Cómo Azul Jazmín se robó San Valentín

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Cómo ín m z a J l u z A n a S ó b o se r Valentín uido Soffi P. G Zapatero,

en Maricarm ación ilustr



Dirección editorial: Ana Laura Delgado Asistencia editorial: Elena Borrás y Raquel Sánchez Corrección de estilo: Sonia Zenteno Diseño y formación: Raquel Sánchez © 2021. Soffi P. Guido, por el texto © 2021. Maricarmen Zapatero, por las ilustraciones Primera edición, julio de 2021 D. R. © 2021. Ediciones El Naranjo, S. A. de C. V. Avenida México 570, Col. San Jerónimo Aculco, C. P. 10400, Ciudad de México. Tel. +52 (55) 5652 1974 elnaranjo@edicioneselnaranjo.com.mx www.edicioneselnaranjo.com.mx ISBN: 978-607-8807-03-1 Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta del contenido de la presente obra, sin contar previamente con la autorización escrita de los editores, en términos de la Ley Federal del Derecho de Autor, y en su caso de los tratados internacionales aplicables. La persona que infrinja esta disposición se hará acreedora a las sanciones legales correspondientes. Impreso en México / Printed in Mexico




Para Moy, mi “más mejor”, por ser el “más mejor” entre los “más mejores”. Así ve él nuestro planeta desde Urano:



1 Todo comenzó el jueves 7 de febrero. Los ladridos de Max en alta definición me despertaron mucho antes de lo normal. De mala gana me levanté y bajé las escaleras. Por la hora, imaginé que las gemelas ya se habían ido a la prepa, pero al llegar al comedor las vi junto a mis papás y a unos platos de verduras al vapor que ni un conejo muerto de hambre se comería. —Papá, ¿cómo puedes dejar que Blue Jazmin baje en pijama? —dijo Sandra Dalia; Sandalia, para abreviar. —Sí, de seguro se durmió con su perro mugroso y está llena de pulgas. Díganle que se vaya —completó Elsa Patricia, el Zapato, de “cariño”. Mi papá volteó a verme y, con cara de asco, me pidió que me fuera a bañar. No pensaba complacerlo. Salí hacia mi cuarto y cerré la puerta con coraje. A lo lejos escuché los gritos de mi mamá diciendo que si no dejaba de azotar las cosas iba a provocar un terremoto. Eso me hubiera gustado. Tal vez con un terremoto habría logrado que mis papás dejaran de ver las pantallas de sus celulares y que Sandalia y el Zapato se preocuparan

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por algo que no fuera su bonita cara, su perfecto cuerpo y su hermosa ropa. Un rato después, el autobús llegó a recogerme. Me subí y saludé a don Arturo, el conductor; no me contestó el muy sinvergüenza. Caminé al fondo para buscar un lugar vacío junto a mis amigos y me encontré con él, con Samuel Mayer. Ahí estaba con sus ojotes color chocolate amargo, su nariz chiquita y esos agujeros que se le hacen en los cachetes cuando sonríe. Se veía retemono, como de costumbre. Me lanzó una sonrisa de campeonato y señaló el lugar desocupado junto a él. Me dio un paro cardiaco: desde primero de primaria vivía enamorada de él y, después de años de no hablarme, me invitaba a sentarme a su lado. Eso era nuevo. Fui hacia aquel lugar cuando una de sus fans me empujó y me quitó el asiento, claro que le respondí con un codazo del mismo tamaño. —Si quieres, hay un lugar junto a Eder —dijo con un tonito inocente que ni su mamá le hubiera creído—. Yo gané este. Y me acomodé junto al tal Eder, el nuevo de mi salón; ni modo de hacerle el feo, si ya nos había escuchado. No es que Eder me cayera mal, sino que se me hacía la persona más equis de la galaxia. ¿Quién en este mundo se llama Eder? Solo tiene cuatro letras y una de ellas se repite. Es como las pobres niñas que se llaman Ana: A, N y de nuevo A. Qué falta de imaginación. Me senté junto a

