Sábado, 3 de junio de 2017 Nº 141 @aladar_cultura
Golpear con una corchea Entrevista al florentino Roberto Innocenti
‘El gallo de oro’, ópera de Nikolái Rimski-Kórsakov, demuestra que el arte existe, entre otras cosas, para dibujar la realidad, criticarla y corregirla, tanto como sea necesario.
Recuerdos del siglo XX con Nicolás Salas
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Ópera
La ópera podría considerarse como algo inofensivo, una forma de diversión muy superficial reservada a un grupo reducido de espectadores. Y no es así. Esta de Nikolái Rimski-Kórsakov resulta ser una crítica ácida, durísima con una forma de gobernar y una
Las notas incisivas Gabriel Ramírez Lozano {La función que se programa el domingo tiene la particularidad de comenzar dos horas antes de lo que es habitual cualquier otro día. No se puede uno librar de los horarios que impone un puesto de trabajo y, por esta razón, salvo los domingos, el Teatro Real cede hasta las ocho de la tarde para que tengamos tiempo de llegar. Y, esto que podría parecer un detalle sin importancia, permite al espectador disfrutar de la ópera que toque y de un Madrid chispeante, precioso. Antes de entrar y al salir. Los niños subidos en los columpios de los jardines que se encuentran frente al Palacio real parecen no moverse. Antes de entrar y al salir. Ni los padres que hablan entre ellos, ni los turistas que fotografían el Madrid más monumental. La ópera parece detener el tiempo fuera del teatro. El arte, sea como sea que se manifieste, logra que los relojes avancen en la muñeca propia y casi se detengan para esperar con el ritmo de la siega en las muñecas de los que están ajenos a lo que te sucede. Creo yo que lo mejor es decir las cosas con rapidez: la producción que presenta el Teatro Real de Madrid, en coproducción con el Théâtre Royal de la Monnaie de Bruselas y la Ópera National de Lorraine, es espléndida. El Gallo de Oro es una ópera que se soporta en una partitura preciosa y que cuenta con un libreto más que divertido. Incluso gamberro en algunas zonas expositivas. Si a eso se le añade que la puesta en escena que plantea Laurent Pelly rebosa inteligencia por los cuatro costados, que la dirección musical de Ivor Bolton es minuciosa, entregada y necesaria para que la Orquesta y el Coro Titulares del Teatro Real saquen lo mejor que llevan dentro y nos lo regalen sin cicatería alguna y que los cantantes se colocan a un nivel muy alto (también desarrollando el arco dramático de sus personajes), tenemos una ópera especialmente agradable. Dmitry Ulyanov, encarnando al Zar Dodón, logra defender lo suyo con solvencia. Lo mismo podemos decir del resto del reparto, pero es Venera Gimadieva la que destaca sobre los demás. La partitura invita a que sea así. Durante el segundo acto, en el que se mezclan tonalidades de la música tradicional rusa y del Asia oriental, Gimadieva, sin tener una voz descomunal aunque muy bien sustentada en unos tonos
El escenario se convierte en un espacio yermo como lo fue la Rusia zarista. / Javier del Real
medios melodiosos y con matices interesantes, sí acierta a compensar la voz con el lenguaje corporal más sensual. Y sería injusto no señalar lo bien que lo hacen Frantxa Arraiza (bailarina disfrazada de gallo) y Sara Blanch (cantante). El escenario representa lo que fue una época de la historia de Rusia. Piedras negras en el suelo. Y ya está. En eso se había convertido el imperio de los zares. La crítica es demoledora y todo lo malo que puede presentar un hombre poderoso que tan solo es capaz de pensar en sí mismo, aparece en la ópera de Rimski-Kórsakov. Estupidez, desidia, pereza, egolatría, avaricia… No falta nada. Laurent Pelly entiende muy bien lo que quiso decir el compositor y no duda en utilizar todos los elementos necesarios para dejar claro que el pueblo tiene buena parte de culpa y para ello organiza un tránsito del coro que va como anillo al dedo a lo que se dice en la propia partitura. Tan solo en un momento concreto hace retroceder al coro para colocar a sus componentes en el mismo sitio un instante después sin demasiado sentido. El resto es impecable. Como no podía faltar de nada, entre los actos II y III, el propio Ivor Bolton se sentó frente al piano y, acompañado por una violinista maravillosa (no conocemos el nombre de esta mujer) nos agasajó con unos arreglos de Zimbalist y Kreisler que llegaban desde la propia ópera de Nikolái RimskiKórsakov. Al salir del Teatro Real, los relojes de todo el mundo se acompasaron. Era de día aunque el sol ya escapaba por la parte de atrás del Palacio Real de Madrid. Y los niños seguían intentando hacer figuras de arena improbables. Sin saber que justo a cien metros de donde estaban jugando se había producido un hecho muy extraño: alguien había casi parado el reloj de papá y mamá. ~
La producción de ‘El Gallo de Oro’ en el Teatro Real es espléndida Es justo señalar lo bien que lo hacen Frantxa Arraiza y Sara Blanch
Olesya Petrova (Amelfa). / Javier del Real
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forma de rendir pleitesía. Estupenda producción del Teatro Real de Madrid. Por otra parte, el pasado sábado, se pudo disfrutar de un excelente recital de Diana Damrau que se arrimó al trabajo del compositor alemán Giacomo Meyerbeer Recital
Estupenda producción la que presenta el Teatro Real de Madrid de la ópera ‘El Gallo de oro’. / Javier del Real Diana Damrau. / Javier del Real
DIANA DAMRAU Y GIACOMO MEYERBEER Giacomo Meyerbeer nació en Alemania aunque desarrolló su carrera artística en París. De hecho, la grand opéra francesa le debe una parte de lo que es a este compositor. La admiración de Meyerbeer por Rossini y su relación con Richard Wagner, marcarían su trabajo definitivamente. Diana Damrau se subió el pasado 27 de mayo al escenario del Teatro Real de Madrid para hacer un recital de buena factura centrándose en la obra de Meyerbeer. Nobles seigneurs, salut, aria de Les huguenots o Sulla rupe triste e sola, aria de Emma di Resburgo, son dos ejemplos de lo que interpretó Damrau, una soprano de coloratura que además de manejarse perfectamente con los sobreagudos, enseña tonalidades preciosas a lo largo de todo su registro. Por otra parte, la soprano hizo un esfuerzo importante
para acompañar su voz con un lenguaje corporal cercano a la interpretación. Resultó un concierto francamente agradable en el que se pudo comprender un entorno en el que Meyerbeer trabajó, porque entre cada aria de Damrau, la Orquesta Titular del Teatro Real interpretaba distintas piezas del propio Meyerbeer, de Gioachino Rossini, Louis Joseph Ferdinand Hérold y Richard Wagner. Fue Francesco Ivan Ciampa quien dirigió la orquesta con acierto, cierto ímpetu y delicadeza. En definitiva, si ya gustó Diana Damrau, el año pasado, con su interpretación en I Putitani, esta vez ha dejado claras dos cosas: no fue algo aislado o una casualidad y hay que seguir los pasos a esta soprano porque el potencial que despliega no es poca cosa.
