Tlamatini Publicación informativa y de reflexión de la Facultad de Humanidades
Volumen I, año cuatro, números 15-16 Nueva época Mayo de 2008/abril de 2009.
Contenido: Páginas 2-3 Entre Marx y el corta y pega José Luis Herrera Arciniega Página 3 Poema Eduardo Coli Páginas 4-5 El placentero dolor de leer poesía Jesús Iván Hernández del Prado Páginas 6 Nada de cobardías al escribir... mma Páginas 7-9 Justino Alejandro Solano Página 10 La víbora Página 11 Las burlas del coyote Páginas 12-13 Tijuana en recortes Carla Valdespino Vargas Páginas 14-16 Después de tres años... Páginas 17-18 El juego del pensar Juvenal Vargas Muñoz
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Editorial El acoso de la bestia
Hilitos de tristeza, incapaces de verter el amor del alma en los labios de la bestia, que goza con su lengua bífida el desencuentro del espíritu; hurga entre los sentimientos de los hombres y los unge con desalmados presagios. Nada tiene escapatoria, pues su cola larga arremete contra el discurso racional y tolerante. Para la bestia sólo cuenta lo que ella piensa, nada le importa; es como el tirano que busca desguindar los sueños y los placeres de los santos. Cada partícula de aire es de ella, sólo de ella. Utiliza el anonimato para increpar al poeta, para hacer sentir miserable al que gusta del vino, del tabaco, de la lectura. Para la bestia cada fugacidad es eterna y no permite crear el mundo de las ideas y la diversidad artística. La bestia deambula entre las figuras institucionalistas, acosa a los seres sensibles y los conduce al abismo o a la piedra. Gusta mirar el autosacrificio de los párvulos, de los seres que miran el mundo desde las estrellas. La bestia juega con pancartas y carteles, pega anuncios por ociosidad y los muestra como si fueran endecasílabos pareados. Para la bestia sólo cuenta la incapacidad del raciocinio, por ello coloca hojas insultantes en cada intersticio del mundo y aúlla entre los medios masivos para comunicar el discurso fascistoide y tiránico. Cada mañana se levanta pensando en estrategias cobardes y arcaicas, las unta en las llagas del corazón y las enciende en cada movimiento de la sístole y la diástole. Y dicen sus carteles: fuma lejos de los que sabemos de la vida, de los que queremos estar en este mundo contemplativo y aléjate de los que queremos la existencia, pero juega con los recursos públicos. Se la mira con sus retoños usando computadoras, vehículos y gozar de las prebendas y los viajes al extranjero. Y cuando se le pide la escritura, arroja fuego que quema la soledad de los menesterosos. Hilos de nostalgia vemos los que queremos un mundo enjalbegado en el respeto y la libertad de la existencia. Grumos de tristeza miramos los que sabemos del mundo sin cadenas. Cúmulos de pobreza sentimos los que estamos en el mundo y sabemos que el universo grita por la lucidez del alma. Y sin embargo, la bestia está en las entrañas, en las pupilas ajadas por el hartazgo de la vida, por la desilusión, por la ausencia del sueño y de la libertad de vida.
Entre Marx y el corta y pega
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n un acto efectuado a principios de febrero de este año, un señor Cayo Lara, coordinador general del partido español Izquierda Unida, pronunció un discurso en cuyo comienzo ensartó una cita extraída de El capital del padrecito Karl Marx, que resultaba muy apropiada para describir la actual situación mundial de crisis financiera y económica. No había, en este caso, tal clarividencia marxiana: la cita era falsa, no se la encontraba en ninguno de los tomos de la famosa y antes muy leída obra de Marx. Su origen era… una página de internet. Ni siquiera había sido una invención de algún internauta español, sino que su origen fue la página satírica estadounidense News Mutiny. Al correrse la versión del engaño, el dirigente Cayo Lara tuvo que explicar que uno de sus colaboradores le proporcionó la cita; el último aceptó al final que la había extraído de internet, con el resultado descrito. En la edición de El País del pasado 22 de febrero, la reportera Vera Gutiérrez Calvo concluía así su nota: Con el episodio de la falsa cita de Marx, queda probado “el peligro de surtirse de información en internet –y de hacerse eco de ella– sin contrastarla”. Situaciones de ese tipo no sólo brotan en la arena política, sino que se han vuelto, por desgracia, parte de la rutina en espacios académicos. En sentido estricto no son nuevas, pues desde siempre ha habido estudiantes que, al hacer un trabajo escolar, acostumbran
José Luis Herrera Arciniega
copiar frases o párrafos enteros de libros, confiando ellos, los estudiantes, en que los profesores no identificarán el plagio cometido. Incluso, en su conocido manual Cómo se hace una tesis, Umberto Eco aconseja a los desesperados que no han podido cumplir con ese requisito indispensable para su titulación dos caminos: pagarle a alguien para que haga la tesis, o copiar una tesis ya hecha; en este caso sugiere que verifiquemos que sean trabajos no publicados en forma de libro, o que hayan sido encontrados en una universidad distante de aquella donde estudiamos. Pero advierte Eco: “Es claro que los dos consejos que acabamos de dar son ilegales”. (Por cierto, este libro del semiótico italiano data de 1977, cuando nadie imaginaba lo que dos décadas después iba a ser la llamada “supercarretera de la información”.) El problema es que, a partir de la expansión del uso de internet en el mundo académico, el plagio escolar se ha incrementado exponencialmente, y lo que antes fue excepción por parte de estudiantes o tesistas desesperados se ha vuelto un recurrente exceso, lo mismo en la elaboración de sencillos trabajos de fin de semestre que en la escritura de las tesis que permitirán a alguien la obtención de un grado universitario. Entre los docentes cunde una fundamentada paranoia respecto a la autenticidad de las decenas de trabajos que se deben revisar en cada semestre, pues cada vez se
ha hecho más evidente el abuso indiscriminado de las funciones de corta y pega del procesador de textos. Más de uno ha desarrollado una especie de sexto sentido que, con todo y lo perspicaz que pueda ser, resulta insuficiente ante las numerosas posibilidades de caer en un engaño de esta baja calaña. Las reacciones para contrarrestar el nocivo efecto del corta y pega han sido variadas, desde aquella extrema de ya no pedir trabajos de fin de semestre, hasta otra de solicitarlos escritos a mano, pasando por la petición de avances graduales de investigación, desde el principio del semestre y en su transcurso, para asegurar que en el último momento el alumno no sacará de la manga un supertrabajo cosechado en el éter cibernético. El asunto se presta a profundos desgastes, ilustrables con la imagen de un profesor que bien puede dedicar dos o tres horas para ubicar el origen de algún párrafo supuestamente legítimo, pero que está publicado en alguna página de internet determinada. Es un fastidio, pero en ocasiones no queda de otra, con tal de tener los pelos de la burra en la mano, es decir, una dirección electrónica precisa con la cual desnudemos al mendaz plagiario. (Los estudiantes plagiarios suelen olvidar que los profesores tienen también acceso a internet, y que pueden consultar las mismas páginas que ellos, incluida la célebre Rincón del vago u otras similares, y aun las muy serias.)
Existe otra forma para llegar a una verdad, ante la duda razonable de que un alumno ha incurrido en plagio de materiales de internet o de otra índole: el diálogo directo, con el trabajo de marras frente a nosotros. Se puede preguntar: ¿de dónde sacaste esta afirmación?, o ¿qué quisiste decir con este concepto o ejemplo? Si la posición del estudiante es firme y clara, la inquietud del docente se desvanece… o se confirma lo innegable o evidente del plagio (porque con frecuencia el corta y pega se hace de manera tan desaseada, que hasta se conservan indicaciones o ejemplos lógicos en el documento original, pero que quedan fuera de contexto en el supuesto trabajo escolar). Por supuesto, este contacto personal puede provocar roces que todo docente preferiría evitar, si no fuera porque está en juego uno de los más altos valores del universitario: la honestidad intelectual. El fondo es ese: aparte de que el plagio de textos es ilegal, en tanto modalidad de piratería, su uso entraña una perversión de los fines de la enseñanza universitaria, que no se agota o se concentra en el aprendizaje de habilidades o competencias, sino que se fundamenta en criterios de ética profesional. Entre ellos, el de la honestidad. Si alguien formula una idea propia, tiene todo el derecho de exponerla como tal, pero si está apoyándose en las ideas de otros, tiene que señalarlo con toda claridad. Además, una cosa es apoyarse en autores y muy otra es robarlos, saquearlos. En particular la Facultad de Humanidades ha vivido malas experiencias en este sentido. Más de un
estudiante ha sido objeto de sanciones –entre ellas la máxima: su separación total de la vida universitaria– al habérsele comprobado de manera sobrada que incurrió en plagio intelectual. Uno pensaba que el tema se había aireado lo suficiente en las aulas como para que nadie volviera a ser seducido por el falso arrullo del corta y pega. Sin embargo, todavía enfrentamos el robo vil de ideas y de palabras ajenas, lastimando la convivencia universitaria, en trabajos escolares que, con un oscuro origen, opacan un esfuerzo académico individual y que terminan también perjudicando a una colectividad. Esto del plagio pasa en la política, pasa en la academia. A cada corta y pega que salta en el aula, no es Marx el que se revuelve en su tumba, sino los universitarios contemporáneos. Mejor hagamos nuestra tarea, cumplamos con nuestra obligación, en lugar de andar después como fantasmas por un campus al que tenemos que respetar respetándonos.
