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Sábado, 24 de diciembre de 2016 Nº 122 @aladar_cultura

Robert Capa y su concepción del color Ensemble Container estará en Badajoz en enero

Hasta el 15 de enero, el Círculo de Bellas Artes de Madrid acoge una muestra sobre el reconocido fotógrafo

Recorrido por los libros de la Navidad


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Fotografía El Círculo de Bellas Artes de Madrid acoge hasta el 15 de enero de 2017, en la Sala Picasso situada en la primera planta, una exposición imprescindible para quién concibe la aparición del color en fotografía como algo más que un

La fotografía en color de Robert Capa (1913-1954) Daniel González Irala {Su figura no necesita presentación en tanto en cuanto no sólo fue el principal fundador de la agencia de fotoreporteros MAGNUM (junto con David Chim Seymour, Henri Cartier Bresson, George Rodger y William Vandivert), sino el autor de dos de las grandes y más conocidas fotografías de guerra, en blanco y negro, del pasado siglo XX, a saber: Muerte de un miliciano en 1936 y el Retrato del miembro de las Brigadas Internacionales; ambas tomadas durante la Guerra Civil Española. Nacido bajo el nombre de Endré Friedmann en Budapest, su vida como fotógrafo la marcaron diferentes guerras; desde la Segunda Guerra Mundial, la chino-japonesa, el conflicto árabe-israelí o la Primera Guerra de Indochina, donde en zona francesa un disparo le voló una pierna y le dejó el pecho magullado, sin la posibilidad de llegar al hospital más cercano vivo. Emparentado sentimentalmente con la también fotógrafa Gerda Taro, ésta se vio obligada en muchas ocasiones a firmar su trabajo con el nombre de Robert Capa, razón por la que aún hoy es difícil saber si muchas de las fotografías fueron o no directamente disparadas por él. En la exposición comisariada por Cynthia Young se nos muestra el trabajo más disperso y a la vez susceptible de formar un corpus sobre cómo concebía el fotógrafo el color, lo que además supone un descubrimiento ya que gran parte de su obra es poco conocida, habida cuenta de que desde 1941 empezó a publicar en serio, si bien ya en 1938 (dos años después de que Kodak inventara la película Kodachrome) empezó a experimentar con él durante la cobertura de la guerra chino-japonesa, momento en el que confesó ser ayudado por algún amigo de la agencia Pix sobre las instrucciones y requerimientos técnicos básicos. Finalmente sólo se publicaron en Life cuatro de las imágenes y los encargos no empezarán a hacerse fehacientes hasta una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, momento a partir del cual empezó a simultanear dos cámaras distintas según quisiese la foto en blanco y

negro o color. Sobre todo al principio le resultará extraña la lenta velocidad de obturación de su nueva máquina, así como los larguísimos tiempos de espera a causa del revelado que incluso en un principio le supuso trabajar casi clandestinamente. Además de 150 fotografías, la exposición cuenta con documentos y cartas escritas que se reconvierten en diario de campo así como tearsheets de algunas de sus publicaciones. En el amplio reportaje de la Segunda Guerra Mundial, todo empieza con la travesía en buque militar desde Nueva York a Europa; son fotos de soldados que mayoritariamente comparten espera y ocio ante lo que suponemos serán bombardeos; aparece la carta de Robert a su hermano Cornell explicándole las dificultades que está teniendo con el color y a continuación fotos como la del miembro de la tripulación que hace señales a otro barco de un convoy aliado, la del submarino que muestra a dos soldados vigilando con prismáticos acompañados de un bonito perro, la del equipo de rescate en la que uno de los tripulantes viste un traje de amianto, el mecánico musculoso que da la salida a un avión militar o la del avión averiado al que rocían de un producto químico blanco (siendo el color lo que da sentido desde la textura a la foto). En la de las vacas pastando frente a un bombardero, vemos cómo una de ellas cojea y más tarde en la de los soldados británicos que se dirigen a África vemos cómo uno de ellos, que lleva un chaleco salvavidas, luce unas bonitas gafas. De 1943 es la toma casi cenital de los soldados británicos viendo un combate de boxeo improvisado en el buque de guerra, así como las fotos de la descarga de municiones en Casablanca. Los meharistas (o guardia francesa a camello) también son convertidos en protagonistas, siendo retratados como tropa en el desierto, así como celebrando la hora del té. Con el cementerio alemán cerca de Túnez, la nitidez conseguida en primer término es terrorífica vista hoy. De la infantería paracaidística, destaca la del soldado con un melón bajo el

Capucine, Roma, Italia. 1951 /© Robert Capa International Center of Photography Magnum Photos

Judith Stanton, Zermatt, Suiza. 1950 /© Robert Capa International Center of Photography Magnum Photos

brazo. Y en el viaje de África a Sicilia, la de los nueve soldados estadounidenses silueteados ante un falso contraluz. Específicamente de Estados Unidos y ya en la posguerra, destacan los retratos familiares con su amigo Ernest Hemingway, su esposa Martha Gellhorn y sus hijos Gregory y Patrick, así como una serie de cuatro del Circo Rambaugh en Indiana, destacando la imagen picada de una taquillera que parece echársenos encima a los visitantes. Las fotos hechas a Pablo Picasso, en el sur de Francia, a pesar de haber sido considerado un trabajo menos logrado, muestran una interesante mirada festiva y familiar (en una de ellas abraza a su hijo Claude) del gran pintor y amigo malagueño. De su viaje a la Hungría natal, destaca la curiosa imagen del cerdo frente al palacio de Festetics en Keszhey, la de los niños con trajes típicos en la que parece utilizar unos filtros más amarillentos, la del puente sobre el Danubio en Budapest o la de la piscina situada en lo alto de una colina del Hotel Saint Gebert.


