Sábado, 28 de octubre de 2017 Nº 154 @aladar_cultura
Alfons Mucha
El primer motor de la publicidad
La exposición sobre su obra permite reflexionar sobre la evolución de la jerarquía de las necesidades humanas
Entrevista a la escritora Belén Gopegui
Los autores del cómic de Sevilla se confiesan
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El Correo de Andalucía Sábado, 28 de octubre de 2017
Arte Es uno de los platos fuertes de la temporada en Madrid: los salones del Palacio de Gaviria se abren de nuevo, acogiendo la obra de un artista genial. Nació en la Moravia habsbúrgica en 1860, y se convirtió en ideal para la ‘Belle Époque’. Alfons
ALFONS MUCHA
El primer publicista
Médée 1898 Litografía en color © Mucha Trust 2016. / Cortesía Arthemisia
Augusto F. Prieto {La empresa de gestión cultural italiana Arthemisia, en colaboración con la Mucha Trust Collection, traen a Madrid la muestra de uno de los artistas icónicos del siglo XX. Sigue la estela de la exitosa campaña sobre M. C. Escher, y elige el mismo lugar emblemático, el Palacio de Gaviria. Alfons Mucha es, no solo uno de los maestros del dibujo, sino también un precursor del diseño publicitario, y uno de los creadores cuya obra ha sido mejor recibida en las generaciones posteriores. Sus imágenes se relacionan con el lujo, con el glamour, con el ambiente teatral y mundano de una de las capitales del mundo, en el momento álgido de su reinado, el París de la Belle Époque. Su nombre está asociado con el de la «divina» Sarah Bernardt. Está presente en esta panorámica de Madrid como pintor, cartelista excepcional, diseñador de joyas, ilustrador, vestuarista, fotógrafo aficionado, y escenógrafo. La exposición sobre el recorrido artístico de Alfons Mucha nos lleva a una interesante lectura, nos invita a articular retrospectivamente la visita, desde las últimas salas hacia el inicio. Un decurso que tiene mucho que ver con el concepto de «nacionalismo» –nacimiento, desarrollo, y consecuencias– como también con el papel del artista como ser político, por muy alejado que se halle de ideologías o movimientos.
Autorretrato trabajando en el ‘Épico Eslavo’ en su estudio de Bohemia ©Mucha Trust. / Cortesía Arthemisia
Sublimado, desengañado –o ambas cosas– por el desastre que se cernía sobre Europa, Mucha falleció en 1939 pergeñando el proyecto de un tríptico que soñaba una nueva Edad de Oro, para la que apelaba a los valores comunes de la Humanidad, la razón, el conocimiento, y el amor. Demasiado tarde. Ese mismo año el ejército nazi ocupaba Checoslovaquia y proclamaba el Protectorado de Bohemia y Moravia, en cuya funesta realidad falleció el artista. Previamente había culminado la gran obra de su vida, la más meritoria en el entorno de las voluntades y las ideas, pero también la más responsable en las manos de un publicista, es la serie sobre la epopeya eslava. Su última pintura fue también la postrera de esta secuencia, el «Juramento de unión de los eslavos», que finalizó en 1926. Lo de los eslavos terminó, como ya sabemos –y quiera dios que haya terminado- como el Rosario de la Aurora. La serie de veinte óleos monumentales, enmarcada dentro de la corriente de los nacionalismos postrománticos, es la celebración mítica de un pueblo a lo largo de la Historia, basada en acontecimientos fundacionales, convenientemente recreados e idealizados; en los sucesos, creencias, y deseos, que convertirían a ese pueblo en Nación: un trayecto común, un anhelo de paz, y un deseo de sabiduría, abstracciones que nos les sirvieron de mucho, a la vista de
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Arte Mucha fue pintor, cartelista excepcional, diseñador de joyas, ilustrador, vestuarista, fotógrafo aficionado, y escenógrafo. Con esta muestra podemos reflexionar sobre la evolución de la jerarquía de las necesidades humanas
las circunstancias ulteriores. Las pinturas están depositadas en la Galería Nacional de Praga, y aquí se desvelan con un acertado montaje visual. El dibujante se había sentido en la obligación de hacer algo por su pueblo. Antes de eso había trabajado para la corona austrohúngara, que le encargó la decoración del pabellón de Bosnia y Herzegovina en la Exposición Universal de París de 1900. Como premio a la representación de la diversidad cultural de esa zona de los Balcanes, recibió del emperador Francisco José I la Orden Imperial. Parece que sus investigaciones, y sus viajes por el sur de Europa para completar ese fresco, le abrieron la conciencia en cuanto al latente sentimiento eslavo de la frontera meridional de los Habsburgo. Para llegar a estos encargos oficiales, a semejante reflexión, y al reconocimiento como artista que le permitió abrirse a temas tan elevados, había debido de triunfar antes en París, como dibujante, encadenando su nombre al de una de las grandes celebridades del momento, la actriz Sarah Bernardt, para la que diseñó la iconografía art nouveau que le ha convertido en inmortal, y que le permitió adentrarse en el mundo de la naciente publicidad, gracias a la que consiguió salir de las estrecheces económicas y huir –entiéndase bien la ironía de la expresión– de la bohemia. Así, además de una exposición in-
Cabeza de chica, 1900, escultura para la exposición universal de 1900, © Mucha Trust 2016. / Cortesía Arthemisia
teresante, podemos reflexionar sobre la evolución de la jerarquía de las necesidades humanas, enunciada por Maslow, siguiendo la cual vemos como la carrera del diseñador evoluciona desde la necesidad física hasta los elevados ideales éticos. Y meditar –como hizo Zweig– sobre los valores de aquel interesante artefacto geopolítico, el Imperio Austrohúngaro, a quien muchos comparan con la Unión Europea; lo que se perdió con su colapso, y las consecuencias terribles que engendró su centrifugación a merced de los nacionalismos. Alfons Mucha es, por encima de todo, el paradigma del modernismo. Se lanzó al estrellato con el cartel para Gismonda (1894), de Sardou; y se perpetuó con los de Medea, de Mendès; La Dama de las Camelias, de Dumas; o Lorenzaccio, de Musset; los originales de los cuales son obras fuertes de esta muestra del palacio de Gaviria. Antes se sucedieron las épocas de estudio y preparación en Praga, Viena, y París, y su contacto con otros de los autores que acudían en ese fin de siglo a la Ciudad Luz, hechizados por la vanguardia y la modernidad, destacadamente Paul Gauguin, con quien compartió estudio; y August Strindberg, que le inició en el ocultismo. A lo largo del recorrido expositivo se presentan numerosas fotografías, realizadas por Mucha, sobre las que el creador moravo trabajó la figuración de sus obras. ~
Moet & Chandon, Dry Imperial, 1899, litografía a color. / Cortesía Arthemisia
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¡Cuidado, autores de cómics sueltos!
Abel Ippólito hace y produce cómics, ilustración publicitaria y cursos del asunto. Diego Galindo trabaja en el mercado norteamericano de la historieta, porque aquí no hay manera. El Irra, tras mucho cuerpo a cuerpo en el oficio, ha visto
CAPÍTULO I
«¡Si nos leyesen nuestras abuelas!» César Rufino {«Nadie publica hoy cuatro páginas sobre cómic», decían, con ese tonillo con que se despachan los pésames. Esperar lo contrario, como quedó claro en la conversación, es ser un iluso. Así que arrastrados, quizá, por la rebeldía inherente a este género, hoy van tres páginas y en breve irán otras tantas –la continuación de lo que sucedió en esta tertulia– para hacer justicia: si semejante despliegue de papel es de locos, no menos lo era reunir una mañana laborable en la cafetería de Caótica, en esa calle de José Gestoso apresada a esas horas en el fragor de los carretilleros y los hilos musicales, a un manojo de autores y amantes sevillanos de este arte con la única intención de hablar del asunto. Y en persona, nada menos. La vida bebida a chorros. Paco Cerrejón, gestor cultural, artífice de los encuentros sevillanos del cómic y uno de los responsables de la cultura municipal por su labor en el ICAS, era el único que los conocía a todos, porque ni siquiera los autores de tebeos, tan faltitos ellos de sindicación, tienen tiempo de quedar para verse (cosa que también dijeron, con el mismo tono de tanatorio). Abel Ippólito y Diego Galindo, más veteranos en el oficio –el primero se tuvo que buscar la vida en la ilustración publicitaria y editorial y en los cursos, y el segundo en la industria americana de la historieta–, venían juntos y cafetearon por su cuenta antes de la reunión, pero el Irra se encontraba con ellos por primera vez. Y hasta el amable camarero del local bajó un poquito la música cuando comprendió, al servir los cafés, que aquello era un fenómeno insólito y puede que eucarístico que precisaba cierto recogimiento. –Lo que le pasa al cómic no es un problema local, es un problema nacional de importante falta de respeto al medio –dijo Paco Cerrejón–. Basado también en que durante cuarenta años, muchos de ellos por ley, el cómic tenía que ser infantil, y eso ha calado mucho. El cómic ha tenido problemas de reconocimiento en muchísimos países, pero es cierto que en los de nuestro entorno, sobre todo en Francia y en Italia, ese reconocimiento sí ha llegado antes que aquí. Yo recuerdo, cuando empecé a organizar hace años el Encuentro del Cómic, que lo que había en los
medios era Mortadelo y Filemón e Ibáñez y no salíamos de ahí, y ahora eso ha cambiado un montón. En los ochenta hubo un bum, pero fue el bum de las revistas. Estas tuvieron un problema: que cuando se acabó todo el material de fuera, todos los álbumes de Moebius y de toda esta gente, se quedaron sin material, y a partir de ahí se vinieron abajo. Y se entró en una crisis de los noventa que fue un desierto para el cómic español. Todos los presentes asintieron, recordando los buenos viejos tiempos de finales de los setenta y primeros ochenta, en que la historieta era, tal vez, el arte rey en España. Al
MOEBIUS Dibujante, entre otros, de ‘El teniente Blueberry’ y ‘El garaje hermético’, el francés Jean Giraud ‘Moebius’ (1938-2012) fue uno de los más grandes autores de cómic de la edad dorada del género.
