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n ni e e a r en
PRESENTACIÓN Y SUMARIO
Cuando habla el alma
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REPORTAJE ENRIQUE PEÑA, ALMA DE UNA CUADRA CENTENARIA
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a llegado el invierno. En el campo es tiempo de lumbre, de tertulias, días en los que los ganaderos buscan la difícil alquimia de la bravura. Como la que durante varias décadas llevó a cabo Salvador Domecq, cuya historia repasamos en estas páginas. En el toreo aguarda una calma tensa que estallará cuando pasen las fiestas navideñas y comiencen los tentaderos, las contrataciones y la confección de las primeras ferias de la temporada. Como si la segunda semana de enero se diese el pistoletazo de salida a lo que está por venir. Es también tiempo de reflexión y este número de La Fiesta es ejemplo de ello. Antonio Ferrera, que lleva año y medio sin vestirse de luces por una lesión, habla a calzón quitado de sus sentimientos, del toreo, de arte, de filosofía… Su alma torera toma la palabra. También lo hace Enrique Peña para hablar de sus caballos toreros. Es el heredero de la cuadra que desde hace casi un siglo protagoniza los tercios de varas en la Maestranza. Ahí es nada. Javier Jiménez ha sido una de las confirmaciones de la temporada. Era cuestión de tiempo que el joven de Espartinas diese el salto al primer nivel. En una sincera charla, con su sonrisa siempre presente, habla del sufrimiento de estos años y de su evolución personal que es también su evolución taurina. También reflexiona acerca del toreo el escritor Carlos Abella. Es la primera vez que habla de su paso por el Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid. Gracias a todos por acompañarnos esta primera temporada. Cuando nos volvamos a encontrar, será 2017. Feliz año.
FOTO DE PORTADA
Manuel Gómez
EDITA El Correo de Andalucía, S.L. en colaboración con Dehesa Urbana, S.L COORDINACIÓN Y CIERRE Inmaculada Rivera y Alfredo Casas REDACCIÓN Y EDICIÓN Mario Juárez y Rocío Muñoz
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MANO A MANO CON ANTONIO FERRERA, LA SEMILLA REENCARNADA
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ATENTOS A... JAVIER JIMÉNEZ. CONVENCERSE A SÍ MISMO
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GANADERÍA SALVADOR, EL DOMECQ BRAVO
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REPORTAJE UN GUIÑO A LA HISTORIA DE LOS NÚÑEZ
COLABORADORES Daniel Hernanz, Juan Iranzo, Luis Miguel Parrado, Aner García Villarejo y Javier Núñez
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CARLOS ABELLA, BIÓGRAFO DE GRANDES GENIOS
Director comercial. Julio Galán P arque Empresarial Morera & Vallejo. C/ Aviación, 14. Edificio Morera & Vallejo II (4ª planta) 41007-Sevilla REDACCIÓN 954 48 85 00 FAX 954 46 28 81 Correo electrónico: publicidad@correoandalucia.es
DISEÑO Y CIERRE Francisco Oca y Miguel Pérez-Aradros
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FOTOS Manuel Gómez, Luis Miguel Parrado y Pepo Herrera.
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El efecto Simón Casas Daniel Hernanz
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na de las primeras cosas que hizo Simón Casas después de convertirse en empresario de Madrid fue, según dijo, reservar fecha para acudir a Casa Patas –la sede invernal de la Asociación El Toro– con la mano tendida. Se advierte una esperanza en el aterrizaje del francés. Como si el sorpasso de Simón en la baremación –¡por fin!– convalidara las tediosas reuniones del sector y amansara al aficionado quejoso. O al menos le tuviera distraído, porque la presión al taurino para que haga algo –lo que sea– ha disminuido. Como si bajase la crispación. No hay más que ver a Simón luciendo la chapita del Sin Toro nada tiene importancia –el escudo del torismo– mejorando cualquier meme imaginable. «Es como si la campaña empezara después de ganar las elecciones», decía alguien después de escuchar la encendida intervención del francés. ¿Campaña? Ese ardor, tantos años, no puede ser afectación. Lo más estratega que se le recuerda a este hombre será la forma de ganar Madrid, de resistir en silencio para no estropearlo –¡Simón mordiéndose la lengua!–. Pero el marketing es otra cosa, algo calculado, medido, preciso. Y darle la palabra al nîmois es como abrir una botella de champán después de agitarla. En todo caso, será una campaña todo él. Que viva en permanente campaña, en un bullir constante. Tanto entusiasmo da envidia, la verdad. Quién pudiera empezar una pelea como se inflama Simón hablando en abstracto del toro y el torero, piensas al escucharle. Por eso sorprende que sea precisamente ese entusiasmo uno de los recelos tradicionales que despierta Casas. ¡Como si fuese una tara! O como si hubiera que ir por la vida con la cara larga y diciendo «esto está muy mal, he perdido dinero» para inspirar la mínima confianza. Luego está lo otro que excita del francés: el trapío del toro de las figuras en sus plazas, el abuso de las hechuras. La gente empieza
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a hacer ejercicios de perspectiva guiñando un ojo mientras acerca y aleja fotografías del toro de Alicante para imaginar el de Madrid. Y preocupa, claro. Pero en Casas se desvela un personaje transversal que conjuga torismo y torerismo con una paridad apabullante, como un malabarista casi. El cárdeno en una mano y la figura en la otra. «He sido el primero en pedirle a Paco Ojeda que matara una corrida de Miura, y también una de Victorino. Y al maestro Manzanares. Y también a Espartaco: Miura y Victorino», declamaba Simón. «Y también a Jesulín de Ubrique: Miura y Victorino», añadió el nuevo empresario subiendo la apuesta. «Ooooohhh», reaccionaba la sala Patas como el que mira a un contorsionista. El modelo asambleario de Casa Patas tiene algo de 15-M. De brainstorming, donde cada uno aporta su cosa. Y también de juicio público; se escucha con atención, pero en cualquier momento se censura o se vitorea lo mismo que en una novillada de marzo. Todo sucede espontáneo y grave a la vez. ¡Respeto, respeto!, pide de vez en cuando el moderador. Se dirá lo que se quiera, pero Simón tiene cosas extraordinarias, muy singulares. La pasión, la visión -su apertura- y la perseverancia, por ejemplo. Son muchos años intentando Madrid entre querellas y fiscalías anticorrupción sin aburrirse ni agriarse, como si guardase la ilusión en una hornacina. Como si reseteara los fracasos. Para la UTE de Madrid, además, ha armado un equipo en el que se intuyen sinergias más allá de las habituales entre empresas –el ponme y te pongo-. Nacho Lloret, Curro Vázquez, José Ramón Lozano. Hasta Nautalia. Todos casan en apariencia, las ideas les convergen. Esta simetría no es habitual. En las últimas empresas de Las Ventas han coexistido verdaderos batiburrillos de taurinos, cada uno de su padre y de su madre. De hecho, Simón formó parte de uno de estos tripartitos marcianos. Pero hay algo todavía más infrecuente: se avista un proyecto optimista, trabajado. La meta no es ganar el concurso. Llegar a Madrid, partir el bacalao. Ahora se esbozan líneas de trabajo que alimentan la esperanza. Además del tema de la comunicación, donde Casas y su equipo siempre han sido avanzadilla, está lo de remediar las novilladas después de un año especialmente sangrante. Aquí parece haber quórum. También está lo de no apostarlo todo a San Isidro, abrir la programación en busca de una tauromaquia más rica y amplia. Huir de la atonía, esto se dice siempre. Y recuperar las noches, las nocturnas de verano como eje de una aspiración más ambiciosa: hacer de la plaza de toros un nervio ocioso y cultural de la ciudad. Entonces hablan de Las Ventas convertida en lugar de encuentro, con el toro ahí, vertebrando. Creo que se ha llegado a poner el ejemplo de las noches del hipódromo. Poner la plaza de moda. Bajar en julio por la calle Alcalá y ver las terrazas de Las Ventas llenas de gente cenando o tomando una copa antes, durante o después de la novillada. Quedar en Las Ventas. Lo mismo sale bien y todo esto se propaga a otros sitios. Madrid como inspiración, como tendencia. Ojalá un efecto Simón Casas.
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Alfredo Casas
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nrique Peña espera paciente a los pies del Carrefour de Camas. Tras saludarnos nos montamos en su coche y tomamos una carretera que pronto desemboca en caminos y cruces sólo aptos para rastreadores. Entiendo que el bueno de Enrique no confiara en el dichoso Google Maps e hiciera hincapié en quedar en plena civilización. Resulta curioso, después de unos pocos kilómetros de traslado por los terrenos de La Pañoleta, al entrar en la finca donde aguardan los caballos de picar de la cuadra de Antonio Peña, aunque casi podamos rozar la torre Pelli y sintamos el rodar ligero de los coches que colman la A-49, parecemos aislados y ajenos a Sevilla. A poco que nos esforcemos, nos sentimos en pleno campo. Se respira paz. Tras echar un primer vistazo a las cuadras y cercados y saludar a todo el personal, dejo a nuestro compañero Manu con sus cámaras y objetivos y me dispongo a conocer los secretos del cuartel general que fundara el que pronto fue popularmente conocido como El alcalde de los caballos. Toma la palabra su actual gerente, Enrique Peña: «Yo soy la cuarta generación. Todo esto lo inició en el año 1920 mi bisabuelo Antonio Cruz García de la mano de su socio El Camero, picador de Joselito El Gallo. Ya en el año 25 entraron en la Maestranza de Sevilla y… hasta hoy de forma ininterrumpida». Quienes conocemos al menudo Enrique lo recordamos vestido de luces no hace mucho tiempo. O sí, quién sabe. Preguntado al respecto, nuestro anfitrión explica «la cuadra me empujó a ser torero, matador de toros. En mi casa el toreo lo era todo. Siempre había un constante trasiego de toreros. No parábamos de viajar al campo y a las plazas. Aquello era un constante hervidero. Paulatinamente me fui involucrando más y más en la profesión e ilusionándome con ser torero, el dios de la Fiesta, para qué vamos a decir lo contrario. Eso es así. No le voy a aburrir con los avatares de mi carrera. –Silencio– Duré poco –risas–. El caso es que terminé regresando a la cuadra, al negocio estandarte, al buque insignia, de las empresas de mi familia. El contacto directo con el toro, el conocimiento de su comportamiento y reacciones en el ruedo, me permitió tener otra visión, una perspectiva más cercana, de la que tenía mi padre. Mi paso de luces por los ruedos me ayudó a comprender algunas de las claves de la cuadra, del manejo y la doma de los caballos, del verdadero sentido la suerte de varas… y digo algunas, porque en ello sigo. La cuadra y los caballos son un constante aprendizaje. Aquí no se para». Enrique, que habla en un tono moderado, no muy elevado, y sin sacar las manos de los bolsillos, prosigue: «Actualmente, yo soy el gerente, el que negocia con los empresarios y da la cara en los medios de comunicación. Desde que yo regresé a la cuadra, mi padre fue apartándose poco a poco del negocio. Es verdad que yo estoy al frente de todo esto, pero me gusta recalcar que esta es la cuadra de Antonio Peña, de mi padre, que es el verdadero propietario. Luego tengo un encargado, Mario Benítez, que es ¡diez! No existe un profesional más cualificado, capacitado y responsable. Y, después, todo el personal de cuadras que son quienes se encargan de cuidar, limpiar y echar de comer a los caballos. También algunos chavales que se acercan a montar y mover los caballos». Las palabras de Enrique despiertan mi curiosidad y provocan que me dirija al encargado. Moreno, fuerte, tímido, poco amigo de las grabadoras, el cauteloso Mario me cuenta: «Aquí trabajaba mi padre y aquí me he hecho hombre. A la Maestranza voy desde que tengo nueve años. Como mis padres querían que estudiara una carrera me licencié en biología, pero no la ejerzo, soy picador –actúa a las órdenes del novillero sevillano Pablo Aguado– y trabajo en la cuadra Peña –su tono es de verdadero orgullo–. Mi vida son el caballo y el toro». Inmersos en la conversación, a ambos les cuestiono sobre sobre las características de sus caballos toreros. Han leído bien, toreros. Por cuestiones jerárquicas toma la palabra Enrique: «Desde que tengo uso de razón, recuerdo que los caballos de todas las cuadras eran fuertes, gordos, bastos ¡y andaban muy poco! Eran animales mastodónticos y poco ágiles. Quizá nosotros
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fuéramos algo más finos, pero poco más. Sucede que yo estoy obsesionado con la estética del caballo. Busco un caballo muy determinado: bonito, armónico, estilizado, agradable a la vista… Selecciono morfológicamente, algo impensable no hace mucho. No todos los caballos valen. Como tal no existe una raza de caballos de picar pura, es un cruce entre el caballo percherón o bretón con caballos de raza inglesa y española. El inglés da un cuello largo y unas patas más finas y el español reúne más al animal y lo remata de la culata. Respecto a su comportamiento, le diré que cada caballo tiene sus capacidades, su personalidad... ¡Y sus días! Los hay que tienen días más desaboridos, más broncos y otros más agradables, más suaves. Es bueno, creo yo, que no todos los caballos estén cortados por el mismo patrón».