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Fotografía mero espejismo. Comisariada por Cynthia Young, la exposición hace que un trabajo disperso, en principio, termine formando un corpus sólido y robusto Pablo Picasso, Francia. 1948. /© Robert Capa International Center of Photography Magnum Photos

Indochina (Vietnam). Mayo 1954. /© Robert Capa International Center of Photography Magnum Photos

Capa en color. Sala Picasso, Círculo de Bellas Artes, Madrid. /© Robert Capa International Center of Photography Magnum Photos

De lo mejor de la exposición son las instantáneas tomadas en Israel, entre las que nos quedamos con la del incendio del barco Altalana en Tel-Aviv, la de los migrantes desembarcando en el puerto de Haifa donde consigue asemejar el efecto de la profundidad de campo gracias a la cercanía, al conseguido en grandes instantáneas en blanco y negro. Curiosa resulta también la de las mujeres mirando un puesto de revistas en Jerusalén. Las fotos de Marruecos no consiguió publicarlas como tales debido a motivos políticos, resultando preciosa la de las mujeres encaramadas a la copa de un árbol para ver al sultán Sidi-Mohammed. 1947 fue el año en que, mientras fundaba la MAGNUM viajó a URSS, realizando bellos reportajes junto al escritor John Steinbeck. El uso de filtros, en este caso más verduzcos, lo vemos en esa imagen de niños nadando junto al río Kura en Tiflis (Georgia); son igualmente interesantes la de las trabajadoras de la granja colectiva de Shevchenko, la de los jóvenes turistas visitantes de

la plaza Roja de Moscú o también la de los visitantes a la tuba de Lenin, que emplea con inteligencia el punto de fuga diagonal así como el aire por arriba. Sobrevienen unas fotos deportivas tomadas en Suiza, Austria y Francia, donde el color aporta brillo y humor a la escena. En estos viajes llegó a encontrarse con Billy Wilder o el escritor Peter Wiertel. Resulta curiosa aquella en la que con hielo se construye algo parecido a la barra de un bar; la del esquiador con apariencia chaplinesca junto a una bandera o la genial el escritor Ludwig Bemelmans posa junto a su madre fumando ambos un puro. De la serie noruega destaca la imagen de 1951 de la familia lapona que luce un típico colorido sucio en los trajes. París era por entonces ciudad de moda, de ahí que en dos ocasiones fotografiase a la misma modelo de Dior (primero a orillas del Sena, luego junto a un perro negro en la plaza Vendome,…) así como los pintores de Montmartre, las terrazas de

las cafeterías, la plaza de la Concordia o a los espectadores del hipódromo de Longchamp. De las fotos recopiladas en diferentes rodajes de cine a los que asistió (la mayoría italianas), destaca la de Ava Gardner pintándose los labios en un descanso de «La condesa descalza»; la de Humphrey Bogart y Peter Lorre en el mismo set; la de Ingrid Bergman en Amalfi durante «Te querré siempre» de Roberto Rossellini. Anna Magnani en un rodaje en Roma. O Welles durante la filmación de «La Rosa negra» en Marruecos. Por último, destacar las series más extrañas e inclasificables de Capa, Generación X, la dedicada a Indochina, Roma o Deauville y Biarritz (destacando en esta última la del fabuloso rompimiento de una ola). ~

Capa en color. Sala Picasso, Círculo de Bellas Artes, Madrid. /© Robert Capa International Center of Photography Magnum Photos

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Libros ilustrados. Más que palabras Llega un momento en que uno ya no solo quiere buenos libros. Quiere buenos libros... bien hechos. En este tiempo navideño, tan extraordinario para la lectura y para hacer apostolado de ella, obtener y degustar uno de estos especímenes Lo que no dice el Génesis, que es otro libro, es que Dios creó el invierno para que pudieramos gozar de largas noches al abrigo de una buena lectura. Pero aunque no lo dijera, hay ya toda una religión organizada en torno a esta creencia. He aquí algunos artículos de fe César Rufino {Dautremer y viceversa tiene dos portadas. En una de ellas se ve a una elegante y lánguida jovencita con sombrero y un gallo que pasea bucólica por el campo, A un lado, en letra pequeñita, dice: Que quede claro: hay dos tipos de personas. Las que siempre están como ausentes, vuelan a cien mil pies de altitud y se limitan a soltar respuestas evasivas. Y los realistas. Es obvio que Rébecca Dautremer pertenece a este grupo. Si se le da la vuelta al libro, hay otra portada similar pero en ella la joven está siendo atacada por un ventarrón tremendo, el gallo revolotea alarmado, el bolso hace lo mismo, el campo también y la pequeña inscripción dice: Que quede claro: hay dos tipos de personas. Las que viven ancladas a la realidad, notan la fuerza de la gravedad en cada paso que dan y solo juran por lo tangible. Y los soñadores. Es obvio que Rébecca Dautremer pertenece a este grupo. Entre una portada y otra de este volumen enorme, capicúa y revoltoso publicado por Edelvives aparecen caballos con patines, gorriones motorizados, superhéroes sin máscaras, desfiles de colores, funámbulos, peces de campo, un inglés con bigote, unas botas de siete leguas, reinas con cuernos... Se trata del que probablemente sea el mejor libro ilustrado de entre todos los que pueblan las mesas de novedades de este mes de diciembre. Un prodigio visual que recoge una selección de los trabajos hechos por la ilustradora francesa, para muchos la mejor de su gremio. Un repaso a sus libros, bocetos, proyectos para periódicos, trajes, escaparates, estudios gráficos, intentos de matar el tiempo, dibujos de antes de ir a dormir, recuerdos de un verano en Escocia, cubiertas, carteles, puzles, tarjetas... Si alguien tiene un altar en su casa y no sabe qué ponerle en lo alto, esta puede ser una buena opción. Pero más convendría disponer de una catedral, aunque sea pequeñita, para disponer en sus ca-

Los libros de la Navidad

pillas todos los objetos de culto que las editoriales españolas han lanzado con vistas a la Navidad. Otro que se merece un lugar de honor frente al coro y el órgano es Harry Potter y la cámara secreta, de la editorial Salamandra. Un encantamiento hecho libro. Jim Kay, su autor y el de la primera entrega de la serie –pecado quien no lo haya visto aún– y las que quedan por salir, fue muy inteligente: como supo que era inútil enfrentarse a la iconografía, las fisonomías y la estética extendidas por la serie de películas de cine, lo que ha hecho ha sido inspirarse en ellas pero ir más allá, desarrollándolas, aprovechando las posibilidades que el medio impreso proporciona y reinventando y enriqueciendo esa idea matriz. Es, en sí mismo, otra especie de película. El Callejón Diagón, el sauce boxeador, Hogwarts, Dobby, las criaturas mágicas y hasta los apuntes científicos sobre la mandrágora se exhiben con tal amor por la ilustración que no es de extrañar que Kay, quien por cierto ilustró hace cua-

‘Dautremer y viceversa’ es un repaso a sus libros, carteles, trabajos en prensa, tarjetas, intentos de matar el tiempo... tro años Un monstruo viene a verme, de Patrick Ness, haya recibido ya algún premio por semejante derroche. En el retablo editorial de este invierno sobresale también un título que lleva con él, aparte de su calidad propia, la genética de una estirpe gloriosa: Las XII pruebas de Astérix (Salvat), de René Goscinny y Albert Uderzo. Una reelaboración espectacular basada en el guion de Goscinny para la película homónima que no es un tebeo, sino un álbum ilustrado con otro estilo diferente al de los restantes cómics de la serie: menos dibujos, pero más grandes y vistosos. Tomarse el cafelito y el mantecado mientras se parte uno de risa con las peripecias de los dos héroes galos, enfrentados a la burocracia en La Casa que Vuelve

Entre las pruebas de Astérix está resistir el encanto de las sacerdotisas de las islas del Placer y pasar una noche en la llanura de las apariciones.

