El globo #4

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Colaboradores Agustina Beltrame Poesía sin título

Mariangeles Taroni Cosas de Clara

Analía Pinto Apenas Ameba

Marcelo Schnock Beba y Martín

Andrés Cottini Alud

Lucas Ryan Mara, IX

Carlos Om Carta Argentina

Victoria Perez Ejercicio Antilocura N°17

Carolina Bianco Pobre Mariano Danka Tylka Gris te llaman Federico Baggini Acariciapájaros Federico Barale Fragmentos de “Breve reseña sobre el pensamiento de un conejo”

Ilustradores

Fernando Graneros Accidente

Camila Sartori Travesía

Flo Edelman El último dolor/El primer amor

Daminán Fabiani Cosas de Clara

Pablo Lopez TAPA

Luciana Uhrich Berrotarán

Jacqueline Golbert El que es para mí

Maria Eugenia Gelemur Poesía sin título

Juan Cruz Balian Ministerio

Marie Camblor Gris te llaman

Juan Dasso Sociabilizar

Micaela Maisa Ejercicio antilocura N°17

Luciana Barruffaldi Berrotarán y También somos así Macarena Álvarez La Pequi Manuel Larisgoitia Grados Celsius

Columnistas

Maria Anahí Ramírez Abedaño Encuentro

Belén Felix Juan Karagueuzian Walter Godoy

Maria Cecilia Cravero Travesía Sonia DiPietro Poesía sin título

CONTACTO

Edición

facebook/elgloboliterario twitter/elglobolit elgloboliterario@gmail.com

Belén Felix Ine Gaviña Karen Serfaty

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Nota editorial Hacer una revista literaria es de alguna manera darle una vuelta más a la tuerca de la literatura. No podemos saber con exactitud qué es la literatura hoy porque es algo que está demasiado vivo pero sí sabemos qué es lo que dejamos hundir de ella en las aguas del olvido; el pedestal del autor consagrado y el lenguaje encriptado de los eruditos. Hoy abrimos la caja negra y desplegamos el secreto literario, como a un ovillo de lana lo empujamos y lo vemos caer (o subir) por las escaleras. En algún momento se detiene pero es azaroso, termina como empieza en algún lugar, en cualquier lugar. Tampoco responde a ninguna pregunta o misterio, simplemente se desarrolla, se desenvuelve; son las historias que narran el mundo y lo transforman. Es el hilo que desenrollándolo hacia atrás nos muestra la puerta de salida a un laberinto intelectual. Tomamos a la literatura invisible como a partículas de aire, surcamos los mares y vemos la nueva orilla de la creatividad; somos como un Globo Literario.

El Globo.

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PROSA

Beba y Martin autor: CHELO SCHNOCK

A veces, luego de hacer el amor, Beba se largaba a llorar desconsoladamente. Yo le buscaba un vaso de agua y ella se sentaba en el borde de la cama. De a poco, respirando hondo, las lágrimas se iban y la calma volvía.

El tiempo se detenía para Beba cuando yo no estaba. La frazada de la cama se arrugaba tal cual a la mañana y las cortinas aún permanecían cerradas. Beba me recibía con las piernas abiertas y un susurrado “Que alegría que no te fuiste, Martín” y a mí no me quedaba más remedio que abrazarla y besarle las pupilas.

-¿Por qué duele tanto el amor, Martín?- me preguntaba Beba con la voz todavía agitada de tanto sollozo.

Los mejores días eran los martes cuando me daban franco. Beba amanecía antes que yo y desde abajo de la cama me arrastraba con ella.

-El amor no duele, Beba, lo que duele son los acantilados tan altos y sin remedio. Beba no entendía. O no quería entender. Cuando al fin la marea bajaba nos volvíamos a acostar y yo le daba un beso de buenas noches. Beba no volvía a moverse en toda la noche pero yo sabía que no dormía. La conocía tanto que podía distinguir su respiración de vigilia de la de ensueño.

-¿Por qué el mundo es tanto más bello desde aquí, Martín?

Al otro día yo partía al trabajo y ella me rogaba que no fuera: “De donde vengo yo, Martín, los hombres no abandonan a sus mujeres”.

Nos quedábamos todo el día debajo de la cama hablando de cardamomos y benteveos, cortándonos las uñas el uno al otro y dándonos besos que duraban años.

-Porque los pantanos aún no han llegado a esta parte, Beba- le respondía mirándola a los ojos y acariciándole la melena.

Yo la miraba con iguales proporciones de ternura y enfado, tomaba mi bolso y me retiraba sin volver mi cabeza ya que conocía con certeza las consecuencias de hacerlo.

Al mediodía yo alcanzaba la comida al suelo y comíamos recostados y escondidos. Entre bocados de repente alguno soltaba una tímida risa y como una chispa provoca un incendio, ambos terminábamos en un ataque de carcajadas y retorcijones que sólo culminaban cuando alguno se golpeaba la cabeza con la cama de tanto moverse.

Sería necio si dijera que no la extrañaba en mi ausencia. En el taller la precisión de carpintería peligraba mientras pensaba en ella, en sus manos de seda y sus hombros de muñeca. Beba había sido un regalo del cielo y yo no podía más que agradecerlo en cada uno de mis pensamientos.

Cuando no era debajo de la cama Beba me arrastraba dentro del armario, detrás de las cortinas e incluso, si estaba de humor, al sótano, donde guardaba una vieja máquina para hacer algodón de azúcar. El cuarto entero se tornaba blanco y dulce. Beba se es-

Cuando volvía a casa, tarde de noche, Beba me esperaba en la misma posición en la que la había dejado.

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condía y yo debía buscarla entre las nubes.

brillaba, se largó a llorar.

-Adán y Beba- decía ella. -Somos los primeros, los únicos en la Tierra.

- Sin cabello estoy perdida, Martín. ¿Por qué no acabas con mi sufrimiento de una vez?- dijo Beba mientras me alcanzaba la navaja.

En una ocasión -difícilmente podré borrarlo de mi mente- de tan apasionado el juego se tornó violento. Beba me había pedido que le rapara la cabeza con mi navaja de afeitar. Decía que sin cabello se parecería más a mí y estaríamos más cerca de ser finalmente uno. Nos sentamos uno frente al otro en la cama, desnudos. Yo le sujetaba las piernas a Beba con mis piernas, y ella, aunque deseaba cortarse el cabello, se resistía. Beba lo había pensado todo y había puesto Tristán e Isolda para que sonara en lontananza. Su cabello lacio caía, mechón tras mechón sobre las sábanas. Cuando algún crescendo aparecía, Beba intentaba liberarse para que yo la sujetara más fuerte. Si algún violín permanecía sonando agudo y en soledad, entonces yo acercaba la navaja al rostro de Beba y ella abría los ojos desesperada como si estuviera siendo torturada. Cuando los acordes triunfales sonaron, Beba, ya con su hermosa cabeza redonda que

El cabello esparcido sobre la cama se mezclaba con los mares de lágrimas de Beba. En medio de ese lodazal Beba se dejó caer vencida, como si sus últimas energías para seguir luchando se hubieran finalmente acabado. La tomé en mis brazos y la llevé a la bañera, su lugar preferido en el mundo. Dejé correr el agua caliente mientras intentaba limpiar la hojarasca de cabello y llanto en la cama. Cuando volví, la bañera ya casi estaba llena y Beba me miraba desde adentro con los ojos apenas abiertos. - ¿Por qué duele tanto el amor, Martín? - No lo sé Beba. Ya no lo sé

Elegido Breviarios

Pobre Mariano de CAROLINA BIANCO

Pobre Mariano, tan joven y tan bueno– insistía la voz entrecortada de la tía Dora, mientras se bajaba un trago largo de lágrimas. Y sí, pobre Marianito, pobre Nano, pobre mi hermano, pobre hijo de puta. Tuve que ir a avisar a la oficina y que pobre vago, pobre chico, qué vida de mierda, qué vamos a hacer ahora, que danos una mano con el laburo, que está bien. Tuve que ir a avisar al club y por qué pobre flaco, pobre el rústico, por qué en medio del torneo, por qué no peloteás un rato, por qué no te calzás la casaca, por qué no. Tuve que ir a avisarle a los pibes y cómo pobre el guacho, pobre negro, cómo puede ser, cómo hacemos con el truco, cómo te ves jugando los Jueves, cómo no. Tuve que ir a avisarle a la novia y dale con que pobre mi vida, pobre mi gordo, dale con que no lo puedo creer, dale con que teníamos planes, dale con que vamos al cine, dale con que dale. Tuve que ir a avisarle a la familia y pobre Facundo, tan joven y tan bueno – insistía la voz entrecortada de la tía Dora, mientras se bajaba un trago largo de lágrimas.

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POESÍA

APENAS AMEBA autora: ANALÍA PINTO

“Este zoológico soy yo, la fauna del cielo en las jaulas del alma” Felipe García Quintero

Yo quería ser una pantera que en la sigilosa viscosidad de la noche atrapara su corazón y nunca lo devolviera Yo quería ser leona brava que le hiciera frente a los cobardes a los buitres a todas sus plumas ensangrentadas Quería ser una fría serpiente no sentir nada ser de hierro emitir sólo hórridos chillidos Yo quería ser una gacela correr más rápido que todos no dejar que nadie nunca me alcanzara Yo quería vestirme de jirafa volverme elefanta hacer piruetas tener la casta prudencia de las cebras Yo quería ser potranca cabalgar ida y vuelta hasta el infierno doblar herraduras no temerle a nada Ni siquiera crisálida mucho menos oruga apenas ameba he sido

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EL MUNDO SEGÚN JUAN

“DIME PARA QUÉ TE JUNTAS Y TE DIRÉ CÓMO PIENSAS”

Desde la famosa frase del Manifiesto Comunista para acá, aceptamos la idea de que unidos podemos cambiar el mundo. Que si se junta, un puñado de personas puede hacer cosas buenas. Otro lugar común es aquel que reza que toda expresión acerca de un tema aporta un punto constructivo a un determinado debate. Me voy a poner por un rato, y te pido que me acompañes, a cuestionar estas dos máximas.

frases de personalidades como Einstein y Paulo Freire. Ellos dicen que no, pero el documental tiene una orientación determinada, y tiene que ver con la desescolarización. Esto se evidencia con la incorporación de las loas al homeschooling, o educación en casa, experiencia antisocial que ningún maestro o pedagogo serio se animaría a apoyar. En EEUU, donde más extendido está este método, el 90% de las familias que la eligen son ultraconservadores que se niegan a que la escuela se interponga en la formación dogmática de sus hijos. Paulo Freire se levantaría de la tumba si se enterase de que una frase suya está incluida en un panfleto antiescuela.

