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CRÍTICA
Dentro De La Caracola
Alfonso Espinosa Andrade
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Ximena Ferrín abrió su año 2005 en la Casa Malayerba, con una temporada de La niña de las caracolas, un monólogo que forma ya parte del repertorio de la actriz.
La anécdota, la historia simple es la de la niña que quiere ver el mundo, que cree que de verdad al otro lado de la pared hay cosas mejores que la casa de la madre, que el colegio de monjas y que el patio del recreo. La joven que sale escapando de la madre Más importante, la niña conoce la vida, y no le toca cita en un buen día. Abuso, dolor, una pérdida que va vaciándola, dejándola sola con su pena, su preñez y su soledad. Luego viene la muerte, no la propia, sino la de esa continuidad suya que era el hijo esperado. Nada es fruto de una maldad contra la cual escupir, es solo una mala racha.
El trabajo de actriz de Ferrín tiene sus mejores momentos en la caracterización de la madre. Un personaje sólido, soportado en un discurso corporal claro, franco y en el desarrollo de un texto consistente. El personaje de la madre es lugar para el amargor y el egoísmo, escenario de un permanente ajuste de cuentas sobre lo que debieran ser dones las caricias, las horas junto a la cuna, junto al vientre inmenso, lleno.
Sobre el montaje, la escena del ajedrez, más allá de una intención interesante, termina siendo obvia y, por el tamaño de las figuras, no logra una fluidez escénica. No es un momento dramático decisivo y queda casi colgado. Seguro que Ferrín o Guido Navarro, director de la obra pueden meterle cabeza y hallar una solución mejor.
La metáfora de la caracola casa, casa vaciada, madre vaciada no es desarrollada escénicamente. Resuena desde el título de la obra o desde el programa de mano. El juego final de la caracola como refugio, lugar de paz, rendija abierta al infinito sonido del mar, pudiera irse construyendo desde antes en la pieza que, por otra parte, resulta placentera de ver y de apreciar en su delicadeza y en su dolor.
De Caballeros Y Princesas
Genoveva Mora
Caras de felicidad, entusiasmo, comentarios, un chupete que se cae, preguntas, uno que otro llanto, y más… es el ingrediente principal de un público que ya nos quisiéramos en el teatro para adultos. Aquí los pequeños entran a la fiesta, se instalan en este mundo otro y se vuelven parte de la magia del teatro. Lo curioso es que los acompañantes adultos se contagian de la espontaneidad y sin darse cuenta participan y se ríen a plenitud en ese espacio en el que los adultos no se ven, porque están “llevando” a los chiquitos a que pasen un buen rato.
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Comienza la función, el titiritero abre su maleta y presenta a los personajes de manera didáctica y entretenida para que los peques se ubiquen con la historia. El texto de Villafañe está construido con fragmentos en verso que se repiten a lo largo de la representación y tienen la función de recalcar en las características y acciones de los personajes.
Daniel Alcoleas y América Paz y Miño interpretan esta divertida pieza, dirigida por Patricio Guzmán y adaptada del cuento “El caballero de la mano de fuego” de el escritor argentino.
Es una fábula de teatro y títeres bien contada, que alterna constantemente con el público. Tiene además una característica interesante y es que en medio del juego muestran a los chicos cómo se hace teatro, cómo un personaje se transforma en otro; la princesa sale con frecuencia de su rol y habla desde la voz de actriz, asumiendo su posición de mujer capaz de enfrentar la vida y resolver problemas sin la ayuda de los “príncipes”, podríamos decir que es un cuento feminista porque los machos no salen muy bien que digamos. Además la princesa se lleva la corona por este detalle y por su actuación, puesto que el rey, titiritero, a pesar de su entusiasmo y dotes actorales tuvo problemas notorios con su voz (quizá de tanto llamar a la cautiva) lo cierto es que transmitía cierta angustia y provocaba aclarar la garganta, o tomarse una de esas bebida que los chiquitos tenían por allí.
De caballeros, princesas y risas es un puesta en escena que no solamente entretiene sino que está lograda en cuanto a lo espacial, la acción no se centra tan solo en el del teatrino sino que sus personajes ocupan el resto de el escenario, tampoco se queda en las voces de los títeres, alternan con personajes de carne y hueso que cumplen un papel de interactividad con los espectadores y los muñecos. Es una obra para niños, nada simplista, hay conciencia de que los pequeños son capaces de involucrarse y seguir la convención impuesta desde el escenario.