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Eder, pues. Se la pasó hablando de videojuegos y partidos de futbol. Hasta eso no fue aburrido, pero no se comparaba con ir junto a Samuel Mayer la casi media hora de trayecto a la escuela. Antes de las ocho el autobús se estacionó y bajé a buscar a mi única amiga. Entré al salón y ahí estaba ella, siempre llegaba temprano con su mamá, que era maestra del kínder de enfrente. Llevaba el pelo recién lavado y en un chongo bien fashion; todo lo contrario a mí, que ni me bañé y me puse un gorro tejido para que no se notara. —Te tengo una supernoticia —dijo y me abrazó como si fuera Navidad. —¿Qué pasó? Cuenta el chisme. —¿Te acuerdas de que ayer que me llamaste no te contesté? Resulta que… Llegó la maestra Margarita y ya no pude sacarle la sopa a Mariana. Me fui a sentar a mi lugar desde donde veía a Samuel Mayer, el culpable de mis sietes en la boleta; era imposible no enamorarse de él. La maestra sacó de su bolsa un montón de hojas y las repartió. Leí la mía y vi que decía “Examen sorpresa”. Me enojé, se supone que las sorpresas son algo bueno y un examen jamás es bueno. Cuando sonó la campana del recreo, y luego de entregar el satánico examen, me paré para ir a comprar unas

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papas con harto chile. Al cruzar la puerta Mariana pasó junto a mí y me dio una hoja con garabatos. Se me hizo raro que me diera una cartita y no me contara el chisme personalmente y en persona, pero creí que solo quería darle un poco de emoción al asunto. Leí la nota. Pensé que el chisme del siglo estaba ahí escrito. Y sí, y no. Era un gran chisme, pero no un buen chisme. Decía: Ayer que me llamaste no te contesté porque fui al cine. Adivina quién me invitó. ¡Samuel Mayer! Sí, ayer a la hora de la salida me dijo que si quería ir y le dije que sí. Pasó por mí a mi casa y fuimos a ver una película de miedo. Cada vez que me asustaba él me abrazaba. ¡Huele tan rico! Fue lo máximo. Pero eso no es todo, cuando acabó la película me invitó un helado y ¿qué crees? ¡ME PIDIÓ SER SU NOVIA! No lo podía creer. Imagínate. Y le dije que sí, que sí quería ser su novia. Así que, a partir de ayer, Samuel Mayer y yo somos NOVIOS. ¿No te contó él hace rato? ¿Qué te parece? ¿Estás emocionada por mí? Arrugué la hoja, la tiré en el suelo y la pisé como si fuera una cucaracha. ¿Emocionada? ¿Cómo quería Mariana que me emocionara? Acababa de romper las reglas de las amigas. Ella sabía que a mí me gustaba Samuel y se hacía la desentendida para robármelo. Eso era una traición. La peor de las traiciones.

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Salí al patio y ya ni ganas me dieron de ir por mis papas con chile. Ardía de rabia. Aparte de quitarme al más mono de la escuela, Mariana se desaparecía y me dejaba sola en el recreo. La busqué, andaba cerca de las canchas de basquetbol viendo a su noviecito jugar con sus amigotes. Sentí que salían chispas y humo de mi cabeza. La señalé con el dedo. —¡Eres una traidora! ¡Una mentirosa! ¡Una ladrona! —¿Qué? ¿Por qué? —dijo Mariana y se escondió atrás de Daniel y Paquito para que no me le acercara. —¿Cómo es posible que tú, mi amiga, me lo robes? ¡Eres una traicionera! —¿De qué estás hablando, Azul? —¡No te vengas a hacer la inocente! ¡Me lo robaste! Corrí dispuesta a enfrentarla. Daniel y Paquito se hicieron a un lado pues la idea de ver a dos niñas pelear los desgreñaba de gusto. Se hizo una bolita alrededor de Mariana y de mí. Se escucharon los gritos de apoyo; unos coreaban mi nombre y otros el de mi rival. Mi antigua amiga se veía asustada, pero me valió queso. Estaba a punto de jalarla del suéter y dejárselo como falda hawaiana cuando apareció la maestra Margarita. —¿Qué es lo que pasa aquí? Ninguna contestó. Yo por enojada y Mariana porque seguía en su plan de fingir inocencia. —¿Quién empezó?