plaza independientemente de cual sea el toro a lidiar». Cada vez más suelto y relajado, no me resisto a aprovechar la ocasión preguntarle a Mario por su trabajo con los caballos desde que llegan por primera vez a la cuadra. «Cada caballo es un mundo y tiene unas condiciones y una personalidad concreta. Lo primero que hay que hacer con todos ellos es domarlos, que aprendan a obedecer las órdenes del jinete, y después adecuarlos a la disciplina de la suerte de varas: vestirlos, ir tapándolos para que aprendan a andar ciegos, tronarlos, ponerles el peto… Más tarde empezamos a empujarlos por ambos lados, algo que aquí hacemos manualmente con dos o tres chavales. Hay caballos que asimilan todo muy rápido y otros dan más guerra, van entrando con el tiempo, según el carácter que tengan. Es mucho el trabajo. No hay que trabajar nada con ellos para que consideremos que están listos para salir, por ejemplo, en la Maestranza. A las plazas de primera únicamente llevamos los caballos consagrados y vistos en todos los aspectos», explica con detalle. Por su semblante y gestos, es fácil comprender que Mario es un apasionado de su profesión. Está lanzado, no hay quien lo pare: «Es muy importante que comprenda que los caballos, además de su carácter, tienen sus momentos. A cada uno hay que llevarlo y dosificarlo de un modo. Ojito con apretarlos más de la cuenta, entonces los caballos se pueden negar y orientar ¡y la suerte tiene que hacerse limpia! Para eso estoy yo, para saber en qué momento se encuentra cada caballo. A un caballo que ha sufrido una cornada y ha estado parado un tiempo, no puedo coger y echarlo a una plaza importante o con una ganadería exigente. Imagínese la que prepararíamos en la plaza, el caballo podría quitarse, rehuir al toro, pararse… ¡un caos! Hay que ser profesionales y conocer lo que tenemos entre las manos». Mentalmente, llego a una conclusión: si los caballos tienen sus momentos, les influye el toro que van a picar. Sin darme cuenta, lo digo como lo pienso y escucho nuevamente a Mario: «Cada tarde y cada ganadería es un mundo. Por eso es tan
«La fiesta ya está adecuada a la sensibilidad de nuestra época. El espectáculo está bien así» La cara de Mario es un poema. Intuyo que su jefe le ha pisado el discurso; con todo añade: «Morfológicamente buscamos un caballo con una cara chica y un cuello en engarce de cisne, con un dorso largo y las patas fuera de la masa. Como ya ha dicho Enrique, estos caballos son fruto de muchos cruces, por lo que sus hechuras están embrutecidas, pero siempre los hay más refinados. De los cruces con caballos ingleses salen animales más guapos, pero los caballos españoles son los que más garantías dan, su porcentaje de nobleza es muy superior. Además, el caballo de picar tiene que tener tres virtudes: corazón, habilidad y fuerza. Si un caballo tiene esas tres capacidades será una estrella de la cuadra, podrá actuar en cualquier
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importante conocer exhaustivamente la cuadra y el momento de cada caballo. No es lo mismo picar una novillada que una corrida. Del mismo modo que no es lo mismo picar un encierro de Daniel Ruiz, que una de Fuente Ymbro o una de Miura… Yo estudio pormenorizadamente el comportamiento de los toros de cada ganadería ¡y también a los picadores! Hay hombres que andan más sensibles de manos, otros que tiran de espuela, unos mueven a los caballos más que otros… Le diría que hay un caballo para cada ganadería y cada picador. Y sí, hay una ganadería que me quita el sueño, la de Dolores Aguirre. Son toros que desequilibran mucho a los caballos, muy irregulares en su comportamiento: de chocazo, de ir y venir, de acostarse en un pitón… ya le digo que son muy complejos. El caballo que pique una corrida de Dolores debe de estar en su mejor momento, muy confiado”. De reojo veo sonreír a Enrique. Disfruta escuchando a su encargado. Quizá mi cara de sorpresa también colabore en su particular regodeo. Para rematar la cuestión y poder pasar al siguiente capítulo le pido que me cuente el valor añadido de los caballos de su cuadra. “–Suspira… los que mejor pueden decirle cual es el signo distinto de los caballos de mi cuadra son los profesionales; los picadores son los que se dan la vuelta a España cada temporada y montan los caballos de las trece o catorce cuadras que existen en la actualidad; ellos seguro que se lo dirán con criterio y certeza. Puede que antaño los escalones entre unas y otras cuadras estuvieran más diferenciados, hoy en no es tanto. Digamos que el nivel es más homogéneo, con sus diferencias, pero menos acusadas. Ahora bien, por lo que yo tengo oído –esboza una leve sonrisa-, ellos destacan la doma, algo fundamental para que los picadores tengan al caballo en la mano y puedan desarrollar su labor eficazmente, incluso con lucimiento; también mencionan la seguridad en los apoyos y su comodidad. Y otra cosa no menos importante, nuestros caballos están herrados y pelados, los petos están limpios y son nuevos, el peto que más tiempo se tirará en mi casa son cuatro o cinco años, no más. La
Las cuadras, amplias y acondicionadas, acogen a los caballos tras sus ejercicios diarios de doma. Foto: Manuel Gómez
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estética es importante. Y el cuidado de los detalles y enseres más. No nos permitimos descuidos en ninguna plaza, lo mismo da Sevilla que un pueblo remoto de la sierra de… Nada de dormirse en los laureles. Cada tarde es un nuevo examen», explica Enrique en tono grave. Me descubre el sevillano un fleco suelto: la competencia entre las cuadras de picar. Es ahora o nunca. Directo al grano, le cuestiono por sus competidores: «Sí estoy pendiente de la competencia, aunque quizá no tanto como debiera. Conozco las plazas de la competencia, conozco algunos caballos de la competencia, pero no es mi principal preocupación. Lo que de verdad me preocupa, en lo que mi empeño se centra es en que lo mío funcione y vaya bien. A partir de ahí… el que venga que arree. Puede que, ahora que lo pregunta, debiera de estar más atento a ellos, pero la verdad es que no lo hago. Decir lo contrario sería mentir. En la responsabilidad de cada uno está el cómo afrontar y desarrollar la profesión. Yo no tengo celos ni envidia. Que el aficionado decida con idénticos parámetros para todos. Por encima de todo hay que ser ecuánime y equitativo». Sincero y políticamente correcto a partes iguales, opto por escrutar con la mirada a Mario. Tras unos breves segundos de receso, acepta el envite para abordar la cuestión: «No es que me fije en la competencia, yo tengo mi camino. Tengo muy claro el tipo de caballo que quiero y como quiero que hagan la suerte. Mi idea es mía. Y cada cual que aguante su vela. El que apueste por el marketing y un caballo súper ligero, algunas veces sin poder, que se pasa media corrida por los aires, a tres metros del suelo, y lucha en franca desventaja pues… El caballo tiene que ofrecer pelea. Le voy a decir una cosa –levanta las cejas–, fíjese en lo que duran, la vida en activo, de algunos caballos de otras cuadras; si es que los queman, los atragantan, se los cargan. No hacen bien, pero cada cual… Menos marketing y más sentido común. Así pienso yo», concluye tajante. Ojú lo que acaba de decir Mario. Dice el refrán castellano que a buen entendedor, pocas palabras bastan.
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Continuamos nuestro paseo y nos detenemos frente a un pequeño cercado, el más cercano a la cuadra, en el que un becerro de pelo berrendo en colorado y de apenas unas horas de vida descansa junto a su madre. Nuestra presencia alerta a su vigilante progenitora. Muy cerca de ellos, la parada de cabestros de la Maestranza de Sevilla. Palabras mayores. Las mismas que utilizamos para analizar la vigencia de la suerte de varas. Vuelve Enrique a tomar la palabra: «Donde de verdad valoran y cuidan el tercio de varas es, indiscutiblemente, en las plazas francesas. En los dos últimos años nuestra cuadra ha sido contratada en Ceret; allí la suerte de varas es trascendental, tiene peso específico en el transcurso del espectáculo, no se trata de una mera formalidad de la lidia, de un requerimiento del reglamento. (Silencio) Aquí, en España, está costando trabajo que deje de ser un paso más entre el capote y la faena de muleta, el último tercio. Desgraciadamente, salvo en las corridas concurso de ganaderías o en localidades con una idiosincrasia muy particular, ahora mismo pienso en Azpeitia, no se cuida el tercio de varas. Y la verdad es que el público lo agradece. No me va a negar que ver arrancarse a un toro de lejos al peto del caballo no es un espectáculo singular y rico en matices. La verdad es que, en este sentido, estamos a una larga distancia de nuestro país vecino. Y yo mismo quisiera que la importancia de la suerte fuera otra. Indudablemente, en el ruedo, son los toreros los que se juegan la vida a carta cabal, pero no vendría mal un poquito de más cuidado del tercio de varas. Es que es muy lucido. ¡La lidia en su conjunto es lucida! Hay que mimarla y no consentir que el público se tome tiempos muertos y distraiga su atención de aquello que sucede alrede-
«Cada caballo tiene sus capacidades, su personalidad... ¡Y sus días! No deben estar cortados por el mismo patrón»
Enrique Peña (izquierda) conversa con Manuel Espinosa (centro), mozo de cuadras; y con Mario Benítez, picador y encargado. Foto: Manuel Gómez
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dor del toro. Quizá nos falte sensibilidad». Ya les digo que alto Enrique no habla ¿pero claro? Trasparente diría yo. Mario no se queda atrás y recalca: «Puede que algunos espectadores consideren a la suerte de varas como un mero trámite, el patito feo de la lidia, pero no lo es. ¡Para nada! Mire lo que le contaba Enrique. Es innegable la trascendencia y la importancia del tercio de varas en el norte de España y en Francia. Todo hecho con sentido común, criterio y sentido de la medida. ¡Hay que dejar a los toros largos! Poco a poco tenemos que ir concienciando a la gente de la belleza del segundo tercio. Dentro del conjunto de la lidia todo tiene su razón de ser, su sentido. No hay nada accesorio. No todo son faenas de muletas». Amén exclamo en mi cabeza. Otro problema al que se enfrentan en la cuadra de Antonio Peña, respeto el deseo de nuestros protagonistas, es el descenso de festejos y contrataciones, que no de espectadores. Según una reciente noticia, en el transcurso de la temporada de 2016, las plazas de toros españolas ganaron en 11% de espectadores. Ya quisieran en muchos teatros presumir de semejante incremento. Con todo, Enrique no esconde su preocupación: «La disminución del número de espectáculos mayores es para tener en cuenta. Ojo que las ferias, alguna de ellas de las importantes, cada día están más menguadas. Y las novilladas tristemente están desapareciendo. La prueba de mis palabras es que nosotros siempre hemos sido una cuadra de cien espectáculos por temporada, un número que controlábamos con solvencia; pues bien, ya llevábamos algunas campañas de setenta y esta última, la de 2016, ha sido de ¡sesenta y cuatro! ¿Es o no es para echarse las manos a la cabeza? Es que los números, como el algodón, no engañan. No nos ha quedado otra que asumir la actuación situación y adaptarnos. Me acuerdo cuando mi padre me contaba que el bisabuelo tenía entre ciento cincuenta y doscientos caballos. Imagínese –risas–. Y sé que, antiguamente, el reglamento exigía treinta y cuatro caballos
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por corrida y creo que, no lo sé exactamente, veinte para una novillada, pero… Ya le digo que no ha quedado otra que ir amoldándose a los tiempos y, a día de hoy, nos movemos en torno a los veinte caballos, igual alguno menos. Pero esto es para todos, también antes las figuras del toreo superaban los ochenta festejos, algunos incluso sobrepasaban la barrera de los cien, y actualmente el que más hace son unos sesenta paseíllos». Por el trasfondo de honda preocupación de sus palabras, le pregunto a Enrique si ha pensado en otras posibles alternativas económicas. «Algunos de mis amigos, los que saben de empresas y números, no paran de decirme que hay que buscar otros usos pa-
Las instalaciones están junto al Guadalquivir y prácticamente a los pies de la Torre Pelli. Foto: Manuel Gómez
«En 1925 la cuadra entró en la Maestranza de Sevilla y… hasta hoy de forma ininterrumpida» ra los caballos. Me comentan que no puede ser que mis caballos sólo sirvan para picar en la plaza. No sé… alquilarlos para romerías y otro tipo de actividades lúdicas. Pero esta casa, los caballos son para picar y torear. Que no lo sé, nunca puedes decir que… Pero mucho tienen que cambiar las cosas para que yo me plantee este tema», alude mientras pierde la mirada en los amplios prados que nos rodean. En sus ojos se vislumbra la nostalgia de tiempos pasados. No tan remotos como pueda parecer. Una época regida por unos principios y valores a los que Enrique se agarra como a un clavo ardiendo.
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El ejemplo de mi afirmación son sus palabras respecto a dos últimas cuestiones que abordamos ya con las estrellas gobernando el ancho cielo. Los días cada vez son más cortos. «¡Uy el animalismo! A los animales hay que cuidarlos, respetarlos y darles cariño, pero no olvidemos que los animales están para servir a las personas en nuestras labores. Cualquier ser humano siempre debe de estar por encima de todo animal. No perdamos el rumbo ni nos vayamos a extremos muy peligrosos. Y lo digo yo que tengo a mi cargo hombres que se juegan la vida, ojo la vida, por evitar una cornada a cualquiera de mis caballos ¡que ya es decir!», enfatiza Enrique mientras me mira directo a los ojos. No se esconde. Tampoco cuando le menciono la posibilidad de adecuar y suavizar visualmente el desarrollo del festejo taurino: «La fiesta ya está suficientemente adecuada a la sensibilidad de nuestra época. ¿Qué más quieren? ¿Reducir aún más el tamaño de la puya? Menos ya es imposible. ¿Establecer un número de intentos con la espada y el descabello? Sinceramente, creo que rozaríamos el ridículo y le restaríamos sentido a la lidia. El espectáculo está bien como está». Hasta aquí hemos llegado. Más que suficiente. Muchísimo más. En la grabadora llevo un tesoro. Siento satisfacción y responsabilidad. Y la certeza de que son muchas las voces a las que hay que poner un megáfono para conocer todas las realidades de la Fiesta de los toros. Es evidente que no podemos ni debemos de perder perspectiva. No en el actual momento. Una etapa de transición de la que seguro saldremos unidos, vertebrados y más fuerte. Más que nunca. Tiempo al tiempo. PD: Este reportaje va dedicado a mi buen amigo Manuel Espinosa, mozo de cuadras. Por tu incuestionable compromiso personal y profesional. Y por tu desbordante y contagiosa afición.
