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sumario Cultura y deporte
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l deporte y la cultura no están enfrentados. Eso es un mito y, lejos de ser cierto, el deporte ha formado parte de la cultura de todas las civilizaciones. Ya en La Odisea de Homero encontramos alguna escena que tiene que ver con las prácticas deportivas. El cine, el teatro, la poesía, la pintura o la escultura han ido creando espacios para que el
deporte y los deportistas de todos los tiempos tuvieran la presencia que merecen. Aladar repasa una muestra de esos trabajos con los que queda demostrado que el territorio intelectual es el mismo que el que pisan boxeadores, futbolistas o tiradores de esgrima. Los valores que representa el deporte son los que ordenan las sociedades.
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FÚTBOL
BOXEO
ALPINISMO
EL FÚTBOL Y EL ARTE SON COMPATIBLES Y COMPLEMENTARIOS
SIEMPRE HA SIDO UN MANANTIAL CREATIVO PARA MUCHOS ARTISTAS QUE ENCONTRARON EN ÉL UNA EXCUSA PARA EXPRESAR
MIRAR EL MUNDO DESDE LUGARES IMPOSIBLES: LAS MONTAÑAS
37-47 OTROS DEPORTES TODO EL DEPORTE SE PUEDE CONVERTIR EN UNA FORMA DE MANIFESTACIÓN ARTÍSTICA. ENTRE OTRAS RAZONES, PORQUE EL DEPORTE ES CULTURA EDITA El Correo de Andalucía, S.L.
Parque Empresarial Morera & Vallejo. C/ Aviación, 14. Edificio Morera & Vallejo II (4ª planta) 41007-Sevilla Redacción. Gabriel Ramírez Lozano
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El deporte como excusa para construir una obra de arte L
a profunda relación entre cultura y deporte -algo que a muchos les parece imposible-siempre estuvo presente en las obras firmadas por algunos de los grandes autores del siglo XX. A veces, este vínculo formó parte de la trama de las novelas o películas, bien con el fin de perfilar personajes, bien intentando dibujar escenarios; e incluso fue la excusa del artista con la que crear una gran obra. Por ejemplo, John Ronald Reuel Tolkien, tras lesionarse practicando tenis y durante un largo periodo de recuperación, decidió escribir El señor de los anillos. Nada más y nada menos. Un incidente de lo más afortunado para la humanidad. Practicar o ser aficionado a un deporte no está reñido con la cultura. Ni mucho menos. Otro autor que mostraba gran interés por el deporte, por el boxeo en concreto, fue Julio Cortázar. Alguna vez dijo que acudía a los combates con un libro debajo del brazo y que miraba aquello como si de una gran manifestación estética se tratase. Cortázar se vio influenciado, desde niño, por las grandes peleas de la época que eran consideradas casi batallas entre países. Algunos de sus relatos tuvieron como protagonista a un boxeador. Uno de ellos es Torito, relato dedicado a Justo Suárez e incluido en su libro Final del juego (1956), relato que merece la pena leer por su intensidad narrativa: «De pibe yo peleaba de zurda, no sabés lo que me gustaba fajar de zurda. Mi vieja se descompuso la primera vez que me vio pelearme con uno que tenía como treinta años. Se creía que me iba a matar, pobre vieja. Cuando el tipo se vino al suelo no lo podía creer. Te voy a decir que yo tampoco, creéme que las primeras veces me parecía cosa de suerte». El deporte puede aparecer para delimitar aspectos dramáticos ¿Recuerdan la extraordinaria película de John Huston El hombre que pudo reinar? Asistimos a un momento inolvidable en el que los habitantes de uno de los pueblos al que llegan los protagonistas juegan al polo (en realidad, algo parecido a lo que se practica en occidente), pero lo hacen golpeando, en lugar de una bola de madera, la cabeza de un prisionero ejecutado. Eso sí, envuelta en una bolsa de tela. Supongo que con el fin de alargar un poco el partido o para no poner todo perdido. Huston, incluyendo algo tan brutal como esto, lo que hace es dibujar el escenario en el que se encuentran sus personajes (excelentes Sean Conney y Michael Caine); un lugar extraño, hostil, y en el que todo es posible. Esta película, que nada tiene que ver con el deporte, se construye con perfección gracias a él; a la definición de un pueblo atendiendo a sus prácticas deportivas. ¿No es el deporte una maravillosa exposición de lo que somos y de nuestro carácter? Por cierto, la película de Huston es un canto a los perdedores; eso sí, a los que pierden compitiendo y han descubierto que es eso lo que merece la pena. El polo sirve (esta vez jugado con una bola de madera) al escritor F. Scott Fitzgerald como herramienta útil con la que perfilar a uno de sus personajes y, así, ubicarle en un estrato social muy concreto. El marido de Daisy, Tom Buchanan, es jugador de polo y eso, en occidente, significa dinero, una clase social alta y cierta exclusividad; el polo se percibe como un deporte elitista. Al menos es lo que se maneja en el ideario común (se practica en clubes privados y es necesario tener un caballo para practicarlo). El autor necesita colocar a la familia Buchanan en un lugar determinado sin que el lector pueda tener duda alguna. Hay diferentes clases de ricos (en El gran Gatsby tenemos a este rico de verdad, de los que tuvieron una fortuna antes de nacer, y al nuevo
rico que representa el propio Gatsby). Otro detalle interesante de esta novela es que el personaje se llena de virilidad con su actividad deportiva, cosa que casa perfectamente con su carácter a lo largo de la trama. Fitzgerald era un genio y aquí lo demuestra, ya que incluso nos presenta un personaje femenino que practica tenis y que no deja clara su condición sexual en ningún caso, pues en el momento histórico en el que se desarrolla el relato, no se aceptaba con normalidad la actividad deportiva entre las mujeres salvo en contadas ocasiones y, siempre, recaía sobre ellas la sospecha de falta de feminidad y exceso de testosterona. Podríamos decir que el autor juega con el lenguaje para rebajar o aumentar una condición que no aborda directa-
mente, pero que coloca al lector en un lugar en el que la lectura se convierte en algo inquietante. Otra película que aborda su tema central a través del deporte es la famosísima Evasión o victoria; trabajo dirigido, también, por John Huston, que utiliza el fútbol como vehículo para hablar de lo necesaria que es la unidad y los valores más sanos y arraigados, si se quier alcanzar un objetivo. Elige el Fútbol como deporte en el que los participantes deben asociarse para ganar. Huston enfrenta dos formas de entender el mundo: libertad frente a la brutalidad, la igualdad de los hombres frente al racismo y el crimen. Los espectadores, por ello, desean que ese partido lo ganen los prisioneros de guerra americanos, franceses, ingleses…, que están recluidos en un campo de prisioneros alemán. Esa victoria significa la supervivencia de una ideología implantada en gran parte del mundo. Esta vez, el canto es dedicado a los que teniendo todo perdido encuentran una oportunidad en la competición para poder salir adelante. ¿Hay algo que aglutine más y mejor a un grupo de personas que un deporte? Seguramente no, pero sí existen cosas que tengan el mismo poder. Por ejemplo, la cultura. Aunque a algunos les parezca mentira.
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AFĂştbol El fĂştbol es universal. El arte es universal. Y la uniĂłn de ambos puede dar como resultado un producto de enorme plasticidad. Son compatibles y complementarios
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Fútbol es poesía
cordando una intervención del guardameta húngaro, Ferenc Platko, en la final del Campeonato de España del año 1928 (defendía la elástica del F. C. Barcelona y fueron necesarios tres partidos para conocer al ganador del torneo). Evitó la derrota de su equipo en el primer encuentro de la final. Tituló el poema Oda a Platko. Estos son algunos versos: Volvió su espalda al cielo,/ camisetas azules y granas flamearon,/ apagadas al viento,/ El mar, vueltos los ojos,/ se tumbó y nada dijo. Más y mejor no se puede decir. Con mayor claridad no se puede representar una imagen. Osvaldo Picardo en su poema La mano de Dios nos enseña hasta qué punto el fútbol es importante en la realidad. Cuenta en su poema cómo fue ese gol de Maradona a la selección inglesa con el que engaño al mundo entero y al destino; pero, sobre todo, cuenta lo que significó: Después fue otro día, apenas salió el sol/ y se habló de la trampa y hasta de Dios. Y es que la potencia de este deporte es descomunal. Otros dos poetas, ambos ubicados en lo que se ha llamado poesía de la experiencia, se afanan en explicarse el mundo, su propia vida; escribiendo un poema sobre el fútbol, sobre la vida alrededor de un balón. Luis Alberto de Cuenca se pregunta por su vida, recordando : Aquellos viejos tiempos del fútbol en España,/ cuando un pase genial de Di Stéfano a Puskas/ borraba de un plumazo todos sus sinsabores y sabiendo que….Viejas alineaciones/ que repetir delante de los viejos amigos,/ y un nudo en la garganta cuando alguien te recuerda/ los años que han pasado. Toda una vida con el fútbol como hilo conductor. Por su parte, Luis García Montero revisa las infancias que es verdad que son mares en un vaso de agua o días que amanecen/ con tranquilidad de un tres a cero,/ de un cinco a cero en punto de la tarde. La vida contada con el lenguaje del fútbol. Esto es solo una pequeña muestra. En definitiva, el fútbol es lo que es. Y, por tanto, es palabra, es imagen. Fútbol es fútbol; fútbol es poesía.
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stá muy arraigada la idea; en muchas personas y, fundamentalmente, en los que no son aficionados; de un fútbol como cosa de incultos, de violentos o de locos que no viven para nada que no sea su propia pasión. Puede ser que en sector de aficionados se encuentre dentro de estos terribles parámetros. Igual que cualquier otro segmento de la sociedad puede tener incorporado a algún indeseable. Que nadie piense que un título universitario o nobiliario te convierte en culto y te aleja de la violencia o de las pasiones desenfrenadas. Podemos encontrar incultos, violentos o locos, allá donde miremos. Pero, y esto es lo importante, también, podemos encontrar aficionados cultos, tranquilos, educados y cuerdos, que se interesan por su mundo y por el de todos. De hecho, no son pocos los intelectuales que han vivido con pasión su afición por el fútbol, convertido en objeto poético cuando alguno de ellos tomó la distancia necesaria, convertido en algo de lo que un poeta queda prendado por siempre jamás. La cosa no es nueva. Homero, en el canto VI de la Odisea, presenta a Nausica y sus doncellas jugando con una pelota con la que despiertan a Odiseo. Esto es solo un ejemplo de entre cientos. No hay que olvidar que el fútbol, como cualquier otro elemento de la realidad, se reduce a la imagen y a la palabra, pilares fundamentales de la poesía. Todo en este mundo es simbólico y, por tanto, poesía. En el caso del fútbol, el jugador necesita dominar su cuerpo y el balón, genera una coreografía precisa y preciosa, una imagen única. De los balones imposibles que llegan, de posturas improbables, llega la pasión a las gradas. Eso es el fútbol. Del mismo modo, las mayores emociones del ser humano llegan con el poema que dice eso que solo puede decirse de ese modo tan preciso. Eso es la poesía El fútbol está unido, irremediablemente, a la palabra. Los hinchas cantan, gritan, intentan aportar algo de lirismo en sus pancartas; los jugadores se dicen unos a otros para que todo se convierta en el partido perfecto. Y el fútbol es imagen, pura imagen. Elegante, brutal, geométrica, violenta, propia de un multitudinario ballet. Palabra e imagen. Fútbol y poesía. Incluso lo que se encuentra en la periferia del fútbol necesita arrimarse a la lírica. Michel Platini escribió: «Morí el 17 de mayo de 1987, a la edad de 32 años, día en que me retiré del fútbol». Palabra e imagen poética (porque seguimos sufriendo). Aunque a muchos les pueda parecer mentira, el fútbol es poesía cuando el que mira quiere ver el significado de este deporte, lo que representa para millones de personas, lo que encierra su carga simbólica; cuando quiere entender lo que sucede dentro o fuera de la cancha, en este mundo. Y no crean que son malos poetas lo que construyen versos inspirados en el fútbol. Rafael Alberti escribió un poema re-
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Ponga un ídolo en su vida, por favor D
iego Armando Maradona es venerado, idolatrado y amado, en Argentina. Es posible que muchos aficionados de todo el mundo crean que Diego ha sido el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos, pero la inmensa mayoría de los argentinos, además, le consideran una especie de dios. Curiosamente, Maradona es, al mismo tiempo que una de las estrellas indiscutibles del fútbol mundial, uno de los jugadores con la zona oscura de su vida más desarrollada. Escándalos, excesos y despropósitos no son ajenos a este jugador. Aunque eso da igual para muchos. Dios puede hacer lo que le dé la gana porque para eso es el que mejor ha sabido tratar un balón. Por si era poco, el mismo Maradona, cuando hacía trampas y parecía más un diablo que otra cosa, se sacaba de la mano a la deidad (esa en la que creen millones de personas) y decía que era cosa suya. ¿Recuerdan la mano de Dios? Éric Cantona es otro futbolista que levantó pasiones entre los aficionados. Arrogante, engreído, distante. No dudó en saltar a las gradas para liarse a guantazos con un aficionado que le reprochaba algo. ¿Buen futbolista? Sí. ¿Sobrevalorado? Mucho. ¿Ídolo? Claro que sí. Pero, si echamos un vistazo a su historial, sorprende lo que encontramos. Por ejemplo, la selección francesa de fútbol que llegó a ser el mejor equipo del mundo (Platini, Genghini Tigana…), con Cantona no se clasificó para los mundiales de Italia (1990), ni para el de Estados Unidos (1994). Faltó en el campeonato de Europa de Alemania (1988), y en Suecia (1992) estuvo un rato puesto que fue eliminada en primera ronda. Cuando dejó de ser convocado durante la fase de clasificación para la Eurocopa de 1996, la selección francesa mejoró y llegó a clasificarse. Fue tercera en el campeonato. Y un par de años después, voilà, campeones del mundo. ¿Le quisieron mucho en el Manchester United? Sí. ¿Era tan grande como algunos dicen? Piensen, piensen. No podían faltar en el cine películas que atacasen este tema con buen nivel. Encontramos dos ejemplos estupendos en el cine argentino y en el británico. El camino de San Diego (2006). Maradona es un dios que vive en un lugar distante y distinto al de muchos de los que le adoran. El realizador Carlos Sorín elige la provincia argentina de Misiones para arrancar con la historia de Tati Benítez, un seguidor del astro argentino que no deja de pensar en él cada día y al hacer cada cosa. Y Sorín lo hace con fuerza, con una dosis de humor negruzco
que resulta delicioso, utilizando el formato de falso documental para ir colocando cada pieza en su sitio. Los actores no son profesionales (cosa muy habitual en el cine del realizador; ‘Tati’ Benítez es Ignacio Benítez, un trabajador de un vivero de El Dorado (Misiones); Paola, la mujer de ‘Tati’ es Paola la mujer de Ignacio…) y esto, que en el arranque resulta delicioso, se vuelve algo en contra cuando la película se convierte en una road movie que nos muestra el viaje de Tati (cargado con una raíz de árbol que tiene algún parecido con Maradona) hasta el lugar en el que se encuentra el astro argentino tras sufrir una crisis cardiaca que puso en alerta a todo el país. La película resulta muy entretenida y se deja ver. Pero el problema es que Sorín dibuja el mundo que quisiera y no el que es. Contar la historia de los perdedores en un entorno amable no deja de rechinar en algún momento. Hubiera sido mejor mover a los personajes en ese mundo que nos hace removernos en la butaca al comenzar la película. Buscando a Eric (Looking for Eirc, 2009), Ken Loach, gran especialista en dibujar de forma realista la sociedad británica, rebaja un poco el tono y nos arrastra a vivir una historia muy divertida y entrañable. Steve Evets encarna al personaje principal; un cartero de Manchester que vive con sus dos hijastros, que cometió un error treinta años atrás al abandonar a su mujer y a su hija recién nacida y que se ve envuelto en un problema con mafiosos de tres al cuarto. Durante la primera hora, Loach construye la película para dibujar los perfiles de los personajes aunque, también, para dejar que Éric Cantona aparezca como si fuera el dios del fútbol, el mejor jugador de la historia o algo así. Los diálogos se llenan de frases hechas que se vacían por los cuatro costados. Cuando el jugador deja de estar en pantalla, asistimos al verdadero cine de Loach. Amor, acción, bajos fondos, la mugre de una sociedad que se vende al resto del mundo como la exquisitez total. En cualquier caso, la película resulta muy agradable. Para un aficionado al fútbol puede ser lo más de lo más. Y para los que no lo sean puede resultar un rato divertidísimo. Eso sí, las escenas reales que se utilizan no son representativas de lo que Cantorna representó para el fútbol mundial. Tal vez, así le vean en Manchester; tal vez, sea el ídolo de algunos; pero eso solo les pasa a los que no pueden comparar el juego del francés con el de Alfredo Di Stéfano o con el del propio Diego Armando Maradona.
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Historia de unas camisetas R
ealMadridClubdeFútbol. El origen de la vestimenta totalmente blanca del Real Madrid se encuentra en la calle. En épocas donde el fútbol era un deporte meramente aficionado, los jugadores se despojaban de sus ropas civiles y jugaban en camiseta y boxers blancos, en ropa interior. Para distinguirse un equipo de otro, solían ponerse con alfileres una banda en el pecho, pero cuando avanzaba el partido las bandas se caían, lo que hacía difícil distinguir un equipo de otro. Así que los equipos fueron cambiando el color de su equitaciones, menos el Real Madrid, que reivindicó para sí los orígenes del fútbol y seguiría vistiendo de blanco para siempre. River Plate. Fundado a primeros del siglo XX, el Club Atlético River Plate en un inicio jugaba con una camiseta completamente blanca. Por entonces no se estilaba tener doble equitación. Un día que a River le tocó jugar con un equipo de Villa Devoto – que vestía de blanco impoluto- se produjo el conflicto. Para solucionar la coincidencia, el presidente Enrique Salvaerezza compró una tela roja, la cortaron en bandas y las unieron a las camisetas con alfileres. Así nació la legendaria banda roja del equipo porteño. Existen otras versiones. Unas malintencionadas cuentan que fueron los propios jugadores quienes compraron las bandas a una comparsa de carnaval, otras oscuras que explican que la banda roja es un símbolo masónico y otras románticas que hacen referencia a la cruz de San Jorge, símbolo de la ciudad de origen de algunos fundadores del club, Génova. En 2012, fue elegida la camiseta de fútbol más bonita del mundo. Rayo Vallecano. El equipo madrileño tiene una conexión especial con el bonaerense River Plate, ambos jugaban al principio de blanco y ambos comparten hoy en día colores y diseño de camiseta. En 1948, el Rayo tenía serios problemas económicos que hacían muy difícil su supervivencia. Así que el club llegó a un acuerdo con el Atlético de Madrid, quien cedió a alguno de sus jugadores al Rayo a cambio de que abandonaran el blanco total para que su equitación pasara a tener algún detalle de color rojo. Y así lo hicieron imitando el diseño de River Plate, entonces el equipo más famoso del mundo. Poco después, en una visita del River a Madrid, los jugadores argentinos regalaron a los madrileños dos juegos completos de equitaciones de su equipo. El Rayo Vallecano sobrevivió. Athletic de Bilbao. Este club se creó en 1898 por unos jóvenes de un gimnasio de Bilbao que lo hicieron a imagen de un equipo inglés, el Blackburn Rovers, vistiendo una camiseta con franjas blancas y azules, pantalón azul y medias negras. Resultó que en un viaje a Inglaterra para comprar equitaciones, no encontraron las camisetas blanquiazules, así que, como en esa época aún o existían los servicios de mensajería y los viajes eran mucho más difíciles que en la actualidad, trajeron las del Southmpton, a rayas rojas y blancas y el pantalón negro. De esta forma cambió la historia del equipo bilbaíno. Atlético de Madrid. El club madrileño nació en 1903 cuando unos estudiantes vascos que residían en la capital fundaron una filial del Athletic Club a la que llamaron Athletic Club Sucursal de Madrid. Ambos equipos vestían el mismo uniforme y no podían enfrentarse en competiciones oficiales al ser considerados el mismo club. Cuando los jugadores vascos cambiaron a la camiseta rojiblanca, el equipo madrileño también lo hizo, si bien ellos siguieron vistiendo el pantalón azul y las medias negras. La independencia como equipo a los madrileños llegó para los madrileños en 1921 y se quedaron con la misma equitación. Liverpool Football Club. Los reds no siempre fueron rojos. En sus inicios el club vestía muy parecido a su gran rival, el Everton, esto es, de azul y blanco. En 1894 la ciudad de Liverpool adoptó el color rojo como propio y por tanto el equipo pasó a vestir de rojo, pero con pantalón y medias blancas. En 1959, Bill Shankly probó a que sus jugadores vistie-
ran totalmente de rojo; según él, les daba una apariencia terrorífica, parecían más altos, parecían demonios que infundirían terror a sus rivales. Desde entonces son los diablos rojos y nunca caminarán solos. Inter de Milán. Esta historia es bastante sencilla y con un punto romántico. El Inter es uno de los pocos equipos que mantiene sus colores desde el año de su creación, en 1908. El negro fue elegido para representar la noche y el azul, el cielo. En un principio era un azul más celeste, que con el tiempo se fue tornando en oscuro. Sólo durante el paréntesis del régimen fascista en Italia cambiaron su diseño por una camiseta blanca con una cruz roja. Al finalizar la dictadura, volvieron a sus colores originales. Boca Juniors. La camiseta era en un principio de color rosa, pero los jugadores tenían que aguantar en cada partido las risas de sus contrincantes y de las aficiones. Así que se diseñó otra, blanca con tres bastones anchos cosidos a mano. La nueva equipación tampoco fue muy bien recibida, así que enseguida fue cambiada por una completamente azul celeste. Pero ocurrió que un año más tarde tuvieron que jugar contra el Nottinghan de Almagro, que vestía prácticamente igual. Boca perdió y se decidió buscar otro diseño, se volvió al blanco y negro pero esta vez con rayas horizontales y verticales. Tampoco tuvo éxito. Cuenta la leyenda que fue entonces cuando uno de los jugadores del club, Juan Brichetto, tuvo la idea de ir al puerto, esperar al primer barco que pasara y tomar los colores de su bandera. La fortuna hizo que el primer buque que pasó fue el Drottining Sophia, con bandera sueca. Desde entonces Boca Juniors viste con los colores azul y amarillo de los nórdicos.