La Educación Prohibida es un documental realizado por un grupo jóvenes comunicadores argentinos, financiado de forma cooperativa y con los preceptos del software libre. Es decir, alguien tuvo una idea, la compartió con amigos y amigas, colgó la propuesta en la web y unas setecientas personas colaboraron con dinero para la realización de un documental que se reprodujo ocho millones de veces (de forma libre y gratuita) por internet. ¡Me olvidaba, el tema! Sí, claro, la película es una crítica a los sistemas educativos contemporáneos que nos prohíben, según los realizadores, la educación. El interminable y aburridísimo film recoge experiencias educativas “alternativas” alrededor de Iberoamérica y las presenta sin orden aparente en lo que terminará siendo un manifiesto anti-escuela. Y acá vienen (por fin) mis preguntas: ¿Cualquier emprendimiento bienintencionado sobre un tema que nos preocupa a todos y a todas se traduce en una crítica progresista? ¿Saben los ocho millones de espectadores que formaron parte de una operación publicitaria y mediática que está basada en los prejuicios y preconceptos de un grupo de jóvenes (ninguno del campo educativo) que parecen no haber visitado una escuela en su vida? Vamos por parte.

Doin y compañía deberían comprender que lo que ellos recogieron representa solamente una treintena de experiencias o escuelas alternativas de América Latina, con métodos cuya eficacia ha sido comprobada solo en algunos casos. Por el otro lado, solo en Argentina, tenemos 12 millones de alumnos, más de 825 mil docentes y 62 mil establecimientos educativos que en su grandísima mayoría han superado los componentes represivos, repetitivos y arcaicos que alguna vez los caracterizó. Por más que Doin lo niegue en su página web, en nuestro contexto actual atacar sistemáticamente a la escuela es lo mismo que atacar a la escuela pública; presentar a los docentes como caricaturas estereotipadas o como personajes del viejo Gasalla es atacar a los docentes; presentar un relato fragmentado, contradictorio y carente de sentido es realizar una investigación carente de fundamentos. No dudo de la buena intención de Doin y su equipo, pero la buena intención no alcanza cuando se trata de debates nodales, fundamentales y complejos de nuestra sociedad. Tampoco basta con asociarse, cooperar y liberar los derechos de autor. Cuando se trata de ser progresista y revolucionario, en ese sentido tienen que ir nuestras ideas, no solo la forma en que las llevamos adelante. De otro modo configuramos críticas caprichosas, sin fundamentos y que generan el efecto contrario al que buscamos.

A los responsables de La Educación Prohibida no les importaba articular un relato coherente. Ellos mismos colocaron un cartelito en el comienzo: “Las personas que aparecen en esta película tienen ideas y opiniones diversas. Su aparición no necesariamente expresa acuerdo con todo el contenido de la misma”. Es lo mismo decir, “sí, van a encontrar contradicciones, pero bueno, es lo que hay”. La película muestra una sucesión de fragmentos de entrevistas de una docena de docentes de pedagogías consideradas alternativas (Waldorf, logosófica, Montessori, etc.), intercaladas por animaciones, actuaciones (generalmente de niños aburridos en clase y docentes malísimos gritando) y carteles con

Juan Karagueuzian estudia Ciencias de la Educación en la Universidad de San Andrés

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CLUB DE ESCRITORES

Jorge luis borges Aprender a escribir es como aprender a andar en bicicleta. Es ensayo y error, pero fundamentalmente corrección. Algunas quizás digan, y con mucha razón, que con ensayar no es suficiente: primero hay que conocer la técnica para no ensayar en la dirección incorrecta. En esta oportunidad nos atrevemos a mostrarles un fragmento en el que Borges habla de la buena escritura. Quizás podamos tomar algo de él que nos ayude a pedalear mejor.

“Es habitual quejarse de lo estruendosa y esforzada que es nuestra época. Pero en verdad la nota principal de nuestra época es una pereza y una fatiga profundas: y el hecho es que la verdadera pereza es causa del aparente ruido. Tómese un ejemplo muy externo; las calles son ruidosas por los taxímetros y los automóviles; pero esos no son debidos a la actividad humana sino al reposo humano. Habría menos estruendos si hubiera más actividad, si la gente simplemente caminara. Nuestro mundo sería más silencioso si fuera más esforzado y esto que es verdad del aparente estruendo físico es verdad también del aparente estruendo intelectual. Las frases científicas se emplean como engranajes y pistones científicos para hacer aún más veloz y llano el recorrido del comodón. Las palabras largas nos pasan zumbando como los trenes largos. Sabemos

que llevan cientos de demasiado cansados o demasiado indolentes para caminar y pensar por sí mismos. Es un buen ejercicio probar alguna vez el modo de expresar cualquier opinión que se posea, en palabras de una sílaba. Si Ud. dice ´La utilidad social de la sentencia indeterminada es reconocida por todos los criminologistas como parte de nuestra evolución sociológica hacia un concepto más humano y científico del castigo´, puede seguir hablando así durante horas sin requerir casi ni un movimiento de la materia gris de su cráneo. Pero si Ud. empieza ´Quiero que Jones vaya a la cárcel y que Brown diga cuándo debe salir Jones´, con un estremecimiento de horror descubrirá que está obligado a pensar. Las palabras largas no son las palabras difíciles; difíciles son las palabras cortas.”

Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Es considerado uno de los eruditos más reconocidos del siglo XX.

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s

POESÍA

ALUD autor: ANDRÉS COTTINI

puedo cerrar los ojos y ver tus ojos que miran los míos que miran tus pecas de lágrima de café o pasear

suspiros ojeras ajadas caricias mi cuello con raíces de gomero mi pecho (morder mi pecho y desgarrarlo) y susurrar sin dolor el placer es hiel

puedo cerrar tus ojos con la punta de mis dedos lentamente y cubrir tus oscuras picas de légamo (telúrico) y ver el misterio escondido detrás de tu lengua que lame el filo gélido yerto y atiza el fuego del deseo vil (dulce crepitar de hojas de álamo)

hundir las uñas en mi carne y ser engranaje de tu Ir y venir gritar gemir relamer y gemir y callar y gemir y sangre tibia a borbotones de fuente de mármol con expresiones muertas pero abro los ojos y apenas rozo tu hombro en un lecho cada vez más y más (y más) devastado

y ver tus ojos que miran abyectos los míos y el dolor contrae tu cuerpo en un suspiro exiguo Antes de tu sonrisa delirante Antes de tu boca sumergida en vino Antes del beso embriagador Antes de mi barba carmesí Antes de mi pecho ensangrentado de mi sexo deglutido de las sabanas de leche tibia (como tu piel) y el tintineo puedo cerrar los ojos y ver tu boca mordiendo lóbulo tu lengua brocha tiñéndolo todo:

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YO LEO

CIUDAD DE CLIFFORD SIMAK

“¿Qué es un hombre? ¿Qué es una ciudad? ¿Qué es una guerra? No hay respuesta exacta para esas preguntas. Hay suposiciones y teorías y hábiles conjeturas, pero no hay respuestas”

Ciudad es una leyenda de perros. No es porque sean estos los protagonistas, sino porque son quienes cuentan la historia de otro animal, cuya existencia es dudosa y cuya historia les genera “la confusión más completa”: el ser humano. Este animal algo excéntrico y misterioso, se dice, habitaba en ‘ciudades’, hacía ‘la guerra’ y cometía crímenes. Se comenta también que sufrió la agorafobia hasta el aislamiento total de cada uno de sus ejemplares. El ser humano es sin duda, para quienes transmiten los ocho cuentos que componen Ciudad, obra de la imaginación folklórica.

que el fin de la humanidad no se asemeja al apocalipsis tenebroso que nos inculca la tradición judeo-cristiana. Para Simak, el fin de la humanidad viene con la verdadera plenitud del ser humano, con el quebrantamiento total de la política y del control de la información. Decimos que se atreve también ya que propone que este final, (inesperado, magnífico, vertiginoso) es un capítulo que se cierra cerca de la mitad del libro: la historia del mundo continúa. Simak nos obliga, tal vez sin quererlo, a cuestionar nuestros hábitos, a mirar a la humanidad hoy con los ojos de quien, por la distancia en el tiempo, no teme dilucidar sobre las consecuencias de nuestras acciones. Ciudad comienza con la disolución de las ciudades, símbolo de la organización y el progreso occidental por excelencia, y concluye con el avance de una ciudad de hormigas que amenaza con destruir la tierra y todas las especies que la habitan. Las posibles analogías con el mundo como lo conocemos hoy, más de 50 años después de la primera edición de Ciudad, quedan a cargo de la imaginación del lector.