Mario Juárez / Alfredo Casas
veces he tenido la sensación de vivir una realidad que no tiene nada que ver con la verdad. Hay momentos en los que ese espíritu de artista te habla y lo hace desde la nostalgia, porque no puedes hacer algo tan simple como coger una muleta en tu casa. En este tiempo ha hablado la persona. —Un proceso de introspección tan fuerte es un arma de doble filo. Si descubre que no necesita el toreo para vivir… —Me he dado cuenta que vivir para torear es una cosa y vivir en torero es otra, mucho más seria. Se convierte en una filosofía propia y natural del propio ser. Me he dado cuenta que vivir en torero es una cosa muy seria. Muy seria. Estás cogiendo tus entrañas para exponerlas. Hay unos valores muy grandes, también como persona, que uno debe estar dispuesto a mostrar, lo cual no es nada fácil. Otra forma de vida, que para mí no es una filosofía, es vivir para torear, eso es otra cosa. —En la que no hay alma… —Es que una cosa es hacer lo que te gusta y otra lo que sientes interiormente. Y tener valor para exponer lo que sientes delante de un público, tu tauromaquia y tu vida delante de un animal, es algo muy serio.
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os citamos con Antonio Ferrera en el Colón, el hotel de los toreros en Sevilla y, en cierto modo, uno de los cuarteles de armas de La Fiesta. Y es que Rosana González, su directora, nos consiente. Previamente habíamos escogido a conciencia el rincón en el que sentarnos a conversar con el maestro extremeño. Decimos bien, Maestro. En mayúsculas. Pocas entrevistas más deseadas. Hacía tiempo que perseguíamos a Antonio, pero las circunstancias lo impedían. Por h o por b, nunca llegaba el anhelado encuentro. Hasta que una mañana de un sábado de finales de octubre, el torero dio el visto bueno definitivo y accedió a señalar fecha y hora. Del lugar nos encargamos nosotros. Conscientes de la importancia de la cita, quince minutos antes de lo acordado aguardábamos en el hall del hotel. La mañana no estaba para esperar a la intemperie. En Sevilla también sopla el viento norte. Y de qué manera. Con apenas unos minutos de retraso, Antonio hace acto de presencia. Luce una camisa blanca, pantalón beige y una cazadora de color chocolate que hace juego con los zapatos y el cinturón. Los calcetines ponen la gota discordante y de color. Es evidente que Antonio cuida minuciosamente los detalles de su atuendo. Por tratarse de un mes otoñal, el torero exhibe una poblada y cuidada barba. Se deja guiar hasta el lugar reseñado para tomar un café. A pesar de sentarse en un tresillo, lo hace en una esquina y se acomoda tímidamente. Tiene ganas de hablar. Viene dispuesto a ello. A la espera de un café que rompa las telarañas de los gaznates, comenzamos a romper el hielo.
LA BÚSQUEDA INTERIOR Casi sin darnos cuenta, una camarera deposita los cafés sobre la mesa. Entrados en harina, buscamos una mayor comodidad. Poco a poco, Antonio se ha dejado absorber por los cojines y la tapicería. Se nota que está a gusto. El caso es que nuestro guion, tampoco gran cosa, nada más que unas líneas básicas, ya ha saltado por los aires para desintegrarse. No pensábamos hablar de roturas óseas o de largas esperas. Tam-
«Vivir para torear es una cosa y vivir en torero es otra, mucho más seria, una filosofía del propio ser»
«Siempre he sido muy libre, sin pensar en las consecuencias y circunstancias de muchas cosas»
—¿Cómo está? —Estoy bien. He estado desaparecido sin hacerlo, porque tampoco tenía nada que decir ni podía desarrollar mi actividad como torero. Estaba andando un camino interior. No soy alguien a quien le guste contar cosas innecesarias. Aun así, he sentido mucho cariño y es de agradecer. Podría decir que estaba desaparecido, pero no olvidado. —¿Ha sido una especie de cura de desintoxicación? —No lo diría desde ese punto tan extremista, más bien ha sido un proceso de reencarnarse en la semilla que se sembró cuando era un niño. También ha sido un tiempo para madurar y reflexionar lo que ha sido mi vida y una etapa creativa. No me he sentido tóxico en mi profesión ni conmigo mismo, porque siempre he sido sincero, conmigo y con mis circunstancias. —Decía que ha andado un camino interior. ¿Una travesía en el desierto? —Me ha valido para darme cuenta de eso también. Llevo en esta profesión desde que era un niño y muchas veces la vida se desarrolla por pura inercia. He parado no porque haya querido, sino forzosamente, y eso me ha ayudado a entender muchas cosas como persona. No son momentos fáciles, porque tu espíritu torero quiere expresarse, y los toreros somos personas que en muchas etapas no hemos vivido como tales. En momentos así la vida te habla, y en estas circunstancias he podido realizarme y crecer como persona en otros ámbitos como la lectura, aprender a tocar la guitarra, a comprender muchas cosas que ocurren y que con esa inercia profesional no vemos… Pero fíjense, a partir de ello, un artista también se construye interiormente. Puede ser un desierto interior, espiritual, pero a mí me ha ayudado a ver, a mirar, a escuchar, a leer, a percibir, a sentir otros ámbitos de la vida. —¿Qué le ha sorprendido en ese proceso? —Me ha conectado mucho con una realidad que tiene que ver con la verdad. Cuando la vida lleva tanta inercia desde niño, a
poco de los victorinos perdidos, o ganados, quién sabe, por el camino. Bien pensado, nos presentábamos a dejarnos llevar por un torero que eleva a grados superlativos el propio sentido de la palabra. Torero, se dice rápido. Precisamente ahora que todos ellos quieren ser maestros. Con los pocos mortales que pueden presumir de tan litúrgico sustantivo. Porque litúrgica es la lidia. Puro ritual. Quizá por ello los toreros sigan vistiendo de seda y oro. Como los sacerdotes y los militares. No son nuestras palabras. Pertenecen al maestro Luis Francisco Esplá, ya retirado, pero siempre un faro, un verdadero referente ideológico para los profesionales del toro y los aficionados. Al lío que nos perdemos. —¿En algún momento de su carrera ha sentido que vivía para torear? —Creo que no. Siempre he vivido con mi ser, y esa ha sido mi esencia. Que en algunos momentos lo haya podido transmitir de otra manera… puede ser. Pero siempre he vivido desde mi propia esencia y por eso les digo que es algo muy serio, y con el tiempo uno valora mucho lo que es hacer vida de torero y vivir en torero; que no es aparentar ser torero sino rebuscarse creativamente para exponerlo en un escenario imprevisible. Yo siempre le he dado mucha importancia a esos sentidos, aunque se hayan podido transmitir de forma diferente. —También es algo lógico. La evolución va acompañada de la madurez. —En este tiempo me he dado cuenta de que, desde siempre, desde mis comienzos, he sido muy libre. No he pensado en las consecuencias y las circunstancias de muchas cosas, por eso les digo que mi esencia ha sido la misma. He ido sin ninguna estrategia, siendo quien soy. Ahora las circunstancias permiten que el cincel del tiempo tenga otro ritmo, otro compás y otro sentido. Para mí es algo motivante, porque viene desde un ámbito salvaje, de niño, que quiero que también prevalezca, pero de manera natural. Debe ser una prolongación de tu ser y
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El extremeño volverá a vestirse de luces la próxima temporada, tras casi dos años en dique seco por una lesión. Foto: Manuel Gómez.
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del sentir artístico y creativo interior. Sin que tenga que haber un cómo o un porqué. —Usted ha sido un outsider, un hombre libre. En sus comienzos incluso lo llamaban «Ferrari» para atacarle... Y lo cierto es que en los últimos años ha tenido el reconocimiento de todos. —Tampoco es que haya buscado salirme con la mía. Hombre, mejor que te llamen «Ferrari» que otra cosa (risas). Cuando una persona tiene un espíritu tan grande, tan salvaje, entiendo que se vea así desde fuera. En el toreo siempre ha gustado mucho poner etiquetas y hablar con tópicos de sus formas… y lo comprendo. Ahora entiendo ese instinto salvaje que he tenido siempre. Yo podía ser un día así, estar desbocado, y al día siguiente mostrar un aspecto totalmente distinto. Es como un león, que está al acecho, que llega un momento que explota y después sus movimientos son de sosiego y compás. Yo he vivido en ese punto, pero no porque haya buscado transmitir algo concreto, aunque desde fuera se haya podido ver así. —Pero en ese proceso de búsqueda interior constante, en el que uno lo tiene tan claro y lo ha demostrado, le debía reventar que se quedasen en la superficie. —Miren, yo creo que lo realmente importante ocurre cuando deja de importarte todo. Cuando de verdad sientes que ya no te importa lo que digan, cómo lo digan o quién lo diga, te das cuenta de quién eres verdaderamente. Ese es el punto en el que uno empieza a construirse interiormente, no para llevar la contraria o tener que demostrar que lo que dicen no es así, sino para dar un sentido evolutivo e interior a ese instinto salvaje. Cuando uno lo hace para demostrar, por un interés en estar ahí, en poder torear… volvemos a la reflexión anterior, al vivir para torear, no al vivir en torero. Cuando llega un momento en que tus sentidos se abrazan a ti, las pequeñas cosas son las que van llenando tu alma. Yo sé lo que soy y lo que siento, y cuando uno deja de pensar en el qué dirán, viene lo verdaderamente importante.
«Cuando entiendes que los sinsentidos son lo más racional, empiezas a sentir tu libertad para fluir» —Pero a todos nos importa lo que piensen de nosotros. —Una cosa es que te importe y otra que te influya. Claro que me importa que las personas no me entiendan, pero al menos que intenten comprenderme. Pero eso es algo que no puede influirte. Todo el mundo tiene derecho y libertad para expresarse y opinar, y más en un ámbito artístico como el nuestro, en el que estamos expuestos a ello. La clave es que no sea un tentáculo destructivo para uno mismo, sino más bien al contrario, debe ser otro factor evolutivo. LA DESNUDEZ DEL ALMA Enfrascados en la conversación, como abducidos por las apasionadas y serenas palabras de Antonio, en vez de repantingados, permanecemos en el borde externo de las butacas con los cuerpos adelantados. Casi como asomados al vacío, un abismo de ideas sin red. Hablamos de toros… y de la vida. O de la vida… y de toros. Qué más da. Hablamos, conversamos, nos comunicamos. Antonio lo hace a tumba abierta. Sin cortapisas ni prejuicios. Puede que sin pudor. No sabemos a dónde llegaremos. No hay control. Tampoco parece importarnos. —Habla de pudor, de expresar, de exhibirse… ¿Da pudor? —Da respeto. Los toreros, los artistas, en nuestro ámbito natural, íntimamente, siempre estamos creando: toreando de salón, en un tentadero, en un paseo, en una conversación, en una mirada, en las cosas más insignificantes… Y de repente dan las seis de la tarde y te encuentras en un escenario ante miles de personas. Eso da respeto, pero al mismo tiempo también el valor necesario para poder expresarlo, siempre que el camino re-
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El Hospital de Los Venerables acoge estos meses la exposición ‘Velázquez. Murillo. Sevilla’. Foto: Manuel Gómez
corrido hasta llegar a ese momento haya tenido naturalidad, si los cimientos de tu ser te dan esa fuerza para exponerlo y desarrollarlo, a la vez mostrando tus entrañas. Además, teniendo en cuenta que vamos a lo imprevisible, por mucho camino interior que uno haya recorrido antes. —Ustedes, los toreros, son los únicos artistas que, además de exponer su interior en el momento creativo, lo hacen en contacto directo con el público. —Uno de los sentidos más grandes que puede tener un artista es que lo que haga trascienda, y más si lo hace pellizcando el alma. Si no es así, es duro, es muy cruel, porque estás siempre indagando dentro de ti, soñando con ese momento, con los sonidos, con la luz… con todo. —Es un momento creativo que puede llevar al artista a la frustración. —Te envuelve en un dolor íntimo que muchas veces no entiendes. Después, cuando va pasando el tiempo, las horas posteriores, empiezas a comprenderlo, pero los primeros impactos emocionales son muy duros. Y eso, también tiene sus consecuencias en el artista. No es lo mismo para un escritor, que se encierra en su intimidad para después exponerlo en público que en nuestro caso, donde las sensaciones se viven en el mismo instante. Eso, interior y psicológicamente, son trances muy fuertes.
