más mortíferas de la historia de los EEUU.

Tras el paso de este fenómeno meteorológico, las casas estuvieron 84 días sin electricidad, 64 días sin agua y 41 días sin servicio de telefonía móvil. Muchos permanecieron durante años sin atención sanitaria adecuada ni servicios básicos. Incluso hoy, seis años después, la mayoría sigue afectada y la periodicidad en la suspensión del servicio de electricidad se ha vuelto normal.

A medida que pasaba el tiempo, seguí escuchando sobre la indignación de otros puertorriqueños por la malversación del fondo de ayuda para desastres que nunca se recibió. Después de ese huracán, comprometí a educarme a mí misma y a otras personas para encontrar formas de ayudar a los puertorriqueños en la medida de mis posibilidades.

El mismo año que María, el huracán Harvey afectó a residentes en Texas, e Irma —el huracán que llegó precedió a María y también golpeó a Puerto Rico— azotó Florida.

¿Por qué la ayuda para el huracán María —que causó muchos más daños— fue la mitad de la que recibieron los tejanos y floridenses? Tanto los supervivientes de Harvey como los de Irma recibieron 100 millones de dólares de FEMA, mientras que los puertorriqueños solo 6 millones. Para colmo de males, Trump, el entonces presidente, mostró un desprecio total por Puerto Rico durante una visita a la isla después del paso de María cuando en un acto comenzó a arrojar toallas de papel a una multitud de puertorriqueños necesitados. El presidente les arrojó toallas de papel a personas que urgentemente necesitaban ayuda y suministros. Al crecer en California, estamos acostumbrados a las catástrofes natu- rales, desde incendios forestales hasta terremotos y sequías. Se han convertido en parte de nuestras vidas. Los huracanes son lo mismo para los puertorriqueños. Por cada incendio forestal menor y por cada terremoto o huracán, suele haber uno que golpea con mayor fuerza y provoca enormes daños. La diferencia es que cuando un incendio forestal arrasa hogares y comunidades en California, todo el mundo lo sabe y trabaja para ayudar a los necesitados, y los gobiernos local, estatal y federal prestan su apoyo. Los estadounidenses luchan por ayudar a sus compatriotas. Pero, cuando una crisis golpea a Puerto Rico, parece que olvidamos que los puertorriqueños también son estadounidenses.

Galicia Stack Lozano es estudiante de penúltimo año de secundaria en San Francisco. Es de madre puertorriqueña y padre irlandés. La segunda parte de este comentario, será publicada en nuestro número del 6 de abril de 2023.

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