Sábado, 16 de diciembre de 2017 Nº 161 @aladar_cultura
Literatura clásica para una clásica Navidad
Espectáculo global: el Concierto de Año Nuevo
La segunda mitad del siglo XIX sirvió para que la literatura navideña y la propia Navidad vivieran un momento de auge muy importante. Repasamos las referencias más importantes
Fernando G. Delgado publica su último libro
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Música
Con una audiencia superior a los dos millones de espectadores en España, el concierto de Año Nuevo es ya un clásico de nuestras fiestas. Tras el incontestable éxito de Gustavo Dudamel en 2017, en esta ocasión el
Año Nuevo con los Strauss Antonio Puente Mayor {Que el judío Franz Borgias Strauss fuese encontrado ahogado en las mismas aguas que su nieto inmortalizara décadas después en una partitura puede parecer una paradoja, pero lo cierto es que la familia Strauss, responsable de que el Año Nuevo tenga color austriaco, no fue precisamente convencional. Huérfano desde los doce años –un lustro antes del accidente en el río Danubio, Johan Strauss I había perdido a su madre–, el fundador de la dinastía de compositores vieneses fue posadero a la par que músico. Su formación autodidacta y su tardía afición por el violín no le supusieron ningún obstáculo para tocar en una orquesta de cuerda, rivalizar con Josef Lanner –verdadero reformador del vals– y alumbrar la inmortal Marcha Radetzky, que acompañamos con palmas cada 1 de enero. Si a esto le unimos su pasión por el sexo contrario –tuvo seis hijos con su esposa Ana María y otros cinco con su amante Emily– y el hecho de que falleciese con apenas 45 años, no cabe duda de que nos hallamos ante un auténtico personaje novelesco. En ese sentido tampoco debe sorprendernos su negativa a que Johann Strauss II, su hijo y sucesor, se convirtiese en músico –casi todos los expertos coinciden en que padre e hijo rivalizaban tanto en ese terreno como en el político–. Sin embargo, tras abandonar los estudios mercantiles y obtener el apoyo de su madre, el joven Johann se volcó con los instrumentos y montó su propia orquesta. Entre los logros posteriores figuran su nombramiento como director de música de la Corte Imperial, gracias a su excelente relación con Francisco José I (marido de Sissi), la irrupción en la ópera y la creación de piezas inolvidables como El Murciélago, El Vals del Emperador y, sobre todo, El Danubio Azul. Por su parte, Josef Strauss, el tercer miembro de la saga, estaba destinado a hacer carrera en el ejército, pero tras desoír una vez más a su progenitor, siguió la estela de su hermano y se enfrascó en la polifonía. Y aunque no llegó siquiera a acercarse a la genialidad de Johann, sus parti-
turas son bastante apreciadas por los críticos. Viena, 1939 En 1925, con motivo del centenario del nacimiento de Johann Strauss II, la Filarmónica de Viena quiso rendirle homenaje con tres grandiosos conciertos liderados por Clemens Krauss. Este director especialista en Wagner se convertiría, catorce años después, en el conductor de un concierto extraordinario de Año Nuevo, aunque en realidad tuviera lugar el 31 de diciembre. En aquella ocasión solo se interpretaron obras del segundo de los Strauss, concluyendo el repertorio con la obertura de ‘El Murciélago’, si bien lo verdaderamente significativo era la situación de Viena y, a su vez, la del resto del mundo, pues acababa de iniciarse la Segunda Guerra Mundial. El Anschluss —anexión de Austria a la Alemania de Hitler— tuvo una nefasta repercusión en la orquesta vienesa: trece músicos fueron deportados, otros huyeron o perecie-
El fundador de la dinastía Strauss fue posadero a la par que músico El 1959 fue la primera retransmisión televisiva del concierto de Año Nuevo
Gustavo Dudamel. / Foto cortesía de Palau de la Música Catalana
ron en campos de concentración y todos aquellos casados con mujeres judías fueron estigmatizados como Halbjuden (semijudíos). A esto se unía la amistad del director de la Filarmónica, Clemens Krauss, con Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi… Pese a todo la música no dejó de sonar en Austria cada primero de enero, exceptuando el invierno de 1945, popularizando los valses y las polkas de la familia Strauss y contagiando a toda Europa a mediados de los cincuenta. Hecho que se confirmó en 1959 con la primera retransmisión televisiva del concierto. Por aquel entonces la dirección estaba en manos de Willi Boskovsky –Krauss había fallecido cinco años antes–, quien logró aglutinar a numerosos fans durante el cuarto de siglo que estuvo al frente de la Filarmónica. Como curiosidad, y si-
Riccardo Muti. / Fotografía cortesía de Palau de la Música Catalana
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Música
italiano Riccardo Muti será el encargado de dirigir a los 142 músicos de la Filarmónica de Viena, con un repertorio casi exclusivo de piezas compuestas por la familia Strauss Emperador Franz Joseph I.