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El metiche de Paquito me señaló. Me dio lo mismo, mi vida sin Samuel ya no tenía sentido, así que ir a la oficina de la directora era lo de menos. La maestra Margarita me sacó de las canchas arrastrando como a un animal. Eso no impidió que le gritara a Mariana que era una farsante y que, desde ese momento, dejábamos de ser amigas para siempre. Como era de esperarse, me quedé castigada el resto de la mañana. Por más vueltas que le di al asunto, no entendí por qué mi única amiga me hacía eso. Cuando a ella le gustaba Erick y él me invitó a jugar en el torneo anual de fuercitas, le dije que no porque no quería traicionarla. Cuando Daniel quiso apostar una hamburguesa conmigo en la final de futbol, yo le dije que no porque en ese entonces él le gustaba a Mariana. Y, ahora que se trataba de MI amor, ella venía a quitármelo como si nada. ¿En dónde quedaba nuestra amistad? ¿De qué servía habernos conocido en el kínder, entre crayolas y barritas de plastilina? A la hora de la salida me fui en el autobús. No le hablé a nadie. Llegué a mi casa que estaba vacía, subí a mi cuarto y guardé en una caja lo que me recordara a Mariana: los regalos de cumpleaños, las fotos de los festivales del Día de las Madres, los muñecos de peluche que bautizamos juntas y hasta el llavero de Best Friends 4 Ever con nuestros nombres. Subí al cuarto de los tiliches,

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donde se guardaban todos los adornos y los juguetes de cuando las gemelas y yo éramos bebés. No me di cuenta de que mi perro Max entró al cuarto y me tropecé con él. Mis triques volaron y tuve que recogerlos. Ya que estaba por terminar de levantarlos, me topé con una foto en donde salíamos Mariana y yo. La agarré con mis manos sucias y la vi. Me cayó el veinte. Entendí por qué Samuel se había enamorado de ella y no de mí. Mariana era bonita, se peinaba con listones, tenía sus lápices cuidados, el uniforme limpio y se comportaba como una princesa. Yo no. Yo era fea, no me peinaba, mordía los colores de madera y me caían mal la mayoría de las mujeres porque eran cursis y aburridas. Por eso yo no era la novia de Samuel y Mariana sí. Recordé cómo en las kermeses y fiestas de la escuela casi todas las compañeras se casaban en el puesto del Registro Civil y yo solo firmaba como testigo, que jamás alguien me había dicho que yo le gustaba o le parecía bonita, que a mí los niños me buscaban para ser su amiga y ya, como si yo fuera otro de sus cuates. Pensé que era una fracasada y sería así hasta la eternidad. Me dieron ganas de llorar, pero no lo hice porque eso era de niñita. Revolví las cajas con adornos navideños para esconder los recuerdos de Mariana y lo encontré. Ahí, delante de mis ojos, estaba el Grinch inflable que mis papás ponían en la azotea cada año. Me di cuenta

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de que ese monstruo verde y yo estábamos cortados por la misma tijera: los dos vivíamos en una especie de cueva (mi cuarto), con un perro llamado Max, alejados de un montón de seres que no lograban comprendernos (mi familia). Yo era como el Grinch y, aparte, acababa de ser traicionada por Mariana. Bien desgraciada mi vida. Dejé la caja entre los adornos de Halloween y bajé a mi cuarto. Taché en el calendario el día en que Mariana y yo dejábamos de ser amigas; con color rojo, para que se viera mi coraje. Noté que faltaba una semana para el 14 de febrero, día de San Valentín según lo que ahí decía. Odié al tal Valentín, aunque ni sabía quién era o quién había sido. Imaginé que Mariana y las niñas bonitas de la escuela iban a disfrutar de ese día con sus novios mientras que yo me quedaría sola. Igual que el año pasado. Igual que siempre. No deseaba ver a mi examiga de la mano de Samuel ni dándose besitos ni platicando. No. Él me gustaba a mí, no a ella. No me creí capaz de soportar otra vez el hervidero de globos, rosas, chocolates y cartas empalagosas de las cuales no recibiría ni una. No quería que llegara ese día. Quería quitarlo del calendario. Quería destruirlo. Y entonces, gracias a que Max apareció con el Grinch inflable entre sus dientes, me llegó el agua al tinaco. Yo, Azul Jazmín, me iba a robar el 14 de febrero. El día de San Valentín. Igual que el Grinch había robado la Navidad.