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Libros ilustrados. Más que palabras
Antes de la guerra, Roberto Innocenti no conoció nada. El hambre, la escasez, el miedo y la muerte fueron los cuatro elementos que forjaron esos primeros años de existencia que difícilmente podrían llamarse infancia. Solo después comprendería
«Sin cultura, el pueblo puede volver a ser plebe» Autor de álbumes inolvidables, el ilustrador italiano Roberto Innocenti se asoma con preocupación al estado actual del arte y del mundo, en unas sociedades incultas y desmemoriadas que premian la rentabilidad por encima del talento César Rufino {Reconocido y valorado como un galáctico de la ilustración en todo el mundo civilizado menos en su país, el florentino Roberto Innocenti ofrece, a sus 77 años, la estampa de serenidad del hombre que llegó a ser lo que soñaba, ayudado por esa suerte que se suele poner de parte de los pertinaces. En un momento que él describe como «de profundo desánimo», llamó a su puerta Étienne Delessert, que es como si uno quiere trabajar en el cine y aparece en el rellano Spielberg. No fue casualidad: Innocenti llevaba tiempo abonando su destino a base de decir que no cuando había que decir que no. Como explica en El cuento de mi vida (Kalandraka, 2014), acababa de dejar su empleo en una imprenta donde ya se habían olvidado de crear y simplemente intentaban sobrevivir vendiendo «más sudor que trabajo». Él les dejó una nota: «Me voy fuera, y fuera llueve. Sueldo no tendré, pero creo que antes o después también lloverá aquí dentro».
Los editores americanos de Creative Editions comprendieron que estaban ante un fuera de serie, y ahí comenzó a desarrollarse la ya exitosa carrera profesional del toscano. De ella han surgido obras memorables: Las aventuras de Pinocho, Canción de Navidad, La casa, La historia de Erika, La niña de rojo... amén de carteles y otras obras. En sus láminas, Roberto Innocenti concede a los escenarios el rango de personajes. Uno se queda hechizado, maravillado ante el espectáculo de los paisajes, las plazas, las casas y los pueblos que pinta con sus acuarelas. De cada una de esas ilustraciones se podría escribir una novela excepcional. Ahora, con el trabajo de intérprete de Lola Barceló, de la editorial Kalandraka –el sello que ha publicado en España todos los grandes títulos de este autor–, el artista gráfico, que concilia ese talento suyo para la pintura con el de ser políticamente incorrectísimo, cuenta a este periódico algunas verdades de su oficio y un par de cosas sobre la
cultura que todo el mundo debería escuchar. —¿De dónde procede ese amor suyo por el contexto, por los ambientes? ¿Tiene que ver con su infancia, con sus recuerdos de los años de la guerra, o es simplemente una preferencia estética? —Con la escritura se pueden narrar historias, describir personajes, incluso sus características, su carácter y la profundidad de sus sentimientos concretos, ya sea manteniendo fidelidad al ambiente o todo lo con-
Una de las espectaculares ilustraciones del artista italiano Roberto Innocenti para ‘Las aventuras de Pinocho’, de Carlo Collodi.
«Las preguntas son signo de inteligencia, de deseos de saber. Las respuestas son peldaños para ascender culturalmente» «Italia es un museo en toda su extensión. Su pasado está explotado turísticamente por los parásitos del arte»
trario. Pero la misma historia narrada en versión cinematográfica necesita una escenografía real o creada, o de lo contrario se desarrolla en el vacío. Lo mismo sirve para la ilustración. Yo coloco siempre un entorno para los personajes, una escena, pero esa escena la construyo yo, yo decido qué poner, y pongo allí lo que considero que es útil e indispensable, incluso lo superfluo, porque lo superfluo amplía y describe el tiempo, el mundo natural o construido, ese mundo humano alrededor, sea para informar o para despertar la curiosidad. Porque yo también quiero contar, y debo escoger entre limitarme a lo mínimo o devolver al lector el resultado de mis investigaciones. Las preguntas son signo de inteligencia, de deseos de saber, de conocer. Las respuestas que se obtienen son peldaños para ascender culturalmente. Como todas las personas curiosas, sé que todavía sé poco, pero lo que sé lo entrego a los demás o
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que la vida era otra cosa, y el niño latente que había quedado encerrado dentro de él comenzó a pintarla sin descanso: los cuentos, las historias, los detalles, los lugares... decidido a que dedicaría a eso todo su talento. No solo por amor a la
«Por lo que respecta al arte, el éxito no es consecuencia del mérito sino que se produce para apoyar los intereses creados» «Los proyectos editoriales de calidad se tienen que enfrentar con un nivel cultural que al menos en Italia va en caída libre» lo comparto a través de mi trabajo, que pienso que sea un trabajo destinado a los chicos que miran el mundo de los adultos, para crecer. Intento hacerlo respetando ese tiempo encantado en el que viven los chicos pero evitando las simplificaciones y los infantilismos, porque los chicos lo entienden todo. No creo que sea yo el único entre los ilustradores que se comporta de esta manera. —¿Cómo es posible que Italia, el paraíso del arte, no valore a sus artis-
tas? —Italia es un museo en toda su extensión. Su pasado está explotado turísticamente por los parásitos del arte. La manutención, el cuidado y la restauración de este museo extenso que es Italia se produce a expensas de la colectividad. Ni el estado ni las personas individuales invierten para producir bienes artísticos en la actualidad, en producciones culturales. La industria cultural italiana ha sido y es incapaz de explotarme, porque no ve provechos fáciles e inmediatos. Por lo que respecta al Arte con a mayúscula, manda el mercado con sus mitos. Cuentan los precios astronómicos y los famosos. El éxito no es consecuencia del mérito sino que se produce para apoyar los intereses creados. Sería necesario un mayor nivel cultural, y serían también necesarios políticos de nivel, políticos que estuvieran donde hay que tomar las decisiones, pero los que tenemos en la actualidad, a causa de su incompetencia, pro-
mueven lo que el mercado celebra, con poquísimas excepciones. Es justo salvar lo que existe, los museos, el patrimonio cultural, la musealización, pero también una producción que no esté básicamente apegada al mercantilismo de la belleza, y que la función no sea adorarla como si fueran mitos, sino poder elevar un poco el nivel cultural, que está en continua decadencia. —¿Qué haría falta cambiar para que en nuestros países se valorase debidamente el talento propio, a sus creadores? —Europa posee las más fantásticas habilidades artísticas y culturales del mundo, pero solamente decide la economía; la cultura cuenta lo mismo que ponerse una gardenia en el ojal. Yo mismo podría crear escuela y producir valor añadido incluso para el turismo, ocupando a jóvenes europeos en un proyecto, una expansión de un trabajo que ya realicé años atrás para el Ayuntamiento de Florencia, pero que durante 16 años (y dentro de poco hará
17) ha resultado ignorada, y que sería un buen proyecto válido para todas las ciudades de arte de Europa, que son la mayoría. Las propuestas existen, pero ¿dónde están las competencias para seleccionar y escoger las válidas, y descartar las que son insensatas? En mi ciudad, la que se considera cuna del arte y de la cultura, Florencia, se ha expuesto sobre la escalinata del Palazzo Vecchio una demencial escultura cubierta de oro de la mítica fábrica de arte Koons & Cía. y además un cráneo revestido con diamantes haciéndolos pasar por arte moderno, aunque a lo mejor estos objetos no resulten comprensibles para el resto de los mortales. —La llegada providencial de los americanos a su estudio fue el milagro que sueña todo artista. ¿Qué aconsejaría a quienes hoy quieren dedicarse a la ilustración o, en general, al arte? ¿Que resistan hasta que llame a su puerta un Delessert? ¿Irse a América? ¿Cambiar de planes? —Bueno, tal como están las cosas actualmente, cambiar de oficio. Porque el único valor que impera hoy día es ganar dinero. La ilustración, tal como está gestionada por el tipo del sector editorial de cantidad, no da ni siquiera para sobrevivir, a menos que uno quiera fabricar cosas, productos editoriales, independientemente de la calidad, o sea lo que entendemos por un best-seller. En cambio, los proyectos editoriales de calidad se tienen que enfrentar con un nivel cultural que al menos, por lo que se refiere a mi país, Italia, es un nivel cultural que va en caída libre. Y también con la escasez de lectores. Evitar que estos proyectos editoriales de calidad sean marginados en la distribución e intentar atravesar muchas fronteras con las coediciones. Yo la verdad es que tuve mucha suerte de ser descubierto por John Alcorn y Etienne Delessert, de Creative Editions [la editorial de Minesota con la que publica desde sus primeros tiempos]. Se necesitarían muchas editoriales de este tipo. Todos los editores deberían ser empresarios, lo que significa invertir y apostar por la calidad de sus productos, y a menudo estos editores no son emprendedores, no saben lo que hay que hacer. Pero también los ilustradores deberían ser sus propios empresarios. La ventaja de la ilustración es que no requiere traducción, nace global, a diferencia de la escritura. EEUU tiene algún buen editor, muchísimos malos y otros potentes y comerciales, hay enanos y gigantes. Excepción aparte, la actividad editorial estadounidense es más variada que la europea. —¿Un veinteañero con el último ordenador del mercado pero sin ningún libro en su casa es un diseñador gráfico?