Loco e intentando que les entreguen la autorización A38, es uno de los mejores ratos que el consumo de buenos tebeos puede proporcionar a sus devotos. Para los niños, Poemas de la Oca Loca, de Gloria Fuertes (Kalandraka), con ilustraciones de Miguel Ángel Pacheco. Un acercamiento curioso a la autora sin complejos ni reparos que supo meterse en el bolsillo de la poesía a todos los niños de otro modo pánfilos de finales de la dictadura. Estos versos explican, con el desenfado socarrón de la madrileña de Lavapiés, cómo se dibuja una señora, un señor, un niño, un gato, un pollito, una ballena, un castillo, un esquimal, una tormenta, un loro, una jirafa, un paisaje... «Su madre era costurera y su padre portero», explica en el libro Antonio Rubio, uno de los responsables de la selección de los textos. «Ella fue una niña pobre y soñadora. Se inventaba amigas que no tenía, y muy pronto se puso también a inventar versos que sí tenía, a cientos. Creaba imágenes sorprenden-


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insólitos es una forma poco común de felicidad. Las principales editoriales han llenado las librerías con propuestas ilustradas de primera para todas las edades. Estas de aquí son solo unas cuantas de entre las mejores elecciones posibles

‘Piara’ está lleno de olores, de tactos, de luces y sombras, de sonidos. Es un canto a vivir lo real con todas sus asperezas tes, sonoridades saltarinas. Ritmos de vértigo. Y le brotaban las palabras con entrañable música de organillo. Gran parte de su obra se la quiso regalar a los niños». Cuando escriben algo así de un autor, lo único recomendable que cabe es leer todo cuanto haya escrito. También para el segmento menudo de la población, e igualmente de la editorial Kalandraka, es el divertidísimo Míster Magnolia de Quentin Blake. Bonito, brillante, colorido a más no poder, imaginativo, gracioso, alocado, juguetón, lleno de detallitos simpáticos. Parece recién pintado, de lo bien que brilla. En realidad, es una forma de enseñar a contar: una bota, dos primas flautistas, tres batracios que bailan la jota... Tiene ritmo de cancioncilla. Para contar a los pequeños, para leer con ellos y para

En la web de El Correo de Andalucía, elcorreoweb, se puede consultar toda la actualidad editorial en materia de libros ilustrados en España.

reír con los dibujos. Igual que se debe hacer con lo último del autor e ilustrador Iban Barrenetxea: Benicio y el prodigioso náufrago, publicado por el sello A buen paso. De Barrenetxea es altamente recomendable tenerlo todo, porque el hombre es un experto en contagiar el inmenso placer que le causa dedicarse a esto. El tal poderoso náufrago es un señor finolis con cuernos y rabo, de lo cual se deduce parte de su personalidad. Por contra, el pobre Benicio es un tirado de la vida, pescador congénito y pobre a nativitate que, por no disponer de caña, pesca con un palo de escoba del que cuelga un cordón de zapato y un clavo retorcido a modo de anzuelo. Aun así, logra una captura muy gorda. Tan gorda que tiene la posibilidad de pedir tres deseos. Ni uno más, ni uno menos. E ahí el busilis del asunto y la gracia de una obra llena de ironía y de humanidad. Dibujos pretendidamente más toscos y nacidos de las entrañas son los de Patricia Metola para el texto juvenil de Mónica Rodríguez

titulado Piara, de la editorial Narval. Un libro lleno de sensaciones, de olores, de tactos, de luces y sombras, de sonidos. Ultrasensorial, apegado a la tierra, a los elementos, este libro retrata y eleva a la Gloria otra forma de vida tal vez más rudimentaria que la actual, pero también más auténtica y profunda; una existencia basada en el uso de esos sentidos, en el contacto, en la experiencia, en la sorpresa y el hallazgo que aguardan a la vuelta de la primera esquina o del primer arbusto, en el disfrute y paladeo de las distintas horas del día. En lo que nos rodea y nos envuelve, en aquello a lo que pertenecemos y que nos explica. Los animales, la gente, la familia, los niños, la vida y la muerte, la amistad real, los tránsitos naturales de la vida. Piara deja una huella importante y necesaria en chiquillos que se lanzan ya a leer, sin miedo a la extensión de los párrafos. Nórdica Libros, que este invierno ha sacado una cosecha sencillamente deliciosa, destaca también en las librerías con uno de los

indispensables de la temporada: La selección natural, de Charles Darwin, con ilustraciones de Ester García. No hay sorpresas: es el viaje del Beagle y su paseo atónito por la fauna más relevante en los estudios del científico desde su partida del puerto de Plymouth: las conchas marinas de Salvador de Bahía, las luciérnagas y colibríes de Río de Janeiro, el tucutuco de Montevideo, el cóndor y las llamas salvajes de la Patagonia, las tortugas gigantes de las Islas Galápagos, el ornitorrinco de Sidney... Con una tipografía preciosa y grande y unas ilustraciones elegantes que sueñan con ser dibujos de cuaderno de campo, pero refinados y sofisticados por la imaginación y la fantasía. Los editores de Impedimenta se lo han pasado en grande publicando en español La comedia literaria (de Roldán a Boris Vian) de Catherine Meurisse. Un cómic entre gamberro y enciclopédico sobre los escritores franceses que, para que se haga una idea el lector, lleva como portada una versión libre de la carátula del disco de The Beatles de Abbey Road, solo que en vez de ser George, Paul, Ringo y John quienes cruzan por el paso de cebra, son Voltaire, Proust, Flaubert y Moliére. Inteligente, humorístico, instructivo, esclarecedor, ácido y delirante como conviene a todo fenómeno literario. Una obra concebida, como subraya la editorial, tanto para quienes aman la literatura francesa y se saben la fecha exacta del nacimiento de Rabelais como para quienes no conocen otra modalidad de la palabra romance que el día de San Valentín. También para adultos, Astiberri ofrece Stuck Rubber Baby (mundos diferentes), un cómic extraordinario o, por mejor decir, un libro político, como lo define en el prólogo el dramaturgo Tony Kushner. Su autor, Howard Cruse, le echa talento e imaginación a su condición de autor referente del cómic gay y lésbico, aunque este libro está lejos de ser una mera reivindicación, por legítimo que ello sea en su caso. Stuck Rubber Baby, un juego de conceptos intraducible, es sobre todo el bodegón humano y social de una época turbulenta, los años sesenta en el sur de EEUU, con Kennedy de presidente y la lucha por los derechos civiles en su máximo apogeo de pasión y dolor. Una especie de autobiografía fantaseada en la que Cruse, natural de Alabama y reelaborado en el personaje de Toland Polk, muestra, a través de su vivencia personal y de una condición que se empeña en negar bajo la aplastante losa de una educación rebosante de prejuicios y dogmas, esa América del racismo, la intolerancia, la segregación y la sed siempre insatisfecha de solidaridad. ~