IBÁÑEZ El tebeo español tiene en Francisco Ibáñez (1936) una de sus principales y más prolíficas referencias: ‘Mortadelo y Filemón’, ‘El botones Sacarino’, ‘13 Rue del Percebe’... son algunas de sus creaciones.
menos, a nivel popular. Esa muerte supuso algo terrible para el género, que lo marcaría para los restos: se perdió el vínculo con los quioscos, la más poderosa y extensa red de distribución de material impreso de la historia. –Al quiosco lo mató la librería especializada –recordó Cerrejón. –Pero en la librería especializada tienes mucho más material al que acceder –se apresuró a matizar Diego Galindo–. En el quiosco tenías lo que había en ese mes y poco más. Llega un momento en que las editoriales van a lo seguro y dicen: yo tengo aquí dos o tres mil aficionados que me van a comprar Superman o Spiderman y ya está, no me tengo que complicar la vida. Entonces fueron a por el público seguro.
El Irra mostró su estupor, o su mosqueo, o ambas cosas. –Lo que se ha perdido ha sido la connotación popular del cómic, que se ha convertido en algo meramente especializado –lamentó el autor de Palos de ciego–. Ahora la gente, cuando va a adquirir un cómic, sabe a lo que va, pero antes era una sorpresa. Estaba en las casas y la gente lo abría y lo leía. Nadie se explica todavía cómo se perdió esa popularidad. –Algunos editores –intervino de nuevo Diego– hablan de que han sido las distribuidoras las que han hecho esta apuesta por la tienda especializada porque a ellas les sale más barato. Ten en cuenta que no es lo mismo tirar para todos los quioscos de España, con el riesgo de devolución que hay, que tirar para una red de librerías especializadas. –Pero es verdad –señaló Abel Ippólito– que ahora ese cómic que parecía muy esplendoroso, el tebeo, no tiene detrás a los jóvenes. Hay gente de cuarenta o cincuenta años leyendo tebeos de mucha calidad dirigidos al público adulto, pero me preocupa que los chavales no leen tebeos. –Es que no leen tebeos, ni leen novelas, ni leen nada más allá de lo que leen en el móvil –afirmó Irra. –Quizá el videojuego –barruntó Diego Galindo– también ha llegado a quitarnos una parte muy importante. Paco Cerrejón comentó que, ya sean videojuegos o aplicaciones del móvil, al fin y al cabo «la cultura es tiempo de ocio. Y todo aquello que venga a ocupar ese tiempo…». Pero en la mesa, la opinión predominante fue que sí, que muy bien, pero que los chavales ya no son lo que eran. O al menos, sus circunstancias ya no lo son. –Antes era todo más difícil –aseguró Irra–. Antes, en la era predigital, era completamente distinto. Lo que sí es verdad es que yo estoy encantado de ser un chaval y vivir en la época de ahora, porque lo de antes era un desierto. Yo, si ahora consigo publicar con Astiberri, ha sido gracias a internet, a tener un Facebook y poder comunicarme con un espectro más allá de Sevilla. Porque si tienes la mala suerte de nacer en Sevilla, te comes una mierda en este mundillo. Te tienes que ir a Madrid o a Barcelona, que era la meca del
De izquierda a derecha, Abel Ippólito, Diego Galindo, el Irra y Paco Cerrejón, con el autor del reportaje.
cómic. Y para eso tenías que tener dinero y que tus padres te respaldaran, y como no tuvieras un sueldo te comías un mojón y te morías de asco. Si te fijas en las entrevistas, siempre los que cuentan las historias son los que vivían en Barcelona o, si escarbas un poquito, son de buena familia. El que era de familia humilde como yo no tenía ninguna oportunidad. Hemos ganado gracias a las relaciones virtuales. Diego confirmó esta impresión con su propia experiencia. –Yo el primer viaje al Salón del Tebeo me lo pagué haciendo de negro en una investigación de una catedrática. Con ese dinero me pude pagar el primer viaje a Barcelona. Muerte y resurrección A veces da la sensación de que el cómic, que tan maduro había llegado a ser en los ochenta, tan intenso y tan diverso, la cascó de viejo y ahora, una vez renacido, está atravesando una nueva adolescencia, experimentando a ver qué hace con su vida. No hay homogeneidad, que sí la había antes como fruto de esa ma-
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publicada en Astiberri su novela gráfica ‘Palos de ciego’. Y Paco Cerrejón, gestor cultural y programador de actividades municipales, es uno de los más sabios de la vecindad sobre este tema. Una tertulia con ellos se convierte en puro cómic.
durez en la que unos aprendían de otros, se creaban escuelas… y convergía todo, con su inmensa diversidad, en una misma forma de comprender el género. Eso ha cambiado. –Yo creo que eso es bueno –comentó Abel Ippólito–. El cómic refleja toda la variedad de gustos, de estética y de temáticas que le puede gustar a cualquier persona. –A mí me da la impresión –dijo Diego Galindo– de que el cómic español está buscando su identidad. Porque Francia tiene, EEUU también... y en España no existe. El mercado español se está intentando inventar, y de ahí que tengamos tantas cosas diferentes, que no haya unas líneas claras. En el momento en el que algo funcione de forma masiva, verás cómo la línea clara se impone. Pasará tarde o temprano. Para Abel, el género, ahora mismo está en una especie de gestación. Paco Cerrejón cree que el cómic está mucho mejor que en los noventa, que es lo que de verdad importa. En los noventa, según él, era un erial en el que solo había superhéroes. Pero de ahí a que ahora
se pueda vivir de esto... –En el mercado actual –señaló Irra–, vender dos mil ejemplares es un best seller. Es así de triste. Cerrejón intentaba ver la botella medio llena: –Ahora, es cierto que un autor español no se va a ganar la vida publicando un tebeo en España, es muy complicado, pero es que antes ni siquiera llegaba a publicar. –Y gente de mucha calidad –precisó Galindo. Irra seguía con su disgusto indisimulable: –Pero es que en el cine está todo igual, está todo precario –protestó–. Por ejemplo, Carlos Vermut, que fue dibujante de cómic además, está viviendo en casa de los padres, y es director de cine y está ganando premios en el extranjero, con mucho prestigio. Ippólito extendió los efectos de la tragedia. –Y con la literatura sucede igual. Es un mundo que tiene mucho brillo, tú dices madre mía, la novela de no sé quién, pero… –Perdonad que haga un inciso,
ICAS El Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS) es la herramienta cultural del Ayuntamiento de la ciudad. Cuestionado por sus carencias, espera sustitución por otra entidad para comienzos de año.
pero me tengo que autorreivindicar –saltó Diego Galindo–: en lo nuestro, ni siquiera los premios sirven. Si no es el Eisner, olvídate. No se hace eco nadie. Si los medios no nos dan voz… Tú dale a algo mucha publicidad, que tarde o temprano eso tendrá un eco. Cabría responder a semejante creencia que la verdad es más cruel: ¿Cuántas entrevistas había en los setenta y ochenta a autores de cómic? ¡Ninguna! El cómic se vendía solo. Que se puede hacer más, eso es seguro. Pero nunca ha habido tantas entrevistas como ahora. Y nunca se vendieron tantas obras como entonces. –Pero se trata de manera anecdó-
tica –respondió Irra, cuando se introdujo este matiz en la conversación. –Hay un movimiento muy engañoso –dijo Ippólito–, en el sentido de que yo creo que se lee mucho, pero que en realidad no se refleja en que el autor pueda vivir de ello. La solución no es que los autores hagan obras de mayor calidad; se trata de una solución industrial, que alguien decida apostar por el mercado, que el cómic salga en la tele… El cómic es tan bueno o tan malo como cualquier otra cosa. El Irra le dio la razón: –Es que si no, no va a cobrar fuerza. –Es verdad salimos mucho en prensa, o sale la gente mucho en prensa –concedió Diego–. Yo no, porque no publico aquí. Pero es saliendo en prensa y tampoco vendemos… Pese a trabajar para el Ayuntamiento, Paco Cerrejón volvió a apuntar hacia las carencias del respaldo institucional: –Voy a tirar piedras contra mi propio tejado –dijo–, pero es que esto lo vengo diciendo desde hace veinte años: otra desventaja del cómic frente a otros medios artísticos es el abandono que ha tenido, ahora algo menos, por parte de las administraciones públicas. El cómic no ha estado en las políticas culturales de este país hasta hace muy, muy poquito. Y debe estar. ¿No están la poesía, las escénicas, el cine...? –Yo no estoy tan de acuerdo –discrepó nuestro hombre en América. Al Irra tampoco le hizo mucha gracia la idea de las ayudas a la dependencia cultural: –Pero lo malo en ese caso es que el autor depende de la vida pública –apuntó el más joven de la reunión–, y se creen obras como la que está haciendo ahora mismo Alberto Rodríguez, que está haciendo una película de la corrupción de la Expo 92 y no te habla de la Expo 92 ni de la corrupción que hay, se autocensuran ellos mismos. Si se consiguiera la utopía del apoyo público, el autor se autocensuraría y haría una obra muy amable. –Pero cuando hablo de políticas culturales no me refiero solo a que se subvencione a un autor, cosa de la que estoy en contra –respondió el programador del ICAS–. Abel, por ejemplo, está llevando ahora mismo en la Red de Bibliotecas una exposición sobre cómics, lleva todo el año y va recorriendo las catorce bibliotecas. ¿Qué consigues con eso? Que todos los chavales que van allí están oyendo hablar del cómic. –¿Pero eso ayuda a crear lectores? –al Irra no lo convenció el argumento, por seductor que parezca– Yo siempre hablo de manera subjetiva, de como yo lo veo; no puedo ser objetivo, me gusta hablar de esta manera. Y personalmente me pasa como con Bécquer. Ahora lo amo, me encanta, pero cuando en el colegio
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Acogidos a sagrado en la cafetería de Caótica, una de las sedes oficiales de la vidilla cultural sevillana, los profesionales repasan las vicisitudes de un género en un coloquio que se trasladará a estas páginas en dos entregas. Cosas del tebeo me hablaban de Bécquer o de Machado o algo de eso, me daba yuyu. Y a mí, que me hablen del cómic de chico, a día de hoy no me habría gustado, o me habría costado más trabajo. –Eso es porque tú tienes un problema con la autoridad –bromeó Diego Galindo, para descojone general–. Yo tenía profesores a los que amaba profundamente porque me parecían unos tíos inteligentísimos, y otros a los que odiaba a muerte. –Si hubieras estado en la misma escuela que yo, no dirías eso –musitó el Irra. –Y sin embargo, Irra –dijo Abel, conciliador–, vamos a las exposiciones estas de cómic y, primero, no están dentro del colegio, sino que es una biblioteca y los chavales flipan. Y si veo a cuántos profesores de treinta o cuarenta años se ponen nostálgicos y dicen: esto yo lo leía... Diego Galindo no estaba en esa onda: –Quizá tenemos que llamar a Francia y preguntar cómo lo han hecho. –Pues mira, la respuesta a eso me la dio Zidrou –saltó de nuevo el responsable de esos cursos–: que hubo uno de los presidentes que invirtió muchísimo. Y no era de sus favoritos ideológicamente. Y dice que en Francia vas a casa de un inmigrante de segunda o tercera generación y tiene más libros que amigos suyos cirujanos y médicos. El Irra parecía razonablemente molesto con el enfoque del asunto: –El problema, y lo digo otra vez desde mi punto de vista –insistió–, es que a mí no me gusta lo que representa Zidrou. Nueva explosión de risas. –A mí me gusta el cómic porque es subversivo –prosiguió–. A mí cuando me llamaba la atención el cómic era por la cosa más subversiva que arrastraba, pese a ser popular. Era más reivindicativa pese a pegarte la patada en la boca. Como cuando vi Robocop: fui al cine creyendo que iba a ver una película de superhéroes y veo de repente a un tío acribillado y tirado en el suelo como Jesucristo. Es la raíz de lo que a mí me gusta que sea una obra de arte. El arte debe ser violento. Diego no estaba nada de acuerdo con eso: –Ni todo el arte es violento ni todo el arte debe ser violento. –Estoy hablando desde mi punto de vista –volvió Irra–, porque si soy objetivo no voy a ser sincero ni voy a hablar de nada. Abel intentó que lo viese desde otra perspectiva: –¿Tu quieres que te lea mucha gente? Supongo que tú haces una obra para eso –le dijo. –¡Claro! Mi obra es popular. Mi obra es totalmente popular. Está hecha para que la lea mi abuela, y se la ha leído. Nueva andanada de risas. –¡Es verdad, no es coña! –exclamó
De izquierda a derecha y de arriba abajo, obras de Abel Ippólito, el Irra y Diego Galindo, más un cartel de los encuentros organizados por Paco Cerrejón.