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Libros ilustrados. Más que palabras
belleza, sino sobre todo como una especie de labor humanitaria, por mejorar la existencia de sus congéneres. El desencanto de ver cómo se desprecia el arte no le impidió convertir a Dickens, Hoffmann, Perrault y Collodi, entre otros autores, en
Como un ser vivo, ‘La casa’ va cambiando con el tiempo, de la cima al olvido.
‘La niña de rojo’. En la siguiente página, ‘Canción de Navidad’ y ‘La historia de Erika’.
—Lo que hace a un buen diseñador gráfico, lo que le permite alcanzar niveles de excelencia, es la cultura y el conocimiento de los materiales. El instrumento viene después. El mejor ilustrador con ordenador puede ser el peor diseñador gráfico si no conoce profundamente su instrumento de trabajo. Esto vale también para los que utilizan los mejores colores, el mejor papel, los mejores pinceles y las mejores fuentes tipográficas, pero si no tienen las ideas, la capacidad manual, la cultura y la sensibilidad, no sirve para nada. Lo que sucede es que hoy interesa el resultado, no los medios a través de los cuales se obtiene ese resultado. Hay ilustraciones muy feas que se han realizado con técnicas tradicionales, pero también las hay muy feas que se han hecho con el ordenador. Muy a menudo el medio electrónico se utiliza para crear rápidamente gráficos e imágenes que se justifican porque las pagan poco y permitir que haya tiempos de trabajo cada vez más breves, con lo que se hacen trabajos más banales. Los resultados ya se ven, los tenemos alrededor. Al comienzo de la era del ordenador, que en Italia llamábamos todos
«Los estudiantes creían que encontrarían ahí dentro todas las ideas que necesitaban» cerebro electrónico, los estudiantes creían que encontrarían allí dentro todas las ideas que necesitaban, y perdieron un montón de tiempo buscándolas entre los efectos y las prestaciones. —Algunas de sus ilustraciones son verdaderos retos arquitectónicos. ¿Cómo se prepara para ilustrar una novela, un cuento? ¿Qué pasos son fundamentales? ¿Viajar al lugar, hablar con sus gentes, ver las obras de sus artistas...? —Naturalmente, cada uno tiene su propio sistema de investigación, del que depende el resultado. Hay textos exigentes en términos de documentación, otros que exigen menos dedicación, e incluso los que dejan mucha libertad a la interpretación, la creación subjetiva. Para los libros en los que hay referencias históricas, es necesario tener una buena biblioteca o saber dónde ir a buscar ese referente, ya que la documentación es básica. Lógicamente, esto vale para todas las historias ilustradas, pero parece necesario, es más, obligatorio, en la literatura clásica, en las novelas, donde la época y el ambiente deben estar perfectamente documentados, y no de forma aproximativa. Para la dickensiana Canción de Navidad me ayudaron
muchísimo las ilustraciones de Gustave Doré, y el editor inglés Jonathan Cape. Describir todo el mundo de alrededor, ampliar la escena significa informar al lector, confirmarle lo que ya sabe, o despertar su interés por lo que no sabe. Los chicos son, o deberían ser, exploradores curiosos. Ciertamente, viajar contribuye a nuestra formación. Pero también leer. La buena literatura ayuda a la fantasía y a la creación de personajes no estereotipados, a superar la formalidad del manierismo y a no quedarse uno prisionero de la estética como un fin en sí misma. Hay ilustraciones científicas, antropológicas, arqueológicas, históricas, técnicas, que ciertamente necesitan de una buenísima documentación, porque están destinadas a convertirse ellas mismas en documentos. —¿Qué técnica utiliza para sus ilustraciones? —Empecé a trabajar con la tinta china, con el blanco y negro, luego con tintas de colores sobre todo para hacer los silueteados. Utilicé también las acuarelas para rellenar, para colorear. Y luego he trabajado solamente con las acuarelas. Con estas técnicas hice algunos libros, carteles, cómics que nunca se han publicado, y diversas aplicaciones. Pero disponía de un papel muy bueno que la tecnología moderna, el mercado e incluso la lucha medioambiental han eliminado. Aprecio y uso desde siempre la témpera, que debe cubrir bien, para que la luz se quede encima, que es justo lo contrario que en la acuarela, donde la luz se transparenta. Se puede ilustrar mediante cualquier técnica, lo importante es, al igual que en los cómics, contar. Las técnicas son todas las de la pintura, tales como pinturas al óleo, acrílicos, líquidos y en barra, pasteles, ceras. Creo que cada historia escrita sugiere cómo quiere ser mostrada, tanto en la manera como en la técnica. También puede adaptarse el estilo al servicio de texto. Hay dos maneras de ilustrar: utilizar siempre, una vez que uno lo ha encontrado, su estilo particular, y de esta manera el autor se hace fácilmente reconocible, y esto lo acerca a la popularidad. La otra forma es la que prefiero: cambiar el estilo siguiendo las sugerencias del género que tengo que ilustrar. Es menos reconocible, pero más divertido, más estimulante. Me refiero al comportamiento cinematográfico que seguía Stanley Kubrick. —¿Qué lecturas (y qué pinturas) han marcado más su trayectoria como artista? —He leído muchas narraciones, sobre todo la Historia con mayúscula, y cualquier otra cosa sin importar el género, sino la calidad de la escritura. He leído siempre de una manera no especulativa, para saber, para co-
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imágenes espectaculares. Bajo el sello de Kalandraka, ‘Canción de Navidad’, ‘Las aventuras de Pinocho’, ‘La niña de rojo’, ‘La historia de Erika’ y ‘La casa’, por señalar algunos títulos, han dado fama universal a uno de los más grandes maestros del género nocer y para entender, pero también he leído por placer. La lectura pone en marcha la invención, pero también el cine de calidad, que enseña a ir donde uno quiere ir. Mi trayectoria tiene fundamentos que van desde el Pato Donald de Carl Barks, a la línea clara de Tintín de Hergé, de Juillard y Vittorio Giardino. Mi dibujo, incluso lo que yace bajo el color o parece confundido con otros trazos, es el trazo claro, una línea sutil. Desde luego miré muchísima pintura desde chico, teniendo aquí en Florencia los cuadros de Botticelli, Lippi, Miguel Ángel; más tarde, Velázquez, Degas, Vermeer, Bruegel; pero para entender la calidad de las imágenes modernas, el diseño gráfico y la ilustración, cuando la gráfica italiana era muy, muy localista salvo pocas excepciones, gráficas de ninguna calidad, entonces lo que hacía era mirar lo que hacían en el resto del mundo fijándome especialmente en el Graphis Annual, donde aparecían los mejores artistas seleccionados y publicados gratuitamente por un jurado internacional. Sentí una gran satisfacción cuando una vez me publicaron a mí una página completa a todo color, ¡vamos, me sentí más contento que si fuera Milton Glaser! —Ha retratado Londres y Florencia, dos ciudades absolutamente