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II. el agua en la Argentina
II. el agua en la argentina EL PALACIO DE LAS AGUAS ARGENTINAS
Agustín F. García Puga
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La segunda mitad del siglo XIX fue paradigmática en la historia de nuestro país. La Revolución Industrial, nacida un siglo antes en Europa, arribó a estas tierras acompañada por oleadas de inmigrantes que buscaban nuevos horizontes que les permitieran subsistir dignamente. Nuestros antepasados, ilusionados con las perspectivas que ofrecía nuestro país, prácticamente inexplorado e inexplotado, escaparon de las consecuencias negativas -en lo que respecta a disminución de mano de obra remplazada por las máquinas-, de lo que constituyó un prodigioso avance tecnológico que preanunciaba lo que ocurrió en el mundo durante la segunda mitad del siglo XX. Rápidamente las autoridades de nuestro país debieron abocarse a solucionar problemas edilicios y sanitarios para atender una creciente demanda, imposible de satisfacer en ese momento con la estructura deficitaria, o inexistente, disponible. Surgieron hospitales comunitarios, sumados a los ya existentes, que exigían mejoras en cuanto a aprovisionamiento, según se puede apreciar en la documentación existente en el Archivo General de la Nación y en el Instituto Histórico de la ciudad, que obligaron al gobierno a tomar medidas urgentes al respecto. Un tema prioritario tenía que ver con una necesidad impostergable: la provisión de agua corriente. La población se aprovisionaba del río y algunas familias comenzaron a utilizar aljibes que recogían el agua de lluvia. Para aquellos que por diversas razones no pudieron disponer de ese beneficio, el abastecimiento estaba a cargo del aguatero, profesión muy redituable para sus explotadores. Pero esta precariedad debía ser urgentemente subsanada y Rivadavia, deseoso de convertir a la «Gran aldea» en una ciudad que emulara a las grandes capitales del mundo, en 1827 designó a Juan Larrea para viajar a Europa y contratar al Ingeniero Carlos Pellegrini 1 con el fin de resolver el problema del aprovisionamiento de agua corriente clarificada. Luego de su arribo a nuestro país, el 1º de marzo de 1829, Pellegrini presentó un escrito -que no tenía intención de hacer público-, en el que planteó los inconvenientes existentes para llevar adelante el proyecto: «Muchos obstáculos se oponen a la creación de establecimientos industriales en este país; el interés muy subido del dinero, los medios de fabricación tan limitados como imperfectos, los materiales caros y poco variados, los salarios enormes, la falta de leyes que garantan al inventor el fruto de sus desvelos, el ejemplo de muchas empresas decaídas miserablemente, a veces antes de nacer, tales son las dificultades principales que trabarán por mucho tiempo la industria en Buenos Aires, y que solo podrán disipar la concordia, la paz y las instituciones… ¡Ojalá hubiéramos podido vencerlas con la idea de suministrar a la ciudad de Buenos Aires agua pura y limpia en cantidad suficiente para sus necesidades, y sin causar a nadie el más mínimo sacrificio!». En ese año, 1829, estaba aún muy lejano el explosivo crecimiento poblacional que se produjo después de la década del 50 del siglo XIX. Como bien lo expresó Pellegrini al referirse a la importan

Proyecto para suministrar a Buenos Aires agua clarificada. (Saber y Tiempo Nº8)
cia de la provisión de agua, las poblaciones obviamente se conformaban siempre cercanas a un río ya que sin este vital elemento le es imposible sobrevivir al ser humano. Pero, además de beberla, era imprescindible para atender otras necesidades. Ciudades importantes de Europa eran un buen ejemplo a imitar en la materia, ya que muchas de ellas contaban con un buen sistema de tuberías para la provisión de agua corriente. En el Nº 8 del Boletín de Obras Sanitarias se publicó una reseña histórica de los conductos y cañerías en el cual, el Ingeniero Franz M. Feldhaus 2 , se refirió al origen de los conductos o cañerías que fueron encontrados en Engadine, St. Moritz (Suiza). Se trataba de caños de madera mezclados con espadas y puñales de bronce, lo que sugería la idea de que su manufactura correspondía a la época del bronce. Estos caños medían de 1.88 a 2,35 mts., un diámetro de 1,14 a 0,78 mts. y un espesor de 4 a 7 cm. y «se consideró que fueron construidos mediante troncos de árbol que se ahuecaron con una herramienta sin filo». El artículo menciona también que en Egipto fue hallada una cañería de cobre que era «el conducto metálico más antiguo de que se tenga conocimiento (2.500 a.C.), destinado a la eliminación de las aguas de lluvia y tenía una longitud de 400 mts.; el diámetro de los caños era de 4,7 cms. Un episodio que constituyó un verdadero acontecimiento para la época 3 tuvo como protagonista al «Palacio San José». Pedro Fossati, arquitecto italiano que trabajó junto al Ing.