Johann Strauss II.
rales que durante muchos años fueron obsequiados por la ciudad italiana de San Remo, pero que actualmente corren a cargo del Departamento de Parques y Jardines de la Ciudad de Viena. Un repertorio delicioso
guiendo la costumbre de la familia Strauss, Boskovsky dirigía a la manera «Vorgeiger», es decir, sirviéndose del arco del violín a modo de batuta. Sin embargo fueron su sencillez y ligereza interpretativas, amén de su humor, lo que lo convirtieron en un artista único. 700 millones de seguidores Tras la retirada de Boskovsky en 1980 –quien logró reunir a más de 700 millones de seguidores en las retransmisiones televisivas–, el norteamericano de origen francés Lorin Maazel tomó el testigo, revitalizando los esquemas del concierto e imprimiendo un nuevo dinamismo al conjunto austriaco. Su excelente labor, compaginada con su cargo de director de la Ópera de Viena, se mantuvo durante seis años, siendo relevado en 1987 por una leyenda de la música, Herbert von Karajan, quien poco antes de su fallecimiento nos regaló un concierto lleno de excentricidad y talento. En los años posteriores se sucedieron profesionales de la batuta como Claudio Abbado, Carlos Kleiber, Zubin
Metha o Riccardo Muti, quien precisamente repite este año. El italiano es un viejo conocido en Austria, pues ha dirigido a la Filarmónica en más de quinientos conciertos desde 1971 así como en las citas festivas de 1993, 1997, 2000 y 2004. Al ser confirmada su presencia en el Año Nuevo de 2018, Andreas Großbauer, presidente de la institución vienesa, destacó «el significativo papel de Muti en la historia de la orquesta y su profundo conocimiento, tanto en la ópera como en la sala de conciertos o el estudio de grabación». Por cierto que el recinto donde los músicos interpretarán su programa el 1 de enero –la Sala Dorada del Musikverein– es obra del arquitecto danés Theophil Hansen, quien se inspiró para su diseño en el clasicismo griego, siendo inaugurado en 1870. Hay que decir que su acústica está considerada de las mejores del mundo, merced a su característica forma de paralelepípedo rectangular o ‘caja de zapatos’, y esta suele decorarse con un espectacular despliegue de adornos flo-
Johann Strauss I. / El Correo
Tras el incontestable éxito del venezolano Gustavo Dudamel en 2017, el reto de Riccardo Muti es mantener e incluso aumentar el número de espectadores del concierto, para lo cual ha diseñado un programa de lo más atractivo. Y es que los 142 miembros de la Filarmónica –de los cuales sólo 11 son mujeres– darán inicio en su sede vienesa a un periplo que les llevará a completar más de cien conciertos, 280 funciones de ópera y varias giras internacionales a lo largo de 2018. Algo que se complementará con sus intervenciones estivales en el palacio de Schönbrunn. Como dato curioso, el miembro más veterano es el violinista Josef Hell, que pertenece a la orquesta desde 1978, mientras que Heinrich Koll y su hija Patricia, que comparten escenario, dan continuidad a una tradición que ya alcanza los 36 casos de padres e hijos unidos por los instrumentos. Este 1 de enero, tras el ensayo general del día 30 y el concierto de Nochevieja del 31, los músicos defenderán un repertorio prácticamente dedicado a la familia Strauss. Con unos precios que oscilan entre los 35 y los 1090 euros, los privilegiados espectadores podrán escuchar, además de los clásicos valses y polkas de los hermanos Johann y Josef –el programa se abre con El barón gitano e incluye Cuentos de los bosques de Viena o Un ballo en maschera–, sendas piezas de Franz von Suppé y Alphons Czibulka. Si bien la audiencia vibrará un año más con la marcha dedicada al mariscal del imperio austro-húngaro Joseph Wenzel Radetzky, firmada por el patriarca de la familia. ~
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Atelier de músicas
Autor de un catálogo de muy distintas sensibilidades estéticas, Tomás Marco prepara el estreno de una zarzuela y difunde un disco monográfico en el sello IBS Classical con su obra pianística
Audición
COMPOSITOR
TOMÁS MARCO
«Muchos me echan de menos en los lugares que he gestionado» Ismael G. Cabral {Entre la composición modernista de Luis de Pablo y Cristóbal Halffter y la música tradicionalista de Antón García Abril, la obra de Tomás Marco (Madrid, 1942) se ha movido siempre en terrenos inestables, resultando la personalidad menos definible de aquello que se dio en llamar Generación del 51. Enjuiciado a menudo más por sus cargos como gestor que por su dedicación a la composición, el sello IBS Classical ha publicado recientemente un álbum monográfico con su obra pianística a cargo de Mario Prisuelos. –¿Qué relevancia ha tenido el piano en su obra? –Es importante porque he compuesto mucho para piano y recorre toda mi andadura como compositor. Se puede decir que en este disco están las obras fundamentales, desde Fetiches (1967) a Movilidad de la escultura (2014). Este trabajo ha surgido por iniciativa del pianista Mario Prisuelos, que quería hacer una antología con mis piezas para su instrumento. –¿Con qué obras pianísticas, presentes o pasadas, considera que dialogan mejor las suyas? –He tenido la suerte de que mi repertorio para piano se ha tocado mucho de forma monográfica; Humberto Quagliata tocó algunas de estas obras más de 100 veces por todo el mundo. Pero también se han hecho recitales en los que mi música ha sonado en conjunción con la de grandes autores, algunos mis maestros, como Boulez, Stockhausen y Ligeti. –Tiene usted un catálogo amplio y numerosas obras que nunca o casi nunca se interpretan. ¿A cuáles les tiene más aprecio? –Yo respondo por todas las obras que he hecho y me siento orgulloso de ellas. Hay una obra mía que se interpreta de vez en cuando y me hace muy feliz, Angelus Novus (Mahleriana), de 1971. Y hace muy poco, la Orquesta de la Comunidad de Madrid recuperó Vitral (Música celestial nº1), de 1969, que fue un éxito; una pieza que se mantiene muy viva en la que intenté evocar con sonidos el colorido variable de los vitrales de iglesia. No soy quien tiene que reivindicar mi música, son otros los que han de hacerlo si lo consideran. Pero claro que me gustaría que mi primer teatro musical se hiciera más o que se repusieran algunas de mis Sinfonías, que ya tengo diez escritas. –¿Haber abrazado estéticas tan diver-
Invenciones. La otra vanguardia musical en Latinoamérica 19771988 / Munster Records
sas le ha causado algún problema de definición? –No acostumbro a hacer introspección sobre mi propia obra, pero sí que la hago sobre la de otros compositores. Mis intereses son muy variados, y eso se refleja en mi música, que es dispar. Siempre he aceptado los retos, por variopintos que estos fueran, lo que no quiere decir que existan pintores y músicos que siempre pintaron el mismo cuadro o escribieron la misma obra y son maravillosos. –Su próximo estreno es nada menos que una zarzuela, Policías y ladrones. ¿Cómo se atrevió con un género, en principio, tan lejano de la sensibilidad y la creación actual? –Me ofrecieron el encargo y quise demostrar que se puede hacer una zarzuela hoy día. No es que quiera ser un mesías, pero si me piden una zarzuela, hago una zarzuela. No me he doblegado a la estética musical del género, pero sí a su estructura, tendrá textos con sentido de actualidad y músicas con números cerrados. Pero que nadie espere de mí La Revoltosa. –¿Cuánto le ha robado el Marco gestor al Marco compositor? –Muchos colegas han vivido de enseñar, que a mí me gusta poco. Yo creo que he valido para la gestión y parece que no lo debí hacer mal porque mucha gente me echa de menos en los lugares en los que he estado y que ya no existen. No es malo que un compositor sea gestor si lo hace bien, yo lo he hecho desde el conocimiento del medio, no era alguien que caía en pa-
Queda tanto por escuchar...