Ciudad no es una novela futurísica de los años 60, que atina a anticipar lo que es hoy nuestro presente: no es ciencia ficción tímida ni previsible, sino un libro único en el género, un libro de la historia del futuro de la humanidad. Puede que sea por la particularidad de los narradores, por su ingenuidad y benevolencia característica, que Simak se atreve, en 1952, a explorar las posibilidades de la historia de la humanidad, su futuro, hasta las últimas consecuencias. Decimos que se atreve pues asoma la nariz al futuro y se anima a proponer

LEE BELÉN FELIX

de Federico Barale

BREVE RESEÑA SOBRE EL PENSAMIENTO DE UN CONEJO Para el 85% de las conejas con edades comprendidas entre los 11 y 55 años, la única cura para sus problemas más profundos es el beso de un príncipe. Se bañó, se puso su remera nueva, se perfumó, barrió, pasó un trapito por la mesa, fue a comprar un vino y forros, lavó dos copas, puso un disco, revisó la cama, abrió un poco la ventana, miró el reloj y se tiró en el sillón a esperarla mientras imaginaba cómo sería besarla y agarrarla por la cintura. Ella nunca llegó. 10


PROSA

TRAVESIA autora: MARÍA CECILIA CRAVERO Toma el camino más largo. Deja en una rama la capa colgada y marcha paso a paso, destrabándose el pelo, golpeándose el pecho, anhelando ser devorada. Ella y la bruma, se adueñan del bosque. Emerge de la arboleda un aullido y el cortejo comienza: desnudos los pies sobre el pasto, lamidos hasta quitarles el barro. Desnudo, su cuerpo es mordido, humedece. Se arrastran. Llegan al lago que espeja sus rostros arrobados. Se miran detenidos por la debilidad y concluyen el acto. El rugido se distancia. Ella mira, hacia arriba, cómo las copas de los álamos se unen con el sol y la niebla. Retoma el camino, descuelga la capa colgada en la rama y marcha ligero trabándose el pelo, limpiándose el pasto, apremiada por el tiempo. Cuando está por poner la comida sobre la mesa, mira que sus uñas todavía tienen restos de barro. -¿Estuviste arreglando el jardín? Ella sirve la comida sin contestar.

El amor calienta mi cuerpo, lo evapora, lo transforma en una nube que cruza el cielo del cuarto hasta el otro lado de la cama en donde queda inmóvil. Dos minutos después llueve mi cuerpo sobre tu cuerpo. La abuela le preguntó dónde había conocido a su novia, él le contó que ella posteó un flyer en su muro y después todo fue vía chat del Face. La abuela puso cara de póker, se sirvió una copita de jerez y sintió que este mundo ya no le pertenece. Mi ex y yo somos dos orgullosos, nunca aceptamos una crítica del otro, nos tuvimos que separar para poder seguir siendo perfectos. Ella es multiorgásmica y él multifeliz. La Play Station es nuestra mejor amiga. El perro ha muerto. 11


POESÍA

Cosas de Clara autora: MARIANGELES TARONI

Clara adora los surcos de su mano. El perverso juego del entrar y salir de mundos que la hacen sentirse deseada, ser la enamorada de un hombre un poco mayor. ¿Cabalgamos? le pregunta cerrando la puertita baja de la boletería. De fondo música que recordará por siempre suenan los estes y oestes de jacarandaes desconocidos, un mono al que le dicen Liso, un Ilarié a coro, una invitación a tomar el té. Ella se sienta, liviana, sobre sus piernas que suben y bajan en pequeños golpecitos que le recuerdan, a Clara, el campo y el cabalgar. Clara sabe que la ventanilla cuadrada de la boletería es el marco visible, lo de abajo lo que pasa por abajo lo escondido lo que los otros no ven es lo prohibido. Por la ventanilla desde afuera se ve la sonrisa de Clara dispuesta a bajar del caballo Azul y saltar a tierra firme si alguien se asomara a pagar una vuelta en calesita. Primeras máscaras de Clara, entre lo que está bien y lo que está mal. No piensa, Clara siente cosquillas entre sus piernas y siente pena de la soledad avejentada de las manos de aquel hombre. Clara sabe que “se hace más fácil con pollerita que con

pantalón” y “es mejor y más rápido si venís, también, sin la bombacha”. Le duelen las uñas largas pero le gustan porque vio que los músicos las usan así. Este es nuestro secreto, era la frase de despedida. No había rencor ni adiós. Clara guardaba silencio calló lo prohibido por miedo a perder su juego, su calesita, sus cosquillas y su amor. Llegan niños de edad de Clara que asomándose a la ventanilla le piden boletos para subir a girar. Sonríe, Clara, cabalgando sus piernas. Aprieta el botón, Clara y el zoo entero comienza a girar. “Los más inteligentes son los que eligen los caballos que suben y bajan, además de girar”. Piensa Clara, mientras sube y baja mirando a los niños sobre sus piernas flacas sin gozar. Este es nuestro secreto se va Clara con ganas de gritar. Clara aprende la crucial diferencia entre el callar y el gritar. La calesita girando, le empieza a molestar. Ya te vas? y ella sonríe bajando de sus piernas es que voy a ayudar a mamá antes dame un beso sujeta su cara que ella acerca y sus bigotes le pinchan como el amor seco del monte que pincha y no lo arrancás. El susto de Clara

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al aprender a besar puso duras sus manos su rostro su ingenuidad. Hizo punta de pie para parecerse a mamá (para llamarla, tal vez quizás) Se le escapó un chorrito de pis se expresa el cuerpo como animal. De cerca lo vio más viejo lo vio cadáver surcos y mal. La lengua del bicho empezó a asomar anaconda entre sus labios no pudo evitar que empezara a entrar. Clara no se desmaya pero empieza a llorar. Camina rápido ansiando llegar. Sin embargo cerca comienza a frenar. “¿se me notarán los labios hinchados, quizás?” Teme Clara que se sepa lo que su cuerpo aprendió a callar.

SERGIO de Sonia DiPietro

Un bolo congestivo afila con pereza cada nota de las cuerdas vocales. Gimen apenas, por la vibración del aire intruso, pero vital

GRADOS CELSIUS

Pasea de tarde un momento difundido por la oscura viscosidad el recuerdo propagado

Mi casa es oscura, Hay ceniza hasta en el aire Me levanto y ando Cocino y luego solo almuerzo, Hoy, todavía no hablé

de Manuel Larisgoitia

Es parte del cuerpo donde se reencarna el sentido de aquellos días vividos que traen color al pensamiento.

Mi casa es muy oscura, Me siento en el piso, Cerca del horno que sigue caliente Y me da algo parecido al amor

Eso me pasa cuando te recuerdo, entre otras cosas 13


PROSA

Gris te llaman de DANKA TYLKA ilustradora MARIE CLAMBOR

Z: – A mí me desconciertan las mujeres que pican cebolla, y después te toman de la cara y te besan irremediablemente. W: – A mí me dan pudor las mujeres que se hacen reflejos y que comen fruta sin pelar. Z: – A mí me desesperan las mujeres que gritan la palabra amor como apelativo, casi siempre en los pisos de arriba, y casi nunca en mi sala de estar. W: – A mí me da ternura una mujer que se ata los cordones al borde de la entrada del subte, o esas que preguntan la hora a un policía. Z: – A mí me gustan las mujeres que se pintan con una línea así arriba del párpado. W: – A mí me gustan las mujeres que no se pintan. Z: – ¿Ni un poquito, ni en su cumpleaños? W: – Nada, ni las uñas. Z: – ¿Una mujer natural? W: – Me gustan las chicas descoloridas naturalmente. Z: – Eso es triste. W: – ¡No me venga a decir a mí cómo me tiene que gustar una mujer! Z: – No le digo nada, pero el color es indispensable, sobre todo en un hombre como usted. W: – ¿Me está llamando gris?

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PROSA

Acariciapajaros de Federico Baggini

Recuerda de ella, con severa vacilación dado lo imprevisible de la memoria, el idioma de los impostores, la voz de los símbolos y el lenguaje de los colonizadores y conquistadores velando un infinito de papel: el aubin, lenguaje del vacío; el ankiew, lenguaje de las mariposas; el babebidocu, lenguaje de las nubes; el isolica, lenguaje de la reencarnación; el silistria, lenguaje del desprecio; el kwak, lenguaje del amor, su favorito. Un papel, una imaginación y varios lápices de colores. Dibujó con dificultad la forma de un hombre. Por momentos deslizaba una mirada a través de la ventana. La observaba precipitarse de lado a lado del huerto, ahuyentando los pájaros. Fuera lunes, viernes o domingo allí la veía, correteando al grito de chus chus, elevando sus brazos al cielo como el cuerpo de un manzano. ¡Cómo concentrarse! Debe fingir que no existe, que hay otras. Su movilidad efímera de cielo, imperceptible y constante, es su delicia. Ama de ella lo que desconoce, lo que aún no ha perdido. Al hombre sobre el papel, lo vistió con una camisa de franela, un vaquero color azul, botas con espuelas, guantes de trabajo, un sombrero de paja. Sobre el hombro derecho, colocó un mirlo de madera. Bajo el trazo y los crayones sintió el boceto de una criatura por nacer. Tomó del granero unas cuantas maderas, un serrucho para moldear, los clavos para afirmar y el martillo para golpear. Trabajó noche y día, sin descanso, con el boceto entre ceja y ceja. Al llegar la séptima jornada decidió darlo por terminado. Corrigió detalles y cuando hubo sentido orgullo, lo arropó. La madre aportó la ternura y las prendas; la mayoría en desuso, descosidas, llenas de remiendos. Abotonó la camisa alrededor del torso de madera, abrochó el cinto sosteniendo el vaquero, calzó las botas, los guantes y el sombrero. Al ocaso, los amigos se presentaron con el informe: “Entre lasonce y lasuna -señalaba uno agitado- ha salidó al huerto. Volvió