Pellegrini, fue un precursor que en 1847 dirigió la construcción del Palacio perteneciente al General J. J. Urquiza, ubicado cerca de Concepción del Uruguay. El edificio fue terminado en 1858. Además de ser considerada una verdadera obra de arte, especialmente para el momento en que fue erigido, estaba dotado de adelantos inimaginables para esta región, como el lago artificial construido en el área posterior del palacio. Esta fue la última construcción monumental que se hiciera en San José. Tiene una extensión de 180 m por 12 m y 5 m de profundidad y estaba circundado por un paredón de 80 cm de espesor, hoy derruido, coronado por una verja de hierro forjado y grandes copones para flores. En el lago, Urquiza navegaba en el San Cipriano, un barco a vapor especialmente construido para este lugar». El lago era abastecido de agua corriente por medio de un sistema de bombeo. Cabe destacar que Buenos Aires tuvo que esperar hasta 1868 para contar con un depósito para proveer de agua clarificada a Buenos Aires. Pellegrini hizo notar lo problemático de trabajar considerando la falta de talleres mecánicos que permitieran reparar las tuberías y los motores a vapor necesarios para impulsar el agua a través de las mismas. Su preocupación por terminar con «el espectáculo asqueroso que presentan las aguas del Plata, desleyendo (sic) en sus orillas escombros, basuras y cadáveres», lo impulsó a reflexionar sobre la mejor manera de solucionar tan acuciante problema. A continuación, en su proyecto delinea la política a seguir en materia de infraestructura. En el estudio, no olvidó desarrollar ninguno de los ítems que hacen no solo a la distribución del agua tomada del río, sino también a los costos y la mejor metodología a emplear. Al final del proyecto, una nota del impresor explica que Pellegrini «fue llamado por el presidente Bernardino Rivadavia, para las varias obras hidráulicas de que se habló en el Congreso. Al llegar a Buenos Aires recibió pruebas de confianza del Gobernador Dorrego y su Ministro Tomás Guido, que le encargaron proyectos importantes fácilmente ejecutables y directamente útiles al país. La revolución de diciembre interrumpió este trabajo. Fue preciso al ingeniero tener paciencia como a todos los demás y esperar a que la paz y un gobierno fijo le permitiesen emprender de nuevo su tarea». Como ha sucedido tantas veces en nuestro país en materia de postergaciones por cuestiones políticas, el proyecto debió esperar más de 23 años para ser tomado en cuenta. Aún debía correr mucha agua antes de que se concretara la construcción del «Palacio de Aguas Corrientes», ubicado en Córdoba y Riobamba. Mientras tanto, en 1857, con la llegada del ferrocarril se consideró la urgencia de arbitrar los medios para proveer de agua clarificada -evitando el perjudicial salitre- a las máquinas ferroviarias. Los reclamos por parte de la población respecto de la necesidad de disponer de agua clarificada no cesaban, eran constantes y generales, porque siempre abastecerse del agua de río había constituido un verdadero trastorno debido a su turbiedad.