«No me he doblegado a la estética de la zarzuela. Que nadie espere ‘La Revoltosa’» «El vídeo, ese es el presente de la música, pero puede que sea solo una moda y pase pronto» racaídas en los sitios, como es moneda común en la política en este país. –¿La muerte del Festival de Música Contemporánea de Alicante es un daño irreparable? –Lo es mientras no exista alternativa. El Festival cumplió una función y se lo cargaron; y eso es malo porque fue sustituido por otras cosas que, a lo mejor, son más variadas y numerosas,
EXPERIMENTAL
El compositor Tomás Marco ha desarrollado una amplia trayectoria también como gestor y ensayista musical.
pero la cita de Alicante tenía el objetivo de concentrar, de ser un escaparate al que acudían críticos, editores y público. –¿Sigue pensando que después del Canto del Adolescente no se ha hecho ninguna obra electrónica de interés? –Eso es una afirmación que se ha malinterpretado; lo que yo dije y sigo diciendo es que aquella obra de Stockhausen es la cueva de Altamira de la música electrónica. La primera gran obra de la historia hecha con sonidos electrónicos. –¿Se atrevería a vaticinar, usted que tanto ha teorizado, por el presente y el futuro inmediato de la composición? –El vídeo, ese es el presente, aunque tal vez sea solo una moda y pase pronto. Pero no se puede escribir una novela sobre lo que sucederá en los próximos 100 años. ~
I. G. Cabral {Hay discos que se convierten en necesarios desde su mismo título. Es el caso de este repaso, forzosamente parcial, que es Invenciones, un recorrido, el que propone Munster Records, por los bajos fondos sonoros de América Latina en la época más pujante del underground musical allá y, por cierto, también acá. No estamos en el ámbito de la academia, de la vanguardia más o menos oficial, esos son otros episodios que han de contarse y que venimos conociendo poco a poco. Muchos de los nombres compilados han adquirido, en sus respectivos países, una categoría de culto relativamente razonable, movida más bien por el contexto sociopolítico en el que desarrollaron su militancia musical y contracultural. Quum propone(n) zumbidos y alteraciones en una clave radicalmente experimental, mientras que el venezolano Miguel Noya invoca a la Escuela de Berlín con un tema rítmico y cargado de veneración al sintetizador. La escucha, también obligatoriamente, es poliédrica, y no se nos pide que nuestra atención se detenga por igual ante cada propuesta desplegada. Nos parecen una nadería los minutos de exotismo que invierte el peruano Miguel Flores, mientras que los chilenos Malalche se desenvuelven con desenfado y guiños a la música del cine de serie B. Lo industrial y cavernoso viene con Vía Láctea, ante cuyos sonidos es imposible no pensar en nuestros Esplendor Geométrico, siempre con el papá Vivenza allí al fondo, en algún lugar. El tema de Musikautomatika explica por qué esta es una formación que hoy se pone cada vez más en valor gracias a la edición fonográfica. Los ecuatorianos Amauta y los costarricenseses Autoperro añade más heterogeneidad a una compilación que parece estar a punto de estallar en cualquier cambio de track. La documentación de Luis Alvarado y la atractiva edición –en doble cd y en vinilo– de Munster redondean una aventura que debe hacer salivar a los curiosos del buen/mal sonar. ~
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Recuerdos del siglo XX Al margen de la primera historia escrita en 1920 por Luis Montoto y Rautenstrauch, y las fichas de la calle en varias monografías del callejero, la biografía de Sierpes está más difundida en diarios y revistas del primer medio siglo XX. Es la calle sevillana más universal y llegó a ser considerada Calle Mayor de España
Escritores de la calle Sierpes Nicolás Salas {La calle Sierpes cuenta con una historia escrita por historiadores de leyenda, como Luis Montoto y Rautenstrauch, y escritores y cronistas de amplios registros costumbristas como Santiago Montoto de Sedas, Manuel Ferrand Bonilla, Rogelio Reyes Cano, Antonio Collantes de Terán Sánchez, Josefina Cruz Villalón, Miguel Cruz Giráldez, José Andrés Vázquez, Pedro Álvarez Quintero, José María de Mena, Joaquín González Moreno, Julio Martínez Velasco, José Manuel Holgado Brenes, Miguel Ángel Yáñez Polo, Paola Vivanco Arigita, y autores clásicos como José Velázquez Sánchez, Manuel Chaves Rey, José Gestoso Pérez, Manuel Álvarez-Benavidez López y Félix González de León. Pero curiosamente, hay más referencias en la hemerografía que en la bibliografía, lo que dificulta el acceso a la mayoría de los artículos y reportajes desperdigados en las hemerotecas, caso de los originales publicados por los hermanos José y Jesús de las Cuevas, Joaquín Romero Murube o Luis Claudio Mariani y Piazza. Por citar sólo tres ejemplos muy apreciados. Los empresarios de diversas especialidades ha sido los verdaderos artífices de la fama universal de la calle Sierpes, algunos de ellos forjadores de leyendas, como Vicente Lloréns, la saga Hernández Nalda, Ángel Casal el «Rey de los Bolsos», la saga Calvillo, que han ido sumándose de generación en generación al censo mercantil e industrial de la calle. Puede afirmarse, pues, con total solvencia, que la calle sevillana más universal hasta ser considerada Calle