«Llevo en esta profesión desde niño y muchas veces la vida se desarrolla por pura inercia» —Muchas veces se habla de «torear para uno mismo» pero usted habla de la importancia de que trascienda esa creación. ¿La verdadera esencia es la realización personal o el reconocimiento? —Están íntimamente ligadas. Una siembra debe ser el caldo de cultivo de una forma a la otra. Si no trasciende en ti no lo hará fuera, pero para ello debe haber un camino, no lo hace porque sí. Por eso la filosofía de vivir en torero es tan seria, porque debe trascender en ti en el momento que actúas como artista, en las dos horas de espectáculo, no es algo que convocas cuando tú quieres. Es fundamental esa trascendencia interior, es el caldo de cultivo de lo que uno va a exponer una tarde de toros. Uno no puede obsesionarse porque esa trascendencia tenga que venir por determinados cánones. Debe llegar, no tienes que buscarlo. A veces lo hace en un instante, en un detalle… y esa también es la riqueza artística de los toreros, que no tiene por qué llegar todo en un bloque, sino que puede hacerlo por unas formas o por el escenario en sí. —¿La clave de todo ello es la naturalidad? —¡Claro! Pero con un matiz, debe ser sencilla, no impuesta. Puede ser sencilla, pero a la vez grande, que es cuando le damos sentido a las cosas. La naturalidad no viene por no darle importancia a las cosas, hay que dársela a la preparación, a lo que se piensa… La diferencia es el cómo. Y ahí radica la importancia de vivir en torero, que es algo muy serio. Yo no puedo pensar que no me voy a preparar demasiado porque así voy a transmitir más naturalidad, ni que no voy a pensar mucho porque pierdo imprevisibilidad… Es un estado natural de uno mismo en todos los aspectos, porque vivir en torero es una prolongación de tu mismo ser. A partir de ahí llega el compromiso y la responsabilidad de un hábito de vida natural, pero con unos componentes emocionales que no va a tener cualquier persona. La del torero no es una vida «normal». A veces estoy viendo la televisión en casa, me levanto y simplemente cojo una muleta para sentir su tacto, y aunque esté viendo una película, no dejo de estar conectado con mi ser. Yo creo que la sabiduría está en los hechos, no en lo que podamos decir. No hay que olvidarse que hablamos de transcender artísticamente delante de un toro. Y da
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Durante estos meses, Antonio asegura haber recorrido un camino interior que alimenta su alma. Foto: Manuel Gómez
—Luego un torero no puede ser un personaje. —Muchas veces vivimos mucho con él, quizá porque nos lo han inculcado en nuestros inicios. A mí eso me ha hecho sufrir mucho. Que el personaje de torero pudiera ganar a la esencia de la persona me inquietaba y me hacía sentir dolido con mi ser. Ahí aparece también la experiencia vital para tener el valor y la capacidad suficiente de ver que el importante eres tú. —En cierto modo, el torero es una especie de sacerdote. Cuando uno es consciente de su necesidad, de su sentido, de lo que le hace sentirse realizado… Usted es torero en todas las circunstancias de su vida. —Muchas veces no piensas que eres torero. A veces no lo entiendo, ni tampoco me preocupo de entenderlo ni de tener que comprenderlo. No me desgasto en ello, porque lo aceptas y lo abrazas, con todos los defectos que eso pueda conllevar también. Es una vida muy particular, muy especial, muy interior… No hay que juzgarse tanto. No hay que preguntarse por qué somos así, sino simplemente serlo. Cada uno lo transmitirá de una forma, tendrá unas capacidades… ¿Quién me iba a decir a mí que iba a empezar a aprender a tocar la guitarra? Al final, la clave es atreverse a ser quien eres y lo que sientes. A partir de ahí transmitirás a cada persona de una manera, pero no los juzgarás por ello, simplemente los respetarás y los comprenderás.
miedo. El toro hiere, tiene su instinto de vencerte. —Esa conexión interior les lleva a superar circunstancias a las que el común de los mortales no podría enfrentarse. —Miren, en estos meses de recuperación, ha habido veces que he estado mejor físicamente y en las que los médicos me han autorizado a torear en el campo y no lo he hecho. No he querido superar lo que me ha sucedido físicamente por premura de tiempo. He toreado cuando he sentido la necesidad interior de hacerlo. Hay un espíritu que, en cierto modo, se ha dormido, y al que he pedido tanto en tantos momentos complicados de mi vida, que ahora no lo quería hacer de forma egoísta. Lo he hecho de la manera más natural posible, para devolvérselo. Lo he querido hacer muy libre, muy puro para esos sentidos. A partir de ahí, ahora hay que andar el camino. —Habla de trascendencia, de seriedad, de expresión, de búsqueda interior, de verdad, de vivir en torero. Debe ser agotador… —Lo importante es cuando no se vuelve agotador. Si lo hace, es que no es verdad. Tú puedes sentir el esfuerzo cuando lo estás invocando, pero cuando es tu filosofía de vida no tiene que serlo, sino que debes sentir el sufrimiento de cincelar tus propios entresijos. Si se convierte en algo agotador es que no estás buscando algo mentalmente, no asimilando los momentos de forma natural. No puedes estar en búsqueda de algo para después hacerlo como torero. Va mucho más allá de estar con la mente puesta en ello, debe ser un estado natural. Ese es el auténtico compromiso y la verdadera importancia. No puedes estar luchando para que eso llegue, porque entonces sí que es agotador. —Estar asimilando hasta cuando se relaja o se está con amigos… —Muchas veces es de forma inconsciente. Hay un componente interior que te mantiene conectado, lo que en otras personas no pasa. Y si lo hace en otros ámbitos artísticos es muy similar, con la diferencia de que nosotros lo llevamos a una trascendencia distinta. —¿Y no cansa y aburre la búsqueda permanente de sentido? —Me he dado cuenta de que muchas veces las cosas no deben tener un sentido para un porqué. Estamos preocupados por darle sentido a todo. Cuando entiendes que, a lo mejor, los sinsentidos son lo más racional, lo más puro y lo que más te va a dejarte llevar, empiezas a sentir tu libertad… para fluir. Si uno está pendiente de que el sentido de los sentidos sea el que tú quieres, en el fondo le estás poniendo capas encima. Cuando ves que el sinsentido puede ser lo más grande, aunque en ese mismo momento no lo tenga… ¡estamos hablando del toreo desde lo más puro de su ser! ¿Por qué todo tiene que tener sentido?
«Lo realmente importante ocurre cuando deja de importarte todo. Te das cuenta de quién eres»
LA PERSONA Y EL PERSONAJE Nos miramos y nos reímos. De las sonrisas pasamos a las carcajadas. ¡Viva la Pepa! Bien pensado, Antonio lleva razón. La suya. ¿Por qué todo tiene que tener sentido? La pregunta resuena en nuestras conciencias como un martillo atizando al hierro candente sobre yunque. Puede que esta misma conversación ya no tenga sentido ¡O sí! Qué sentido ni qué ocho cuartos. Ya da igual. A estas alturas de la película, lo que es seguro que no tiene sentido es volver a atrás. Órdago a mayor, pequeña, pares y juego. —¿Quizá por eso muchos toreros veteranos vuelven, en cierto modo, a la inocencia de los inicios? —Siempre hay que volver a ese instinto de niño. Y tiene mucha más importancia hacerlo cuando has vivido ciertas etapas en tu vida, en la que tienes información. Tampoco hay que ser egoísta y querer ser el inocente de antes, sino que debe ser un componente natural más de todo lo que forma tu camino. Más que inocencia, lo que debe tener un artista en sus comienzos es libertad. La inocencia, sino se comprende bien, puede ser inconsciencia. La clave es ser un espíritu libre y querer ser o hacer ver que uno vuelve a sus inicios es un tópico, porque la naturalidad no puede ser impostada, creada, ni preparada, sino venir desde dentro. Lo importante es la libertad de espíritu.
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El diestro ya ha recibido el alta médica y ha comenzado su preparación en el campo. Foto: Manuel Gómez
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—¿De verdad hay tanta paz interior como transmite? —Seguramente no. No lo sé. Creo que es un estado natural de todas las personas que quieren sacar la esencia a su vida. El sosiego no se busca, hay momentos. La vida son momentos. Lo que sí es cierto es que intentas que sea un denominador común en ti. Hay momentos en los que estás desencadenado, otros que por circunstancias estás más intranquilo… Lo fundamental es sentir quién quieres ser, y serlo. En cualquier circunstancia y momento. El toreo no puede llegar por una necesidad, debe llegar por un estado, por un sentir… —Tendrá ganas de volver a ponerse delante… —Yo lo que tengo ganas es de sentir. Se puede torear, pero lo que tengo es inquietud por sentirme, y mucho respeto a las formas en las que uno debe sentirse, a los momentos y las circunstancias en las que tengo que hacerlo. No quiero ser egoísta ni en el cuándo, ni en el dónde, ni en el por qué, ni en el cómo. Los toreros siempre hemos sido muy egoístas en ese punto, en agarrarnos a nuestra profesión para superar cualquier contratiempo en la vida. Será, pero cuando de verdad tenga que ser. —Habrá quien después de leer nuestra charla piense que estamos sonados los tres… —¿Y qué? ¿Por qué vamos a pensar ya en lo que piensen? Estamos hablando, reflexionando. Eso nos tiene que dar también valor, no pensar tanto en el qué o el cómo vayan a hablar… Cuando se habla sin papel de regalo y sin la necesidad de ser un personaje, también es de agradecer. Ahora sí. Punto final. Nos deja Antonio cavilando. Quizá el torero haya roto algunos de nuestros esquemas. Puede ser. Nosotros que buscamos romper tópicos y etiquetas, nos vemos desarmados por un hombre, un torero que, a tenor de lo escuchado, tiene bien anclados los pies a la tierra. Apetece mucho verle torear. En realidad, contamos los meses, los días, las horas. Y es que el toreo es mucho más que muletazos. El toreo es un alma inquieta dispuesta a sacrificar su pudor para crear con inmediatez y, paradójicamente, sellar recuerdos perennes. Como muchos de los que ya tenemos. Con todo, vislumbramos muchos más en un futuro cada día más cercano. Todo llegará. Ya falta menos para la temporada de 2017.
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atentos a
Alfredo Casas
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abía ganas de hablar con Javier Jiménez. Siempre difícil encontrar el momento oportuno. No por su inmejorable disposición. En absoluto. Quizá por no despistarlo en el transcurso de una temporada, la de 2016, determinante en su carrera artística. Cada asunto a su momento. Por fin llegó el despertar de un torero que oía a su fuero interno, pero no se escuchaba. Atrás quedó el tiempo de la orejitis y del ardor guerrero, también de desatender voluntariamente a los propios sentimientos. El toreo no es un trabajo, es un modo de vivir y expresarse. A cada instante. Cada uno de los 365 días del año. Vestido de calle o ceñido en el traje de luces. Y Javier es torero. Vive por y para emocionar toreando. No tienen más que preguntar entre los integrantes de las cátedras taurinas de Sevilla, Pamplona y Madrid. Tres de los templos del toreo donde el diestro de Espartinas dejó recientemente su impronta torera. Y su sincera sonrisa. Una sonrisa vital que refleja la trasparencia de su alma torera. Ganas de conocer las razones que sostienen tanto regocijo personal. El que también trasmite nada más tender y estrechar la mano. Con fuerza y mirando a los ojos. Como los tíos
El torero de Espartinas ha triunfado esta temporada en plazas como Madrid, Sevilla y Pamplona. Foto: Manuel Gómez
—¿Por qué hay que estar atentos a Javier Jiménez? —Por una sencilla razón: los que vayan a verme a la plaza no van a salir decepcionados. No quiero decir que sea mejor o peor torero que mis compañeros pero, desde que decidí serlo, siempre he tenido una obsesión: no defraudar al público, que la gente no abandone insatisfecha los tendidos. Quizá por esa razón, en determinados momentos, he abandonado mi verdadero concepto y he hecho cosas que no debiera de haber realizado. —¿De qué se arrepiente? —No me arrepiento de nada, pero, cuando comencé a trabajar con José Luis –se refiere a su apoderado José Luis Peralta– atravesaba un momento difuso, estaba un tanto difuminado. Realmente no sabía cómo expresar mi concepto del toreo. Tuvimos que limar muchos vicios y defectos para llegar a mi verdadero sentir taurino. Es una lucha constante. Cuando veo que las tardes no rompen, que las faenas no toman vuelo, todavía sigo cayendo en la tentación de salirme de mi concepto… ¡entonces llegan las peleas! Por ejemplo: el toreo de rodillas. José Luis no me dice que no me eche de rodillas, pero sí me exige que lo haga para torear y en el momento preciso. De rodillas sí, como colofón a una faena y no como argumento básico. No sé si me explico –risas–. —¿Siendo novillero hubo de traicionar su concepto en muchas ocasiones? —Es curioso… ¡es que yo pensaba que ese era el camino! En mis dos años de novillero toreé mucho, corté las orejas, supuestamente disfruté de mi profesión, pero yo no estaba satisfecho… aquello no me terminaba de convencer… interiormente no me alimentaba. Quizá por esa razón no llegaba al público ¡No transmitía! Opté por un camino que no era el mío y terminé embruteciéndome ¡Era más bruto que un arado! –carcajadas–. Es verdad, de novillero era muy basto. En aquella época entendía el toreo, más que como un sentimiento, como una pelea a cara de perro. Y mire que me lo advirtió el padre del maestro Espartaco: «Tú no eres así, tienes otro fondo». Pero ya le digo que mi obsesión era poder con todos los toros, sacarles su faena y cortarles las orejas. Puede decirse que entonces era un trabajador del toreo… algo muy distinto a ser torero. —¿Qué hacía un estudiante de derecho trabajando en la arena? —¡Eso digo yo! –ríe abiertamente–. Quizá todo se deba a que el toreo comenzó en mi vida como una actividad extraescolar más. Es verdad que siempre me gustó, pero yo no fui el clásico niño que se plantó en casa para decir a mis padres «quiero ser torero». Mi madre siempre nos ha tenido muy entretenidos a mi hermano y a mí. Llegábamos del colegio y no parábamos. Todo eran actividades: un día a montar a caballo, otro día a jugar al fútbol, otro… ir a la escuela taurina. Poco a poco fui abandonando todo para únicamente ir a torear, pero no dejaba de
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ser una actividad de después del colegio. Cuando realmente me convencí fue finalizando mi etapa de novillero con caballos, casi de matador de toros ¡Hace dos días! –risas–. Digamos que me he ido convenciendo durante el camino. También es cierto que Espartaco padre, que fue y es muy cansino –risas–, me fue inoculando el veneno del toreo. —Cansino y exigente… —Duro de verdad. Le voy a contar una anécdota suya para que se haga a la idea de su exigencia. Toreaba yo en Zaragoza una novillada de la feria del Pilar. Seguía entrenando y hablando con él a diario, pero ya no me acompañaba; con todo siempre me veía o estaba pendiente de mis actuaciones. Un novillo de Los Azores al que le corté una importante oreja me dio una cornada. Todo el mundo hablaba muy bien de mi actuación. Le llamé desde la ambulancia y lo primero que me dijo fue: «Ese novillo se te ha ido sin torear; tenías que haber estado mucho mejor de lo que has estado». Después me colgó el telé26
—Carcajadas– Soy el único sí. Pero no tiene mayor importancia. No pudo ser. Las circunstancias del momento lo impidieron. No hay más historia. —¿Puedo afirmar que se encuentra inmerso en un proceso de refinamiento y pulido taurino? —Sin duda. Afírmelo sin miedo a equivocarse. Aunque más que inmerso en un proceso de refinamiento y pulido, debiera de decir que… estoy encontrando lo mío. Jamás en mi vida he sido tan feliz como en este preciso instante. Sé lo que quiero de verdad, he encontrado mi camino. Usted sabe lo difícil que es eso ¡Por fin! He pasado de estar completamente perdido a encontrarme a mí mismo. José Luis es el responsable, el gran culpable, de mi hallazgo. Ese tío es la leche. Cuando yo llego a entrenar a las nueve de la mañana, ahí está él. Y cuando me voy bien entrado el mediodía, ahí sigue, junto a mí. Su diaria dedicación, y compromiso, son plenos. Y en las jornadas de campo también. No le quiero ni contar los días que toreo.