La epidemia de cólera aceleró el proceso. Ya no era posible dilatar más la cuestión. El doctor José Roque Pérez, prestigioso jurisconsulto, el 13 de noviembre de 1857 4 , presentó su dictamen como asesor especial, en el cual puntualizó: «proveer a esta ciudad de aguas corrientes, se trata de dotar a la población con un bien positivo, sin ligarlo a especulaciones personales», agregando que era necesario evitar gastos onerosos para el país y garantizar buena calidad y permanencia que «no vengan a ser la explotación del pueblo por la empresa, o la especulación individual, o la explotación del Gobierno en su concesión, retardando sin término una mejora reclamada por las necesidades del país». A renglón seguido, enumera las imperfecciones de las propuestas presentadas: “Diré entonces francamente que ninguna de las proposiciones hechas llena su objeto, que todas, si bien tienden a obtener un privilegio, ninguna detalla la forma y modo de ejecución, ni garantiza los efectos de la obra que pretende emprender. Diré mas, que ninguna de ellas está basada en los prolijos estudios que obra semejante requiere, y que la misma facilidad con que alguno se presenta prestándose al pago de grandes sumas a favor del erario, o de fuertes patentes, está mostrando que realmente no se intenta practicar obra tan grande, sino tener un privilegio para enajenar, hágase o no se haga la obra después». Informa asimismo que el gobierno ha solicitado propuestas de expertos ingenieros europeos. Se basa este dictamen en el hecho de que debido a la ignorancia en el tema, anterior-
Plano de Bateman (21/9/1871) en el que se indica la posición del filtro de agua corriente.

mente «todas generalmente han sido obras malas, porque no se ha podido precaver la realización de lo mejor». Por ello, Pérez propone que se considere la nota presentada en mayo de ese año en la cual se recomienda a «una reunión de ciudadanos y residentes extranjeros que represen-tan el capital, la responsabilidad y el mejor anhelo por el bien público que todas las demás propuestas anteriores. El patriotismo, el capital y la representación social van por mucho en este género de negocios. Cuando menos, aseguran la ejecución, a la vez que la solidez y perfección de las obras que, en este caso, serían de necesidad y de ornato». Recomienda también que se escuchen estas opiniones «para conocer si la obra es de urgencia y necesidad inmediata, y si deben o no aceptarse proposiciones vagas, como las de los proponentes, o aceptarse las que vienen formuladas por una porción acaudalada del país e interesada mas que otra alguna en las conveniencias particulares, a las que pueden hacer muchos sacrificios». En el mismo documento, se publica el informe del ingeniero del Gobierno dirigido al Ministro de Hacienda, fechado mayo 17 de 1858, que lleva la firma de Juan Coghlan, Ingeniero civil y José Tomás Guido, Secretario. En este informe, Coghlan evalúa las propuestas presentadas y realiza las críticas pertinentes, ratificando en un todo lo expuesto por el doctor Roque Pérez. Aclara, además, que debido a su corta permanencia en el país en muchos aspectos no puede emitir juicios de valores pero que considera que la obra «debe ser ejecutada por cuenta del Estado». Estima que si se explica a la comunidad las ventajas ésta podría colaborar económicamente. Menciona lo sucedido en esa materia en Inglaterra y en Estados Unidos, exponiendo los beneficios de esa política. Concluye estimando el costo: «por un cómputo a la ligera, no creo que la suma excedería de 75.000 libras esterlinas (nueve millones de pesos moneda corriente). En un plano que adjunta especifica distribución y facilita datos complementarios. También planteó la necesidad de combatir fiebres y enfermedades con una muy buena política sanitaria de previsión. Para iniciar las obras, aconseja consultar a ingenieros y estudiar presupuestos. Finaliza su informe: «Si entonces se determinase proceder a los trabajos, deben hacerse contratos para las construcciones, máquinas y cañerías, y para poder asegurar la economía y el buen éxito debería llevarse a cabo la obra con la más activa eficacia conciliable con su solidez permanente». Por último, en el mismo dossier se transcribe el dictamen de la Comisión Especial de la Municipalidad dirigido al Vicepresidente del organismo, fechado junio 17 de 1859, en el cual elogian y adhieren a lo expresado por el doctor Roque Pérez y el ingeniero Coghlan, resumiendo su pensamiento de la siguiente manera: «La Comisión prescinde de otros detalles que deben ser materia de estudios especiales, y resumirá su pensamiento en las proposiciones siguientes: 1º - Que la Municipalidad pida al Gobierno se sirva acordar que el Ingeniero Coghlan levante a la posible brevedad los planos y los presupuestos de los trabajos necesarios para la
