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Marina mira por la ventanilla1 del autobús el paisaje de arbustos amarillos y el cielo azul infinito que se extiende delante de ella, fundiéndose con el mar. La Península Valdés, en la Patagonia argentina, es el lugar que más le gusta en el mundo. Ya ha trabajado dos años como guía turística de la reserva, durante las vacaciones invernales, y lo tiene claro: ¡de mayor quiere ser oceanógrafa!
El autobús ha llegado al istmo que conecta la península al continente y Marina baja la ventanilla para escuchar el canto de las aves. Esa melodía siempre le da la bienvenida a su paraíso particular.
Cuando el autobús apaga el motor en Puerto Pirámides, el único pueblo de la Península, la joven ya está de pie, con el corazón latiendo 2 a mil, lista para fundirse con la naturaleza salvaje. Respira la brisa salada que llega de la playa mientras se dirige al albergue3 donde se alojan los guías. Saluda a la directora de la reserva, la profesora Beatriz Camino, y abraza a sus compañeros de trabajo: están Laura, Rafa, Ángeles… y Flavio, un chico que siempre le cae superbién4 .
Sin embargo, no hay mucho tiempo para los saludos: ¡Roberto, el jefe de los guías, ya tiene un programa de visitas! Marina no se siente cansada y está feliz de empezar enseguida5. El tiempo de comer algo y ya está corriendo al puerto para encontrar a su grupo.