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P o em a Po Eduardo Coli
Los sentidos del niño se están comunicando, relacionando, a través del azúcar, de la manzana, con la profundidad de la noche, ccon la tierra y la lluvia. SSonidos y sabores qque estallan, laten, la eemergen a través de la aurora, y maduran bajo el sol, meciéndose con la brisa, m macerándose en la quietud de la tarde m ddespiertan en el niño, para que el espacio y el tiempo p rrevienten: plenitud. p Manifestación M a través de sus manos, dde su boca, een una sonrisa alentadora.
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El p l a cent ero dol or de l eer p oes í a
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scuchar representa formar parte de un diálogo. El silencio, la palabra no dicha y el hablar en el lenguaje conforman a quienes participan del diálogo. Escuchar es también estar siendo. Por esta razón el simple y llano ‘oír’ queda descartado como una forma de recepción de la poesía. Es probable que pongamos atención en un artículo, en una revista o un texto político, incluso puede llegar a apasionarnos este tipo de lecturas, pero al final queda una dosis significativa de frialdad. Mucho de lo que se lee termina siendo información bastante fría, una lectura de este tipo se vuelca fácilmente sobre un escenario desolado y estéril, donde el simple informar puede, por sí solo, inundar de datos el mensaje dentro de la lectura. Entonces ¿el hecho de leer poesía debería por sí solo cambiar al acto de leer? Sí. Para llegar a ser un buen lector se requiere bastante: un oído musical, una habilidad para detectar qué tipo de verso se atiende y un buen dominio del lenguaje e interpretar las imágenes y metáforas dentro de las líneas escritas; para leer poesía hay que sentirla. Si no se siente, es imposible captar la poesía, pues serviría de muy poco conocer cada regla de la métrica si se descuida el contenido y la carga de cada palabra que enuncia al poeta, y en este caso, al lector. Si al leer no puede uno apreciar eso que dice la poesía, entonces únicamente se prestará atención a las reglas estéticas o métricas, y demás formalidades que a veces requiere un texto literario o una obra de arte. El hecho de pasear los ojos delante de un poema no implica que se esté leyendo poesía. Al leer poesía, el hombre también se dice y se concibe, se hace y se recrea. ¿Por qué declamar o decir poesía no implica cantarla? Antes que otra cosa, hay que explicar el porqué de la inclusión de este nuevo elemento en una concepción del que recibe la poesía, si quien la canta al parecer no la está recibiendo. Pues bien, el que canta poesía, sin ser el poeta, no la está recibiendo en el acto, pero sí la ha recibido, es un segundo momento dentro de la recepción misma de la poesía, y el que la canta también se adueña de ella. Cantar poesía es también una forma de ser en el mundo. Esto implica que aquel otro que solamente dice poesía al aire no se halla ni siquiera sumergido en las palabras que ahora declama sin preocupación, de manera exagerada y chocante. ¿Cómo puede pensarse que el que declama en un concurso verdaderamente haya recibido a la poesía? Si esto fuera así, no podría ni siquiera repetirla en voz alta. Si somos capaces de adueñarnos del dolor del poeta y de todo ese terror que experimentó cuando cantó su poesía, entonces podremos ser conscientes de que hace falta más que sólo regurgitar un poema sin sentido para poder cantar realmente eso que la poesía dice. Hay que tener valor para cantar poesía, pues es lo mismo que cantar tu más profunda posesión: tu angustia. El que se canta en la poesía vale mucho más que aquel que vomita poemas, pues al cantarse, al decirse en las palabras, se revela como es. Es cierto que entre escuchar y leer hay diferencias, pero al recibir el mensaje que la poesía porta, ambas formas cumplen su tarea de hacer ser a quien ha captado e interpretado tal mensaje. También es importante decir que el acto de recepción de la poesía se consuma no sólo cuando ésta ha sido leída o escuchada, pues el catalizador
Jesús Iván Hernández del Prado
de esto reside en sentir y en apropiarse de eso que dice la poesía. ¿Qué dice la poesía? Dice al hombre, su mundo y al ser. El poeta y el receptor se afirman y se redimensionan en el decir de la poesía, así también la poesía dice al mundo que habita el hombre y le da el sentido: dice eso que es. La poesía se capta cuando al escucharse o al leerse, el hombre la siente y habita en ella. La recepción culmina cuando el receptor es en el decir de la poesía. ¿Por qué se recibe a la poesía? Esta pregunta nos lleva directamente a cuestionar la tendencia del hombre hacia la poesía. No sólo se recibe por el hecho de leerla o escucharla, se recibe también porque aquel que la recibe ha querido hacerlo. Hay una tendencia natural, por decirlo de algún modo, a la poesía. Podemos argumentar que esto ocurre debido a que en la poesía nos encontramos con el fundamento mismo de la esencia. Si nuestra existencia es poética, y nosotros somos en la poesía, no es descabellado afirmar que tendemos a la poesía por el hecho de que ahí es donde residimos. Si desde la poesía se dona o se instaura la esencia de lo que se nombra, también nosotros tomamos nuestra esencia de la poesía, hemos sido creados poéticamente; más aún, constantemente nos estamos creando cuando nos decimos en la poesía. El hombre, al igual que el lenguaje, no es algo acabado; no por esto me refiero a que está inconcluso o por terminar; más bien que el hombre y el lenguaje se renuevan diciéndose. Y claro, se dicen en aras de la poesía, ya que ésta es el antecedente inmediato del lenguaje y del hombre. Heidegger lo pone de manifiesto en Arte y poesía: “La poesía no toma el lenguaje como un material ya existente, sino que la poesía misma hace posible el lenguaje”. El hombre también tiende a la poesía porque, aparte de encontrar en ella su fundamento, encuentra sus modos de ser en el mundo. Quien ha sabido y ha podido recibir la poesía entiende que el poeta canta también las penas que a él lo han acongojado; no sólo eso, el sentir del receptor se vuelca con el del poeta, es sólo que este último tiene esa capacidad para cantar poesía y el otro lo escucha puesto que entiende esos versos.
Hay también alguien que se presta a oír al poeta, aunque, al menos para mí, no capta el decir de la poesía. Es aquel que escuchando el aparentemente melodioso cantar del poeta no hace más que exclamar: “¡Qué bonito!”, y pide: “¡Recita otro! ¡Canta otra vez!” Ciertamente sería una brutalidad delimitar a la poesía, pero lo que verdaderamente supone una brutalidad aún mayor es decir que la poesía es “bonita”. Ese tipo de categorías deben ser usadas más bien para describir textos baratos que se venden en forma de versos que por casualidad llegan a rimar. La poesía y el poeta no deben degradarse de ese modo, no el sentir del poeta ni el decir de la poesía. Cuando uno llega a recibir la poesía, no puede pasar otra cosa que sentirse afectado por ella. Cómo lo afecte, depende del receptor, pero al fin y al cabo termina por angustiarlo, aterrarlo o simplemente clavarlo en la desesperada situación que el poeta experimentó al escribir o cantar eso que se ha recibido. ¿Qué ocurre entonces? Puede que se piense que la relación del poeta con el receptor, incluso con la poesía misma, se vea trastocada, dañada, y desde cierto punto de vista así es. Cuando alguien ha captado la poesía, es momento conveniente para preguntarnos: ¿a quién pertenece ahora la poesía? En este momento quien lee o escucha se ha adueñado del decir poético. Esto se debe a las razones antes explicadas: se tiende hacia la poesía, se ve uno mismo acogido entre las palabras que dan el horizonte de sentido a la esencia de las cosas y a uno mismo, y, por último, se dice uno en esas palabras, en el lenguaje. Yo, que no soy poeta, me he adueñado de la poesía pues en ella me poetizo, en ella estoy siendo. Se ha dicho desde Kierkegaard cuánto sufre el poeta, cuán infeliz es y cuán desgraciado es también su existir; y también que uno se adueña de la poesía luego de recibirla; uno comparte o siente ese sufrimiento igualmente que el poeta. No necesariamente de la misma manera, ya que el sentido del sufrimiento es determinado necesariamente por aquel que lo siente. ¿A qué nos lleva esto? Pues a plantear que la utilidad de la poesía recae en la infelicidad, en la desdicha, en el terror y en el sufrimiento mismo. Aquí puede decirse incluso que a la poesía le corresponde cierta dosis de masoquismo. Alguien se ha preguntado si verdaderamente puede haber otro a quien el dolor le cause placer, y sí lo hay: el lector o escucha de la poesía.