provisión de aguas corrientes. 2º - Que después que hayan sido aprobados por quien corresponda, la Municipalidad, auxiliada de una comisión de residentes, ya nacionales o ya extranjeros, que el Gobierno nombre, quede encargada de la superintendencia de la obra, y de conservarla como un patrimonio feliz de nuestra culta capital. Firman: Constant Santa María – J. Bernabé Molina – Tomas Armstrong – Juan Agustín García – Hilario Medrano – Juan Robbio. En julio de 1869 5 , Coghlan presentó su proyecto a la Comisión de aguas corrientes «las obras debían encararse por medio de empréstitos suscriptos en el exterior, y debían pertenecer al Estado, siendo de propiedad y administración pública, siguiendo el ejemplo brindado por países como Inglaterra y Estados Unidos» […] «El sistema de provisión de agua se iniciaba en la toma del Bajo de la Recoleta, frente a la quinta de Samuel Hale». Dos caños de hierro fundido se internaban 600 metros en el río transportando el agua a tres depósitos de decantación. Tres filtros operaban 5400 metros cúbicos por día, volumen que era accionado por dos bombas y absorbida por los pistones de las máquinas de inyección y enviada a la ciudad. El depósito ubicado en la antigua Plaza Lorea (hoy extremo Este de la Plaza del Congreso) funcionaba como un control de seguridad. Tenía 43 metros de alto y una capacidad de 2700 metros cúbicos, se hallaba sostenido por 7 pilares, el del medio rodeado por una escalera de caracol» […] «Las obras fueron iniciadas en febrero de 1868 y libradas al servicio público el 4 de abril de 1869». Pocos días antes de asumir la presidencia del país, Domingo F. Sarmiento se hizo presente cuando se inició la construcción pronunciando un breve discurso 6 . «Van ya dos veces que me cabe la buena fortuna de llegar a Buenos Aires en vísperas de la inauguración de alguna construcción urbana. En 1855 asistía a la colocación de la piedra angular del Gasómetro, como en 1868 asisto a la del surtidor de aguas». Después de describir las necesidades urgentes mencionó la morosidad en dar impulso a obras esenciales, lamentando que tuvo que ser una epidemia como el cólera la que sirviera de motor impulsor del plan sanitario, agregando: «Una ciudad sin abundante provisión de agua es un cuerpo enfermizo». Finalizó su discurso resaltando los verdaderos valores que a su juicio debe sustentar una sociedad: «Demos aguas corrientes al pueblo, luz a las ciudades, templos al culto, leyes a la sociedad, constitución a la nación. Todo es necesario y excelente; pero si no damos educación al pueblo, abundante, sana, a manos llenas, la guerra civil devorará al Estado, el cólera devorará cada año las poblaciones, porque la guerra civil y el cólera, son la justicia de Dios, que castiga los pecados de los pueblos». Resuelto el problema del filtrado, comenzó el estudio y la preparación de los elementos necesarios para la construcción de lo que se convertiría en el «Palacio de Aguas Corrientes», ubicado en la Av. Córdoba, entre Riobamba, Ayacucho y Viamonte, que fue declarado «por la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, de la Secretaría de Cultura de la Nación, Monumento Histórico Nacional». Transcribimos algunos conceptos volcados en el libro editado por el Palacio de Aguas Corrientes que, además de constituir una lectura muy amena e instructiva, con numerosas reproducciones de fotografías y planos, posee una abundante bibliografía para todo aquel que desee interiorizarse en el tema: «En septiembre de 1870 se creó la Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado, cuyo estudio y planos debía someterse a juicio de ingenieros de reconocida reputación. Coincidentemente, arribaba a Buenos Aires el ingeniero John F. La Trobe Bateman convocado por el Gobierno Nacional para proyectar un puerto». En el libro de la referencia se menciona «la acción precursora de los médicos higienistas que actuaron en esta época, Eduardo Wilde, Guillermo Rawson, Pedro Mallo y Emilio Coni, quienes a través de sus Cursos de Higiene Pública introdujeron el discurso modernizador de la ciudad». «Entre los años 1877 y 1879 las obras de salubridad fueron paralizadas. El contrato Bateman caducó y una nueva propuesta de Coghlan volvió a ser rechazada» hasta fines de 1881 que «se llamó a licitación para continuar las obras de Cloacas colectoras e interceptoras; desagües a Quilmes y provisión de agua en un radio establecido». Después de algunas idas y vueltas, se decidió aprovechar el terreno adquirido por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires ubicado en donde se construyó el Palacio y en 1873 se comenzó a planificar el edificio que hoy es un prodigio arquitectónico que despierta la admiración de todos lo