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a eso de las cinco, según la voluntad del sol. El único reloj que teníamos se ahogó en el estanque, era de mi padre, pronto conseguiré otro”. Él los escuchó. Asintió pensativo. Tras salir el último de los niños, trancó la puerta y continuó trabajando. Apiñados en el apuro por irse, algunos rodaron cuesta abajo a lo largo del prado y se perdieron en la alameda poco antes de la penumbra. Al día siguiente despertó valiente. Desayunó en compañía de su padre. Llegado el mediodía abrió las puertas del granero de par en par. Los goznes crujieron y el revuelo de los caballos asustó a las gallinas. Intentó cargar al hombre de madera sobre su espalda pero no pudo, era muy pesado. Con la ayuda de una asadera lo tumbó sobre una carretilla untada de cemento seco. La tierra húmeda se hundía bajo la rueda, la lluvia de la noche anterior conspiraba contra sus planes. El barro le cubría las canillas, entorpecía su paso. Ella lo observó largamente, apoyada en el alfeizar de la ventana. ¿A dónde irá?, se preguntaba. Siguió atentamente cada movimiento del niño y su carretilla y el espantoso hombre con sombrero de paja. Al cabo de unos minutos entraron al huerto que ella cuidaba. Alarmada, bajó las escaleras a toda prisa; el alero trasero de la casa le servia de guarida. Con ojos vidriosos lo examinó. Se debatía entre el maíz como quien lucha contra un panal de abejas. Se levantaba y volvía a caer. Pero no se rendía. Ante su asombro, una silueta extraña apareció recortada por el sol. Los pájaros, en lo alto, graznaban furiosos. Volaban en círculos, merodeando, fraguando una embestida. Cuando se lanzaban en velocidad la silueta les cerraba el paso, aminoraban el batir de alas, detenían la marcha y retornaban al cielo ya resignados. “Has hecho un espantapájaros”, susurró la niña. Sin delatarse había llegado hasta donde él estaba. Éste le sonrió, embarrado hasta las narices. “Lo llamo Acariciapájaros. Es para ti. Ya no tendrás que cuidar del huerto, él se encargará de todo -explicó-. Ten, colócalo donde gustes”, dijo y ofreció a la niña una avecilla tallada sin cuidado. Ella se paró sobre la punta de los pies y con delicadeza posó sobre la camisa del espantapájaros el mirlo de madera. Él, por vergüenza, no apartaba la vista de las nubes en forma de nada. Ella, por amor, tomó su mano. “Ven, vayamos a jugar”, propuso. Eran libres. Juntos, sin soltarse, habitaron el bosque desde aquel día hasta su muerte, cuando fueron enterrados por sus hijos a los pies del Acariciapájaros, vestido de gala para la ocasión. Años después, algunos aldeanos atestiguaban verlo deambular por la noche, cerca del maizal. Lo describían taciturno y adusto, como una escultura muerta con vida (o viva con muerte). Pero uno de ellos, peculiar, calvo, de bigote tupido, constructor de abstracciones, desmentía esos rumores. Afirmaba, sin embargo, haber oído recitar de sus labios de madera gris, palabras en un idioma llamado kwak, ignorado en la tierra de la materialidad, las cifras y los riesgos. <<El tiempo ha perdido sus metáforas y se resigna a una despedida igual a tantas otras>>, es lo que dijo que diría el que dirán, mientras las manos astilladas acariciaban al mirlo posado sobre su hombro derecho.

Sin título Me introduzco en el hueco. Salto. La cavidad me protege, resbalo como oscilando. Yo soy el pico o la garra que escarba hacia el centro de esta morada. por AGUSTINA BELTRAME

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POESÍA

Un camino ecológico autor LADISLAO SERRANO

Ecobolsas artesanales, Tengo un amigo que hace Ecobolsas artesanales.

¿Una bolsa artesanal? ¿Seguridad? Tengo el semen ¿Mano dura? Tengo amor.

Tiene cara de perla, De perla cara y Africana.

¿El semen? Ya lo tienen… Encapsúlenlo y Háganlo hijos, quémenme Quemen mi clasicismo Quémenme romántico Y trabajando -si me encuentran vivo-

-Es- una perla africana. Seguro fue obtenida por Algún negro que nada, bucea y Vive poco, cuyos tímpanos y pulmones se achican cada año… Y todos tenemos algún amigo Con una bolsa, Que duerme rodeado de Artesanales bolsas.

Acábenme Y muélanme Pero no olviden, Al enterrarme, de hacer agreste este infierno; guardarme y besarme ya muerto y blanco. En medio de un pálido desfile burgués, en una ecobolsa-artesanal.

Este amigo mío, Sabio vate del odioso modernismo, Tiene también otra amiga Que yo conocía Y hasta quizás amé… Y ahora anda rala Por los pisos y Fuma marihuana Y estudia jardinería. Y no voy –vivo- a comprar ninguna ecobolsa, Ninguna bolsa artesanal Porque siempre está el mal… El bello mal de la vida De los hombres y Las mujeres y estas mujeres… ¿Qué temen? Tengo el semen ¿Qué quieren? ¿Un departamento, un auto? Tengo el semen.

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PROSA

Encuentro autora MARIA ANAHÍ RAMÍREZ ABEDAÑO

Julio me enfría como condición ineludible. Escucho los primeros pasos en la vainilla, el vaivén del café caliente y del pensamiento que se traduce en celebración. Todos los secretos del sol, de la respiración fría, acompasada, diminuta. Si andamos sin cuidado es seguro caer en la impresión de dolor: las mejillas se chocan con el aire, las cachetea y los ojos se llenan de lágrimas. En la parada del 19 todos tienen los ojos hinchados, la nariz de un rojo cristal, dura y puntiaguda; me sincero y concluyo en que el invierno me deja marchita (él es) o lo exagera el recuerdo del Febrero fulgoroso. Arriba del colectivo atino a mirarme las uñas, hipnotizada por la piel seca y un pensamiento tan constante como un hilo de plata interminable. Hace días que no puedo dejar de imaginarlo una y otra vez, vestirlo de seriedad académica, es color ocre. A veces es un gigante que me agarra de la mano y se ríe, intento imitarlo y me pongo en puntas de pie, se ríe. Su silueta es anónima como personaje novelesco que espera ser cargado de sentimentalismo poético, sentimentalismo que el lector cree suyo. Y en mi imaginación él es mío y pienso que seguro le gusta el budín y que le gusto. “Una vez al año ve a un lugar donde nunca hayas ido”. Almagro es en mi memoria la ciudad enorme. Extraviadas las minucias de la vida cotidiana, los rostros exponen inconscientemente gruñidos de perro y las comisuras de la boca la rigidez digna de una oclusión intestinal. Camino por encima de todo eso, sin memoria y sin prejuicios, construyendo, sin duda, una novela epocal bastante costumbrista: el olor a café recién molido y la taza caliente en mis manos. Doblo la esquina de Humahuaca y veo la puerta imponente que se despega de la escena: atemporal. Me dan ganas de dar golpes temerosos, aterrada de alegría incontrolable y mi cabeza que confunde el respeto protocolar y un incipiente sentimiento maníaco. Abren, entro cuidadosa. Me asombro ante la inmensidad del taller que me recibe pleno de formas cual gigantes humanoides que me observan, y me prueban. Hablan por él, me susurran- su pensamiento pasaporte insaciable es por siempre su movilidad - una voz siempre asincrónica, de tiempos

remotos. Mi recorrido empieza y termina en un ciclo tan armónico como el agua envuelta en las cunas de plexiglás: las esculturas hallan en la profundidad de su voz aquello que alguna vez devoró la costumbre, la capacidad de asombrarse frente al mundo y ahí nomás su baile extático y el canto incontrolable. Detrás de su escritorio, su mirada abierta como un cúmulo profundo; la busco con curiosidad e imperiosa necesidad de aprobación. El artista, el rey del lugar, creador y reeditor, expresión de lo inefable. Le acerco mi regalo, el budín marmolado, aún tibio- Y en mi imaginación él es mío y pienso que seguro le gusta el budín y que le gusto. Existe un segundo notable, ahora o nunca, donde el sí o el no se define para siempre: mi mamá lo llama piel. Entonces lo abrazo y para completar el ciclo dejo, ahí nomás, una gota que cae sobre mis manos congeladas. Me dice: -manos frías corazón caliente-, y la acuna a toda velocidad. el torrente puede asistir a las ansias veraces del tímido juicio infantil como un himno boreal como una gota acunada a toda velocidad* *Fragmento de “Intuición alrededor de la gesta” Autor: Gyula Kosice

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interminable que no creo que jamás haya limitado con una ruta o una parada de interprovincial; ni siquiera con un camino cualquiera.