Mayor de España, es una creación empresarial en todos los sectores posibles y en todas las categorías de grandes, medianas y pequeñas empresas. A ellos hay que unir la pléyade de casinos instalados en la calle Sierpes, como el Real Círculo de Labradores y el Círculo Mercantil e Industrial, ambos con más de ciento cincuenta años de vida social; el Militar… «En un principio y antes de convertirse en calle, la situación geográfica de Sierpes correspondía a un antiguo brazo del Guadalquivir, en cuyos márgenes se levantaron varios conventos durante los siglos XVII y XVIII. Entre la calle Sierpes y la de Pedro Caravaca se encontraba el convento de San Acacio, de los agustinos. Este convento contaba con un colegio. El convento de San Acacio fue exclaustrado a comienzos del siglo XIX y, posteriormente, tuvo varios
Portada de la primera historia que se escribió sobre la calle de las Sierpes en 1920. / El Correo
Portada de la última historia que se ha escrito sobre la calle de las Sierpes en 2007. / El Correo
usos, entre los cuales estuvo ser sede de la Hermandad de Jesús del Gran Poder.[] Desde 1951 el antiguo convento de San Acacio es sede del Real Círculo de Labradores. Nadie sabe cuándo ni por qué pasó a lla-
marse Sierpes. En una ordenanza del siglo XV mandada hacer por los Reyes Católicos constan los dos nombres, de Espaderos y de Sierpes. El escritor Luis Montoto dijo que el nombre viene de que en esa calle tenía su residencia el caballero Álvaro Gil de las Sierpes».[] Cada etapa histórica tuvo sus comercios emblemáticos. Las raíces más presentes hasta finales del siglo XIX y primeros lustros del XX, fueron y siguen siendo árabes. Las alcaicerías, alhóndigas, mercadillos, dieron carácter de zocos a enclaves urbanos que aún mantienen viva la memoria ciudadana en el nomenclátor. La metamorfosis del comercio sevillano durante el último cuarto de siglo ha sido radical y ha cambiado casi por completo las líneas maestras del sector. Las estructuras mercantiles válidas hasta antes de la llegada a la ciudad de Galerías Preciados (1959), y superadas
ampliamente con la llegada de El Corte Inglés (1968), han consagrado un modelo comercial cuya referencia máxima ya no son únicamente los grandes almacenes y grandes hipermercados que han revolucionado los hábitos de compras, al hilo de las nuevas tendencias sociológicas y familiares, sino las muevas cadenas mixtas industriales y comerciales. Basta decir para dar una idea exacta de la nueva situación, que una sola empresa, Inditex, foránea, es propietaria de treinta y un establecimientos en el casco antiguo. El comercio establecido en la ciudad a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, debemos contemplarlos desde dos aspectos: el de las pequeñas y medianas empresas y el del comercio en general. Todos configuran un carácter ciudadano que ayuda a comprender cómo era la vida socioeconómica sevillana en aquellos últimos años del siglo XIX y primeros del XX. En el centro de la urbe existía un comercio que ha sido la base durante muchos años de tradiciones mercantiles locales. En ferretería, estaban La Llave, el Bazar Victoria y El Llavín; en tejidos, Almacenes del Duque, Almacenes de Camino, de Vadillo, Zabala y Peyré, con sus espectaculares salones de exposición; la Casa Honda, Ciudad de Sevilla, Maisón de Blanc, El Águila; en espejos y molduras, Leandro del Pueyo; en papelería, la casa Domingo Queraltó y Ferrer; la fábrica de pianos de Luis Piazza; la casa de música de Damas, sucesor de Bergali; los Bazares Español, Sevillano, Estrella Roja, Inglés y Japonés, con sus «novedades de París, Berlín, Londres y Viena...», El Cronómetro, Casa Rubio… Con la clausura de Casa Rubio, fundada en 1853 por el marqués de Coromina, tienda decana de la calle Sierpes, especializada en paraguas, sombrillas y abanicos, el decanato mercantil de la calle pasó en enero de 2005 a Papelería Ferrer, fundada en 1856 por José Ferrer y Vidal, seguida de la Confitería La Campana, fundada en 1885 por Antonio Hernández Merino. Quedan también con raíces decimonónicas los tres casinos históricos, el Círculo de Labradores y Propietarios (1856), el Círculo Mercantil e Industrial (1868), que este año celebra su sesquicentenario, y el Centro Cultural de los Ejércitos (1881). El Cronómetro (1901) y Casa Damas (1904), ésta clausurada por ahora, y la Confitería Ochoa (1910), siguen en antigüedad mercantil. ~
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Literatura
De Charles Dickens a Conan Doyle, pasando por los cuentos infantiles de Juliana Ewing, la literatura de temática navideña saboreó las mieles del éxito en la segunda mitad del siglo XIX, Antonio Puente Mayor {Que nuestra Navidad tiene un origen pagano es algo que saben casi todos. Esta se remonta, como poco, dos mil quinientos años atrás, cuando los ciudadanos romanos celebraban una fiesta llamada Saturnalia coincidente con el solsticio de invierno. Dicha cita tenía lugar el 25 de diciembre, si bien en otras culturas antiguas, como la persa o la griega, la festividad solía ubicarse en torno al 21, aunque siempre como exaltación del dios sol (también llamado Vulcano, Cronos o Nimrod). Cabe decir que a partir del siglo III los primeros cristianos se opusieron a unas celebraciones caracterizadas