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Libros ‘Tangerina’ de Javier Valenzuela y ‘La ciudad de la mentira’ de Iñaki Martínez engarzan con una larga tradición de narrativa dedicada a la ciudad marroquí, una ciudad que sigue imantando a visitantes y lectores

Tánger, el sueño inagotable

De Ángel Vázquez a Rodrigo Rey Rosa, pasando por Mohamed Chukri, Paul Bowles, Ramón Buenaventura o Eduardo Jordá: Tánger sigue siendo ese foco de inspiración que va mucho más allá de la ciudad internacional. Su magnetismo sigue vivo Alejandro Luque {El Zoco Chico, la Librerie des Colonnes, el hotel Minzah, el Café Haffa, el Tingis... Son solo algunos de los iconos de Tánger, rincones que parecen ajenos al paso del tiempo, y que han inspirado incalculables leyendas. No obstante, Tánger se resiste a caer en el olvido, y sigue ejerciendo como reclamo poderoso de los más diversos escritores. Aunque haya perdido en parte los brillos de la ciudad internacional, su magnetismo sigue intacto, y así lo demuestran algunos libros que han visto la luz recientemente en España, como La ciudad de la mentira (Destino) de Iñaki Martínez, o Tangerina (Martínez Roca), de Javier Valenzuela. Ambos autores se dieron cita recientemente en el instituto Cervantes de Tánger invitados por la Fundación Tres Culturas. Todos se reconocen en una tradi-

ción que va de los Viajes por Marruecos de Alí Bey, «el espía que Godoy envía a Marruecos y que nos lega un libro de viajes único», según afirma Valenzuela, al clásico español La vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez, pasando por una interminable lista de autores: William Burroughs, Mohamed Mrabet, José Luis Sampedro, Roberto Arlt, Pierre Loti, Paul y Jane Bowles, Jean Genet, Allen Ginsberg, Larbi Yacoubi, Eduardo Haro Tecglen, Tennesse Williams, Truman Capote, Gore Vidal, Paul Morand, Gerardo Diego... Para Valenzuela, la rama española de esta estirpe de escritores enamorados de Tetuán es Benito Pérez Galdós con Aita Tettauen, «libro en el que el escritor, en una época de exaltación imperial y militarismo, declaraba que si le quitas la lengua y la religión, marroquíes y españoles somos lo mismo», recuerda el periodista y escritor, que se encuentra a punto de entregar a imprenta su segunda novela, Limones negros. Otros hitos fundacionales del tánger literario en español son Imán, de Ramón J. Sénder; El blocao, de José Díaz Fernández; y La forja de un rebelde, de Arturo Barea, obras bélicas de principios de siglo XX que, en opinión de Iñaki «son realmente de anti guerra, pues su discurso es la negación de la guerra al justificar que no llevan a ningún sitio y que no tienen sentido ninguno. Son novelas muy modernas para la época», agrega. Valenzuela también apunta, como paradigmas del Tánger literario

en español, y la Reivindicación del Conde don Julián de Juan Goytisolo, además de un nombre fundamental del medio siglo como Tomás Salvador y su Hotel Tánger, «donde el protagonista es contratado por José Bonaparte para el espionaje, y envenenado con un té por los servicios secretos británicos». «Tánger representa la transgresión y la libertad, y eso fascina» asegura Iñaki Martínez, que en La ciudad de la mentira teje una absorbente intriga de aventureros, amantes, espías y traidores al más puro estilo Casablanca. «Tanger es una ciudad para el género negro», subraya Valenzuela, al tiempo que recuerda que el famoso filme de Michael Curtiz que inmortalizó a Humprhey Bogart y a Ingrid Bergman «iba a llamarse inicialmente Tangier, pero por

El Tánger del siglo XIX, en una imagen de la agencia francesa Levy.

algún motivo cambió al final de ciudad, seguramente porque otra productora tendría registrado el nombre de Tánger para otro filme, que fue estrenado tiempo después con mucho menos éxito». Las visiones tangerinas desde la literatura española han seguido enriqueciéndose en los últimos años con aportaciones como las de Susana Fortes (Fronteras de arena), Sergio Barce (La emperatriz de Tánger) o Rocío Rojas Marcos (Carmen Laforet en Tánger), probablemente la más exhaustiva estudiosa de esta bibliografía tangerina, sin olvidar títulos esenciales como El año que viene en Tánger, de Ramon Buenaventura; sendos libros de Lorenzo Silva, El nombre de los nuestros y Del Rif al Yebala; Antonio Lozano con sus novelas Harraga y Un largo sueño en Tánger; Mimoun, de Rafael Chirbes; o La kabila de Tzen de Carlos Santiago, así como obras de Rodrigo Rey Rosa –secretario de Paul Bowles– como La orilla africana, El cojo bueno o la más reciente Fábula asiática. Y cómo no, Mohamed Chukri, el gran maldito, el escritor de la calle que, con la inestimable ayuda de Bowles, logró culminar una obra en la que destacan títulos como los autobiográficos El pan desnudo y Tiempo de errores. «En Tánger encuentran su patria los que nunca la han tenido», asevera Javier Valenzuela, quien cree que esa hospitalidad ha acabado siendo una de las señas de identidad de la ciudad, un atributo nunca rentabilizado lo suficiente. «Marruecos debería asumir que Paul Bowles o Jean

«En Tánger encuentran su patria los que nunca la han tenido», afirma Valenzuela

Iñaki Martínez y Javier Valenzuela, la pasada semana en Tánger.

