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UN INSTANTE QUE SE HIZO ETERNO
POR:
LUIS ALEJANDRO HDEZ. VILLANUEVA
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Bastó un beso para recordar viejos tiempos, bajo las farolas de una ciudad triste y bohemia.
Con mis brazos rodee tu cintura. bajo la luz de la luna, nuestros corazones se encontraron. Despertaron sentimientos del pasado.
Solo necesite una caricia para sentir que el tiempo se detenía. Solo unos minutos eternos pero que se escurrieron como pensamientos.
Y ahora tengo el temor de que aquello que se perdió, pero que para mí fortuna revivió, se esfume nuevamente entre recuerdos.
No puedo permitirme de nuevo que una historia de amor se pierda entre el tiempo; no contigo, corazón.
Por ti, un dulce ángel, de inconmensurable belleza y bondad inagotable, pacientemente podre esperar. II
Tu voz susurrando mis pensamientos, como el sonido del viento, acariciando mis tristezas, secando mis lágrimas.
Recordarte me brinda consuelo. entre tontos sueños, imaginando que estamos juntos, ese es un gran anhelo.
Tus ojos que me encierran en el tiempo, tus besos que me hacen tu prisionero ¿Cómo no enamorarme? ¿cómo no desearte?
¿Qué hay en esa delicadeza, en una voz tan hipnótica que me deja a la deriva?
¿Qué hay en esa belleza?
Como un huracán que me lanza y me arrastra, que me somete y me revuelca, que me deja flotando en la nada. Me arrancas de la realidad para arrojarme enamorado y dejarme perdido en este amor abismal.
Iii
¿Acaso estoy condenado? A ver desde lo lejos como cada amor se va perdiendo mientras los días se hacen añejos
¿Qué quiere de mí el destino?
¿También me castigará contigo? No quisiera perderte, esa es la realidad. Temo por lo que sucederá
¿Acaso el viento se llevará sueños y pasiones convirtiéndolos en susurros del bosque?
¿La luna transformará alegrías y vivencias en recuerdos de fotos viejas?
¿Es acaso que me encuentro dormido? y, es que, entre diurnos sueños la distancia y el tiempo me siento un poco perdido
¿Es esto una ilusión?
¿En mis propias fantasías estoy atrapado? O acaso encontraré salvación en la distancia de este amor?
PUNTO ESCARLATA: EL FIN
ESCRITO POR:
LORENA AVELAR.
Amanece, todo es suave y sosegado; los colores son fríos y se desplazan con gentileza, luego se extienden y definen y, por fin, todo se envuelve de una claridad poblada de armoniosos murmullos. Es el fin y el inicio de todo.
El fin es algo real y tangible El fin de todo cuanto conocemos, de ciudades silenciosas de edificios grises llenos de humedades, de nubes oscuras, edificios fríos y cristales rotos, calles desgastadas, tiendas saqueadas y comida podrida bajo el olor a podredumbre.
El fin de líneas que no llevan a ninguna parte y sólo son arterias y venas vacías. Fin de montañas que se derrumban; montañas de piedra, reducidas a escombros, montañas de roca viva, sin un ápice de vida, montañas que resguardan la asechanza.
El fin de árboles que sueltan hojas, árboles que mueren por las lluvias ácidas que erosionan el suelo. Fin de la hierba que se mece junto al viento y el gran roble que se derrumba. El final de la esperanza que nos da el tacto y cosquilleo del trigo; del aire que se convierte en humo, del agua que recorre los ríos, del tacto de la piel, de la sonrisa de un niño y de un atardecer glorioso, anaranjado. El final del fuego que calienta y da refugio; fuego que quema y que consume. El final de la esperanza que se desvanece en nuestro cuerpo, nuestra fe y nuestra substancia
El fin se desliza hacia la extinción, excepto del tiempo, pues su extraña naturaleza consiste en transcurrir interminablemente. El fin es un inicio, la muerte es una nueva vida, nada se extingue, ni termina, sólo gira. El tiempo es gratuito, y sella con un Punto Escarlata, como el propio universo, inconmensurable, cuya suma total equivale a nada.
Rosarita
ESCRITO POR: FRIDA SÁNCHEZ.
A todas esas madres, perdidas en la angustia por encontrar a sus hijas e hijos.
–¿Qué es la libertad para usted? –Podría habérselo preguntado quien fuera, un niño de ocho años o una periodista, de cualquier manera, su respuesta era la misma.
–Tener el control de nuestras vidas, que nuestros hijos y nuestras hijas tengan el control de sus vidas, que nadie decida, ¡caramba!, quitarnos nuestras vidas.