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El placer en la poesía merecería un análisis aparte. Sin embargo, si argumentamos que la poesía es placer, hay una dosis de placentero dolor en el acto de recepción de la poesía, y es degustable para quien se inmiscuye en este dolorosísimo juego que supone el decirse uno mismo en el cantar de aquellos versos hirientes. En este tenor, hay que darle su justa dimensión a las palabras, pues una sola de ellas es suficiente para ahondar p een la inmensidad angustiante de su significado, más aún, de ssu sentido. Se ha dicho que habitamos en las palabras, pues eentonces también hay que recapacitar en la necesidad que sse debería tener en escucharlas. Verdaderamente hay que eescuchar de lo que hablan las palabras, pues es de lo que habla la poesía. Y todo esto no es más que la confirmación h dde la utilidad de la poesía. Es útil porque nos agrada y nos causa placer, aunque esto mismo implique dolor y n ssufrimiento. Quiso cantar, cantar Q ppara olvidar ssu vida verdadera de mentiras y recordar ssu mentirosa vida de verdades. ((Octavio Paz, “Epitafio para un poeta”, Libertad bajo palabra) L
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Nada de cobardías al escribir...
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odo terrorismo es un atentado bíblico contra el humanismo. Los mendaces cerebros irrumpen como náufrago en los corazones y la humanidad toda sufre en los abismos del derecho, y éste, alejado de los pensamientos, relinga las necedades de las conciencias que vociferan a los vientos. ¿Cómo iniciar el recorrido del derecho humano cuando en la selva del pútrido asfalto el pestilente olor de las palabras niega las pústulas de los derechos naturales de convivir con el orden cósmico? ¿Para qué disertar en los forúnculos discursivos de partidos y sociedades civiles cuando ellos son los que llevan la mácula de las diferencias? ¿Es necesario jerarquizar los llamados ‘derechos humanos’ cuando los ciudadanos miran pisoteadas sus esperanzas y sus sentimientos? ¿Se necesitan repensar los conceptos de derecho, humanismo, temor y terror a la luz de textualidades inanes? ¿Para qué disertar lo imposible cuando se ha perdido el sentido de humanismo? Y sin embargo, es un deber humano acercarse a las disipaciones de los procesos hesitativos: lúgubres laberintos que obnibulan la palabra y los hechos. Lacónicos abisales que imperan en los argumentos, ralentizados llanos que lloran por los muertos. En América hispánica la memoria debe recuperar un nombre: Bartolomé de las Casas: primer ser que discute y comprueba que los indios tienen alma; generoso jerarca a quien las necias voces callaron porque los intereses políticos se hallaban encima de los hombres, y, aun así, logró que los naturales fueran tratados casi como iguales a los de casta.
Nadie puede negarle el principio del derecho americano, ninguna voz puede emitir falacias cuando es el príncipe de los derechos humanos. Sordos serán aquellos que miren ciegos los preceptos de un Estado incipiente de derecho. Fue un ser que buscó en el humanismo medieval la salvación de una raza, de una cosmogonía que superaba las ciencias europeas, de un pensamiento sustentado en los sentimientos y en las sensaciones en un intento por compartir el mundo con sus iguales: América, a pesar de sus gobiernos totalitarios, sabía aplicar el humanismo apegado a los conceptos divinos. No obstante los apodícticos españoles, los viejos tlatoanis justipreciaban la vida. Y la vida es la piedra angular de todo derecho, de todo humanismo del actual siglo, del mundo irracional en que se vive y se muere lleno de dudas. Porque éstas conducen a los sabios y a los pensadores a buscar nuevas rutas de aplicación objetiva del derecho. Alejado de todo concepto individual o colectivo, el derecho humano de los tiempos actuales debe concebir un nuevo crisol de hombre: fuera de todo concepto de raza, alejado de los credos y de las mañas existenciales, de las patologías psíquicas que deambulan en las calles. Porque en los viandantes, en el tráfago de los obreros, de los campesinos, de los profesionales o de los burócratas, el humanismo anda ciego y a bandazos choca contra las instituciones. Primer grave obstáculo de las procacidades humanas. Última tumba de los poderosos. Y es que las disertaciones escolares forjan utopías montunas donde los últimos en ser considerados como humanos son los que deambulan por el mundo. Por ello, nada de cobardías al escribir: desierto, injusticia, miseria, hambre, fuego; nosotros, los humanistas, los estudiantes que se dicen humanistas, debemos enarbolar la palabra y justipreciarla. Porque todo terrorismo es un apocalíptico atentado contra el ser humano. mma
Justino
H
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Alejandro Solano * Segundo lugar del Concurso Estatal de Narrativa de la Agencia de Seguridad Estatal
oy trabajaré la noche entera. Cumplir con un itinerario nocturno siempre es difícil. Cuando me toca laborar por las noches, tengo un extraño temor. Dejo a Esperanza y a Lorena solas. No me gusta, nunca me ha gustado. La noche a veces oculta una infinidad de cosas que se quedan en la propia casa. Es el deber que me he adjudicado, por eso, cuando parto, les digo que cierren bien las puertas, que no abran a nadie sin previo aviso, y si hay una emergencia, no duden en llamarme. Hace dos semanas, mientras daba el rol nocturno por las calles que conforman La Pila, Lorena me llamó para decirme que la niña tenía mucha fiebre, le dije a Raúl, mi pareja, que me diera un aventón hasta la casa, él accedió, pero me dijo: “Si el general Rubio nos atrapa en la movida, nos mandan con una multota. Nomás porque es tu niña, Justino. Tú bien sabes que no podemos estar haciendo eso a cada rato”. También hoy cumplo diez de años de servicio, los mismos que tiene Esperanza. La única que celebra altivamente es Lorena. Ayer se lo presumí a don Fermín, un viejo bonachón, es el dueño de La Rana, ahí en la esquina de Josefa Ortiz y Primero de Mayo. Después de salir de la base, paso a su tienda a comprar cigarrillos, para aguantar durante la noche, a veces un Nescafé o un sándwich de jamón. Lorena me preparó un mole delicioso acompañado de unos tamales de arroz blanco, como los de mi pueblo. Ella está muy contenta, está segura de que con el bono especial, por mis servicios, saldremos de deudas y podremos comprar ese taburete que quiere para el cuarto de la niña. Aunque no lo sé a ciencia cierta. Esperaré hasta la ceremonia. —Todo estuvo delicioso. —Gracias, amor. Lo mejor para mi teniente Justino García –Lorena aplaude– ¡Bravo, bravo! –Esperanza la acompaña con una sonrisilla, también aplaude. —No es para tanto, sólo cumplo con el deber. —Anda, anda, que se te hace tarde. Cepíllate los dientes y persígnate –Lorena besa mis labios. El crucifijo de la pared estaba en la cabecera de mamá. El Cristo me mira con una extraña expresión. Parece triste… Parece que por sus ojos corre una lágrima discreta. El silencio se apodera de todas partes cuando Lorena santigua mi frente. Han sido diez años del rito. Diez años de no ver a mi familia por horas eternas. Diez años del cumplimiento de mi deber. Diez años de frío, hambre, nostalgia, tristeza,
obligación, miedo: un disparo, un mutismo, muerte y profundo Un b beso f d temor all exceso dde paz en llas calles. ll U en los labios de Lorena, una sonrisa de Esperanza y un pórtico vacío después de un afligido “hasta mañana”. Han sido diez años. Me pregunto si podré llegar a verlas cuando muera la noche. —¡Felicidades, mi teniente García! –dice Raúl mientras me abraza en la puerta de la oficina donde nos dan la ruta de la noche– Diez años… ¡Qué aguante, Justino! Yo llevo aquí cuatro y ya quiero correr pa Santiago. Cuando me den mi bono de los diez años, voy a comprar un ranchito en Santiago, con vacas, puercos y toda la cosa. Era muy feliz en el campo. No le digo nada. No sé qué decirle. Es un muchacho irreprochable. Antes de ser policía es un hombre con sueños, anhelos, deseos. Es amigo, individuo, es el otro por el que me encuentro. El general Rubio pasa lista y asigna la zona de ronda. Hoy nos toca un barrio extraño, lejano. Raúl me hace un comentario que no entiendo, por lo que sólo digo “no sé”. Estoy particularmente enmimismado, pensante. Quizá la vejez ya se acerca, lo que no me vuelve más sabio, pero sí más temeroso de la muerte. Quizá la sabiduría de la vida se concentra en la concepción de la muerte. Quisiera que mi cajón fuera café claro, cuando me entierren, mi féretro envuelto en nuestro lábaro patrio. Esperanza recibirá los abrazos fúnebres y las felicitaciones, dirán: “Fue un gran hombre, un excelente servidor de la nación”. Sé que he sido buen policía durante diez años, sólo quiero que Esperanza y Lorena sean felices… Para mí: una muerte digna. Abordamos la patrulla, no sin antes esperar a que Raúl haga su oración correspondiente. Él cree en Dios más h qque yo. Cuando nos toca trabajar de noche, siempre hace uuna oración a la que llaman La Magnífica. “Protege contra ttodos los males, los del infierno y los de la tierra. Hasta ddecía mi amá –en paz descanse– que protege también de llas almas que no encuentran su lugar en el mundo”. Eso ssiempre lo dice Raúl porque ve mi cara de extrañamiento. El motor caliente. La radio en el canal central, dos claves E dde prueba. Mi gorra y mi bufanda porque hace frío. Lorena y Esperanza en mi mente. Raúl a mi lado. Una prueba de ssirena, otra de luces. Estamos listos. Nos vamos. —Buenas noches, don Fermín, ¿cómo va la venta — nocturna? n —Pues un poquito baja, teniente. Por cierto, muchas — ffelicidades. Hoy sus Delicados van por cuenta de la casa