literarias. Qué libros le gustaría haber ilustrado para poder hacer lo mismo con otras ciudades? —En realidad he propuesto un Londres de Dickens que ya no existe, y me ayudó mucho Gustave Doré, quien la retrató como reportero moderno. Florencia nunca la he retratado; lo que retraté fue una Toscana secundaria, que todavía existe por algún lugar pero que es necesario ir a buscarla, más allá de las tumbas etruscas, de los puentes medievales e incluso de los desolados pueblecitos y abandonadas casas de campo. Ciudades literarias hay muchas, cada una con su propia atmósfera. La que he diseñado en torno a Caperucita Roja no existe, es un no lugar que en la actualidad se encuentra en cualquier lugar del mundo, donde está lo peor de lo peor. —La realidad política mundial es muy delicada: el auge de los populismos, el resurgimiento de la ultraderecha, la falta de respeto a los derechos y libertades conseguidos durante décadas, la intolerancia, Trump en EEUU... A usted, que vivió la Italia fascista y las consecuencias del horror, ¿qué impresión le produce la escena actual? ¿Teme que puedan volver tiempos funestos? —Sin cultura, conocimiento ni memoria histórica, el pueblo puede volver a ser plebe; puede desaparecer el ciudadano, perdiendo todos los derechos sociales adquiridos o conquistados con luchas a lo largo de la historia, la evolución cultural y hasta las revoluciones. Se puede volver al fascismo disfrazado de
«Se puede volver al fascismo disfrazado de cualquier otra cosa, y se puede volver aún a la Edad Media tecnológica» «La ciencia y el crecimiento, sin bases culturales, no garantizan la democracia, la justicia social y ni siquiera la civilización»
cualquier otra cosa, y detrás en el tiempo se puede volver aún hasta la Edad Media tecnológica. La ciencia y el crecimiento, sin bases culturales, no garantizan la democracia, la justicia social y ni siquiera la civilización. Si la política hoy en día es esclava de la economía, la economía y las finanzas, que solo buscan el máximo beneficio inmediato, y que del trabajo ve solamente el costo, y escoge lo mínimo, vamos directamente hacia la sumi-
sión y la esclavitud. ¿Qué interés puede tener el poder efectivo por la belleza, la cultura? Desde hace algún tiempo se nota un creciente desprecio por los intelectuales, por los periodistas, por los directores independientes, por los libros antipáticos. Un preludio de todo esto fue el fascismo. La decadencia de la política comenzó cuando más que un sacrificio, una vocación, se convierte en un oficio, y los que resultan elegidos son los más fieles, los portavoces, los parásitos, los que llevan las carteras sin que exista una distinción neta entre los programas de gobierno. Si el único valor para cada uno de nosotros individualmente y en soledad es el dinero, y el único propósito es el medio para obtener ese dinero, la verdad, si esa tiene que ser nuestra única salvación, todo esto nos lleva solamente al miedo. Trump fue elegido democráticamente por el miedo y la ignorancia, lo cual demuestra que la democracia puede matarse a sí misma. Ya sucedió en Alemania en 1933. Dos niños malcriados, con peinados extraños, que juegan a los soldaditos de plomo con bombas atómicas, ¿hacen reír o dan miedo? Pero estábamos aquí para hablar de ilustración. ~
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Cuando Laura Castañón entra en una habitación la ilumina. Tiene una sonrisa que parece complicado hacer desaparecer y una mirada azul de esas que desprenden chispas. Esta asturiana tiene el superpoder de hacerte sentir cómoda
Laura Castañón. / Alejandro Nafría
Anabel Rodríguez {Durante muchos años, Laura Castañón, se encargó de las relaciones culturales de un conocido centro comercial en Gijón; también ha impartido cursos de escritura a diestro y siniestro. Cuando por fin decidió lanzarse al mundo literario lo hizo de la mano de una de las grandes editoriales, Alfaguara. Su segunda novela La noche que no paró de llover, viene de la mano de Destino. Más o menos lo que todos los escritores nóveles soñamos, pero sólo unos pocos logran, así que (como en el fondo soy una cotilla) comienzo preguntándole cómo se siente una trabajando desde el minuto cero con grandes editoriales. «Agradecida y sorprendida. O viceversa. Que Alfaguara publicara Dejar las cosas en sus días me hizo extraordinariamente feliz y estoy muy agradecida. Y que ahora Destino haya apostado por La noche que no paró de llover me produce una enormísima alegría. Afectivamente
Que Alfagura y Destino contaran conmigo me hace extraordinariamente feliz El dolos nos cambia la vida casi siempre. Nos transforma y las heridas nos condicionan
Dolor, literatura y esa Valeria a la que todos conocemos
me toca muy adentro: mi incorporación como lectora a la literatura española se produjo gracias a la colección Áncora y Delfín de Destino, cuando era pequeña y empecé a descubrir a Delibes, Carmen Martín Gaite, Ferlosio, Carmen Laforet, Ana María Matute… Todos aquellos libros hicieron de mí una lectora apasionada. Que ahora una novela mía esté justamente en esa editorial y en esa colección, solo me puede hacer feliz». En La noche que no paró de llover las protagonistas son mujeres muy diferentes entre sí, aunque unidas por el azar. ¿Crees que el azar existe? «Creo que el azar es muy imaginativo. Escribe sus líneas y se producen situaciones extraordinarias. Movimientos imperceptibles, decisiones diminutas, modifican el curso de las cosas –la mariposa que aletea y provoca el terremoto– porque cada pequeño detalle influye, provoca, causa… Son tan pequeños, tan inconscientes, que ante el resultado no somos capaces de determinar cuál fue el origen, de qué forma un hecho pequeñito nos lleva a algo
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en menos de dos minutos y sabe emplearlo francamente bien. La noche que no paró de llover es su segunda novela y Anabel Rodríguez charla con la autora sobre esta y el resto de su carrera como escritora impensable». Le comento que me he percatado de que casi todas las protagonistas de la novela escriben o quieren ser escritoras. No sé si es una elección consciente o viene por la importancia que los escritores pensamos que tiene lo que hacemos ¿es liberador escribir? «Hay una redención a lo largo de la novela que viene determinada por la palabra. La palabra redime, sea hablada o escrita. En este caso, la forma en que abordan la escritura es muy distinta: Emma utiliza un diario para vaciarse, porque su cabeza está llena de pensamientos y de contradicciones y de emociones. Feli quiere ser escritora, tal vez como escape a la vida desdichada que le ha tocado, y Valeria, aunque siempre ‘ha escrito muy bien’, utiliza la escritura como tarea terapéutica». ¡Ah, Valeria Santaclara! En mi opinión es el personaje que hace girar la trama. Una anciana muy conservadora y bastante amargada, que mantiene sus convicciones a pesar de que no le han reportado felicidad, pero sí una compensación económica