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CosmoCaixa la ciencia transparente Un pedazo de bosque amazónico donde llueve cada media hora, la colección de dinosaurios mejor conservada del mundo, un planetario digital en 3D que permite asistir a la creación de nuestro sistema solar pero también al impacto de un cometa contra la Tierra, o una cámara donde uno puede comprobar cómo los rayos cósmicos atraviesan continuamente su cuerpo. Éstas son algunas de las propuestas que presenta el nuevo Museo de la Ciencia de Barcelona, bautizado con el nombre de CosmoCaixa. Sin haberse movido de su emplazamiento habitual, a los pies del Tibidabo, el centro multiplica por seis su superficie −convirtiéndose en uno de los mayores museos de Europa− y apuesta por llevar la conversación a la ciencia. Su director, Jorge Wagensberg, asegura que uno de los objetivos es conseguir que el visitante salga con más preguntas que cuando entró.
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a ciencia es seguramente la forma de conocimiento que hoy en día más influye en la vida del ciudadano, y la gran paradoja es que es la forma que está más alejada de él”. Superar esta contradicción de la que habla Jorge Wagensberg es una de las principales tareas del CosmoCaixa, el nuevo Museo de la Ciencia de la Fundació La Caixa, que reabrió sus puertas el pasado 25 de septiembre en su habitual emplazamiento a los pies de Collserola, con más superficie (hasta 55.000 m2) y nuevas ideas. Por eso, con el objetivo de acercar la ciencia al ciudadano, una de las propuestas más novedosas del CosmoCaixa es la Plaza de la Ciencia, un espacio abierto al público pensado para pasear, conversar, contemplar Barcelona desde lo alto y recordar, por ejemplo, cómo funcionan las ondas sonoras o por qué ahora nosotros entramos en el invierno mientras que en Australia se preparan para el verano. Desde esta plaza, a través de las paredes acristaladas del museo, el visitante puede atisbar lo que ocurre en el interior del edificio −algo concebido con toda la intención por parte de los arquitectos, Esteve y Robert Torrades−, y seguramente la curiosidad acabará haciéndolo entrar. Una vez en el interior, uno descubre que el nuevo centro guarda poco parecido con el anterior: se conserva el característico edificio modernista, donde hoy se encuentran el vestíbulo y las oficinas, mientras que el resto es una nueva construcción de nueve plantas que se hunde 27 metros bajo tierra. Y es que el CosmoCaixa ha querido romper con varias de las ideas y tópicos de los museos y de la ciencia. Si en otros centros el recorrido nos lleva de una sala a otra −de la física a la óptica, de la mecánica a la percepción−, aquí se apuesta por la museología total, con una única sala que reúne todas las disciplinas científicas; si uno piensa que la ciencia es oscura e inaccesible, aquí el espacio está presidido por la transparencia; si primero los museos eran objetos expuestos en vitrinas y luego pasaron a llenarse de maquetas y artefactos para tocar, aquí se ha apostado por reunir tanto los unos como los otros. Y, sobre todo, si uno cree que la ciencia no admite discusión, aquí, insiste Jorge Wagensberg, se invita a conversar: “En el CosmoCaixa hemos puesto a conversar todo. Es decir, los objetos conversan entre sí, porque dos objetos bien escogidos hablan uno del otro; los objetos conversan con los fenómenos, pues los primeros ilustran y los segundos demuestran. Y la realidad (objetos y fenómenos) conversa con el visitante. Éste no se limita a tocar botones como un robot, sino que cada vez que interactúa con algo del museo piensa, conecta con la vida cotidiana, le surgen nuevas preguntas. Esto también es conversación”.