Rosaura vivía en Aconchi, Sonora. Cuando la conocí, ella había pasado los últimos siete años de su vida en una espantosa rutina, que iniciaba a las 6:30 de la mañana y terminaba pasadas las once o doce de la noche. Todos los días bajo los rayos de sol o debajo de la tormenta. Todos los días en medio de un desierto, que más que de polvo, era emocional.
Desde la primera vez que platicamos me contó la verdad sin tapujos: ella andaba buscando a su hijo que llevaba casi ocho años desaparecido, por eso encabeza uno de los tantos colectivos de búsqueda que hay en su estado.
La contacté por Facebook, porque las redes sociales son ahora el pan de cada día, tanto, que no son pocas las veces que lo que tuitea un funcionario público es la nota para los periódicos y noticieros.
Mijo iba a ir a jugar futbol con unos amigos, después de eso se iba a ir a echar unas chelitas con otros cuates, también del barrio, nomás salió a eso, pero ya nunca volvió. La última vez que se comunicó el Chayote, como le decíamos de cariño, se acababa de subir al camión. Después de eso, no supe nada más de él
Rosaura se detuvo porque una de sus compañeras del colectivo le habló para que fuera a ver lo que habían encontrado a sólo treinta metros de distancia. La retroexcavadora también se detuvo, casi junto con el discurso de Rosarita, como la llamaban sus colegas.
Al fondo de un hoyo de cinco metros de ancho por siete de profundidad estaba el perturbador rastro de lo que alguna vez fue un hombre, era un trozo de esqueleto al que apenas se le distinguía un brazo, un cacho del coxis y lo que podría decirse que fue su mejilla. En medio del polvo, de la arena, como un sello desgarrador, las Madres Buscadoras hallaron el primer rastro humano de la jornada.
Cubierto por la arena, entre la polvareda, se veía un trozo de tela roja, como franela, que se desprendía de un brazo –mi hijo se llevó una de esas, ¡ay! –gritó alguna madre, entonces comenzaron a excavar más profundo para dar con más cuerpos.
Rosarita me llevó esa misma noche a cenar a su casa. Un rinconcito de madera con dos camas y una cocineta.
–Esta no es la casa donde vivía con mis hijos, es a donde me vengo para pasar la noche en las jornadas, las exhaustivas jornadas.
Perder su casa, en la Sierra de La Mariquita, era el menor de sus males. Buscar entre la tierra los escombros de lo que alguna vez fue un ser humano, no se compara con ninguna angustia humana, menos todavía si a quien se busca fue producto de tus entrañas.
–Tanto trabajo ha sido buscarlo, pero yo lo único que quiero es llevarlo al mar. Le prometí que lo llevaría a conocer el mar, pero no me dio tiempo –me dijo la mujer, mientras limpiaba una lágrima de su rostro y me servía frijoles de la olla y una taza de café.
A ella la angustia no la dejaba probar bocado. Para entonces, Rosarita había excavado en cientos de kilómetros en el desierto De Gila, había hurgado en las fosas de los 72 municipios del estado y se había paseado incontables veces entre las planchas de la morgue, cada vez que la Fiscalía daba aviso del hallazgo de un nuevo cuerpo.
Lo peor de la ausencia de su hijo, además de que no lo volvería a ver sonreír, ni lo vería conseguir una novia y casarse o tener a sus propios hijos, era que, quien fuera que se lo hubiera llevado, le había arrebatado el único sueño que, a ella como madre, le hubiera gustado concederle.
–Esa ida al mar, le dije que lo llevaría en quince días, cuando me pagaran el adelanto del aguinaldo en la fábrica, en noviembre, pero él salió a jugar un día de octubre y no regresó.
Mientras Rosarita me hablaba de su hijo, yo le veía los labios partidos, como cáscaras de naranja seca y las manos gruesas y con callos, llenas de protuberancias entre los dedos, con las uñas negras por la tierra. Con el dolor en el pecho, porque, aunque no lo dijera, se le notaba cómo el vacío que le había dejado la ausencia de su hijo era tan grande que se le salía de las entrañas.
Al otro día, la mujer me llevó otra vez a la zona de excavaciones, había mujeres que llevaban cinco días y cuatro noches buscando sin parar. A ella le habían dado la oportunidad de irse a “descansar” medio día porque era de las mayores, rozaba los 67 cuando todo esto pasó.
La jornada duró otras 124 horas seguidas, y aunque encontraron vastedad de fragmentos de huesos humanos, ninguno de ellos le dio respuesta a Rosarita. Con el rostro casi tieso, sin expresión alguna, la madre me miró a los ojos cuando yo le tomaba fotografías a los cuerpos desmembrados y a las piezas de tela deshechas. Sacó del pantalón una fotografía de la costa de Puerto Peñasco, una de las más cercanas a su ciudad natal.