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El fin del fútbol L
a APF (Agencia Previsora de Futuro) lo dejó bien claro treinta años, seis meses y veinte días antes. El mundo se acabaría exactamente el 29 de febrero del año 2060. No había posibilidad de error. Faltaban quince horas y treinta y seis minutos para que todo acabase. La gente se había resignado. Siempre se pensó en masas enfurecidas, en disturbios callejeros, en todo tipo de violencia descontrolada. Pero eso era cosa de película. Porque cuando uno sabe que va a morir se deprime y no tiene ganas de nada. Hacía meses que las tiendas se habían quedado desiertas, las fábricas sin empleados, los coches sin gasolina. Cada familia cultivaba lo que podía o, sencillamente, iba utilizando las conservas caducadas o sin caducar. Faltaban quince horas y treinta y seis minutos para que el fin del mundo fuese una realidad. Pero tan solo quedaban dos horas y veinticuatro minutos para que comenzase el partido. Alguien había propuesto que se jugara un último derbi. Al principio, nadie hizo caso. Aunque esas ideas, aparentemente insustanciales, son como semillas que germinan con el tiempo. Todo estaba preparado. Se jugaba de día porque ya no había luz eléctrica. No había nadie que quisiera hacer el más mínimo esfuerzo en un mundo a punto de explotar como una burbuja de jabón. Solo Victoriano. Morir con el silbato al cuello era su ilusión. Eso decía. Se presentó voluntario y se aceptó su candidatura. Era la única. Un árbitro de categoría regional era mejor que no tener un director para el último derbi de la historia de la humanidad. Los jugadores tampoco querían disputar el encuentro. Pero a esos se les obligó amenazándoles con morir unas horas antes de lo que tocaba. Los equipos eran algo extraños. Viejas glorias, profesionales, alevines y alguno que dijo ser jugador de primera al que todos quisieron creer. El caso era jugar, el caso era poder ver un último partido. El campo estaba lleno. La mitad de la grada para los aficionados de uno de los equipos. La otra mitad para los otros. Medio campo, blanco y rojo. El otro medio, verde y blanco. Victoriano de riguroso negro. Los jugadores con las camisetas inmaculadas. Cánticos, gritos de ánimo. Primera tangana entre los jugadores en el centro del campo. Uno le había dicho a otro que se iba a morir sin saber parar el balón. Sí, lo mismo me pasa con tu señora; me ve y no hay quien controle esa pasión. Golpes, empujones, escupitajos. Lo que viene siendo una tangana, vamos. Comenzó el partido. Ni un segundo antes ni un segundo después. Primer gol en claro fuera de juego. Lanzamiento de objetos desde la grada. Diez minutos después, el árbitro decide que la falta del número 4 sobre el número 11 es dentro del área cuando, en realidad, se produjo a dos metros y medio de la línea. Gol y lanzamiento de objetos. Comienza el segundo tiempo. Lanzamiento de objetos. Sin ton ni son. El partido es malo, Victoriano sorprende a todos. Penalti y expulsión. No nos jodas el partido, oe, oe, oe; Victoriano no nos jodas, oe, oe, oe. Desde la grada cantan como si los aficionados fueran un solo hombre. Unos y otros. Victoriano a lo suyo. Lanzamiento de la pena máxima. Gol en propia puerta. El arquero se lanza y bloca aunque, de la alegría, lanza con fuerza el balón al suelo que bota haciendo un extraño y se cuela en la portería. Último ataque. Puede llegar el empate. Los nervios a flor de piel. Fue, cuando de forma inesperada, un meteorito del tamaño
de un Seat Panda cayó en el centro del campo llevándose por delante al pobre Victoriano. Quedó sepultado. Los capitanes se reunieron en el corner que más cerca les pillaba. Y decidieron jugar ese último ataque unos, esa última jugada defensiva los otros. Las gradas ruidosas, de color. Inexplicablemente, el guardameta se lanza al suelo, a su derecha. Gol que se celebra por los 22 jugadores, por los miles de aficionados que asisten al partido. Queda tiempo de juego por delante. Prorroga. Los capitanes deciden que el que primero marque gana el partido. Pasado un tiempo, desde las gradas gritan que se besen, que se besen. Allí no parece querer anotar nadie. Un espectador salta al terreno de juego y habla con alguno de los jugadores. Que el mundo se acaba y mi mujer me está esperando en casa, coño. Dejad que llegue un día a mi hora, criaturas.
Uno de los capitanes pide cordura. Agarra el balón, lo coloca en el punto de penalti. Pide a todos que se retiren, A casa, venga. El mundo se acaba, pero el partido será eterno. Un futbolista filósofo. Lo que faltaba, oe, oe, oe; canta en la grada. A todos les parece bien esa tontería. Así pueden ir a casa a despedirse de la familia. El campo se vacía con cierta rapidez. Llegó el momento exacto. Pero el mundo no explotó. Fue cuando llegó la noticia. La APF había cometido un pequeño error de cálculo. Quedaban otras doce horas hasta que el mundo se fuera al garete. Un grupo buscó sustituto para Victoriano. Otro retiró el pedrusco del centro del campo. Y a Victoriano. Y el resto llenó las gradas. De cánticos y colores. Aquello no podía quedar así. Una prorroga es una prórroga. Y el eterno rival es el eterno rival. Había que ganar como fuera. Y esperar a que la APF volviese a fallar una y otra vez.
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‘La mano de Dios. Diego Armando Maradona’
Homenaje al mito
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l cómic es una forma de hacer literatura como otra cualquiera. Aunque es verdad que los materiales narrativos y las técnicas que se utilizan para relatar son distintas, el resultado puede ser extraordinario. Este que habla de Diego Armando Maradona resulta ser un libro emotivo, agradable, relevante y, sobre todo, un homenaje a una de las figuras del deporte más importante de la historia. Diego Armando Maradona es, según miles de aficionados al fútbol, el mejor jugador de la historia. Es posible que lo sea aunque los hay que piensan que ese trono lo ocupa Pelé, Johan Cruyff, Alfredo Di Stéfano, Cristiano Ronaldo o Lionel Messi. En cualquier caso, Paolo Castaldi es de los que se apunta a la opción de Maradona. Castaldi es un dibujante de cómic y entregó una novela gráfica titulada La mano de Dios. Diego Armando Maradona que habla del mito, de la leyenda, de los sentimientos que despertó y, seguramente, sigue despertando, el astro argentino. No quiere Castaldi construir una biografía completa, no quiere hablar explícitamente de la zona más gris de la vida del jugador, no quiere hacer una historia lineal que vaya quemando capítulos. Lo que hace es armar el relato ordenando el material en once partes que corresponden a los toques que dio al balón antes de marcar el que es el mejor gol de la historia del fútbol. 22 de junio de 1986. Cuartos de final. Mundial de México. Partido contra Inglaterra. Argentina se encuentra ganado el partido después de que Maradona marcara un gol con la mano. El gol ilegal más famoso de la historia del fútbol. Maradona sale desde el medio del campo y va superando a todos los jugadores de la selección inglesa. Termina marcando un gol de una belleza incontestable. Argentina sigue adelante en el campeonato y venga aquellas muertes de jóvenes mal equipados que fueron aplastados por la poderosa armada británica. Se podría decir que el Mundial de México lo ganó Maradona
con un poco de ayuda del resto del equipo. El cómic se va desarrollando alrededor de este partido aunque la llegada de Maradona al Nápoles comparte protagonismo. Los capítulos incorporan aspectos que Castaldi utiliza para ir creando un clima que convierte a Maradona en un ser que parece estar en disposición de hablar con el mismísimo Dios (el Barba es como lo llama). Nos acerca un tema musical, O reggae e’Maradona de Valerio Jovine o el relato Juve-Napoli 1-3. La presa di Torino escrito por Maurizio De Giovanni. Castaldi no quiere un dibujo minucioso para dejar que sea la expresividad la que arrastre al lector hasta el terreno más emotivo. Muchas de las viñetas quieren mostrar el espacio en blanco que se debe rellenar con un movimiento que parece estar esperando hasta que el lector pasa la vista por encima de la viñeta e imagina eso que no está dibujado. El color que Castaldi va utilizando logra imprimir un toque elegante al trazo desdibujado. Aunque, lógicamente, La mano de Dios es un cómic sobre un futbolista y que, por tanto, se habla de fútbol, el autor intenta desde el principio centrar la atención en la zona más mítica, más épica, más onírica, de lo que quiere contar. Con ello, abre el abanico de posibilidades y los lectores que no sientan especial atracción por el fútbol pueden acceder a la obra para entender lo que representa un ser humano excepcional. Maradona llegó a Nápoles para revolucionar la ciudad. El sur de Italia siempre había sido la cenicienta del país. Logró elevar, no solo la calidad futbolística del equipo de la ciudad, sino el sentimiento de ser iguales a los tradicionalmente poderosos. Y este es un homenaje a un hombre que era capaz de eso y de bajar a los infiernos más sucios que pueden existir. El cómic está editado por Diábolo Ediciones desde el año 2012. Merece la pena echar un vistazo al trabajo para recordar «que hasta los reyes a veces tropiezan».
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‘Mujeres con pelotas’
Fútbol es fútbol y casi siempre para los hombres
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rácticamente, todos los deportes tienen categoría masculina y femenina. Los hombres y las mujeres pueden, en principio, practicar cualquier deporte. Pero, en realidad, esto no es tan sencillo que se produzca como puede ser enunciarlo o incluirlo en los estatutos de una federación cualquiera. La mujer sigue soportando una discriminación fabulosa dentro del mundo de la competición deportiva. Y resulta evidente que las cosas han mejorado un poco, pero no lo suficiente. Algunos deportes son especialmente inaccesibles para las mujeres. Uno de ellos es el fútbol. Y si hablamos de países con una tradición futbolística importante el problema parece agravarse de forma exponencial. ¿Puede una mujer jugar al fútbol con el mismo ímpetu, con la misma intensidad o con la misma calidad técnica que un hombre? Si una mujer decide jugar al fútbol, ¿se encuentra con facilidades o no? ¿Tienen las mismas posibilidades las mujeres y los hombres en el mundo del fútbol? Estas preguntas, que deberían ser absurdas si existiera una verdadera igualdad entre hombres y mujeres, son algunas de las que se plantean en el documental argentino Mujeres con pelotas. En Argentina, el fútbol no es cualquier cosa. Su importancia es abrumadora y se podría decir que es cosa que afecta a la marcha del país. Y allí, si tomamos como representativas las opiniones que podemos escuchar durante la película, el fútbol es cosa de hombres, el apoyo a las mujeres que quieren practicarlo es muy escaso, ni siquiera las mujeres ayudan a que se potencie la igualdad en el ámbito futbolístico, y es el machismo el rey de la cancha. Una pena porque, como se está demostrando en muchos países del mundo, el fútbol femenino es extraordinario y, si alguien no sabe que las que juegan son jovencitas en lugar de jovencitos, las diferencias, que son pocas respecto al fútbol masculino, le invitaría a pesar que aquel partido se disputa entre 21 varones. El documental de Ginger Gentile y Gabriel Balavosky es muy interesante y, sobre todo, divertido. Ante las cámaras van pasando jugadoras de distintos equipos aunque el foco se centra en las
que intentan formar una escuadra modesta. Son chicas que viven en un barrio humilde de Buenos Aires, Villa 31, que se fusionan para forman Aliadas 31, una mezcla de jugadoras de dos equipos distintos que disputarán el Campeonato Mundial de los Sin Techo en Río de Janeiro (2013). Pero, frente a las cámaras, pasan árbitros (ellos y ellas), entrenadores, periodistas deportivos, padres y madres, que van aportando su punto de vista sobre eso de poder participar las mujeres en un deporte de hombres. No hace falta decir que todo suena extraño. En el siglo XXI, no se puede argumentar que el fútbol es cosa de hombres porque es un deporte de contacto, que hay que ser duro para poder enfrentarse a un equipo contrario, que la mujer no puede adoptar posturas varoniles. El discurso machista es lo que es y, aunque se hable de fútbol, se debe erradicar. Uno de los periodistas deportivos llega a decir que el fútbol es un deporte muy complejo si consideramos la psicomotricidad de las personas ¡como si las mujeres fueran seres descoordinados y torpes! Y sorprende mucho la opinión de las madres que temen que sus hijas parezcan esto o aquello, que se les confunda por su condición sexual. Argumentos, todos ellos, bastante arcaicos. El único que puede sonar cierto es que la mujer juega, en general, peor que el hombre porque llega tarde. Los niños juegan desde los seis años y las mujeres buscan su acomodo desde los seis años aunque solo lo encuentran llegados los veinte. Eso parece posible y lógico. El documental está muy bien montado y va repasando temas sin profundizar en exceso; aunque lo suficiente para que podamos entender la problemática a la que se enfrentan las mujeres en Argentina y, posiblemente, en todo el mundo. La banda sonora, aunque escasa, contiene temas muy atractivos. Uno de ellos es Se van. Su letra dice: «Yo sé que el dolor se siente, yo sé que las penas se van, yo soy dueña de mi libertad». Merece la pena echar un vistazo al documental. Sobrepasa ligeramente los cincuenta minutos y no hay un solo momento que no tenga cierto interés. Tal vez, así, viendo la película, rebajemos nuestra intransigencia con las mujeres deportistas. Ya va siendo hora.
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octubre
‘Eighteam’
Setenta y tres tribus y un solo fútbol
para el fútbol de Zambia, un viaje lleno de penas y alegrías, de grandeza deportiva y humana. Los grandes logros deportivos, muchas veces, están envueltos en tragedias. Tras la victoria ante Italia, el objetivo era clasificar a la selección para jugar la Copa del Mundo por primera vez en su historia. Pero nunca antes había ocurrido algo tan grave a una selección nacional de fútbol. Conviene recordar que, tal y como se aprecia en el documental, los medios económicos y la estructura social de Zambia, son muy limitadas. Los niños comienzan a jugar al fútbol enrollando plásticos y cubriendo la esfera con cinta para que el toque sea más suave. Y, en general, las condiciones de vida no son las mejores. Son pocos los países africanos que se libran de la corrupción, de la desigualdad o de grandes problemas que les impiden una evolución razonable. Pues bien, aquel equipo era rápido, técnicamente extraordinario, de una potencia física temible. Y cuando un avión de la fuerza aérea de Zambia trasladaba a toda la plantilla disponible a Senegal (iban a jugar un partido de clasificación para la Copa del Mundo), ocurrió un accidente en el que perdieron la vida todas las personas que formaban el pasaje. Fue a unos quinientos metros de la costa de Gabón. Además, de los dieciocho jugadores murieron los tripulantes, periodistas y funcionarios que acompañaban a los futbolistas. Kalusha Bwalya, capitán del equipo, no viajaba con ellos. Su club no le había permitido asistir a la convocatoria. Y eso le salvó la vida. A la postre sería él quien tomó la decisión de reconstruir la selección de su país y, además, profesionalizar la federación de fútbol. Primero fue seleccionador y más tarde presidente de la Asociación de Fútbol de Zambia. Su trabajo y constancia fue decisiva. Dieciocho jugadores perdieron la vida. Dieciocho años después la selección de Zambia conseguía proclamarse campeona del de la Copa de África. Hubo que llegar a la tanda de penaltis para conocer quién era el ganador y, para ello, se lanzaron ¡dieciocho! El documental cuenta con testimonios de los protagonistas vivos. Periodistas, deportistas italianos, entrenadores... Resulta muy, muy, emocionante. No en vano, Juan Rodríguez-Briso entrega la cinta montada con mucha inteligencia evitando territorios de lágrima fácil, cediendo espacio a imágenes de archivo que hablan por sí mismas. Algo que funciona muy bien en cualquier narración es el destino. Lo que esconde, las jugadas extraordinarias que es capaz de realizar..., es algo que siempre funciona. Es la gran preocupación que ha tenido el ser humano desde que habita el planeta Tierra. Y la que nunca podrá convertir en certeza. Desconozco si existe una versión doblada. La original con subtítulos se traduce de forma ajustada y el documental se puede ver sin grandes complicaciones de comprensión.
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i tuviéramos que escribir un guion para una película, seguramente, desecharíamos una historia como la de la selección nacional de fútbol de Zambia. Lo que sucedió, en realidad, desde 1988 hasta pasados dieciocho años, supera la ficción por los cuatro costados. Podría ser una historia inventada por un loco romántico aunque es auténtica y conmovedora. En Zambia conviven setenta y tres tribus que hablan setenta y tres idiomas diferentes y mantienen tradiciones propias (cada una la suya, claro). Es el resultado de la descerebrada época colonial en la que se dilapidó toda África. En concreto, la británica. Como remate alguien se dedicó a trazar líneas sobre el mapa atendiendo a intereses, seguramente, comerciales y sin tener en cuenta lo que significaban aquellas fronteras para millones de personas. Pero en Zambia encontraron un lenguaje común a todos que no es otro que el del fútbol. La pasión por este deporte funciona como elemento de cohesión, de eje de convivencia entre todos los habitantes del país. Juan Rodríguez-Briso dirigió un documental en el que se narra el periodo que va del año 1988 al 2012. Eighteam es un excelente trabajo. Todo empezaba el día que la selección de fútbol de Zambia le marcaba cuatro goles a la italiana en los Juegos Olímpicos de Seúl. No a cualquier selección italiana porque en aquella jugaban Tacconi, Tassotti, Ferrara, Colombo o Carnevale. Y no por una cuestión de suerte o por un arbitraje favorable. Sencillamente, jugaron al fútbol. Corrieron como gacelas, los desmarques desquiciaron a los defensas italianos que no llegaban a un solo balón con ventaja, sin que apenas pudieran hacer faltas que no les enviaran directos al vestuario con una tarjeta roja, los jugadores de Zambia aprovecharon los huecos en las bandas para hacer estragos... En fin, que les dieron un baño en toda regla. La prensa italiana habló de una especie de Apocalipsis y en otros países no podían creer lo que había sucedido en aquel partido de fútbol. Se iniciaba, así,
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‘El Rey Pelé. El hombre y la leyenda’
El fútbol es Pelé P
elé ha sido el mejor y más grande futbolista de todos los tiempos. Y, desde luego, es uno de los mejores deportistas de la historia. Solo Nadia Comăneci, Michael Phelps, Michael Jordan o Muhammad Ali, entre otros, han alcanzado niveles semejantes al de Edson Arantes do Nascimiento. Pelé lo ha sido todo para el fútbol y para el deporte en general. Es posible que sea el deportista que más admiración ha causado entre hombres y mujeres del planeta, entre los niños, entre los futbolistas, entre aquellos que nunca se acercaron a una cancha de juego. ¿Quién no conoce a Pelé? Desde hace muchos años, este jugador es un icono que se venera generación tras generación. Ferenc Puskas dijo «el mejor futbolista de la historia fue Di Stefano. Me niego a clasificar a Pelé como futbolista. Él fue más que eso». Esta pequeña reflexión del que fue una estrella del fútbol, resume muy bien lo que Pelé representa en el universo deportivo. Nació en Brasil, en un barrio muy desfavorecido de la Región de Sao Paulo. Su padre había sido un buen futbolista aunque una lesión le destrozó la carrera. Con su ayuda y un talento innato, inmenso e inigualable; logró firmar como profesional cuando había cumplido quince años. Sí, sí, quince años. Fue el Santos brasileño el que le fichó, fue en el Santos donde comenzaba la carrera del mejor futbolista de todos los tiempos. En el cómic El Rey Pelé. El hombre y la leyenda que acaba de editar Norma Editorial, nos acercan los aspectos más destacados de la vida de Edson Arantes do Nascimiento. Este es un tebeo muy atractivo. El dibujo tiende al realismo y el texto es conciso, suficiente para mantener un pulso narrativo sólido. Se seleccionan los capítulos que más marcaron la vida del astro brasileño. Eddy Simon y Vincent Brascaglia son los que firman la obra. No solo habla de fútbol este tebeo. Las mujeres fueron fundamentales en la vida de Pelé. Se enamoraba con cierta facilidad y perdía la cabeza con toda la del mundo. Y la familia también fue vital en su vida. Sus padres, hermanos, esposa e hijos. Así nos lo cuentan Simon y Brascaglia. Al mismo tiempo nos recuerdan que Pelé fue utilizado por los políticos y cómo, en alguna ocasión, este futbolista trató de abandonar el fútbol sin conseguirlo. En muchas ocasiones se sintió presionado y harto del mundo que le rodeaba. Porque los futbolistas saben jugar al fútbol y, por ejemplo, dejan en manos de terceros sus inversiones, sus negocios, sus contratos, etc. Cada vez que intentó dejar el fútbol se encontró con una ruina o algo parecido; con alguna imposición por parte de los dirigentes del país. El cómic está muy bien. Es entretenido. No busca nada que no sea contar la historia de Pelé y eso queda muy bien. No obstante, el cuidado del dibujante y del guionista es exquisito. No hace falta decir que la editorial cuida especialmente la edición. Siempre es así. En Norma Editorial son cuidadosos a más no poder. Pelé marcó 1279 goles. Y eso es mucho. Además de ser un futbolista de clase monumental era capaz de volver locos a los defensores y a los arqueros; les desquiciaba y terminaba haciendo goles de todos los colores. Pelé fue campeón del mundo con su selección en tres ocasiones siendo pieza clave para que Brasil lograra títulos. Por si era poco, la cantidad de premios que ha conseguido Pelé son numerosísimos. Destaca haber sido designado Mejor jugador y Mejor atleta del siglo XX, por la FIFA y el COI, respectivamente. Una vez que logró dejar el fútbol definitivamente, Pelé no dudó en ayudar a través de organizaciones de carácter internacional como son Unicef o la Unesco. También terminó siendo ministro
en su país de nacimiento (esto no le dejó buen recuerdo al bueno de Pelé). El futbol es Pelé. Porque Pelé es lo que ese deporte representa. Así, al menos, lo perciben millones de personas. Todo lo bueno del deporte lo encarna Edson Arantes do Nascimiento; toda la belleza del fútbol está en las imágenes que se conservan de él mientras jugaba (incluidas las que se grabaron en aquel partido en el que intentó marcar un gol desde el medio campo, que no entró aunque pasó a la historia como el gol de Pelé) Si le gusta a usted el fútbol, la biografía de las personas y leer un rato tranquilamente, tiene una oportunidad magnífica en este cómic.
