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A TREE FALLS UN ÁRBOL CAE

Carlos Barón

El Tecolote

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Afew days ago, during yet another windy and rainy storm, a large part of a tree fell. With its fall, it brought down some power lines and a few cars. Luckily, no human was hurt. At least not physically. Emotionally, is another story. Many of us are grieving.

It was still a young sequoia tree that had been living on the popular Garfield Park, in the heart of the Mission District. Some say that the tree was almost 200 years old, perhaps more. Perhaps as old as Garfield Park itself, or maybe as old as the City of San Francisco. Or even older.

As far as sequoia trees are concerned, it was a young adolescent, barely in the dawn of its potency. Sequoia trees can live up to 2,000 years and can reach up to 300 feet in height. Although the planet Earth is 4.543 billion years old, the origins of the sequoias are also respectably old — they go back 7,000,000 years ago. Dinosaurs used to roam around them!

In 1847, a German botanist named Stephen Endlicher named the coastal redwood trees “Sequoia sempervirens.” Most likely in honor of the Cherokee Chief Sequoya or Sikwayi, who invented a phonetic alphabet of 86 symbols for the Cherokee language.

The sequoias symbolize well-being, health and security. They have a natural capacity to resist fires and other types of decomposition. That, in part, accounts for their longevity.

“De un árbol caído, todos hacen leña”

In spite of all that, according to community organizer Brooke Oliver, “The SF Parks Department decided to take it all down because it might fall and hurt someone. A very short sighted and ugly perspective. Many of us think that this complete hack job was not necessary. These kind of trees are proud and grow again after losing a branch. The center portion possibly could have been reconnected to save it.”

By cutting down the remaining trunks of the tree, the SF Parks Department perhaps decided on the side of caution, most likely also worried about economics. Today, on the corner of 25th and Harrison, only the large bottom of the tree trunk remains, still beautiful in its demise.

I will share portions of a wonderful remembrance, written by T Dea Robertson-Gutiérrez, long-time resident of the Mission District. “Since the third grade (in 1959) going home from school at Saint Peters Elementary, I stopped by often to visit our old friend, the tree. I could scurry to the top in less than two minutes! The tree was a fountain of magical powers. (…) I invited my two brothers and our friends. (…) Up there, stories were told and the tree was an excellent listener, never interrupting, criticizing or condemning us for passing our time there. (…) Search parties went out, trying to retrieve us back to reality .They never did find us! The tree has two brothers in the same park and we often visited them. But this guy was our favored respite from daily grief, earning our respect. I would have given my life to save it if I only

¿Y quién no tiene en su alma uno, dos, muchos árboles caídos? ¿Quién no vio en cada árbol caído la simbólica imagen de un hombre abandonado sin fuerza ni ilusión?

Carlos Barón

El Tecolote

Hace pocos días, durante otra fuerte tormenta e intensos vientos, cayó parte de un gran árbol. En su caída, arrastró a cables eléctricos y aplastó algunos carros. Por fortuna, en lo físico, no hubo pérdidas humanas. Lo emocional, es otra historia. Mucha gente está de duelo.

Era un joven árbol secoya, que vivía en el popular Parque Garfield, del Distrito Misión. Algunos dicen que tenía casi 200 años de vida, tal vez más.

A lo mejor tenía la edad del mismo

Parque Garfield, tal vez tenía la edad de la ciudad de San Francisco o más. Comparado a otros árboles secoya, era un adolescente en la alborada de su potencia. Los secoyas pueden vivir hasta 2 mil años y pueden alcanzar casi 100 metros de altura. El planeta Tierra tiene 4.543 billones de años de vida, pero los orígenes de los secoyas también llegan a una edad venerable: se remontan a casi 7, 000, 000 años atrás. ¡Daban sombra a los dinosaurios!

En 1847, un botánico alemán llamado Stephen Endlicher, nombró como Sequoias sempervirens a los árboles de madera roja de las costas. Seguro en honor del Jefe Cheroki Sequoya, o Sikwayi, quien inventó el alfabeto fonético de 86 símbolos del lenguaje Cheroki. Los secoyas simbolizan la salud, el crecimiento y la protección. Tienen una capacidad natural para resistir el fuego y otros tipos de descomposición. Eso explica, en parte, su longevidad.

A pesar de todo esto, según la activista comunitaria Brooke Oliver:

“El Departamento de Parques de San Francisco decidió cortar todo el árbol, pues podía caer y herir a alguien. Una perspectiva fea y muy miope. Muchos pensamos que este descuidado trabajo no es (era) necesario. Este tipo de árboles es muy orgulloso y vuelve a crecer, después de perder ramas. La parte central tal vez pudiera haberse reconectado y así, salvarlo”.