8 –se voltea, busca, saca unos cigarros–; hasta le voy a invitar un café, háblele también a su pareja. —No deberían estar bebiendo aquí esos hombres –señalo con la mirada al rincón derecho de la tienda–. Además está usted solo y tiene que cuidarse, ya sabe cómo son los borrachos, pueden ser peligrosos. —No se preocupe, son de confianza –le entrega el café a Raúl, comienza a servir el mío–. Además voy a cerrar como en una hora. Ya hace frío y Leonor me está esperando. Don Fermín sigue hablando. No puedo evitar observar a esos hombres del rincón. Sus rostros transformados por el efecto del alcohol dan cierto aire de tristeza. Ninguno de ellos ríe, al contrario, llegan a intercambiar alguna mirada furtiva, pero sus ojos decaen, como si no intentaran a propósito decir algo. Uno de ellos levanta la cara y sigue mi movimiento – ¿Qué es lo que quieres?–. Ahora es él quien no puede dejar de mirarme. Primero se clava en mis ojos y después rastrea por mi cuerpo un no sé qué. Busca otra vez mi mirada. Escupe y después da un trago a la cerveza. Lleva puesta una chamarra verde, sucia, terrosa, como si no hubiese llegado a ningún lado en mucho tiempo. Su actitud es despectiva. Le dice algo al oído que no puedo descifrar a su compañero de juerga, un hombre delgado, muy delgado. El de la chamarra tal vez sea uno de esos hombres que al ver truncado su camino en un punto determinado de su vida llegó al refugio del alcohol. Los pocos pesos que pueda traer en la bolsa son para sentir su pena más honda, entrañable, sensible por el poder de la bebida. Tal vez roba algo del mercado para comer y pide limosna entre sus conocidos. A veces el fin no necesariamente justifica el medio. Ahora parece nervioso, baja la mirada y lleva su mano a la altura de la hebilla del cinturón, da unas palmaditas. Se levanta bruscamente y saca otra cerveza del refrigerador. Don Fermín también lo ve y anota algo en la libretita que siempre tiene en el mostrador. Esa mirada me recuerda a la de mi padre aquella noche en que riñó con mamá. Él la golpeó con furia; de su boca brotaba espuma cuando decía que estaba harto de los frijoles, que no lo entendíamos, que por eso se emborrachaba, que no le interesaba vernos vivos o muertos. Aquella noche golpeó tanto a mamá que nunca más la volví a ver. No pude hacer nada. Recuerdo su rostro
morado en la ventanita del gran cajón. El llanto de mis tíos y mi abuela se difundía por todo el pequeño cuarto. No pude hacer nada. La impotencia reinaba en mis manos cerradas por la fuerza de la ira. Mis ojos no lloraban, sólo contemplaban el rostro de la muerte. Tenía diez años. Nunca probé una gota de alcohol. Mi padre fue encerrado justamente. Sólo quería ser policía, que nadie más viera de frente el rostro de la muerte. —Debería cuidarse más. Los tiempos no están para andar solo tan noche y no somos tantos policías, imagínese, si no se cuida usted… Y ya corra a esos borrachos, no me dan confianza –el hombre de la chamarra verde escupe otra vez y me mira con mucho desprecio. No despego la mirada de ese rincón, Raúl balbucea que es tarde, asiento con la cabeza. —No se preocupe, teniente. En un rato los corro –nos despedimos–. Vaya con Dios y nos vemos en la ceremonia –un apretón de manos, afonía, una breve sonrisa. Le he tomado cariño al viejo. Son muchos años de amistad. Creo que él también me quiere. Nunca tuvo hijos y yo no tuve padre, eso explica muchas cosas. Reportamos la posición. El barrio que nos asignaron es considerado uno de los más peligrosos de la ciudad de Toluca. Pasan muchas cosas: narcomenudeo, robo, vandalismo, drogadicción, co alcoholismo. La gente allá es pobre y están acostumbrados al al delito como una forma de vivir, lo ven como su trabajo, la labor cotidiana; lo ilícito ante los ojos de la sociedad se vuelve una profesión a la luz de este mundo. vu Una vez conocí a un tal Guillermo, al que le apodaban U El Talegas, por su peinado y su afición a tomar lo ajeno. E Una noche lo capturaron y lo apresaron por el robo U a una miscelánea. Una llamada anónima lo hundió: lo encontraron dentro del establecimiento. Lo condenaron en tres años al tutelar de menores. La última vez que lo vi tr le ofrecí ayuda. En su rostro reinaba la tristeza, sabía de su error. Él sólo quería divertirse. Se le hizo fácil ganar unos pesos por una rebanadora de jamón o una báscula. un No sé cuál sea el camino del bien o del mal, pero todos N merecemos una segunda oportunidad. m Hablamos poco en la patrulla. Hoy no hay risas. Raúl habla H de su sueño del rancho y yo observo la ciudad desde el Paseo Matlazincas e imagino el día de la ceremonia. Los Pa sueños que se viven sólo bajo el sello de la nocturna no los su tengo. Mientras trabajo todos los demás están en sus casas, te durmiendo, entregándose a lo innatural del mundo onírico. du
¿Qué soñará Esperanza? Seguramente con algo muy bello, con un anhelo, con algo que no exista en las calles de la ciudad. Es bueno escapar de la realidad, dejar de lado el temor a la muerte y concentrarse en algo vivo, en algo consolador. No debería preocuparme tanto por ellas, saben cuidarse solas. A veces únicamente es inevitable. Subimos el monte con el esfuerzo de la patrulla: hoyos por todos lados, casas a punto de caerse, ventanas rotas, un estremecedor viento recorre llevando ese olor a miedo. Transitamos calles angostas y oscuras: una lámpara rota por aquí, otra por allá; las paredes rayoneadas de carmín, como si fuera sangre que se escurre de los muros. El silencio se rompe cuando los perros ladran; se alborotan desde las azoteas, desde las rejas; algunos aúllan a nuestro paso. Una que otra silueta hace un movimiento rápido para apagar la luz: se asoman, nos observan desde sus ventanas, desde sus casas, como si sintieran invadida su privacidad o fuéramos una amenaza. Raúl tiembla, no sé si es el frío o experimenta la incertidumbre que tengo. Nos detenemos en una esquina más o menos iluminada. Pasa un hombre frente a mí. Es el muchacho delgado que estaba en la tienda de don Fermín. Me observa de reojo y acelera el paso. Intento mirar más allá, pero no hay nada, todo es tragado por la oscuridad. Son calles rotas, somos hombres rotos.
—¿Te acuerdas del oficial Serrano? –dice Raúl, mientras enciende un cigarro y da una profunda chupada hasta sacar el humo– A ese compadre sí que le va mal. —Después de lo de aquel doce de diciembre en Tejupilco le costó trabajo recuperarse. Quedó muy mal herido después de la golpiza que le propiciaron los de la Antorcha. —Pues oí hace rato que su cuarto niño viene con síndrome. Imagínate, después de todo lo que ha pasado, todavía rematar con eso. Aparte de que con su sueldo mantiene a sus tres niños y a su esposa. La mujer cayó en una depresión horrible. Me quedé muy pensativo y recordé cuando mi hija, una mañana, entre lágrimas, me dijo: “Papá, en la escuela dicen que eres un puerco… Yo les dije que se callaran, que tú no eras un puerco, que eras el teniente Justino García”. Lo peor de todo es que tienes que soportarlo, se tiene que cumplir con el deber, aunque nadie te dé las gracias, la ciudadanía tiene que sentirse segura. Sólo que a veces no entienden lo duro que puede ser esto y que entre ellos deben cuidarse. No hay bastantes policías para tanta podredumbre, crimen, delincuentes de cuello blanco, narcotraficantes y vendedores de cigarros a menores. Hay una clave en la radio, inmediata traducción: “vándalo”. Es en nuestra zona.