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octubre
‘Sobre el deporte’
Años de plomo S
on compatibles la cultura y el deporte? Desde luego que sí. Esta es una idea que se encarna en una figura mítica de las artes: Pier Paolo Pasolini. De ello dejó muestras en un buen número de artículos que podemos leer en el volumen publicado por la editorial Contra. Fútbol, Olimpiadas y boxeo desde la mirada de un genio. Pier Paolo Pasolini fue muchas cosas, representó otras tantas, creo conflictos personales y profesionales hasta el día en que alguien le asesinó. Y fue, también, un gran aficionado al deporte. Jugó al fútbol, se llegó a ver fascinado por las olimpiadas, le encantaba entrar en un recinto en el que el centro lo ocupaba un ring. Pasolini peleaba siempre a la contra quizás debido a esta afición tan profunda por el boxeo. Dejó dicho por escrito mucho de lo que pensaba sobre el deporte, sobre su brutal afición por el fútbol –fue jugador amateur durante años y nunca dejó de sentirse un tifoso del Bolonia F. C.–, pensaba sobre lo que veía en un terreno de juego o en un estadio. La editorial Contra editó el año 2015 un pequeño volumen en el que se recopilan los artículos de Pasolini que abordaban asuntos referentes al deporte. Se divide en tres bloques: fútbol, olimpiadas y boxeo. Además, incluye una entrevista, un prólogo de Javier Bassas y un posfacio de este mismo autor que invita a leer a Pasolini intentando entender e inventar su figura una vez más. La lectura resulta fascinante y el lector se encuentra con algunas ideas que en su momento fueron una especie de bomba nuclear y hoy siguen teniendo la misma validez. En uno de los artículos, publicado en el Vie Nuove, el 10 de septiembre de 1960, podemos leer lo siguiente: «Creo que, en las Olimpiadas, deberían participar los mejores atletas, profesionales o no. En Occidente, la profesionalización es un hecho, bueno o malo, ante el que es inútil cerrar los ojos. Nuestros mejores atletas –y, entre estos, también están los mejores moralmente– son profesionales. Así que, me parece absurda la regla de que, en las Olimpiadas, tienen que competir solo los amateurs: un ejemplo más del idealismo estetizante que caracteriza estos juegos nacidos de la mente modernista de De Coubertin. Ciertamente, en las Olimpiadas no tendría que haber compensaciones económicas. Pero la
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calidad, la belleza, la pasión deportiva, deberían ser superiores incluso a esa distinción entre amateurismo y profesionalización». Como se puede comprobar, Pasolini tenía ideas muy, muy, modernas para la época y cuando las expresaba no faltaban matices que podían crear cierta polémica. Con la lectura de estos artículos, podemos comprobar lo que supone la pasión por un deporte y algo muy importante: deporte y cultura están mucho más pegados el uno a la otra de lo que pudiera parecer. Esta es una idea que debería instalarse en muchos más foros de discusión, en las charlas entre amigos, en la opinión pública. Porque es cierto y porque esa división tan extraña no conviene a nadie. Si está usted interesado en saber algo más sobre lo que la sucedió a Pasolini, no lo dude, eche un vistazo a la novela gráfica El caso Pasolini, crónica de un asesinato. Esta es la reseña que escribió Augusto F. Prieto para Aladar: Pier Paolo Pasolini fue poeta y visionario, con ideas que contradecían el orden social y la actitud de las instituciones de la iglesia. Intelectual, comunista, cristiano y homosexual. Director de cine. Con su asesinato, en circunstancias que nunca se aclararon satisfactoriamente, se iniciaban en Italia los llamados años de plomo, una situación de violencia continuada que sirvió a los intereses de oscuros grupos organizados. Estamos todos en peligro; esa advertencia, hecha a Furio Colombo, periodista y amigo, se convirtió en un epitafio. Las últimas palabras que pronunció. Son hoy tan válidas como aquel cercano día de noviembre de 1975. Gianluca Maconi saca de nuevo a la luz, en esta novela gráfica, esos trágicos y angustiosos detalles de su muerte, que nos obsesionan -en palabras de Moravia- con una aproximación al escenario y a las circunstancias del crimen; la inquietante y premonitoria última entrevista, intercalada con imágenes perturbadoras que leen el futuro y anticipan el significado de un sueño. Sobre la crónica quedan las sombras de una mano negra y de la voluntad de cubrir de abyección la obra y la personalidad de Pasolini. El dibujo es realista y de trazos firmes, con negro y grises. En un formato algo más grande, algunas de las imágenes hubieran ampliado su efecto expresivo. El guion, que no nos hubiera importado más largo, se centra en pocos momentos concretos, y se acompaña de una introducción de Furio Colombo, y de unas notas de Francesco Barilli, homicidio, pesquisas, versiones; que completan lo tramado con imágenes. Las palabras solemnes del panegírico que le dedicó Alberto Moravia, poniendo voz a una Italia conmocionada, son emocionantes y proféticas. La novela es una invitación para recordar o conocer, y un merecido homenaje.
‘La gran final’
Aquí somos alemanes o apago el televisor
eso es lo que nos cuenta la película de Gerardo Olivares La gran final (2006). Este realizador, buen documentalista, logra acercarnos tres mundos distantes entre sí y muy lejanos a nosotros con la excusa de una final, en concreto, la del mundial que se celebró en Corea y Japón el año 2002. Mongolia, Niger y Brasil. Los nómadas mongoles, los viajeros que cruzan en camello o compartiendo un camión el desierto centroafricano y los indígenas de la selva amazónica. La cinta es muy divertida. Tiene momentos, incluso, locos. Aunque, por debajo de lo que nos cuentan, sabemos que sigue esperando una realidad terca y hostil. Con altibajos, las tres historias que se cuentan en paralelo nos distraen, nos hacen reír. Un indígena subido en un árbol con lo que antes era una antena parabólica intentando buscar una señal que permita ver el partido a la tribu; una abuela filósofa venerada por toda la familia excepto cuando critica el fútbol; un tuareg con prestigio ya que ¡condujo diez años un camión de una ONG! y que casi es el rey de la zona, dado que su currículo es fascinante y es el único que posee una televisión. El tipo obliga a los demás a animar a la selección alemana: «Aquí somos alemanes o apago el televisor». Y al fondo Romario endosando dos goles a la selección alemana. La música de Martín Meissonnier contribuye a que la frescura de la película sea lo que más destaque durante todo el metraje. Y los actrices y actores... En realidad no hay. Todo es espontáneo, todo parece sacado de un pueblo cercano para montar una película. De hecho, la estética de La gran final es muy cercana a la de los documentales. Algunas escenas son un disparate. La que nos muestra a los nómadas mongoles jugando un partido contra los soldados que se han encontrado poco antes en el camino, es desternillante. Y el castigo del teniente al que falla y hace perder el partido al ejército mongol de una crueldad sin límites: ¡le pone de guardia en medio de la estepa por si viene alguien! Ya me contarán ustedes quien puede llegar a ese punto del planeta (las montañas doradas se encuentran entre Mongolia, Rusia, China y Kazajistán; son tan bellas como áridas y el frío es intenso). Y no se queda a la zaga ese momento en el que los viajeros del desierto son capaces de inventar un soldador para reparar la televisión (una olla, un alambre y brasas). Todo es posible cuando la necesidad aprieta. La gran final es una película para la familia al completo y, todo hay que decirlo, conviene tener cierto interés por el fútbol al elegirla para pasar la tarde. El que no sabe cómo se vive este deporte, o hasta qué punto puede llegar la pasión de un aficionado, o lo que representa ser campeón del mundo, no entenderá bien lo que se cuenta.
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n algunas zonas del mundo todo se logra gracias al ingenio y a la fuerza que provoca la necesidad. Los medios de algunos países o de algunas personas son escasos y esas carencias impiden que algunas de esas cosas que hacemos en Occidente, casi sin despeinarnos, para millones de personas sean toda una aventura. Y, si es el fútbol lo que está aguardando nuestro éxito, todo se multiplica. Hay muy pocas cosas buenas en este mundo por las que el planeta entero se paralice, por las que las personas hagan el mismo gesto a la misma vez. Lamentablemente, sí existe un buen puñado de las malas. Una de las buenas es la celebración del año nuevo, por ejemplo. Pero esta no afecta a todos en el mismo instante por las diferentes horas que se viven en China, España, Islandia o Perú. Muchos hacen lo mismo mientras otros ya lo han hecho o esperan con paciencia a poderlo hacer. Sin embargo, hay algo que paraliza el mundo, en el mismo momento. Y, cuando digo el mundo, me refiero a un altísimo porcentaje de personas. Sólo una final del mundial de fútbol puede hacer que, en cualquier rincón de los cinco continentes, hombres y mujeres estén pegados a la silla viendo qué es lo que está pasando en un campo de juego en el que se enfrentan las selecciones finalistas. Eso sí, las diferencias en cada lugar son otras distintas a las que produce un reloj. En los países occidentales, los televisores son espléndidos, las señales que llegan desde el otro lado del mundo casi perfectas, las comodidades son máximas. En los países más desfavorecidos, ver una final del mundial de fútbol puede ser toda una odisea. Aunque lo llegan a conseguir utilizando el ingenio y la artesanía electrónica. ¿Se imaginan cómo pueden disfrutar de una final Alemania-Brasil en las montañas del Altai (Mongolia), en el desierto del Tenere (Niger) o en la selva amazónica? Pues
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octubre
‘El penalti más largo del mundo’
Oportunidad perdida A
daptar un relato para realizar una película es difícil. Y si se intenta convertir un original extraordinario la cosa se complica mucho. El relato de Osvaldo Soriano El penal más largo del mundo es un texto estupendo. La película que lleva el mismo nombre basada en este relato deja mucho que desear. Agarrar una idea y quedarse en lo superficial no suele funcionar. Osvaldo Soriano en su relato incluido en el volumen Cuentos de los Años Felices, narra que el penalti se lanzó una semana después, para saber qué equipo se alzaría con la victoria. En realidad, ese penalti fue muchísimo más largo, concretamente se tardaron dos semanas en lanzarlo. Se enfrentaban el Estrella Polar y el Deportivo Belgrano; un equipo que no era capaz de estar por encima del décimo puesto y el otro el eterno campeón, respectivamente. Y de ese relato de Osvaldo Soriano, nace la idea de la película dirigida por Roberto Santiago en 2005. Una película que trata de ser entretenida aunque lo consigue solo a ratos y, desde luego, no se acerca al cine de calidad. Los protagonistas reales de ese lanzamiento fueron Perico Riguetti (jugador del Deportivo Belgrano) y Tomate Benjamín (portero del Estrella Polar). Parece ser que ambos se pasaron dos semanas lanzando y parando, ensayando el momento más importante de sus vidas. En la película nada de eso sucede. En la película, el director nos muestra de todo menos fútbol. Varias subtramas se desarrollan sin que ninguna de ella hable de fútbol y se quedan, todas, en la zona más superficial de una narración que no termina de lograr un ritmo aceptable. La película es híper dependiente del actor Fernando Tejero. Nada tiene calado en sí mismo, y el director confía en que la aparición del actor solvente una papeleta que no tiene solución alguna. El resto del reparto es opaco y todo su trabajo queda reducido a encarnar personajes que gritan sin ton ni son, medio histéricos. Poco más. Un relato de perdedores (el que escribió Soriano) viviendo su momento de suerte, seguramente el único que tendrán en toda su vida, se instala en territorios comunes, muy manoseados, que dejan de interesar pasados los primeros cinco minutos. Una oportunidad perdida porque el relato original daba mucho más de sí. Y la intención de hacer crítica social de Roberto Santiago se queda en proyecto fallido. Lo que cuenta la película (olviden lo del penalti porque es la excusa y queda en anécdota) es cómo Fernando, un tipo bastante mediocre, se tiene que enfrentar a un momento decisivo (el penalti, claro) y cómo consigue, de paso, la atención de la chica que le gusta. También, la historia de un tipo que está en paro y no ha dicho nada en casa. La historia de una pareja que parecen no entenderse y, sin embargo, solo tienen que abrir los ojos para saber que viven una historia de amor verdadero. Hay más, pero tienen el mismo interés que las anteriores; es decir, ninguno. Así que lo dejamos aquí para que el que quiera ver la película descubra el resto. Mejor leer una de las partes finales del cuento original: «Entonces el árbitro fue hasta el reo con la pelota apretada contra una cadera, contó doce pasos y la puso en su lugar. El Gato Díaz se había peinado a la gomina y la cabeza le brillaba como una cacerola de aluminio. Nosotros lo veíamos desde el paredón que rodeaba la cancha, justo detrás del arco, y cuando se colocó sobre la raya de cal y empezó a frotarse las manos desnudas empezamos a apostar hacia dónde tiraría Constante Gauna. En la ruta habían cortado el tránsito y todo el mundo estaba pendiente de ese instante porque hacía diez años que el Deportivo Belgrano no perdía una copa ni un campeonato. También la policía quería saber, así que dejaron que la cadena de relatores se organizara a lo largo de tres kilómetros y las noticias llegaban de boca en boca apenas espaciadas por los sobresaltos
de la respiración. Recién a las tres y media, cuando Herminio Silva consiguió que los dirigentes de los dos clubes, los entrenadores y las fuerzas vivas del pueblo abandonaran la cancha, Constante Gauna se acercó a acomodar la pelota. Era flaco y musculoso y tenía las cejas tan pobladas que parecían cortarle la cara en dos. Había tirado tantas veces ese penal –contó después–, que volvería a hacerlo a cada instante de su vida, dormido o despierto. A las cuatro menos cuarto, Herminio Silva se puso a medio camino entre el arco y la pelota, se llevó el silbato a la boca y sopló con todas sus fuerzas. Estaba tan nervioso y el sol le había machacado tanto sobre la nuca que cuando la pelota salió hacia el arco sintió que los ojos se le reviraban y cayó de espaldas echando espuma por la boca. Díaz dio un paso al frente y se tiró a su derecha. La pelota salió dando vueltas hacia el medio del arco y Constante Gauna adivinó enseguida que las piernas del Gato Díaz llegarían justo para desviarla hacia un costado. El Gato pensó en el baile de la noche, en la gloria tardía, en que alguien corriera a tirar la pelota al córner porque había quedado picando en el área. El petiso Mirabelli llegó primero que nadie y la tiro afuera, contra el alambrado, pero Herminio Silva no podía verlo porque estaba en el suelo, revolcándose con un ataque de epilepsia. Cuando todo Estrella Polar se arrojó sobre el Gato Díaz para festejar, el juez de línea corrió hacia Herminio Silva con la bandera levantada y desde el paredón donde estábamos sentados oímos que gritaba: ‘¡No vale, no vale!’». Lean el relato completo porque merece la pena.
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‘Fútbol-La novela gráfica’
Jugar a la vida S
i pensamos que el mundo es un enorme tablero en el que se juega una partida larguísima y en el que las fichas se van sustituyendo por otras a medida que quedan inservibles; si pensamos que las reglas del juego van modificándose gracias al azar; si pensamos cosas como estas, podemos llegar a creer que el fútbol podría ser considerado como una metáfora de la vida casi perfecta. Decir que el fútbol se lleva mal con el mundo de la cultura es un tópico más. Los que se llevan mal con las artes son algunos de los que van a los estadios. Otros no tanto. Tocinos hay allá donde mires. En las empresas, en los Gobiernos, en las catedrales o en las confiterías. Y es un tópico porque no son pocos los artistas que viven la pasión que genera este deporte con toda la naturalidad del mundo sin que esto les convierta en mejores o peores escritores, escultores, pintores o actrices. Lo que sí es verdad es que el mundo del cómic nunca tuvo en el fútbol un referente claro. Alguna cosa suelta y poco más. Desconozco si los aficionados a los tebeos son contrarios a este deporte o todo se debe a una casualidad. No tengo ni idea. Pero lo que sí puedo afirmar es que, sorprendentemente, cuando se produce la comunión entre cómic y fútbol, el resultado es estupendo. Fútbol-La novela gráfica es un tebeo firmado por Santiago García (guionista) y Pablo Ríos (dibujante). Nos llevan de viaje por el mundo del fútbol repasando elementos cercanos a la realidad que se mezclan con otros procedentes del mundo de ficción. El trabajo es más que divertido y mantiene una tensión narrativa, desde el principio, que permite al lector sumergirse en el mundo que nos presentan con comodidad. El texto de Santiago García habla de la Teoría de Juegos, de lo imposible que resulta que nunca conozcamos a jugadores que se declaren gays, de la posible relación del arte y el deporte, de alienígenas, del azar como conjunto de hechos incontrolables que terminan haciendo inevitables las cosas que suceden en este mundo (en este sentido, el tebeo es algo determinista). Los detalles que aporta sobre la Teoría de Juegos son muy
interesantes. Para ello, utiliza un partido entre las selecciones nacionales de Granada y Barbados en el que una de las selecciones terminó defendiendo las dos porterías puesto que un gol a favor o uno en contra les dejaba fuera de la competición y clasificaba al contrario. Hace referencia, también, al partido que el equipo de baloncesto del Real Madrid perdió contra los italianos del Ignis Varese anotando una canasta en el aro contrario al que tocaba (es decir, en el propio). Y todo esto para demostrar que perder puede ser ganar y que las reglas del juego sirven, a veces, para hacer lo que podría ser la trampa del siglo sin serlo. Me viene a la cabeza esa máxima que tantas veces se escucha sobre los tatamis cuando se dice a los judocas que para poder vencer hay que saber caer. Esto es algo que se repite en muchos deportes, aparentes incoherencias que tratan de explicar que en el juego los factores no actúan como en las matemáticas. El resto del texto indaga en aspectos desconocidos, a veces extravagantes, de la realidad, pero siempre con el fútbol como soporte narrativo. El dibujo de Pablo Ríos es sencillo. No busca el trazo refinado, ni alarde técnico alguno. Sin embargo, encontramos algunas viñetas de gran poder evocador. El uso de la tinta, aun no descubriendo nada nuevo, es el adecuado y sirve como hilo conductor de la narración. Fútbol-La novela gráfica es ese tebeo que hacía falta para que los aficionados al fútbol y a los cómics (a las dos cosas y al mismo tiempo) no nos sintiéramos en tierra de nadie. Aunque, como decía, en este tebeo tienen hueco diversos asuntos, no dejan de destacar las viñetas en las que se intentan expresar las verdaderas motivaciones y las sensaciones más rotundas que siente un aficionado al fútbol. Los recuerdos, el presente, lo inmediato y todo lo que tenga que pasar, se ve empapado por una pasión única e inimitable; algo que arrastrarán, seguramente, nuestros hijos; algo que nos hará tomar caminos distintos antes o después. Fútbol-La novela gráfica es un tebeo muy, muy, recomendable. Y un regalo estupendo para maridos, novios, amigos. O, por qué no, para esposas, novias o amigas.
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octubre
‘El autoestopista de Grozni y otras historias de fútbol y guerra’
Balones en la batalla L
as batallas que tenemos que librar en la vida son muchas. Algunas son eso, batallas en las que las personas mueren, en las que los disparos son certeros y la brutalidad es árbitro implacable. Otras hay que ganarlas en casa. Contra los hijos, los maridos o las esposas. ¿Qué pinta el fútbol en todo esto? Ramón Lobo es periodista. De esos que han visitado medio mundo para contarnos cómo el ser humano es capaz de despedazar a otros sin pestañear, cómo nos dibujamos con un arma en la mano, cómo lo más animal de las personas se convierte en el arma de destrucción masiva más imponente y peligrosa. Durante años, trabajó para el diario El País como corresponsal de guerra y entregó reportajes verdaderamente impresionantes. Periodista de vocación, de los que siendo un niño ya quería serlo, dejó firmado un libro en el que liga su experiencia profesional con su pasión futbolística. El autoestopista de Grozni y otras historias de fútbol y guerra es un relato en el que Lobo señala sus experiencias en tierras lejanas donde el fútbol apareció en momentos críticos, de soledad, de miedo. Momentos en los que el periodista parece preguntarse a qué viene esto de venir al mundo para hacer el ridículo liándose a tiros a las primeras de cambio. En 57 páginas de pequeño formato, asistimos a una forma de entender las cosas atractiva, sugerente y perturbadora. La editorial Libros del K. O. vuelve a acertar en la elección. Cuenta Ramón Lobo que estando en Iraq percibía con claridad que el pueblo iraquí, mientras Bush cantaba su victoria a bordo de un navío del ejército norteamericano, estaba más interesado por el fichaje de David Beckham que por el paradero de Sadam Husein. Que de camino a una zona extremadamente peligrosa, a Grozni convertida en un escenario surrealista que representaba la destrucción del mundo, metido en un vehículo que podía ser atacado en cualquier momento, recogieron a un tipo que lo primero que dijo fue Stoichkov, Barcelona. Lobo ve en el fútbol un anclaje a la realidad: «El fútbol inicia conversaciones y las concluye, crea amistades súbitas y las rompe, agiliza trámites y los empantana. El fútbol acerca culturas, borra fronteras y difumina clases sociales; permite penetrar en el alma de las personas sobre las que el reportero va a escribir. Saber de fútbol no es de derechas o de izquierdas, embrutecedor o inteligente, es solo un conocimiento útil, una herramienta de trabajo». Pero, también, cuenta Ramón Lobo, parte de su particular guerra en casa. Los jóvenes siempre mantuvimos esas batallas con los padres y Lobo no se libró. Pero él no fue capaz de ganar en un frente que parece imposible de salvar para muchos chavales por rebeldes que sean: el equipo de fútbol por el que sientes pasión. Como miles de muchachos que no tienen más remedio que claudicar ante algo así, Lobo coincidió con sus padres en el escudo y la pasión por el Real Madrid. Reflexiona el autor sobre lo que es el fútbol, sobre lo que supone para las personas: «El fútbol atrae a millones de seguidores por su extrema simplicidad: dos grupos más o menos
organizados corriendo detrás de un balón con el objetivo de introducirlo entre tres palos, reales o imaginarios, o entre dos piedras o bultos si hay escasez. El fútbol es la teatralización de la guerra, la canalización, no siempre exitosa, de unas (bajas) pasiones universales. Organiza su desarrollo dentro de un campo de batalla: bandos uniformes, armas, pinturas en el rostro, banderas, gritos, insultos, ansia de victoria y venganza. Como la guerra, el fútbol tiene reglas». Y termina diciendo, algo más adelante que «el fútbol arrastra también letra pequeña: es un catalizador de la estupidez humana, del odio, la envidia, el nacionalismo exacerbado». No faltan en el relato de Lobo escenarios en los que la tragedia de la guerra se tiñe de solidaridad. Niños soldados integrados en programas de reinserción en el que el juego forma parte de la terapia y, por tanto, el fútbol aparece como herramienta imprescindible; momentos casi ridículos que emocionan por su autenticidad y en los que el balón es el gran protagonista. Un hombre que ha recorrido el mundo viendo todo tipo de desastre, jugándose la vida cada día, asistiendo a episodios tan crueles que no se pueden imaginar, se agarra al fútbol para salir mejor parado de la experiencia. Aunque la realidad no se puede cambiar. Me quedo con una frase que aparece en la última página: «El fútbol, el juego, no sirve de abracadabra contra las pesadillas». Es un aderezo y poco más. La realidad es ese mal sueño que nos maltrata muchas veces. Y el fútbol un juego. Estupendo relato.