La imagen era tan azul, tan brillante, que la diferencia entre el mar y el cielo se perdían. Casi como sucede con algunos restos humanos entre los escombros, que quedan tan deshechos, tan diminutos, que uno los confunde con piedras o granos de arena, porque al final, polvo somos y en polvo nos convertiremos.
–Volviendo a tu pregunta, muchachita. Si mi hijo está vivo, quiero llevarlo a conocer la costa, si no es más que polvo, quiero esparcir sus cenizas en el agua Sus cenizas junto con la certeza de saber qué fue de él. Para mí, esto es la libertad: ver a mi hijo danzando en el mar.
Frida Sánchez nació en la Ciudad de México en 1996. Es licenciada en Comunicación y Periodismo, egresada de la FES Aragón, UNAM.
Actualmente trabaja como reportera en medios impresos de la Ciudad de México. Ha publicado cuentos en diversas revistas, entre ellas Punto de Partida de la UNAM, El Narratorio y Revista Amarantine.
LA MATRONA ESCRITO POR:
ALEJANDRO ZAPATA ESPINOSA.
Villamaría, abril 7 de 2023
Madre:
Supe que estás enferma del colón y que tienes fiebres y calambres, pero que, aún enferma y adolorida, acompañas a papá en su recuperación del accidente Eres algo superior a un ejemplo: eres, para mí y para mis allegados, a quienes les he contado tus peripecias, una invencible amazona, una jefa del clan, una matrona omnipotente.
Y no porque salgas siempre bien librada; no; sino porque, en abordas complejidades que se te presentan con tu semblante sana, de enfermera intachable. Sabes cómo ponerle las íes al destino, pararlo en seco y, mientras él te hace caso, tú te recoges el cabello, te planchas con las manos las patas de gallina y te amarras los cordones, y le das luz verde: «Atácame con toda o no me vengas a hacer perder el tiempo».
De ese modo te he visto a lo largo de mi existencia, de ese modo te hemos adorado y de ese modo, tú lo provocaste, realzaremos tu imagen de diosa en los pedestales de nuestros respetos. Los que te seguimos profesamos la religión de tus enseñanzas y de tus discursos: «Cálmate, Jonás»; «Arrímense, mis niños»; «¿Descansa en ustedes, o en mí, la tarea de proclamar entres las personas el bien después de mi prédica?».
En nosotros, tus hijos y allegados, descansa la tarea, madre. La realizaremos y la proclamaremos a lo largo y ancho de nuestras cercanías, porque somos lentos exploradores montunos. Con lo que tenemos de ti ya nos damos una idea del continente, de las constelaciones que nos apuran a cumplir nuestra función en la obra del Pantocrátor. Mas como tú no nos diste órdenes de unirnos a lo general, sino a nosotros, a nuestras atmósferas, a nuestros empaques de unos metros, nos desentendemos de la alianza con los libres planetas, con las almas de las penínsulas.
Madrecita: aporreada, convaleciente, moribunda incluso, nos atiendes a los que, por casualidad y por gracia divina también, somos tus hijos. ¿Cómo lo haces? ¿Quién te motiva? ¿Alguno de nosotros te da los ánimos que nos faltan a todos? Oh, preciosura, grandiosa americana en el extranjero, si te tuviéramos para decirte lo mucho que eres para los que no valemos ni un centavo sin ti
Concédenos una bendición, las dos manos en los cachetes, como un atril, los dos hombros para dos cabezas desvalidas...
La separación de los cuerpos nos tiene amorfos, corrompidos, desfasados entre lo intestinal y lo celeste El Atlántico sus aguas su sal... Solo tú lo has probado... solo tú sentiste el desgarro de irse de Colombia, del pueblo, de los que te vieron crecer y de los que has enterrado, de los que has enterrado y de los que les has pagado misas, de los que les has pagado misas y de los que te aconsejan en sueños: «Haz lo propio de tu raza. Te acompañaremos de todas formas, mujer. Cuenta con nosotros pues nosotros contamos contigo. La recompensa a tu atención la convertimos en buenas nuevas. Haz lo propio de una mujer soberbia, altiva y elegante, mujer: estamos en ti, protegiendo, con el dorso de nuestras sinceridades, tu cuerpo. Estamos en ti. Te acompañamos: somos tu raza, ¡tus muertos!».
¡Ah! ¡Bebemos la chicha de los anhelos! ¡Nos colmamos con tus palabras! ¡Viva estás y vivos nos tienes! ¡Elehó! ¡Elehó por ti, suprema! ¡Clavaría mi lanza en el cielo, en la nube que se perdió del rebaño ¡elohé! , y la metería en el corral danzarín del semidiós que nos obsequiaste: ¡la tierra! ¡Bendición, decaída reina! ¡Liba con tus antepasados el parto de la chacra!
