Valeria Zurano
el gran capitรกn
Valeria Zurano
el gran capit谩n cr贸nica de un viaje al litoral
elandamio
ediciones
El Gran Capitán es un tren que recorre la región del Litoral, situada en la Mesopotamia Argentina, uniendo pueblos y atravesando las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones. El tren parte de la estación Federico Lacroze, ubicada en Buenos Aires, y llega a Posadas, Capital de la Provincia de Misiones. Había creído que mi ruta de viaje llegaba a destino en las Cataratas del Iguazú, al Norte de Misiones y en el límite con Brasil, pero jamás imaginé lo que implicaba ese recorrido de casi dos días en un tren sin agua, sin luz, en precarias condiciones, sufriendo la injusticia, avanzando lentamente por el campo, llegando a los pueblos, compartiendo el dolor del viaje con los otros, sintiendo desazón, colmándome de palabras e imágenes. Cuando regresé, supe que aún no había llegado a destino. Después de dos años el viaje había llegado a su fin, en el mismo instante en que terminé de escribir este libro.
V. Z.
El equipaje sobre los cartones de un carro que viene avanzando, a cuesta de la fuerza de los brazos que tiran; dibujando la despedida en el aire, como una especie de ritual donde hablan entre dientes un lenguaje desdentado. Los niños saltan desde las ruedas al piso, trepan a los bancos, desparraman los cartones, esperan como todos; un tren que no llega. El rumor comienza en la boletería, hay retraso. Hace demasiado calor y las chapas de la estación humean. Preparan la espera. Resignan la espera, pero vinieron a despedirlo. Trajeron el carro y los niños. Vinieron a despedirlo. Llevan su equipaje porque es pesado y esperan junto a él, como si el tiempo ya no tuviera importancia.
Algunos olvidaron adónde iban, por el vino fermentado, por el agobiante calor de la tarde, por el campo tan extenso, por las vacas que nos miran asombradas. Dicen; que el tren no puede ir más rápido y protestan. Dicen; que las vías tienen siglos y se puede descarrilar. Dicen; que ya no habrá agua en las piletas. Dicen; que a este paso hay dos días de viaje. Dicen; que hay asientos revendidos. Dicen; que algunos no pagan el boleto o arreglan ir parados. Dicen; que el tren debe tardar más que el micro. Dicen; que no tienen apuro. Dicen; que no les queda otra.
Estas pequeĂąas tumbas nuestras que nos designan lugares tan hermanados con la muerte; nos han quitado las canciones y la lluvia, nos han arrancado los ritos para invocar las muertes, y ahora, nos matan cada dĂa.
Antes de llegar. Antes de los bordes del andén. Antes de partir; ellos están llegando. Ellos preparan las cajas colmadas de ofrendas, los carteles para dar las gracias. Entonces, entre la muchedumbre que desciende tres imágenes del Gauchito van de hombro en hombro y todos se reconocen, la pasión los une y esperan un micro hasta el santuario, y peregrinan siempre en nombre de otros. Porque sus nombres están olvidados. Porque la fe los deja ciegos. Porque dar las gracias, a veces, es costumbre.
En este letargo oscila la imagen hasta que caigo sobre el espejo en el fondo de mi plato. Esa pobre luz, que ahora ves, en el lustre de un cuenco, reflejado y distante con algunas cebollas. Esa oscilaciĂłn que esgrimen las ansias de los que estĂĄn perplejos mirando las sobras de algĂşn otro plato. El amor; los huesos bien pelados y blancos sobre el plato ajeno.
Es así, como poco a poco, vamos separándonos cuando creímos haber llegado y descendemos. Aún, las mariposas agonizan moviendo en forma lenta una de sus alas. Despacio el ala recorre el aire donde vuelve a olerse el perfume triste de la despedida. Aún, nos buscamos desde afuera, en los lugares vacíos por los que en vano hemos luchado. Es así, como solos estamos regresando.