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ABoxeo El boxeo siempre ha sido un manantial creativo para muchos artistas que encontraron en la aparente brutalidad de este deporte una excusa con la que expresarse
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El hedor que enamora C
omo cualquier otro deporte, el boxeo esconde paradojas. Del mismo modoso que en el judo hay que aprender a caer para vencer, en el boxeo hay que aprender que se puede golpear mientras retrocedes. Es curioso comprobar que en el deporte las cosas funcionan justo al revés de lo que creemos. Si un deporte ha proporcionado material de trabajo a guionistas, productores y realizadores del mundo del cine, ese ha sido el boxeo. Estas tres películas (con las que no se aspira a dejar una lista de las mejores) pueden ser una buena referencia para aquellos que quieran indagar en el universo que se llena de cuadriláteros, guantes, trampas, sangre y vidas rotas. El boxeo apesta a cine, el boxeo apesta a humanidad. Por eso muchos sienten una atracción incontrolable por él. Sin saberlo, el público que acude a un combate de boxeo lo hace creyendo que la fiereza del hombre les provoca cierta fascinación, cuando, en realidad, eso es lo más superficial de todo lo que se puede ver sobre un ring. Toro Salvaje (Martin Scorsese, 1980). Scorsese es un pegador nato. Desde el primer plano de sus películas lanza ganchos y directos al rostro de los espectadores. Rápidos y precisos. Demoledores. No hay preparación alguna, no deja unos minutos para estudiar el juego de piernas del que mira. La estrategia es clara: ser demoledor. Suena la campana (en cine se llama créditos) y el combate se convierte en una lucha sin cuartel. Los personajes aparecen con fuerza, los diálogos no buscan las cuerdas sino que profundizan en las psicologías y hacen avanzar la trama. No hay tregua para el espectador despistado. Después de cada asalto no hay rincón en el que tomar aire. Toro Salvaje es una película que huele a boxeo. Pero no es una película sobre el boxeo. Cuenta la historia de Jake La Motta, de cómo triunfa de cómo fracasa, de cómo el fracaso se puede maquillar con lo efímero del triunfo, de cómo el triunfo puede ser –al mismo tiempo- el mayor de los fracasos, de cómo el triunfo es –finalmente- una tortura insoportable. El tema que trata Scorsese (de forma magistral) no es el boxeo (ese es el vehículo necesario para llegar hasta donde quiere) es el fracaso. Porque todo en este mundo lo es. Pero la película es boxeo, sangre, golpes, dolor. Es evidente que las escenas que se muestran sobre el ring son boxeo, pero el resto (las que relatan el matrimonio de La Motta o la relación con el hermano) son tan brutales como lo es una paliza inmensa. Robert De Niro interpreta el papel de La Motta. Está estupendo. Además, (cosas de este actor) aparece gordo como un globo o en plena forma física sin caracterización alguna. Engordó para parecerse al verdadero La Motta y se pasó por el gimnasio para subir al ring siendo creíble al cine por cien. Joe Pesci y Cathy Moriarty, aunque más discretos, también sobresalen en sus interpretaciones. Cercano al expresionismo más brutal, el zoógrafo Chapman arranca hasta el último detalle en cada toma. El montaje termina haciendo de la película un combate de boxeo en sí mismo. Rupturas, elipsis, cierta brusquedad en el ritmo narrativo. Tal y como es una pelea entre doce cuerdas. Todo parece ser una sucesión de asaltos que provoca en el espectador la sensación de recibir golpes para los que, por inesperados, no tiene defensa alguna. La banda sonora es notable. Incluye el Intermezzo de Cavalleria Rusticana de Mascargni y sólo por eso merece la pena ver la película.
descubriendo a cada uno de ellos en sus facetas más íntimas, la trama ayuda a que su desnudez nos genere una empatía que muy pocas películas han conseguido. El trabajo de Eastwood es emocionante escapando de la lágrima fácil. Hilary Swank está estupenda y llena la pantalla de principio a fin. Eastwood y Morgan Freeman acompañan a la actriz aportando toda la luz posible. El guion se centra más en el éxito personal que en el deportivo, en esa zona escondida del mundo del boxeo que tiene que ver con el ser humano y su cosmos. La partitura es espléndida y supone un contrapunto magnífico que ayuda a convertír la violencia en un motivo de belleza. Parece imposible, pero se consigue. Marcado por el odio (Robert Wise, 1956). El boxeo se ha ligado tradicionalmente a los bajos fondos, a las vidas rotas, a los chicos malos y a los que se aprovechan de ellos. A la zona más oscura del ser humano. Pero también a la redención a través del deporte. Es de esto de lo que habla esta película. Paul Newman interpreta el papel de Rocky Graziano. Es una de sus mejores interpretaciones. Muy bien dirigido por Wise, resulta creíble y se aleja de un histrionismo al que invita un papel como este, muy vigoroso y centrado en la personalidad del boxeador. Le acompaña una estupenda Pier Angeli que hace de esposa abnegada, frágil y modosa. Uno frente a la otra provocan un contraste que arrastra la película hasta territorios que sacan del tópico una trama que hace aguas en algunos momentos por esa razón. Son esas interpretaciones tan estupendas y un montaje inteligente y eficaz lo que convierten el trabajo de Wise en algo grande. Marcado por el odio es una película que retrata más que bien lo que fue el mundo del boxeo en el imaginario colectivo durante buena parte del siglo XX. El universo pugilístico se llena de golpes, de miserias, de trampas, de dolor, de fama pasajera. Se llena de ganchos y directos, de un buen juego de piernas, de pasión, de odios que te hacen perder la pelea. Por eso funciona tan bien en el cine; porque se parece mucho al resto de los universos. El mundo del boxeo desprende un hedor del que es muy difícil escapar.
Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2004). Eastwood prefiere un buen juego de piernas, estudiar al contrario (el espectador) y ganar los combates por K.O. Técnico. Construye sus películas con paciencia, con montajes lineales y fáciles de seguir, para asegurarse de que nadie se queda atrás. Million Dollar Baby es una excelente película en la que la protagonista es boxeadora. Parece mentira que en un deporte que siempre estuvo pegado al hombre dé tanto de sí desde el lado femenino. Todo el metraje termina teñido de feminidad. Hasta la brutalidad de un golpe logra hacernos ver esa fragilidad tan propia del ser humano. El arco dramático de los personajes es inmenso e intenso. Vamos
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‘Esquivar y pegar’
Los golpes del fracaso E
l mundo del boxeo siempre ha tenido un aura gris, dramático y acechante con todo el que se arrima a un ring. Pero ese mismo halo es atractivo, irresistible y explosivo, para todo aquel que intenta conocer la realidad de un deporte tan antiguo como el propio ser humano. Las historias que se pueden contar sobre boxeadores, victorias o muerte, son tantas que parecen inabarcables. La de Benito Eufemia es una de ellas. El fracaso se alimenta de fracaso; el fracaso secuestra a muchos y les condena a cadena perpetua. El fracaso es el dueño de buena parte del mundo, no tiene piedad alguna. Y resulta fascinante, para todos, que nos lo enseñen, que nos digan cómo funciona cuando se instala y comienza a crecer como el musgo que cubre las rocas dejándolas sin otras posibilidades. Esquivar y pegar es un documental sobre un boxeador llamado Benito Eufemia. Benito, junto con su hermano, golpeó brutalmente a un hombre y le costó una larga condena por intento de homicidio. Cuando se filmó la película ya estaba en la calle, entrenando duro en el gimnasio, intentando sacar partido a todo lo malo que le ofrece la vida porque intenta convertirlo en algo bueno; coordinando la seguridad en alguna discoteca. Era, en ese momento, padre desde unos meses atrás y preparaba una velada que le enfrentaría al púgil nigeriano Mandy Boukali. El documental tiene algunas cosas sorprendentes. Por ejemplo, cuando Benito charla con sus compañeros de trabajo en la discoteca, hablan de agresiones como si lo hicieran de una escena de película. Pero, si es verdad lo que dicen, no es algo que haga gracia ni se preste a la frivolidad. Cuando Benito habla con su peluquero, este cuenta cómo ha matado a un animal tirándole una gran piedra sobre la cabeza; más tarde hablan de películas y de algo que dan por hecho que debe cuidarse en cualquier conflicto: el código del que lucha, porque para matar hay que saber estar. Benito ha vivido una realidad y por más que quiera escapar de ella, esta le persigue sin descanso. El documental, dirigido por Juanjo Giménez y Adán Aliaga, comienza con el ruido de los sacos de entrenamiento que cuelgan para poder ser golpeados, marcando un ritmo, una cadencia. Y termina del mismo modo. Porque la vida de Benito avanza con ese compás y nada de lo que haga podrá seguir otra pauta. La película presenta al boxeador en su trabajo, en casa con su hijo (un bebé) y su novia, en la peluquería, en el gimnasio, sobre el ring, visitando a su hermano que sigue en prisión por lo mismo que hizo él. Benito es peso semi pesado y sueña con el campeonato de España, con el de Europa y competir en otras disciplinas por todo el mundo. Y escucha de su entrenador, como una especie de mantra, que los golpes que no se llegan a dar permiten al contrario esquivar y pegar. Le pide a su peluquero que le deje cara de hijo de puta, que le haga un corte en la ceja derecha que le haga parecer un asesino. Aparece en un programa de televisión en el que trata de promocionar su pelea. Le vemos en todas sus facetas. Y todo esto con cierto orden, pero sin demasiado sentido. Es una cinta que no supera la hora y diez minutos de duración y no se hace pesada, pero la pregunta que uno se formula al acabar es ¿para qué me han contado a mí todo esto? Lo mejor de la cinta se encuentra al final, cuando sabemos cómo se desarrolla el combate con el boxeador nigeriano a través
de las indicaciones que da el entrenador a Benito en su esquina, durante el descanso entre asaltos. El resto es muy normal. Los amantes del boxeo estarán entretenidos un rato si echan un vistazo a la película. Los que no lo sean, posiblemente, no se interesen demasiado por lo que se cuenta en el documental. No se aporta un punto de vista que conmocione, no se aporta nada que no se sepa ya, no se aporta nada que destaque sobre lo que ya nos han contado muchas veces en otras películas. Una buena entrevista hubiera sido una opción como otra cualquiera. Y si podemos cambiar toda una película por una entrevista... malo.
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‘138 segundos’
El ídolo que se esfumó J
osep Gironès fue un ídolo para muchos aficionados al boxeo durante los años veinte y principio de los treinta del siglo pasado. Disputó ciento siete combates de los que ganó noventa y siete (cincuenta y nueve por la vía rápida), firmó dos nulos y perdió seis. Solo una de esas derrotas fue por KO. Pero fue definitiva. El documental 138 segundos cuenta quién fue Josep Gironès, qué tipo de boxeador y cómo, tras la Guerra Civil española, estuvo recluido en un campo de concentración para viajar, posteriormente, hasta México como exiliado. Allí moriría el 8 de febrero de 1982. Cuenta, por tanto, buena parte de la historia de unos de los mejores boxeadores que ha dado este deporte en España y del que casi nadie se acuerda. Gironès fue un ídolo. Los recintos en los que disputaba sus combates se llenaban hasta la bandera, parecía invencible. Pero le derrotaron. De un solo golpe. En 138 segundos el mito se vino abajo. Primer asalto, un gancho al hígado y a la lona. Nadie podía creer que eso pudiera suceder. Y Gironès cumplió con lo que ya había dicho: si perdía por ko no volvería a pelear. Cuando llegó a México, ya no hablaba con alegría y evitaba ser reconocido por los compatriotas que se encontraban en la misma situación que él. El boxeo había quedado en Europa junto al resto de las ilusiones. Gironès había dejado, además, mujer y una hija con las que tuvo contacto a través de cartas escuetas y poco más. Fue como si nunca hubiera sido boxeador. Él mató al púgil. Dos días antes de que las tropas de Franco entraran en Barcelona, Josep escapó de la ciudad. Se le acusó de participar en los interrogatorios de la checa de la calle San Elías. Más tarde, se descubrió que existió otro Gironès y es posible que se confundiera con él. De hecho, la hija de este otro Gironès, deja constancia del carácter violento y poco amistoso de su padre. El caso es que huyó, algo que no hizo su compañero Carles Flix, que en las mismas circunstancias fue detenido y fusilado de forma casi inmediata. Flix pensaba que no había hecho nada malo y mucho menos algo por lo que pudieran asesinarle. Pero no fue la guerra lo
que acabó con la carrera de Gironès. Fue el único ko que sufrió lo que le bajó del ring para siempre. El crack de Gràcia, que era como se le conocía, sabía dónde estaba el final del camino. Freedy Miller; el campeón del momento, un norteamericano zurdo de origen irlandés; le dejó esperando sobre el ring durante cinco minutos antes de comenzar el combate. Perdió tiempo en el vestuario mientras calentaba y dejó que Gironès se enfriará esperando a que él saliera. En algo más de dos minutos le tenía de rodillas sobre la lona, sin poder levantarse. Fue en la Monumental de Barcelona. Fue el 12 de febrero de 1935. Su vida en México fue tranquila. Trabajó y jamás dedicó un minuto al boxeo. El documental 138 segundos indaga sobre lo que fueron los últimos años de Gironès es España, sobre su vida en el exilio, sobre su relación con la familia, sobre su soledad al morir. Explica a Gironès como el gran púgil que fue, recoge testimonios de expertos en boxeo, amigos y familiares (su nieto llega a afirmar en un momento del documental que le parece que su abuelo fue un fracasado). Técnicamente, la película no es gran cosa, pero con el poco material que queda de la época logran un producto muy entretenido que nos lleva hasta lugares y situaciones curiosas, entrañables y sorprendentes. 138 segundos son setenta minutos de pasión por el boxeo, de recuerdos dolorosos, de equívocos, de una vida que pasó de ser un sueño a un descenso lento y silencioso hacia el olvido. Una de las últimas imágenes del documental nos muestra la tumba de Gironès que no en más que un rectángulo de tierra sin lápida o placa alguna. Olvido absoluto. Los amantes del boxeo disfrutarán de este documental. Las imágenes son pocas aunque el material fotográfico sí ilustra la época en la que Barcelona era el centro del boxeo europeo, la época en la que los púgiles eran tan importantes como los mejores futbolistas o ciclistas. Cientos de uppercuts y ganchos durante los setenta minutos de duración que nos alcanzan en el centro de la consciencia.
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‘La gran revancha’
nes, es una muy buena película. Y la protagonizó Sylvester Stallone. Toro Salvaje es una auténtica obra de arte. Esta la protagonizó Robert De Niro. Y La gran revancha es una película de lo más entretenida que protagonizan Stallone y De Niro. Queda al margen, o casi, el boxeo, para que la cinta se convierta en un homenaje a las películas que los dos actores protagonizaron hace cuarenta años. Los guiños son constantes. Algunos de ellos muy divertidos. Otros que nos arrastran al territorio de la nostalgia a los que somos amantes del buen cine y del boxeo. Alguien podría decir que la película es normalita. Tendría razón. Alguien podría decir que los actores no hacen el mejor papel de su vida. Por supuesto que no lo hacen (Stallone estuvo nominado en los Premios Razzie como peor actor del año. Y por ahí van los tiros. Stallone nunca fue un gran intérprete; no inventan nada los que dicen que es mediocre). Pero el conjunto, si el espectador se sienta frente a la pantalla sin complejos y sabiendo a lo que se expone, puede resultar más que agradable. Grudge match (2013) está dirigida por Peter Segal. Contenido y haciendo bien su trabajo durante todo el metraje. El combate que cierra la película está bien rodado, sin abusos ni excesos. Lo que se cuenta es la revancha que dos boxeadores quieren disputar después de un último combate que se disputó treinta años antes. Los momentos cómicos son diversos y algunos de ellos pueden provocar verdaderas carcajadas. El cameo que hacen Evander Holyfield y Mike Tyson es extraordinario. Y las interpretaciones de Alan Arkin (excelente) y Kevin Hart (sobreactuado y algo cargante aunque gracioso de verdad en algún momento) ponen un toque de humor escatológico y ridículo, respectivamente. Por su parte, Kim Basinger, aun con un papel algo plano y estereotipado, llena la pantalla en cada intervención. Es lo que tiene ser una de las actrices más bellas de todos los tiempos. Con el personaje que menos se disfruta es con el de Jon Bernthal. Es el hijo de uno de los protagonistas y ese sí que es el estereotipo total. Stallone y De Niro no hacen de Rocky ni de Jack la Motta. Pero sabemos que nos quieren hacer recordar que una vez sí fue así. Mejor De Niro, peor Stallone. Nos arrastran hasta el núcleo de historia que habla de la vejez, del rencor que nunca acaba, de cómo es posible perdonar si uno se lo propone y de cómo se redime un ser humano. Una historia previsible y sin aristas, pero llena de lugares en los que podemos descansar del día a día y olvidar que la realidad es hostil y difícil. ¿No es esa una de las cosas buenas que tiene el cine? No siempre hay que sentarse a que te cuenten historias impresionantes por su profundidad. Merece la pena apuntar que la banda sonora de la película es estupenda y crece desde las primeras escenas para convertirse en un protagonista más. El tema central de Infiltrados de Scorsese, Black in Black de AC/DC, When My Baby Went Away de Art Neville, Come Unto Me de The Mavericks, o 20th Century Boy de T. Rex, son algunos de los temas que se escuchan durante los 113 minutos de película. Boxeo, una historia de amor truncada, la redención del personaje que lleva odiando toda una vida, la recuperación de las personas mayores que pueden aportar grandes cosas a este mundo, el reencuentro como posibilidad cierta o la paternidad como valor intocable, son los ingredientes de esta película que puede hacer pasar un rato divertido a cualquiera.
Homenajes, guiños y diversión R
ecuerdan a Jack la Motta en Toro Salvaje? ¿Recuerdan a ese boxeador que tiene la oportunidad de su vida de forma inesperada y que se llamaba Rocky? Una forma agradable y divertida de recordar esas películas que ya son un mito, es echando un vistazo a La gran revancha, una película sobre el boxeo, el rencor, el perdón, la redención y el amor. Los que no pensamos que el boxeo es un deporte brutal y asesino y que sólo representa eso, los que hemos disfrutado con este deporte las tardes de los domingos agarrados de la mano de nuestro padre, seguimos echando mano de las películas modernas y antiguas para recordar una práctica que ya parece imposible de recuperar dadas las circunstancias. El cine ha dejado durante la historia títulos inolvidables que tenían el boxeo como vehículo narrativo principal (muchos de ellos comentados en estas páginas) y seguirá haciéndolo porque la estética del boxeo ha resultado atractiva e irresistible a muchos realizadores y así seguirá siendo siempre. Rocky, a pesar de lo que se ha dicho de ella en algunas ocasio-
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‘El boxeador’
El rojo y el negro U
n chico de barrio, tosco, brutal, que no conoce el miedo ni los límites, dispuesto a ganar para poder gastar el dinero sin control alguno, carne de prisión. Otro de clase alta, refinado en las formas, con agallas, esclavo de su sexualidad, dispuesto a cualquier cosa con tal de sentirse feliz. El primero, Rafa, es esclavo de su pasado, de la ausencia de su padre. Héctor, por su parte, vive el presente atenazado por un padre exigente, incapaz de entender la realidad del muchacho. Rafa representa la fuerza, el ansia de encajar tres o cuatro golpes a cambio de alcanzar al contrario. Héctor posee una técnica depurada, una elegancia extraordinaria. El arte del boxeo parece descansar bajo su cetro. Son boxeadores antagónicos, las mitades de un todo. Los dos dibujantes que firman El Boxeador arrancan con sus historias sabiendo que llegarán al mismo final. Porque este cómic tiene dos portadas y un solo final que se encuentra en el centro del volumen. El lector tendrá que elegir si leerá primero una historia o la otra. Y eso marcará, seguramente, sus preferencias al valorar el conjunto. Una historia protagonizada por Rafa, el boxeador que pertenece a un barrio en el que sobrevivir es un combate a muerte diario. Lo cuenta Rubén del Rincón. La que protagoniza Héctor, el niño bien que topa con el boxeo para que su vida dé un vuelco, es cosa de Manolo Carot ‘Man’. Ambos; aunque el diseño de escenas, de páginas, etc., parece cosa personal de cada uno de ellos; utilizan el negro y el rojo en el dibujo, una paleta muy básica, muy bonita y, en este caso, muy necesaria. Seguramente, dada la extensión del cómic, el color se descartaría pronto. Aunque el rojo era imprescindible. El boxeo se tiñe del color de la sangre sobre el ring; ese color tiene un papel estelar en toda velada que se precie. Igual que sus personajes, los dibujantes disputan una velada de ciento cuatro páginas; buscan en ellas un mismo objetivo. Como sus personajes. Tanto Rubén del Rincón como Manolo Carot ‘Man’, tratan de escapar de lo emotivo, de lo épico. Coquetean con ello, pero logran que se quede en eso y no caen en la tentación de hacer el cómic que tantas veces se ha leído. Ambos buscan, a toda costa, la construcción del personaje, suman rasgos que hacen crecer a Rafa y a Héctor (éste utilizando la caricatura más grotesca cuando es necesario), perfilan secundarios que ayudan a entender a los principales. En este sentido el trabajo está más que bien y el lector descubre en cada trazo ese cuidado con el que los autores han trabajado. El formato del tomo es «a la italiana» (apaisado) y las páginas tienden a la originalidad en su diseño, a buscar el mismo efecto que produce un directo a la mandíbula. Esta vez a la del lector, claro. Es un trabajo estupendo que logra hablar de dos formas de entender la vida y el boxeo, con un solo final que coloca cada cosa en el lugar exacto. El proyecto se financió, en principio, a través de crowfunding, sin que los autores buscasen intereses económicos. Hoy, ya se encuentra El boxeador editado por Ediciones La Cúpula. Con cuidado y cobrando un dinero que no todo el mundo estaría dispuesto a pagar tal y como están las cosas. El boxeo es un deporte que puede llegar a ser tan bello y tan violento como lo puede ser la misma vida; el boxeo es un camino que puede llevar hasta el territorio de la autodestrucción del mismo modo que nos llevan el amor, el egocentrismo, la ignorancia o las malas compañías. El boxeo es el reflejo de una realidad
que algunos se empeñan en edulcorar, es decir, de la vida. Es vida, realidad y, por tanto, alegría y tristeza, blanco y negro, amor y rechazo. Y en este sentido Manolo Carot “Man” y Rubén del Rincón aciertan al subirse al ring con sus lápices en la mano y luchar por imponer su forma de entender las cosas aunque saben que el combate será nulo.