9 Llegamos al lugar. Demasiado ruido por todas partes. El chillido de los autos era insoportable. El sueño de todos fue interrumpido y se volvió un terrible recelo que se traducía en familias escandalizadas, en niños con lloriqueos de insondable angustia –Esperanza–. Cristales rotos por todas partes. Otra clave en la radio de la patrulla. No está en nuestra zona, no la podemos atender. El presunto culpable se esconde en una de las casas a las que ha roto un cristal. Entro. Lo veo. Tiene las pupilas dilatadas. Algo en su rostro me parece familiar. El Talegas está muy drogado: sangre en su nariz, lágrimas en sus párpados, delirio en su alma poseída. —No me robé nada, chale, bolséame si quieres, pero la neta no me robé nada… Sólo odio las casas con ventanas muy grandes… ¡Déjame! Esto es abuso de autoridad, sólo estoy haciendo justicia. —¡Cálmate! –forcejeo, desilusión, lástima– Sólo sube a la patrulla y no hagas esto más difícil. No me reconoció, su delirio era demasiado. Otra vez la radio: “refuerzos”, “Josefa Ortiz y Primero de Mayo”, “mano armada”, “asesinato”. El grito inflamado de la sirena invadiendo todo el barrio. Diez minutos. Llegamos… Don Fermín… Le dije que sacara a los borrachos de su tienda… Está muerto… Uno de ellos no quiso abandonar el local y en un arranque de furia le metió tres disparos en el pecho… ¡Carajo! No pude hacer m nada… Debí atender al llamado… Pude encontrarlo con n vvida… Pude haberlo salvado… ¡Carajo! Le dije que sacara a esos borrachos de su tienda… Doña Leonor llorará mucho, era todo lo que tenía en el mundo… No pude m hacer nada… Otra vez. El cuerpo en el suelo: otra vez la h ccara de la muerte. Salgo llorando… No pude hacer nada… Quiero hacer algo… No pude hacer nada… Don Fermín Q eestá muerto… El sospechoso en una patrulla. La mirada, eesa mirada –quiero maldecirte, quiero que me devuelvas a Fermín– de odio que se cruza con mis ojos llorosos. SSirenas alborotando la noche. La prensa invadiendo nuestro luto. El Talegas en mi patrulla. Subo. Enciendo n uuno de los Delicados. Tengo que llevarlo a la Procu. “En paz descanse su amigo. Mi abuelo antes de morir me dijo p qque en cada lágrima se va una parte del alma… Ojalá el ddifunto haya llorado mucho, así no sufrió tanto”, dice El Talegas y se persigna la frente. Raúl sube, toma mi hombro discretamente: “Lo siento”, dice, comienza con La Magnífica. Apenas es medio turno. En la mañana llego a casa. Me aguarda Lorena con el desayuno y Esperanza aún duerme. Beso la frente de Esperanza y lloro, lloro mucho. Las manos al rostro y la gorra al suelo. Mi nena me abraza. La beso. Mi placa se moja y el corazón se acurruca detrás de ella. Lorena llega. Consuelan mi llanto. Un féretro café al mediodía. Cariño con doña Leonor, en el panteón, cuando avientan la tierra. Perdóneme, no pude hacer nada. “Felicidades por sus diez años de servicio y gracias por todo”, dice doña Leonor enjugando sus lágrimas en una sonrisilla discreta.
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La víbora Relato de San Felipe Coamango, Chapa de Mota Recopilación y transcripción: Martha Timoteo Rosas Universidad Autónoma del Estado de México
Dr. en A.P. José Martínez Vilchis Rector M. en C. Luis Alfonso Guadarrama Rico Secretario de Docencia Dr. en C.A. Carlos M. Arriaga Jordán Secretario de Investigación y Estudios Avanzados M. en I.T. Manuel Hernández Luna Secretario de Rectoría M. en A. y P. P. Graciela M. Suárez Díaz Secretaria de Difusión Cultural M. en E.P.D. Guillermina Díaz Pérez Secretaria de Extensión y Vinculación Ing. Manuel Becerril Colín Secretario de Administración M. en A.S.S. Felipe González Solano Secretario de Planeación y Desarrollo Institucional
Facultad de Humanidades Dra. en E.L. Ángeles Ma. del Rosario Pérez Bernal Directora Lic. en H. Magdalena Pacheco Régules Subdirectora Académica Mtra. en E.L. Josefina García González Subdirectora Administrativa Tlamatini Editor responsable: Gregorio Martín Mondragón Arriaga Comité editorial: Humberto Florencia Saldívar José Luis Herrera Arciniega Gregorio Martín Mondragón Arriaga Eugenio Núnez Ang Rogerio Ramírez Gil Corrección: Sara Rivera Ramírez Formación y fotocomposición: Martín Mondragón Arriaga Roberto Sverdrup Viniegra Fotografía digital (nubes y ocasos): Martín Mondragón Arriaga Roberto Sverdrup Viniegra
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na señora que tenía un bebé vivía sola con su esposo en unos llanos algo alejados de las otras casas y donde había muchas piedras. Sucedió que ella y su bebé comenzaron a enflacar mucho, por lo que su esposo llegó a pensar que ella tenía un amante, pues no sabía por qué el bebé y ella misma hubieran adelgazado tanto en tan poco tiempo. Le decían los vecinos que en el día la señora se desaparecía y se metía a dormir, el señor se preguntaba el motivo o con quién dormía su esposa. Como tenía la duda, sus vecinos le dijeron que la espiara, así que el hombre fingió irse a trabajar, pero no se fue, estuvo espiando. Al llegar la hora, la esposa se metió a dormir con su hijo, el hombre vio cómo bajó el animal –la víbora– y se puso a mamar la leche de su esposa mientras le daba la cola al bebé. El esposo espantado pidió ayuda y con todos sus vecinos mató a la víbora. Al matarla se dieron cuenta que estaba llena de leche, todo su cuerpo.
Tlamatini: publicación informativa y de reflexión de la Facultad de Humanidades Lineamientos editoriales
1. Los textos deberán reflexionar, analizar o cuestionar los fenómenos culturales, literarios y artísticos, en especial de la facultad y del estado de México. 2. No excederán las diez cuartillas y deberán entregarse, junto con un respaldo electrónico, escrito en arial a 12 puntos, a doble espacio, en la Coordinación de Letras Latinoamericanas. 3. Tendrán prioridad los textos que muestren argumentación lógica y coherente en el desarrollo de los temas. 4. Se recomienda que las reseñas de libros, obras de teatro, revistas, se acompañen con la imagen del texto, cartel o revista, en archivo JPG. 5. Los textos se someterán a discusión del comité editorial para su publicación. 6. La revista se reserva el derecho de hacer los cambios editoriales que considere convenientes. 7. Los autores ceden los derechos de su colaboración a la UAEM, de acuerdo con los lineamientos de la propia universidad. 8. Cualquier otro asunto no previsto en los anteriores será resuelto por el consejo de la revista. Tlamatini es una publicación T cuatrimestral cu dde la Coordinación en Letras Latinomericanas y el apoyo técnico L dde Comunicación Humanística, con uun tiraje de 1000 ejemplares. Paseo Tollocan esq. Paseo Universidad, Ciudad T Universitaria. Correo electrónico: U revistatlamatini@yahoo.com.mx re
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Las burlas del coyote
ambién aquí, en nuestra región, hay otro tipo de acciones que también aquí se cree y se ve. Qué sucedió; aquí que quien hace maldad es el coyote. Ya en estos últimos tiempos pues no es tanto ahora, pero si recordamos un poquito hacia atrás, desde como por el sesenta, hasta como por el setenta, setenta y cinco, por ahi, todavía se llegaba a ver el coyote por aquí en nuestros lugares, en nuestras casitas por aquí. Ntos venía no tan sólo de tarde o de noche, sino hasta de día; vinía a llevarse a las gallinas o lo que encontrara ¿no? Pero lo curioso es de que cuando a uno se le hacía tarde, o que te fueras a la leña, a traer leña, y ya por la orilla del monte, de regreso, pues ya, te encontrabas con el coyote y, no, pues ése segurito te hacía maldad. ¿Y qué hacía?, ¡ah!, pues te estorbaba el camino, pior si venías solo. Ora, si traías un animalito como un burrito o un caballo, lo que hacía era, es maldoso el coyote, o sea que si vienes a caballo se le mete abajo del caballo a modo que el caballo se asuste y para que te tire, era lo que hacía; si es burro, igual. Ora, si trai la leñita el animal, claro, pues ese ya no lo tira, pero ora va contigo; entonces lo que te hacía era de que pues también te estorba, trata de tirarte, y si ya te tiró, ora, como nos contaba aquí abuelitos, que también les sucedió, era de que la burla que le hacía era de que ya una vez tirada la persona, si es solo, pues ya te empieza a desvestir y pues te tenía que tomar como hembra, o sea que te quita… Pues en aquel tiempo como no usaban pantalón, pues era su calzón largo, ¿no?, calzón blanco, pero solo, nada más, que pues era muy fácil para quitárselo; entonces le bajaba, se aflojaba la faja de la cintura y te chispaba el calzón, y ya pues él continuaba con su acción. Pues nunca llevaba a cabo sus ideas, pero mientras pues el susto de lo que uno le está haciendo ese animal, pos como se entiende que es animal del Maligno, entonces se asustaba la gente. El que le tocaba como… como una de malas, el que le pasaba eso, porque pues es un animal del Maligno que te ta haciendo la maldad, y entonces por eso mismo se asustaba la gente también, y lo qque llevaba en conclusión eso es de