importante. Me gustaría saber cómo nació el personaje y si Laura conoce a alguna Valeria «Una de las cosas que más me repiten los lectores es que todos conocen a alguna Valeria. No tomé como referencia a ningún personaje concreto pero, si tenemos en cuenta que muchos de sus rasgos, son los de una mujer fruto de su tiempo perfectamente identificable. En mi caso, Valeria Santaclara nació indisolublemente unida a la historia que traía consigo. Fue una madrugada de insomnio hace ya algún tiempo. Y llovía». En la novela da visibilidad al lesbianismo, creando una pareja enamorada que no termina de entenderse muy bien a pesar de que se quieren. No es algo usual en nuestra literatura y me parece que puede contribuir a ver con normalidad este tipo de relaciones. ¿Era lo que pretendías? «No sé si pretendía algo, la verdad. Elegir que Emma y Laia fueran pareja no respondió a una intención, previa. Creo que tiene que ver mucho más con la normalidad que con otra cosa. Me gustaba el contraste entre las dos personalidades y las complicaciones que podían surgir». Le planteo a Laura que otro tema básico de la obra es el dolor que causamos a los demás o a nosotros mismos, de forma consciente o no y me gustaría saber por qué se ha centrado en él. «El dolor nos cambia la vida casi siempre. La forma en que lo abordamos y lo superamos o no, nos transforma y las heridas que no se cierran condicionan cada acto. A veces de forma terrible». La siguiente pregunta es casi obligada, ¿van de la mano dolor y
ciedades tienen que guardar la memoria si quieren sobrevivir». Es curioso que alguno de los personajes de la familia Montañés, protagonistas de la primera novela, hicieran ‘cameos’ en esta y le pregunto si nos hace un guiño o que volverán carga. «Hacen ‘cameos’ porque en realidad, y hasta que cierre el ciclo que en mi cabeza se sitúa en un par de novelas más (aunque vete tú a saber), todo forma parte del mismo universo narrativo. Y sí, la familia Montañés, o alguno de sus miembros al menos, retornarán. Pero será más adelante y ya sabes que de esas cosas es mejor no hacer grandes anuncios». Me sonríe y lo deja todo lleno de puntos suspensivos, como para que continúe devanándome los sesos. Esta novela es esencial para el que quiera conocer Gijón, sus entrañas. El muro, la plaza de San Miguel, el Teatro Jovellanos… Me gustaría saber qué recomendarías visitar a un turista primerizo, a
Esta novela es esencial para el que quiera conocer Gijón, sus entrañas
Escarbar en el pasado produce sopresas y no siempre agradables
culpa? «Sí. Y a veces se relacionan de tal manera que uno acaba moviéndose por ambos como por una cinta de Moebius, sin encontrar la salida. Por eso la redención es fundamental». Me gusta la elección de los paisajes que realiza, porque se salen de lo típico. En Dejar las cosas en sus días, era Bustiello y el paternalismo económico del Marqués de Comilla los que adquirían gran protagonismo,
en La noche que no paró de llover, Gijón se revela como un personaje más y de nuevo el presente y el pasado se dan la mano. ¿Es necesario conocer el pasado para vivir el presente? «A mí me lo parece, pero supongo que hay gente que vive estupendamente sin planteárselo. A veces escarbar en el pasado produce sorpresas y no siempre agradables. Pero estoy convencida de que las so-
Portada de ‘La noche que no paró de llover’.
dónde debemos ir cuando estemos en Gijón. «Cuando uno está en Gijón tiene que asomarse al mar. Recorrer el Muro, subir hasta el Cerro de Santa Catalina, callejear por Cimadevilla, salir a los maravillosos alrededores de Gijón, comer estupendamente, charlar con la gente… Y si ha leído La noche que no paró de llover, sentarse en la Plaza de San Miguel y escudriñar en los balcones de Valeria, que igual su espíritu de niña se asoma a mirar lo que pasa en la Plazuela». Me despido de Laura, de su cabellera rojísima, su sonrisa y sus ojos azules. Su forma de hablar calmada y cálida, te hace sentir como si fueras un trocito suyo. Tengo el itinerario bajo el brazo y no me olvido de él. Os recomiendo que vosotros tampoco lo olvidéis y que si viajáis a Gijón miréis a vuestro alrededor, porque tal vez alguno de los personajes de su novela, os esté observando mientras mojáis los pies en el mar, al lado del Muro. En ese Gijón donde la lluvia reina casi todo el año. ~
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Literatura
La editorial dÉpoca publica la correspondencia de la autora de ‘Orgullo y Prejuicio’. Y es que el próximo 18 de julio se cumplen doscientos años de la muerte de Jane Austen, una de las autoras más queridas y admiradas de todos los Antonio Puente Mayor {Nacida en 1775 en el seno de una familia de la baja aristocracia inglesa, la séptima hija del matrimonio conformado por George Austen, pastor anglicano de Kent, y la dama de origen noble Cassandra Leigh, es uno de los casos más paradigmáticos de la historia de la literatura. Llegó y se fue sin apenas hacer ruido, pero sus 41 años de existencia le bastaron para alumbrar seis novelas, más de dos mil cartas y un puñado de obras cortas (algunas incompletas) que aún hoy son releídas por millones de lectores en todo el mundo. Y es que según nos cuenta la doctora Paula Byrne, «Jane Austense convirtió en un antídoto contra los problemas mentales surgidos tras los traumas vividos durante la I Guerra Mundial». Tal fue su éxito en los albores del siglo XX que hasta Winston Churchill se confesaba un entusiasta de su obra. Paradójicamente Jane Austen apenas saboreó las mieles del éxito, pues cuando sus obras comenzaban a ser tenidas en cuenta una terrible enfermedad se la llevó a la tumba. Para el filósofo Sánchez Vadillo «nada fue excesivamente trascendente en la existencia de Jane Austen», aunque eso no desmerece en absoluto su enorme aportación a la literatura anglosajona, sin duda fruto de «imaginación e ingenio, realizada con un enorme talento y guiada por una no desdeñable reflexión moral». «Un dulce temperamento y un corazón afectuoso» Son muchos los trabajos publicados sobre la vida y obra de Jane Austen, aunque pocos tan certeros como el de su sobrino James Edward Austen-Leigh titulado Recuerdos de Jane Austen, y publicado en España por Alba Editorial. En él se ponen de manifiesto algunas de sus principales virtudes, como la amabilidad y la comprensión para con los suyos y, especialmente, su carácter divertido —algo en lo que coinciden todos sus biógrafos—. Esta cualidad puede apreciarse ya en sus primeras obras, los relatos cortos escritos entre 1787 y 1793, que la autora reunió en tres volúmenes bajo el título Juvenilia, y que no verían la luz pública hasta 1922. En un mundo donde el concepto «ocio» aún estaba por inventarse, el principal recurso para el entretenimiento familiar consistía en la lectura en voz alta. Teniendo en cuenta que el reverendo Austen poseía una biblioteca con más de quinientos volúmenes, no debe extrañarnos que la pequeña Jane fuese una lectora voraz y una escritora precoz.