«Lo que más me llena en la vida es hacer felices a otras personas y lo intento toreando» fono. Imagínese, yo que le llamé con todo el cariño… Poco después me volvió a llamar y entonces sí, entonces ya se preocupó por cómo me encontraba. Siempre ha tenido una fe ciega en mí, siempre ha sido muy cariñoso conmigo ¡pero exigente ha sido tela! A decir verdad, su confianza ha sido determinante para seguir luchando. —Hablando de los Espartaco ¿Ya ha superado el hecho de ser el único torero de Espartinas al que el maestro no le dio la alternativa? 27
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Duerme y come conmigo. Él me ha enseñado a vivir. —¿Siente la necesidad de tenerlo tan encima? —¡Hombre! –carcajadas– Por encima de todo somos amigos. Hemos conectado muy bien; por hacer el símil taurino: hemos empastado. Es verdad que Lipi y él son indispensables. Los tres tenemos una relación muy estrecha, pasamos juntos muchas jornadas. Los necesito porque no paran de aportarme cosas en todos los aspectos de la vida, no solo en el taurino. A los tres nos preocupa vivir y disfrutar de la vida, de los momentos. Además, me aportan sosiego. Me aportan tranquilidad cuando voy de calle, no lo quiero ni contar cuando me visto de luces. —De sus palabras se desprende que en su vida hay más cosas que el toro y la tauromaquia. —Claro que las hay pero, a fuerza de serle sincero, ahora mismo estamos usted y yo tomando un refresco y hablando de la vida… y yo estoy pensando en el entrenamiento de esta mañana –se disculpa entre risas–. Se me va mucho la cabeza. Lo siento pero vivo en torero las 24 horas del día. Si hasta estoy de juerga con los amigos y estoy pensando en el toro. Todo en mi vida gira alrededor del toro, todo. ¡Es mi vida! –Silencio–… y no me diga que las obsesiones no son buenas. No se trata de una obsesión, simplemente soy torero… es que soy torero. Y el torero lo es en todo momento y por siempre, las 24 horas del día y los 365 días de año. —¿Es fácil mantener una relación sentimental con una persona que vive por y para el toro cada uno de los días de su vida? —No es fácil. La verdad es que, para los toreros, no es fácil encontrar a esa persona que sea capaz de aguantarnos. Somos gente muy rara –risas–. En mi caso, ya llevo un tiempo considerable de relación con mi novia. Ella ha vivido junto a mí buena parte del camino. Si yo me pusiera ahora a salir con otra chica, sería muy complicado, le diría que prácticamente imposible. Tuve suerte de encontrar una niña tan buena. Ella es muy tranquila, tiene mucho sentido común y mano izquierda, no es nada enredadora… y me ha ayudado a encontrarme a mí mismo. Es difícil porque yo no tengo para compartir todo el tiempo que ella quisiera, pero eso nos ha enseñado a aprovechar cada instante que estamos juntos. No se trata de cantidad de tiempo, sino de la calidad del que exprimimos juntos. —Hablando de disfrutar, ¿realmente ha saboreado su temporada? —Muchísimo. El pasado invierno fue complicado. Significó el paso de joven a hombre. Fue un invierno movido. Sabía lo que quería, pero no terminada de encontrar la manera de llegar a ello. Recuerdo una conversación muy sincera con mi padre en la que le expresé mis dudas. Bajábamos en coche de Valladolid y él me preguntó que qué era lo que realmente me hacía feliz. Le contesté que lo que más me llenaba en esta vida es cuando una persona se me acerca para decirme que la he emocionado en la plaza. Él se limitó a decirme: «Pues ahí tienes la respuesta a todas tus dudas». Sinceramente lo que más me llena en esta vida es hacer felices a otras personas. Unos lo logran haciendo reír, otros componiendo música, otros salvando vidas… yo lo intento toreando. Si la gente puede encontrar algo de luz en mi alma torera, me puedo dar por satisfecho. —Dice el tópico taurino que los padres de los toreros cuanto más lejos mejor… —Interrumpe–… el mío no. Bien cerquita lo quiero. Mi padre y mi hermano son las personas que más me ayudan. Mi padre me acompaña a todos lados y evidentemente me aconseja cuando se lo pido, pero no ha impuesto nada de nada, ni se ha metido donde lo llaman; sabe estar en su sitio. Tanto mi padre como mi madre, lo único que han hecho en su vida es luchar por nuestra felicidad. Su principal preocupación es que seamos felices, que alcancemos nuestros objetivos, que seamos lo que queremos ser. Con el paso del tiempo me he ido dando cuenta de lo mucho a lo que ambos han tenido que renunciar por nosotros en todos los sentidos, tanto en lo personal como en lo profesional. Nosotros sí que somos su obsesión –risas–.
De cara a la próxima campaña, Simón Casas se ha unido al apoderamiento junto a José Luis Peralta. Foto: Manuel Gómez
—¿La suya es una historia torera de angustia y adversidad o por el contrario está disfrutando del camino? —Ha tenido dos partes. Una primera angustiosa y jodida; puede que no estuviera maduro para disfrutar lo mucho y bueno que me sucedió de novillero, pero ahora estoy disfrutando al máximo. Me dirá que no le he visto el color al dinero, algo que es muy importante, para qué nos vamos a engañar, pero estoy haciendo lo que quiero y me gusta. Vivo mi vida y mi profesión con tanta pasión que me siento pleno y lleno. Si yo me moviera por el dinero, estaría en un bufete de abogados trabajando –carcajadas–. Mire, si yo ahora mismo paro a ese chaval que va por la calle y le ofrezco un millón de euros por matar dos corridas de toros, ya le digo yo que la primera la mata… ¡la segunda no! La segunda no se pone ni el traje de luces. Pesa mucho. Son muchos los miedos. —¿Qué da más miedo: el toro o el largón de Espartinas apoyado en la barra del bar soltando guasas? —Risas– El largón me ha afectado mucho. Me daba mucho coraje. He aprendido a no echarle cuentas. Nunca llueve a gusto de todos, pero… Es duro que mi hermano y yo nos hayamos tenido que comer las hostias que iban para mi padre. Y mucho más duro para mi propio padre. Ya ve qué valientes. De todos modos, eso me hizo madurar y aprender a soportar la presión en el ruedo. Es parte del juego, uno hablarán bien y otros mal. —Si hablamos de su temporada ¿qué tardes fueron trascendentales? —Sin lugar a dudas y por orden cronológico: Sevilla, Pamplona, Málaga y Madrid. Sevilla fue una tarde de sensaciones. Me abrió el camino, me reafirmó en mis convicciones. Disfruté mucho a pesar de que era la única tarde contratada para toda
«En la enfermería de Pamplona no sentía las piernas, pero no me iba a quedar allí por nada en el mundo» la campaña. Tenía que ser sí o sí. Recuerdo que mi primer toro tuvo muy poquita fuerza pero muchísima clase. Y todos diciéndome: ¡tíralo! Pero yo tenía una intuición y decidí afianzarlo y mantenerlo contra viento y marea. Mi cabeza les daba la razón a quienes me pedían que lo tirara, pero aposté por mis sensaciones. Lo vi muy claro. Y fíjese, con aquel toro me olvidé del mundo y aprendí a disfrutar. A aquel toro de Torrestrella le debo lo mucho que me enseñó. —Creo recordar que aquella tarde fue uno de los dos únicos festejos de la Feria de Abril de 2016 que no se transmitieron en directo por Toros TV ¿Le dolió? —Dice bien, no se televisó. La verdad es que me molestó, pero soy consciente de en qué posición estoy en la vida. Para el aficionado, aquellos dos carteles eran fantásticos, muy a tener en cuenta, pero de cara al gran público eran los más flojos, puede que los de menos tirón en taquilla. Y no quiero por ello menospreciar a nadie, al contrario, pero así son las cosas. Creo que simplemente soy consciente de mi realidad, de lo que soy y tengo. —Hablando de lo que tiene; por lo visto en el ruedo de la Monumental de Pamplona bien podía decir que estaba usted más tieso que la mojama. —¡Así es! –risas– Nada tenía, salvo la oreja de Sevilla, que tuvo su repercusión. Aunque, entre usted y yo, hoy en día una oreja en una plaza de primera categoría no vale para nada. ¡Y sé de lo que hablo! Aún recuerdo la conversación que tuve con José Luis un par de días antes de anunciarse los carteles de la feria del Toro de Pamplona; le dije: «José Luis, yo tengo que estar en esa feria como sea». Lo veía muy claro. Hice un esfuerzo muy grande, fue una tarde muy dura, difícil de digerir, pero aún recuerdo la sensación de satisfacción que estando en el hospital sentí mientras estaba tumbado en la cama. Es verdad que
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aquel toro me dio tela, pero no me acuerdo de nada. Me dio pero no me acuerdo –carcajadas–. Ver a tanta gente emocionada fue muy bonito. Sin duda, eso es lo que más me llena. Fue tanta la entrega, natural, de verdad y sin concesiones. Recuerdo que en la enfermería no sentía las piernas, pero no me iba a quedar allí por nada en el mundo. Tenía la necesidad personal de volver al ruedo ¡y volví! —¿Por fin ha aprendido a escucharse a sí mismo y a darse la confianza para llevarlo a cabo? —Se puede decir más alto pero no más claro. ¿Sabe? Tengo
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muy desarrollado el sentido del ridículo. Es muy duro cuando, estando en el ruedo, piensas interiormente: «vaya petardo estoy pegando». Es que… ¡tierra trágame! Pero ya le digo que me he quitado esa vergüenza… puede que algunos complejos. Nunca me creí lo suficientemente bueno, ahora sí. Tengo la suerte de estar rodeado de grandes profesionales que son los que me han empujado. Con el tiempo su fe se ha convertido en mi fe. —Alguien me contó que estando en la enfermería de Pamplona recibió una llamada telefónica determinante ¿Es cierto? 30
Tras un proceso de cambio interior y también en sus formas, Javier reconoce haber encontrado el camino. Foto: Manuel Gómez
tia porque lo veía muy claro. Tenía que volver a salir como estuviera. —En Málaga le dieron los tres avisos en la tarde de los toros de Partido de Resina, los antiguos Pablo Romero. —De Pamplona salí con un collarín. Tuve tiempo de reafirmarme en mi camino. Tres días antes de la corrida hice mi primer tentadero. Fue de las tardes que mejor me sentí; estuve inteligente y fresco con dos pedazos de toros, muy grandes y astifinos ¡de Pablo Romero! Con todo lo que ello conlleva en el aspecto psicológico. Pero me atasqué con el dichoso descabello… y el toro para corral. Y las cámaras de Canal Sur en el tendido. En el callejón me quería morir. Todo el mundo se me acercaba para decirme: «No te preocupes; no ha sido más que un accidente». Y yo pensando: «¡Ni accidente ni leches!». Entonces se acercó José Luis y me comentó: «No le des vueltas, este es el camino. Llegará nuestro momento». A los cinco o seis días, no lo recuerdo exactamente, llegó Madrid… —¿Qué sucedió en Las Ventas? —Que llegó nuestro momento. Fue una tarde muy feliz, rematada con la puerta grande. Estuve tan tranquilo que recuerdo cada instante con absoluta nitidez, minuto a minuto, segundo a segundo… Por resumirle aquella tarde, sucedió que toreando al segundo de mi lote, una persona se levantó en el tendido y gritó: «gracias Javier». Imagínese… –se emociona– ¡Fue la leche! Aquella noche, después de la salida a hombros, de tantas llamadas y mensajes de felicitación, me acordé de las novilladas del valle del Terror, de una de Carriquiri en Arnedo más grande que sus muertos… de un tío de Fidel San Román, número 69 para más recochineo, que me tocó en Roquefort… en aquel en-
«Como novillero entendía el toreo como una pelea a cara de perro más que como un sentimiento» tonces toreaba conmigo un venezolano, Utrerita, que en la comida, sin venir a cuento, soltó: «El dinero que se gastó Michael Jackson en ponerse blanco… si hubiera venido con nosotros tres o cuatro tardes le habría salido bien barato» –carcajadas–. Sufrí mucho, tenía muchos fallos, mi mentalidad no era la adecuada… Menos mal que José Luis apareció en mi vida. En realidad, ahora soy consciente de que tuve que aprender muy bien las reglas para romperlas. Quizá haya aprendido a fluir… en lo taurino y en lo personal. —Recientemente ha anunciado que Simón Casas se une a José Luis para apoderarle durante la campaña de 2017. —José Luis es muy importante. Además, en la vida hay que ser agradecido. A José Luis nunca le ha importado si era 25 de diciembre ó 1 de enero, él siempre a mi lado. Y la recompensa fue muy pobre. Después de tanto aguantar, yo no podía darle la espalda. La apuesta por Simón es una apuesta personal. Es un tío que le da muchas vueltas a la cabeza y que tiene un pensamiento distinto y atrevido. Sinceramente creo que me puede aportar muchas cosas a todos los niveles. Pero que conste que yo voy a torear porque me lo he ganado, porque me lo merezco y porque he dado argumentos. Y me tocará refrendarlo. Que yo sepa, Simón Casas no hace milagros. Si me ponen al principio y no pasa nada, yo en Zaragoza no toreo; se lo digo bien claro, en Zaragoza no me anuncian. Entre todos vamos a ponerle sentimiento a mi temporada. —Con todas las vueltas que le hemos dado a la conversación, después de tantas idas y venidas, vuelvo a repetirle la misma pregunta del comienzo. ¿Por qué atentos a Javier Jiménez? —Medita la respuesta– Porque voy a seguir evolucionando y porque no pienso parar de crecer y crecer. La clave es que voy a seguir alimentando mi alma, mi cabeza y mi toreo. Pienso seguir creciendo como torero y como persona. (Comenta por lo bajini y entre carcajadas: ¡Ojú con la respuesta!).