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‘Rocky Balboa’
El sueño americano a puñetazos D
icen que Sylvester Stallone escribió el guión de Rocky en tres días. Es posible. Incluso parece demasiado tiempo. Porque el libreto de esta película, y no les quiero contar el de las cinco siguientes que componen la serie, es bastante flojito. Los estereotipos son un ejemplo de la ramplonería a la hora de crear y desarrollar, por ejemplo, un personaje. Además, Stallone hace cosas con la trama que resultan inexplicables. ¿Recuerdan el aspecto de Adrian (la novia de Rocky)? ¿Recuerdan cómo es la muchacha? De ser una chica retraída, escurridiza y temerosa del mundo entero; de parecer el retrato robot de Betty la fea; pasa a ser, como por arte de magia, otra cosa. Eso en la primera película. Si echamos un vistazo al desarrollo en el resto de la serie, dan ganas de darle el premio Nobel de Física. La historia que cuenta Stallone es muy sencilla y, a veces, muy poco creíble. Las interpretaciones son irregulares. Burgess Meredith (Mickey Goldmill, entrenador de Rocky) es lo mejor de la película en este aspecto; Talia Shire (Adrian) no está mal; Butt Young (Pauline, hermano de Adrian) no está mal; Carl Weahters (Apollo Creed, el rival de Rocky) da el pego vestido de boxeador y repartiendo castañazos; Sylvester Stallone está, como en el resto de su películas, desastroso. Las carencias de este actor son enormes. Aunque, para ser justos, hay que decir que el papel de boxeador medio sonado, tontorrón y de escasa inteligencia, le va que ni pintado. Lo de la banda sonora es otra cosa. Bill Conti consiguió una de las partituras más conocidas del cine. No se le pueden restar méritos. Técnicamente la película es correcta aunque se nota la falta de presupuesto en muchas de las escenas. Por ejemplo, en el tramo final, cuando se desarrolla el combate entre Rocky y Creed, el número de extras que simulaban llenar las gradas era sensiblemente inferior al necesario. Pero el director, John G. Avildsen (que repetiría en Rocky V puesto que el propio Stallone dirigió el resto) se apaña bien con lo que tiene y mueve la cámara y sus recursos con ímpetu y acierto. Y, ahora, después de decir todo esto, les voy a confesar una cosa que creo que le sucede a un buen número de aficionados al cine: me gusta Rocky, me emociona Rocky, me parece una película entrañable y me la he tragado quince o veinte veces. ¿Cómo puede pasar algo así sabiendo que, una vez analizado, el producto tiene carencias por los cuatro costados? Porque Stallone es astuto al plantear la cuestión. La inocencia contra la soberbia, el dinero contra la pobreza, la belleza vencida por la fealdad, el coraje contra el adocenamiento. Stallone nos coloca frente a esa posibilidad que debería tener todo el mundo, ante la versión humilde de un campeón (que ni sospecha que lo es) que solo quiere ser feliz y dejar de vivir entre ratas. Y nos enseña que no es necesario estar en un sitio maravilloso para poder hacer cosas maravillosas. Lo mismo da sacudir un saco que una res colgada de un gancho. Por supuesto, va elevando la tensión hasta un final en el que te dan ganas de subir al ring y ayudar a Rocky en su empresa imposible. Es astuto, incluso, al finalizar la película. Ganador a los puntos el campeón del mundo. Ya se verán las caras en la segunda entrega, en esa película en la que todos necesitamos una revancha. Rocky II es una revancha. Se repiten los clichés y el esquema de la primera entrega. La paliza que se meten en el ring los boxeadores protagonistas es imposible. El aficionado al boxeo nunca verá algo parecido salvo que este frente a la pantalla viendo como Rocky y Creed no pa-
ran de sacudirse. Y como la taquilla es la que manda, Stallone debió pensar que una tercera parte sería una fuente de ingresos estupenda. Así fue. En Rocky III, el boxeador está cegado por la fama y descuida su preparación. Ha defendido su título varias veces sin saber que su manager le ha protegido y los rivales eran bastante flojos. Clubber Lang (Mr. T) es un boxeador brutal que quiere arrancar la cabeza a Rocky. Y casi lo consigue. Pero no pasa nada. Creed, antiguo rival e Rocky, le prepara y termina tumbando a Lang. El desmadre narrativo de Rocky IV es inolvidable. Rocky pelea con un boxeador ruso y en Rusia. Antes, Apollo Creed se ha quedado frito en el ring porque el ruso le arrea una paliza monumental. Rocky quiere vengar a su amigo, pero, de paso, conquista Moscú con su boxeo y confiesa haber peleado, uno contra uno, para que no se peleen millones contra millones. Bandera americana al viento, rusos malos malísimos, etc. Lo mejor de la película es escuchar a James Brown interpretando Living in America. Rocky V es un tostón. Le falta ritmo, el guión es flojísimo, las subtramas patéticas. Rocky se ha retirado, pero termina haciendo de manager de Tommy Gunn (interpretado por Tommy Morrison, boxeador que murió tras desarrollar una carrera mediocre). Rocky descuida la familia y bla, bla, bla. Pero todo acaba bien. Previsible y horrorosa. Rocky Balboa es la última de la serie. Repite esquemas. Más de lo mismo sin alcanzar lo conseguido en la primera película de la serie. Poco boxeo y mucho numerito improbable sobre el cuadrilátero. Evolución ridícula de los personajes. Guiones sencillos en exceso y ventajistas al máximo. Poco de cine, pero emoción, recuerdos de niñez (mi generación creció con todo este lío) y unas horas frente a la pantalla que no hacen daño a nadie.
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‘Boxing for Freedom’
La lucha por los derechos fundamentales de la mujer A
fganistán es un país que ha estado en permanente conflicto durante muchos años. Y las mujeres han sido las grandes perjudicadas en los últimos tiempos. Si tenían pocos derechos como personas, la llegada de los talibanes los redujeron a la mínima expresión. Un grupo de ellas practican deporte y estudian buscando una libertad que se les arrancó desde antes de nacer. Europa es parte del mundo, pero no es el mundo. El mundo va más allá de las fronteras europeas o norteamericanas o australianas. En el mundo existen países que, aunque parecen lejanos, están muy cerca porque, en realidad, el planeta es más chico de lo que creemos. En el mundo hay países en los que la forma de entender las cosas es muy distinta a la nuestra y, aunque no comprendamos gran cosa de lo hacen, lo que allí sucede es tan real como lo que nos pasa a los occidentales. Las mujeres en un buen número de países del mundo no tienen esos derechos que nosotros consideramos fundamentales. En España, hoy, un numeroso grupo de personas pelea por conseguir derechos para los animales que muchas mujeres del mundo quisieran para ellas mismas. Aún podemos recordar cómo, por ejemplo, en el Estadio Olímpico de Kabul, hace tan solo unos años, no se practicaba deporte y sí ejecuciones de mujeres. El que escribe recuerda unas imágenes en la televisión en la que se trataba a las mujeres a palos (literalmente) para que fueran de un sitio a otro. Esas tomas llegaban de Afganistán. Según el testimonio de cientos de mujeres, los hombres afganos les dicen que deben estar calladas porque son inferiores, porque utilizan la mitad del cerebro mientras ellos usan el 100 por cien de su capacidad intelectual. En fin, hay zonas del mundo en el que las mujeres lo tienen difícil para tener una vida digna. Y están aquí al lado. Boxing for Freedom es un documental realizado por Juan Antonio Moreno Amador y Silvia Venegas Venegas. Cuenta la historia de Sadaf Rahimi y una de sus hermanas mayores, Shabnam. Ambas comienzan a boxear siendo niñas, al regresar de su exilio en Irán. Hacen deporte y estudian. Quieren ser libres. Pero les amenazan. A ellas y a sus familias. El boxeo que practican es arcaico, los fondos de los que disponen son mínimos, la persecución por parte de las autoridades no está disimulada. Pero ellas han decidido copiar la actitud de mujeres como Malalai Joya, activista y ex diputada de Afganistán. Saben que sus capacidades son tan importantes como las que posee un hombre. El documental está bien realizado y bien montado. Vemos a estas mujeres (acompañadas de otras boxeadoras) intentando progresar, escuchamos lo que dicen, vamos conociendo sus motivaciones y los problemas con los que se encuentran cada día. Se utilizan en la cinta algunas imágenes de archivo que colocan al espectador ante una durísima realidad que conoce aunque deja tan lejos como puede. Hay que asumir que en occidente es lo que hacemos: ver, horrorizarnos y olvidar al instante. Boxing for Freedom también sirve para que podamos entender que en gran parte del mundo la práctica de un deporte es todo un reto. Por la falta de medios, por los problemas sociales que causan, por lo inaccesible que es cualquier cosa en un mundo en el que alimentarse es ya todo un logro. Si hay que resaltar algo de este trabajo es la forma de expresarse que dejan ver las protagonistas. Resulta curioso, casi enternecedor, escuchar a dos jovencitas que tienen todo en contra sin perder la sonrisa ni un solo momento, escuchar a dos personas rele-
gadas a tener una vida oscura sin que muestren odio o rencor en sus palabras. Resulta conmovedor saber que el deporte, para estas dos mujeres y el pequeño grupo que entrena con ellas, representa la única salida a una situación desesperada. Si un documental expresa esa faceta tan poderosa de la práctica deportiva es Boxing for Freedom. Los amantes del boxeo, lógicamente, no pueden esperar ninguna demostración técnica, ningún combate entre grandes campeonas o veladas en las que el lujo y el espectáculo son los protagonistas. En este documental se habla de ansia de libertad, de ansia de superación, de ansia por vivir con un mínimo de dignidad. Cuando se estrenó esta cinta la afluencia de público fue mínima. A casi nadie le interesa este tipo de cine. Ahora se puede ver en internet a través de alguna plataforma de suscripción. Pero, a pesar de esto, merece la pena. Porque acercarse a la miseria nos puede recordar que todos los hombres y mujeres del planeta deberían tener el mismo derecho a llegar a la plenitud como personas. Boxing for Freedom es una lección de vida que no podemos perdernos.
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‘El ídolo de barro’
Pelear contra uno mismo
E
l boxeo es brutal, es sucio, es un nido de dolor y de tragedia. Como muchos aspectos de la vida. Algunos de los mejores realizadores de cine de toda la historia han indagado en ese mundo para nutrir su cine con esa oscuridad que tanto aclara las zonas más dramáticas de la realidad. Uno de esos realizadores fue Mark Robson. Rodó en 1949 una excelente película que retrataba el mundo del boxeo con una profundidad extraordinaria en la que la ambición sin límite, la lucha contra los fantasmas de la niñez y la tragedia, son las líneas maestras fundamentales. El Ídolo de Barro (Champion, 1949) es el referente en este tipo de películas en las que el boxeo es protagonista. Tanto es así que, por ejemplo, la película de Clint Eastwood, Million Dollar Baby, comparte con ella asuntos fundamentales: un boxeador que llega a los cuadriláteros con una edad demasiado avanzada, la excesiva confianza del púgil en sus propias condiciones, la muerte del deportista después de una gran pelea... Este mismo esquema, el éxito y la bajada a los infiernos, fue el que usó Robson años después al rodar El Valle de las Muñecas aunque, esta vez, centrando la atención en el mundo de la fama, de la belleza. El guion de la película es adaptación de un relato breve de Ring Lardner que cuenta cómo dos hermanos, pobres como las ratas, llegan al mundo del boxeo. Uno de ellos se convertirá en campeón del mundo aunque para conseguirlo tendrá que traicionar a su manager, abandonar a su esposa el mismo día de la boda, unirse al entorno mafioso, jugar con las mujeres que se cruzan en su camino o dejar de visitar a su madre. El montaje es preciso y efectivo. Y la fotografía de Franz Planer resalta la descripción del ambiente boxístico, lleno de miserias y tragedia, jugando con las luces y sombras de forma bellísima. Destaca la interpretación de Kirk Douglas que, aunque sin gran número de matices, logra un papel convincente y rotundo. Su personaje, Midge Kelly, convierte todo lo que hace en una lucha sin cuartel contra eso que convirtió su vida en un auténtico asco. El abandono de su padre, la falta de oportunidades, la traición, la estafa. Aunque sin saber
ver que el verdadero combate es el que disputa fuera del ring, contra esos fantasmas y contra todo lo que va dejando atrás ya destrozado por su egoísmo. En muy significativa la escena en la que el boxeador desfigura una escultura que le representa y está a punto de ser acabada. Lo hace reivindicando su supremacía sobre su propia imagen, colofón de un proceso autodestructivo. Porque eliminar el entorno es acabar con la propia existencia. Y Douglas encarna ese alma disfrutando de su trabajo. Acompañan a Douglas un excelente Arthur Kennedy, Marilyn Maxwell, Paul Stewart y John Dahein, entre otros. Todos bien dirigidos, todos a un nivel importante. La película está contada como si fuera un auténtico gancho al hígado del gran sueño americano. Para el director, ese sueño existe, pero menos. Y las oportunidades que te brinda la vida están llenas de aristas con las que hay que pelear, casi siempre, en clara desventaja. Además, está contada como se hacía en el cine clásico: construcción de los personajes sin gran énfasis, un ritmo narrativo ágil, una banda sonora sutil y elegante sin invasiones desconcertantes. Está contada con gran efectividad al escapar de lo superficial. Buen cine. Tal y como dice el protagonista de la película, el boxeo es una profesión como otra cualquiera aunque en esta se ve la sangre. Es algo de lo que parece se han olvidado los grandes detractores de este deporte. La doble moral con la que nos manejamos desde hace siglos nos hace señalar algunas cosas y adornar otras de las mismas características para que parezcan más llevaderas, más humanas. ¿No es tan violento el boxeo como la prostitución? Les recuerdo que algunos periódicos dejaron de informar sobre este deporte hace años al considerarlo brutal e innecesario. Pero no dudan en utilizar sus páginas para hablar, por ejemplo, de deportes que deberían resultar obscenos dada la cantidad de dinero que se despilfarra. En todas las profesiones corren ríos de sangre llegados de los abusos, de las traiciones, de la mediocridad. Pero en los despachos los muebles caros lo ocultan. Eso sí, la sangre está, ya lo creo que está.
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octubre
‘I am Ali’
El mejor boxeador de todos los tiempos desde dentro G
eneralmente, construimos la imagen de los deportistas más destacados sin saber apenas nada de ellos. Es algo así como pensar que, en su día a día, visten como les vemos en las canchas de juego, sobre los tatamis o sobre el ring; no solemos pensar en su condición de padres, de esposos o de amigos. Sin embargo, todos los grandes deportistas de la historia han tenido vidas llenas de alegrías y de miserias, hijos, objetivos imposibles, amores tortuosos o momentos llenos de felicidad. Somos muchos aficionados al boxeo los que pensamos que Muhammad Ali o, si lo prefieren, Cassius Marcelus Clay Jr., ha sido el boxeador más grande de todos los tiempos. Son inolvidables algunos de sus combates; no podemos dejar de pensar en sus declaraciones antes de los combates en las que provocaba a los rivales e, incluso, llegaba a las manos en plena rueda de prensa; tenemos grabadas en la retina ese movimiento de piernas tan poco probable en boxeadores tan enormes como son los pesos pesados. Y, lamentablemente, tampoco es fácil eliminar la imagen de Ali sentado, con sus gafas oscuras, enfermo de Parkinson, sin apenas poder hablar, con gesto inexpresivo. Por ello, el documental I Am Ali se convierte en una cinta especialmente interesante. Sabemos casi todo de él cuando se subía a un ring, cuando entrenaba o cuando se plantaba ante las cámaras para utilizar un discurso arrogante e inusual. Pero casi nada de su zona más íntima, de su relación con esposa e hijos, con los amigos, con otros boxeadores, con personas necesitadas a las que trataba de hacer un poco más felices. Muhammad Ali nació el año 1942 en Louisville (Kentucky). Cuando tenía doce años, dejó un rato su bicicleta junto a la de su hermano, en la calle. Y se las robaron. Quisieron denunciar el hecho y el policía al que le contaron lo sucedido, viendo que Clay estaba dispuesto a golpear al ladrón si daba con él, le recomendó que entrenase en un gimnasio antes de que le dieran una buena paliza. Comenzó a practicar el boxeo y, pronto, en el patio de su casa, pediría a su hermano que le lanzase piedras mientras ensayaba el juego de piernas. Si era capaz de esquivar esas piedras no habría quien le alcanzara con un directo o un gancho. Eso decía el joven Clay. Así fue como se encontró con el boxeo. Y así lo cuenta el director Clare Lewins en el documental. Lo hace apoyándose en los testimonios de los protagonistas que conocieron a Ali, en documentos sonoros grabados por el propio protagonista, en material periodístico. Cada parte del documental lo narra un personaje distinto. Su esposa, sus hijas, su hijo, George Foreman, el hijo de Joe Frazier o, entre otros, Mike Tyson. Resultan especialmente emocionantes las zonas expositivas en las que conocemos la actitud de Ali con los aficionados o con un chico enfermo de leucemia. La sensación es de gran bondad y humanidad por parte del boxeador. Resultan especialmente emocionantes las imágenes en las que vemos pelear a Clay, en las que vemos cómo se movía sobre el cuadrilátero. Y resulta tremendamente llamativo cómo los profesionales del boxeo no es-
catiman en halagos aun habiendo sido, en algún caso, rivales y objetivos de sus brutales directos de izquierda y de su lengua cortante. Mohammad Ali fue un gran boxeador, pero, además, fue un hombre extraordinario. Influyó decisivamente en la vida de muchos norteamericanos. Sobre todo en la comunidad afroamericana, lógicamente. Declararse objetor de conciencia cuando le llamaron a filas para luchar en Vietnam (lo que le costó la anulación de la licencia para pelear y la pérdida de sus títulos deportivos) o formar parte del grupo religioso Nación del Islam, le aportaron gran fama y capacidad de influencia entre los que le seguían como boxeador y los que, sencillamente, le conocían sin ser aficionados al boxeo. I Am Ali es una película muy bien montada. El material se ordena sin seguir un desarrollo absolutamente lineal, pero no hay problema alguno para que el espectador pueda asimilar la gran cantidad de información que le llega en forma de documento sonoro, fotográfico o testimonial. La fotografía es estupenda. Y el resultado es muy, muy, atractivo. Desde luego, les interesará a los aficionados. Y no sería difícil que a cualquiera que se acercara a la pantalla. Un gran hombre siempre presenta aspectos que pueden ser interesantes para cualquiera. Mohammad Ali fue campeón olímpico en Roma (1960) y, por primera vez, campeón del mundo de los pesos pesados el año 1964. Volvería a conseguir el título dos veces más.
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AAlpinismo Mirar el mundo desde lugares imposibles ha sido una de las metas del ser humano desde que habita en el planeta Tierra. Y esos lugares imposibles se llaman montaĂąas
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Alpinismo: superación personal U
no de los retos a los que el ser humano se ha enfrentado con mayor placer es el de subir montañas. El alpinismo, una vez que se dejó atrás la escalada como obligación (antes no había medios de transporte que nos llevaran de un lugar a otro salvando las dificultades orográficas), se convirtió en motivo de disfrute y una medida de la capacidad inimaginable que el ser humano posee para superarse a sí mismo. En 1786, Jacques Balmat y Michel-Gabriel Paccard, alcanzaban la cumbre del Mont Blanc (4.810 metros), por gusto, por ser capaces de ganar la partida a la naturaleza imposible. Era el primer gran logro registrado. Desde entonces, el alpinismo como deporte ha evolucionado extraordinariamente. Las técnicas son otras, los materiales que se utilizan en la escalada son otros. Pero las personas seguimos siendo personas y nuestro deseo de vencer y contemplar el mundo desde lugares privilegiados no ha cambiado, por supuesto, el mundo de la cultura ha tenido este deporte como referente para crear obras de gran calidad e interés. En concreto, el mundo del cine acumula excelentes películas en las que son los escaladores y las montañas sus principales protagonistas. Estos son algunos ejemplos que, por distintas razones, merecen un especial interés:
para intentar bajar de la montaña a Iñaki Ochoa de Olza, asistimos (desde una fotografía preciosa) a la escalada de la cara sur de Annapurna, podemos comprobar que el compañerismo es el gran valor entre los alpinistas, descubrimos que la gloria no está fabricada para quien piensa en el reto como algo personal, conocemos la vida familiar de los escaladores y, por tanto, los miedos de sus familiares. Inquietante desde el comienzo y muy bien contado, el documental deja ver lo que el alpinismo es y esconde en su estado más puro. Impresionante. La épica. Cara Norte (Nordwand) (2008). Alemania nazi. Olimpiadas. Última cara norte de los Alpes sin escalar. Este es el contexto en el que se desarrolla la trama de esta película basada en hechos reales. Se narra la ascensión a la cara norte del Eiger (el Ogro), en 1936, por parte de los alemanes Tony Kurz y Andreas Hinterstoisser, a los que se unió una segunda cordada compuesta por los austriacos Willy Angerer y Edi Rainer. El relato es tremendo. La climatología absolutamente desfavorable, cada detalle en contra de que las cosas salgan bien, el sufrimiento de los escaladores. Pero lo importante es comprobar cómo los cuatro alpinistas no se separan a pesar de estar jugándose la vida, cómo alguien es capaz de pelear hasta con los dientes por su vida, cómo la naturaleza es incontrolable e invencible. La película está bien ambientada, el vestuario está muy cuidado y la fotografía (realista y buscando los tonos más grises a medida que avanza la trama) encuadra bien lo que se quiere mostrar. La película se divide en dos partes: la primera trata de exponer el contexto político y deportivo en le que se desarrolla la trama; la segunda se centra en la ascensión. Apasionante.