el Irra. –Pero todas las abuelas de España no van a leer cómics –le advirtió Abel Ippólito. Y Diego Galindo le hizo los coros: –¡Si todas las abuelas de España leyesen nuestras obras, otro gallo cantaría! –Para que tu obra la lea mucha gente –y ahí quería llegar el conciliador Abel Ippólito– tiene que haber mucho Zidrou. El que quiera hacer algo un poquito más diferente tiene que agradecer a Ibáñez, aunque ahora mismo a mí no me interese nada como autor, que haya existido. –Mi obra es la otra cara de lo que propone Zidrou –se rebeló Irra–. Tan popular o más que la suya. Por cierto, que mi libro lo han traducido para Francia y va a salir en unos meses. Felicitaciones generales. Acababa de pasar sobre la mesa del desayuno
ZIDROU Belga afincado en España, Benoît Drousie ‘Zidrou’ es un reputado y popular guionista de cómics. Ha trabajado con Jordi Lafebre, Francis Porcel y muchos otros dibujantes, cosechando grandes éxitos.
EISNER Dedicado al mítico autor Will Eisner, el premio de cómic más importante del mundo en muy distintas categorías (dibujo, historia, color, edición, equipo...) forma parte del entramado industrial del género en EEUU.
un mirlo blanco de fastuoso pelaje. –Y yo propongo otra cosa –continuó–. Yo no quiero un Amélie del cómic. Yo soy más de Scorsese, y Scorsese es igual de popular que Amélie. Y voy más por ese camino, por el arte violento y subversivo. Que el niño de quince años que está haciendo la esvástica en la mesa del colegio se vaya al cómic. Ese es el público potencial al que yo me dirijo. –¿Al de la esvástica? ¡Joder! –exclamó Galindo, en medio de un murmullo general. –¡Pero porque está en contra del sistema, no porque sea nazi! Porque eso son tonterías, lo de la esvástica. –Bueno, a los judíos no creo que se lo pareciera –susurró Diego. –Lo digo porque el tío que hace eso lo que quiere es llamar la atención. El de las gafas y la perilla también tenía comentario para eso. –Lo malo es que empiezas queriendo llamar la atención y acabas pidiendo la independencia. –Lo digo porque el que ponía viva ETA en los noventa en un muro no es que fuera etarra, sino que lo hacía por llamar la atención e ir en contra del sistema. –Y un poquito gilipollas también, vamos. –Claro –concedió Irra–. Yo en mi vida he pintado una esvástica ni he puesto viva ETA. Diego lo quiso dejar claro. –Yo creo que el arte tiene que tener muchas lecturas. De manera popular se puede acercar de muchas formas a la gente. No tiene por qué ser única y exclusivamente violento. A mí me parece muy bien, me encanta Robocop, pero también disfruté mucho Amélie. Soy así de raro, ja, ja, ja, ja, ja, ja, qué quieres que te diga. Abel Ippólito pensaba lo mismo: –Igual que, para llegar al autor de cómic, yo he leído a Mortadelo y Filemón y todos los superhéroes del mundo. Y Diego retomó la palabra para rematar: –Es que tú no puedes decir odio a los superhéroes, porque te vas a perder obras brutales, como las de Frank Miller. O no puedo ver a los autores personales. Pues te vas a perder un montón de obras. No puedes atender solo a una cosa, porque te pierdes las demás. Paco Cerrejón también estaba por la labor cósmica del amante del cómic. –La curiosidad me lleva a leer un poco de todo –dijo–. Yo me he encontrado, cuando organizaba el Encuentro del Cómic, gente que solo quería que invitáramos a autores de superhéroes. Chiquillo, que traigo a Max, ¿tú sabes quién es? O a Berberian. O a Sequeiros. Quillo, abre un poco los ojos, ¿no? ¡Te estás perdiendo el mundo! Continuará. Aunque bueno, tratándose de cómic, puede pasar cualquier cosa. ~
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Libros
La escritora madrileña regresa con ‘Quédate este día y esta noche conmigo’, una reflexión sobre Google y el papel de las nuevas tecnologías en nuestras vidas recién publicada por Random House Recomendaciones
CÓMIC
Nicolás Castell/ Óscar Pantoja / Borges. El laberinto infinito / Rey Naranjo
El Aleph (y más) en viñetas
BELÉN GOPEGUI
«Solo con el nombre, los de RRHH están muy despistados» Alejandro Luque {Belén Gopegui (Madrid, 1963) ha sido considerada siempre una escritora comprometida. Sobre todo con la literatura, pero también con el tiempo y el mundo que le han tocado vivir. Y vuelve a demostrarlo en su última novela, Quédate este día y esta noche conmigo (Literatura Random House), la historia de un chico obsesionado con los robots y de una matemática y empresaria retirada que traban una curiosa amistad y se proponen cuestionar nada menos que al todopoderoso y omnipresente Google. «El problema de Google es que es una empresa», explica la escritora. «Es como el nombre de redes sociales, es muy bonito, pero comercializa una necesidad que es muy real. Cuando se usan para crear beneficios, se trastoca esa función», dice. Gopegui va incluso más allá y denuncia que «son monopolios, no hay cuatro googles ni cinco facebooks. Imponen las reglas y crean la necesidad. Es cierto que hay pequeños proyectos alternativos que habría que apoyar, pero es todavía más difícil que con los medios de comunicación, porque se necesita una gran infraestructura para sacarlos adelante. Tendría que formar parte de nuestro proyecto político que fueran servicios públicos», agrega la autora de La escala de los mapas.
Sus personajes quieren subvertir las reglas de Google a través de una solicitud de trabajo. «Si solicitas trabajo en Google tienes que adaptarte a su formulario, pero mis protagonistas lo rompen para desconcertar a quien tiene que examinarlo», comenta Gopegui. «Me gusta recordar que detrás de Google, como del Real Madrid o Bankia, hay personas, aunque a menudo se nos olvide».