—¡Lo es! –Gesto de sorpresa–. Todo se acaba sabiendo –risas–. Me llamó mi hermano, no recuerdo si cuando me trasladaron a la enfermería tras la paliza o entre toro y toro, y me dijo: «A nada que puedas, haz el esfuerzo de volver a salir que te pones a funcionar de verdad». Fíjese lo duro que tuvo que ser para él. Si en algún momento pude tener una duda, su llamada la despejó por completo. Que me llamara mi hermano, con el que tengo una relación tan fuerte, fue clave. Él, que nunca jamás me ha exigido nada, todo lo contrario que yo a él, que en las plazas sí que lo he apretado, se tomó la moles31
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En este 2016 que está a punto de dejarnos se ha cumplido el centenario del nacimiento de Salvador Domecq y Díez. Más que sabida es la trayectoria de sus hermanos Juan Pedro y Álvaro, uno por sentar las bases del encaste más señero de la actualidad y el otro por crear esa soberbia ganadería que es Torrestrella. E incluso la de Pedro, más conocido como Tío Perico. Sin embargo, pocos han glosado la figura de Salvador, tercero de los hijos varones de Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio, que con su hierro Toros de El Torero fue no sólo un referente ganadero, sino también el manantial donde fueron a beber muchas otras divisas.
Salvador
El DOMECQ bravo Luis Miguel Parrado
Barbate. En principio anunció la ganadería a su nombre y con un hierro distinto al actual, llegando a tomar antigüedad allá por 1969. Pero aquel diseño quemaba mal y no se distinguía en la piel de los animales, así que lo cambió, perdiendo esa antigüedad que retomó definitivamente el 27 de mayo de 1970. No fue sólo el dibujo del pial lo variado, porque a partir de ahí la divisa pasó a denominarse en los carteles como Toros de El Torero. Tras escindirse de la de sus hermanos, la nueva vacada tardó poco en tener personalidad propia. Contaba con retranca Álvaro Domecq cómo entre las ganaderías fraternas había una que salía más picante, porque así era quien la dirigía, refiriéndose a Salvador. Y es que lo tenía muy claro, tanto como que siempre quiso criar el toro que le gustaba a él, sin importarle que las figuras se anunciaran con ellos. Si no se los mataban los de arriba, ya lo harían otros y si no, los lidiaría en su plaza de tientas. Así se las gastaba una persona tan impulsiva que decía las cosas a la cara y sin pensarlas, incluso a las grandes figuras del toreo, y después se quedaba tan a gusto.
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uando su padre compró la vacada de Veragua él tenía apenas catorce años, edad ideal para que un niño se apasionara hasta los tuétanos por el toro. Poco antes de hacerse con ella, el primer Juan Pedro ganadero había adquirido a la familia Shelly la dehesa Jandilla, situada a las faldas de ese pueblo de blancura inmaculada llamado Vejer de la Frontera. La casa principal de la finca es ahora propiedad de María Domecq Sainz de Rozas, primogénita de Salvador. Afirman todos, incluso ella misma, que de los cuatro hijos que tuvo, María es la de carácter más parecido a su padre. Lo cierto es que habla de él y se le iluminan todavía más los ojos porque, a pesar de su edad, María es una explosión de vitalidad. Ese brillo en la mirada hace intuir muchas cosas. La principal, que su padre fue para ella un ejemplo de vida. De ahí su admiración a una forma de ser que maridaba el fuerte carácter con una bonhomía que le hacía tratar de igual manera a todo el mundo, ya fuera una celebridad o uno de los muchos tapias que llegaban a su casa buscando apurar una becerra en el tentadero, aunque eso sí, alguno de ellos aún recuerda el genio de Salvador cuando se le ocurrió ir a sacar una erala del peto antes de que él lo indicase. Sin embargo, ese mismo día tuvo el gesto de dejarle una vaca entera al incipiente torerillo. Recuerda con devoción María las andanzas de su padre, que durante muchos años llevó en triunvirato junto a sus hermanos Juan Pedro y Perico la vacada familiar, anunciada como Juan Pedro Domecq y hermanos. De hecho, hacían los tentaderos juntos, aunque la mentalidad de Salvador era completamente distinta. Así, Juan Pedro buscaba un toro comercial, que fuera muy toreable en la muleta y gustase a las figuras, mientras él quería un animal enrazado, con movimiento y en absoluto dulcecito. Por eso, aunque la capacidad decisoria última era de Juan Pedro, Salvador siempre tuvo una libreta propia con anotaciones de letra casi ilegible en las que apuntaba detalles que su hermano no valoraba tanto como él, fundamentalmente el comportamiento del animal en el caballo, que para Salvador resultaba básico. Esa diferencia de criterios hizo que a mediados de los años sesenta acabara por independizarse, creando un hierro propio al que agregó las vacas y sementales que le habían correspondido tras la partición del hierro familiar, que se realizó haciendo tres lotes estudiados hasta el último detalle antes de ser sorteados ante notario. Salvador se llevó su parte a El Carrasco, una finca que poseía en Arcos de la Frontera, donde tuvo poco tiempo el ganado, justo hasta que compró la dehesa El Torero separada de la matriz Jandilla sólo por la linde natural del río
Salvador se mostró feliz con la idea de que su hija mayor fuera la primera Domecq titular de un hierro
Salvador Domecq y Díez, casi un siglo dedicado a la crianza del toro bravo. Foto: El Correo
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Menudo era como para plegarse al criterio de nadie. En su casa mandaba el suyo, el mismo que le hacía pegarle hasta 15 puyazos a una erala en el tentadero, a pesar de que, en la muy torerista década de los ochenta, su sobrino Juan Pedro le dijera que el camino que había que buscar era el de la muleta. Por experiencia sabía que lo hecho por los toros en el tercio de varas es lo mismo que desarrollan después, y por eso no hacía mínima concesión en los tentaderos respecto a su actitud frente al picador. Bueno, sólo una, la que su intuición ganadera que, cimentada en horas y horas repasando familias y reatas, le hacía rescatar por la confianza que le inspiraba su carga genética a determinada erala o semental que no había conseguido una gran calificación en su tienta. Como todos los grandes, tenía esa inteligencia natural que le llevaba a echar a las vacas algún toro como Faisán, que pese a obtener sólo 7-8 después resultó ser un gran padre de bravura. Más todavía lo fue Artillero, al que su sobrino Juan Pedro sacó nada menos que diez raceadores, convirtiéndose así en pilar básico de su ganadería.
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ar os e emplares protot p cos de al ador omecq ntre ellos un semental entenc ado de nom re y de pelo ne ro con a os de edad o os u s uel arra o
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De izquierda a derecha: Juan Pedro, Salvador, Álvaro y Pedro Domecq y Díez. Sentado, Juan Pedro Domecq Núñez de Villavicencio. Foto: El Correo
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Pues bien, este Artillero no fue aprobado en el tentadero, pero Salvador confió en él porque su olfato le decía que había sido toreado furtivamente por la noche y sólo esa era la causa de su mal estilo en una prueba que consideraba fundamental. Más aún, sentenciaba que el tentadero era la labor más importante de una ganadería brava, y no acertaba a comprender cómo algunos criadores se tomaban ese día como una fiesta. Fiel a su línea, los triunfos no pararon de llegarle en las casi cuatro décadas que estuvo al frente de su divisa, cerca de cuarenta años en los que siempre fue consciente de que buscar ese toro enrazado hacía que los de mal juego degenerasen en genio, y las consecuencias de ello podían ser que se quedara con ellos en casa. Eran los años ochenta, cuando se buscaba ese otro toro de menos motor, el que su sobrino Juan Pedro denominó como «artista». Y entonces, mientras Salvador continuaba seleccionando animales con temperamento, una figura esencial para esa etapa de la ganadería se hizo presente. Fue la de su hijo Francisco que, complementado a la perfección con su progenitor, suavizó esa búsqueda sin descanso del animal enrazado, dando con la clave para que a la vez tuviera profundidad y rompiera para delante. Ambos hicieron una collera memorable de ganaderos que llevó la divisa azul y roja a lo más alto, siempre con los mejores toreros y en las ferias de más tronío, entre ellas Sevilla, que desde siempre y por siempre fue su plaza favorita, aunque fuera en la que más miedo le daba lidiar. Y con un valor añadido, el de ser ganadería a la que acudían otros muchos criadores, bien para empezar su trayectoria, bien para darle un refrescón de raza a la que ya poseían. Los primeros de todos, sus propios hermanos y sobrinos. Relata su hija María que, excepción hecha de a la familia, era muy reacio a vender, pero que poco a poco fue haciéndolo porque Francisco veía ahí un muy buen negocio. Precisamente la venta de una vaca llamada Liviana, madre de dos sementales, propició una de las pocas discusiones entre padre e hijo. Cuando Salvador vio que ese animal iba en un lote que había comprado César Rincón le echó una bronca curiosa a Francisco, porque no acertaba a explicarse cómo había podido desprenderse de un vientre de tanta nota. Años después, muy cerquita de la finca El Torero, en la plaza de El Puerto de Santa María, Jesuli de Torrecera indultaba un toro llamado Liviano marcado con el hierro de El Torreón, propiedad del torero colombiano. Bien sabía Salvador lo que su hijo había dejado ir, pero seguro que Francisco sabía perfectamente el buen negocio hecho con aquella venta. Sin embargo, dicho está, era muy generoso con sus familiares. Y por eso no le importó cederle a su sobrino Fernando la vaca Jarabita, que parió aquel toro de Zalduendo frente al que Emilio Muñoz sublimó el toreo una feria de Abril allá por 1999. Y no tuvo problema en elegir y regalarle a su sobrina política Teresa Morenés, por aquel entonces casada con Juan Pedro Domecq, una erala jabonera hija de Gacetillera, a la que se rebautizó como Ilusión, en referencia a la mucha que le hacía a Teresa recuperar esa pinta en su ganadería. Esa hembra, única que salió de El Torero sin que su dueño la viera tentar, engendró un semental del mismo nombre que a partir de los años noventa cubrió de esa capa tanto su propia vacada como todas las que en los años siguientes se surtieron de ella. Antes y después de eso Salvador vendió a nombres como Diego Puerta, Martín Arranz, Ruiz Palomares, Las Ramblas o Dámaso González, con el que de siempre le unió una amistad muy especial. De hecho, ningún otro matador llegó a tener con Salvador el grado de afinidad que logró el de Albacete, de quien decía que era el torero con más temple que había conocido. Iba esa amistad mucho más allá de lo puramente taurino, porque además compartían aficiones, y eso hacía que Dámaso pasara buenas temporadas en tierras de Vejer. Eso sí, ni con él transigía a la hora de ceder en determinadas cuestiones. Para muestra, un botón. Era Salvador un enamorado de los coches, y un día apareció Dámaso por la finca al volante de un flamante Mercedes último modelo de estreno que no tar-
Ejemplar típico de Salvador Domecq, en el que destacan tanto la armonía de hechuras como su seriedad. Foto: Luis Miguel Parrado
dó en probar el veterano ganadero, quedando entusiasmado. Como le había gustado tanto, el matador le sugirió cambiárselo por un eral que habían tentado esa misma mañana. Propuesto el trueque, Salvador le espetó: «Dámaso, no hay dinero que pueda pagar ese becerro… pero si lo necesitas como semental yo te lo presto encantado». Así era la grandeza del Domecq bravo. La de un hombre que no era envidioso con los demás, hacía las cosas de frente y prefería espetarle a alguien un «no te lo quiero decir» antes que andar con engaños. Con cerca de 80 años sufrió una pérdida irreparable, cuando su hijo y mano derecha, Francisco, fallecía en un accidente de tráfico en agosto de 1995. Dos años después se producía la primera escisión de la ganadería familiar cuando María creó el hierro de Lagunajanda. Aunque pudiera parecer lo contrario en un mundo como el de la ganadería, donde a la mujer le ha costado tanto entrar, Salvador se mostró feliz con la idea de que su hija mayor fuera la primera Domecq titular de un hierro, e incluso la acompañaba en los tentaderos, dándole opiniones tan valiosas como cuando en su primera tienta de machos le aconsejó echar a las vacas un eral llamado Pantera, que despertó dudas en la novel criadora a la hora de aprobarlo. No en balde, ambos habían compartido a lo largo de los años muchos paseos a caballo, en los que María recuerda como ella llegaba a desesperarse ante las mil vueltas que su padre le daba a los toros, escrutándolo todo y llegando a descubrir cosas que se le pasaban por alto al más avezado de los conocedores.
Para Salvador resultaba básico el comportamiento del animal en el caballo. No hacía la mínima concesión Pero el tiempo pasa implacable, y siendo octogenario largo llegó la hora de repartir entre sus descendientes la obra que había ido creando para lo cual, al igual que él hizo cuando se separó de sus hermanos, se hicieron cuatro lotes y se sortearon ante notario. Lola recibió el hierro original y se marchó a Las Salinas de Hortales, término de El Bosque, en tanto que Salvador hijo se llevó su parte al terreno que le había correspondido de la dehesa El Torero. Marta Sanjuán, viuda de Francisco, no quiso seguir con el bravo y vendió lo que le había correspondido a Santiago Domecq y Victoriano del Río, naciendo de esas últimas vacas animales como Dalia, frente al que Manzanares cinceló este año en Madrid la faena más importante de su carrera. Finalmente, María continuó al frente de Lagunajanda y además recayó en ella el cortijo de Jandilla, la casa madre, cuyas paredes y patios son leyenda del toreo. Salvador Domecq y Díez falleció un 28 de mayo de 2005 a los 89 años de edad tras haberse bebido la vida con pasión de ganadero. La misma que han heredado sus nietos. Sólo así se puede entender que uno de ellos, Salvador de la Puerta Domecq, tras indultarse un toro en Andújar condujera toda la noche para esperar al animal, que llegó de vuelta a Jandilla al alba, le hiciera las primeras curas y, sin dormir, volviera sobre sus pasos para ver lidiar otra corrida de casa en Villacarrillo, también en la provincia de Jaén, sólo que un ciento largo de kilómetros más lejos de donde el día antes se le había perdonado la vida a Jaleado. Algo así sólo es posible en alguien que lo lleva en la sangre, lo siente y lo vive. En una persona que lo aprendió todo de uno de los más grandes. Quizá no pensaba en eso el pequeño Salvador cuando hace 37 años, quién sabe si contemplado por su abuelo, plantó una humilde bellota justo en mitad del patio principal de Jandilla. Hoy en día aquella semilla es una encina hermosísima, de tronco robusto, ramas fuertes y copa frondosa, pura alegoría de lo que fue una extraordinaria obra ganadera, la de Salvador Domecq y Díez. 37
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Tarifa, tierra en la que la familia Núñez lleva más de dos siglos criando toros bravos. Foto: El Correo.