Genet son patrimonio marroquí, como en Granada encontramos por todas partes referencias a los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving», añade. Preguntados por El Correo de Andalucía acerca de la mirad excesivamente eurocéntrica de estas obras, y echando de menos novelas escritas desde el punto de vista del marroquí y no del extranjero, Iñaki Martínez responde «que sería un reto importante y muy difícil», mientras que Valenzuela opina que «al final todos los seres humanos buscan lo mismo: cubrir necesidades básicas, aspiraciones ideológicas igual de básicas (igualdad, libertad, justicia...), y el amor, que no cambia nunca y es un sentimiento tan loco como universal». Amor, cuando no pasión irrefrenable, es lo que sigue suscitando Tánger, misteriosa, cercana, canalla, sabrosa, excitante, cosmopolita, genuina, inspiradora, adictiva. Una ciudad que nunca duerme, un sueño que no se agota. ~


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Poesía En Gaiman, las tradiciones no se están perdiendo. Todo lo contrario. Son muchos los galeses que viajan hasta allí para conocer la lengua que sigue manteniendo estructuras parecidas a las que siempre tuvo. El viaje de Concha García sirve para acercarnos a la Patagonia, un lugar desconocido y lejano en el que la poesía no ha perdido espacio

Allá en la Patagonia Concha García {Gaiman es una pequeña población de la Patagonia argentina, a orillas del río Chubut, que desemboca en el océano Atlántico a 17 kilómetros de Trelew –ciudad que se alzó contra los militares argentinos en 1972–. Hay una excelente película de Mariana Arruti titulada Trelew. La fuga que fue masacre. La historia de ambas poblaciones es muy curiosa; en 1865 llegó a sus costas un buque llamado Mimosa ocupado por un grupo de galeses que buscaban un terreno deshabitado para fundar la Nueva Gales, sin presiones de la corona ni de otras iglesias, seguir sus propias leyes y costumbres sin ser molestados. No eran ni aventureros ni buscadores de oro, ni nómadas, ni cazadores. Eran galeses y querían que se respetara su religión y su lengua así como sus costumbres. Respondiendo a una oferta del gobierno argentino que donaba tierra a cambio de colonizar la región. El primer contingente arribó a las aguas frías del Atlántico y se alojó en cuevas hasta que decidieron bajar por el Valle y encontraron un lugar al que llamarían Gaiman, que en idioma tehuelche significa «punta de piedra». Un segundo contingente de galeses arribó en 1874. La región estaba habitada por indios mapuches, pampas y tehuelches, que se relacionaron muy bien con los galeses, intercambiando productos como pieles o carnes. He estado hace poco en Gaiman con la poeta Liliana Campazzo, de camino a Comodoro Rivadavia, donde se celebraba un encuentro de poetas de la Patagonia. La ciudad está llena de iglesias y de casas de té con placas metálicas que se bambolean por el intenso viento que hay en aquellos parajes. Ofrecen tartas con fruta, scons, pan casero, tortas negras galesas y exquisito té, todo ello colocado sobre un blanco mantel. La población rompe los esquemas por lo conservado que está el pueblo lleno de casas bajas de madera, jardines cuidados, arboledas y lomas distantes en medio de un valle rodeado de desierto. En Gaiman hay una librería llamada Un amor diferente donde la poeta Giovanna Recchia nos recibe. Cuenta la historia de la celebración poética que se hace cada año desde que en 1874 se celebrara el primer Eisteddfod, que en galés quiere decir «estar sentado». Durante tres días se celebran cantos, música instrumental, danza, poesía y distintas disciplinas del arte en galés y

Gaiman está llena de iglesias y de casas de té con placas metálicas que se bambolean por el intenso viento. / El Correo

castellano. Hay pequeños Eisteddfod en las localidades galesas del valle del rio Chubut, en cualquier época del año, antes era en primavera. Se realiza uno en Trevelin –cordillera- y otro en Madryn. Se puede ganar una corona de plata o corona del Bardo. Así me cuenta la poeta Graciela Cros cómo recibió su corona: «Mi seudónimo era Druida. El maestro de ceremonias preguntó por tres veces, a viva voz, al salón colmado de gente, si estaba allí presente «Druida», yo ardía en deseos de saltar al primer llamado que el oficiante hacía desen-

vainando una espada gigante como la del Rey Arturo, y la desenvainaba un poco más a cada llamado. Al tercero me paré en el centro del pasillo, al fondo del salón y respondí que sí, que estaba presente, tal cual me lo habían indicado. Y fui invitada a acercarme al escenario por dos pajes que traían en almohadones de terciopelo una corona pesadísima, como sería la de Arturo, y una toga, delante de mi paso dos niñitas arrojaban flores a la alfombra por la que yo avanzaba a paso lento. /…/ Luego me senté en el sillón del Bardo, enorme

y trabajado en madera, imponente». Giovanna me deja sentar en el sillón que había construido su abuelo, ganado por su abuela poeta, Irma, por el mejor poema escrito en galés en el año 1987. La silla es recia y algo incomoda, labrada artesanalmente, pero hermosa. La construyó un carpintero del valle con madera de un nogal seco. Me dice que la tradición no se está perdiendo, todo lo contrario, muchos galeses viajan cada año a Gaiman para conocer la lengua ya que no ha sufrido tantas transformaciones. Los bardos eran respetados por sus conocimientos y amados por su poder de entretenimiento. Los trataban con grandes honores en los Castillos de los nobles, en forma especial en Gales e Irlanda. Giovanna es rubia y de ojos claros, su aspecto desde luego da pistas de que su origen es en parte celta ya que también tiene ascendencia italiana. En una de las sillas hay grabada una inscripción que dice en galés gorau arf-arf dysg, cuyo significado es: la mejor arma es el arma del saber. Si alguna vez recorren esas tierras no dejen de entrar a Un amor diferente, una librería donde se mantiene la honestidad colaborando a que libros estén presentes, libros que relatan las historias que se cruzan en aquellos territorios de los que prometo seguir hablando. ~


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Cuento de Navidad Leocadio es un hombre mayor. Ni siquiera tiene oportunidad de renovar su permiso de conducir. Vive en Tarifa, solo, con la nevera vacía, sin nadie cerca que le pueda llorar si llega a faltar. Sin embargo, la vida siempre da oportunidades inesperadas.