Desfallezco en las presiones de tus rodillas. No permitirás que me caiga. ¡Soy lo que aprecias, tu aprecio de sobornos e insomnios!
Desfallezco mimándote
Procuras el bienestar de tu mamá también: unos mariachis el sábado y una cena de cocinero homosexual el domingo Administras tus posesiones en la distancia. Lo lejano nunca ha sido una evasiva para ti. O te ofreces o no te ofreces, ese es tu funcionamiento. Nos pediste venir esos dos días a pasar con tu madre, a reemplazarle, nosotros, tu asistencia. Es notorio que somos malos ministros y delegados. Las representaciones que nos han encargado terminan desde que abrimos los pliegos y los leemos. Mas nos elegiste. Somos tus peones. Ofrecer lealtad a otras reinas es darnos de baja de la madre nutricia: tú. ¿Miento si otros se han atrevido a negarte y tú los has apartado de tus listas benefactoras? Obraron pésimo: forcejearon por el infierno. Los que te seguimos no nos apartaremos de ti: la condena nos aterra y los relatos de los condenados nos dan escalofríos, nos perturban las extremidades y nos congelan la circulación de armonía que emana de tus bienes.
Lo que eres en el amor lo eres, en parecidas cantidades, en el capricho.
Ser exiliado de ti es no solo acabar con el honor; es acabar con el hombre. Quien da la vida, al negarla, la reclama. Tienes el derecho divino, humano, portentoso. Y estamos conforme a tu ley: es justa con los que son justos y se ciñen a tus preceptos: matarás a los que te maten; odiarás a quienes te odien; apartarás a quienes te aparten; blasfemarás a quienes te dediquen una sátira, un encomio. Los seres de tu gloria te la encendemos, te la calcamos. Pecadores, rencorosos, medianos o príncipes, bajo tu regazo nada nos distingue: el mundo se aniquila. Tú eres la sintonía que nos acompasa, el sostén cabalístico al cual pertenecemos. Eres, madre; ¿ser no es lo máximo en tu enseñanza?
Pero es un cúmulo cerrado: permanecerán los que llamaste y no a los que excluyes Y, buena con nosotros, es ese bien el que nos colma No entendemos ni nos dejamos engatusar por el oropel.
Mandarás los instrumentos y a los rancheros; mandarás el pan de otras tierras menos congestionadas. Lo mandarás a tus hijos, los que te pertenecen, los que se endeudaron por tu doctrina. Manizales recibió de tu pecho la juguetona aspiración del seno rutilante. Es obvio y es una bobada hacerte notar la desprovisión en la que nos encontramos, así como obvio y bobo es que nadie fuera de los tuyos se entere de la palabra transformada en puño y caricia. Llevando la condición que nos compone a rangos más generales, es lo que hay, duela o no aceptarlo, duela o no sentirlo por trozos en la carne, a la manera de quemaduras o latigazos de colas ecuestres.
Aquí estaremos el sábado y el domingo, cumpliendo tu orden, alivianando a tu mamá de la falta en la que nos obligaste a sufrir. El fin de semana unos enfermos le darán mensajes de recuperación a una enferma. ¿Hasta cuándo soportaremos tirarnos a la enfermedad y no tener tu salud demoledora? ¡Que estés enferma en otro clima no es motivo de repulsión!: ¡estás en otro clima, cosa que a nosotros nos aterraría probar!
Vuelve a calmarnos Te lo pido
Quelán de Tobruk
P. D. El Castillo: zona de amenaza media. Ayer anduvo por estos lares la policía regalando tapabocas: tendremos ceniza y lapilli acumulándose de lo lindo sobre los techos, las matas, los cultivos y los animales y nosotros para rato. Y en la cabecera municipal se exhiben antiguos 4x4 parameros, se ofrecen muestras artísticas y gastronómicas y se preparan concursos en nombre de la reactivación del sector turismo afectado por la contingencia... No todo el municipio está afectado, pero los afectados no estamos para esas reivindicaciones. El alcalde Orbay les pega a los dos bandos. Veremos si le alcanza el chorro. Reza por quienes no huiremos de nuestras casas, mamá, y preferimos invocarte en la inquietud. (No dejes de mandarnos los mariachis y la cena: cantaremos y comeremos por el estratovolcán)
Alejandro Zapata Espinosa (Colombia, 2002), estudiante de Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana, escribe cuentos, poemas y columnas en Al Poniente. Ocupó el segundo puesto en el XVIII Concurso de Cuento Tomás Carrasquilla del Tecnológico de Antioquia (2021). Es parte de Poemas del barrio a la ciudad (Fondo Editorial Comfenalco Antioquia, 2020) y de la Antología de poesía (Trinando Editores, 2022). Mención de Honor en el 79º Concurso Internacional de Poesía y Narrativa «Camino de Palabras» (2023).