La escritora madrileña Belén Gopegui. / El Correo
«Detrás de Google, como del Real Madrid o de Bankia, hay personas, aunque a menudo se nos olvida» «Lo terrible es que no podamos intervenir en las intenciones de estas empresas» De algún modo, la novelista coloca al lector en la posición de ese becario («o becaria, seamos inclusivos», matiza) que recibe la carta de Mateo y Olga, si bien «no quiero que se identifique con esa figura, sino que se relacione con ella». Esto permite a Belén Gopegui reflexionar sobre los procesos de selección de las empresas y el comporta-
miento de los departamentos de Recursos Humanos que «solo con el nombre ya están muy despistados», dice. «Indagué en cómo Google y otras empresas seleccionan a su personal, y ahí te das cuenta de que el problema es que eligen en función de para qué te quieren, y te quieren para explotarte. Pero claro, no lo pueden decir, así que tienen que asegurar que te quieren para que participes en un proyecto que mejore el mundo». «Lo terrible», prosigue la escritora, «es que no podamos intervenir en las intenciones de estas empresas. Todo lo que hacen son algoritmos con un determinado objetivo. ¿Por qué no desarrollar un algoritmo que ayude a todo el mundo a desarrollar su capacidad para ponerse en el lugar del otro? Eso es lo malo, que estos inventos no contribuyen a desarrollar las facultades humanas». Por último, Gopegui confiesa que «no uso las redes pero tengo observatorios, procuro fastidiar el algoritmo con una cuenta falsa de Facebook, me divierto y me permite ver qué pasa», dice. Y cuando se le pregunta en si no teme que una novela sobre las nuevas tecnologías no pueda leerse igual dentro de 40 años, concluye: «Ya nadie piensa en la posteridad, aunque escribir es siempre construir algo que se pueda entender». ~
A. Luque {Primero fue Rulfo, luego Gabo. Próximamente, dicen, llegará el turno de Neruda. Pero ahora toca hablar de Borges y de esta adaptación de su vida en viñetas, El laberinto infinito con guion de Óscar Pantoja y dibujos de Nicolás Castell. Partamos del hecho según el cual, para el común de los lectores, el maestro argentino no tuvo más vida que la de los libros. A veces tiende a ser representado, más como un ser humano, como una computadora que produce citas sin cesar y se pasa la vida opinando sobre lo divino y lo humano, cuando no replanteando de arriba a abajo el canon occidental, en el que él mismo ocuparía un lugar preminente. Pero Borges también fue niño, y muchacho. Se enamoró, cultivó la amistad, fracasó en el amor. Cometió, según sus propias palabras, «el peor pecado que puede cometer un hombre: no he sido feliz». Todo eso está en los trabajos de sus concienzudos biógrafos, desde Barnatán a Williamson, pero se olvida con facilidad porque la obra que dejó, como autor y como lector, es abrumadora. Es evidente que la literatura es el eje en torno al cual gira su vida, pero no todo se reduce a su dimensión libresca. Lo mejor de este hermoso proyecto es que repasa algunos de los hitos de la vida del autor de El Aleph, como la llegada de la ceguera o la relación que le unía a su madre, Leonor Acevedo, incluyendo algunos delicados pasajes, como su devoción por Norah Lange y su intento de suicidio en Adrogué. Lo más temerario quizá haya sido representar gráficamente su universo infinito, que ya otros han hecho muy bien antes. Pero sin duda, se trata de un regalo para los borgianos veteranos, y los que están aún por serlo. ~
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Literatura Desde que Tirso de Molina alumbrase ‘El burlador de Sevilla’ en la segunda década del seiscientos, el personaje de Don Juan no ha dejado de fascinarnos. Hasta cuarenta versiones distintas llegaron a circular por Europa antes de 1900, muchas
La Sevilla de ‘Don Juan Tenorio’ Antonio Puente Mayor {Aunque la mayoría de estudiosos señalan al fraile mercedario Tirso de Molina como el creador del seductor más famoso de todos los tiempos –otros apuestan por Andrés de Claramonte– lo cierto es que muchos de sus rasgos aparecen ya en el siglo XI en la figura árabe de Abu ‘Amir, protagonista de El collar de la paloma, del autor Ibn Hazm de Córdoba. Su carácter proto-donjuanesco es evidente, según el filólogo Américo Castro, quien además nos recuerda que «en ese aristócrata, veleidoso y presa del aburrimiento, se halla la fuente remota de El burlador de Tirso». Asimismo Márquez Villanueva alude a un relato de Dion Casio, historiador y senador de la Antigua Roma, en el que alguien azota la estatua de su enemigo muerto, «pero esta parece recuperar la vida y lo mata después a golpes», lo que parece confirmar que el arquetipo comenzó a gestarse mucho antes. De un modo u otro, es durante los siglos XVIII y XIX cuando el mito de Don Juan comienza a consolidar su fama mundial. Primero a través de Molière, cuya tragicomedia Dom Juan ou le Festin de Pierre transforma al personaje en un «intelectual epicúreo», en palabras del exdirector de la Comédie francesa, Jean-Pierre Miquel. Y más tarde con las aportaciones románticas de Byron, Dumas o Espronceda, quienes ven en él un símbolo de rebeldía frente a las convenciones sociales.
ledo. No obstante al poco de iniciar la carrera el futuro escritor comienza a interesarse por asuntos bien distintos a los académicos, como el dibujo, las novelas de Walter Scott y, sobre todo, las mujeres. Tras ser amonestado en repetidas ocasiones por su progenitor, termina por huir a Madrid, iniciándose en los quehaceres literarios y artísticos y frecuentando los ambientes bohemios de la ciudad. Pese a sufrir numerosas estrecheces, Zorrilla comienza a labrarse un futuro en la capital de España, especialmente a partir de la muerte de Larra (1837), en cuyo funeral recita unos versos que lo consagrarán como poeta. Dos años más tarde estrena su primer drama en el Teatro del Príncipe, iniciando una carrera ascendente que le llevará a firmar un contrato en exclusiva con el empresario Juan Lombía, lo que dará lugar a un total de 22 espectáculos entre 1840 y 1845. Uno de ellos, Don Juan Tenorio, verá la luz un 28 de febrero de 1844 en el Teatro de la Cruz, siendo su protagonista Carlos Latorre y recibiendo –aunque hoy pueda parecernos sorprendente– una fría acogida por parte del público. Sin embargo, la obra zorrillesca irá ganando adeptos poco a poco, llegando a sustituir con el paso del tiempo al drama No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, de Antonio de Zamora, que venía representándose año tras año, desde 1744, en el Día de los Difuntos. ¿A qué debemos este repentino cambio? Los críticos aún no se ponen de acuerdo. Tal vez sea el ritmo ágil, la rima fácil de sus versos, la personalidad seductora de Don Juan, la candidez y bondad de Doña Inés, la facultad redentora del amor… o su innegable acerbo católico.
De seductor irredento a héroe romántico Nacido en Valladolid un 21 de febrero de 1817 –este año se conmemora su bicentenario– José Zorrilla y Moral era hijo de un conservador carlista y una mujer muy piadosa. Debido a los desempeños laborales del padre, la familia vivió en ciudades como Burgos, Madrid o Sevilla, donde el escritor, todavía un niño, situaría la trama de su obra más famosa casi dos décadas después. Esto nos confirma que el escenario narrado en su Don Juan Tenorio (1844), posee numerosas conexiones con la realidad, como veremos más adelante. Teniendo en cuenta que la versión romántica del tema de Don Juan despojó a este de su grave lección moral, la idealización del seductor eterno e irresistible, ídolo de un panteísmo erótico, es completamente ajena a la intención de Tirso. De hecho, como bien apunta Justo Fernández López, «si Don Juan no fuera católico creyente, su rebeldía contra los poderes sobrenaturales perdería su grandeza; si fuera un vulgar libertino, su figura perdería todo su esplendor legendario». De ahí que la visión de Zorrilla fuese la más afor-
Hostería del Laurel. / Antonio Puente Mayor
Noticias del apellido Tenorio
Placa dedicada a Don Juan en la calle Justino de Neve. / Antonio Puente Mayor
tunada y la que todavía se sigue representando en numerosos municipios españoles a primeros de noviembre. Y es que, a diferencia de Tirso de Molina, José Zorrilla transforma al personaje fanfarrón incrédulo en un héroe con el que llegamos a simpatizar en muchos momentos, y que contra todo
pronóstico termina salvando su alma gracias al amor de Doña Inés. Un estreno poco afortunado Tras la muerte de Fernando VII y el acceso al trono de Isabel II, José Zorrilla padre es desterrado a Lerma (Burgos), enviando a su hijo a estudiar Derecho a la Universidad de To-
La familia Tenorio en la que se basó Zorrilla existió en realidad y según el Diccionario Heráldico y Nobiliario de los Reinos de España procedían de Galicia. Los hermanos García Carraffa lo explican de este modo: «el lugar denominado Tenorio (hoy parroquia) es muy antiguo en Galicia y pertenece actualmente al Ayuntamiento de Catovad, del partido judicial de Puente-Caldelas de la provincia de Pontevedra. De dicho lugar es originaria la ilustre y noble familia de Tenorio, cuyo primitivo fundador lo tuvo en señorío, de lo que se derivó que sus descendientes tomaran por apellido el nombre del lugar». Antes que el autor vallisoletano, Tirso los situó en Sevilla tras colaborar con San Fernando en la conquista de la ciudad. En el repartimiento les correspondió unos terrenos próximos al actual convento de San Leandro,
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Literatura salidas de las plumas de genios como Molière, Mérimée o Alejandro Dumas. La ruta de ‘Don Juan Tenorio’ nos permite recorrer Sevilla en busca del seductor más famoso de todos los tiempos mientras celebramos el bicentenario de su autor llegando a acoger un Corral de Comedias. Dicha manzana fue demolida en la primera mitad del siglo XIX, surgiendo entonces la plaza actual.
situado en la plaza del mismo nombre, donde en el siglo XIII se hallaba la Mezquita del Coral así como unos baños árabes. No obstante un siglo después se enfrentaron a Pedro I el Cruel y fueron desposeídos de los terrenos, ocupando el lugar las monjas agustinas, quienes establecieron el germen del convento en 1369. Pese a todo, los Tenorio no abandonaron jamás la ciudad, y a mediados del XVI la tradición los ubica en el barrio de Santa Cruz, concretamente en la calle del Chorro, lugar por el que corrían las aguas cuando se desbordaban los conductos procedentes de los Caños de Carmona, y que por entonces discurrían por el muro del agua. En 1895 la calle se rebautizó con el nombre del fundador del Hospital de los Venerables, Justino de Neve.
El diablo a las puertas del cielo
La Hostería del Laurel La tradición nos cuenta que en esta antigua «casa de gulas» se alojó José Zorrilla en 1840 durante uno de sus viajes, sirviéndole de inspiración para situar las primeras escenas de Don Juan Tenorio. En 1978 el padre del actual dueño adquirió la propiedad del restaurante y en 1989 se creó un acogedor hotel que se ubica en el mismo edificio del barrio de Santa Cruz. Un negocio que, tras llegar a un acuerdo con la cadena valenciana Casual Hoteles, acaba de reabrir sus puertas completamente tematizado. De este modo los viajeros de todo el mundo podrán conocer el mito donjuanesco pernoctando en alguna de sus 21 habitaciones decoradas para la ocasión. Pese al encanto del lugar, la plaza de los Venerables de 1545 –aquella en la que Zorrilla sitúa a personajes como Cristófano Buttarelli– dista mucho de la actual. Por entonces su entorno contaba con un callejón llamado de San Diego, justamente en uno de los costados de la Hostería, desde el cual se llegaba a la plaza de los Desafíos. Este, curiosamente, era uno de los sitios predilectos de los sevillanos para retarse a muerte…
Monumento a Don Juan (Plaza de los Refinadores). / Antonio Puente Mayor
Doña Ana de Pantoja No lejos de la Hostería del Laurel se encuentra la plaza de la Alianza, donde algunos aún tratan de localizar la casa de Doña Ana de Pantoja, futura esposa de Don Luis Mejía –personaje con el que compite Tenorio–. Precisamente en la escena que se desarrolla en esta enclave el galán intenta arrebatarle su amada a Don Luis. En cuanto a lo puramente histórico, catorce años antes del estreno del drama zorrillesco la zona adoptó el nombre de Plaza de la Alianza, pues hasta ese momento había sido llamada Consuelo (siglo XV) y Pozo Seco (siglo XVI). Hoy posee una fuente central y un mural presidido por una imagen cristífera –el Señor de Santa Cruz– que se suma a la hipnótica visión de la Giralda. Por cierto que el título le viene de una taberna que existió en el lugar.