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2 Hice notas en una libreta que encontré en el cuarto de las gemelas. La tomé prestada porque ellas no notarían que no estaba: no escribían ni la tarea. Para robarme el día de San Valentín necesitaba deshacerme de cientos de cosas: globos, chocolates, tarjetas, cartitas, la fiesta anual de la escuela… Complicado, la verdad. En la película navideña, el perro Max ayudaba al Grinch a entrar a las casas para robarse los regalos, pero yo no podía llevar a mi perro a clases. Debía conseguir un ayudante. Anoté el nombre de mis amigos para ver si alguno se ganaba el título de arruinador profesional de eventos y ninguno lo obtuvo: Paquito era un chismoso de primera, a Daniel le daba miedo que lo llevaran castigado a la dirección, Marco tenía novia, Erick había conseguido el papel de juez en el Registro Civil ese año y Juanis estaba guardado en su casa por varicela. Cerré la libreta. Ya se me ocurriría a quién pedirle ayuda. Me puse a jugar Mario Kart en el Wii hasta que Sandalia y el Zapato regresaron de la prepa. Se pusieron frente a la pantalla de la sala y me exigieron que subiera a mi cuarto porque iban a hablar de cosas de gente grande

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y madura. ¡Como si ellas no pudieran ir a la cocina o al jardín para contarse chismes! Total, me podía subir con tal de no verlas. Me encaminé a la escalera, y antes de pisar el escalón, me dieron ganas de espiarlas. Nunca decían nada interesante, pero me daba oportunidad de sacar información para chantajearlas. Me escondí atrás de la barra de la cocina y escuché. —¿Ya lo pensaste? —preguntó el Zapato. —Obvio, nena, y no creo que sea buena idea. —¿Por qué? —Porque la maestra se va a dar cuenta. Voy a tener que faltar a la party para hacer el trabajo de Química. Qué antimágica situación, geme. Me acomodé para escuchar lo que “las gemes” decían. Sonaba a que iban a hacer una confesión importante. —Tú tranquila. Ya lo he hecho mil veces. No puedes perderte la fiesta. Dijeron que van a llevar botargas para bailar. Va a estar divina. Mira, te enseño mi plan. No sé si me intrigó más lo que mi hermana iba a mostrar o el porqué alguien querría ir a una fiesta solo por unas botargas. El Zapato sacó de su bolsa una hoja cualquiera. Sandalia la leyó en silencio, me sorprendió que supiera leer. —Eres una genio, nena. Voy a hacerlo. Mañana pongo uno de estos en la prepa y en la noche nos vamos a la party.

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Sonó el timbre, eran mis papás. El Zapato guardó la hoja en su bolsa y la subió a su cuarto. Yo ya estaba en mi cueva con Max. Esperamos a que las gemelas pidieran dinero para ir de compras para la fiesta y entré a su palacio. Vi la bolsa colgada en el perchero detrás de la puerta. La abrí y saqué la hoja. Decía así. Se solicita ñoño para que haga trabajo de Español. Hay paga. URGE. Comunicarse con Elsy Patito al 5512131451. Me reí de que mi hermana se llamara a sí misma “Elsy Patito”. Pensé que, aunque mis hermanas eran unas brutas de primera, poner un anuncio para buscar personas era inteligente. Me senté frente a la computadora y escribí. No podía poner tal cual: “Se busca cómplice para robarse el Día de San Valentín de esta escuela”. Me convenía escribir algo parecido, no idéntico. Terminé y leí. Sonaba como una broma, pero y qué. Se solicita persona interesada en arruinar bodas. Sueldo según aptitudes. Interesados comunicarse con Azul Jazmín a la hora del recreo. URGE.

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Imprimí varias copias y las guardé en mi mochila. También metí un rollo de cinta canela para pegarlo en las paredes de la escuela. Estaba segura de que más de uno se interesaría. Al siguiente día me subí al autobús. Don Arturo llevaba su disco de cumbias a todo volumen. Ni cuenta se dio cuando le pedí permiso para pegar una hoja atrás de su asiento. Pensé que no le importaría, así que lo hice. Unos se levantaron de sus lugares para ver qué decía, pero se rieron. —¿Para qué quieres arruinar una boda, Azul? —preguntó Samuel con sus ojotes fijos en el letrero. —¿Te interesa el trabajo? —No, solo pregunto. —Pues si no estás interesado para qué preguntas. Lo ignoré y me fui a sentar. Sabía que no era apropiado hablarle así al amor de mi vida, pero quién lo mandaba a andar de metiche si no le interesaba el trabajo. Era como esas personas que van a la salchichonería a probar los jamones y al final ni compran. Además, él tenía novia. Yo no quería ser una “rompe hogares” como decían en la película favorita de las gemelas. Yo sí respetaba a los hombres ajenos. De camino, Paquito y yo cambiamos estampas del álbum del mundial. Ya en la escuela, antes de ir a clases, pegué los letreros en el patio, en las escaleras y en el