Naúfragos

Julia A. García Ilustraciones: Julio Visconti {El doctor miró a Leocadio con lástima sincera. No hizo falta hablar porque todo estaba claro; no se podía prorrogar el carnet de conducir al anciano que llegó confiando que todo sería como siempre había sido: unas letras en la pared, un volante de mentira y un tonto jueguito. Pero nada fue lo mismo esa vez: su pulso tembló, la vista estaba nublada y no recordó cómo usar los mandos para dirigir la bolita en la pantalla. La recepcionista observó recelosa al viejo que no se marchaba. Permanecía arrugado en el sofá de la salita de espera, como si esperara que todo fuera un mal sueño. La mujer no tuvo corazón para echarle, pero anduvo inquieta por los destellos de rabia que veía en sus ojos, cada vez que entregaba papeles de renovación a un afortunado. Cuando llegó la hora del almuerzo, no hubo conflicto: El hombre se despidió caballerosamente y se alejó tristísimo por una callejuela de Tarifa. Leocadio lloraba por dentro. No

África vista desde Tarifa. / Acuarela de Julio Visconti Merino

volvería a pisar el acelerador de su «dos caballos» ni disfrutaría el aire zumbando por las ventanillas. De la noche a la mañana se había convertido en un miserable peatón y se detuvo junto a su leal compañero a motor para despedirse. Estaba aparcado justo en la entrada del arco y sintió ternura al acariciar su chapa colorada, plagada de cáncer de salitre. Dejó la llave sobre el capó y rezó un padrenuestro mientras regresaba por el camino de la playa, rogando que alguien se atreviera a robarlo y así se ahorraba la grúa. Se demoró en un chiringuito observando el mar. Al atardecer regresó y le pareció su hogar más decrépito que nunca. Un yogur pasado de fecha fue lo único que encontró en la nevera, pero se lo tomó de todas formas. Todo está caducado –pensó Leocadio– sobre todo yo. Tras la frugal cena se asomó al balcón. El único lujo que disfrutaría hasta el final de sus días serían las vistas extraordinarias de otro continente. El estrecho estaba en calma y la noche se tragaría pronto las cumbres de África. Escuchó las olas rompiendo con fuer-

za y le consoló saber que seguirían allí cuando él se hubiera marchado. De improviso una luz se hizo visible sobre la arena. Parecía una linterna y se movía cerca del agua. Aguzó la vista y observó la claridad oscilante hasta que desapareció tras unas rocas cercanas a su casa. Escuchó un lamento que le heló el corazón. Continuó oyéndolo a intervalos y parecía que algo se ahogaba; como si alguien sofocara el llanto de una boca desamparada. A Leocadio no le fue difícil decidirse a bajar. En su vida no quedaba nadie y como nadie le lloraría se sintió valiente sin proponérselo. Pensó que lo peor que podría ocurrirle sería morir a manos de un desaprensivo. Imaginarlo le alivió; si sucedía se estaría ahorrando la decisión de hacerlo por si mismo, pero se puso el abrigo por si acaso arreciaba.

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Felisa escuchó el timbre y se sobresaltó. Se asomó a la mirilla y vio a su vecino mirándola fijamente. Nunca antes llamó a su puerta a pesar de que se habían hecho viejos entrando

y saliendo por el mismo descansillo. Dudó si abrir, por lo avanzado de la hora, pero la curiosidad fue más fuerte que el pudor. Leocadio apenas supo explicarse pero no hizo falta; ella reconoció los síntomas del que pide socorro y le siguió dejando su puerta abierta. Sobre una colchoneta en la destartalada cocina desconocida vio un muchacho que tiritaba de frío y deliraba. Su piel era oscura y apenas debía cumplir catorce o quince años. La mujer comprendió que su colindante no estaba preparado para semejante asunto y se puso manos a la obra sin hacer preguntas. Entró y salió frenéticamente de las dos moradas y las mantas de Felisa cubrieron las de Leocadio sobre el cuerpo inerte del africano. El hombre, que era niño todavía, se despertó y se enredó en las sabanas limpias de ella llorando de fiebre sobre el desvencijado colchón de él. Felisa llevó alimentos a la nevera vacía de él y optó por tirar a la basura la montaña de analgésicos pasados de fecha que encontró en los cajones. Los dos vecinos se preguntaron muchas veces como habría llegado,


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Cuento de Navidad Algo ocurre y lo anodino escapa. Leocadio ve cómo el mundo estalla a su alrededor para brindarle un escenario en el que sentirse vivo. Tal vez más vivo que nunca al poder regalar parte de lo que es a otros que parecían no estar

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pero no encontraron restos de naufragio ni papeles que testimoniaran su origen. Le velaron como a un hijo y durante ese tiempo olvidaron cerrar puertas en el descansillo solado de terrazo que los separaba al final de la empinada escalera. Una mañana el africano se levantó fresco y sonrió a los que le observaban en sendas sillas de formica. El monólogo desenfrenado del chico, que no entendieron, fue el principio de una nueva vida para los tres. Le bautizaron José para que pudiera pronunciarlo y la alacena de Leocadio permaneció espléndida para alimentarle durante los meses que el muchacho tardó en alcanzar una altura vertiginosa. El chico se hizo adicto a las tortillitas de camarones y devolvía favores fregando a todas horas. En sus hogares ya no hubo silencio, porque canciones y frases en un

idioma desconocido sonaron sin descanso. Poco a poco, los octogenarios aprendieron a abrazarle y el muchacho a dejarse besar y también a balbucear palabras que aprendía de los improvisados padres. Leocadio le enseñó a pescar y el oficio de las chapuzas mientras Felisa lo acogía en la cocina para desentrañar juntos el arte de la buena mesa hecha de sobras. Cuando José aprendió a hablar, Felisa lo llevo de la mano hasta la ciencia de la lectura y la escritura. Una mañana de agosto José los invitó a gambas en un chiringuito atestado de la playa. Les contó que había encontrado trabajo estable en una obra de Cádiz y Felisa protestó porque sus papeles aún no estaban en regla, a pesar de haberse tragado los ahorros de las dos casas. José arguyó que al constructor no parecía impor-

tarle y que a él le preocupaba poco y se despidieron deshechos en lágrimas. Le vieron marchar hermoso; como un dios incongruente en el autobús de línea. Cuando le perdieron de vista, regresaron. Ascendieron por las escaleras del bloque de pisos sin ascensor, en un silencio que les dio vértigo. Nada se dijeron al llegar al descansillo porque, no estando el chico, no había mucho que hubieran aprendido a contarse. Las puertas se cerraron y la nevera de Leocadio volvió a estar tan vacía como silenciosa la casa de Felisa, pero ninguno llamó a la puerta del otro: Leocadio porque no sabría cómo decir que la amaba y además se estaba quedando ciego; Felisa porque una mujer no debe dar el primer paso y además empezaba a notar un cierto vacío en sus recuerdos recientes.