La poesía. Más allá de las cimas (2009). Documental soberbio e imponente. Por la belleza de unas imágenes que arrastran al espectador al territorio en el que se puede sentir (al menos intuir) lo que un alpinista cuando se eleva a lo largo de una pared que parece imposible de escalar. Pero, también, por cómo nos presentan la filosofía del escalador desde su intimidad. No se exagera, ni se condiciona a la grabación del documental, elemento técnico alguno. El alpinismo aparece puro, sin trucos. Cathreine Destivelle, famosa por sus ascensiones en solitario a algunos de los picos más imponentes del mundo (por ejemplo, a la cara norte del Eiger), es la protagonista de este documental dirigido por Remy Tezier en el que vemos cómo asciende el Gran Cap junto a una antigua alumna, el Grépon con su hermana menor o la aguja verde del macizo del Mont Blanc, junto a dos escaladores mucho mayores que ella. Las imágenes hacen que el espectador se agarre al sillón para no caer aunque todo se convierte en un gran poema que habla de amistad, de amor por la vida, de la importancia de marcarse retos y conseguirlos o, al menos, pelear por ellos. Imprescindible.
La soledad. 127 horas (2010). El actor James Franco, de la mano del realizador Danny Boyle, consigue transmitir, sin casi moverse durante buena parte del metraje, la experiencia de soledad y capacidad de supervivencia del montañero. Asistimos a escenas llenas de belleza, pero, también, a las que se inundan de angustia y de lo que pudiera parecer imposible sin serlo. El ritmo es trepidante en su primera parte. Lógicamente, cuando el protagonista se encuentra atrapado, es más pausado, pero actor y director logran que la tensión narrativa sea constante y de una fuerza apabullante. Una de las escenas (en la que vemos al montañero autolesionarse para sobrevivir) es desgarradora. Conmovedora. Existen otros títulos de gran interés aunque son los documentales lo que mejor reflejan la realidad de este deporte. En las películas se cede más ante el espectáculo, la trama o el carácter puramente comercial. Conocer este deporte es conocer al ser humano.
Las personas.Pura vida. The Ridge (2012). Documental que resalta cómo un grupo de escaladores intentan rescatar a un compañero en graves apuros. Capaces de viajar desde diferentes lugares del mundo
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‘Speed’
El arte de subir con el cronómetro en la mano E
l alpinismo es un deporte exigente, comprometido, peligroso si no se toman las medidas adecuadas o si el reto que alguien se propone está muy por encima de sus posibilidades. Pero algunos deportistas no parecen tener límites para alcanzar logros que parecen imposibles para los demás. Ueli Steck fue un alpinista de primera categoría. Falleció el pasado mes de abril en el Nuptse. Sus logros son una especie de marca que para la inmensa mayoría de los seres humanos es, sencillamente, inalcanzable. Ni siquiera buena parte de los mejores alpinistas de la actualidad podrían plantearse hacer lo que este suizo de Emmental fue capaz de conseguir. Lograr subir las tres caras norte de los Alpes; esto es, el Eiger, las Grandes Jorasses y el Cervino, en siete horas (con cuatro minutos de más) es asombroso y formidable. Y que nadie crea que utilizó siete horas y cuatro minutos en cada caso; no; ese tiempo corresponde a la escalada de las tres paredes. Steck es el autor de Speed. El libro se lee muy fácilmente. Lo ha publicado la editorial Desnivel, con cuidado y con buen gusto. Además del relato que hace el propio Steck de cada subida, nos encontramos con la colaboración de la periodista Karin Steinbach (autora, entre otras cosas, de una historia sobre alpinismo femenino) y el fotógrafo Robert Bösch. Si resulta interesante cómo cuenta la escalada Ueli Steck, los diálogos que se insertan en el volumen son de lo más didácticos y, muchas veces, curiosos. Reinhold Messner, Christophe Profit o la propia Karin Steinbach, son los que van desgranando las que eran motivaciones de Steck para hacer lo que hacía, las dificultades con las que se encuentra un escalador de su nivel, sus miedos, su forma de entender la vida desde una montaña. El libro incluye en sus páginas centrales un reportaje fotográfico extraordinario que nos alumbra sobre aspectos a los que se refiere el texto permitiéndonos comprender hasta qué punto son importantes las metas conseguidas por Ueli Steck. No faltan historias que poco tienen que ver con las ascensio-
nes que se narran aunque marcaron definitivamente a este hombre. Descubrimos el trauma que supuso, el año 2008, la muerte de Iñaki Ochoa en el Annapurna. Después de fracasar el año anterior y, de nuevo, ese mismo año, todo acabó con la operación de rescate para Horia Colibasanu e Iñaki Ochoa. Según dice Steck en Speed: «Verle morir sin poder ayudarle me marcó de manera profunda. Entonces me di cuenta de que la muerte es otra faceta bien real del alpinismo», una declaración casi premonitoria. No hace falta recordar que este es un libro muy especializado en un tema concreto y que, con él, el autor no busca profundidades literarias ni nada que se le parezca. Sí es verdad que trata de expresar sentimientos que casi él puede tocar antes de describirlos, pero si alguien busca una novela o un ensayo sesudo y lleno de erudición debe buscar en otro lugar. Aquí lo que tenemos es el testimonio claro, personal e íntimo de un escalador que ha hecho el alpinismo su forma de vivir. Merece la pena; si es usted aficionado a la escalada o, sencillamente, a caminar por la sierra; echar un vistazo a Speed. Los que no estén acostumbrados a un lenguaje más cercano al alpinismo, encontrarán un glosario al final del volumen, un listado de grados de dificultad en hielo y algunos datos de interés. Para muestra de lo que contiene este libro, un botón. Este es un extracto de las páginas 99 y 100 de la obra: «Ahora, suelto el piolet izquierdo de mi arnés. Vuelvo a ponerme en posición de escalada, descuelgo también la daisy y continúo ascendiendo. En el instante en el que me he soltado del último seguro, vuelvo a ser consciente de lo expuesta que es la posición en la que me encuentro. Por debajo de mí, la pared cae a plomo mil metros. [...] Empiezo llevando mis piolets por encima del borde del aéreo y expuesto desplome, y meto las hojas en una pequeña fisura. Luego, elevo mi cuerpo y llevo los pies a la vertical lo más rápidamente posible y continúo escalando a base de exigente dry-tooling, aunque de tanto en tanto pueda anclar las hojas directamente en pequeñas superficies de hielo».
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‘Mal de altura’
Atasco en el Everest T
odo aquel que esté interesado mínimamente en el alpinismo, no puede dejar de leer Mal de Altura (Into Thin Air, 1997) del autor norteamericano Jon Krakauer. Un relato sobre los peligros de la montaña y sobre el afán de superación del hombre. Pero, también, sobre la extrema comercialización a la que estamos sometidos en cualquier lugar del mundo. Krakauer coronó la cima del Everest, la más alta de la Tierra y logró regresar con vida a casa. Pero no todos los que, aquel 10 de mayo de 1996, comenzaron la aventura tuvieron la misma suerte. El periodista viajó hasta el Himalaya para escribir un reportaje sobre la masificación que se estaba produciendo en las subidas al Everest. El alpinismo ya no era cosa de unos pocos que eran capaces de atacar gigantes de dimensiones colosales, que tenían una preparación técnica impecable y que poseían una fortaleza mental a prueba de bombas. No, el Everest podía ser escalado si tenías una cuenta bancaria nutrida, unos conocimientos mínimos sobre el alpinismo y te lo permitía la salud. Aunque parezca cosa de ciencia ficción, algunos puntos de la escalada se atascaban por la acumulación de personas que intentaban llegar a la cima. Krakauer viajó con la empresa Adventure Consultants, empresa dirigida por un alpinista de primera clase, Rob Hall, que cobraba unas sumas importantes por llevar a sus clientes hasta la cima del Everest. El propio Rob Hall perdió la vida descendiendo de la montaña ese 10 de mayo de 1996. Tuvo que acompañar a un cliente hasta la cima y en el descenso, intentando ayudar a Doug Hansen (así se llamaba el cliente, que en este caso era un deportista experimentado que ya había intentado escalar el Everest sin éxito) fue sorprendido por una tormenta que le impidió seguir bajando. Hansen fue otra de las víctimas aquel día. Krakauer tenía encargado un artículo sobre esa masificación absurda en las subidas al Everest, pero confiesa en el relato que lo que le llamaba sin parar era coronar la montaña. El relato es muy periodístico, posee un ritmo adecuado y el autor dosifica más que bien la información y los avances en la trama. Krakauer no duda si tiene que tomarse su tiempo para contar el desastre que resultó ser la expedición sudafricana en manos de un tal Ian Woodall, que era un tramposo profesional y con-
virtió la aventura en un esperpento; o si tiene que hablar de la periodista millonaria Sandy Hill Pittman, una figura que muchos alpinistas odiaban por lo que representaba. Se detiene el autor a relatar cómo uno de los sherpas sufre un edema pulmonar y cómo todo se complica hasta que no se puede hacer nada por su vida. Y, por su puesto, narra con todo tipo de detalles el viaje desde el principio hasta el final. La crítica a la comercialización de estas actividades es dura aunque, también es verdad, matiza algunos aspectos que son muy interesantes. Describe muy bien el problema que se planteaba con los atascos en zonas muy concretas de la escalada. Se puede imaginar y parece mentira que eso ocurriera sin que nadie pusiera remedio. Krakauer escribió el artículo que le habían encargado con rapidez, poco después de regresar a casa. Un error, puesto que en estas ocasiones lo mejor es tomar distancia. Las situaciones extremas nublan en exceso la mirada. De hecho, la primera versión fue muy criticada. Mal de altura, editada en España por la editorial Desnivel, es el producto del reposo, de entrevistas con los supervivientes de aquella tragedia, de un trabajo más dilatado en el tiempo para evitar incorrecciones. Y es un libro que conviene leer porque resulta fascinante. Aunque no lo es, el libro se puede leer como una novela. Si bien es verdad que el lector no debe buscar ni lírica, ni recursos literarios exquisitos, porque la intención del autor, que es periodista, no es otra que la de contar lo que sucedió. Y ya está. Mal de altura resulta mucho más fascinante que la película Everest (2015). Entre otras cosas porque perfila mucho mejor a los personajes. Por ejemplo, a Scott Fischer en la película se le dibuja como un tipo alocado, bebedor y excesivo cuando, en realidad, era uno de los mejores escaladores del mundo y su experiencia era vital para todos los alpinistas que estaban ese día en el Everest; a Anatoli Bokreev no se le hace justicia porque salvó varias vidas y su intervención fue heroica. Éste es uno de los mejores escaladores de toda la historia. Sirvan estos ejemplos como constante. Se puede leer el libro (imprescindible) y ver la película. Se complementan bien. No dejen de hacer ambas cosas. Porque la lectura es entretenidísima y las dos horas de película son muy divertidas.
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‘Everest’
Contra la naturaleza J
ugarse la vida tiene algo que ver con el espíritu de superación? ¿Cualquier actividad de riesgo en el ámbito del deporte debería estar regulada para evitar accidentes que pueden terminar en tragedia? ¿Tenemos algo que hacer las personas en la batalla que tenemos declarada a la naturaleza desde hace cientos de años? Estas preguntas, que tienen respuestas tan diversas y tan controvertidas como personas hay en el mundo, son las que se plantean en Everest (2015). Resulta chocante, casi estúpido, que una empresa dedique su actividad a llevar, previo pago de cantidades extravagantes, a todo aquel que lo desea, hasta las cumbres de las montañas más emblemáticas y peligrosas del planeta. Si el cliente se encuentra en buena forma y tiene el arrojo suficiente, todo es posible. Lo que antes estaba reservado a un puñado de hombres y mujeres de entre todos nosotros, ahora es accesible a muchos más. Sin embargo, la naturaleza no perdona. El reto que planteamos al planeta está perdido. Y si lo podemos ganar es a costa de desaparecer junto con él. Si durante la escalada a ‘un ocho mil’ nos encontramos con una tormenta fuerte es mejor que salgamos pintando de allí, si el mar se pone rabioso es mejor correr tierra adentro, si el suelo tiembla es mejor rezar todo lo que uno sabe. No hay nada que hacer contra la fuerza de la madre naturaleza. En lo único que estamos ganando es en destrozar el planeta al emitir una cantidad de gases que parece imposible que existan, en convertir los mares y océanos en vertederos, en eliminar especies animales como si se tratasen de seres sin la más mínima importancia. Decía que resulta chocante que una escalada a una cima como la del Everest sea un negocio aunque es igual de extraño para el que observa que un hombre o una mujer decidan jugarse la vida intentando escalar un coloso como ese. Porque, aunque sabemos que la estupidez y el esnobismo de las personas no tiene límite (véase esos tipos que pagan por lograr una hazaña), es difícil comprender qué es lo que invita a los deportistas a superarse intentando metas tan peligrosas que les puede llevar a la muerte. Algo de todo esto es lo que se intenta ventilar en la película dirigida por Baltasar Kormákur. Por un lado, lo imprevisible de la naturaleza se va dibujando para entender en qué consiste algo tan importante como es la escalada de ‘un ocho mil’. Por otro, lo imprevisible
del ser humano se va dibujando para entender que cualquier actividad está sujeta a decisiones, a errores, a emociones, imposibles de controlar y que hacen que el resultado de una actividad sea muy distinto al esperado. La película está basada en hechos reales. Y este es el primer escollo con el que nos encontramos. Kormákur juega con ello para que el espectador se trague lo que le echen. Sin embargo, en el cine eso no suele ocurrir. Acude a los toques melodramáticos para intentar que todos nos involucremos. Es verdad, que alguna escena es emocionante y que alguna de las subtramas nos resultan tan familiares que llegamos a empatizar con los personajes. Pero muchas menos veces de las que el director lo intenta. Esos toques melodramáticos sustituyen a los propios de la escalada, de la grandeza del alpinismo. Y termina faltando mayor profundidad técnica. Además, la cámara, como es natural, se acerca mucho al personaje intentando explotar esa zona íntima que solo se consigue arrimando el punto de vista; eso sí, a cambio, nos quedamos sin el escenario en su inmensidad, belleza y crueldad. Aunque algunas tomas son imponentes, el director no logra engañarnos con los efectos visuales apoyados en los musicales y de sonido. Dicho de otra forma, el director olvida que el Everest es un personaje más, el más importante de todos si me apuran. La película hace pasar un rato muy agradable. Decir otra cosa sería mentir, pero suma algunos problemas más. El número de personajes es muy elevado. Y esto, que ya de por sí representa un problema para el espectador, se complica cuando todos ellos van tapados. Kormákur coloca equipos de colores distintos intentando que la confusión no sea excesiva. Pero olvida que lo que debía resolver es la profundidad de cada uno de ellos. No se logra empatizar con buena parte del grupo. Los que se libran son el personaje encarnado por Josh Brolin y el que interpreta Keira Knightley. Los de Jason Clarke y Jake Gyllenhaal quedan desangelados y el resto nos deja de interesar por su superficialidad. La película plantea muchas preguntas: ¿Es necesario ser un escalador con talento para intentar escalar el Everest o es suficiente tener dinero? ¿Hasta dónde ha de llegar el sentido de amistad o de equipo si el peligro es inminente? ¿Por qué se escala una montaña como el Everest? ¿Ambición, fama, autorrealización, inconsciencia, afán de superación? Y algunas más, pero no contesta ninguna de ella. Lo que van diciendo los personajes suena a contestación fácil.
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‘Hasta arriba’
Escalada desternillante U
n médico enfermo a perpetuidad, grandes dosis de champagne curativo o un animador desanimado, son algunos de los ingredientes que contiene la novela de W. E. Bowman. Diversión asegurada y un acercamiento al mundo del alpinismo que termina siendo inolvidable. El alpinismo consiste en subir montañas. Así de sencillo. Aunque lo importante no es su definición o lo que es. Lo que resulta un completo misterio, lo que resulta atractivo para cualquiera que se lo plantee, es saber por qué razón alguien decide practicar este deporte. ¿Afán de superación? ¿Poder mirar el mundo desde un lugar único? Tal vez, todo se reduce a que la montaña está ahí y está para que alguien alcance la cima. El alpinismo como deporte aparece cuando desaparece la obligación del ser humano de escalar. Subir una montaña por cumplir la orden de un general o por cualquier otra razón que lo convirtiera en algo que había que hacer sí o sí, convertía esa práctica en algo muy distinto a lo que es la práctica deportiva. Pues bien, hasta finales del siglo XVIII no ocurrió que alguien decidiera alcanzar una cima por placer, por necesidad personal, porque sí. Las cosas han cambiado desde entonces. Un alpinista, hoy, es un deportista que esquía en la montaña, escala rocas, es capaz de salvar paredes de hielo, se orienta más o menos bien. Un alpinista es un deportista completo. Y los alpinistas forman un grupo de personas con unas características que les convierte en eso, en un grupo. Por ejemplo, su amor por la naturaleza les convierte en un conjunto homogéneo. Hasta arriba (The Ascent of Rum Doodle) es una novela de W. E. Bowman. Un libro que se ha convertido en todo un clásico de la literatura cómica y, por supuesto, una especie de obra de culto entre los hombres y mujeres que se dedican a subir montañas. Tanto es así que el propio Bowman se quedó perplejo cuando, allá por los años cincuenta, un grupo de miembros de la Expedición Antártica Australiana, bautizaron algunos lugares con los topónimos que el autor utiliza en su novela. Era un pequeño homenaje a una novela que no se vendió bien una vez que se publicó en 1956, pero que iba calando entre los alpinistas de todo el mundo. Alrededor de Hasta arriba han crecido muchos mitos. El contenido ha sido interpretado, casi siempre mal, de forma mítica, sorprendente e, incluso, con un punto de misterio inexistente. Si, por ejemplo, un número se repite constantemente en el texto, se han realizado lecturas que invitaban a pensar en mensajes ocultos tras el guarismo. Y en realidad ese número es el de la casa de los padres de Bowman. Esto hace pensar en la trascendencia de esta pequeña novela. No son muchas las dedicadas al alpinismo y esa es una de las razones por las que Hasta arriba tiene un lugar privilegiado entre los lectores que son, además, alpinistas. Pero la razón fundamental por la que la novela de Bowman es tan importante es que es un texto que te hace reír sin parar desde las primeras páginas. Nunca antes un grupo de escaladores fue tan ridículo, nunca antes se había relatado la subida a una montaña con tanta gracia. El dibujo de los personajes es maravilloso. ¿Se imaginan ustedes una expedición en la que el experto en orientación es incapaz de reconocer una calle de Londres, no sabe cómo llegar a otra y en la montaña le sucede lo mismo una y otra vez? ¿Y un médico enfermo cada día? Ya los nombres de todos ellos son de una ridiculez y un surrealismo extraordinario. Las situaciones que se narran van de lo hilarante a lo patético. Pero todo, a decir verdad, es entrañable, divertido, cercano. Como novela no resulta una obra de arte. La capacidad expresiva del autor está limitada y los recursos técnicos son escasos. No hay gran literatura en las casi doscientas páginas que mide la obra. Pero sí hay literatura divertida, literatura de la que sirve para eva-
dirse. Y, todo hay que decirlo, para acercarse al alpinismo. Sin grandes explicaciones técnicas, sin grandes dosis de información, pero con gran sentido del humor. Blackie Books acaba de editar la novela en castellano. Un libro muy bien cuidado que incluye el prólogo de unos de los mejores autores de literatura cómica de la actualidad, Bill Bryson. La traducción de Julia Osuna es exquisita y apunta algunos aspectos (a pie de página) que facilitan la comprensión de un humor que traducido podría resultar algo más distante de lo que es necesario. Muy recomendable y una opción para que los Reyes Magos hagan un buen trabajo (según nos dicen ya están de camino). Si tienen a un alpinista cerca y no saben qué regalarle, ya tienen una idea.