por el descontrol, dando lugar a un nuevo concepto que hallaría su primer aliado en la cultura anglosajona. De esta manera hoy pocos discuten que la Navidad surgió para sustituir la celebración de Saturno, el rey del Sol (sun en inglés) por la del nacimiento del hijo de Dios (son). Tiempo después, cuando la religión cristiana ya era oficial en todo el imperio, el rey Justiniano la declaró como unas fiestas cívicas, evolucionando a lo largo de toda la Edad Media y continuando su periplo durante la Moderna. La reinvención británica Una vez más debemos acudir al mundo anglosajón para explicar las fuentes de nuestra actual Navidad. Y es que aunque hoy nos parezca descabellado, la celebración del nacimiento de Jesús estaba abocada a su desaparición en la Inglaterra de principios del XIX. Esto se debía básicamente a los enfrentamientos entre protestantes y católicos surgidos un siglo y medio antes, y que llegaron a expandirse a los Estados Unidos por medio de los colonos. Baste como ejemplo que a mediados del diecisiete la Navidad era ilegal en Boston, mientras que los cristianos de Nueva York podían celebrarla libremente. Todo esto cambió a partir de 1820, cuando las viejas tensiones comenzaron a aliviarse en Inglaterra y los escritores decidieron reinventar la fiesta –la reciente publicación de Vieja Navidad de Washington Irving por El Paseo Editorial deja buena constancia de ello–. En una época en la que el capitalismo liberal comenzaba su triunfal conquista, la industria literaria vio un filón en las publicaciones navideñas, especialmente tras la irrupción de Charles Dickens, sin duda el mejor autor del género, cuyo A Christmas Carol (1843) desempeñó un papel fundamental en el proceso. A esto se sumó la pasión de la monarquía por la cita invernal. Y es que muchos de los usos actuales proceden del período victoriano, por ejemplo la importancia de reunir
La Navidad según nuestros clásicos ‘Cuentos españoles de Navidad’. / Ilustración de Marina Arespacochaga
a la familia. La reina Victoria y el príncipe Alberto fueron padres de nueve hijos, algo reiteradamente retratado por la prensa de la época y que no pasó desapercibido para los aristócratas, la emergente clase media y la burguesía, dando inicio al gusto por lo hogareño, especialmente durante las
La industria literaria vio un filón en las publicaciones navideñas en el siglo XIX La tradición de adornar el árbol fue ‘importada’ por el príncipe Alberto de Inglaterra
fiestas. Una de las tradiciones legadas por los monarcas fue la de colocar el árbol de Navidad, algo usual en la Alemania del XIX, que Alberto ‘importó’ con acierto desde el palacio de Buckingham. Asimismo el príncipe regente fue un pionero a la hora de hacer regalos en la adusta Inglaterra, estableciendo la costumbre de colocarlos envueltos bajo el decorado abeto. De Charles Dickens a Conan Doyle Como bien señala el traductor Miguel Ángel Pérez Pérez, «el público victoriano gustaba de leer todo tipo de textos en tan ‘señaladas fechas’», desde aquellas «que trataban directamente de esa festividad y de su espíritu», hasta
«cuentos de misterio y miedo que gozaban de especial aceptación en esos días festivos». De ahí que los responsables de Alianza decidieran reunir en Cuentos victorianos de Navidad tanto las creaciones dickensianas más cándidas –el volumen comienza con La historia de los duendes que robaron un sacristán, de 1836– como los retratos realistas de Anthony Trollope, uno de los novelistas ingleses más prolíficos y populares. De Trollope, al que la editorial asturiana dÉpoca está dedicando incontables esfuerzos para su recuperación, esta nueva antología recoge dos bellas muestras: La rama de muérdago, de 1861, y Navidad en Thompson Hall, de 1876. Ambos ejemplifican el gusto por el detalle y la minuciosidad de la
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contribuyendo decisivamente a la recuperación de la propia fiesta. Todos conocen a Ebenezer Scrooge, el viejo avariento de ‘Cuento de Navidad’, pero pocos a Cecilina,
que hizo gala el autor, pero sin perder de vista los sentimientos. Otro literato de altura, de los varios incluidos por Alianza, es Wilkie Collins, considerado uno de los grandes creadores de la novela policíaca, y que fuese amigo íntimo de Charles Dickens. Como nota curiosa hemos de mencionar que Collins era adicto al opio, el cual consumía en forma de láudano para aliviar los dolores provocados por su artritis. Esta adicción le llevó a experimentar ilusiones de todo tipo, condicionando severamente la redacción de uno de sus títulos más célebres, La piedra lunar. Pese a sus limitaciones, de su pluma salieron veintisiete novelas, catorce obras de teatro y un centenar de piezas de no ficción, aunque La dama de blanco es, probablemente, su mejor creación. En Cuentos victorianos de Navidad, Wilkie Collins aparece representado por La máscara robada o El misterio de la caja de caudales, un relato de misterio en el que Shakespeare se erige como inesperado protagonista a través de un