Puerta Tarifa. / Acuarela de Julio Visconti Merino

Felisa y Leocadio se echaron de menos y lo arreglaron tomando la costumbre de citarse los jueves en un banco de la calle. Felisa lo anotaba en una hoja que colgaba en el espejo del baño para no olvidarlo y lograba acudir a casi todas las citas; Leocadio contaba los días con cruces en el calendario. Al llegar, charlaban animadamente, comentando escenas en las que lo imaginaban regresando. Después ella leía en voz alta las cartas que José enviaba y los ojos de Leocadio no podían ver y él repetía lo leído tan pronto lo escuchaba porque sabía que ella acababa de olvidarlo. Cada Nochebuena cenaban juntos, para que el chico los encontrara reunidos si aparecía. Una de esas noches de villancicos, cuando ya no lo esperaban, un gigante de piel oscura llamó a la puerta y se precipitó sobre ellos. Los apresó en un abrazo y los levantó del suelo provocando las lágrimas de Felisa, que iban y venían porque olvidaba y recordaba todo en uno. Leocadio, por su parte, palpaba el rostro querido con la misma ternura y asombro con la que el joven acariciaba el suyo roto de arrugas. El hombre de hierro blandito bajó a Felisa por las escaleras, en volandas, y Leocadio los siguió como pudo, hasta un vehículo aparcado en la acera. José tocó el claxon, metiendo una mano por la ventanilla y Leocadio recorrió con sus manos la chapa colorada de su antiguo compañero a motor. —No podré conducirlo. —Dijo Leocadio, con la sonrisa vacía de dientes— Pero me alegra que seas tú el que lo haga. —Me hablaste tanto de este Renault que no podía volver hasta encontrarlo. —Respondió José satisfecho— vamos, montaos, le daré caña al acelerador. Felisa se acomodó en el asiento trasero como por instinto y Leocadio lo hizo a su lado sin ponerse el cinturón. Cuando cogieron velocidad, por la carretera paralela a la costa, la luna los iluminó y el anciano recibió la brisa sobre su rostro; se sintió joven otra vez, fuerte como el hombre que empieza a vivir. Fue entonces cuando sacó una de sus manos por la ventanilla abierta, para que luchara contra el aire del estrecho, con Felisa acurrucada en su hombro. Le susurró al oído que la quería con toda el alma y por un instante ella lo entendió. Tomó la mano de él, sumergida en un amor intenso, como el primero. Segundos después olvidó y retiró la mano asustada. El repitió el susurro y ella lo reconoció para otra vez olvidar. Leocadio tuvo la certeza de que lo suyo sería un amor eterno que empezaría con las mismas palabras cada vez; un sentimiento siempre nuevo; una de esas emociones que siempre parecen nuevas y no caducan. José lo veía suceder por el retrovisor y alargaba el tiempo, conduciendo despacio hacia ninguna parte. ~


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Arte Antonio Barragán de las Cuevas, Ángeles Garrido y Marta Barragán de las Cuevas, son los artistas que exponen su obra en el Alcázar de Sevilla. Son padre y marido, madre y esposa, e hija. Una familia que desde una percepción de cada uno de sus

Tres mundos encantados José Carlos Ruiz-Berdejo {En el Alcázar de Sevilla, hasta el 31 de Diciembre, está abierta al público la exposición de pinturas de tres artistas: Antonio Barragán de las Cuevas, Ángeles Garrido y Marta Barragán de las Cuevas, cada uno de ellos con su propia personalidad y su estilo. Son obras de extraordinaria belleza que se ofrecen a la mirada del visitante con un hilo conductor que las une y las contrapone a la vez, casi en una competición entre imágenes afines y diferentes. Lo más sorprendente es que los tres artistas constituyen una misma familia que respira y emana to-

Padre, madre e hija; autores de las pinturas que se pueden disfrutar hasta el 31 de diciembre en el Alcázar de Sevilla.

da la luz de la pintura en sus diversas y armoniosas expresiones, son partes de un conjunto, como solistas de una orquesta de luces, que tienen su propio sonido y su mensaje, pero que, en un concierto, interpretan juntos un himno común a la belleza de los paisajes y de los objetos que alumbran con reflejos diferentes. Miguel Florián dice que «la pin-

Obras de gran belleza que se ofrecen a la mirada con un hilo conductor que las une

tura de Antonio Barragán de las Cuevas nos ayuda a despertar la mirada o remirar un universo nuestro habitado por la luz cierta del alma enamorada de las cosas...». Son cosas de nuestra tierra andaluza y española, en esos lienzos los colores que grabamos en la mente, desde la infancia, y se suavizan de una patina mágica, un matiz apaciguador que cubre desde los campos de la Vega de Carmona, un mar de verde, hasta ese otro mar azul del océano, que en el Coto de Doñana se confunde con las arenas inundadas por la espuma. En los ojos de Antonio está su

tierra onubense mezclada y hermanada con la sevillana en ese cosmos luminoso que contiene el frescor del agua de los ríos y del mar y el calor de la tierra de Andalucía. Cada cuadro nos permite vivir una experiencia diferente, nos transmite mensajes llenos a la vez de vehemencia y serenidad en los que desearíamos integrarnos para convertirnos de espectadores en personajes de los escenarios hermosos, vibrantes y, sin embargo, sosegados que representan. Al lado de las numerosas bellísimas obras de Antonio, podemos contemplar las de Ángeles Garrido,


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Arte miembros logran generar un corpus coherente y unido por un hilo conductor que, desde la sensibilidad invisible, une las obras. Distintos puntos de vista para una realidad pegada a Andalucía, a España entera

su esposa, que tiene su propia dimensión artística y ha conseguido importantes reconocimientos por sus pinturas. Fernando Iwasaki dice que «Ángeles Garrido alumbra con su candil los trastos de una casa remota y hechiza la cacharrería con hebras de sol y briznas de luna.... La vida de sus naturalezas muertas es un prodigio de su mirada y la prodigiosa vida que recrea es una mirada hecha naturaleza: océanos de trigo, cereales marinos, alhajas de fruta y bodegones sensuales. Esas magias leves que el arte intuye...». Pues Ángeles consigue darle calor a la frialdad del realismo. En las frutas, y las cerámicas de sus bodegones así como en sus paisajes, cuidadosamente dibujados, se añade esa luz del alma que las imágenes casi fotográficas no saben reflejar.