La vida privada de Jane Austen Asimismo es importante reseñar que el ingenio era una cualidad destacada de la familia; sin ir más lejos su madre solía componer acertijos y versos, y sus hermanos James y Henry crearon una publicación periódica, The Loiterer, mientras estudiaban en Oxford. Aunque lo más probable es que ninguno de ellos pudiese imaginar que la menor de las mujeres inmortalizaría el apellido Austen. Sus primeras novelas A finales de 1794, Jane recibió de manos de su padre un regalo muy especial: una escribanía con la que este refrendaba su apoyo incondicional. De acuer-
La pequeña Jane fue una lectora voraz y una escritora precoz
do con los recuerdos de la familia, fue al año siguiente (1795) cuando escribió su primera novela, Elinor y Marianne, que años más tarde se publicaría bajo el título Sentido y Sensibilidad. Justo después vería la luz Primeras impresiones, que con el tiempo también cambiaría de nombre —hoy es conocida como Orgullo y Prejuicio, y es su obra más celebrada, con más de 20 millones de ejemplares vendidos—. Se piensa que la novela corta Lady Susan, recientemente llevada al cine por Whit Stillman con el título Amor y Amistad, pertenece igualmente a este período. También en esos años pudo tener lugar la primera visita de la escritora a Bath, la afamada ciudad balneario de la época georgiana, lo cual pudo servirle de inspiración para crear su primera ficción puramente narrativa (las tres anteriores se concibieron siguiendo
el estilo epistolar, muy en boga en aquel tiempo, y luego fueron refundidas). No obstante, dicho trabajo no vería la luz hasta 1818, con la autora ya fallecida, y bautizada por sus familiares como La abadía de Northanger. Estas primeras obras son conocidas como «las novelas de Steventon», por estar escritas cuando Jane Austen aún residía en ése, su pueblo natal. Paradójicamente, y pese a las pasiones que Orgullo y Prejuicio despierta entre los lectores de medio mundo —en Internet existen cientos de foros y blogs dedicados a analizarla, y la adaptación televisiva elevó a Colin Firth a la categoría de estrella por su recreación de Mr. Darcy—, la editorial Caddel, a la que el reverendo Austen envió el manuscrito a petición de su hija, la rechazó sin ni siquiera revisarla. De hecho el religioso fallecería en 1805, sin llegar a
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tiempos, a la que el crítico literario George Henry Lewes llegó a comparar con Shakespeare. Todo un lujo editorial, un ejemplar que recoge gran parte de las cartas que se conservan en la actualidad Watson le escribe a su pariente: «Las mujeres solteras tienen una terrible propensión a ser pobres, lo cual supone un argumento muy firme a favor del matrimonio»; para sentenciar a posteriori: «No tengas prisa; ten confianza, el hombre adecuado llegará finalmente (…) te fascinará de tal modo que te hará sentir que verdaderamente no has amado nunca antes». Una afirmación excesivamente optimista viniendo de alguien que apenas había experimentado el goce del amor. Y es que, para su desgracia, las manos que dieran vida a heroínas románticas como Lizzy Bennet, Elinor Dashwood o Anne Elliot nunca fueron más allá de un saludo y un inocente roce con el irlandés Tom Lefroy, a la edad de 20 años. Su relación, marcada por las diferencias económicas, no pudo prosperar, dejando a la escritora marcada de por vida. Igualmente su admiración por el reverendo Samuel Blackall —del que Cassandra Austen llegó a decir maravillas—, derivó en una triste decepción. La consolidación y el ocaso
ver publicada ni esta ni ninguna de las obras de su querida Jane. Sentido y Sensibilidad no llegaría a las librerías hasta 1811. Nueva edición de sus «Cartas» Coincidiendo con el Bicentenario del fallecimiento de Jane Austen (1817-2017), la editorial asturiana dÉpoca publica un lujoso volumen que recoge el mayor número de cartas de la autora conservadas hasta la fecha. Si bien la crítica estima en más de dos millares el número de misivas —teniendo en cuenta la frecuencia con que la británica escribía y los grandes períodos en que estuvo separada de Cassandra, su hermana y mejor confidente—, actualmente hoy solo podemos acceder a poco más de ciento sesenta. Dicha recopilación bebe, fundamentalmente, de The Letters of Jane Austen, recopilación llevada a cabo en 1884 por su sobrino nieto lord Brabourne, quien pretendía ofrecer «un retrato de la autora que muestra su quehacer ordinario, lo que era su día a día, permitiendo obtener una descripción suya tan real como nin-
guna historia escrita por otra persona podría obsequiarnos». Espléndidamente traducidas al español por Eva María González Pardo y Susanna González — quien además se encarga de la Introducción, el Posfacio y los completísimos Apéndices— este compendio conmemorativo, de 750 páginas, es un trabajo imprescindible para comprender la trayectoria de la autora, así como un regalo para todos sus seguidores. Y es que el universo austeniano es tan amplio y exigente que la primera edición de la obra, surgida en el año 2012, llegó a agotarse en pocos meses. Esta nueva propuesta de dÉpoca, editorial especializada en las grandes novelas decimonónicas, amén de estar profusamente anotada y de ir envuelta con las mejores galas —papel cosido de la mejor calidad, tapa dura con sobrecubierta y lazo de tela para marcar las páginas— incluye una cronología de eventos así como una amalgama de índices que sorprenderán a propios y extraños; esto es biográficos (referidos a las personas aludidas en las cartas), topográ-
ficos y de las obras a las que se hace referencia. Asimismo, y para completar la cuidadísima edición, los fans de Jane Austen podrán deleitarse con un set de postales a color conmemorativas del Bicentenario con citas de todas sus obras.
Ilustración del libro ‘Cartas’ de Jane Austen. / El Correo
En busca del ansiado matrimonio Una carta dirigida a una de sus sobrinas predilectas, Fanny Catherine Knight, y fechada el 13 de marzo de 1817 da buena cuenta de las preocupaciones de la escritora, a cuatro meses de fallecer. Ejerciendo de consejera sentimental, la autora de Los
Tanto ‘Sentido y sensibilidad’ como ‘Orgullo y prejuicio’ fueron firmados por ‘Una Dama’ Tras la muerte de la escritora, su hermano se encargaría de publicar sus dos últimas obras
Entre el otoño de 1812 y finales de 1813, Jane Austen escribe Mansfield Park. Por aquel entonces el éxito editorial de sus obras anteriores le auguraba una carrera literaria, dando lugar a la revelación de su verdadera identidad —tanto Sentido y Sensibilidad como Orgullo y Prejuicio aparecieron firmadas anónimamente por «Una Dama»—. Luego vendrían Emma, que vería la luz en diciembre de 1815, y Persuasión. Esta última fue reeditada el pasado mes de diciembre por la editorial dÉpoca, en una preciosa edición de lujo acompañada de un DVD. A estos tres trabajos de madurez se les conoce como «las novelas de Chawton», al ser escritas en dicho lugar. Seguramente Jane se hallaba perfilando el manuscrito definitivo de Persuasión cuando su salud comenzó a resquebrajarse. A ello se sumó la bancarrota de su hermano Henry, quien en gran medida había sido el encargado de negociar la publicación de las novelas. La enfermedad no le impidió continuar, comenzando en enero de 1817 un nuevo trabajo que jamás alcanzaría a terminar. Ese fragmento hoy se conoce como Sanditon. Tras la muerte de la escritora, Henry se encargaría de publicar las dos últimas obras completas de su hermana: Persuasión y La abadía de Northanger. Ambas aparecieron en diciembre de 1817 y fue la primera ocasión en que el nombre de la autora apareció en una edición impresa. ~
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Recuerdos del siglo XX Desde el final de la guerra civil española la ciudad vivió varias etapas decisivas y la más influyente en su historia fue la post Tamarguillo, cuando sufrió una metamorfosis que la transformó por completo tanto en su hábitat como en su sociología