que a quien le sucedía eso, pues también se quedaba sin habla, lo dejaba mudo, como ya hipnotizado, porque pues no sé si es por los nervios o por el susto, o lo que fuere, pero pues ya se quedaba sin habla la persona, y pues las personas que le llegó a suceder. No, pues que este animal, ya una vez tirado, pues te montaba, te hacía lo que quisiera, te miaba y cosas así ¿no?, ntos por todos lados, sea en tu cabeza, sea en el trasero, sea en la espalda, lo que quisiera, pues te hacía lo que quisiera, hasta que se cansara, y ya cuando se cansaba, que se retiraba a un metro o dos metros de distancia, nomás vigilándote, si te mueves, otra vez; sea que te vigilaba, te cuidaba, mientras no te muevas ahi te dejaba como en paz; pero si ya te parabas ahí, va nuevamente, sea que era una acción incansable, porque pues él, ¿cuándo se cansa?, pues no, mientras más tiempo dures allí más tiempo te hace esas cosas. Por eso la gente casi no querían salir ya de tarde porque le hacía eso, y el que salía, pues ya también, este… Tenían una creencia, que si eres solo o no puede ir alguien contigo, y por si se te hacía tarde o cualquier cosa, ntos lo único que tenía que hacer aquí es traer un lazo; arrastrando, así no muy grande, pero cuando menos unos cinco metros, tres metros de largo el lazo, nada más con traer rastrando no te hacía daño ese coyote, porque el lazo le tiene miedo y ya piensa que le hiciste una trampa para atraparlo; entos por eso ya no se acerca y te escapas de sus maldades; si no pues seguro, eso sí es seguro, no importaba si era mujer o era hombre; parejo, parejo le hacía esa maldad. Relato de San Felipe Coamango, Chapa de Mota Recopilación y transcripción: Martha Timoteo Rosas
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Tijuana en recortes
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a foto que no tomé
No era un río caudaloso, pero sí visitado por gaviotas en busca de comida. No era un río cien por cierto natural, mas la ingeniería respetó su cauce; taludes de concreto hacían de orilla, hacían de vivienda. Un puñado de hombres buscaba comida y se peleaba con las gaviotas. Un puñado de hombres tendía su ropa “limpia” sobre el talud. Un puñado de hombres se escondía cuando alguien daba el pitazo, la policía venía. Un puñado de hombres subsistiendo entre aguas casi negras, entre la basura, a unos metros del país de la esperanza, a un paso de cruzar la frontera. Yo sabía que te ibas a ir, hoy por fin te vi partir, yo temía que te ibas a ir, hoy tu voz la oí de decir: “yo me voy de aquí, me voy de aquí, no tengo nada que darte a ti.Del otro lado es la solución”. Por todas partes se oye el rumor: “Yo me voy de aquí”. Te vi partir, ahora estoy sola, sola sin ti. Hoy te vi partir, partir, partir, partir. Me pregunté por qué no regresaban a su tierra, por qué preferían estar en el drenaje, pensé que vivirían mejor en un jacal, en el monte, qué los une a Tijuana… qué esconde esta ciudad polvosa entre sus burdeles, sus bares, su violencia, entre su barda de lámina. Notas de viaje a) Tijuana se extiende en mi ventana, un resplandor dibuja la ciudad y las historias comienzan a cobrar vida. ¡Todo lo que puede esconder esa masa de luces! b) El aire es diferente, las historias diferentes, ¿más tristes?, no lo sé. Quizá la tristeza está encapsulada en este lugar, quizá la agonía de México descansa aquí… Ya son dos días que no estás aquí. Hoy Pedro corre gritando hacia a mí, trae en la mano en la mano un diario gris, hay una nota perdida entre mil, que habla de ti, habla de ti: “Mojado muerto al intentar huir. No dice nada, no hay explicación; eras un cerdo oculto en un camión que quiso huir. Lloro por ti, a mis espaldas oigo decir: “Yo lo vi partir, partir, partir, partir”. c) La historia comienza en la playa, mi historia empieza ahí; el viento es frío y aquí estoy frente al mar embravecido, gris, desolado, y ahí principia el muro. d) Definitivamente, es melancolía lo que se respira en Tijuana. e) Los que tienen permiso se forman a cualquier hora, ya sea en San Ysidro u Otay; los que no, esperan un milagro para intentar ingresar al sueño, a la incertidumbre, con suerte podrán encontrar un trabajo o “con suerte”, la muerte, pues es mejor que regresar con las manos vacías. Cuando yo salí del rancho, no llevaba ni calzones, pero sí llegué a Tijuana de puritos aventones. Como no traía dinero, me paraba en las esquinas, para ver a quién gorreaba los pescuezos de gallina; yo quería cruzar la línea de Unión Americana, ya quería ganar dinero, porque esa era mi tirada. Como no traía papeles, mucho menos pasaporte, me aventé cruzando cerros yo solito y sin coyote, después verán cómo me
Carla Valdespino Vargas
fue. f) Miles de historias confluyen en un solo lugar, la última esquina de Latinoamérica. g) Un muchacho mirando con melancolía el “otro lado”. Tijuana makes me happy Y después de romper con mi cotidianidad por un mes, pisé el aeropuerto internacional de Toluca y, curiosamente, extrañé Tijuana; por qué, no sé, quizá sea por ese imán que no deja escapar al puñado de hombres en el río, al mar de hombres que habitan el desierto; quizá la birria, no sé. De nuevo a las clases, a la universidad y a la cotidianidad que se rompió al mirar el cartel: “Psicoanálisis de la Frontera. Welcome to Tijuana” (tequila, sexo, mariguana… completé el verso). Semanas después, llegué a la Tijuana del De Efe; llegué a Santana con las patas bien peladas; los huaraches que llevaba se acabaron de volada. El sombrero y la camisa los perdí en la correteada que me dieron unos güeros, que ya mero me alcanzaban. Me salí a la carretera muerto de hambre y desvelado. Me subí en un tren carguero que venía de Colorado, y con rumbo a San Francisco en un vagón me fui colado, pero con tan mala suerte que en Salinas me agarraron, después verán cómo fue. Tomé el metro y de Observatorio a Copilco todo se hizo agua al leer un libro, al observar a la gente, al escuchar Tijuana makes me happy. Heimlich oder Umheimlich? El cholo, el pachuco, el punk, el darketo, el skáter, el fresa, el naco, el chido, el mojado, el campesino, el narco, el clasemediero, el de derecha, el anarko, el indígena, el gatillero. ¿Quiénes somos los mexicanos? En realidad, ¿hace falta definirnos?, ¿somos hijos de la chingada?, ¿somos ajolotes?,
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a veces somos ojetes, a veces buenos cristianos, buenos políticos, buenas feministas, buenos machistas, buenos hijos, buenos dealers, excelentes narcocampesinos, fabulosos indiferentes; total, lo que seamos, formamos un todo con algunos bemoles. Cada uno de nosotros trata de estructurarse, de ser lo mejor que puede, de engañarse, incluso, creyendo ser un buen mexicano y de formar una sociedad justa y honesta. Escondemos nuestra sombra y la exiliamos, quién sabe a dónde. Parece que toda esa oscuridad llega a Tijuana para ser descubierta, pero después la miramos y nos horrorizamos. Llegó la Migra, de la mano me agarraron, me decían no sé qué cosa, en inglés me regañaron, me dijeron los gabachos “ te regresas pa tu rancho”, pero yo sentí muy gacho regresar pa mi terruño de bracero fracasado, sin dinero y sin hilacho. Quizá sentimos hasta “alivio” al no estar ahí; ¡claro!, es mejor vivir en lo familiar, en lo aparentemente conocido, vivir en lo heimlich. En el ensayo de Freud Lo ominoso se despliegan cuestiones sobre esa parte siniestra que nos amenaza desde lo inconsciente, esa sombra que guardamos sigilosamente en una caja y preferimos no mostrar; la olvidamos, barremos el alma de todo fantasma y nos dedicamos a vivir dentro de lo confiable, lo familiar, nos consagramos a construir un México perfecto; pero ¿qué sucede con esa caja de Pandora social? La frontera la recibe con los brazos abiertos convirtiéndose en el espejo que nos muestra quiénes somos realmente, transformándose en lo umheimlich. Es entonces cuando la sombra se desenrolla, se estira y todo se desborda en la frontera, quizá lo umheimlich sea el imán que no deja escapar a nadie. Probablemente no habría que plantearnos de nuevo la interrogante de ¿quién es el mexicano?, sino ¿dónde vive el mexicano, en heimlich o umheimlich? El regreso Llegamos de Aztlán, pero no sabemos el camino de regreso, y desde entonces erramos por el desierto en su búsqueda. Después de la Revolución de 1910, fuimos arrojados del paraíso y desde entonces andamos en su búsqueda. No hemos encontrado nada, sólo el espejismo del Edén, eso que
llllaman “El otro lado”. Ando emocionado y tan contento, pues hoy co comienzo el camino de regreso a ti. Largos fueron los días de trabajo, por la las noches el cansancio no deja dormir. Querido Amatepec, tres años ya qque no te veo. Familia, amigos quedaron ahí; lo más querido está tan lej lejos. Gira la rueda del destino que hoy comienzo el camino, el camino, el ca camino, el camino por ti, por ti. A Ahora nos vamos para allá y lloramos lo perdido. Melancolía es la palabra que inunda nuestros corazones. No, no deseamos qquitarnos del alma aquello de lo que fuimos despojados: la ti tierra, el olor del maíz al crecer; no, eso no nos lo pueden qquitar. Y aquí, ya no sabemos qué somos, si mexicanos, si eestadounidenses, somos chicanos (¿o fuimos chicanos?), p pero eso a veces no importa, mientras la Jefecita esté cerca de nosotros, nada pasa en el gabacho. Ojos negros, para ti es mi canto, mi vida entera, mi devoción. Ojos negros, acudo a tu llamado y regreso a ti, querido Amatepec, tres años ya que no te veo. Ojalá la injusticia y el hambre ya no vivan ahí. La libertad no está tan lejos pues hoy comienzo el camino de regreso a ti, de regreso a ti, de regreso a ti. Los pasos que me alejaron, los mismos que hoy me acercan a ti, sólo el camino nos separa, largo y difícil camino, mi amor. Lo más querido, protégenos, protégenos de la injusticia del poderoso, (protégenos) de la mentira y la hipocresía, (protégenos) de los peligros del camino (protégenos) para llegar con bien. Canciones Maldita Vecindad y los Hijos del 5º Patio (2001). “Mojado” y “Ojos negros”, Lo mejor de Maldita Vecindad y los Hijos del 5º Patio, México, Prime Records. Lila Downs (2001). “El bracero fracasado”, Border, México, Narada.