Los pinceles de Ángeles iluminan de energía vital lo inanimado, saben llenar de dulzura los objetos y las imágenes que reproduce fielmente, pero añadiéndole los matices de su delicada y romántica percepción de la realidad. Con las obras de Antonio y Ángeles, están también las de su hija Marta, que siente, casi por una transmisión genética las mismas emociones estéticas de sus padres y las transforma, dándoles un toque onírico y encantado, interpretando y desdibujando esa realidad que sus pinceles dominan con perfección. Tiene su estilo propio, inconfundible, con una personalidad artística en la que se manifiesta su juventud y vitalidad. Marta Barragán consigue fundir lo material con la imaginación sacrificando a veces los horizontes

Muestra que merece la pena, porque ofrece itinerarios en tres mundos encantados limitados que pueden ver sus ojos para llenarlos de infinito en una dimensión más espiritual que percibe y sabe transmitir. Dice de ella Octavio Gil Tamayo: «De las manos de Marta Barragán de las Cuevas surge una pintura fresca que transmite la sensación de abrir una ventana a un mundo plasmado tal y como la artista cree que debería ser...». Es el mundo interpretado a través de lo que ella siente y de lo que ella sueña, pero sin franquear las barreras de la abstracción y reflejando con maestría y resolución esa realidad concreta que se es-

conde detrás de las neblina de lo indefinido. Siempre es gratificante el viaje en el tiempo y en la historia que supone atravesar las puertas del Alcázar desde el Patio de Banderas y este Trío de Color que se exhibe entre sus antiguos muros le añade vida y belleza, dejando impregnado el visitante de aromas de campo, espumas de olas, y perfumes de frutas que se funden al salir con la bella y siempre nueva imagen de la Giralda. Es una exposición que merece al pena conocer y disfrutar porque nos ofrece itinerarios en tres mundos encantados, muy diferentes entre sí pero con un intangible denominador común. En Trío de Color tres universos pictóricos se funden en el amor que une a tres extraordinarios artistas. ~


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Atelier de músicas El joven y ambicioso Ensemble Container estrenará en Badajoz en enero obras de autores como Simon Steen-Andersen y Stefan Prins, auténticos ‘enfants terribles’ de la música de nuestros días

Recomendaciones

CONTEMPORÁNEA

Renaud Capuçon / Obras de Rihm, Dusapin y Mantovani / Erato

El violín de hoy ante la gran orquesta

Entre lo acústico y lo híbrido, larga vida a la música expandida Ismael G. Cabral {A veces suceden cosas sorprendentes. Los próximos días 9 y 12 de enero, Badajoz se convertirá, por dos noches, en la capital española de la música de vanguardia. Así. Tal cual. En este hito deberemos citar al Centro Nacional de Difusión Musical, también a la Sociedad Filarmónica de la ciudad pacense pero, sobre todo, el mérito es de los músicos del Ensemble –ellos lo llaman plataforma– Container. Con una vida musical discreta y con un ciclo de música contemporánea escorado –salvo excepciones– hacia lo académico, lo que estos músicos proponen en Badajoz son dos sesiones musicales dignas de urbes como Viena, París, Witten o Donaueschingen, por citar lugares con cenáculos donde la música más arriesgada tiene raíces poderosas. «En España la música contemporánea tiene pocos lugares de difusión y cuando se ofrece a menudo se olvida mucha de la que suena más allá de los Pirineos», dice el percusionista Roberto Maqueda, director artístico del proyecto junto con Carlota Cáceres, músicos ambos nacidos en la ciudad del Guadiana y... obviamente –por sus dedicaciones– residentes en otra algo más lejana, la suiza de Basilea. «Tocar música de hoy en España es difícil, pero po-

dríamos hablar de varios niveles», indica Maqueda. Porque no es lo mismo proponerle a un programador tocar a György Ligeti o Pierre Boulez –pesos pesados de la modernidad del siglo XX– que apostar por jóvenes y transgresoras voces como Stefan Prins o Simon Steen-Andersen. «Me entusiasma tocar a creadores como estos, y es una oportunidad única poder presentar su músi-

«Es más difícil convencer a un programador de tocar a Prins que de interpretar a Ligeti» «Hay mucha música más allá de los Pirineos que jamás se escucha en España» ca, vigente en los más importantes festivales europeos, en España y en Badajoz», reconoce. Ambos músicos se han implicado además con los músicos del Container, trabajando mano a mano sus partituras. «Creo que la evolución de la música pasa porque no existan fronteras entre lo acústico y lo electrónico. Stefan Prins [de quien tocarán Ge-

La plataforma Container cobija a numerosos intérpretes comprometidos con la música de vanguardia y con total movilidad geográfica.

neration Kill, para percusión, guitarra eléctrica, violín, violonchelo, cuatro operadores de PS4, vídeo y electrónica en vivo] habla de música híbrida, como ya podemos hablar de cuerpos híbridos; personas que podrán tener en el futuro próximo una mano biónica sin que la sociedad repare en ello, porque la integración de lo externo en el ser humano es algo imparable», reflexiona el responsable de Container. Esa mezcla de lo acústico y lo híbrido, esa colisión entre los elementos musicales y el ruido; esa bienvenida al detritus sonoro de la sociedad contemporánea ha venido en llamarse «música expandida», un término que cada día se hace más adecuado para ayudarnos en el etiquetado de ciertas propuestas sonoras. Junto a los compositores citados, en esta dos asombrosas noches musicales pacenses –que precisan de un último empuje, para lo que se ha activado una campaña de micromecenazgo en la web Indigogo– los muy especializados músicos que participan y alimentan esta novísima plataforma experimental también interpretarán partituras de compositores valientes, de aquí y ahora en biografía y estética, como Alberto Bernal, Jessie Marino, Michael Maierhof y Natalia García Iglesias, entre otros. ~

I. G. Cabral {El violinista Renaud Capuçon atesora en esta nueva grabación tres obras actuales a él dedicadas. Sobresale la tormentosa Aufgang, de Pascal Dusapin, de gran potencia expresiva. El programa, no obstante, se escora hacia cierta convencionalidad, primando el virtuosismo sobre otras consideraciones musicales. Wolfgang Rihm hace funcionar en piloto automático el concierto Gedicht des Malers; y a Bruno Mantovani solo parece preocuparle lo pirotécnico en Jeux d’eau. ~

EXPERIMENTAL

Sergio Merce / be nothing / Wandelweiser Records

De cómo disolverse en la escucha I. G. C. {Su título nos pone sobre aviso: be nothing (no ser nada). El saxofonista argentino Sergio Merce compone esta larga pieza mediante silencios prolongados e intervenciones instrumentales distorsionadas por una electrónica analógica. Hay algo de ambiental en su propuesta, pero las fracturas sonido/silencio agitan paulatinamente una atmósfera enrarecida, con sonidos palpitantes; paulatinamente sentimos, en la soledad de la escucha, como si nos disolvieramos en la pieza. ~


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