Al cortar lo restante del árbol, tal vez el Departamento de Parques de San Francisco decidió ser cauteloso, aunque de seguro hubo consideraciones económicas. Hoy día, en la esquina de la calle 25 y Harrison, solo queda la gran base del árbol, aún bello, más allá de la muerte.

Compartiré porciones de un maravilloso recuerdo, escrito por T Dea Robertson Gutiérrez, residente de larga data en el Distrito Misión: “Desde mi Tercera Elemental (en 1959) volviendo a casa después de mi Escuela Elemental San Pedro, muchas veces me detenía a visitar a nuestro viejo amigo, el árbol. ¡Podía trepar a su cima en menos de dos minutos! Ese árbol era una fuente de poderes mágicos […]. Invitaba a mis dos hermanos y a otras amistades […]. Allá arriba, contábamos historias y el árbol era un excelente escucha, nunca interrumpiendo, criticándonos ni condenándonos por pasar nuestro tiempo allá arriba […]. Se organizaban grupos de búsqueda, para devolvernos a la realidad… ¡pero nunca nos encontraban!

El árbol tiene dos hermanos en el mismo parque y a veces los visitábamos. Pero este árbol era el refugio favorito para nuestros diarios embrollos, ganándose nuestro respeto. Si hubiera oído que estaba enfermo, ¡entregaría mi propia vida para sal varle!” knew it was dying.”

In 1960, Amadou Hampâté Bâ (1901-1991), a Malian writer and ethnologist, said before UNESCO (United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization) “En Afrique, quand un vieillard meurt, c’est une bibliothèque qui brûle.”

(“In Africa, when an old man dies, it’s a library burning.”)

The cutting of that tree, which fell by a mix of natural and human reasons, makes me think of that African proverb. The death of that sequoia tree, as many have said before, it is also much more than the end of a single tree. It is also the death of many habitats for birds, insects, worms, fruits…and humans. When the tree goes away, a protecting shade also leaves, a gathering space for a vast variety of memories, good, not so good, or terrible. The intermingling of life and death which that tree witnessed and shared during its lifetime.

As we get older, there comes an urgency to share our stories, our lives, especially if we have lived a rather long life and we have many wonderful experiences. If we have the time and the necessary health…and a tribune like this newspaper column provides, that urgency almost becomes a duty. Not because we are terribly special, but perhaps because we want to share the good, the bad and the ugly that is beautifully commonplace.

“Hey, friend! Hey, stranger! Let’s get under that tree and let’s share some stories! Have you heard about that fallen tree?”

I will leave you with a thought that is pecking on my brain the way

José Santos Chocano

En 1960, Amadou Hampaté Bá (1901-1991), un escritor y etnólogo de Malia, Creta, hablando en la UNESCO, dijo: “En Afrique, quand un vieillard meurt, c’est une bibliothèque qui brûle” (“En África, cuando muere un viejo, es como si se incendiara una biblioteca”).

El corte de ese árbol, derribado por una mezcla de razones humanas y de la naturaleza, me recuerda ese proverbio africano. La muerte de ese árbol secoya es más que la muerte de un solo árbol. Es también la muerte de muchos hábitats para aves, insectos, gusanos, frutas… y humanos. Cuando desaparece, también desaparece su sombra protectora y el espacio que reunía una gran variedad de memorias. Buenas, no tan buenas o terribles. La interconección de la vida y la muerte del que ese árbol fue testigo o participante durante su existencia.

Al envejecer, nos asalta la urgencia de compartir nuestras historias, nuestras vidas, especialmente si hemos vivido largamente y hemos tenido experiencias maravillosas. Si tenemos el tiempo y la salud necesaria. Y una tribuna como la que esta columna me provee, esa urgencia se transforma en deber. No porque seamos muy especiales, sino porque tal vez queremos compartir lo bueno, lo malo y lo feo. Todo eso, que es bellamente común.

“¡Amiga! ¡Extraño! ¡Sentémonos debajo de ese árbol y contemos historias! ¿Has escuchado acerca de ese árbol caído?” a woodpecker pecks on a tree: “Why let trees and people fail, but banks are too big to fail?”

Les dejo con un pensamiento que picotea en mi cerebro, como un pájaro carpintero picotea la corteza de un árbol: “¿Por qué aceptar que árboles y humanos fallen, pero los bancos no?

“From a fallen tree everyone makes firewood”

Who does not keep in the soul one, two, many fallen trees?

Who has not seen on each fallen tree the symbolic image of an abandoned human lacking strength and illusion?

José Santos Chocano

Illustration: HarryartsFreepik.com

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