que lo han visitado, ya se trate de naturales como de extranjeros. En 1874 se colocó la piedra fundamental, si bien aún no se habían terminado los planos y presupuestos. «El presupuesto estimado era entonces de 20 millones de pesos m/c. Monto que en septiembre de 1876 Bateman elevó a más de 37 millones, de los cuales casi 21, eran exclusivamente para la obra de hierro», aunque inútiles fueron, por el momento, estos y otros estudios. Ese mismo año la Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado decidió suprimir la construcción del gran depósito».Pasaron muchos años hasta que «Nyströmer, que ya había realizado trabajos de ingeniería hidráulica junto a Bateman en Inglaterra, dirigirá la oficina hasta 1888, cubriendo un período de más de doce años, en el que, finalmente, tomará forma definitiva el diseño y la ejecución del gran depósito». En 1884 la descripción del proyecto presentado por Bateman comprendía, además de los tres pisos de tanks de hierro superpuestos, un patio central de 60 pies de lado, y el exterior de mampostería ´decorándose convenientemente los frontis con relación a lo monumental de la obra´. Fijaba un presupuesto de $ 2.01.863,60 o 400.965 libras. Una vez más, la planta baja libre, se destinaba a la instalación de ´Bibliotecas, Museos, Archivos y de más Oficinas Públicas. «Recién en mayo de 1884 la Comisión eleva al Ministro del interior, Bernardo de Irigoyen, el proyecto para la construcción del depósito, y en octubre del mismo año el Poder Ejecutivo autoriza a invertir hasta $ 5.531.579,84
Corte longitudinal del gran depósito proyectado por Bateman, en donde se aprecian claramente las dos obras dentro de la gran obra, la estructura interna y la envolvente arquitectónica exterior (del libro El Palacio de las Aguas Argentinas) Museo Histótico de Aguas Argentinas.

en las obras de salubridad de la Capital, de los cuales casi la mitad se destinaría -según el presupuesto de Batemanal Gran Depósito. Un dato para tener en cuenta, que ofrece una idea sobre la envergadura de los montos: un operario de las Obras de Salubridad, ganaba $ 37 de la misma moneda, por mes». En el capítulo IV del libro, los autores mencionan que Bateman desde el principio pensó en la construcción estética y estructural independizando la una de la otra, y estos dos componentes fueron varias veces modificados. El «Ingeniero Nyströmer, quien firma los planos en representación de Bateman, recién serían aprobados en noviembre de 1878. De esto se desprende que iniciados los trabajos de cimentación en agosto de ese año, todavía no estaba totalmente definido de qué manera se resolvería la ´apariencia vistosa´ deseada por el Gobierno». El propósito de Bateman era «colocar en un sitio lo más elevado posible un gran depósito metálico, dividido en tres niveles, que pudiese albergar 72.700.000 litros de agua» […] «Los espesores de las paredes perimetrales oscilaban entre 1.80 en planta baja y 0.60 en el nivel del cornisamiento superior. El edificio, en su parte exterior contó con «170.000 piezas cerámicas y 130.000 ladrillos vitrificados provistos por la fábrica Royal Doulton & Co. de Londres, que subcontrató la loza barnizada con la Burmantofts Company, de Leeds. Las fachadas fueron proyectadas por Olaf Boye, bajo la dirección de Nyströmer. Esta obra de gran vistosidad cumplió la misión de ocultar un interior que, obviamente, no podía quedar a la vista. Como dato ilustrativo de la envergadura de la obra, «además de los 12 tanques principales, se colocó un tanque de incendio encima de la torre central, en el costado norte, de 180.000 litros». El Ingeniero Parsons describe las previsiones -no contempladas en el proyecto original- adoptadas en el diseño de la estructura metálica para absorber posibles dilataciones y contracciones. «Los 45 pilares que servían de apoyo a los tanques fueron diseñados para sostener un peso de 550 toneladas, con tres tanques llenos de agua y viento desfavorable; y cada uno estaba formado por cuatro columnas de fundición unidas cada 2.60 por medio de chapas horizontales. De esta manera conformaban la malla de 180 columnas antes mencionada» […] «el peso total del hierro empleado en esta estructura era de 16.800 toneladas. Las cañerías, válvulas exclusas, de retención y desagüe, y en general todo el sistema de distribución fue provisto por la casa inglesa Glenfield». El capítulo V, que trata de los pormenores de la obra, relata como «Aquel tranquilo suburbio residencial vecino al gran depósito, pronto se vio alborotado por el movimiento que durante más de ocho años (1887-1894) provocó la dilatada construcción. Y esto no era exagerado. Sólo para armar la parte metálica, se utilizó, término medio, la fuerza de 400 hombres diariamente, durante dos años y dos meses».