Orígenes de la «Revolución Silenciosa» que cambió Sevilla Nicolás Salas {Suburbios y refugios fueron los símbolos de la crisis socioeconómica que ocultaba los cambios sociológicos de la sociedad sevillana. Una «revolución silenciosa» provocada por la despoblación salvaje de las zonas rurales, la concentración de habitantes en la comarca, los saldos migratorios por primera vez negativos, el estallido universitario, el resurgir de los sindicatos clandestinos, las nuevas voces de la Iglesia... En una ciudad invertebrada, que estaba «cambiando de piel» urbana y política. Durante los dos primeros tercios del siglo XX, Sevilla vivió dos épocas decisivas que cambiaron el curso de su historia. La primera fue en los años treinta, cuando la II República y luego la Guerra de España, modificaron el rumbo positivo iniciado en tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera. La segunda vez fue en la década de los sesenta, cuando se produjeron una serie de rupturas con el pasado y comenzó a vislumbrarse un tiempo nuevo. Si en la primera etapa citada, los años treinta, el cambio de rumbo fue negativo para la ciudad, pues evitó su renacimiento después de un largo período preparatorio con motivo de la Exposición Iberoamericana, entre 1909 y 1929, en la segunda etapa coincidieron circunstancias positivas. Ambas épocas claves tuvieron orígenes idénticos, pues los dos procesos de cambio resultaron cruentos para la sociedad. Las frustraciones de los años treinta fueron causadas por un tiempo revolucionario, sobre todo durante la «Primavera Trágica», seguida por una terrible guerra civil. Los cambios sociológicos de la sociedad sevillana de los años sesenta y la transformación urbana de la ciudad, serían consecuencias de la catástrofe provocada por el arroyo Tamarguillo. De manera que, si en 1931 el rumbo ciudadano positivo fue abortado por los cambios políticos, en 1961 una situación socioeconómica y política negativa, entró en crisis galopante por causas naturales imprevistas. Sin la catástrofe provocada por el Tamarguillo, que puso en evidencia tantas lacras sociales acumuladas durante decenios y aceleró la ruina del viejo caserío, Sevilla no se hubiera convertido en la única capital española con refugios para acoger a las familias sin hogar. Y los corrales
Esta fue la estampa más repetida en la ciudad y provincia sevillana. / El Correo
infrahumanos y los suburbios, aún en peores condiciones, habrían seguido siendo grandes desconocidos, un «cinturón de la miseria» invisible... Sevilla no fue una excepción en la «revolución silenciosa» provocada por la despoblación rural en la región andaluza. Siguiendo la fuerte tendencia iniciada en los años cincuenta, primero por la crisis socioeconómica regional heredada, y luego por los efectos del Plan Nacional de Estabilización, la década 19611970 registró un enorme saldo migratorio negativo en las ocho provincias. En los diez años indicados, el crecimiento vegetativo de la población andaluza fue de 920.804 personas, pero sólo 77.881 se reflejaron en los censos provinciales. Nada menos que 842.923 andaluces fueron obligados a la diáspora. En este período de tiempo, la población provincial de Sevilla pasó de 1.234.435 habitantes a 1.327.190, con un crecimiento absoluto de 92.755 personas. Pero se trataba de un dato equívoco que ocultaba la triste realidad sevillana. La verdad era que la provincia había perdido nada menos que 113.980 habitantes,
pues su crecimiento vegetativo real sumó 206.735 personas. En el conjunto de las capitales se repitió el mismo fenómeno, con un saldo migratorio negativo de 28.679 habitantes. El dato general no representaba ninguna novedad, pues casi todas las capitales andaluzas registraban habitualmente saldos migratorios negativos, sobre todo Cádiz, Jaén y Granada, con elevados índices. Lo que sorprendió a los investigadores y sociólogos fue que Sevilla, por primera vez en el siglo XX, también tuviera más emigrantes que inmigrantes, con un saldo negativo de 3.869 personas. Pero este dato enmascaraba otra realidad sociológica de la capital sevillana, como era la emigración selectiva y la inmigración masiva. Por esta causa, suburbios y refugios eran incapaces de acoger la demanda de las familias sin hogar procedentes del casco antiguo y de los arrabales históricos. En la provincia sevillana se inició un proceso de aumento de habitantes en los municipios con más de diez mil vecinos, especialmente en los que formaban los dos primeros «cinturones de ciudades dormito-
rios», fenómeno que aún tendría más importancia en los años setenta y ochenta. Al mismo tiempo, se acentuó la despoblación del resto de los municipios. Sobre todo la Sierra Norte, constituyó un caso excepcional. Puede afirmarse que ninguna comarca sevillana sufrió un proceso tan brutal de despoblación. El saldo migratorio negativo del período 1961-1970 fue más del doble que en la década anterior. En Cazalla de la Sierra, capital de la comarca, el saldo migratorio negativo de los veinte años que van desde 1950 a 1970, llegó a ser del 105,1 por ciento de la población de 1972. Sevilla pasaría de 442.300 habitantes en 1960 a 548.072 en 1970. El censo oficial del último año citado reflejaba una importante desviación negativa sobre las estimaciones publicadas por el Instituto Nacional de Estadística en noviembre de 1970, que fijaron la población de Sevilla en 680.293 habitantes. De cumplirse las citadas estimaciones, Sevilla habría crecido un 53,80 por ciento sobre el censo de 1960, el más alto de España, incluso superior a Madrid. ~
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Atelier de músicas
Impulsor del primer aula de música contemporánea en un conservatorio de grado medio, es también director del Ensemble Zayin y compositor electroacústico. Hoy intervendrá como pianista en Sevilla interpretando ‘Vexations’ de Erik Satie
COMPOSITOR
JUAN JOSÉ RAPOSO
«A los músicos también hay que quitarles los prejuicios» Ismael G. Cabral {Trabajar y rebelarse frente a un sistema que esconde la modernidad para fabricar músicos que son, en su mayoría, arqueólogos. Juan José Raposo es profesor de composición en el Conservatorio Profesional de Música Javier Perianes de Huelva. Creador inagotable de música electroacústica, activo partícipe de todo lo que signifique contemporaneidad (hoy participará, a las 15.00 horas, en la interpretación de la obra pianística Vexations, de Satie, de 18 horas de duración y que se programa dentro del sevillano Festival Contenedores) es también director y fundador del Ensemble Zayin, un grupo de música actual ligado a una asignatura pionera en el grado medio de la educación musical. –Cómo es defender una música en un lugar inhóspito para ella... –Ciertamente en Huelva no se escucha nunca música de hoy. Queda muchísimo por hacer. En el pasado existió un festival, Confluencias, que murió. Y yo mismo impulsé otro, Festiconu, que duró dos ediciones (en 2010 y 2011). No se hicieron más por agotamiento y, claro está, por falta de apoyos. –Y, por eso, en 2007 plantó una semi-
lla, la del Ensemble Zayin, una aventura en pos de la música contemporánea dentro de las aulas. –Así es. Hablé con alumnos míos y con otros de 5º y 6º de Grado Medio con la idea de hacer un pequeño ensemble que permitiera a los estudiantes acercarse a la música actual. En aquel primer año tocamos el Pequeño diccionario ilustrado de música contemporánea, de Sebastián Mariné.
Es importante que los alumnos tengan un primer contacto agradable con la música actual Estoy trabajando en un ciclo de tres piezas acusmáticas a partir de varios corales luteranos Buscamos para el grupo un nombre andaluz y atractivo. Y así fue como dimos con Zayin, que hace alusión al ciclo de cuartetos de cuerdas homónimo de Francisco Guerrero Marín; a mi juicio uno de los monumentos sonoros españoles, una obra que que-
El compositor y profesor Juan José Raposo durante la difusión de una obra electroacústica.