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D e s p u é s d e t re s a ñ o s se fortalece el trabajo académico
Alumnos, personal administrativo y académicos hemos contribuido a la cristalización de los logros de este periodo en la Facultad de Humanidades, impulsados por la pasión hacia nuestras disciplinas. En cada uno de los integrantes de este organismo priva una dinámica de arduo cultivo de los valores humanísticos hacia nosotros y nuestros radios de influencia. El sentido dentro de la universidad y del núcleo social consiste en reconocer la otredad, como la llamó Octavio Paz: interpelar al otro es invocar el pluralismo, la diversidad dentro de la igualdad. El contacto con el y lo otro permite construir una subjetividad auténtica, mediante la cual es posible proponer soluciones integrales a retos cada vez más complejos. El conocimiento implica una relación con el mundo y con los otros. En aras de lo anterior, la Facultad de Humanidades se esfuerza en la práctica con una matrícula actual de 873 alumnos en licenciatura: 95 están en Artes Teatrales (AT); 113 en Ciencias de la Información Documental (CID); Filosofía tiene 190; Historia, 270, y Letras Latinoamericanas, 205. Componen el posgrado 25 alumnos en el doctorado y 42 en la maestría. De los estudiantes de este nivel, 95% goza de algún tipo de beca.
En 2008 recibimoss 330 ssolicitudes olicitudes de ingre ingreso a la facultad y se inscribieron 231 alumnos, al tiempo que egresaron 157. Durante ese año 63 pasantes obtuvieron su título de licenciatura, lo que arroja un índice de titulación global de 40.1%, y por cohorte, de 7.9%. La eficiencia terminal por conjunto generacional 2003-2008 es de 59.6%, en tanto que por programa educativo es como sigue: AT: 52.4%; CID, 88.9%; Filosofía, 55.3%; Historia, 53.7%, y Letras L Latinoamericanas, 60.4%. La eficiencia terminal global ees de 68.3%. P Por su parte, egresaron 31 alumnos de doctorado y 13 de maestría. Se graduaron 44 alumnos –31 dde maestría y 13 de doctorado– y se realizaron 16 eexámenes predoctorales. La eficiencia terminal global ddel doctorado es de 100% y de la maestría, 90.4%. E Estos números nos ubican arriba de lo requerido por eel Conacyt y de la media institucional. El programa dde posgrado tiene un índice de deserción total de 55.2% y la tasa de graduación global es de 61.29% para m maestría y 65% para doctorado. E En el quehacer de lograr la excelencia de nuestras lilicenciaturas, los HH. Consejos Académico y de G Gobierno han aprobado ya 63.7% de los programas dde estudios por competencia de las unidades de aaprendizaje de nuestras cinco licenciaturas; el resto se eencuentra en proceso de revisión.
Uno de los resultados de esta labor es que la Licenciatura en Artes Teatrales, examinada por el Consejo Interinstitucional para la Evaluación de la Educación Superior (CIEES) en febrero de 2008, subió del nivel 2 que tenía al nivel 1. Otro resultado: los programas educativos de Filosofía y Letras Latinoamericanas acaban de ser acreditados por el Comité para la Acreditación de Programas Educativos en Humanidades, AC (Coapehum). Como es sabido ya, las licenciaturas en Ciencias de la Información Documental e Historia se encuentran certificadas por parte de la Asociación para la Acreditación y Certificación en Ciencias Sociales, AC (Acceciso) desde 2007. Por consiguiente, el número de alumnos atendidos en la facultad en programas educativos de calidad es de 873, lo que representa el total de nuestra matrícula. Como una de las principales herramientas de los humanistas es la biblioteca, la facultad, con sus dos bibliotecas –la Ignacio Manuel Altamirano, en nuestras instalaciones, y la del Departamento de Filología Luis Mario Schneider, en Malinalco– posee 54,986 títulos y 74,999 volúmenes, lo cual se traduce en una proporción de 58.49 títulos y 79.78 volúmenes por alumno. Los 11,124 usuarios de la biblioteca IMA (1,278 de ellos externos) tuvieron acceso durante 2008 a un amplio conjunto de material didáctico –indiscutible apoyo a la labor docente–: 757 películas VHS, 254 títulos en discos compactos, 197 mapas, 708 diapositivas y 1,610 títulos de revistas. Igualmente, contamos con 10 colecciones de publicaciones periódicas por suscripción y con nueve colecciones por donación.
15 La óptima preservación del material bibliohemerográfico debe mucho al desempeño de nuestro Taller de Encuadernación, Restauración y Reprografía, así como del Laboratorio de Procesos Técnicos; además de que estos espacios son idóneos para la puesta en práctica de los conocimientos adquiridos por los estudiantes de CID. Está comprobado que el aprendizaje de otra lengua, es decir, de otra forma de pensar, nos hace más conscientes de la propia, y por ende, de nuestro ser. En la Facultad de Humanidades podemos presumir en este rubro: nuestro Departamento de Lenguas organizó, tan sólo en 2008, once cursos de idiomas: dos de francés, dos de italiano, uno de otomí, dos de latín, uno de portugués, uno de griego y dos de náhuatl. Para la administración de la trayectoria académica de los estudiantes, principalmente, 101 académicos de nuestra facultad (todos los profesores de tiempo completo y de medio tiempo, junto con 43 de asignatura) benefician a 817 alumnos, dentro del Programa Institucional de Tutoría Académica (Proinsta), con un promedio de ocho alumnos por tutor.
E 2008 se otorgaron 657 becas en sus diversas En modalidades; 522 estudiantes resultaron beneficiados, m lo que representa 59.7% de la matrícula. De ella ssobresalen los 68 estudiantes inscritos en el programa dde grupos vulnerables que se forman en nuestras aulas, y siete de los 43 estudiantes indígenas que reciben la beca de Pueblos y Comunidades Indígenas. b Continuando con los beneficios, 238 estudiantes se C aafiliaron por primera vez al seguro de salud, esto ees, todos los alumnos de nuevo ingreso, más seis eestudiantes de otros semestres que no se habían aafiliado anteriormente. En términos reales, 92.29% de eellos tiene cobertura de servicios médicos.
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Ahora bien, el claustro de la Facultad de Humanidades para el nivel licenciatura se compone de 58 profesores de tiempo completo, cuatro de medio tiempo y 130 de asignatura. De los primeros 22 son doctores, 25 maestros y 11 licenciados. Esto significa que estamos arriba de la media universitaria en cuanto a formación docente. Posgrado cuenta con 25 catedráticos, todos doctores y, de ellos, 96% pertenece al Sistema Nacional de Investigadores (SNI), esto es, 31 miembros de nuestro claustro –cinco ingresaron precisamente este año–; 43 profesores (96% de la planta) tiene reconocimiento de perfil Promep, y todos están organizados en diez cuerpos académicos registrados ante la SEP, nueve de ellos en formación y uno en consolidación. El alto nivel de nuestros investigadores nos enorgullece y motiva grandemente. En un intento de reconocer su labor, los programas de estímulos a nuestro personal docente beneficiaron a 18 profesores de asignatura, a los 35 de tiempo completo y los dos de medio tiempo que concursaron, así como los 10 favorecidos por el Proinv. Nos ha honrado mucho el nombramiento de la doctora Diana Birrichaga Gardida y del doctor Francisco Lizcano Fernández como miembros de la Academia Mexicana de Ciencias. Asimismo, la nota laudatoria de nuestra alma mater concedida a la doctora Margarita Tapia Arizmendi.