Berrotarán Fue el mismo verano en el que el arroyo de Berrotarán se secó: murieron las vacas y el aire se llenó del olor a podrido de las piedras secas, de los cueros secos tirados en la orilla, de la nube de mosquitos que marcaba los perímetros que no dejaban de repetirse en los metros en los que apenas se divisaba el hilo de lo que alguna vez fue un río en el que, por decirlo de algún modo, aprendí a nadar. Fue el mismo verano en el que una mañana vi abierto y a la cruz al corderito que hasta el día anterior había sido mi mascota. Se morían las vacas y asaban las mascotas. Todos estaban del orto, en esa casa que se me presenta tan verde y frondosa e

También somos asi Me dijo que le había dicho que fue a una marcha y que era peronista. Me advirtió y yo me puse nerviosa, entonces cuando él apareció apenas pude alzar mis dedos en forma de V. Después como no tenía bolsillos porque estaba con pollera puse el vuelto de la limonada con vodka en las medias can-can, y cuando me desvistió llovieron billetes de dos pesos.

autora LUCIANA BARRUFFALDI ilustradora LUCIANA UHRICH

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La Pequi

de MACARENA ÁLVAREZ

Desde el cuarto de mis viejos podía verla. Salía a fumar a eso de las siete. Se apoyaba contra la vidriera de la peluquería donde trabajaba y sin mirar a nadie, fumaba. A veces tenía el pelo rubio platinado, a veces unas mechas rojas, unos días lacio, otros, recogido. Tenía un piercing en la ceja izquierda. Un día, volviendo del colegio, paré en el kiosco de al lado de la peluquería para comprar chicles. Sentí que alguien me bajaba la capucha. Era ella, pelo desmechado color caoba. ¿Me das uno? Fue lo único que pude hacer: abrirle mi mano llena de Bazookas. Eligió el de banana y dulce de leche. No le dije que ese también era mi sabor preferido. No le dije más que mi nombre cuando ella me preguntó cómo te llamás pibito. Repitió Fermín dos veces alzando los ojos y dijo no, no conozco a ningún Fermín, sos el primero. Le dejé otro chicle de banana y crucé la calle sin saber cómo se llamaba. Qué hacés Ferrrrrmín decía ella marcando exageradamente la erre cada vez que nos veíamos y yo le sonreía, bajándome un poco la capucha. Jaime, el kiosquero, ya me había dicho su nombre: Inés pero le dicen la Pequi. También me había dicho que vivía en la calle Estados Unidos, en la misma cuadra de la veterinaria de mi tío. Un sábado, llegué a casa de fútbol y tenía una revista Gente arriba de la cama. Mi mamá, que me había escuchado entrar, gritó desde la cocina: te dejé una Gente en tu cuarto. Te la manda la chica de la peluquería. Cuando estaba leyendo la tapa, sin entender qué tenían que ver las colas del verano pasado conmigo, mi mamá se apareció con un vaso de Nesquik en la mano y se apoyó en el marco de la puerta. Simpática la chica. Me dijo que te ve todas las tardes. La miré asintiendo con la cabeza y agarré el vaso que me alcanzaba. Se fue por el pasillo y escuché que decía le sacás esas mechitas negras horrorosas y es linda, ¿no? No le contesté. Había encontrado una doble página con una entrevista a Luis Miguel. Vi una fle-

cha atrás de la nuca del cantante y en birome negra leí: Llamame Ferrrrrmin (773 1383). La llamé el lunes porque el domingo estuve más de una hora con el teléfono en la mano pero no pude marcar los números. Llegaba al 773 13 y colgaba. Cuando salí del colegio hice tiempo en la esquina con algunos amigos para evitar cruzármela en ese horario en el que también salía a fumar a la calle. Le pedí a Lucas un poco de flores de marihuana. Me dio bastante pero con la condición de que le dejara usar mis botines un fin de semana. Acepté. Las guardé en el bolsillo del buzo y compré unas sedas en el kiosco. Jaime me dijo: Cuando te armes uno avisá pendejo, ¿eh? En casa desperdicié cinco sedas intentando armar el porro. Me puse de mal humor y decidí dejarlo para más adelante. Vi tele hasta que se hicieron las ocho menos cuarto y marqué el teléfono. ¿Hola? ¿Inés? ¿Querés hablar con la Pequi? Sí, dije, por favor. Después de un minuto y un montón de ruidos apareció su voz. ¿Quién es? Fermín. Ferrrrrrrmín. Pensé que ibas a llamarme el finde. No pude. Bueno, escuchame. ¿Por qué no te venís? Quiero proponerte algo. ¿Ahora? Sí, comés acá. Hay salchichas. Le dije que bueno y corté. Escribí una nota a mi vieja: Estoy en lo de Lucas. Mañana examen de historia. Vuelvo tarde. Antes de irme llamé a Lucas y le dije que si quería los botines no me preguntara a donde iba, que si llamaba mi vieja le dijera que estaba ahí, estudiando historia. La casa estaba pegada a la veterinaria de mi tío que, por suerte, ya había cerrado. Antes de tocar el timbre compré chicles de banana en un kiosco. Apenas hice sonar el timbre, escuché: ¿Si? Entonces pregunté ¿Inés? Y al segundo su voz, alta, resonó en toda la cuadra: No me digas Inés. Soy la Pequi, ¿ok? Subí. Abrió la puerta y me dio un abrazo. Se había hecho un flequillo stone que le daba a la cara un aire más rockero del que ya tenía. Entre el abrazo y lo linda

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que estaba con su nuevo look yo no podía creer lo que me estaba pasando. Me presentó a su hermana Clara y a su sobrino Ramón. A ellos sí podes llamarlos por su nombre. Me reí, apenas, y ella me bajó la capucha. La hermana fue a bañar al nene y nos quedamos solos en el salón que era a la misma vez cocina, a la misma vez habitación de la Pequi. Nos sentamos en el sofá cama y me contó lo que quería hacer: la idea es poner un delivery de sushi. Yo la miré fijo a los ojos y dejé que se explayara. Cuando Ramón apareció con el pijama puesto, recién bañado, pusimos la mesa y cenamos todos juntos. La hermana la trató de delirante, no sé porque se te metió la idea del sushi, boluda, no entiendo, quién te va a comprar sushi en este barrio de mierda me querés decir. La Pequi se apretó el labio inferior y me miró mientras le respondía a la hermana: Callate, ¿no ves que acá ya tengo un socio? Yo bajé los ojos y me terminé el plato de salchichas. Escuche que Clara decía qué rídicula por lo bajo y me paré a cargar la botella de agua. Luego, nos quedamos en silencio todos menos Ramón que pedía banana pisada con dulce de leche. Vas a ver que no se lo termina, me dijo la Pequi por lo bajo. El nene dejó más de la mitad del postre y se vino a sentar con nosotros en el sofá cama. Acostó su cabeza sobre la falda de la Pequi. Clara, que se había ido al baño, apareció vestida de negro con un escote impresionante, un jean ajustadísimo y unos tacones de infarto. Me voy, que no se acueste tarde, dijo yendo hasta la puerta. Trabaja en una barra, me explicó la Pequi después de ver mi cara de noentiendonada. Casi todas las noches, me aclaró. Sólo solté un ah y le dije que mejor me iba, poniéndome de pie. Ella, que con una mano tocaba el pelo de Ramón, con la otra me tiró de la manga del buzo. Quedate. Me quedé. Vimos Videomatch hasta que Ramón se durmió. Cuando estaba a punto de sacar los chicles del bolsillo, ella se levantó para bajar el volumen de la tele. Luego se fue a acostar al nene al cuarto y yo me quedé sentado con las manos adentro de los bolsillos del buzo. Por un minuto quise convertirme en Lucas para animarme a sacar las flores y armar un buen paragüitas para fumarme con ella. No sabía qué hacer pero sabía que quería estar ahí, medio muerto de frío en esa casa, con esa chica, en ese momento. Volvió al salón con el pelo atado. Se paró frente a la estufa con los brazos atrás de la espalda para calentarse. Nos miramos a los ojos sin decirnos nada. Se escuchaba la voz de Tinelli muy bajita, las risas de la enana Feudale. Habrán sido dos minutos de silencio, o tres, que se rompieron cuando ella dijo: No quiero hablar más de sushi. Yo alcé los hombros. Ella se acercó hasta el sofá pero no se sentó. Se quedó de pie, mirándome, acariciando con una de sus manos mi cara. Toda mi cara. Te queda bien el flequillo, me animé a decirle. Me respondió con una sonrisa mínima. Entonces yo me animé todavía más: Parecés un ángel. Y todo lo demás, sucedió.

Sociabilizar autor JUAN DASSO

Dos escritorios. En uno hay un chico joven, de aspecto prolijo, trabajando en una computadora. En el otro hay un hombre más grande organizando unos papeles. Eventualmente el más grande se levanta y se acerca a hablar con el más joven. ¿Qué hacés, viejo?, ¿todo bien? (el otro asiente tímidamente) ¿Cómo va?, ¿te vas adaptando? (el otro sonríe indiferente) ¿No fumás, no? A ésta hora salen todos a fumar; la terraza (señala) ¿viste la terracita? Yo antes iba, es fea igual; tampoco tiene buena vista; una oficina de otro edificio, eso es lo único que se ve; grande la oficina, enorme… ¿Qué harán ahí? (Lo observa un momento) ¿Estás con el informe, no? (Se sonríe) No sé por qué al principio a todos nos gusta hacer el informe, es fácil, automático, es como que quedás bien, ¿no? (Breve pausa) ¿Sabías que es al pedo? Vos porque sos nuevo y querés quedar bien, pero haceme caso: no sirve. (El otro continúa) Yo te lo digo porque perdés el descanso. (Mira el reloj) Ya se te fue un minuto. (Lo observa) Bueno, si lo querés hacer, lo hacés. Vos tenés pinta como que sos prolijito; te vi cuando entraste caminando, caminás bien ¿Sos actor? (el otro lo mira con una sonrisa media, forzada y en seguida vuelve a su computadora) ¿No? Yo te preguntó porque por acá pasó un pibe, hace unos años ya; era así todo prolijo como vos. No sabés cómo caminaba Pancho… Se sentaba erguido, y cuándo sacaba fotocopias… Daba placer verlo al tipo. Era callado, como vos. Sabés que al final Pancho resultó siendo Pancha ¿Me entendés, no? Era actor el pibe, al poco tiempo se fue, dijo que tenía laburo de lo suyo; después lo vi en una propaganda de Pino Lux… Para mí lo rajaron igual, el jefe. Ojo, no es que discrimine, el pibe era divino; pero hay que entenderlo al jefe, ¿viste? Él prefiere a tipos como yo, que estamos hace mucho, que somos más normales; no quiere cosas raras, se le revolotea el rancho sino… ¿Y vos? ¿Cómo sos? (Breve pausa, lo mira, el otro no responde, luego intenta observar el monitor de la pantalla) ¿Seguís con eso? No hace falta te digo, relajate; te consigo un café, ¿querés? Hay un truquito con la máquina, te lo enseño (el