Plaza de doña Elvira. / Antonio Puente Mayor
En busca de Doña Inés Más difícil de localizar es el convento donde ingresó como novicia Doña Inés, personaje clave del drama romántico e incontestable aportación al mito por parte de Zorrilla. Si nos atenemos a la cruz que lucen las religiosas, este pertenecería a la Or-
den de las Calatravas, de ahí que debamos dirigir nuestros pasos a la calle homónima. En efecto en la calle de Calatrava existió un convento del que hoy apenas queda rastro. No obstante este era masculino y se ubicaba en la entonces llamada calle de San Benito. Probablemente Zorrilla debió conocerlo durante sus visitas a Sevilla, pues en 1844 la comunidad llevaba ocho años extinguida. Tras ser desamortizado y utilizado como almacén, pasaría a transformarse en casa de vecinos, y tiempo después recuperaría su uso original. Entre 1869 y 1885 fue el convento femenino de las Dueñas. Hoy solo se mantiene en pie la capilla, aunque desacralizada y con un uso bien distinto: es el salón de actos del colegio de la SAFA Nuestra Señora de los Reyes. Por otro lado, y volviendo al argumento de Don Juan Tenorio, el Comendador de la Orden, Don Gonzalo de Ulloa, tendría su domicilio en la plaza de Doña Elvira, desde donde se dirigiría a la Hostería del Laurel para revocar el compromiso de su hija. En el siglo XVI el lugar se correspondía con una manzana de casas delimitada por las calles Vida, Ataúd y Caballos
Tras desafiar al Comendador y humillar a su propio padre, Don Juan es prendido al final del primer acto junto a Don Luis y conducido a un calabozo por parte de dos alguaciles. Todo indica que este debía encontrarse en la antigua cárcel de Sevilla, pues ya en el siglo XIV se tiene noticia del presidio situado en la esquina de Sierpes con Bruna. Al margen de la ficción, entre sus paredes estuvieron ilustres como Cervantes, Mateo Alemán o Martínez Montañés, quedando deshabitada durante la epidemia de peste de 1649 –por aquel entonces llegaron a perecer hasta los carceleros–. Pese al inesperado contratiempo, Don Juan logra escapar con la ayuda de su criado Marcos Ciutti, poniendo en marcha la maquinaria que le llevará a burlar a Doña Ana, secuestrar a Doña Inés y poner fin a la vida de sus enemigos en un breve lapso de tiempo. Esto último tiene lugar, tras la célebre escena ‘del sofá’ («¿No es cierto, ángel de amor…?»), en una quinta al otro lado del Guadalquivir que Zorrilla no llegó a especificar jamás; si bien la tradición la sitúa en la Hacienda Valparaíso de San Juan de Aznalfarache, justo a 400 metros de Simón Verde. Construida en el siglo XVIII como Casa-Palacio en estilo barroco sevillano, era utilizada por el Conde de Peñaflor como residencia de verano. Como curiosidad, dicha hacienda cuenta con un cementerio de perros desde principios del siglo XX. Apoteosis del amor El último acto se cierra con la visita de don Juan al panteón familiar. Allí descansan tanto sus víctimas como la propia doña Inés, cuyo fantasma se le aparece para instarle al arrepentimiento. Parece ser un hecho probado que una familia Tenorio tuvo cementerio propio, extramuros de Sevilla, donde hoy se ubica el Instituto Murillo. Y lo sabemos por el hallazgo de viejas lápidas en el subsuelo mientras se construía el pabellón para la Exposición Iberoamericana de 1929. Una de ellas revela precisamente el nombre de Don Juan Tenorio. Antes de la redención final en brazos de doña Inés, el galán reconvertido a héroe cae a manos del capitán Centellas en la puerta de su casa. De nuevo hemos de recurrir al testimonio popular para situar la escena, siendo en esta ocasión la calle Génova –actual Avenida de la Constitución– donde tendría lugar el duelo. Casualidad o no, a pocos metros de este sitio hoy se ubica un establecimiento dedicado al personaje, Don Juan de Alemanes, demostrando que la obra de Zorrilla está más vigente que nunca. ~
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Teatro Tras el éxito incontestable de ‘Hamlet’, con más de veinte galardones a sus espaldas, la compañía Teatro Clásico de Sevilla se atreve con uno de los textos más rotundos de la escena española de todos los tiempos, ‘Luces de Bohemia’. Fiel al espíritu de
«Colorín, pingajo y hambre» Antonio Puente Mayor {Decía el emperador Marco Aurelio que «todas las cosas desde la eternidad son de formas semejantes y dan vueltas en círculos», como ese símbolo de origen egipcio llamado uróboro, en el que se representa a una serpiente que se muerde la cola. Dicho icono, revitalizado gracias a los tattoos, remite al concepto de ‘eterno retorno’, formulado por el estoicismo hace 2300 años y popularizado por Nietzsche en Así habló Zaratustra. Algo que debió tener en mente Valle-Inclán a la hora de escribir Luces de Bohemia y que hoy, casi un siglo después de su aparición, parece confirmarse. Sirvan como ejemplo la inestabilidad política, el menoscabo del talento o la manipulación de los medios de comunicación, problemas cotidianos de la España de 1920 y, ¿casualidades de la vida?, de la de 2017. Pero hay mucho más. Lejos de ceñirse a la problemática de su país y de su tiempo, el autor de Divinas Palabras quiso hacer un alegato en defensa del arte, la belleza y la libertad, utilizando cuantos recursos halló a su alcance. Así podemos encontrar referencias a la Belle Époque y al estilo de vida parisino, al modernismo literario o la revolución bolchevique; temas que se repiten una y otra vez en los discursos del protagonista, Máximo Estrella, y
Desde el inicio de ‘Luces de Bohemia’, los espectadores asisten a un crepúsculo físico pero también filosófico. / Luis Castilla
que obtienen su réplica en las figuras que lo acompañan. Esa es quizás la razón por la que la obra ha influido tan decisivamente en la cultura popular, pudiéndose hallar desde temas musicales basados en sus personajes –Pasión Vega le prestó su voz a La Lunares en su segundo trabajo discográfico– hasta el título de los galardones que desde 1998 concede la Sociedad General de Autores (SGAE), los Premios MAX del Teatro. Eso por no hablar del evento que el Círculo de Bellas Artes de Madrid organiza cada año bajo el título La noche de Max Estrella. La muerte como hilo conductor
‘Luces de Bohemia’, con producción de Noelia Diez y Juan Motilla, es una apología del teatro de mampostería. / Luis Castilla
Desde el inicio de Luces de Bohemia los espectadores asisten a un crepúsculo físico pero también filosófico. El de una forma de pensar y de sentir que, inevitablemente, se diluye en las fronteras del tiempo. Max Estrella está ciego, pues los bohemios suelen residir a menudo entre las sombras, lo que le permite además emparentarse con Homero, el poeta épico griego a quien tanto admira –no olvidemos que nuestro protagonista se considera el mejor bardo de su época–. Una ceguera que, sin embargo, le aporta clarividencia a la hora de ejercer su crítica social. Dicha discapacidad no es óbice para cumplir con su anhelo
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Teatro Valle-Inclán y a los códigos de su época, la versión de Alfonso Zurro no renuncia en ningún momento a su compromiso contemporáneo, fortaleciendo aquellos aspectos que hacen de este esperpento una obra única y atemporal de trascender, convirtiendo a la muerte en el «centro temático» de la obra, según el profesor García Barrientos. En ese sentido, es de alabar la apuesta de Zurro por arrancar el espectáculo in media res, esto es con el entierro del arquetipo, dotando así de estructura circular a la narración y evocando directamente la figura del uróboro. Para reforzar este concepto, Curt Allen Wilmer (justamente reconocido por su anterior trabajo en Hamlet) dibuja una escenografía basada en la arquitectura del féretro, que, además de ejercer de hilo conductor a las numerosas escenas yuxtapuestas, permite a los intérpretes jugar con su plasticidad. Amén de su capacidad para concentrar a más de treinta personajes en la siempre limitada caja escénica, el truco de Allen –hábilmente desarrollado por Mambo y la propia compañía–, ofrece solución a los múltiples espacios presentes en el libreto, esos con los que Valle reflejó «un Madrid absurdo, brillante y hambriento», y que en el montaje de Teatro Clásico rezuman lirismo por los cuatros costados. De este modo el público puede acompañar a Máximo Estrella y su fiel ‘can’, Don Latino de Híspalis, desde el «guardillón con ventano angosto» en que duerme con Madama Collet, a la taberna Pica-Lagartos de la calle Montera, pasando por la cueva del librero Zaratustra y el Ministerio de la Gobernación. Tiempo histórico vs tiempo dramático Luces de Bohemia sitúa su trama en la segunda década del siglo XX, aunque su autor alude a acontecimientos ocurridos en España desde finales del diecinueve, como la pérdida de las colonias de América, la semana trágica de Barcelona o la dimisión del presidente Antonio Maura. De este modo, frente a la distorsión de la realidad propia del esperpento, Valle-Inclán introduce temas históricos que refuerzan la verosimilitud de su discurso. Un conglomerado político-social que navega implícito en la nueva versión de Teatro Clásico de Sevilla, pero que Alfonso Zurro actualiza con destreza, aclarando muchos términos y alterando otros, para así reforzar el mensaje de cara al espectador contemporáneo. En el otro plano, el del tiempo dramático, la acción transcurre en menos de veinticuatro horas, tal como fijaba la preceptiva clásica; con esto el creador de las Comedias Bárbaras insistía en su objetivo de iniciar una ruptura mesurada y progresiva. No olvidemos que el teatro de su época se hallaba dominado por una dramaturgia inmovilista muy al gusto del público conservador. Dicho lapso temporal es administrado con sapiencia por el fundador de La Jácara, adaptándose a las pautas presentes –el ritmo es uno de los grandes logros de la función–, pero sin
‘Luces de Bohemia’ es un alegato en defensa del arte, la belleza y la libertad.
renunciar jamás al espíritu valleinclanesco. Y es que siendo fieles a la verdad, el remate planteado por Zurro supera en mucho al original.