Cultivar al ser humano implica ejercitarlo en las artes, las ciencias y las lenguas. La difusión cultural es entonces la misión misma de la universidad. En la Facultad de Humanidades, esta tarea adquiere un carácter primordial. Pues nuestro objeto de estudio es el hombre, nuestro compromiso es doble: dar cuenta de la complejidad humana y promover el conocimiento transversal que propician las manifestaciones culturales, producto del desarrollo holista del ser humano. Siempre creativa y entregada a su labor, la Academia de Artes Teatrales tuvo en cartelera cuatro puestas en escena: Fotografía en la playa, dirigida por Jesús Angulo, con 50 representaciones; Britanicus, dirigida por Raúl Zermeño, con 4 representaciones; El misántropo, dirigida por Fernando Martínez Monroy, con 50 representaciones, y Ensalada de calcetines, dirigida por Jesús Angulo, con 25 representaciones. Además, en ddiciembre se presentaron dos pastorelas en nuestras instalaciones: Cómo te quedó el ojo, Lucifer, dirigida por in JJesús Ángulo, con 18 representaciones, y Pastores dde la ciudad, dirigida por Salvador Álvarez, con 12 rrepresentaciones. Aquí cabe mencionar que el entusiasmo de 15 A trabajadores administrativos de confianza y 33 tr aadministrativos sindicalizados en el desempeño de sus rrespectivas responsabilidades ha propiciado los logros rreseñados. SSin las humanidades no es concebible una universidad. El quehacer primordial de estas disciplinas es el E eestudio del ser humano en su acción esencial de aaprehender simbólicamente la realidad para hacerla ccomprensible, manejable y comunicable. El valor de las humanidades reside, pues, en su tarea reflexiva, crítica h y educadora, por la que nos esforzamos día a día. Datos extraídos del tercer informe anual de la Dra. Rosario Pérez Bernal, directora. Texto: Sara Rivera
El juego del pensar (Entre epígrafes y epitafios te veas)
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Juvenal Vargas Muñoz
Conócete a ti mismo. Sócrates No vayas fuera de ti, en verdad, en el interior del hombre habita la verdad. San Agustín de Hipona Sueño de una sombra es el hombre. Píndaro
La escritura es una de las artes más difíciles: supone, además del ejercicio de la reflexión, el ejercicio que compromete la oscilación entre la razón y la voz, entre la voz y la palabra escrita, de la ousia a la phoné y de phoné a la grammata. Tránsito de esa voz que al inicio es interior a esa palabra solidificada, fijada, y a su vez una de las formas más difíciles y simultáneamente sutiles de escritura es la aforística, pues además de lograr la oscilación de las palabras, pretende que dicho arco de oscilación sea breve; escritura que mediante la brevedad pretende el transporte del hombre nuevamente a su interioridad recóndita buscando hilvanar sentidos para la existencia. Justo al inicio del libro No sólo de sentido común vive el hombre se puede leer lo siguiente: “Un buen aforismo es aquel que es capaz de provocarnos el deseo de convertirlo en epitafio de nuestra tumba o en epígrafe de nuestro texto”. Pretendo hacer caso del adagio aun cuando sea simplemente de manera metafórica.
Una sentencia, una oración breve al parecer basta para U ddinamizar la razón y llegar a considerar que dicho enunciado puede encerrar el sentido de una creación o de toda una vida. p La sentencia órfica que el oráculo de Delfos a través de Pithya L le transmite a Sócrates lo marca de por vida, sentencia que lo acompañará y que no traiciona ni en el momento de su muerte. Sentencia breve, contundente, capaz de convertirse m een la directriz máxima y permanente para el pensador por eexcelencia. “Conócete a ti mismo” ordena el oráculo, y SSócrates dedica su vida a lograr tal conocimiento. Cuatro palabras, toda una vida de esfuerzo, una guía espiritual, un p ccamino por recorrer, una meta, una finalidad, un deseo, uun reconocimiento de profunda ignorancia sobre la propia mismidad, un desafío, la máxima coherencia cifrada en m la máxima contradicción… Todo eso y más dentro de la sentencia que Sócrates toma como guía, como camino real se para el que filosofa. Una sola oración y el pensador, mediante p su pensamiento, transforma y trastorna la vida de los hombres. h Reconocer que una sola frase, dígase: sentencia, máxima, R aaforismo… puede mover la reflexión del hombre hacia cconfines desconocidos hasta ese momento es reconocer la aventura que se cifra en el pensar. En este reconocimiento se av finca uno de los grandes aciertos del nuevo libro del doctor Malishev, quien a este respecto dice lo siguiente: “La misma M vida, con variedades innumerables de situaciones, nunca puede ser agotada por el tesoro acumulado de los dichos agudos y de las máximas sentencias” (p. 11). La historia del pensamiento se sostiene gracias a los grandes tratados, a las grandes obras, al sistema, todos ellos entendidos como herramientas necesarias y caras para el pensador afanado en obtener ya no digamos la verdad, simplemente claridad sobre la vida, sobre el pensamiento, sobre su mismidad y afán de perfección espiritual, búsqueda que sucede por lo general mediante las explicaciones sistemáticas. Tratados y sistemas como elementos indispensables, como referencias obligatorias para aquel que busca el diálogo con los hombres que la historia guarda. Tratados, sistemas y obras para efectuar el trabajo de arqueólogo, decía Foucault a propósito del filósofo, trabajo de castor, de partero, de guardián. Pero el filósofo también, y tal vez en mayor medida, reconoce la parte lúdica de su actividad, arqueólogo y castor (en el sentido de buscar guías, referencias capa tras capa, periodo tras periodo, obra tras obra, autor tras autor). Y además ser inventivo (“maniático” diría Platón), capaz de dejarse llevar y arrastrar por la voz, por las palabras, que las palabras cobren vida y también la otorguen, que mediante el perpetuo reconocimiento y atestiguamiento del cambio del mundo
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se eleve el hombre mediante el razonamiento, la voz y la palabra, hacia la búsqueda de aquello que piensa eterno, idéntico e imperecedero. Palabras precisas y macizas. Verbos que pareciera se encarnan, y en su momento descarnan. Del tratado que busca consuelo a nuestra condición, al aforismo que mediante su carga de profunda ironía busca sacudir al hombre, descentrando por un momento, o por toda la vida, el sentido de la existencia. “Conócete a ti mismo” sigue siendo una invitación abierta y arriesgada. “Conócete a ti mismo”, como ese pasa y mírate, a sabiendas de que tal vez lo que mires de ti vaya del asombro al asco y a la convulsa repulsión. Cuando un aforismo logra su cometido, el hombre que lo escucha o lo lee “se pone a pensar”. Un aforismo, al parecer, “obliga al hombre a pensar”. Coincido con el doctor Malishev cuando afirma que mediante el aforismo partimos del sentido común y salimos por un instante del mismo sentido común. El aforismo como chispa incendiaria, como rebelde dinamitero que se encuentra a la caza de hombres decididos a correr la aventura de la reflexión. Siguiendo la idea del doctor Malishev de pensar el aforismo como posibilidad que demarca un pensamiento que oscila entre un epígrafe y un epitafio, inicié –desde una consideración eminentemente abusiva– precisamente con tres epígrafes; y para completar el consejo, justo es concluir esta breve meditación con tres enunciados formulados como epitafio, que, si bien no propios, sí demarcan en gran medida lo que por momentos un pensamiento desencantado y reconociendo el sentimiento de vacuidad ha llegado a pensar de la existencia humana. U epitafio encontrado en una lápida griega que data del Un ssiglo III antes de nuestra era, a propósito de la existencia h humana, declara lo siguiente: “No fui, no soy, no seré, y no m me importa”. Siguiendo con este afán de mostrar la vacuidad qque por momentos nos embarga, el libro que nos ocupa p propone lo siguiente: “El ser humano nace con gritos y cchillidos y muere con desgano, lo cual confirma que es un ser in inconforme con su destino” (p. 29). M Mijail Malishev comenta que el aforismo parte del sentido ccomún para disociarnos por un instante de él. En ocasiones eel aforismo lo logra, pero también resulta menester reconocer qque en la mayoría de las veces no se logra el cometido de ddisociar el pensamiento del tan espeso y macilento sentido ccomún. Aunque hay ocasiones en que el sentido común n no sólo propicia gotas breves de sabiduría popular; puede eenmarcar la vida de forma poética. Respecto a este común ddel saber popular tornasolado poéticamente, José Alfredo JJiménez amuralla la existencia no entre gritos y chillidos, ssino entre sollozos y suspiros al decir que “la vida empieza llllorando, y así llorando se acaba. La vida no vale nada”. M Mijail Malishev. No sólo de sentido común vive el hombre, M México, Plaza y Valdés Editores, 2008.
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