viejo actor que guarda su busto de yeso como un tesoro. La terna masculina se completa con dos relatos de Arthur Conan Doyle; el primero de ellos titulado Una nochebuena trepidante y publicado en 1883, mientras que el segundo nos devuelve a su personaje más célebre, el detective Sherlock Holmes, a quien el autor escocés sitúa en La aventura del carbúnculo azul coincidiendo con las navidades de 1892. Dos damas olvidadas Charlotte Eliza Lawson Cowan (1832-1906) pasaría a la historia de la literatura con el nombre de su marido, James H. Riddell, demostrando que las mujeres tenían mucho que decir en materia de letras. Pese a su existencia desgraciada, esta británica nacida en Irlanda del Norte llegaría a firmar más de cincuenta libros, destacando especialmente sus historias de fantasmas, y llegando a dirigir St. James’s Magazine, la más prestigiosa revista de la década de 1860 en Inglaterra. Hoy pocos la recuerdan, si bien La casa
deshabitada posee todos los ingredientes para ser considerada una de las mejores y más elegantes historias de misterio de la época victoriana. De este modo, Charlotte Riddell no podía faltar en el volumen de Alianza –sus relatos suelen estar presentes en casi todas las buenas antologías de aquella etapa–, optando en esta ocasión por Un extraño juego navideño, de 1866. En el mismo se narra la historia de los hermanos John y Clare Lester, quienes tras heredar una mansión cuyo dueño ha fallecido en extrañas circunstancias, descubren que su nueva propiedad esconde un terrible secreto. Junto a ella figura Juliana Horatia Ewing, autora de cuentos para niños nacida en Sheffield en 1841 y que fallecería a la edad de cuarenta y tres años dejando tras de sí una importante colección de títulos. La crítica calificó sus creaciones como «las primeras novelas infantiles sobresalientes en la literatura inglesa», siendo Continúa en la página siguiente
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Literatura
la niña protagonista de ‘La mula y el buey’ de Pérez Galdós. Eso por no hablar de las creaciones de José María Pereda y el padre Coloma, olvidado autor del ‘Ratón Pérez’. Viene de la página anterior
asimismo un fiel reflejo de la vida militar y anglicana, muy presente en su familia. Baste decir que uno de sus principales admiradores fue Rudyard Kipling, quien afirmaba conocer algunos de sus libros casi de memoria. En este caso, Ewing nos sorprende con Dragones: un cuento de nochebuena (1870), un relato teñido de fantasía que hará las delicias de los lectores más jóvenes. La temática navideña en España Pese a la enorme aportación de Gran Bretaña a la revitalización y exportación de las fiestas de Navidad a través de la literatura, el siglo XIX asistió igualmente a la explosión del género en España, cuyas pautas seguían el dictado de autores como Hans Christian Andersen –otro allegado de Dickens–, quien supo poner el acento sentimental necesario con La niña de los fósforos o La pequeña cerillera, publicado originalmente en danés en diciembre de 1845. Según Rafael Alarcón Sierra, «la plena maduración del relato de temática navideña como algo consustancial a la celebración de la fiesta cristiana está ligada a dos fenómenos propios de los tiempos modernos. Por un lado, el gran crecimiento que la prensa periódica experimenta gradualmente a lo largo del siglo XIX (…) Por otro lado, esta producción editorial se basa en la demanda de ver reproducida una y otra vez la historia de la festividad que se conmemora». En este sentido el cuento español de Navidad –cuya primera aproximación tendría lugar con las recopilaciones folclóricas de Fernán Caballero durante el Romanticismo–, adquiere su fortaleza coincidiendo con el Realismo y el Naturalismo. Por tanto, los autores patrios iniciadores del género están encuadrados en la segunda mitad del siglo XIX, e incluyen tanto a artífices de cuentos como a maestros del periodismo y del costumbrismo satírico. Gracias a la labor de recopilación de la editorial madrileña Clan, los lectores del siglo XXI podemos disfrutar de estas bellísimas creaciones –muchas de ellas perdidas en la memoria– que nada tienen que envidiarle a las obras victorianas. Así, las páginas de Cuentos españoles de Navidad reúnen a maestros de nuestras letras como Galdós, Clarín o Blasco Ibáñez, junto a otros insignes menos populares como Luis Taboada o Joaquín Dicenta. Maese Pérez frente a Don Juan Probablemente el autor más universal de cuantos pueblan la antología publicada por Clan es Gustavo Adolfo Bécquer. Nacido en Sevilla en febrero de 1836 y huérfano desde edad temprana, su propia
‘Cuentos españoles de Navidad’. / Ilustración de Marina Arespacochaga
vida podría haber servido de argumento para un folletín decimonónico. Idealista por naturaleza y condenado a una vida de anhelos insatisfechos, el mito tejido en torno al personaje supera con mucho el conocimiento que tenemos de su persona. Además de sus trabajos periodísticos y la muy estimable Cartas desde mi celda, Bécquer nos legó sus Rimas –por cierto publicadas tras su muerte– y sobre todo las Leyendas, auténtico hallazgo para las letras del XIX que hoy forman parte de nuestra memoria colectiva. En el caso de Maese Pérez el organista (1861), situada en su ciudad natal y recogida acertadamente en Cuentos españoles de Navidad, Gustavo Adolfo acierta al combinar la verosimilitud del relato de costumbres con lo sobrenatural, logrando crear una atmósfera
En el siglo XIX también hubo una gran explosión del género en España