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Lucy, la primera bromista de la Humanidad La exposición permanente, la Sala de la Materia, propone un apasionante recorrido interdisciplinar basado en la historia de la materia, que intenta explicar quizá el mayor enigma de la Humanidad: cómo de una sopa de quarks se llegan a los sonetos de Shakespeare. Es una historia que comienza con el Big Bang, hace 13.700 millones de años, y que atraviesa la materia inerte, la materia viva y la materia inteligente para acabar con la materia civilizada, donde sorprenden la reproducción a tamaño natural de diferentes especies de homínidos que nos precedieron. Entre ellos, está la célebre Lucy, que, según Jorge Wagensberg, representa no sólo el primer bípedo sino también la artífice de la primera broma de la Humanidad, al caminar sobre las huellas de un compañero. Las obras son reproducciones tan hiperrealistas que la terrible expresión del rostro del Neardenthal −que representa la aparición del yo mientras asiste a un moribundo de su misma especie− está inspirada en la de un soldado de Vietnam.
“En un museo −explica Wagensberg−, la pregunta más frecuente que se hace el visitante, sobre todo un niño, es: ‘¿Esto es verdad o es mentira?’. Por eso hemos intentado acabar con las maquetas y simulaciones y sustituirlas por la realidad. Aquí todo es verdad excepto si se avisa de lo contrario.” Así, no hay un sólo hueso falso en Los Iguanos, la colección de seis dinosaurios mejor conservada del mundo y una de las estrellas del museo. Procedentes de Bernissart, Bélgica, los fósiles de estos gigantes que vivieron en la Tierra hace 20 millones de años fueron descubiertos en una mina de carbón, y a él deben su característico color negro. Otra de las ideas con las que intenta romper el CosmoCaixa es que belleza y ciencia están reñidas. Para demostrarlo, nada mejor que visitar el Muro geológico: siete grandes secciones de roca que explican historias de volcanes, de glaciares y de fallas que tienen que ver con el proceso de formación de la Tierra. Hay roca volcánica de la Garrotxa, sales potásicas de Súria, areniscas de Puigreig, calcáreas de Crespià, calcarenitas de Mallorca, pizarras de León y sedimentos glaciares de Brasil.
Un bosque amazónico a los pies del Tibidabo Una de las mayores atracciones del CosmoCaixa es, sin duda, el Bosque inundado, una reproducción en plena Barcelona de un trozo de selva amazónica de Brasil. El recorrido permite al visitante descubrir −desde el aire, el suelo y bajo el agua− este espacio de 1.000 m2 donde convergen el río abierto, el bosque pantanoso y la tierra firme . Hay 52 especies de animales y 80 especies de vegetación (más 36 réplicas de árboles que, con el tiempo, serán sustituidos por vegetación real). De ellas sorprenden sobre todo las pirañas negras, los pirarucus −unos peces que pueden llegar a los 3 metros de longitud−, unos roedores gigantes llamados capibaras y, sobre todo, los olores, sonidos, el bochorno y la lluvia que irrumpe cada treinta minutos (aunque haya algún visitante despistado que atribuya el calor al hecho de que todavía no han instalado el aire acondicionado). Las instalaciones incluyen además un planetario, con un sistema digital que permite recrear el universo en 3D, un universo visto desde cualquier lugar y en cualquier tiempo; el popular Toca Toca y espacios infantiles (el Clik de los
niños, el Flash y el Planetario burbuja). También hay salas de conferencias, aulas de formación para alumnos de secundaria y un auditorio que pretende recuperar la idea del aula de anatomía o de teatro griego, pensado para fomentar el debate. Hasta el 9 de enero, mientras se acaban de poner a punto algunos experimentos y llegan los últimos habitantes (caimanes, ranas venenosas, hormigas Atta cortadoras de hojas, una boa constrictor, etc. ), el CosmoCaixa ofrecerá la entrada gratuita. Su director espera que el museo reciba 800.000 visitantes durante el 2005, pero insiste en que la cifra de público no es lo más importante sino que el objetivo es que el centro se convierta en una herramienta del cambio social a favor del conocimiento científico: “El éxito de un museo se mide en el grado de conversación o de cambio de vida que genera entre los visitantes. En la Torre Eiffel, que es el monumento más visitado del mundo, la gente sube y baja en el ascensor sin que sus vidas hayan cambiado en absoluto. Aquí esperamos que el visitante tenga más preguntas al salir que al entrar”. Texto Elena Calzada. Fotos CosmoCaixa / Pablo Cabrera
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