El problema económico que originó su erección hizo que «el Gobierno, a poco de empezar las obras, decidiera privatizar su ejecución, para lo cual sancionó una ley de arrendamiento de explotación y terminación de los trabajos, haciéndose cargo de los mismos entre 1887 y 1891 la empresa Samuel B. Hale y Co., con la firma Water Supply and Drainage Co. Ltd., y por acuerdo entre ambas, nombraron cesionario de sus derechos a Juan B. Médici, responsable final de la obra de mampostería». Con la muerte de Bateman surgieron algunos inconvenientes: «emergieron problemas de antigua data entre su estudio y el Gobierno, produciéndose situaciones confusas y empeorando notablemente la relación la Comisión de Obras de Salubridad. A los errores acumulados en otras obras a su cargo (Establecimiento Recoleta, sifón del Riachuelo) se sumaba el doble rol que los profesionales de su Oficina Técnica desempeñaban como ingenieros del Gobierno y de los empresarios, recibiendo comisiones y honorarios más o menos crecidos de estos últimos, tal como lo demostraban contratos ahora en conocimiento del Gobierno. «Agravaban esta crisis las afirmaciones de la empresa constructora, que en mayo de 1891 objetó las modificaciones introducidas en los planos, pues a su juicio comprometían la solidez del depósito. Así la situación, y faltando dos meses para finalizar el contrato profesional, la actitud asumida por el estudio Bateman, Parsons y Bateman motivó que en noviembre de 1891 fuera separada de las obras». A partir de ese momento se hace cargo el Departamento

Técnico de la Comisión. Cuando en 1892 y 1893 se produjeron rajaduras en las bases y en los muros del edificio, estas situaciones fueron subsanadas posteriormente sin inconvenientes. Las dificultades no fueron obstáculo para que el proyecto fuera adelante pero, en muchas oportunidades, los periódicos no tuvieron en cuenta los factores que influyeron en dificultar la normal provisión de agua. Por ejemplo, el Presidente de la Comisión de Aguas Corrientes, Emilio Castro, dirigió una nota al Presidente de la Corporación Municipal -que se había quejado por la falta de agua en la fuente de la Plaza de la Victoria, para los carnavales-, justificando esta falta por la insuficiencia de las bombas para proveerla 7
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También se mencionan los comentarios negativos de los diarios de la época vaticinando catástrofes y la destrucción del edificio, buscando vender ejemplares sin tener en cuenta «la poca importancia que tuvieron esos incidentes». ElNacional 8 , en 1857, accede a publicar una nota firmada por un «empresario oculto» quien, aludiendo al tema de la provisión de agua clarificada, dispara sus dardos contra Pellegrini argumentando que «no tiene un peso para tal empresa ni para ninguna otra». Decidido a denunciar lo que consideraba un acto de irresponsabilidad por parte del Gobierno al no tomar en cuenta las debidas precauciones, menciona a varios personajes de la época denunciando dudosa solvencia e intereses oscuros, sin omitir conceptos racistas, para finalizar refiriéndose a un señor Poucel, francés, quien «trabaja, dice, para un banquero de París que ya no
halla que hacer con su mucha plata, y que desde allí ha podido calcular lo que le darán las cosas de Buenos Aires. Dicen que él ofrece el 10 % de lo que venda el privilegio en la Bolsa al que se lo consiga. Y en efecto, Señores, no hace mucho que el Sr. Pellegrini vendió a Bragge su futura acción por 25.000 en acciones de la empresa de las aguas corrientes». Este crítico «oculto», no trepida en continuar sus acusaciones e informa que «en toda Europa para concesiones tales es preciso que la Sociedad de la empresa manifieste ya suscriptos siquiera dos tercios del capital necesario para su obra. Entre nosotros ni hay, ni se formará jamás tal compañía para las aguas corrientes, porque mejor es el 11/2 % o una majada de ovejas». Finaliza su nota estimulando el contacto con empresarios franceses que han mostrado buena disposición para invertir dinero en la obra. No se justifica emitir un juicio de valor sobre