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otro no responde). Dale che, dejá eso, en serio, cortala. No sirve para nada. (Mira alrededor, baja el volumen, confidencial) Escuchame, no está bueno que hagas el informe, no es sólo porque no sirva (vuelve a mirar); el informe te resta puntos, no te conviene; sé que suena raro, pero es así; lo que tenés que hacer es sociabilizar, sociabilizar con los compañeros (el otro lo mira y vuelve rápidamente a la computadora); eso es lo que les gusta; dale, hablá conmigo, te estoy haciendo un favor, pibe; (el otro no lo mira) hablame antes que sea tarde… (Se le queda mirando sin recibir respuesta; pausa, se levanta) Ok… Te voy a seguir hablando, ya me vas a entender, vos tranqui… Quedate en el molde… Cuando puedas levanta la vista, todavía no, eh, en la pared de enfrente, al lado del aire acondicionado… Hay una cámara. No mires todavía. Por esa cámara nos ven cómo laburamos, cómo hacemos el recreo. Me parece que no tiene sonido. Vos tenés que hacer amigos, ¿entendés? Tenés que hacer amigos, pibe; no te digo amigos de verdad. (De repente) Sonreí, eh, sonreí, no se escucha pero se ve todo. No es que tenés que ser el súper amigo, pero tenés que estar piola con los demás. Yo no te veo muy carismático, no te lo digo mal, pero entonces tenés que ser más complaciente. No te cortés solo, pibe. Tenés que largar el informe. (Pausa) Está bien, está bien, voy a dar vueltas un poco alrededor, así la cosa parece más animada ¿Seguro que no querés café? Eso está bueno porque se nota que sociabilizás; pero no hay que pasarse, había uno que se traía el mate, andaba con el termo en el recreo, a ese lo rajaron; porque era mucho, ¿me entendés? Yo estaba por venir con termo también, me salvé… (De repente) ¿Vos no estás haciendo una obra de teatro?, ¿algo así? Te digo porque entonces podés invitar a la gente de acá, después comentan; sería un golazo eso pibe… Nada, ¿no? (Pausa, mira a la cámara, luego se exalta) Te voy a buscar un café (va hacia una máquina en una pared cercana, mete una moneda con un papelito plegado al lado) Lo que tiene esto es que no podés elegir; no lo tomes sino querés, es sólo para, bue, ya sabés… Uh, mirá, mokaccino te salió, nunca me tocó ese a mí (se acerca con el vaso de telgopor y lo apoya en el escritorio, mira la computadora) Seguimos con el informe, ¿eh? ¿Qué estás escribiendo? (Se encima más al escritorio) ¿Estás poniendo algo sobre mí? (El otro se interpone) Ok, ok, listo; son tus cosas, querés hacer el informe, está bien, yo te entiendo, creeme que te entiendo; la estamos zafando bien igual, vos seguime a mí que va a estar todo bien; no nos movamos brusco, puede parecer que estamos peleando. Igual no nos peleamos, ¿no? De mi parte está todo bien, vos sonreí. (Vuelve a cricular, nervioso) ¿Te jode si pruebo el mokaccino? Un toque nomás, eh; a ver… (Le da un trago) Muy bueno. Muy bueno, eh. Lástima que no lo pruebes, que sigas ahí dándole a la máquina; ya sé que sos tímido, pero te pasan por encima… (Mira el reloj) Un minuto te queda, pibe, un minuto, y te quedaste todo el recreo con el informe. Tenés suerte si no te fletan; es duro lo que digo pero es así. Mirá, sólo se me ocurre una cosa: ¿Sos futbolero vos? ¿Jugás al fut-

bol? Bue, como andás con lo del teatro no sé, pero te conviene ser medio futbolero, ¿sino de qué la vas? No le va a gustar al jefe. De última podés ir de defensor, lo importante no es jugar bien. Escuchame, te vi hablando con Ranieri antes. Ranieri, ¿sabés quién es? Está fumando en la terracita ahora. Yo no hablo mucho con él, pero por ahí podés ir vos, sacarle el tema del partido del domingo, y como le caíste bien seguro te invita al picadito de ellos, y así podemos ir juntos, ¿entendés? Le tenés que decir de mí, yo soy bueno, pero eso ahora no importa. Dale, mandate ahora que tenés tiempo... (el otro se pone a imprimir el informe) ¡Dale pibe! Uh (mira a la cámara), perdón, perdoname. Lo que pasa es que necesito que me inviten a jugar a al fútbol, sino juego al fútbol con los compañeros me echan, pibe, me lo veo venir ¿Me estás siguiendo? (El otro se levanta sin mirarlo) Ey, ¿qué hacés?, ¿vas a llevar el informe? No pierdas tiempo en eso... (El otro comienza a alejarse) ¡¿Qué pasa?! (Baja la cabeza un momento) ¿Te dijeron que no me hables, no? ¿Te dijeron que no hables conmigo? (El otro se va por una puerta del fondo, cierra) Andá, eso, ¡andá! Hablá con Ranieri, ¡que me inviten el sábado! (Mira la cámara y controla su exaltación; breve pausa; se dirige hacia el escritorio del otro y bebe un poco más del mokaccino; luego chequea la hora en su reloj y constata el fin del recreo; vuelve rápidamente a su escritorio). FIN

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mara, ix de LUCAS RYAN

«Se parece a mí», digo sin verlo. Está ahí adentro y sé que es igualito a mí; es apenas algo rojo y ya sé que nos parecemos. No piensa, no siente, sólo late y bombea un líquido que no se sabe a dónde va. Ella lo lleva de un lugar a otro sin saber que es a mí a quien lleva. Fuma, con el cigarrillo fuma. Pienso que va a ser un triste asmático, va a tener los huesos como de goma. Miro por la ventana y afuera nieva; ella, adentro, camina con el cigarrillo y dice cosas: «No deberías pensar». No hay manera. Afuera y lejos, en lo blanco, se mueven unos puntos negros; parecen animales, pero son otra cosa. Cuando giro ella está sentada y se toca, se saca la ropa como si le sobrase y deja que sus dedos toquen ahí. La miro con una ternura que no es mía, y me dan ganas de fumar a mí también. «Sus ojos no son los míos», le digo, y los cierro como para convencerme. Sin mirar dibujo algo con los dedos, lo dibujo en el aire y siento cómo el espacio se corta y se mezcla. Hay algo tibio que viene del fuego que quema en el hogar, pero se va por entre los agujeros, como si se lo comieran. Ella ya no dice nada y se acuesta; su pelo se desparrama por entre las sábanas y parece un montón de porquería. Adentro está él, entre todas esas cosas. Voy hacia la mesa para agarrar los cigarrillos y romperlos, pero cuando los tengo en la mano quiero fumarlos y los suelto. Caen al piso como pájaros muertos, y es tan cierto que me da mucha impresión. La miro, pero ella mira los pájaros; «Qué te pasa», me dice, y sus ojos que son los de él. Ya no puedo abrazarla por miedo a abrazarme. Cuando duerme y me acuesto siento que me toca, que quiere salir. Soñé con eso una vez: afuera el viento traía restos de sueños de otros que parecían música. Él interrumpió eso con su voz que era la mía, y yo tuve que salir de la cama y de la casa. Después no volví a pensar en eso. Ahora los días pasan y espero.

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PROSA

Ministerio autor JUAN CRUZ BALIAN

Toda la tristeza del mundo puede cifrarse en la imagen de un hombre esperando al lado de una fotocopiadora. Algo adentro de la máquina se mueve de un extremo al otro, una especie de guadaña de luz blanca que se escapa por entre los bordes de la tapa. El hombre espera decapitado a intervalos, la oficina vacía a esas horas. El sonido se repite una y otra vez. Parece el quejido de un chancho electrónico al que están degollando. A cada gemido una hoja sale por la bandeja de abajo. En todas las hojas planillas cuadradas, tejidas, alambradas, celdas pequeñitas, planillas disciplinadas. Y la mirada permeable del hombre que espera, la alfombra azul, la decoración armada en base a los anuncios del ministerio con esa composición de colores que intenta ser amistosa y que sin embargo se resuelve en palabras toscas, declaración y moratoria. Espera, pero espera sin tiempo porque no sabe cuántas copias le faltan a la máquina. Cuando termine podrá dejar la pila de hojas encima del escritorio y salir a la calle, al viernes nocturno, entregarse a la promesa de dormir sin despertador. Pero la máquina no termina. Se interrumpe, que es otra cosa, y la pantalla diminuta le dice que se quedó sin papel. Las resmas están guardadas en Secretaría, pero Secretaría está bajo llave. Debería pensar que ése es el fin, que ya no hay forma de dejar el trabajo hecho y que el lunes tendrá de nuevo el olor que tiene el aire adentro de un blíster vacío. En lugar de eso piensa en comprarse un café. Para los oficinistas el café tiene algo de místico, de bálsamo curativo, de virgen desatanudos, de separador de problemas que reduce y ordena, que salva y sostiene. No hay papel. Entonces un café. De algún modo sabe que no debe. Que el café es un derecho adquirido, sí, pero que al mismo tiempo es un acto sumiso, la aceptación de su estadía ahí, la intención de prolongarla y cumplir con el trabajo a deshoras. Debería no tomar ese café. Debería irse. Terminar el trabajo, porque no hacerlo significa que el lunes va a ser como un blíster vacío, pero irse. Entonces, piensa, primero lo primero. Resolver la falta, entrar a Secretaría, encontrar papel. Abandona el cuarto, la fotocopiadora aún titilando,