dará para el resto de la humanidad. Luego fuimos más lejos. –Acabaría convirtiendo la experiencia en una asignatura. –Sí, en una optativa. Hoy los alumnos pueden escoger entre Flamenco y otras músicas o la mía, Interpretación de la música del siglo XX y actual. Somos pioneros en España en implementar un curso como este en un Grado Medio. Lo importante de esto es que permite que los músicos en formación tengan una experiencia práctica interpretando partituras modernas. Los estudiantes tienen un conocimiento prácticamente nulo de la música que hay más allá de Stravinski. Siempre digo que, por desgracia, se puede hacer la carrera de piano o de violín sin tocar nada más allá de 1907. Y esto es dramático. –¿Se ha encontrado con reticencias entre el alumnado? –No, únicamente he sentido el rechazo en algunos profesores que ven este repertorio con cierto desdén. El choque estético existe, pero los estudiantes disfrutan mucho desentrañando grafías y comprendiendo cómo se interpreta una partitura contemporánea. Dedicamos todo un curso escolar a preparar un único
concierto; dentro de nuestras limitaciones aspiramos a la máxima excelencia. Este año incluso encargamos una obra a la compositora Andrea Faraco, que estudió en el Superior de Sevilla, y nos hizo una obra a medida, para la plantilla que teníamos, que cambia cada año. –¿Cuál es su máxima aspiración con el Ensemble Zayin? –Ser un ejemplo para otros conservatorios. También lo es el propiciar un contacto agradable del alumno con la música de los siglos XX y XXI. Generalmente llegan con temor e incomprensión ante lo que ellos creen que son meros ruidos. Pero cuando se sienten protagonistas, cuando penetran en el sentido de las obras de Stockhausen, Cage o Riley que hemos interpretado acaban fascinados. Hace poco hicimos Intensität, del ciclo Aus Den Sieben Tagen, de Stockhausen. Les di una sola pauta: «Coged un sonido, el que queráis, pero que no sea la nota de afinación». A partir de ahí cada uno empezó a idear cosas, a buscar sonidos y multifónicos. Dos flautistas tuvieron el detalle de tocar un cluster pequeño de dos notas en agudo y quedó fantástico. Hay que quitar el miedo y los prejuicios sobre este repertorio, pero no solo los que tiene el público, también los que traen los propios músicos. –Por el contrario usted, como compositor, ha prescindido de los instrumentos para centrarse exclusivamente en la creación electroacústica. ¿A qué se debe ese posicionamiento? –Siento que es mi camino. Creo que la música electrónica —en mi caso la acusmática, que es el término que mejor define mi creación– es la única fórmula que permite al compositor controlar completamente todo el discurso sonoro. Con ella puedo crear el sonido que imagino; componer desde el vacío. Luego está la espacialidad que permiten los altavoces. –¿Cuáles son sus referentes? –Inicialmente fue Luigi Nono quien me transmitió el amor por esta música; a pesar de que él era un compositor casi de música concreta, legó obras maravillosas, de imponente expresividad, como Ricorda cosa ti hanno fatto in Auschwitz y Contrappunto dialettico alla mente. También me inspira Karlheinz Stockhausen y Morton Subotnick, que es capaz de crear sonidos bellísimos. Desde luego, Eduardo Polonio. Y adoro dos compositoras electroacústicas que abrieron caminos propios: Eliane Radigue y Else-Marie Pade. –¿Qué obras tiene en el estudio? –Estoy trabajando en un ciclo de tres piezas alrededor de melodías de corales luteranos. Soy un enamorado de la música de órgano sobre melodías de corales, no solo de Bach, también de otros grandes maestros. Recientemente terminé In allen meinen Taten, en la que las notas las convierto en frecuencias, y las frecuencias originan sonidos sintéticos que se expanden a lo largo de la pieza como si fuera un cantus firmus. ~
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Libros
El escritor madrileño regresa a la novela con ‘Los cinco y yo’, publicado por Tusquets, donde evoca sus primeras lecturas de infancia al tiempo que ajusta cuentas con su propia generación Recomendaciones
MEMORIAS
M. Essad Bey / Petróleo y sangre en Oriente / Espuela de Plata
ANTONIO OREJUDO
«Lo más importante para mí es que el lector no se duerma» Alejandro Luque {De Antonio Orejudo (Madrid, 1963) se puede esperar cualquier cosa, menos monotonía o aburrimiento. Cada novela suya es una sorpresa, y la última, Los cinco y yo, que acaba de ver la luz en Tusquets, no ha sido una excepción. Un homenaje a sus lecturas de infancia al tiempo que un ajuste de cuentas con su generación. «Fui lector de Los cinco a la edad de Los cinco, es decir, los 12 años», evoca Orejudo. «Fue una experiencia más allá de la lectura. Recordándola, empecé a pensar, ¿por qué no imaginar en una novela lo que fue de estos chicos? ¿Cómo serían ahora, que tienen 50 años?». Así fue como Orejudo emprendió el proyecto, aunque muy pronto se fue complicando: «Se convirtió en una forma de preguntarme qué había sido de mí mismo, y de mi generación, pero no es una obra de autoficción, y menos autobiográfica. Si acaso, es una reflexión», comenta el autor. «De este modo, la novela fue surgiendo de una mezcla de ficción y de realidad. Escribirla en primera persona formaba parte también del juego: no todo lo que cuento le ha ocurrido a Antonio Orejudo, pero algo sí». El escritor, afincado en Málaga, recuerda que «en los años 60 ocurrieron un montón de cosas, el asesinato
de Kennedy, el de Martin Luther King, la llegada del hombre a la Luna... La generación que nace de ahí está históricamente destinada a protagonizar ese nuevo mundo, y más aquí, en España, con Franco a punto de espicharla. Éramos la generación que iba a transformarlo todo, pero al final no hemos tenido ningún papel de ninguna clase. nuestros hermanos mayores, la generación de Felipe
El escritor madrileño Antonio Orejudo./ Gregorio Barrera
«No todo lo que cuento le ha ocurrido a Antonio Orejudo, pero algo sí» «Éramos demasiado jóvenes para hacer la transición y viejos para acampar en Sol» González para entendernos, fueron los que tomaron el poder hasta ahora. Nosotros, en vez de plantarles cara, fuimos mansos y esperamos a que corriera el escalafón», lamenta. «Son las siguientes generaciones las que se han enfrentado a ese poder», prosigue Orejudo. «Éramos demasiado jóvenes para hacer la transición, y viejos para montar una tienda
de campaña en sol». Claro que para abordar este enfoque, se corrían varios riesgos. «El principal era caer en la nostalgia», señala Orejudo. «No quería hacer una nueva entrega de Yo estudié en la EGB. ¿Os acordáis de...? No, no se trataba de eso. He intentado comprender nuestras circunstancias, nuestra formación política, nuestra educación sexual... En un momento dado digo que la principal característica de nuestra generación es que somos muchos. Llenamos las universidades, el mercado laboral, los bares... Hoy la Seguridad Social no es sostenible porque llegamos nosotros». Por otro lado, tampoco se trataba de pasarse de cínico. «Contra la cascarrabiez, meto sentido del humor, que es la marca de la casa. Veníamos de padres de pueblo llegados a Madrid, que nos educaron como pudieron, y luego somos producto de las amistades que hemos tenido en la vida. A todo eso le voy sacando punta», explica. «Para mí lo más importante es que el lector no se duerma. El texto es un tejido hecho de hilos, que no puede despelucharse. Debe ser suave. Debes sentir placer al recorrerlo. Si luego puedes ofrecer algo más, por mí bien, pero lo principal es ese placer. Me considero un artesano en esto de contar cosas». ~
Aquel tiempo en que fuimos magnates A. Luque {He aquí el relato de la vida de Essad Bey y su familia en Bakú, capital de Azerbayán, donde su padre era uno de los acaudalados, casi todopoderosos magnates del petróleo, y el forzoso periplo que emprendieron cuando estalló la revolución bolchevique en el Cáucaso. Cada una de estas etapas viene descrita con habilidad de periodista, curiosidad de antropólogo y fantasía de cuentacuentos, sabiendo en todo momento que es al público europeo al que va dirigido. El Bakú donde arranca la acción es la ciudad violenta y lujosa en la que se dan cita personajes turbios, procedentes de todos los puntos cardinales al olor del dinero y de esos pozos de crudo cuyas emanaciones, explica el autor, se creían recomendables para las afecciones pulmonares. En estas, como se dijo, se impone el comunismo, y toca hacer las maletas. ¿A dónde? A Oriente, al Turquestán, tierra de los antepasados del autor. Todo, lo fidedigno y lo fabuloso, lo cuenta M. Essad Bey con el mismo tono apasionado, vibrante, lleno de esa autoridad que infunde confianza y de esos detalles creativos que hipnotizan al lector. Al final, entendemos que de lo que huye el narrador no es solo el comunismo, que por cierto abrazó su madre antes de suicidarse, y que en efecto acabará absorbiendo el Cáucaso bajo la hegemónica bandera de la URSS. Huye del siglo XX, de la rapiña que sobre tantos lugares hasta entonces remotos iba a abatirse por parte de las potencias coloniales, de una crisis que cambiará para siempre el rostro del mundo, de un nuevo orden ante el que solo podrán sucumbir, o asimilarse a él. ~