misteriosa que logra hechizarnos. Al estar ambientado en un escenario real, el sevillano convento de Santa Inés –casualmente de actualidad por la restauración de su órgano–, el argumento resulta doblemente apasionante. Frente al cóctel religioso-fantástico que nos propone Bécquer, el lector que se aproxime a esta miscelánea podrá encontrar incluso una historia sobre Don Juan. Y decimos bien, Don Juan, el arquetipo creado por Tirso de Molina en el siglo diecisiete y que Zorrilla supo elevar a sus cotas más altas a partir de 1844. En esta ocasión su autor es Eduardo Zamacois, escritor nacido en Cuba y desconocido para el gran público que, sin embargo, fue un gran artífice de las letras hispanas de finales del XIX y principios del XX –tanto en su faceta de autor como de editor–. Boda eterna (La nochebuena de Don Juan) se publicó un 25 de diciembre de 1898 y en él se trasluce la profunda admiración que Zamacois profesaba por el personaje, quien, lejos de sus versiones canónicas, se nos presenta
en su etapa madura durante una fría nochebuena en la que hace balance de su vida. Una existencia marcada por los placeres y el lujo que, paradójicamente, no le ha permitido ser feliz. Una vez más, y al igual que ocurría con Bécquer, la atmósfera consigue trasladarnos al escenario de la acción –aquí mucho más pausada y reflexiva– dando lugar a un final sublime. El costumbrismo de Alarcón y Pereda Otra historia navideña cargada de emotividad es La nochebuena del poeta de Pedro Antonio de Alarcón, cuya obra más conocida es El sombrero de tres picos. Dotado de una capacidad innata para narrar, el escritor de Guadix probó casi todos los géneros, desde la poesía al drama, pasando por la literatura de viajes. Entre sus lecturas de cabecera figuraban Edgar Allan Poe y Fernán Caballero, lo cual se percibe en sus lúcidas recreaciones, a medio camino entre lo realista y lo romántico.
El Correo de Andalucía Sábado, 16 de diciembre de 2017
Suplemento cultural
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Literatura
Y es que pese a la grandeza de nuestros clásicos –Bécquer, Clarín o Blasco Ibáñez– en asuntos de Navidad los españoles continúan decantándose por las letras anglosajonas
En esta ocasión Alarcón vuelve sobre sus pasos hasta convertirse en un niño de siete años que asiste a su primera nochebuena en familia. Heredero de las costumbres andaluzas, en el relato de 1855 no faltan alusiones a las comidas típicas –desde los mantecados y los dulces de las monjas al aguardiente de guindas– así como a los villancicos: «La nochebuena se viene / la nochebuena se va / y nosotros nos iremos / y no volveremos más». En una línea similar se halla La noche de Navidad, del cántabro José María de Pereda, emblema de la novela regionalista y miembro de la Real Academia de la Lengua desde 1872 hasta la fecha de su muerte. Tan solo por la riqueza de su léxico, extraído de la cotidianeidad del pueblo montañés, merece la pena su lectura. Galdós, Clarín y el padre Coloma Algunos especialistas lo consideran el mayor novelista español después de Cervantes, y no
es para menos. No en vano, el canario Benito Pérez Galdós transformó el panorama literario de su época, aportando una expresividad y una hondura psicológica a sus personajes de tal calibre que incluso fue propuesto al Nobel en 1912. Soltero hasta su muerte, su vida estuvo consagrada a la política y las letras, donde nos dejó una colección de títulos tan vasta como exquisita. Célebres son sus Episodios Nacionales, redactados entre 1873 y 1912, así como las novelas Fortunata y Jacinta, La fontana de oro o Marianela. En su faceta navideña, Galdós publicó en La Ilustración Española y Americana un delicado relato que lleva por título La mula y el buey. Corría el año 1876 y seis meses antes Cánovas del Castillo había promulgado una nueva Constitución. En sus escasas líneas los lectores pueden encontrar todas las virtudes de este colosal escritor, destacando especialmente el tratamiento de su protagonista, una
niña llamada Cecilina, a la que Galdós transforma en ángel con su habitual virtuosismo. El genio de Leopoldo Alas Clarín igualmente sobresale en la antología de Clan, en este caso aparejado a la figura del diablo –José Echegaray también dedica su cuento a dicho personaje–, mientras que Blasco Ibáñez opta por la recurrente lotería, al igual que el relegado Eduardo del Palacio, cuyos pseudónimos Sentimientos, Canseco y Sultán figuraron en las páginas de El Imparcial, El Liberal y El Globo durante la segunda mitad del XIX. Otros autores postergados por el público y resucitados en este volumen son José Ortega Munilla, Luis Bonafoux, Jacinto Octavio Picón o Isidoro Fernández Flórez. Incluso el padre Coloma –creador del Ratón Pérez–, tiene espacio en unas páginas bellamente ilustradas por Marina Arespacochaga y envueltas con el mejor gusto. Y es que la Navidad da para mucho en materia de literatura. ~
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Suplemento cultural
El Correo de Andalucía Sábado, 16 de diciembre de 2017
Libros
Novelista y poeta de larga trayectoria, el canario publica ‘Mirador de Velintonia’, una memoria periodística de su relación con Vicente Aleixandre y con numerosos escritores españoles exiliados Recomendaciones
NOVELA