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pizarrón de anuncios. A las ocho entré a mi salón. Me fui a sentar sin voltear a ver a nadie. Mariana había dejado en mi lugar una carta que no abrí. Fui al bote de la basura y la eché sin leerla. Todo estuvo tranquilo hasta que sonó la campana del recreo. Creí que, al salir, me recibirían como estrella de Hollywood, pero parecía que nadie había visto mis anuncios. Me acosté en una banca a esperar y nadie llegó. Me sentí tonta. Regresé al salón para terminar con las clases. Mariana me mandó mil papelitos que arrugué y aventé a la basura. A la salida abrí mi mochila para guardar mis cosas y descubrí una hoja doblada. Se me hizo raro. La leí. Arruino bodas y lo que sea. Te veo en tu casa a las cinco. Espero que pagues bien. Volteé para ver si el autor se delataba con una sonrisa. Recogí mi tilichero y subí al autobús. Les pregunté a Daniel y a Erick si habían sido ellos, dijeron que no. Me bajé frente a mi casa. Eran las tres de la tarde. Me preparé un sándwich de mermelada y me tiré con Max en el sillón. El interesado en arruinar bodas tenía que ser de mi salón. Repasé la lista de alumnos en mi cabeza. No se me ocurrió quién era. Sospeché que tal vez se trataba de Samuel ya que preguntó cuando pegué el anuncio en el autobús, pero a él le gustaban las bodas

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de las kermeses. Luego creí que la nota era de parte de un asesino serial que quería matarme y recordé que en la escuela no entraba nadie sin registrarse. Entonces me cayó el veinte. Pensé que, al ver que la ignoraba, a Mariana se le había ocurrido hacerse pasar por un anónimo. Debía estar preparada. Entré a la cocina. Preparé una mezcla con lo que me encontré. En cuanto Mariana tocara la puerta se la echaría en la cara para que no se anduviera con tonterías. Vi el reloj, eran las cuatro y media. Me puse a esperar. De vez en cuando me asomaba para ver si mi examiga se acercaba. A las cinco en punto, casi con cronómetro, tocaron el timbre. —Ya voy, ya voy —grité con voz de quien no rompe ni un plato. Di unos saltos y aplaudí. Medio cursi, la verdad, pero la emoción era grande. Agarré la cazuela con la mezcla y me acerqué a la entrada. Abrí. Aventé el líquido apestoso y azoté la puerta para dejar afuera a la roba novios. Me reí. Me sentí más mala que cualquier villana del cine. Imaginé a Mariana escurriendo, con el pelo mugroso como el de Max, los ojos llenos de lágrimas y su ropa fashion igual de sucia que mi conciencia. —¡¿Qué te pasa?! ¡¿Estás loca?! Quise morir. La voz aquella no era la de Mariana, ni siquiera era de niña. Abrí de nuevo y lo vi. Me quedé de

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a seis. Frente a la puerta de mi casa, bañado con mayonesa, jabón y croquetas de Max, estaba el equis de Eder. —¿Qué haces tú aquí? —Te dije que iba a venir. Yo fui el que puso la nota en tu mochila. —¿Tú? —No, el Pato Lucas. Claro que fui yo. ¿A quién esperabas? Eder entró y se sentó en el sillón. Ni me preocupó que lo fuera a dejar manchado. —Supongo que quieres arruinar las bodas que van a hacer el 14 de febrero en la escuela, ¿no? Suena fácil. Yo te ayudo. No supe qué hacer. Mis planes no incluían que Eder se interesara en el trabajo. Alguien tan equis como él no era lo que buscaba. Aparte ni nos conocíamos porque acababa de entrar ese año a mi grupo y no habíamos hablado, solo el día que no me pude sentar a lado de Samuel Mayer. Tenía que conseguir que se saliera por sí solo del proyecto. —Hay un detalle, Eder. En el anuncio puse que debía arruinar una boda, pero no se trata de las bodas de la escuela o la de una prima. —¿Entonces? Pensé que a eso te referías —me miró. —No, se trata de otra cosa.