/ Luis Castilla
La acción de la obra se desarrolla mayoritariamente en espacios cerrados cuyo denominador común es la sordidez. En ese sentido la iluminación de Florencio Ortiz contribuye a crear una sensación de miseria realista hábilmente fusionada con lo onírico. Este aspecto, tradicionalmente bien cuidado por la compañía, se combina a la perfección con el espacio sonoro, cuyo lúcido diseño corre a cargo de Jasio Velasco, amén de la impecable coreografía de Isa Ramírez y Violeta Casal y las proyecciones de La Buena Estrella. En paralelo a esto, una de las grandes aportaciones de Teatro Clásico de Sevilla es la introducción de parte de las acotaciones originales de Valle-Inclán en forma de piezas para corifeo. Al igual que ocurriese en el aclamado título de Shakespeare, los aspectos formales del espectáculo trascienden su función primigenia para convertirse en una de las señas de identidad del colectivo. Ni que decir tiene que el diseño de vestuario –otra genialidad de Curt Allen– representa fielmente el ideario esperpéntico, combinando el feísmo de raíz barroca con la excentricidad de los años 20. En este sentido el sabor tradicional vuelve a estar presente tanto en los tejidos como en los complementos, aunque Allen y su equipo –Rosalía Lago, Mar Aguilar y el taller de María Calderón– los do-
El aporte del coro
tan de un desenfado posmoderno que contrasta con lo elegíaco del argumento. Para completar el apartado técnico es de justicia mencionar a Manolo Cortés, cuyo maquillaje de estilo expresionista es una auténtica obra de arte, tanto o más que el cartel de su tocayo, el pintor Manolo Cuervo. Nueve actores y un lamento La versión de Alfonso Zurro prescinde de algunos personajes del libreto original como Basilio Soulinake o Rubén Darío, pero a cambio nos regala la presencia del propio autor, a quien da vida el sobresaliente Juan Motilla. Asimismo el director acierta encomendando a Roberto Quintana el papel de Marqués de Bradomín, una suerte de Don Juan al que la crítica identificó con el mismísimo creador de las Sonatas de Otoño. De este modo podemos disfrutar de Valle-Inclán y su alter ego en el arranque del espectáculo. Eso sí, a la hora de juzgar la labor principal de Quintana nos hallamos ante una encrucijada, pues resulta imposible resumir tantísimos matices en unas pocas líneas. Baste decir que su Máximo Estrella traspasa, como una flecha envenenada, el corazón de los espectadores, algo a lo que, por otra parte, ya nos tiene acostumbrados este genial actor –su reciente Stefan Zweig es el mejor ejemplo–. Junto a él despunta otro monstruo de la escena, Manolo Monteagudo, quien construye un Don Latino de tal altura que, de continuar entre nosotros, el propio Zamora Vicente lo habría elogiado en la Academia. Ambas fi-
guras, Max y su amigo hispalense, son, en palabras del filólogo madrileño, «el desdoblamiento de un personaje real», Alejandro Sawa, periodista sevillano inmortalizado por la Generación del 98, y ambas deberían encumbrar a sus intérpretes. En cuanto al resto del elenco, solo podemos dedicarles palabras de admiración; comenzando por Amparo Marín, quien cumple brillantemente con sus cuatro roles, destacando por encima de todos el de la Ministra doña Paca –dicho papel fue creado en origen para un hombre–. Antonio Campos borda a su vez los suyos, aunque es quizás el de Don Gay el que más le luce. Otro actor solvente donde los haya es Juanfra Juárez, capaz de construir personajes tan tiernos como sibilinos (caso de Don Filiberto y Serafín el Bonito); por no hablar de José Luis Bustillo, mágico Dorio de Gádex cuyo retrato de El Preso nos permite escuchar algunos de los diálogos más potentes de la función («Barcelona alimenta una hoguera de odio»). Otro ejemplo de versatilidad es el de Silvia Beaterio, a quien el director encomienda los papeles de menor edad (de Claudinita a La Lunares), y por supuesto Rebeca Torres, cuya Pisa Bien y La Madre del Niño la confirman como una actriz todoterreno. En suma Luces de Bohemia, con producción de Noelia Diez y Juan Motilla, es una apología del teatro de mampostería, donde la palabra y el gesto se funden con exquisitez durante más de dos horas, y en la que subyace el eterno lamento de la intelectualidad: «¡Las letras son colorín, pingajo y hambre!». ~
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Arte La creatividad es uno de los mayores dones que tenemos. Las mentes de millones de seres humanos nos han llevado al lugar donde nos encontramos ahora, con sus luces y sus sombras, presentes desde el inicio de los tiempos. La
Dédalo, inventa bien y no mires para quién Anabel Rodríguez {Dédalo era ateniense. Se cuenta que era descendiente de reyes. Era un hombre extraordinariamente inteligente, un artista, ingeniero, artesano. Lo mismo te llenaba una plaza de estatuas que parecían personas (para regocijo de los políticos que contrataban sus servicios) que creaba tuberías y obras de mayor dificultad. La hermana de Dédalo le encargó que se hiciera cargo de la educación de su espabiladísimo hijo Pérdix y él abordó la tarea con entusiasmo, porque el muchacho tenía una inteligencia superdotada. Pérdix es considerado el inventor, entre otros instrumentos, de la sierra. Se dice que cuando iba paseando por la playa, vio un pesca-
Dédalo e Ícaro, obra de de Rebeca Matte Bello (Santiago de Chile 1875París 1929) ubicada frente al Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile.
do que había sido devorado por las aves y pensó que si esas espinas fueran de hierro podría cortar infinidad de materiales con facilidad. Se puso manos a la obra y fabricó una sierra. También se le considera el creador del compás, uniendo dos trozos de hierro por un extremo con un remache y afilando sus extremos. La mezcla de orgullo y satisfacción que sentía Dédalo, fue tornando a envidia cuando observó los logros de su sobrino. ¿La mejor forma de terminar con ese sentimiento? Terminar con el objeto de sus desvelos. Un día, cuando estaban juntos en la Acrópolis, lo empujó por un precipicio. Afortunadamente la diosa Palas Atenea
estaba cerca (era gran admiradora de las personas inteligentes) y protegió al muchacho convirtiéndolo en una perdiz antes de que se estrellase contra el suelo. Esto no libró a Dédalo del castigo, fue juzgado en el Areópago y expulsado de Atenas. Así fue como Dédalo dio con sus huesos en Creta, donde desenvuelve todo sus conocimientos como inventor y no precisamente en asuntos que resultasen positivos para el común de la humanidad. En realidad su finalidad era servir al tiránico rey Minos, aunque lo hizo de una forma que no sé si lo dejó satisfecho. Su primera labor fue la construcción de Talos, una estatua de bron-
ce dedicada a la defensa de la isla de Creta. El precursor de Mazinger Z estaba encargado de dar tres vueltas cada día a la isla, impidiendo entrar los extranjeros y salir a sus habitantes sin permiso. Cuando sorprendía a alguien haciendo lo que no debía, se metía en el fuego, se calentaba y abrazaba al pobre desgraciado hasta achicharrarlo. Me voy a callar no sea que a alguien le dé por aprovechar esta idea para defender fronteras, que los hay muy animales. Pero Dédalo no sólo obedecía al rey Minos, también su esposa Pasifae le imponía tareas. Enamorada de un toro blanco a causa de una maldición que había hecho recaer sobre ella Poseidón (malditos dio-
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Arte mitología nos da algún que otro ejemplo de ello. El más conocido es Dédalo, aunque muchas veces sólo recordemos el mayor de sus fracasos: la caída de su hijo, Ícaro ses), le rogó que construyese algo que le permitiese yacer con el animal. Dédalo se puso a darle vueltas a la cabeza y construyó una vaca mecánica en la que se introdujo la reina y esperó a que acudiese el espectacular toro. El drama (o la fiesta) estaba servido, nueve meses después y supongo que a través de cesárea, Pasifae tuvo un niño toro, que la dejaba en evidencia ante su esposo y la corte. Lo llamaron Asterión, aunque ha sido más conocido por nosotros como el Minotauro. La bestezuela resultó ser caníbal y después de ver que no había forma de que dejase de zampar cretenses, Minos recurrió al inventor y le urgió una solución. Dédalo construyó un laberinto del que no podría salir ni el monstruo, ni tampoco los tributos humanos que le fueran entregados para ser devorados. Los problemas están para ser resueltos, debió pensar Dédalo. Así, durante varios años los súbditos de Creta (entre ellos la propia Atenas) entregaron a hombre y mujeres jóvenes para que fueran devorados por el monstruoso hijo de Pasifae. Así fue hasta que llegó Teseo, uno de los héroes míticos por excelencia. Ariadna, hija de Minos, se enamoró de él, con la misma intensidad que su madre lo había hecho del toro blanco y logró que Dédalo los ayudase, porque fue idea del inventor entregar una bobina de hilo a la princesa y que esta se la diera a su vez a Teseo, cuya misión fue todo un éxito. Minos se encolerizó cuando el héroe ateniense mató a su hijastro y escapó con su hija. En su mente estaba muy claro quién era el responsable de todo aquello. Mandó detener a Dédalo y a su hijo Ícaro (al parecer lo había tenido con una esclava de palacio) y encerrarlos en el laberinto. Aunque parezca mentira Dédalo no recordaba los mapas de la construcción (o tal vez pensó que luego tendría que encontrarse con Talos) y después de observar a los pájaros decidió recoger todas las plumas que pudo, las unió con cera y construyó dos pares de alas, para escapar. Aleccionó a su hijo Ícaro para que no volase ni muy bajo, ni muy cerca del Sol. Si volaban bajo las nubes podían mojarse y no servirían de nada y si hacían lo contrario la cera podía derretirse. ¿Le hizo caso su hijo? Los que sois padres de adolescentes sabéis que no, ni de broma. Debería haberle dicho «vuela todo lo alto que puedas y un poco más», pero así nos habrían privado de una de las historias mitológicas más conocidas. Ícaro voló alto, sus alas se derritieron y cayó muriendo en el instante. En algunas historias se dice que cuando se estrelló contra el suelo una perdiz pasó a su lado con una sonrisa burlona. Dédalo continuó su viaje hasta llegar a Sicilia, se quitó las alas y las puso en un altar en honor del dios
Dédalo e Ícaro.