y camina por el pasillo sin asombrarse de que todos sus movimientos, la pierna que pasa, la mano que abre la puerta, todos sin importar el tamaño o el trayecto, se desarrollan a la misma velocidad. El recorrido lo lleva junto a una ventana. El Ministerio da a la avenida y ve a la gente y los autos trazando líneas de colores, líneas mudas porque el vidrio es grueso y el piso es alto y él está solo, en la oficina, de noche. La idea del café regresa. No es una idea, es una especie de pulsión delgada que repta por debajo de los pensamientos y se dedica despacito a roerle la nuca con dientes de goma. Sabe que la máquina expendedora está allá, más adelante en el pasillo oscuro, enchufada, funcionando, entre la Secretaría y él. Abandona la ventana y camina. El pasillo parece largo y mullido. Mullido es, porque los de mantenimiento pusieron una alfombra nueva después de que la anterior sufriera un número equis de catástrofes, resultado de combinar la máquina y el tráfico matutino de expedientes. Pero largo no. Parece largo, pero no es. Solamente es oscuro. La única luz está detrás de él que camina sobre su propia sombra, una sombra que se abre allá adelante donde la luz no llega y se pierde la figura de la cabeza, por segunda vez decapitada. Pero cuando pasa delante de la máquina, de sus botones brillantes, duda. Apenas un instante, porque quiere y no quiere, quiere pero lo asiste una voluntad que a su vez se basa en una jerarquía y esa jerarquía se respalda en un sistema y ese sistema es tan complicado que él sigue de largo, se pierde en la oscuridad y se choca con la puerta de Secretaría. El picaporte no cede, no importa cuánto intente, el picaporte se empecina y como es redondo cuesta forzarlo. Las palmas se resbalan no entiende del todo si tiene que hacer fuerza con las manos hacia adentro para agarrarlo, o si tratar de girarlo o empujar hacia adelante que es hacia donde la puerta se supone que abre. Igual el picaporte no cede. Se queda un momento parado frente a la puerta oscura, donde ya no proyecta sombra. En lo que a él refiere no hay nada delante, puro negro, una puerta cerrada, la resma del otro lado, la perilla de la luz también. La realidad es que las paredes no son más que mamparas elegantes, ni siquiera llegan hasta 24


el techo y sabe que puede saltarlas con un esfuerzo moderado. Por supuesto no lo hace. Sería incivilizado. Sería una vergüenza quedarse trabado arriba y que lo encuentren el lunes, asustado, humillado, deshidratado. Se da vuelta. Si no tendrá la resma, al menos tendrá el café. Es preciso acercar la mano a los botones luminosos para distinguir las monedas. Las pone sobre la palma y las separa con un dedo, conserva el importe exacto y devuelve el resto al bolsillo. Coloca las monedas en la ranura y se queda maravillado ante el sonido que producen. Es un sonido prolongado, enorme en medio del silencio, compuesto de una serie rebotes metálicos que le parecen demasiados y siente como si las hubiese arrojado a un abismo profundo, a una fosa común. Aprieta el botón y espera. De nuevo el sonido de ruedas y motores, el quejido del chancho que se desangra y en lugar hojas aparece un pequeño vaso de plástico, un chorrito aguado y un vapor agradable. Es asombroso ver cómo la máquina se ilumina más al hacer el café, los fabricantes intentando convencer al cliente de las ventajas indiscutibles del siglo en el que vive. Retira el vaso. Revuelve con ese remo diminuto y discreto que revuelve pero que no lo demuestra. Huele el café, consciente de que el mejor momento es ése porque el sabor del café nunca será más rico que su olor, y después camina, aún sin tomarlo. De nuevo en el distribuidor ve la oficina que dejó abierta. Adentro la pantalla de la fotocopiadora parpadea con paciencia. La mira y luego mira la oficina de al lado, la oficina del gerente. Seguro allí hay montones de papel, cantidades enormes de hojas que el tipo debe guardar como un tesoro porque un gerente no puede nunca quedarse sin hojas para imprimir, para fotocopiar, para escanear, dirigir y gestionar. Seguro esa puerta también estará cerrada, es tan predecible, pero igual intenta. Sostiene el café con una mano y con la otra agarra el pomo, aprieta, gira, empuja y la puerta se abre, sin esfuerzo, se abre para él. Adentro de la oficina del gerente las cosas están definidas sólo por un borde, por esa cosa oblicua que tiene la penumbra. El escritorio, la silla, la computadora, a todo se le ve un costado y se le imagina el resto. De ahí el erotismo, que es como el miedo, de ahí la sensación de que algo se mueve en el cuarto, como una presencia o una respiración. Pero cuando enciende la luz todas las cosas adoptan un aire de inocencia, el teléfono con fax de pronto no es más que un cuadrado gris y unos pocos relieves como botones. Si esa máquina no hace ruido es porque es tarde y en todos lados las oficinas están igual de vacías. El lunes alguien la llamará y empezará a gemir de nuevo mientras el gerente se adormece en la silla. ¿Por qué estará tan ordenado el lugar? Pero no está ordenado, está vacío. El escritorio limpio, no hay papeles ni clips ni restos de comida. El gerente se lleva todo lo que trae, eso es lo que pasa. Se lleva-

rá las resmas también, piensa el hombre, pero sabe que no. Sabe que están guardadas, probablemente en ese cajón que tiene llave. Entonces deja el café sobre el escritorio, se sienta en la silla grande y trata de abrirlo. No puede. Trata de forzarlo. El cajón no cede, pero la silla sí. No se rompe, cede apenas, se acomoda bajo su peso y se siente extrañamente cómoda, muy distinta a su silla, muy diferente a estar parado junto a la fotocopiadora. Se recuesta y el respaldo baja hasta la posición exacta, la columna derecha pero los músculos relajados. Es tarde, piensa. Los ojos se tientan, se cierran un poco. Si no consigue la resma estará perdido. Habrá un lunes pero también habrá un fin de semana angustia, el preámbulo del lunes atravesado por la conciencia de saber que el verdadero problema está por delante. Aún así se duerme. Cuando despierta han pasado casi dos horas. No sabe en qué momento puso los pies sobre el escritorio, pero al sacarlos golpea el café frío y lo vuelca sobre la alfombra, sobre parte de la silla y una mano. El desastre es irreparable. Alarmado, levanta el vaso plástico y lo arroja al cesto de la basura. La situación no mejora pero la mancha ahora le resulta menos violenta. Es decir, la mancha es el indicio del accidente pero el vaso volcado es el accidente mismo. Mejor sin el vaso. Mejor la mancha sola. El hombre mira alrededor. Busca algo que le diga qué debe hacer a continuación. Las cámaras de vigilancia están en el pasillo, técnicamente nadie lo vio volcar el vaso pero el guardia de seguridad de planta baja seguramente lo vio entrar en la oficina, seguramente lo verá salir. Tampoco hay mucho que pueda hacer al respecto. Se limpia la mano en el pantalón, apaga la luz, sale, cierra la puerta. La fotocopiadora sigue titilando. En la bandeja la pila de hojas incompleta. En un perchero el abrigo. Las nueve de la noche pasaron y el hambre se agita como si el estómago tuviera un hocico que busca y husmea. Afuera del ministerio los bares estarán abiertos, sirviendo comida caliente. Es tiempo de irse. El hombre espera el ascensor. Son ocho pisos, unos veinte segundos largos. Al fin la puerta se abre. El hombre entra. La puerta se cierra. Otros tantos segundos le lleva bajar. Durante todo ese tiempo piensa. No piensa palabras. Piensa imágenes. La máquina, la espera, la puerta, la luz. El café. La máquina. La espera. Después baja del ascensor. En el hall de entrada el guardia de seguridad duerme detrás de un escritorio repleto de monitores. La nariz ancha iluminada por las pantallas en blanco y negro. El hombre sabe que en uno de esos monitores se ve ahora el pasillo vacío, la puerta de la oficina del gerente. Detrás de esas paredes la mancha de café se seca. Afuera del ministerio el viernes madura. Atrás, invisible, el sábado lo va empujando de a poco, hora tras hora, porque hay que darle paso al domingo. El lunes que espere. 25


PROSA

Ejercicio Antilocura N o 17 Decime cosas de nieve. Algo irresponsable y tajante como la jana de la tuna. Algo cruel e inocente como las espinas. Decime lo frío y yo hundo mi mano en tu panal lleno de abejas. Mientras escucho tus hielos arde la risa de mis ojos. Es que no te oigo. No te puedo escuchar, me hipnotiza la textura de tu sustancia. Ya no puedo ser. No soy. Me caigo. Y me quema las uñas tu materia salvaje. Teneme el cuerpo que me caigo. Me caigo dentro mío a través de mis ojos. Podés reirte. Pero decime los hielos, contame glaciares, pensame las cimas eternamente blancas. Tu voz me llega como el eco de un sonido milenario retumbando en las paredes de un túnel oscuro. Mi mayor don es sobrevolar este abismo con las manos llenas de miel y los párpados secos. Sigo cayendo, llena de lo dulce y perseguida de insectos. Y si ella viene, si viene la niña negra, de vestido azul y monedas doradas, la abrazo en la oscuridad de la noche que no termina porque es niebla. Gritas témpano y me congelo. En el fondo soy mil fragmentos transparentes de mi misma. Y el tiempo me hace de agua. Finalmente. ejercita VICTORIA PÉREZ ilustra MICAELA MAISA

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PROSA

Carta Argentina autor CARLOS OM preguntaste a gritos que cómo te sentían, a lo que los pobres sólo alcanzaron a decir que vos te sentís como tu madre después de putearla. Pero no te enojaste; reíste, no de ellos, sino de la ocurrencia nada más y entonces las personas aceleraron el paso alejándose, casi corriendo, al igual que vos de mí y dijiste: Nos vamos a la mierda, ahora mismo.