lo expresado en este artículo por tratarse de una denuncia anónima, hecho repudiable en sí mismo, y criticamos la actitud del mencionado periódico al darle cabida en sus páginas. Si lo hemos incluido en este escrito ha sido porque consideramos que no se debe difundir ninguna noticia que menoscabe a una personalidad, a menos que esté avalada por una investigación seria donde se pongan en claro aspectos dudosos y figure la firma del autor de la acusación. Sin desmedro del valioso aporte que significó el saneamiento de las aguas corrientes y la constante labor de, en aquel entonces Obras Sanitarias de la Nación, los periódicos se hicieron eco de las quejas de los vecinos que manifestaban su disgusto con la provisión de agua. El diario La Nación 9 , años después de inaugurado el Palacio, publicó un artículo en el se quejaba por la mala filtración del agua y criticaba la falta de respuesta por parte del organismo responsable, al respecto, dijo lo siguiente: «Se ha dicho, con notable impavidez que no hay filtro capaz de despojar al agua del Río de la Plata del tinte opalino que le comunica la arcilla finísima que tiene en suspensión. De esta suerte se ha eludido siempre la cuestión». Agregó el cronista que «el tinte del agua que se está proveyendo a la capital es casi chocolate y muestra a las claras que el filtrado se hace tan mal, que se reduce a una imperfecta operación de asiento. Esa es la verdad: no se sabe aplicar debidamente los filtros de la Recoleta, cuya superficie es bastante para filtrar en realidad, sin forzar el paso del líquido; la turbidez llega a tal punto, que basta una altura de treinta centímetros de agua para que ya no se vea el fondo de la vasija que la contiene». Contrariamente a los errados diagnósticos que presagiaban grandes desastres, ni siquiera el fuerte terremoto del 27 de octubre de 1894 perjudicó la estructura del gran depósito y lo mismo ocurrió con el terremoto de San Juan, en 1944. «La recepción definitiva de la obra se realizó en marzo de 1894, en el mismo año en que se producía la apertura de otro símbolo de los nuevos tiempos: la Avenida de Mayo». Al referirse al Palacio de las Aguas como patrimonio cultural, los autores destacan su belleza. «Pero lo que sin dudas lo convierte en un ejemplo fuera de serie dentro del rico patrimonio industrial de fin del siglo XIX en nuestro país, es la monumental obra metálica de su interior, única en su tipo en Latinoamérica, que aún hoy sigue asombrando -como lo hizo al presidente argentino en 1893- a quien visite su interior».
Trabajos anteriores del autor vinculados con el tema: Federico Pérgola y Agustín F. García Puga, Breve historia del agua potable, Historia Nº 85, 28-47, Buenos Aires, Mar-May 2002. Agustín F. García Puga y Federico Pérgola, La potabilización del agua en Buenos Aires, Historia Nº 94, 118-136, Jun-Ago 2004.
*El «Palacio de las Aguas Corrientes» en un libro producto de las investigaciones realizadas por el equipo del Instituto de Investigaciones Neohistóricas del CONICET y bajo la redacción que han llevado a cabo la Lic. En Historia Elisa Radovanovic y el Arquitecto Jorge Tartarini, bajo la dirección del Arq. Ramón Gutiérrez.
Agradecemos la colaboración prestada por el Lic. Javier Fernández (Museo Histórico de Aguas Argentinas) y la Lic. María Rosa Sarasino (Biblioteca de la Facultad de Medicina).
Bibliografía
1 Brandariz Gustavo A, Agua clarificada para Buenos Aires, el proyecto del Ingeniero Pellegrini, Saber y
Tiempo Nº 8, 171-205, Julio-Diciembre 1999. 2 Conductos y cañerías, Boletín de Obras Sanitarias
Nº 8, 197-203, febrero de 1938, Biblioteca Facultad de Medicina. 3 www.todo-argentina.net. 4 Documentos relativos al asunto de la provisión de aguas corrientes, Imprenta del Orden, Bs. As. 1859, Sociedad Científica Argentina, Inv. 384. 5 Documentos… o.cit. 6 Discurso del Sr. Sarmiento en la inauguración de las Aguas Corrientes. Revista Médico Quirúrgica,
T V, 169-201, Bs. As. 8 de octubre de 1868. 7 Legajo 17-1880, Archivo Histórico de la Ciudad 8 El Nacional, Bs. As., 31 de marzo de 1857. 9 La Nación, Bs. As., 22 de febrero de 1900