Apolo. Inmediatamente encontró a otro rey al que prestar sus servicios, Cócalo, que estaba encantado con su nuevo trabajador. Minos enfurecido ideó una estratagema para localizar a Dédalo y llevarlo consigo. Fue reino por reino y ofreciendo una suculenta recompensa a quien pudiera enhebrar completamente una caracola espiral. Sabía que sólo el inventor ateniense podía hacerlo. Llegó a Sicilia y planteó la incógnita a Cócalo, que logró solucionarlo gracias a Dédalo, que estaba oculto entre la multitud. Al ver el resultado, el rey cretense supo que había encontrado al hombre que buscaba y exigió
Dédalo era ateniense, era muy inteligente, artista, ingeniero y artesano que le entregasen a su prisionero. Cócalo pareció avenirse amablemente esta peculiar solicitud de extradición. Le pidió que se relajase y disfrutase de un baño antes de abandonar Sicilia. Accedió el cretense y cuando estaba en la bañera
echaron agua hirviendo (en otros relatos dicen que brea) y lo mataron. Varía también la versión sobre cómo llegó el agua hirviendo a la bañera, mientras unos dicen que fueron las hijas del rey, otros apuestan porque Dédalo ideó un sistema de tuberías que coció al rey. ¿Con qué solución te quedas? Los inventos del ateniense no siempre dieron el resultado buscado o tal vez no buscaba resultados, sino solucionar problemas, aunque terminase por crear otros. Y si lo pensamos ¿qué es la vida sino una continua creación y resolución de despropósitos? Tal vez todos somos un poco Dédalo. ~
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Música Sevilla fue un año más una de las ciudades elegidas por la Film Symphony Orchestra para deleitar a los fans del séptimo arte. Con un atractivo repertorio de bandas sonoras que incluyó éxitos del cine clásico como ‘Casablanca’, ‘Rocky’ o ‘La Misión’,
Magia para los oídos Antonio Puente Mayor {Concebida para reforzar la expresividad de determinados pasajes de una película, la primera banda sonora original de la historia del cine data de 1908 y se la debemos a dos compositores, el francés Camille Saint-Saën y el ruso Mihail Ippolitov-Ivanov. Ambos alumbraron varias piezas específicas para las películas El Asesinato del Duque de Guisa y Stenka Razin, iniciando, aun sin saberlo, un nuevo género musical. Si bien hasta ese momento las películas mudas poseían acompañamiento —este se hacía por medio de un piano, un gramófono o pequeñas orquestas— dicha música se utilizaba fundamentalmente para paliar el ruido del aparato de proyección, por lo que no se adecuaban debidamente a las escenas. La novedad de 1908 trajo consigo un aumento del interés por componer para el séptimo arte, y en la segunda década del siglo los espectadores asistieron a la confirmación definitiva de las bandas sonoras. Fue a partir del estreno de El nacimiento de una nación, película muda de 1915, cuando las grandes productoras comenzaron a fichar a sus propios compositores; tendencia que se prolongaría hasta 1927, cuando El cantante de jazz dio inicio al cine sonoro. De hecho un año después, la película Luces de Nueva York llevaría incorporado el sonido ya en la propia cinta.
way y las salas de conciertos y óperas, y más tarde incluso del jazz y la música ligera, sacando a la luz el talento de Nino Rota, Miklos Rozsa o Bernard Herrmann. Todo ello como antesala del boom de los cincuenta y sesenta, cuando el sonido se convierte en absoluto protagonista, dando lugar a leyendas como Alfred Newman, Elmer Berstein, Maurice Jarre o Henry Mancini. El revolucionario John Williams Heredero de los grandes compositores del siglo XX, John Williams (Nueva York, 1932) estaba llamado a ser el líder de la revolución musical del séptimo arte, si bien sus inicios tuvieron lugar en la televisión. Omnipresente en la industria de Hollywood desde mediados de los sesenta, su primer éxito fue La aventura del Poseidón, logrando un Oscar en 1972 por su adaptación de El violinista en el tejado (el primero de cinco, amén de 45 nominaciones). Luego vendrían las colaboraciones con Steven Spielberg, que le dieron fama mundial. Desde Tiburón (1975) a Star Wars, pasando por Indiana Jones, Supermán y E.T. Hoy nadie niega que Williams es uno de los mejores compositores de la historia del cine —sino el mejor—, y su aportación a la industria resulta impagable. En esa línea de producción de los años 80 no podemos olvidar el trabajo de James Horner, Hans Zimmer, Alan Silvestri o James Newton Howard, quienes acompañarán a los ya consagrados John Barry, Maurice Jarre y el gran Ennio Morricone. Una lista que se verá incrementada a partir de los años 90 y 2000 y que nutre el variado repertorio de la Film Symphony Orchestra.
La irrupción de Max Steiner Con la llegada de los años 30 la música de cine comienza a profesionalizarse y los estudios presumen de tener departamentos musicales completos donde no faltan compositores, adaptadores, arreglistas y directores de orquesta. Pese a todo, los inicios del género no fueron fáciles, ya que las piezas no siempre encajaban con el argumento. Esto cambió radicalmente con la irrupción de Max Steiner, un compositor austriaco considerado, junto con Víctor Young y Alfred Newman, el padre del sinfonismo clásico estadounidense. Como bien nos recuerda la profesora María del Carmen Aragú, «con la película King Kong, Max Steiner demostró lo que se puede llegar a hacer con una partitura original totalmente sincronizada con las imágenes». En la década de los 40 la música cinematográfica se alimenta de Broad-
Un proyecto único
El alma de la Film Symphony Orchestra tiene nombre y apellidos: Constantino Martínez-Orts. / Fotografía cortesía de Film Symphony Orchestra
Hablar de la Film Symphony Orchestra es referirnos a un proyecto artístico y empresarial único que nace con la finalidad de cubrir un hueco en la oferta cultural y musical española. Este consiste en una orquesta sinfónica de la más alta calidad que cuenta con un número variable de músicos — entre 70 y 80 en función de las necesidades— y que ofrece exclusivamente conciertos de música de cine, así como de autores estrechamente vinculados al género. Asimismo la FSO cuenta con la posibilidad de grabar bandas sono-
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Música así como estrenos recientes –la multipremiada ‘La La Land’ entre otros–, Constantino Martínez-Orts confirmó por qué, a día de hoy, es uno de los mejores especialistas en música fílmica de nuestro país
Los más de 3500 asistentes al concierto abandonaron el recinto enfervorizados y con una sonrisa de oreja a oreja. / Fotografía cortesía de Film Symphony Orchestra
ras, por lo que su actividad aúna cultura, arte y espectáculo. Un proyecto cuya punta de lanza son sus giras por el territorio nacional, las cuales les permiten entrar en contacto con públicos de todas las edades. Dichos tours tuvieron su inicio en 2012, con un repertorio dedicado a John Williams al que asistieron 35.000 espectadores. Tras esto, la orquesta no dejaría de crecer, congregando en 2014 a más de diez mil personas en la Plaza de Toros de las Ventas, acudiendo a programas de televisión como El Hormiguero y actuando en galas como la de los Premios Goya 2017. Entusiasmo contagioso El alma de la Film Symphony Orchestra tiene nombre y apellidos: Constantino Martínez-Orts. Nacido en Valencia y dotado de un talento y carisma extraordinarios, al margen de su faceta como ideólogo de la FSO, ha obtenido galardones internacionales como el Gran Premio de Dirección de Orquesta de Moldavia o el 2º Premio en el Concurso Internacional de Direc-
La Film Symphony Orchestra ha preparado un atractivo repertorio para este otoño. / Fotografía cortesía de Film Symphony Orchestra
ción de Orquesta en Craiova. Asimismo, ha estado al frente de prestigiosas orquestas como la BBC Concert Orchestra, la Filarmonica Nationala Sergei Lunchevici o la Kronstädter Philharmonische Gesellschaft. Profesor del Master de Film Scoring del Berklee College of Music, Martínez-Orts destaca, a la par que por sus conocimientos en música de cine, por su entusiasmo contagioso y la pasión que transmite en sus interpretaciones. Y es que más que dirigir conciertos, Constantino imparte clases en sus citas con el público, no faltando el humor y los guiños en todas y cada una de sus intervenciones. De ‘Casablanca’ a ‘La La Land’ Tras triunfar con sus conciertos monográficos dedicados al universo Star Wars y conquistar a aficionados de toda España, la Film Symphony Orchestra ha preparado un atractivo repertorio para este otoño, el cual ya se puede disfrutar en numerosas ciudades como Valencia, Madrid o Santa Cruz de Tenerife. El pasado 21 de octu-
bre dicha gira recaló en el Auditorio Fibes de Sevilla, para deleite de los fans del séptimo arte. Como gran obertura, la orquesta optó por una melodía legendaria, Casablanca, en la que los ecos de La Marsellesa se combinan a la perfección con los ritmos orientales. Tras esto los espectadores que abarrotaban el recinto se sorprendieron con la épica de Éxodo (1960), film de Otto Preminger injustamente olvidado al que ponía rostro Paul Newman. Seguidamente los músicos comenzaron a hilvanar hitos clásicos como Tiburón con los últimos estrenos, entre ellos Rogue One y la triunfadora en la pasada edición de los Oscar, La La Land. De esta última la FSO interpretó una preciosa suite que recogía los temas más característicos del desconocido Justin Hurwitz. Asimismo, y como ya es habitual en las giras de la orquesta, el concierto incluyó algunas de las melodías más demandadas por los fans, como las míticas Rocky y Titanic, o aquella que más respaldo tuvo en las redes sociales, La Misión; todas ellas introducidas