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AOtros deportes Todo el deporte se puede convertir en una forma de manifestación artística. Entre otras porque el deporte es cultura. Aquí se encuentra una muestra
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Los que patalean al viento N
o faltan referencias literarias, cinematográficas, pictóricas o de cualquier manifestación artística, sea cual sea, a la bicicleta y al ciclista; bien sean en forma de épica, de ocio, de esfuerzo o de amor por el mundo. Poetas como Fernando Villalón (el que patalea al viento, / como una bruja hechizada, / y sin pisar los caminos / por los caminos se lanza); novelistas como José Mª Merino o Alejandro Gándara, o el escultor Lillo Galiani, entre otros muchos, han tenido como fuente de inspiración la bicicleta y al ciclista. Dos películas y una novela pueden servir para introducirnos en el mundo del ciclismo en carretera y en su periferia. El Alpe d’ Huez (Javier García Sánchez, 1994). En esta novela se narra una etapa del Tour de Francia. Tres capítulos, tres ascensos a lo Alpes. Croix de Fer, Galibier y Alpe d’ Huez. Un médico-sicólogo que viaja en el automóvil del director deportivo del equipo al que pertenece el protagonista, ‘Jabato’, es el que va contando cómo el ciclista se lanza, en solitario, hacia la victoria de etapa. ‘Jabato’ es un ciclista que escala puertos a la vieja usanza. Aunque esta no es una novela mayor, García Sánchez logra que suframos con el personaje de principio a fin. Además de la trama, el autor introduce zonas expositivas que hablan del ciclismo, de lo que supone, de lo que es un pelotón, de la historia de este deporte y de su anecdotario. A lo largo del relato, aparecen nombres de ciclistas de todos los tiempos (Bahmontes, Coppi o Merckx, por poner un ejemplo). Y aparecen, aunque en esencia, los mitos de Sísifo e Ícaro. Técnicamente, el relato está muy bien resulto puesto que la elección de la voz narrativa es acertada. Ese médico hace que todo sea verosímil para el lector. Eso sí, nos encontramos con algunas zonas en las que se habla a fondo del ciclismo y puede resultar algo ajeno para los lectores que solo buscan una trama entretenida. En cualquier caso, es un libro muy recomendable si se quiere entender este deporte en su ámbito más profesional. Como anécdota, hay que decir que encontramos claras alusiones a Pedro Delgado y a Miguel Indurain. El primero (el año de la publicación de la novela) en pleno declive como corredor e Indurain convertido en grandísima promesa del deporte español. Los seguidores de este deporte disfrutarán de guiños, más o menos evidentes, en muchas páginas. Y momentos en los que duelen las piernas por el ascenso. El amateur (Juan Bautista Stagnaro, 1999). «Solo Dios sabe de lo que es capaz un hijo de puta». Frases lapidarias como ésta, diálogos ágiles, imágenes crudas llenas de realismo y un buen ritmo na-
rrativo, es lo que define esta película argentina que relata (esto es una excusa y sólo eso) cómo un tipo intenta batir un record para aparecer en el libro Guinness. La cosa es pedalear sobre la bicicleta en una pista desastrosa durante 130 horas, parando cada 4 durante 20 minutos. La película habla de la bicicleta como vehículo para alcanzar un sueño, pero también de ese récord que tenemos que batir todos en la vida. Vivir es una prueba tan dura como otra cualquiera en la que te cortan la luz, te cronometran el tiempo de agua caliente en la ducha y en la que se tienen que buscar soluciones sobre la marcha para poder seguir adelante. El Pájaro y Lopecito (Mauricio Dayub y Vando Villamil) son los personajes principales. Dos desocupados que tratan de encontrar la luz al final del túnel, sin medios, sin planificación, sin un lugar en el que caerse muertos. Pero el esfuerzo, el trabajo en equipo y la fe en uno mismo, serán las herramientas con las que trabajar para conseguir los objetivos. La última escena es extraordinaria (Ícaro también aparece en esta película) y la que nos enseña el paseo del Pájaro junto a la trapecista en bicicleta (un vertedero puede ser un lugar maravilloso hasta que te ponen los pies en el suelo), auténtica e inolvidable. Merece la pena echar un vistazo a la pantalla y comprobar cómo, sin grandes presupuestos; con un guión atrevido y, por momentos, profundo; y sin grandes pretensiones, se puede hacer cine del bueno. El Relevo (Breaking Away, Peter Yates, 1979). Dennis Christopher, Dennis Quaid, Daniel Stern y Jackie Earle Haley, son los protagonistas de esta película. Jovencísimos, claro. La película habla de la pasión por el ciclismo, del valor de la amistad, del afán de superación, de los sueños cumplidos y por cumplir. Paul Dooley (hace el personaje de padre del protagonista) está fantástico en su papel. El guión es muy ágil y el conjunto resulta más que atractivo. Es verdad que los años pasan y las cosas envejecen. Pero en el caso de esta película la cosa no es grave. El ciclismo como pasión, como vía para alcanzar la amistad más pura o como, sencillamente, ayuda para poder ligar, nutre un trabajo que tuvo una excelente acogida en su momento. Las historias de adolescentes alocados tuvieron un contrapunto con Breaking Away, ya que el deporte pasaba a formar parte de la trama como algo fundamental. El ciclismo es uno de los deportes con más seguidores en el mundo; es un deporte en el que los límites de la persona siempre están cuestionados; es una forma exquisita de mostrar las uñas a la naturaleza. Y un gran pulmón para la cultura de todos los países. Toca saber sobre él a través de las novelas, las películas, los cuadros o las esculturas.
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Otra película en la que el protagonista es corredor de fondo, en concreto de maratón, y en la que podemos observar esa idea de vida como carrera extenuante, es Marathon Man. En este caso nos enfrentamos a un thriller en el que el nazismo toma todo el protagonismo. Con un arranque espectacular, el realizador John Schlesinger nos arrastra al mundo del crimen, de la mentira, de la maldad más absoluta. La película logra momentos extraordinarios y la tensión narrativa se eleva hasta llegar a un clímax total. Eso sí, quedan algunos cabos argumentales sueltos. Posiblemente, en la mesa de montaje se tuvieron que descartar secuencias que explicarían algunas cosas. Por otra parte, los amantes de la ópera disfrutarán de una aria de la ópera de Massenet Herodiade (Oors, O cité perverse) que matiza a la perfección la acción y de parte de la pieza de Franz Schubert Der Neugierige que tanto gustaba a los nazis. Los amantes del maratón encontrarán otra metáfora de lo más atractiva en este trabajo (no pierdan de vista las imágenes intercaladas del corredor Aebe Bikila en el que piensa el protagonista mientras corre entrenando o escapando de los villanos) y, desde luego, una entretenida película en la que Dustin Hoffman y Laurence Olivier están enormes. Es casi obligado mencionar la película del director británico
Coge tu vida y corre E
l hombre que corre practica un deporte en el que nada ni nadie puede ayudar, en el que no se depende de máquina alguna. Resistir o ser veloz; ser capaz de sobrepasar obstáculos hasta llegar en el menor tiempo posible al final de la carrera. Quizá, por ello, es el deporte rey en los juegos olímpicos. El hombre en su medio natural y frente a sí mismo. Son muchas las páginas dedicadas a este deporte, muchas las horas de rodaje en el que el atletismo (concretamente las carreras de velocidad, resistencia u obstáculos) ha sido protagonista. Aunque algunas de estas obras resultan más relevantes que otras. Si centramos la atención en la literatura, nos encontramos, por ejemplo, con un excelente relato de Alan Sillitone titulado La soledad del corredor de fondo (The lonelines of the long distance runner). Nos cuentan cómo un muchacho recluido en un correccional tiene que entrenar para ganar una prueba entre centros. La fortaleza del texto no se encuentra en la trama (divertidísima, amena, gamberra y transgresora), lo importante es entender la gran metáfora construida por Sillitone en la que la vida se puede ver como una larga y dolorosa carrera de fondo en la que cada uno de nosotros debe elegir dónde está la línea de llegada, qué recorrido hay que cubrir o si se termina antes de tiempo. Pero, también, una carrera en la que nos encontramos con grandes peligros y grandes retos que debemos superar. La voz narrativa corresponde al personaje principal y eso permite al lector experimentar sin filtros lo mismo que él: pensamientos durante la carrera, la distorsión del tiempo, el sentimiento de soledad, el individualismo, la guerra declarada desde antes de los tiempos entre unos y otros (aquí Sillitone se centra en la lucha de clases que resulta fundamental para interpretar esta carrera que se nos cuenta; es por ello por lo que este texto se convierte en una narración de plena actualidad que removería conciencias entre los lectores). En 1962, se rodó una espléndida película que dirigió Tony Richardson. Tan recomendable como el relato original.
Hugh Hudson Carros de fuego (Chariots of fire, 1982). Una serie de atletas británicos preparan su participación e los juegos olímpicos de 1924 que se disputaron en París y terminan obteniendo diversos triunfos. La película obtuvo cuatro premios Oscar en 1981. Lo que se narra no se ajusta a la realidad histórica y se comenten errores de bulto en el argumento. Y esto no es algo que perjudique a la película (suele ocurrir con frecuencia), pero la intención con la que se comenten esas faltas de rigor, sí supone un problema. Carros de fuego se convierte en un panfleto propagandístico en el que se ensalza lo británico cuando, por ejemplo, esas olimpiadas fueron bastante desastrosas para ellos; se arremete contra los franceses para quedar por encima de ellos. Cosas de este estilo. Eso sí, la puesta en escena es primorosa, el vestuario está cuidadísimo, la música de Vangelis resulta inolvidable y el atletismo es el gran protagonista. El atletismo y los valores que el deporte, en general, aportan al ser humano: afán de superación, amistad, solidaridad. Queda para la historia cinematográfica esa primera secuencia que el fotógrafo David Watkin convirtió en una obra de arte (los corredores entrenan a la orilla del mar y suena la música de Vangelis). Si son tan amables, acepten una sugerencia de el que escribe: cuando corran; bien por placer, bien entrenando para participar en alguna prueba; no olviden su reproductor de música portátil. Está demostrado que escuchar música (en concreto, clásica) hace que la actividad cerebral permita una capacidad de reflexión mucho mayor. Y esos momentos en los que el ser humano se encuentra en soledad son, cada vez, más escasos. Comenzar con la novena de Ludwing van Beethoven o con algo de Mozart es una buena elección.
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Cine sobre el asfalto L
a aparición de Fernando Alonso en los circuitos provocó un considerable aumento del interés por el automovilismo en España. Pero la pasión por el motor no es nueva. Como dice uno de los personajes de la película Rush «los hombres aman a las mujeres, pero, por encima de todas las cosas, aman el automóvil». También hay mujeres que sienten esa misma pasión; se lo garantizo. El cine siempre se ocupó de encajar los motores rugiendo en las películas importantes y de usarlos como excusa para maquillar la mediocridad. Algunas dedicaron todo el metraje a este deporte; infinidad de ellas tuvieron en el automóvil una herramienta fundamental con la que narrar.
completamente estúpida y una heroicidad increíble entre los personajes. Por si era poco, el director Renny Harlin convierte los coches en una especie de cohete que si choca puede llegar volando a cualquier lugar improbable; los pilotos se bajan de su máquinas en medio de la carrera para ayudar a un compañero en apuros; la conducción que nos ofrecen es más propia de niños en una pista de karts que de pilotos profesionales. Y, claro, las carreras terminan pareciendo un capítulo de los autos locos. Stallone, Burt Reynolds y Kip Pardue, defienden sus papeles con poco éxito. Haciendo gestos no se puede ir a ninguna parte. Bullitt (1968). Si nos centramos en las películas que tienen en nómina a los coches como si fuesen un personaje más, podemos pensar en varias; pero nunca faltaría en una lista Bullitt. Dirigida por Peter Yates, con partitura de Lalo Shifrin (magnífica) y la actuación de Steve Moqueen (Jaqueline Biset le acompaña, pero solo eso). En Bullitt se encuentra la que es (mientras no se demuestre lo contrario) la mejor y más apasionante persecución en coche de la historia del cine. En las calles de San Francisco, subiendo y bajando cuestas, esquivando peligros, acelerando hasta límites insospechados. Un Ford Mustang G. T. 390 Fastback persigue a un Dodge Charger R/T 440 Magnum. Ambos son del año 1968. Los diez minutos que ocupa esta persecución son fascinantes. Si, además, sumamos que Bullitt es una excelente película policiaca que escapa de todo cliché y que Steve McQueen hace un papel imponente, hablamos de un clásico imprescindible para amantes del motor aficionados al cine.
Rush (2013). El realizador Ron Howard logra un encaje perfecto entre pasión por el automovilismo y carga dramática. Rush trata de ser un biopic sobre James Hunt y Niki Lauda (interpretados por Chris Hemsworth y Daniel Brühl respectivamente) y, al mismo tiempo, se centra en uno de los campeonatos más emocionantes y disputados de la historia de la F1. Los personajes se trazan con detalle y asistimos a un choque de personalidades brutal, a una historia llena de respeto, pero, al mismo tiempo, de odio. El guionista es hábil y va alternando las voces narrativas (de los pilotos) por lo que el contraste resulta más contundente. La dirección de Howard es impetuosa y logra que las escenas centradas en la competición resulten emocionantes y espectaculares. Algo más pausando es el ritmo narrativo cuando la cámara mira a los personajes desenvolviéndose en su vida privada. Howard consigue que, tanto Hemsworth como Brühl, dejen lo mejor de ellos mismos en cada escena. La arrogancia, la frialdad, lo milimétrico del carácter de Lauda o la pasión por disfrutar de la vida y por jugársela en las carreras de Hunt, quedan dibujados con exactitud gracias a las interpretaciones de los actores. Por su parte, Anthony Dod Mantle realiza un trabajo fotográfico espléndido (el tramo final es extraordinario) y logra que los efectos sonoros y la partitura conviertan la película en un producto de gran calidad Rush es un trabajo respetuoso con el carácter técnico de este deporte. Tiende a un realismo poco invasivo y a no meterse en charcos innecesariamente.
Dos en la carretera (Two for the road, 1967). El matrimonio visto desde la metáfora de un viaje por carretera. Crisis, pasión, infidelidad, complicidad, rutina… Todo lo que un matrimonio encierra subido en un coche y preparado para viajar. Gran parte de la acción sucede con el motor encendido y rodando por el asfalto. Stanley Donen presentó un producto muy amable jugando una baza segura: Audrey Hepburn. Albert Finney que está espléndido es el marido. La estética setentera predomina aunque la película, en general, envejece bien. La pareja, al son de la partitura de Henry Mancini (exquisita e inolvidable) recorre el mundo, su vida entera. Y Donen monta la película rompiendo la linealidad de la trama, llevando a sus personajes de un lugar a otro y de un tiempo a otro (por supuesto los espectadores vamos detrás). De este modo, estamos obligados a componer un puzzle que termina siendo la historia de cualquier matrimonio. Maravillosa película.
Driven (2001). Esta película es todo lo contrario a Rush. El guión de Sylvester Stallone es un desastre y el resultado es un reclamo para los locos del motor. Como si alguien aficionado al automovilismo se sentara ante un bodrio como si nada por el hecho de ver coches veloces en la pantalla. El reclamo es un insulto al espectador. Ruido de motor, música estridente, una historia de amor
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Un bate, una bola y tres películas D
os equipos. Nueve jugadores en cada uno de ellos. Nueve innings o entradas en las que se tienen que lograr el mayor número de carreras posibles. Un bate, el infield, el catcher… Un jugador lanza la bola y, si el bateador logra golpearla, en el campo comienzan a correr de acá para allá. El objetivo es que el bateador logre llegar al mismo lugar del que salió o que uno de los contrarios se lo impida. Más o menos es esto. Creo. En cualquier caso, si usted quiere saber algo más de este deporte y, además, desea realizar una actividad cultural al mismo tiempo, la mejor opción es ver alguna de estas películas Sucede todas las primaveras (It happens Every Spring, 1949). Divertidísima comedia ligera firmada por Lloyd Bacon que, sin pretensiones que vayan más allá del entretenimiento del espectador, cuenta la historia de un profesor universitario que descubre un compuesto capaz de repeler la madera. A mediados de los años 50, no existían los bates de aluminio. Era todos de madera y, claro, este compuesto logra que la bola haga unos movimientos extrañísimos y que el bateador no sea capaz de golpearla. El resultado es que Vernon, el protagonista encarnado por Ray Milland, se convierte en la estrella absoluta de la liga estadounidense. Pero el compuesto, del que no existe una fórmula y no se puede volver a fabricar, se va acabando. Tanto Ray Milland, como Jean Peters (Debby, novia de este) o Paul Douglas (compañero de equipo del protagonista) están muy bien en sus papeles. La película desarrolla un ritmo narrativo homogéneo y ágil. La trama es muy amable, los diálogos entretenidos y el conjunto hace que el espectador pase un buen rato. Algunos momentos resultan muy, muy, divertidos, Por ejemplo, cuando al compañero de Vermon le entablillan un dedo para seguir jugando y se ve incapaz de recibir la pelota o como atiende algunas llamadas telefónicas de su esposa este mismo personaje. La historia de Jackie Robinson (The Jackie Robinson Story, 1950). El béisbol fue considerado un deporte para blancos, y solo para ellos, hasta finales de los años 40. Jackie Robinson fue el primer jugador de color que pudo acceder a las grandes ligas norteamericanas. Fichó por los Dodgers de Brooklyn y tuvo que soportar una enorme presión por parte de todos aquellos que pensaban que los negros y los blancos no pintaban nada juntos. Terminó siendo un tipo muy popular al conseguir enormes éxitos deportivos y por mantener una lucha activa y contundente contra el racismo. La historia de Jackie Robinson la interpreta Jackie Robinson. Un excelente deportista. Tanto como mal actor. Soso, inexpresivo, inseguro. Un marmolillo, vaya. Entonces ¿por qué el director, Alfred E. Green, optó por él para interpretar el papel protagonista? Pues porque, en realidad, la película en una especie de alegato contra el racismo y a favor de la igualdad de oportunidades y porque la fama de Robinson significaba una gran taquilla. La película; además de contar algunas cosas sobre la niñez del protagonista, algo sobre su paso por las aulas, o la relación con su esposa; trata de demostrar que en Estados Unidos, al final, ganan los buenos y que el pueblo americano es lo mejor de lo mejor. Que lo de la segregación, la esclavitud y esas cosas, son puros accidentes sin importancia. Lógicamente, no cuela. Porque los que no somos de allí nos preguntamos cómo pudo pasar una barbaridad de ese tamaño (los problemas continúan estando en el mismo lugar).
Aunque el realizador intenta escapar del género documental, no lo logra. El protagonista es el propio Robinson, se mezclan una enorme cantidad de imágines reales con las filmadas para la película…Todo huele a documental y a panfleto político. Río arriba (Up the river, 1930). Si a usted le gusta el cine, entonces, le tiene que gustar el trabajo de John Ford. Esta es una de sus primeras películas sonoras. Por ello, técnicamente, es muy arcaica. Pero deja ver buena parte de lo que Ford era capaz de hacer. Su capacidad de observación o su actitud casi obsesiva por aquellas cosas pequeñas que otros ignoraron siempre, hacen de cada una de sus películas una joya. Incluso esta, que podríamos considerar como menor en la carrera de Ford, resulta deliciosa. Spencer Tracy y Humphrey Bogart se estrenaban. O casi porque en el caso de Bogart esta era su segunda aparición en las pantallas. Eran novatos y eran capaces de llenar la pantalla con su
carisma y su extraordinario trabajo interpretativo. A Tracy le habían invitado a que se tomara un tinto de verano, poco antes, en un par de estudios. A partir e esta película le contrataron y él se hizo famoso. Les acompaña, entre otros, Warren Hymer, un actor que encarna al tonto de la película (Ford sentía gran atracción por este tipo de personajes). Humer era un tipo muy problemático dada su afición a beber sin parar, a caerse redondo en el plató de rodaje o a orinar en los despachos de los directivos después de beberse una botella. Pero está magnífico en su papel. Su personaje y el de Tracy discuten sobre quien es el mejor jugador de béisbol de la cárcel. Sí, la cosa va de cárceles, de fugas, de gángsters, de amor y de una inocencia que solo se puede encontrar en una comedia como esta. Ford se atrevió, incluso, a incluir una versión muy carcelaria del tema Sant Louis Blues. Cine de verdad.
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‘Luces de ciudad’
Trabajo, talento y cosas que contar E
l deporte puede aparecer en cualquier ámbito cultural y de diversas formas. No es habitual que sean la ironía o la caricatura los soportes utilizados, pero en el caso de Charles Chaplin esto es algo casi obligado. Luces de ciudad (City Lights, 1931) es una de las mejores películas de la historia y tiene reservado un espacio de privilegio para el boxeo. Pura diversión, pura poesía, puro cine. Incluso los más detractores de la práctica del boxeo no pueden contener las risas y ver el cuadrilátero como un lugar en el que pueden pasar cosas maravillosas, si es Charles Chaplin el actor principal y director de la película en la que se usa este deporte para contar parte esencial de la trama. El combate de boxeo que disputa Charlot buscando ganar unos dólares y, así, poder ayudar a la mujer que ama es, sencillamente, una obra maestra. Como el resto de la película. Hablamos de una de las mejores cintas de todos los tiempos. Desde el momento que vemos cómo se prepara la velada hasta que finaliza, la caricatura que dibuja Chaplin representando el mundo de púgiles, promotores o managers, es de una finísima ironía, muestra un trazo delicado, incisivo, casi quirúrgico. Luces de ciudad cuenta la historia de un vagabundo que, durante los primeros meses de la Gran Depresión, conoce a una violetera de la que se enamora. Este personaje femenino está basado en el de la canción de José Padilla. Lo encarnó una extraordinaria Virginia Cherrill que consiguió la que continúa siendo la mejor ciega del cine. Su gesto lleno de tristeza (cuando no ve) y la de amor verdadero (cuando ha sido curada de su ceguera), no se ha vuelto a conseguir por parte de ninguna actriz. Seguro que la dirección de Chaplin, minuciosa y ultra exigente, tenga mucho que ver con esto. Luces de ciudad fue el quinto largometraje filmado por el director. Se trata de una película en la que se critica el mensaje de los poderosos por estar vacío y ser absurdo (la película arranca en una
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plaza llena de gente en la que los políticos y sus adláteres se dirigen a los asistentes y Charlot aparece para convertir el acto en una auténtica irrisión); en la que la invisibilidad se convierte en asunto principal (al personaje no le ve su amada porque es ciega; un rico y elegante amigo de nuestro Charlot no es capaz de verle salvo que esté borracho como una cuba); en la que queda clara la postura de Chaplin ante el cine sonoro que llegaba con fuerza en ese momento (para él, el cine es pura pantomima y eso solo lo puede representar el cine mudo y nunca el sonoro). La película de Chaplin es pura poesía. Si algún final ha impresionado al que escribe, ese ha sido el de esta película. Es muy difícil conseguir mayor expresividad con dos gestos y dos frases sobre impresionadas. La película de Chaplin te hace reír y te hace llorar con la misma facilidad. La película de Chaplin es accesible a cualquier tipo de público, no es cosa de expertos o cinéfilos, es una película para todos porque es emocionante, divertida y cercana a partes iguales. Es transparente y pura. Con un guion sencillo se cuenta todo lo que se puede contar. Es verdad que no deja de ser un cúmulo de situaciones que podrían funcionar de forma autónoma, pero, sin embargo, Chaplin consigue una cohesión admirable entre las partes que nos hace creer que la linealidad es absoluta. Viendo el trabajo de Charles Chaplin se comprende que no es necesario tener una inmensa fortuna para hacer cine, que no son los medios técnicos más asombrosos los que permiten hacer cine. Lo que es necesario para construir una obra de arte es trabajar bien, tener talento y cosas que contar. Así de sencillo. Luces de ciudad es la película ideal para cualquier amante del cine. Pero, también, para cualquier amante del boxeo, del deporte en general. Resulta impagable esa forma de enseñarnos la virilidad absurda que rodea un cuadrilátero, resulta divertidísimo comprobar que la técnica boxística puede servir para que nos riamos durante todo un combate, resulta extraordinario comprobar que el sonido de la campana se pueda convertir en motivo de diversión. Boxeadores y sus manías, sus supersticiones, sus carencias o la falta de sentido en algunos aspectos; quedan al descubierto cuando se colocan en el centro de una historia de amor como pocas veces hemos podido disfrutar. Si ven el título de esta película en alguna lista de las mejores, cien, cincuenta o diez, mejores películas de todos los tiempos, pueden fiarse. Lo es. Ya lo creo que los es. No les quepa la menor duda.