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—A ver, dime. Yo te ayudo. —No sé cómo explicarte. Pensé que Eder diría algo, pero no. Tuve que soltarle todo de golpe. Capaz que con eso conseguía que se olvidara de ser mi ayudante. —No quiero quedarme sola como cada 14 de febrero. Estoy harta de los chocolates, los globos, las tarjetas y esas cosas cursis y ridículas que tienen que ver con “el amor”. Yo no recibo nada porque no tengo novio y porque nadie se fija en mí. Por eso quiero destruir el Día de San Valentín. De eso se trata. De robarse el 14 de febrero como el Grinch se robó la Navidad. Eder se quedó callado. Supuse que saldría corriendo al creer que yo era la más perversa de la galaxia, pero siguió ahí sentadote en el sillón como si los ratones le hubieran comido la lengua. —¿En serio? —preguntó a los cinco minutos. —Sí. Si ya no quieres ayudarme no hay problema. Yo entiendo que es arriesgarse demasiado por lo poco que voy a pagar, así que… —Me encanta lo de robarnos el Día de San Valentín. No importa si no me pagas, yo con gusto seré tu cómplice. —¿Seguro? —ni modo de decirle que ya no, después del discurso súper sentido que acababa de echarle. —Segurísimo. Ahora depende de lo que tú digas. ¿Qué dices? ¿Quieres que hagamos esto juntos?

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Y le dije que sí. Total, ya estaba metida en ese asunto y ni cómo romperle las ilusiones al pobre. Así que, ese día Eder y yo firmamos un acuerdo: nos robaríamos el 14 de febrero de la escuela. Juntos.

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3 En la noche las gemelas se fueron a su fiesta de botargas. Aproveché para pedir permiso de invitar a Eder para el día siguiente. Mis papás dijeron que no, que unos amigos suyos iban a ir de visita y que lo mejor era que yo fuera a ver a Eder y no él a mí. Llamé por teléfono a mi nuevo cómplice porque, aunque equis, sí fue inteligente y me dio el número de su casa. —Hola, ¿está Eder? —me contestó una persona muy mayor. Su abuelita, pensé. —Hola, Azul, ¿cómo estás? —preguntó como si le estuviera llamando para hablar del clima y no de trabajo. —Hay un problema, Eder, no puedes venir mañana a mi casa. Vamos a tener que vernos en la tuya. —¿En mi casa? No, ¿por qué? En mi casa no se puede —sonó nervioso, como si ocultara un cadáver o un secuestrado. Qué emoción. —¿Por qué? —Por… compromisos previamente adquiridos. —¡Es la peor mentira que me han dicho! Si no quieres seguir con esto de la destrucción del 14 de febrero, dímelo. ¡Anda, confiesa!

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colección ecos de tinta

Para niños lectores

Una semana antes del 14 de febrero Azul Jazmín se entera de que su única amiga la traicionó con el chico que le gusta. Furiosa, decide arruinar el Día del Amor y la Amistad de su escuela. Para lograrlo consigue ayuda, pero su cómplice parece ocultar algo… Esta divertida historia nos muestra que a veces la amistad se encuentra cuando menos te lo imaginas, incluso si tu misión es robarte San Valentín.

Soffi P. Guido nació en la Ciudad de México en 1992. Es licenciada en Literatura Dramática y Teatro por la unam y es egresada del Diplomado en Creación Literaria de la Sogem y de la Escuela de Iniciación Artística núm. 1 del inbal. Cómo Azul Jazmín se robó San Valentín es el primer libro que publica en El Naranjo y también es el título con el que se inaugura la colección de libros electrónicos “Nube de letras”. Maricarmen Zapatero nació en el estado de Hidalgo en 1989. Estudió Diseño en el Instituto Nacional de Bellas Artes e Ilustración en la Facultad de Artes y Diseño de la unam. Ha colaborado en distintas publicaciones de ilustración infantil y juvenil, así como en proyectos independientes y de autoedición. Cómo Azul Jazmín se robó San Valentín es el primer libro que ilustra en El Naranjo.

Disponible en

ebook ISBN: 978-607-8807-03-1

www.edicioneselnaranjo.com.mx


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