Impresionante que estaba el río. De ahí regresé, al igual que las madres cuando regresan de la maravilla del qué hacer en casa. Quizás el río no había sido lo más, pero aún puedo oler la tierra mojada en las alfombras terrosas que cada charco envidiaría si estuviera vivo como yo. Aquel día desperté, ensalzado en el recuerdo de vos, un día antes, cuando decidiste que la política sería tu madre, las leyes tus hermanas y la república tu prima política, muy lejana, porque nunca creíste en la república desde que tengo y tenés ojos. Ese día -azulado y hermoso que estaba el río, ¡qué barbaridad!- alzaste la voz con un tono grave y tal vez un poco esquizofrénico. —Yo soy el pueblo— decías.

Pero tu concepción de mierda era más grande que el cielo, che. Y decidiste lanzarte para presidente de la república, aunque no creyeras en la república por que te parecía, según vos, un invento de vendedores de aspiradoras evasores de impuestos y fue por eso que no te importaba tener un socialismo dinámico y autoritario en un país como Argentina que jamás pudo contra una dictadura republicana tan contradictoria e impune que ni vos mismo hubieras curado a la nación de tal aberración político-social; por eso se han sucedido tantas canciones pro-bonarenses y se han incrementado la venta de aspirinas en todos estos años.

Traté de saborear la semilla de tu nueva pasión, pero sólo conseguí un par de tragos que olvidaste pagar y yo tuve que hacer a final de cuentas con tu dinero, porque vos descuidado como siempre, dejaste la billetera tirada debajo de la silla del pub. Siempre te sucede porque tus billeteras son más grandes que las bolsas traseras de tus pantalones. Lo sabías perfectamente y aún así intentaste meterla ahí y por supuesto volvió a caerse, pero esta vez no tuviste la fortuna de que me agachara por una moneda y casualmente la encontrara.

Por un momento me contagié de tu sueño; llegué a saltar con mis cortas piernas y juré que sería tu mejor secretario de estado y que este país tendría sabor a alfajores otra vez. Pero eso fue ayer, también junto al río, donde cometiste la locura fatal de echarte a nadar para quitarte el calor de la emoción y lo único que conseguiste en tu clavado fue caer de cabeza en una piedra, tan dura como la realidad verosímil del bello holograma del futuro, el futuro bienestar y el futuro futurista que no es más que un pájaro con alas de Concorde —y en vías de ser descontinuado al término de su vuelo—.

Esta vez no: saliste corriendo y yo detrás de vos, intentando silenciarte y calmarte, porque brincabas, saltabas y te sentiste Nerón en plena Roma ardiente. Decías que tu cabeza ya no estaba bloqueada; que tu adolescente interno se estaba graduando. Detuviste a una pareja que caminaba a lo largo del río —a la par de los mosquitos—. Les 27


Y ahora mirate. Vos, como nunca te pensé, en cama y con la cabeza vendada, preguntándome “quién soy” y “qué hago bajo unas sábanas blancas”; “quién sos” y qué significa esa manta con dos rayas horizontales azul cielo, y una franja blanca entre las azules que protege al Sol, aquél que quisiéramos ver brillar de verdad para sentir su calor en nuestras bocas y tragar la luz de cada nuevo día. Vos mirás al Sol, pero no sentís sus colores y poco a poco la manta te es más borrosa porque ya no ves mas allá de las uñas de tus pies; sólo preguntás si sos una persona feliz, si tenés la casa de tus sueños, porque con amnesia, has perdido la noción de tu verdadera felicidad, aquella que ya habías dibujado en la playa con ramitas de árboles inciertos, ahí, junto al río —¡preciosísimo río!— del Plata, mirando hacía el África y luego hacía el interior de nuestro continente, llorando junto con tu esposa por lo felices que les hacía ver las calles con sus niños, sus nietos, todos, jugando y boludeando y cagando y cavando tierra para tirarla al viento, para que vos y todos pudiéramos sentir el golpe de la arena en la cara y que luego dijéramos, carajo, sí era posible todo eso.

Accidente de Fernando Graneros La tarde es un pájaro que me arrastra en su descenso Quisiera ser su impacto una sensación plácida cuando golpee la tierra Ser todo este parque entre tanta gente en calma intenso Y temblar así de frío como si fuera la capital de Islandia una ciudad sin otras aves a la vista Anhelo mi propia caída libre yo, el accidente nadie más querría saber cómo logré llegar tan alto.

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POESÍA

El ultimo dolor/ El primer amor de Flo Edelman

Si ayer/ hace un año hubiera sabido que hoy, iba a tragarme/ver mi dolor/amor entero, me habría hecho un agujero/globo, enorme, enterrado/adentro en el pecho/cuerpo. Igual te habría dejado ir/llegar, capaz llamado/te llamé. Ya no quiero acordarme, escucharte/solo verte. Me dejaste sola/ llena más de una vez, me heriste/amaste y ahogaste. Está lo que queda antes/después de lo mejor/la muerte.

EL QUE ES PARA MI de Jacqueline Golbert

Nadie me nada en lo más profundo que alguien pueda nadearme algo me nada nadie ni un ay, ni un uf, ni un puf me nadie nada en lo más elemental como lo carnal y lo sexual y levantarse y chau. Nadie me nada, ni me anda cerca el que alguien es para mí bastante lejos parece que está, si es que está en algún lado porque como no creo en entes superiores ni en libros ya escritos con destinos asegurados ni en hojas completas en donde falte completar el membrete con mi/su nombre estoy atenta por las dudas. Porque el destino si creyera en entes ya estaría escrito pero nadie me nada y así me ando bastante lejos parece que está el que es para mí si es que está en algún lado.

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el mundial de poesia en casa (sic) “esta es casa de jugadores ” Vicente Luy

al 8000 y al rededores; carcazas de subtes en construcción (o sin inaugurar) y una tromba de cuerpos; ebrios, duros, golpeados, ruidosos, bailantes, músicos, rockeros, poetas, verduleros. Además de un escenario de cemento, calles de barrio empedradas y arboleda espesa (¿alguno de esos árboles vio el río?) ¡En Floresta se ve el cielo! Hay menos torres-reglas abarrotando la visión. ¿Realmente aún no se sabe cuál es la diferencia entre Flores y Floresta?, los vecinos lo tienen un poco más claro desde 1972, cuando se establecieron los límites precisos de todos los barrios de la ciudad.

Un grupo de poetas-lectores de poesía, se reúnen cada dos meses en una casona de Floresta para compartir textos, beberse unas copas, socializar; hacen el mundial de poesía. Se abren las bibliotecas y escuchamos a los queridos poemas encarnar voces. Floresta fue un paraje al costado del antiguo pueblo rural San José de Flores. Aquel pueblo estaba sembrado de casas quintas que alojaban a los vecinos acaudalados de Buenos Aires; En Flores se firmó el Pacto de Unión Nacional en 1859; En 1888 se anexó a Buenos Aires, ya entonces Capital Federal. A Floresta en 1857 arribó la locomotora. Pese a la irrupción del vapor, por mucho tiempo fue tierra mansa de menuda flora; el Maldonado y sus lagunas le sonreían.

En ese marco latino, distópico y sabroso, se alza Casa (sic); casona de cien años donde se cocinan poesía y rock. Allí van los poetas a alimentar el fuego del Mundial de Poesía. El certamen comenzó en noviembre de 2012; la idea de hacer un mundial de poesía ya acompañaba a Editorial casi incendio la casa en las épocas del Rocandpoetry, mítico escenario itinerante que trenzaba wawas y sinécdoques en noches maratónicas, a finales de la década pasada. El Mundial de poesía fue activado por editorial Años Luz y Casa (sic) y en mayo de 2013 pasó por la 39º Feria del Libro, dentro del espacio Zona Futuro, radar de nuevas estéticas, tendencias y tecnologías alrededor del libro y la lectura.

El mundial de poesía es básicamente un juego. Se compite por una copa que cambia de nombre en cada ocasión (“Premio Pulpis a la Literatura”, por ejemplo) En este juego hay que defender países. Cada poeta elige entre doce y quince poemas de poetas nacidos en el país que optó para competir. Un poeta comienza leyendo; se aplaude espontáneamente. El segundo poeta utiliza su turno para leer, se lo escucha y se aplaude. Así una vez más, y luego pasamos al aplausometro (sic), el sistema de sufragio universal que utiliza el mundial de poesía para definir al ganador de cada llave. Si bien cada enfrentamiento es de un país contra otro, se han visto llaves de tres países-poetas. Se recomienda utilizar con precisión el aplauso, con precisión definitoria, y también se sugiere no generar otra clase de sonidos (silbidos, abucheos, cánticos) ya que el aplausometro sólo puede medir, como bien dice su nombre, aplausos.

Nuestra época se vuelca al juego. Es el modo en que la humanidad se distiende y protesta ante tanto trabajo. Entonces los poetas se ponen a jugar. Y sacan sus fichas y sus fichas pueden ser poemas, y tonos para colorear esos poemas. Y los poetas hacen un mundial y cada uno es un país; En el Mundial de Poesía los poetas abandonan el lugar de autores del texto compartido, y se concentran en la tarea de ser DJ de poemas de otros. Como dice el poema Anoche soñé que era un DJ de Frank Báez, elegido por Ezequiel Vila para leer en el primer Mundial de poesía, cuando representó a República Dominicana: la cuestión es (…) / si es posible escribir con una mano poemas / y con la otra pinchar discos, si se puede ser mitad poeta y mitad DJ.

¿Y cuál es la diferencia entre Flores y Floresta? Dice Casa (sic) ¡que Floresta é latino!; Gente de color y de todos los colores marcan las cuadras de Rivadavia

El 6to. Mundial de poesía será el 29 de Agosto a las 21 hs. en Casa (sic) Av Rivadavia al 8000 - https://www.facebook.com/MundialDePoesia

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