dres e hijos que nunca se traiciona, pase lo que pase. El boxeo es un vehículo magnífico que se presenta lejos de los tópicos de siempre, con realismo y la profundidad necesaria, pero sin que arañe un gramo de importancia a lo fundamental. Excelente película que firma David O’Russell. Este director puede gustar más o menos, aunque tiene un indiscutible talento al contar historias y al dirigir actores. El montaje es de lo más acertado. No hay un minuto que sobre y nada se echa de menos gracias a la focalización perfecta de la acción y la utilización de recursos adecuada. Excelente película que narra cómo Micky Ward ‘El Irlandés’ (Mark Wahlberg defiende el papel con solvencia) logra luchar por el campeonato del mundo de boxeo. Pegado a su hermano Dicky, viejo boxeador y viejo drogadicto, pegado a su madre, a una familia incómoda. Y a su novia Charlene (Amy Adams; ésta defiende su papel, a secas). Narra los conflictos que se generan en la familia con las nuevas incorporaciones, cómo la sabiduría de la experiencia puede subir a un ring con clara ventaja sobre la ilusión o el miedo. Narra cómo una familia entera claudica ante sí misma si es necesario. Excelente película por su emotividad, por su música arrolladora, por su autenticidad. El luchador (The wrestler, 2008). La vida en soledad. Randy ‘The Ram’ Robinson (Mickey Rourke) es un luchador profesional de wrestling que se arrastra por circuitos mediocres y va saliendo adelante como puede. En los años 80 fue una figura cotizada; pero la edad, los excesos con las drogas y su falta de cuidado con el entorno familiar, le han convertido en un hombre solitario que busca un refugio imposible en una bailarina (Marisa Tomei) y en su hija (a la que abandonó muchos años antes). Intenta rehacer una vida que nunca existió hasta que comprende que su mundo está encerrado en un ring lleno de perdedores, luchadores sin futuro y una muerte acechante. La película es estupenda. Darren Aronofsky, el director, busca a los personajes con largos travellings realizados con el steadicam desde la espalda, encontrando matices en ellos que nos desvelan lo más íntimo de sus estados de ánimo. No es una película explícita en su desarrollo aunque deja pistas suficientes para que podamos entender la trama en todo su desarrollo. El personaje encarnado por Mickey Rourke crece desde el primer momento. Intenta vivir del pasado sabiendo que no hay posible futuro que le pueda hacer feliz. La elección de este actor fue todo un acierto. Podríamos decir que iba maquillado desde casa. Ya saben ustedes que los excesos de Rourke han sido grandes y su aspecto es muy similar al que tendría alguien en las mismas circunstancias que ‘The Ram’. Se podría hacer una lectura de la película bastante cercana al mesianismo. Presten atención al diálogo entre el luchador y la bailarina sobre Cristo. Vean cómo se ofrece la sangre del luchador después. Y, en la escena final, no dejen de fijarse en los brazos en cruz del protagonista antes de… Más dura será la caída (The Harder They Fall, 1956). El engaño de todos. Última película de Humphrey Bogart. No llegó a ver su estreno puesto que murió poco antes. La película ataca un asunto turbio, sangrante: los engaños a los que son sometidos los boxeadores, las trampas que se hicieron siempre en el mundo del boxeo, la falta de escrúpulos de los managers con sus pupilos. Bogart interpreta el papel de un periodista, Eddie Willis, que no tiene trabajo y decide apuntarse a una estafa de tamaño gigantesco. Un boxeador argentino, el Toro Moreno, (interpretado por Mike Lane y que nos lleva a percibir esa mezcla entre lo pueril y lo estúpido que acompaña siempre a los púgiles) es un paquete y no podría ganar a un boxeador mediocre que le bailase treinta segundos sobre el ring. Llega a EEUU de la mano de Nick Benko (Rog Steiger) un promotor sin moral y sin el menor problema para exprimir a una persona y abandonarla de inmediato. Aunque en la película aparecen, por ejemplo, Max Baer o J. J. Walcott, no esperen encontrar una película sobre la técnica del boxeo. Se habla del entorno, de la falta de moral y, también, de la posible redención de las faltas (¿?). Una excelente última película de Bogart.
Más allá de las doce cuerdas A
pesar de los promotores y de las managers sin escrúpulos, de la prensa sensacionalista o de los amaños de combates, la vida sigue adelante. Porque hay futuros. Enclenques, oscuros y tristes, pero futuros al fin y al cabo. Tres películas excelentes pueden servir de referencia para saber cómo han visto algunos autores esa relación de los deportistas con los bajos fondos del deporte y con sus propias miserias. The Figter (2010). La lucha por las raíces. Excelente película. Sostenida de principio a fin por un actor del que siempre he pensado que era un marmolillo. Christian Bale. Reconozco que en The Fighter interpreta su papel de forma primorosa. Se integra con su personaje al máximo, se transforma físicamente, vocaliza como lo haría el verdadero Dicky Eklund. Fantástico, de verdad. Le acompaña Melissa Leo. Contenida, elegante dentro de un personaje cutre y casi ridículo que se rodea de una especie de tribu arcaica (sus hijas). Excelente película que parece hablar de boxeo cuando, en realidad, lo que trata de explorar es esa relación tan íntima que se crea en las familias y que permite al individuo agarrarse a sus raíces llegado un momento difícil, esa ruptura que llega para dejar sellado por siempre jamás un pacto entre hermanos, pa-
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‘21 horas en Munich’
El matrimonio imposible entre deporte y violencia
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blood of Israel. El conjunto encaja en lo que conocemos como telefilm. Algo así. Arranca la trama el 4 de septiembre de 1972 y narra las veintiuna horas siguientes que se vivieron en la villa olímpica de Munich. Los juegos continuaron su curso normal de competición. Es curioso que es una película sin nada a su favor (un reparto flojito, una trama conocida de principio a fin, unos medios técnicos bastante precarios...) termina funcionando bien. La cinta, sin grandes pretensiones, entretiene y no se hace pesada en ningún momento. Las actuaciones son horribles. Se libra del desastre William Holden. Pero tampoco hace nada del otro mundo. El papel es muy plano y no invita a lucimientos. Shirley Knight está correcta encarnando un personaje sin explotar. Franco Nero, un actor mediocre, hace un papel... mediocre. Y el resto pasa desapercibido porque la cosa no da para más. Los secundarios son los que se llevan la peor parte ya que, por lo que se ve, el director de la película estaba a lo suyo y no les dijo nada sobre como morirse, como caminar sin parecer un muñeco de trapo o como hacer gestos sin parecer un mamarracho. Else Quecke es la actriz que interpreta a la que fue primer ministro de Israel Golda Meir y, aunque el papel es cortísimo e irrelevante, logra una cosa muy importante: dejar claro con dos frases y tres ademanes qué postura tomó su Gobierno. Los efectos especiales, para ser un trabajo de 1976, no están nada mal. Y el resto de elementos técnicos pasan con un aprobado la valoración. Eso sí, hay que insistir en que la película entretiene y, por parto, cumple el objetivo. Me temo que no hay nada más detrás de lo que se ve. Salvo ceñirse a lo que sucedió aquel día de 1972 no parece que tengamos que buscar otra cosa. Hay que añadir que esta película podría servir de prólogo a la que filmó Steven Spielberg y que tituló Munich. Él se centra en lo que sucedió después de esta tragedia y cómo se persiguió a los responsables del atentado en la villa olímpica. No tienen nada que ver los dos trabajos, claro está. Ni en sentido técnico, ni conceptual. Pero pueden resultar complementarias para los que estén interesados en saber más sobre este asunto.
a gran tragedia del deporte mundial el año 1972 se produjo durante los Juegos Olímpicos de Munich. Un comando terrorista de la banda criminal Septiembre Negro, secuestraba a parte de la delegación israelí. En la operación de rescate perdían la vida secuestradores, deportistas y policía. Una auténtica tragedia y una penosa chapuza policial. Si algo está enfrente de la práctica deportiva, si algo es contrario al espíritu olímpico, si algo es incompatible con la práctica de cualquier deporte, eso es la violencia. Sin embargo, siempre se ha intentado mezclar una cosa con la otra o se han buscado vías de politización de una competición importante por parte de algunos. El máximo exponente de uso del deporte como plataforma de difusión de un acto terrorista se produjo durante los Juegos Olímpicos que se celebraron en Munich el año 1.972. Ochos terroristas palestinos que pertenecían a la banda Septiembre Negro, el 5 de septiembre de aquel año, entraban en la villa olímpica y secuestraban a buena parte de la delegación israelí. Los terroristas exigían la liberación de más de 200 presos palestinos encarcelados en Israel. El desastre fue absoluto. Y, por supuesto, el reguero de sangre abrumador. Parece ser que la policía alemana tenía indicios sobre la posibilidad de un acto terrorista durante los juegos aunque no dio importancia a las informaciones que había recibido. El Gobierno israelí puso a disposición de la policía alemana un comando de élite para asaltar la sede de su delegación y liberar a los secuestrados, pero se hizo cargo de la operación el jefe de policía de Munich, Manfred Schreiber, que no supo acertar con la estrategia y logró que la operación de rescate se convirtiera en una auténtica carnicería. Todo fue especialmente chapucero. Dejo los datos más específicos sin mencionar porque se pueden conocer en la película 21 horas en Munich (21 Hours at Munich, 1976), un trabajo que trata de arrimarse a lo que sucedió con toda la exactitud posible; y sería una faena desvelar detalles a los que no los conocen. La película es de estética setentera (ya desde los créditos se puede reconocer ese tipo de cine tan característico de la época) y el guion nace de la adaptación de la novela de Serge Groussard The
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‘Munich’
El terror hijo del terror A
unque Munich no es una película sobre deporte, sí es una cinta que se encarga de contar lo que sucedió tras el secuestro y asesinato de once deportistas israelitas durante los Juegos Olímpicos de Munich en 1972. Steven Spielberg hace una reflexión moral sobre el horror de la violencia, sobre la espiral de dolor que arrastra la conocida Ley del Talión. La película que trata sobre el atentado que la banda Septiembre Negro perpetró durante los Juegos Olímpicos de Munich el año 1972: 21 horas en Munich nos cuenta que fueron muchos los muertos, mucho el dolor que se generó, mucho el odio que se removió en unos y otros. Un acontecimiento deportivo como los juegos Olímpicos quedó marcado para siempre por la antítesis de lo que representa, por la violencia y el terror. Pero la cosa no quedó ahí. Todo empeoró. De hecho, parece que nunca podrá mejorar. Lo que se alimenta con violencia genera más violencia. Hacer pagar al enemigo con muerte provocará, antes o después, más muerte en cualquiera de los bandos enfrentados. Tras el atentado de Munich, el gobierno hebreo organizó una operación de castigo que se extendería durante diez años. Munich se centra en los dos primeros. Se formaron varios comandos que tendrían que asesinar a los responsables de la muerte de los once deportistas en Alemania. Spielberg se centra en uno de esos grupos. La duda, antes de ver la película, es saber si el realizador norteamericano logra cierto equilibrio al presentar los hechos (basados en lo que ocurrió aunque invadido por la ficción y, por tanto, ficción absoluta). Siendo judío y echando un vistazo a su filmografía, todo hace pensar que la balanza estará inclinada sin remedio. Y, a decir verdad, tampoco es para tanto. Spielberg intenta quedarse en un lugar neutral y, aunque no lo consigue del todo, logra un resultado bastante mejor del esperado. La película es estupenda. Técnicamente es una demostración de lo que supone contar con los mejores para hacer cine. El montaje es es-
pléndido, la banda sonora (incluye soul, funk, jazz y alguna pieza escrita para la película que matiza muy, muy, bien la acción) acompaña la trama sin invasiones innecesarias, la iluminación casi quirúrgica, el vestuario exquisito; todo es una maravilla. Los efectos especiales, visuales y de sonido, son verdaderamente buenos. El guion traza una línea para que el personaje principal vaya creciendo sin pausa durante los ciento sesenta y cuatro minutos que mide la cinta. Pero no olvida a los secundarios que se utilizan para iluminar al principal aunque con los matices necesarios para que no se agoten a los pocos minutos. No cae, el guionista, en la búsqueda de emociones baratas, ni siquiera trata de encontrar héroes, ganadores o perdedores. Las preguntas quedan planteadas sin que las respuestas aparezcan por ninguna parte. Sencillamente no existen. El ritmo narrativo de Munich, a pesar de ser una película de muchos minutos, no decae. Siempre encuentra el espectador un motivo para estar atento a lo que pasa, para reflexionar sobre lo que sucede. Porque el nudo moral que se trata de desatar es cosa de cada uno de nosotros, porque lo que nos presentan es un mundo que no podemos entender y que sabemos que es el nuestro. La cámara de Steven Spielberg va buscando encuadres siempre acertados, no estorbar demasiado a los personajes dejando que tomen posesión de la película aunque con cierto orden, claro. Los actores están muy bien dirigidos. Ni uno solo de ellos puede ser criticado por el papel que encarna. Es verdad que algunos papeles son cortos y algo más irrelevantes, pero nadie desentona. Eric Bana cumple más que bien; Daniel Craig hace gala de su mejor concepto interpretativo cuando el personaje se acerca a la falta de corazón; Ciarán Hinds está soberbio y Geoffrey Rush despliega todo su arte para conseguir uno de los personajes más inquietantes y cínicos de los últimos años. El resto del reparto, muy bien. Aunque el papel de la actriz Marie-Josée Croze es muy corto (apenas cuatro o cinco minutos en pantalla) hay que señalar que su aparición es una especie de terremoto emocional. No desvelaré nada para que los que no conozcan la película puedan valorar lo que voy a decir sin influencias externas: con Croze descubrimos el gran desastre moral que nos han ido planteando durante muchos minutos. Resulta impresionante la escena en el barco que se encuentra en Holanda. En fin, Munich es una película obligatoria. Fue maltratada en su momento puesto que ese equilibrio que buscó el director no agradó a nadie. Pero el cine no se puede medir con premios. Así que vean la película, por primera vez o segunda o tercera vez, y disfruten.
A45
Aladar
octubre
‘Open’
El tenis desde las tripas U
n libro escrito por un tenista? ¿Lo firma Andre Agassi? ¿Cómo puede ser esto? A la primera, sí. A la segunda, sí. A la tercera, porque Agassi siempre escribió bien (siendo jovencito hizo sus pinitos) y, sobre todo, porque tiene cosas que contar, en concreto una vida fascinante en la que su odio por el deporte en general y por el tenis en particular se convierte en el gran protagonista. Andre Agassi (o Andre Agassi + J.R. Moehringer = Andre Agassi que es el que firma el libro) tiene un don muy extraño que solo se encuentra en algunos escritores: es completamente honesto al escribir. Y no me refiero, al decir honestidad, a si cuenta verdades o mentiras, si oculta o describe con detalle hasta los detalles más insignificantes. No, eso es otro asunto. La honestidad de un autor se encuentra en la forma de escribir, en las pretensiones de alguien que comienza a relatar. El texto de Andre Agassi no esconde nada, pone las cartas sobre la mesa y nos dice: aquí están, con estas juego. Open es un libro que reúne los recuerdos de un jugador de tenis. Punto. No hay más. No se encuentra una sola frase que trate de construir un personaje distorsionado o recursos que nos arrastren a territorios en los que ese autor juegue con ventaja. El libro se lee con mucha facilidad. Es una de esas obras que se leen sin que el lector tenga tiempo para darse cuenta, sin que sea necesario un interés por el tenis. Hay que señalar que el libro no habla de tenis, no es un manual sobre ese deporte, porque el libro habla de personas, de sus miedos, de sus obsesiones, de los recuerdos que nos mantienen intactos a través del tiempo. Eso sí; si el lector es, además, fan de Andre Agassi o le gusta el tenis aunque Agassi no le llame mucho la atención; este es el libro que andaba buscando. Recuerda Agassi; los partidos más importantes de su carrera, los perdiera o los ganara; los entrenamientos... Pero, también, el postizo que lucía para ocultar su calvicie, su relación con aspectos diversos de la vida... Comienza el libro con el último día que Andre Agassi vivió como jugador de tenis profesional. Por el final, para dejar claro cuáles son sus intenciones. Agassi quiere dejar claro una cosa: no es importante el punto de llegada sino la forma de llegar. Y desde aquí, utilizando un lenguaje correcto y desenfadado, haciendo alguna pirueta literaria que no resulta pretenciosa en absoluto, siendo detallista en ocasiones o construyendo elipsis enormes en distintas zonas expositivas, Agassi va tejiendo una red de la que el lector no puede escapar. La escritura de Agassi es tan sorprendente como apacible. Vale, esto será cosa de J. R. Moehringer, pero el libro lo firma Agassi. Es verdad que a mitad del relato la tensión se pierde un poco puesto que el texto tiende a reflejar más datos de forma cronológica que en el arranque, pero no tanto como para aburrir al lector o algo parecido. Es emotivo todo lo que tiene que ver con las dos grandes historias de amor que el tenista ha vivido durante su vida. Aparece Wendy y fascina la forma de enfocar la relación con Agassi y cómo la zanja. Aparece Steffi Graff y el mundo de Agassi se pone del revés. El libro, que está novelado de principio a fin, es con estas historias donde toma mayor empaque literario. Open fue publicado en España por la editorial Duomo Nefelibata. Algo muy de agradecer. Por todo esto que se ha dicho ya, Open es un libro muy recomendable que explica toda una vida y hace comprender al aficionado todo aquello que veía en las pistas cuando Agassi estaba jugando con sus pantalones vaqueros, una melena enorme y un par de pendientes. El mito se explica a sí mismo. Un libro entrañable, divertido y sugerente.
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‘Red Army’
El baile rojo
El hockey como gran protagonista. Pero el otro de los atractivos del documental es la desintegración de la URSS y las consecuencias inevitables. Mientras damos una vuelta por la historia, descubrimos una forma de hacer deporte. Y una forma diferente de vivir. Red Army está montado con documentos de archivo y testimonios de los protagonistas. Todo ello buscando un tono muy soviético. Miembros de la KGB, familiares, periodistas de un lado y de otro y, por supuesto, jugadores. En esos documentos de archivo se mezclan los puramente deportivos y los que ilustran lo que era la URSS de aquellos años 80 y posteriores. El resultado es un trabajo lleno de emociones, de momentos cómicos, de tragedias personales y de contradicciones. Los que tuvieron que llegar a entrenar en solitario por su rebeldía terminan siendo políticos que arropan a Putin; los mismos que quisieron salir de la URSS para jugar en USA y Canadá, buscando dinero y fama, acaban pensando en la patria con gran dolor y desean regresar; entrenadores sabios y de enorme humanidad que nunca triunfan mientras un zoquete colocado por la KGB se lleva el gato al agua sin saber lo que es el hockey. Y el contraste más brutal es el que se produce entre los jugadores fríos y disciplinados de la URSS que juegan como nadie antes había conseguido y los representantes del mundo libre que son incapaces de generar un juego libre. El baile frente a los codazos y los empujones. Red Army deja clara una cosa: política y deporte van de la mano; la política se nutre con los éxitos deportivos; los intereses de los políticos se imponen por goleada frente a los deportivos. Para ver este documental no es necesario conocer el hockey. Este deporte es un vehículo narrativo que sirve de percha para el resto de lo que se ventila en la película. Aunque el que decide ver Red Army termina amando este deporte como exponente de todos los que se practican en el mundo. Espectacular, muy recomendable e imprescindible para todos aquellos que aman el deporte o la historia reciente del mundo. Solo un detalle más. Karpov dijo que «el hockey se juega como el ajedrez». Y esa frase resume todo.
C
uando el deporte se había convertido en una especie de medida de la superioridad de las grandes potencias mundiales sobre el resto, allá por los años ochenta, el hockey de la URSS era primoroso e imbatible. Tal vez el mejor equipo de todos los tiempos tenía entre sus filas a unos jugadores que sirven para contar la historia de una era y de un país. Uno de los mejores documentales sobre deporte que se ha entregado en los últimos años es Red Army, un trabajo dirigido por el estadounidense de origen ruso Gabe Polsky. Este documental es irónico, pero también logra una profundidad más que notable. Comienza y no sabemos si nos van a hablar de hockey, o solo de los rusos, o solo de lo que sea. Pero un minuto después de comenzar queremos, necesitamos, más hockey y que eso que nos han narrado se coloque en un lugar y un espacio y un tiempo concretos. Red Army, por eso, habla de hockey y de buena parte de la historia moderna. La URSS utilizó el deporte como una forma de demostración de la superioridad que tanto deseaban allí y, de esta parte (lo que era esta parte o sigue siéndolo... Ya no se tiene nada claro en este mundo en el que nos ha tocado vivir) los americanos lo utilizaban como divertimento y espectáculo. De paso, los soviéticos convirtieron toda práctica deportiva en algo casi aterrador, los equipos en maquinarias perfectas y demoledoras, carentes de alma; eso sí, impresionantes y de una belleza descomunal. Concretamente, el hockey fue uno de los deportes que se manejaron como material propagandístico de potencia extrema. Uno de los atractivos del documental se encuentra en ese dibujo de la URSS como especie de demonio que tanto asustó al resto del mundo; un demonio que repelía tanto como atraía por su fascinación. Y en cómo ese demonio se convirtió en otra cosa que no sabemos qué es. Porque todo lo que tenía que ver con la URSS se encontraba instalado en una nebulosa inexpugnable. Pues bien, en esa Rusia que ordenaba todo lo que la URSS era, un entrenador consiguió formar un conjunto que jugaba al hockey sobre hielo de forma primorosa. Bailaban, se divertían, eran imprevisibles, volvían locos a sus rivales. El entrenador se apellidaba Tarasov y el equipo estaba formado por jugadores de una talla desconocida hasta ese momento: Kasatonov, Marakov, Larionov, Krutov y Fetisov; los que fueron conocidos como Russian Five. Este último, Fetisov, es el protagonista y el documental se arma sobre él constituido como pilar narrativo. Al finalizar el documental, descubrimos o recordamos que Fetisov llegó a ser Ministro de Deportes en Rusia con Putin a los mandos.
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Aladar
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