Adam Foulds / En la boca del lobo / Galaxia Gutenberg
Amistades peligrosas en el Mediterráneo
FERNANDO G. DELGADO
«Velintonia fue lo que fue, y se murió con su dueño» Alejandro Luque {Con una larga trayectoria como poeta y novelista, Fernando G. Delgado (Santa Cruz de Tenerife, 1947) regresa a los anaqueles de novedades, esta vez sacando a relucir otra de sus facetas, la de periodista, para rendir homenaje a Vicente Aleixandre 40 años después de la concesión del premio Nobel, así como a numerosos escritores españoles del exilio a los que pudo conocer y entrevistar. La obra lleva por título Mirador de Velintonia. De un exilio a otros (1970-1982) y acaba de ver la luz en la Fundación Lara. «El libro nace con la llegada de Pablo Neruda a Tenerife, cuando iba camino de Chile para apoyar a Allende», explica el autor. «El poeta no quería bajar del barco, por no pisar tierras gobernadas por Franco. Pero le dijimos que aquello era África, y además su mujer, Matilde, quería comprar en las tiendas de los indios, así que pudimos llevarlo a cenar. Allí me dijo una cosa que me impactó: Estoy deseando volver a Madrid para comer marisco en Cuatro Caminos y ver a Vicente Aleixandre en Velintonia». De ahí surgió una amistad con el poeta sevillano que se prolongó hasta su muerte. «Al principio nos tratábamos de usted, hasta que una mañana llegué a verle y me dijo que aquel era un día importante, porque empeza-
ríamos a tratarnos de tú», evoca. Por aquella casa de la calle Velintonia pasaron tres generaciones de poetas, desde los muy familiares Dámaso Alonso, Carlos Bousoño o Francisco Brines hasta jóvenes como Antonio Colinas, Luis Antonio de Villena o el propio Delgado. «Se formó además un círculo en el que se encontraron los dos exilios, el de fuera y el de los exiliados interiores», agrega.
El escritor Fernando G. Delgado. / Daniel Pérez
«Una mañana me dijo que aquel era un día importante, porque empezaríamos a tratarnos de tú» «Los sevillanos no son bien tratados por su propia gente, y no lo digo por Aleixandre» Las páginas de Delgado abundan también en la bohemia madrileña de l franquismo tardío, las noches en Oliver y Bocaccio, visitas esperadas como la del catalán Gil de Biedma. «Todos teníamos crónicas que llevarle a Vicente, y siempre queríamos escuchar las que sabía por otros. Tenía una vida muy intensa, a pesar de estar encerrado por su salud».
Pero además de Aleixandre, desfilan por estas páginas personajes tan fundamentales de la cultura española del siglo XX como Jorge guillén, «que era muy criticón», Rosa Chacel, Francisco Ayala, Juan Marichal, Max Aub o Rafael Alberti, con quien Delgado tuvo un feliz encuentro en Roma. «No es un libro solo sobre Vicente Aleixandre, pero su figura nos suministra mucha información. Ya había escrito un libro con mis memorias, y ahora pensaba en una memoria de los otros», añade. Sobre la cíclica polémica en torno a la recuperación de la casa de Aleixandre, el escritor explica que «ese inmueble lo heredó un primo de Vicente al que él detestaba. Ese primo ha muerto, pero tiene hijos y quieren venderla. Yo creo que no tiene gran interés, y que la administración no tiene que comprarla. ¿Qué utilidad tendría? ¿Uno de esas casas-museo que no visita nadie? Ni siquiera se conserva la biblioteca de Aleixandre. Velintonia fue lo que fue, y murió con su dueño», asevera. Sobre la presencia de Aleixandre hoy en Sevilla, afirma que «los sevillanos no son bien tratados por su propia gente. No lo digo por Vicente, que vivió más en Málaga, pero que fue anulado en el franquismo, estuvo largos años silenciado, negado». ~
A. Luque {Adam Foulds, un joven escritor londinense galardonado entre otros con los premios Somerset Maugham y Man Booker Prize, ha querido contar en una novela, o al menos así se nos presenta, cómo fueron las alianzas entre los aliados que desembarcaron en la isla de Sicilia en la II Guerra Mundial con la mafia local. Pasaré por alto el hecho de que no haya escogido para ello el título más original del mundo –ni siquiera como traducción de la expresión italiana In bocca al lupo, popular modo de desear buena suerte–, pues de lo que se trata ante todo es de saber si la trama y los elementos concebidos por el autor funcionan. Y puedo satisfacer ya esa incógnita: sí, funcionan. A través de capítulos breves pero sustanciosos, seguimos la peripecia de los soldados estadounidenses, primero en el norte de África, luego en la propia Sicilia. Buena ambientación, diálogos y situaciones realistas, Foulds ha leído con provecho la suficiente literatura bélica como para meternos en situación desde el principio. Y posee sobrada capacidad para perfilar, poco a poco y con trazos hábiles, a los personajes que se disputan el protagonismo en estas páginas. Ahí tenemos al pastor Angilù, ingenuo y un tanto servil; al oficial británico Will Walker, disciplinado y audaz, atento lector del De rerum natura de Lucrecio y del Manual de Invasión; a Ray Marfione, soldado de infantería italoamericano que sueña con ser director de cine; a esa princesa, Luisa, hija del príncipe Adriano, que ayudará a Marfione a escapar de ese trauma; a Cirò Albanese, boss siciliano que hubo de emigrar a Nueva York y que ahora, al regresar a su tierra, se propone recuperar cuanto dejó atrás. ~