con pericia y desparpajo por Martínez-Orts, auténtico protagonista de la noche. De cara a los más pequeños –hubo bastantes en la sala–, los músicos de la FSO hicieron bien los deberes, reservando parte del programa a las aventuras de Peter Pan en Hook, o rememorando la maestría de Michael Giacchino en Up. También hubo espacio para los fanáticos del western, a los que el director reservó las mejores notas de Tombstone y Bailando con lobos, culminando la sesión con piezas tan variopintas como Pearl Harbour, Iron Man o El Hombre de Acero. Aunque el plato fuerte de la noche llegaría con el concurso interactivo, donde los espectadores jugaron a adivinar las piezas interpretadas por la orquesta en apenas 100 segundos, y sobre todo los ‘bises’, surgidos por aclamación popular tras varios minutos de aplausos. Juego de Tronos, E.T. y un fragmento de La Guerra de las Galaxias hicieron que los más de 3500 asistentes abandonasen el recinto enfervorizados y con una sonrisa de oreja a oreja. ~
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Atelier de músicas
El Centro Nacional de Difusión Musical ha encargado esta temporada una nueva obra a Manuel Hidalgo (Antequera, 1956). De esta forma resurge del silencio una de las voces más privilegiadas y extraviadas de la moderna composición española COMPOSITOR
MANUEL HIDALGO
«Dejar de componer fue por mi parte una extravagancia» Ismael G. Cabral { «La música de Hidalgo es tan concisa, tan clara, que a muchos aterra» (...) «Música de enrevesada simplicidad, de incómoda comprensibilidad». En esos términos se expresa el compositor Nikolaus Brass al respecto de la obra de su colega, el andaluz Manuel Hidalgo. Ajeno a todo foco público y radicado desde hace décadas en Alemania, esta temporada visitará Badajoz para asistir al estreno de su nuevo Cuarteto de cuerda, un encargo del CNDM que interpretará el Cuarteto Gerhard. Esta conversación pretende ser una transcripción fiel pero necesariamente imperfecta de la conversación mantenida con Hidalgo, nombre esencial de la composición contemporánea. –Volvemos a saber de usted gracias a este encargo. Es su tercera obra para esta formación instrumental tras Hacia (1980) y Streichquartett Nr. 2 (1993/94)… –…No, no. En realidad sería el cuarto cuarteto. Hice un tercero al que no lo denominé como tal, una obra ocasional dentro de una colaboración con otros compositores. El título de esta nueva obra es Tierra ingrata. Justo cuando estaba empezando a recopilar material y a prepararlo, tarea en la que todavía estoy, falleció el escritor Juan Goytisolo. Hacía mucho tiempo que no lo leía pero de joven presté una gran atención a su obra. La ocasión me pareció propicia para releerle y me detuve en un trabajo que siempre he apreciado mucho, Reivindicación del Conde Don Julián (1970). Lo leí del tirón. Ahora tengo 61 años y volver a este texto me hizo darme cuenta de la enorme influencia que había tenido inconscientemente en mí. Me remito a una cita que tomo prestada y que aparece impresa al principio de este nuevo Cuarteto: “Ciñendo la palabra, quebrando la raíz, forzando la sintaxis, violentándolo todo”. En esta frase se condensa lo que yo llevo haciendo, en mi música, muchos años. Yo y otros compañeros compositores de ahora y de toda la historia, claro. Cada vez veo más evidente la gran similitud que existe entre el lenguaje hablado y el lenguaje musical… En fin, esta nueva composición, que durará, entre 15 y 20 minutos, y que se escuchará [el 7 de febrero de 2018 en la Diputación de Badajoz] en compañía del Cuarteto nº 2 de Roberto Gerhard y la Suite Lírica, de Alban Berg, me ha hecho muy feliz. Porque además es el primer encargo oficial de un organismo
estatal español que recibo. –En su primer cuarteto, Hacia, la impronta estética era claramente deudora de la música de Helmut Lachenmann. En su Segundo, su personalidad se impuso, amainando el carácter más experimental del primero. ¿Cómo suena Hidalgo hoy? –Esa es una pregunta excesivamente periodística que me cuesta trabajo responder. Hace no demasiado Helmut Lachenmann escuchaba un ensayo de
El compositor Manuel Hidalgo, en una fotografía de archivo.
Me vine a Stuttgart como un emigrante, pensando en volver a Andalucía. Pero no lo hice Tengo la suerte de que mi obra es apreciada por unas pocas personas que la defienden una obra mía, Muestrario de oraciones. «Es lo mismo de Manuel pero no es lo mismo», comentó. Claro, yo es que no puedo huir de mi propio lenguaje, de mi mundo sonoro, que es simple y complejo a la vez. Quien conozca varias obras mías creo que al oír este nue-
vo Cuarteto reconocerá que está ante Manuel Hidalgo. Y aparte de cómo sea, de cómo se juzgue, mejor o peor, creo que el resultado sonoro es diferente; estoy en otro momento. –En su catálogo, editado por Breitkopf & Härtel, su última obra data del año 2000/01, el teatro musical Bacon. Han pasado prácticamente 17 años de relativo silencio, salvo algunas adaptaciones de obras clásicas. ¿Qué ha sucedido? –Sí, ciertamente este Cuarteto va a ser la primera obra de música enteramente mía que yo acabe en muchos años. Le diré que perdí la ilusión por componer. Ahora debo varias obras, varios encargos, en Alemania y en España, que espero por fin atender. No diría que he recuperado la ilusión, simplemente he visto que dejar de hacer lo único que sé hacer, componer, es una tontería. Lo que me pasó fue que la rutina me apartó de los pentagramas y se me ocurrió la extravagancia de dejar de escribir. Ha sido un error. –A pesar de todo percibo, y es una apreciación personal, que su figura es extremadamente bien valorada, aunque quizás poco conocida debido a la escasa difusión de su obra… –Bueno, la realidad es que toda mi música se ha tocado, desde luego en Alemania, y algunas piezas también en España. Tengo la suerte de que mi obra es apreciada por unas pocas personas que la defienden. Y siempre he tenido encargos. Pero la realidad es que nunca me he metido en las ‘cortes’ musicales. No lo he hecho porque no sé moverme en esos círculos; hay personas que saben hacerlo muy bien, que son maestros en las relaciones públicas, yo no. –¿Alguna vez ha sentido que la sombra de Helmut Lachenmann es alargada? A menudo se le tiende a señalar como el compositor español alumno del autor de Das Mädchen. –Ni me ha molestado ni me molesta. La fachada de mis primeras obras, después de pasar por las clases de Lachenmann, es lachenmaniana; insisto, la fachada, lo exterior. Pero mi estructura musical nunca ha sido como la de él. –Nunca ha dejado de realizar arreglos de obras clásicas, de darles nueva vida instrumental… ¿A qué se debe esa dedicación? –Mi ocupación musical está también entroncada con la música que han hecho otros y, sobre todo, con aquellos compositores que estimo; de ahí viene que un día empezara a realizar arreglos. A la hora de adaptar, de presentar
una música que no es tuya pero que valoras muchísimo, yo nunca he alterado nada; solo he hecho que esas mismas notas, sean las de la Gran Fuga de Beethoven o las de El arte de la fuga de Bach, suenen en otros instrumentos. Con esto además aprendo muchísimo. Además estas adaptaciones te crean la ilusión de que esas piezas fueran tuyas. No sé si volveré a hacerlas, ahora mismo no estoy en eso. –Lachenmann dice que «la función del arte es irritar». ¿Ha tenido usted alguna vez la misma tentación con su obra? –Lachenmann nunca ha tenido la intención de provocar y no le gusta que su música suscite reacciones adversas. Un día le dije después de un concierto en el que se interpretaba una de sus obras: ‘Parece mentira que tu obra irrite tanto todavía hoy’, suponiendo que ese carácter subversivo de su música le gustaría. Y sin embargo me dijo que hubiera preferido que el público hubiera permanecido en silencio. En lo referente a mi música, esta provocó algunas protestas hace muchos años. Hasta me pusieron una zancadilla en Donaueschingen después del estreno de Harto, zancadilla que felizmente logré evitar. –¿Le preocupa el futuro de su obra? –No, en absoluto. Mi trascendencia personal y la de mi música me importan cero. Compongo porque es lo que sé hacer desde que tenía 14 años. Lo que sí puedo entender es aquel pensamiento de Beethoven: «La música es una revelación mayor que toda la sabiduría y la filosofía». Esto sí lo veo claro, que la música tiene un componente que a mí al menos me mueve y me remueve. –¿Se ha planteado volver de Alemania? –Me vine a Stuttgart en 1976 porque con 20 años, tras dos años estudiando con Juan Alfonso García, yo ya no podía hacer nada más en Granada. Esa Granada no es que estuviera en el siglo XVIII, es que no estaba en ningún siglo. No había música alguna. Y me vine a Alemania como se vinieron muchos emigrantes españoles, con el pensamiento de que algún día volvería. Pero cuando vi que España no tenía solución cultural decidí quedarme. Si pudiera regresar, lo haría. Quisiera vivir donde se habla mi lengua. –¿Es posible rastrear alguna huella andaluza en su música? –No lo sé, es un asunto delicado. Eso es como cuando alguien dice que la virulencia sonora de Francisco Guerrero es deudora de su origen andaluz. Paco era un gran músico pero su obra no tiene nada de andaluza, esa fuerza la aprendió de Iannis Xenakis, y él lo hizo mejor que Xenakis, que fue original pero no era un músico de verdad. En mi caso yo soy antequerano, andaluz, español. Soy de dónde he crecido pero también de donde he vivido. Eso es importantísimo para el desarrollo de un creador. A mi padre le encantaba el flamenco, Mozart y Beethoven. Y con seis años me puso a estudiar guitarra clásica y, luego, guitarra flamenca. Ese bagaje está ahí, cómo no. ~