Un guiño a la historia de Los Núñez Alfredo Casas
ca, pero podemos afirmar con total rotundidad que eran políticos y militares hábiles, pero con principios, que a la hora de la verdad, decidir entre el honor o el silencio cómplice para salvaguardar su status o vida, optaron por los principios y fueron desterrados y arruinados. Quisieron sacar a la luz el concepto del honor en un contexto social y político que lo había perdido en beneficio del deshonor rentable y políticamente correcto. (…) Podríamos definir a la familia Núñez de muchas maneras; algunos pensarán que es una familia muy ortodoxa o conservadora, otros al contrario sostienen que es muy heterodoxa, liberal y singular. En mi opinión, ser Núñez es una actitud ante la vida, y eso solo lo pueden entender y explicar quienes han conocido distintas generaciones y ramas Núñez». Haciendo valer las palabras de Carlos, les diré que tengo el inmenso placer de tener entre mis amigos a tres Núñez, por orden de antigüedad: Carlos Núñez Dujat des Allimes, vigente presidente de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, Álvaro Núñez del Cuvillo y Javier Núñez Álvarez, respectivamente representantes de las ganaderías de bravo de Carlos Núñez, Núñez del Cuvillo y La Palmosilla. Casi nada. Por paradójico que resulte ninguno de ellos cría astados de la misma procedencia o encaste. Sin embargo, a los tres les une su amor por la vida, la familia y el toro de lidia, y por correspondencia de la tauromaquia y la Fiesta. Son los Núñez hombres de honor, sin dobleces, de sangre
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os Núñez de Tarifa: de la ilustración a la globalización es la síntesis de la historia de la familia Núñez desde su llegada a tierra gaditanas, al rincón del Sur, mediado el siglo XVIII (entre 1755 y 1760). La cuidada obra, rubricada y editada por Francisco Núñez Benjumea, Curro Núñez, que contó con la inestimable colaboración de los primos Carlos y Joselu Núñez Dujat des Allimes, Javier Núñez Álvarez y Carlos Núñez León, es un minucioso trabajo de investigación, generosamente documentado e ilustrado, cuya recaudación (50€/libro) será destinada íntegramente a la labor social de las Hermanas de Santa Ángela de la Cruz de Sevilla. De verdad, una joya que engalanará sus bibliotecas taurinas e ilustrará sus ansias de conocimiento. Como reseña Carlos Núñez León, uno de los más jóvenes Diputados de la historia parlamentaria española, en el brillante epílogo: «A través del libro, los lectores podrán conocer con todo detalle acontecimientos, anécdotas, genealogía, biografías de muchos de los personajes de la familia Núñez (algunos de ellos muy cervantinos) e innumerables detalles de sus actividades políticas, eclesiásticas, militares y ganaderas. (…) La parte ganadera –de bravo– ocupa una importante extensión del libro (…) A lo largo de las investigaciones de los personajes hemos podido conocer multitud de vicisitudes en épocas de enorme convulsión social y políti-
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caliente y sólidos principios. Lúcidos, sensibles, intuitivos, apasionados, entusiastas, vehementes, persuasivos, románticos, proselitistas y pedagógicos. Valientes y aguerridos defensores de su estirpe, valores e ideales. Locuaces y sagaces contertulios, duros de roer, quizá un tanto testarudos cuando están «en el bando contrario». Siempre espontáneos, rebeldes, imaginativos, divertidos y muy amenos. Por allá donde pasan a nadie dejan indiferentes. Ya saben el dicho popular que advierte: o se les ama o se les odia. Personalmente nunca dudé; hace mucho tiempo que decidí «amarlos». Primero desde la lejanía de mi localidad, sentado entre el gran público en las plazas de toros que salpican la geografía del planeta del toro. Más tarde, en la corta distancia. Primeramente como conocidos, con el tiempo en calidad de amigos. Cómo aprietan la mano los Núñez. ¡Como los hombres! Su amistad es uno de los más grandes tesoros que me regaló el toro, ese animal totémico, exclusivo fruto de la mente del hombre y objeto directo del más ancestral ritual que ha pervivido hasta nuestros días, que, por encima de todas las cosas, colma nuestra necesidad de libertad. Que hermosa palabra: libertad. Para muestra de mis palabras, nada más tienen que adentrarse en las páginas y capítulos de Los Núñez de Tarifa: de la ilustración a la globalización. Conociendo y entendiendo a sus antecesores, cada uno de ellos dentro del contexto histórico que le tocó en suerte, siempre manteniendo al margen los conflictos y rencillas presentes en todas las familias, entendiendo que su pertenencia a la nobleza supuso una ventaja que les favoreció en grado sumo en el pasado, un pasado cada vez más lejano, comprenderán la forma de ser y de entender la vida de los Núñez coetáneos. También de Carlos, Álvaro y Javier. Incluso del tipo de toro que crían. Como dice Curro: «Pues es por los toros por lo que somos conocidos no solo en Europa sino en casi toda la América taurina». Toros que crían por afición y con auténtica pasión. Porque sin pasión, de eso saben mucho mis amigos los Núñez, es verdad que no merece la pena vivir.
Estampas añejas, como la de Núñez García de Polavieja en el cortijo Jandilla, ilustran las páginas del libro. Fotos: El Correo
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Carlos Núñez Dujat des Allimes, Javier Núñez Benjumea, Francisco Núñez Benjumea, Carlos Núñez León y José Luis Núñez Dujat des Allimes, en la presentación del libro en Tarifa, el pasado 20 de julio en Tarifa. Foto: El Correo
Ocho generaciones de bravo Javier Núñez Álvarez
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n día del verano de 2015 tuve una conversación con mi primo Curro sobre un antepasado ganadero del cual yo desconocía nuestro parentesco: Pedro José Picavea de Lesaca, fundador primigenio del encaste lesaqueño, hoy conocido como Saltillo. Nuestra común pasión por la historia nos hizo entrar en un estado casi febril de búsqueda de información de nuestros ancestros. A esa investigación pronto se unió nuestro primo Carlos Núñez León, custodio del inmenso archivo familiar que, durante toda una vida conservó y amplió su padre Carlos Núñez Jiménez, reciente y tristemente fallecido. Más tarde, también se sumaron los hermanos Carlos y José Luis Núñez de Dujat des Allimes. Tanta era la información, una cantidad ingente, que resultaba prácticamente imposible codificar, estructurar y datar los documentos. Ya no quiero ni contarles ponerles sentido. Por fortuna, Curro Núñez, con gran tenacidad y pragmatismo fue acotando y poniendo orden a lo que era un ingente manantial de documentos, datos, fechas, nombres, parentescos y anécdotas. No en vano la historia de la familia va emparejada a los más importantes acontecimientos que sacudieron a España, desde la época del absolutismo hasta nuestros días. Llegados a este punto quiero hacer hincapié en la figura de Marcos Núñez Temblador, fundador de nuestra dinastía y hombre capital en la crea-
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ción del toro de lidia, del toro bravo. Corría el año 1762 cuando mi antepasado y unos de sus socios consiguieron del ministro Olavide la exclusividad para acometer la repoblación ganadera de Sierra Morena. Para ello se hicieron cargo de una flota de barcos con la que importarían ganado desde el norte de África. Al sur del Atlas encontraron unos toros de mucha cara, altos y broncos que transportaron a la península ibérica. Durante cerca de diez años importaron cerca de cincuenta mil cabezas de ganado vacuno y caballar que no dudó en mezclar con el ganado autóctono. Dicho ganado era desembarcado en la playa de Atlanterra y conducido hasta la cercana dehesa de Tapatana, arrendada a la casa Medinaceli –hoy propiedad de los hermanos Núñez Dujat des Allimes–, donde descansaban antes de ser conducidos a su destino final en Sierra Morena. Encontrar al ganado en África, embarcarlo en el puerto de Tánger y descargarlo en Tarifa debió de ser una odisea digna de un libro de aventuras de Julio Verne. Pues bien, hoy en día, el 99% de la cabaña brava tiene el denominado «gen africano». El próspero negocio ideado por Marcos Núñez Temblador y sus socios provocó que nuestro antepasado se hiciera ganadero. Se presentó como tal en Madrid en 1790. Y realizó numerosas transacciones a otros ganaderos de la época. De la suya descienden ganaderías históricas y emblemáticas del campo bravo como las de Miura y Pablo Romero, hoy Partido de Resina. Para marcar su ganado creó un hierro que, ocho generaciones después, sigue marcando ganado bravo. Para mí, como descendiente suyo y representante de la ganadería de La Palmosilla, es un orgullo y un honor, además de una responsabilidad, continuar con su legado. Larga vida al toro bravo. *Javier Núñez Álvarez es representante de la ganadería de La Palmosilla
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Aner GarcĂa Villarejo esul a aso broso o probar o u e alle e apar e a s a e o u s ple es u o pue e arru ar o o el raba o pre o u e e as e a era as per ep ble pero el olpe ue ases a es pla able es e o es e ese pre so s a e ua o el a o a a o se lu e e la e or a e o os al u so o la lor a o la ra e a pe e e u o h lo e pro o s pre o a so lo o se u o a base e o o es a lo lar o e e e u os se uel e al o re o o le a o o e olo o a al a al ol o e ues e lĂŠs as e se u o la suer e supre a se er ue sobre lo hu a o lo o para ra s re r la pre sa l ea ue separa el r u o el ra aso as po er su par ular se e a o e a e ser s a o a bĂŠ ue el es o ue rele a oau s re o se u o pla o e ras s urre la l a apa re a ub er o e so bras a re hos e lu es e ersos olores e or a e espera a s o o s se a re era a s u r su es o su suer e Qu su e pl a res a e esas le es u ersales u os os er os a e u o so os apa es e es rar ue e u o o u o ro a aba apl a o su le ero al e la belle a el oreo se eba e ra par e a eso s o a las s le osas ba allas ue l bra oro orero e su uero er o ha e o par pe al p bl o e u a real a er e a a los a ares o o o o al ue o e lu es so bras ue pare e e ar ar el s a e ru al supre o ua o el es ro se ua ra se abala a sobre la res ue a o a su e presa olu a s e bar o ua o el orero ras bu ar el l o ule a o e la ae a se r e a las ablas para a b ar la a u a por el es o ue e ras se e e e el r a e a uel o as o el i lo ndal e as ual ar u a se s ala e re el p bl o u s le o o o re ela or e s o ese s a e o os se uer a a ol ar lo o urr o e los er os pre e e es e u e er o ea es a ole a el bera a para e rar sus se os e la s ular a e ue o or a oro orero espa a All o e s lo la er a ra a el a o ha a la lor a au ue s u era esa prop a er a sea ara a e a a e o es e u os es asos se u os los res ele e os u a e ales e la suer e supre a o lu e o a ural a re u ĂŠ olo o o a la es b s as e e es o e la lor a el ra aso la a la uer e so o ep os e lus a e e reser a os al a ar oto epo errera
ENTREVISTA: Carlos Abella
Barcelonés del 47, licenciado en Económicas, escritor, historiador, biógrafo de Adolfo Suárez, Luis Miguel Dominguín, Paco Camino y José Tomás, director gerente del Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid durante un lustro… la vida ha permitido a Carlos Abella conocer el toreo desde numerosos prismas. Ahora, asegura, disfruta desde el más sencillo de todos ellos: de la vuelta a sus orígenes como aficionado
«Nombraría a Luis Francisco Esplá embajador del toreo» Mario Juárez
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omo buen historiador, prefiere hacer balance con el paso del tiempo. Quizá por ello, Carlos Abella ha tardado más de un año en hablar, por vez primera, de su paso por el Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid. Un cargo que quema en palabras de todos los que se han sentado en la especie de silla eléctrica que preside el despacho situado en el primer piso de oficinas de la plaza de Las Ventas. Siempre en la diana. Sin embargo, el escritor se muestra agradecido a la oportunidad que ha tenido de poder vivir el toreo desde dentro. Tampoco era un recién llegado, porque su amistad con toreros de la talla de Luis Miguel Dominguín o Paco Camino, auténticos monstruos en los ruedos, le ha permitido durante décadas conocer, de primera mano, a los seres excepcionales que se visten de luces. Precisamente, con Paco Camino ha vuelto a compartir encuentro en Sevilla, en un mano a mano de la Fundación Cajasol. Tras ello, es el momento de charlar del toreo desde una perspectiva diferente.
Tras su paso por el Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid, Carlos Abella ha recuperado su faceta de aficionado de a pie. Fotos: Manuel Gómez.
—¿Se ha encontrado muchos prejuicios contra la Fiesta de los toros? —En la plaza no, apenas ha habido dos invasiones del ruedo. Los he encontrado en la sociedad. He sufrido dos o tres boicots en actos en los que participaba, como hace un año y medio en Barcelona, donde en plena conferencia aparecieron los de siempre… —Que en cierto modo, utilizan el juego perverso de la democracia, empleando su libertad para cercenar la de otros. —Son intolerantes que se sienten muy respaldados por una impunidad institucional y judicial.
—¿Cómo ha sido su vuelta a la normalidad? —Mi época en la Comunidad de Madrid ha sido una etapa muy importante en mi vida de aficionado. Ese puesto es una máquina de picar carne y yo no me he dejado demasiada, me he defendido como he podido. No soy político, aunque pueda tener buena relación con la expresidenta Esperanza Aguirre, porque soy muy amigo de su familia. Yo conocí el toreo por dentro gracias a su tío Ignacio Aguirre, que me presentó a Paco Camino, con el que empecé a ir al campo y a conocer a los toreros. La máquina de picar carne exige que inmediatamente salgas a la superficie y yo he querido, y creo que lo he conseguido, volver a ser lo que yo era: un aficionado, un escritor, al que en su momento le encargaron esa responsabilidad. Mi vuelta a la normalidad ha sido como yo quería, he podido recuperar mi sitio.
—En uno de sus últimos libros, ¡Derecho al toro! reivindica la importancia del lenguaje taurino. Incluso para quienes están en contra del toreo. —Se utiliza constantemente. Desde el Parlamento a la calle. Hace poco, un diputado catalán antitaurino aseguraba que Artur Mas había «cogido el toro por los cuernos»… Ni ellos mismos se dan cuenta de la potencia que tiene el lenguaje taurino para expresar situaciones cotidianas de la vida. Diría que para expresar cualquier fenomenología de la actitud humana existe una frase taurina que lo define. Esa es la gran potencia del mundo del toro, en la que el humano se enfrenta a algo y debe reaccionar a través de su valor, su prudencia, su temeridad… es un reflejo de la vida. ¡Si cuando uno está cansado está para el arrastre! Nunca van a poder acabar con la potencia del lenguaje taurino. No sólo en el idioma castellano. Fíjese que en Francia existe una gran penetración del español a través del mundo del toro.
—En sus años de mandato confluyen todas sus vertientes, y si algo queda ha sido el impulso cultural que ha sufrido el toreo y Las Ventas en la Comunidad de Madrid. —Eso ha quedado. Creo, modestamente, que estaba preparado para esa tarea, por mi formación y vocación. Yo recibí el encargo de que Las Ventas fuera el templo de la cultura, y para ello abrí sus puertas al mundo, a México, a Francia… El planteamiento al llegar fue decirle a la empresa que Madrid tenía que abrirse al mundo, porque nos atacan desde todos los frentes y Las Ventas tiene que nuclear a todo el mundo. También el apoyo a exposiciones de las que me siento muy orgulloso, como la dedicada a las mujeres en el toreo o las de Ortega y Gasset y Camilo José Cela, algunas de ellas fue-
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ra de la propia plaza de toros, en la Puerta del Sol. Hemos hecho muchas actividades, hemos potenciado las Salas Culturales… y la niña de mis ojos, que es la biblioteca. Con el apoyo de José Miguel González Soriano, que estaba en la Fundación Ortega y Gasset, se digitalizaron más de tres mil libros y las donaciones que vinieron después, como el archivo personal de Vicente Zabala padre. Y sé que va a seguir siendo así, que mi sucesor, con el que me llevo francamente bien, tanto que hablamos y nos vemos con frecuencia, también tiene ese objetivo presente.
—Y lo muestran sin complejos. —¡Ninguno! Es lo bueno de venir de un país cohesionado, en torno a la república, a una idea, a una bandera, a un concepto sano y bueno como la libertad, la igualdad, la solidaridad y la fraternidad. En ese aspecto, España es un país desestructurado. No estamos unidos por la bandera ni unidos institucionalmente. Y ahora se utilizan los toros para ahondar en la separación entre territorios.
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—En cambio, uno baja de la arena política al ciudadano de a pie y la cohesión de todo el pueblo en torno a sus fiestas taurinas… —Cuando llegó la democracia, los catalanistas de entonces, que ahora son separatistas, se dieron cuenta de que, para diferenciarse, en todos los sentidos de la palabra, es más fácil acabar con los toros que conseguir la independencia. Ellos eligen escenarios en los que creen que, por sus propios medios, pueden ir haciendo el hoyo de la separación. A todo ello puede contribuir además un empresario pusilánime y cambios sociológicos de la sociedad. Y en Cataluña pasaron las tres cosas. Ellos cada día se levantan pensando en separarse más del resto los demás no lo hacemos, porque tenemos una visión integradora del país. Pero ellos quieren, desde la política, marcar una diferencia. Y han seguido una estrategia para, paso a paso, ir minando la afición taurina. La prohibición de los menores, la declaración de algunas ciudades antitaurinas… Ha sido un programa que, además, se ha nutrido de la desafección del empresario y de determinadas situaciones del mundo taurino que ido dejando perder plazas menos importantes hasta que cayó la pieza grande, que era la Monumental de Barcelona. Y a todo ello hay que sumar la desafección del Partido Socialista en Cataluña, con Montilla al frente, que no ha dado libertad de voto en su vida para votar nada salvo ese día. Se unieron el hambre con las ganas de comer y ni el es-
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fuerzo de Matilla en los últimos años ni José Tomás, que se jugó la vida con seis toros y donó todos sus honorarios a varias asociaciones que ayudan a los niños catalanes más desfavorecidos, fueron suficiente. Los políticos tienen que ayudar. —Y de esos polvos… hemos pasado a que una entidad como Cáritas en Salamanca rechace un ayuda por el hecho de venir de aficionados a los toros. —Nosotros, el colectivo taurino, no somos como ellos. No nos planteamos el cambiar nuestro apoyo o donación a otro colectivo que no se distinga públicamente por ese rechazo, que es contrario a sus propias funciones. Nosotros no nos planteamos dejar de apoyar a Cáritas. Esa donación no viene del mundo de la droga, del hampa, ni del juego. Viene de unos jóvenes, aficionados a un espectáculo, que hacen algo para donar beneficios a la asistencia social. —¿El problema es que España es un país democráticamente inmaduro? —Creo que es excesivamente democrático, porque en España están muy penalizadas las actuaciones autoritarias. Se confunde la firmeza con antidemocracia y eso es un error de libro. Francia es un país ordenado, aunque unos locos pueden matar a más de cien personas una noche en París. Pero la policía francesa es firme, la ley es la ley… y en España se confun44
El escritor defiende que la plaza de Las Ventas debe ser el núcleo taurino y abrirse a todo el mundo. Foto: Manuel Gómez
ña había un clima muy duro. Adolfo Suárez decía que todo lo que estaba ahí debajo iba a salir a aflorar de golpe. Los toros pasaron una crisis, pero llegaron las elecciones municipales de 1979 y la posible tentación de la izquierda de decir «no a los toros» quedó inmediatamente invalidada en cuanto se sentaron en la poltrona y comprobaron que los toros son la fiesta del pueblo. ¿Se iban a enfrentar a las comisiones de festejos? Se dieron cuenta que la fiesta más popular que existe son los toros y ahí se superó un momento crítico en el que la izquierda podía haber intentado acabar con ello. Han tenido que pasar dos o tres generaciones para que ahora se empiece otra vez a deslegitimizar el término popular, buscando el apoyo no a lo auténtico del pueblo, sino al concepto que prima la defensa de los animales sobre la vocación popular. —Habiendo conocido a toreros como Paco Camino, Luis Miguel Dominguín o José Tomás. ¿Cree que ahora falta personalidad? —No es mal cartel, eh (risas). Defiendo que actualmente falta un Luis Miguel, porque siempre hace falta un torero provocador, inteligente, conocedor del público, de las masas… y al que no le importe caer mal y decir la verdad. Para Dominguín, la muerte de Manolete fue una gran lección. Ese día, me comentó alguna vez, se dio cuenta de que, aunque el público pague, no siempre tiene la razón. Siempre te pide que vayas más allá, pero él era el que decidía si cruzaba o no la raya. Actualmente haría falta un tipo así, que se enfrente a la sociedad, aunque caiga chulo, antipático o provocador. En este momento vendría muy bien para parar a los de enfrente.
«Los separatistas saben que es más fácil acabar con los toros que conseguir la independencia» —¿Por qué el silencio de José Tomás? ¿Por qué no buscar mayor repercusión de su acción social? —Yo estoy feliz de que haga lo que hace. Bastantes enemigos tiene dentro del mundo del toro. Quizá tiene la repercusión que él quiere que tenga. Es una persona solidaria que no quiere presumir permanentemente de serlo. A nosotros nos gustaría que fuera más evidente, pero sus acciones están ahí. Barcelona estaba en peligro y ahí estuvo. San Sebastián estaba en peligro y también ha estado. Mire, en la actualidad, creo que hay una persona de la que no hemos sabido aprovechar todos sus valores, como es Luis Francisco Esplá. Yo lo nombraría embajador del toreo, para que nos defendiese en todos los escenarios. Es una maravilla de persona. Sería nuestro Defensor del Pueblo. —¿Quién nos defiende ahora? —Yo me he hecho amigo de la Fundación del Toro de Lidia. Creo que es lo que debemos hacer, apoyar a las instituciones que se crean para defendernos, para llevar los ataques y agresiones a los juzgados, aunque a veces no vaya a ser fácil ganar. Los aficionados debemos apoyar. En Francia, que una vez más da ejemplo, las entidades que defienden la tauromaquia se financian con un porcentaje mínimo del valor de la entrada.
de la ley con la autoridad, todo ello con el autoritarismo… y hay una penalidad a ser firme, porque enfrente siempre hay quienes confunden la firmeza con que no eres demócrata, colocando al autoritario que defiende la ley y un orden en una posición de debilidad. Somos nosotros los que debemos perder ese complejo. —Tarea complicada, teniendo en cuenta que hay líderes políticos que defienden la insumisión ante las leyes. —Si yo estuviera al frente de un informativo de televisión, todos los días emitiría las imágenes de la ciudadana de Badalona que delante del majadero que rompió el auto de un juez, se presentó con una notificación del Ayuntamiento y la rompió delante de ellos. Con muchos más ciudadanos como esa señora, se acabaría el problema de la insumisión y rebeldía institucional. Si el político no obedece las normas y el orden legal, ¿por qué debemos hacerlo los ciudadanos? La insumisión vale para todos.
—Si uno echa la vista atrás, en las dos últimas décadas ha habido intentos de unión, pero ninguno llegó a buen puerto. Es el único sector cultural y de ocio que no tiene un ente representativo. —El fútbol, por ejemplo, tiene un equilibrio de poder. Están la Federación y La Liga, que surgió para que la primera no tuviera todo el poder. Aquí la competición sigue en manos de los reglamentos, que hay tantos como autonomías… no hay homogeneidad de criterios… no existe una entidad en la que se agrupe el sector. Démosle un margen de confianza a la Fundación.
—Por primera vez en años, la justicia empieza a pronunciarse sobre las prohibiciones taurinas y a respaldar la libertad de los aficionados. —La sentencia de lo Contencioso-Administrativo de San Sebastián contra la prohibición de Bildu es demoledora. Yo he vivido situaciones delicadas. Cuando murió Franco, en Espa-
—Este año se ha interiorizado entre los aficionados y los propios toreros que hacía falta una evolución, un cambio. Sin embargo, el sector sigue en las mismas manos que hace décadas. 45
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—Creo que, entre la seriedad de las familias históricas y el aventurismo, no ha habido un germen de empresarios intermedios. Existen las grandes casas de siempre, muy poquitos intermedios y abajo hay de todo. Entre que sigue existiendo una gran iniciativa municipal que diversifica la organización entre responsables que no tienen experiencia histórica y que sigue habiendo mucho aventurero y pillo que con el dinero de una ayuda lo hacen mal… todo ello hace que se perpetúen las grandes casas, aunque en los últimos años haya habido cierta renovación. El modelo francés es de difícil aplicación en España, pero sería interesante ir hacia ese escenario. Por ejemplo, en Madrid nunca podrá haber una co-gestión, porque la Comunidad de Madrid nunca ha regido la plaza de toros. Podrá colaborar, pero no gestionar.
Carlos Abella ha vuelto a reencontrase en Sevilla con Paco Camino, con quien compartió un «mano a mano» hace varias semanas. Foto: Manuel Gómez
—Hablando de Madrid, ¿le ilusiona el proyecto de Simón Casas? —Lo conozco, hemos pasado peripecias que forman parte del pasado y creo que tenemos cierta complicidad dentro de la distancia que existía con una Comunidad que no le había dado la plaza y a la que yo representaba… Creo que tiene capacidad, ideas e iniciativas y a Las Ventas le viene bien un meneo.
—¿Qué prepara ahora Carlos Abella? No creo que más biografías, me conformo con ese cartel para la gloria. Me ha enriquecido mucho esta etapa en Las Ventas, porque he podido conocer el toreo desde dentro. ¿Proyectos? Estoy muy a gusto con haber recuperado el ser quien yo era. Y aunque con algún varetazo o alguna cornadita, he conseguido salir de la máquina de picar carne. El toreo es un espectáculo muy vivo en el que todo el mundo se manifiesta inmediatamente. Ahora doy conferencias, escribo libros –está preparando sus memorias de aficionado–, recorro las peñas que me siguen queriendo… En una palabra, estoy en lo que siempre me ha gustado: divulgar. Es la primera vez que hablo en público de mi paso por la plaza. Lo he vivido y puedo contarlo. No sería mal lema para una campaña publicitaria sobre la Fiesta de los toros: Vívelo y cuéntalo.
—Llega asociado con una empresa potente del sector turístico, que puede suponer un revulsivo. —En los últimos concursos siempre se han presentado empresas asociadas con gestores taurinos. Recuerdo la Cruz Roja, Fernández Tapias, Villar Mir, Fidel San Román… Nautalia forma parte del sector de la promoción turística y eso es algo fundamental. En mi etapa integramos las visitas a la plaza como monumento turístico, en el que incluso venían
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alumnos de institutos de la Comunidad de Madrid gracias a un proyecto que impulsamos. Yo recibía a los grupos de alumnos y, aunque muchos de ellos, a priori, podían ser contrarios, cuando entendían que en Las Ventas cantaron Los Beatles, Coldplay, que era un escenario de mítines políticos… acababan comprendiendo que se encontraban en un edificio que forma parte de la historia de Madrid y de España. Es fundamental que se siga potenciando el edificio desde el punto de vista histórico, porque forma parte de la iconografía de Madrid, como el Museo del Prado, el Palacio Real, la Zarzuela, el Thyssen… Poca gente sabe que la culminó el mismo arquitecto que los estadios Santiago Bernabéu o el Sánchez Pizjuán, ya que cuando falleció José Espeliú, Manuel Muñoz Monasterio finalizó la obra.
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