Diccionario de mitos de América Primera edición, septiembre de 2018 Coedición: Ediciones El Naranjo, S.A. de C.V. / Secretaría de Cultura © María García Esperón, por el texto © Amanda Mijangos, por las ilustraciones D.R. © 2018, Ediciones El Naranjo, S.A. de C.V. Av. México 570, Col. San Jerónimo Aculco C.P. 10400, Ciudad de México Tel. +52 (55) 5652 1974 elnaranjo@edicioneselnaranjo.com.mx www.edicioneselnaranjo.com.mx D.R. © 2018, de la presente edición Secretaría de Cultura Dirección General de Publicaciones Av. Paseo de la Reforma 175 Col. Cuauhtémoc, C.P. 06500 Ciudad de México www.cultura.gob.mx Dirección editorial: Ana Laura Delgado Asistencia editorial: Lorena H. Rodríguez Diseño: Raquel Sánchez Jiménez Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad de Ediciones El Naranjo, S.A. de C.V. ISBN: 978-607-8442-66-9, Ediciones El Naranjo ISBN: 978-607-745-860-9, Secretaría de Cultura Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores. Impreso en México / Printed in Mexico DICCIONARIO DE MITOS DE AMÉRICA se imprimió en el mes de septiembre de 2018, en los talleres de Pandora Impresores, Av. Caña 3657, Col. La Nogalera, Guadalajara, Jalisco. www.pandoraimpresores.com. En su composición tipográfica se utilizaron las familias Avenir y Georgia. Se imprimieron 5 000 ejemplares en papel bond de 120 gramos, con encuadernación rústica. El cuidado de la impresión estuvo a cargo de Ediciones El Naranjo.
MITOS DE AMÉRICA María García Esperón
Amanda Mijangos, ilustración
Índice INTR O DU C C IÓ N 1 2 A
A B U EL A A R A ÑA 1 5 A ZTL Á N 1 8
B
B A C A B ES 2 1 B O C HIC A 2 5
C
C O AT L IC U E 2 9 C O L IB R Í 3 2
D
DIL U V IO 3 6 DO R A DO 4 1
E
ES PÍR IT U 4 5 ES T R EL L A S 4 8
F
F L O R B L A NC A 5 2 F U EGO 5 7
G
GU A B A NC EX 6 0 GU A HAY O NA 6 3
H
HU N Y V U C U B 6 7 HU R A K Á N 7 2
I
IX Q U IC 7 5 IZTA C C ÍHU ATL Y PO PO C AT ÉPETL 8 1
J
J A GU A R 8 7 JUEGO DE PELOTA 8 9
K
KUKULKÁN 93 K U Y ÉN 9 6
L
L L O R O NA 9 9 LOBO 102
M N
MAYA HU EL 1 0 5
Ñ Ñ AM AN D Ú 119 Ñ AN D E S Y 123 O O S O 127 O XO M O C O Y C I PAC T Ó N AL 132 P PAC H AC ÁM AC 135 PAS T O R 138 Q Q UE T Z ALC Ó AT L 145 Q UI LAZ T LI 149 R R AY O 153 R Í M AC 157 S S E D N A 161 S I B Ó 164 T TAM O AN C H AN 167 T LALO C AN 171 U UI R AP UR Ú 175 UN I V E R S O 179 V V E N AD O AZ UL 183 V I R AC O C H A 187 W WAKAN TAN KA 191 WALE K E R 193 X X I B ALB Á 196 X Ó LO T L 201 Y YAYA Y YAYAEL 203 Y UPAN Q UI 207 Z Z AM N Á 211 Z E M Í E S 214
MO NETÁ 1 0 9
E QUI VALE N C I AS 218
NA HU A L 1 1 3
S E M B LAN Z AS 220
NA NA HU ATZIN 1 1 7
De sur a norte tantas historias, tantas estrellas: son tu memoria.
Por qué la luna huye del sol, si de él obtiene su resplandor.
De norte a sur tantos caminos van por los años tejiendo mitos.
Hombres de oro, verdes lagunas, como esmeraldas bajo la luna.
Cuentos de entonces, de hoy y siempre, leyendas de aire, de mar y nieve.
Sabias ballenas, llamas y alpacas osos de arena, lobos de plata.
Por qué las nubes hacen llover y la serpiente cambia de piel.
Reyes terribles, dulces amores, héroes que sufren transformaciones.
Por qué la araña teje su tela; por qué hay ocasos y a veces niebla.
Son las historias de tus abuelos, mitos de América, paisaje y tiempo.
Introducción En este Diccionario de mitos de América te invitamos a hacer un viaje desde Alaska a la Patagonia a través de las historias que han urdido incontables generaciones para explicar el origen del mundo, el sentido de la vida, el porqué de los desastres naturales y la relación del ser humano con el mundo espiritual. Hemos adoptado una perspectiva casi aérea para sobrevolar el paisaje legendario del que fuera llamado el Nuevo Continente. Las historias han llegado hasta nosotros, en su mayoría, gracias a la recopilación de los cronistas y estudiosos europeos. Interpretados y vertidos desde sus lenguas originales al español, inglés, francés y a la cosmovisión judeocristiana, los mitos de los pueblos de América se han transformado y enriquecido conservando su poderosa esencia original. Es vasta, riquísima, la multiplicidad de pueblos que han habitado, vivido, soñado y creado en tan extenso territorio. Pretender reflejarlos a todos en un solo libro es tarea imposible, pero no lo es atrevernos a atraer los hilos de algunos pueblos para componer un tejido variado y único que nos hechice con sus reflejos. Las narraciones que hemos recogido revelan el magno movimiento de las generaciones, su infatigable caminata, desde el norte hasta el sur de América. Encontramos a la Abuela Araña de los mitos hopi de Norteamérica en el árbol del Tlalocan de Teotihuacan, y en la joven araña Waleker que nos teje en la actualidad las bellas mochilas wayuu en Colombia.
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El pasado y el presente se entretejen en estos mitos, pues nos hablan de un tiempo original, que puede ser cualquiera de los tiempos. Al preservar las historias, se conserva la memoria, y con ella la posibilidad de conocer la visión del mundo de pueblos casi extintos como los selknam de Tierra del Fuego. Así, al lado de los mitos de culturas icónicas de la esplendorosa América, como la azteca, la maya y la inca, coexisten en este libro narraciones de los pueblos menos conocidos fuera de sus países de origen, como los taínos de las Antillas, los bribris y cabécares de Costa Rica, los mapuches de Argentina y Chile y los guaraníes de Brasil y Paraguay. Asimismo, hemos recogido leyendas que han pasado a través de la tradición por un tamiz romántico y que reflejan en su estructura la combinación de la sensibilidad europea con la americana, como es el caso de la leyenda de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, la historia de Sac-Nicté, la flor blanca del Mayab y la leyenda de la Llorona, que involucra elementos prehispánicos y coloniales y forma parte del imaginario colectivo de varios países de América. El anhelo de quienes hemos hecho este diccionario es que puedas abrir las puertas de la casa de la imaginación y del lenguaje y ampliar el radio del espíritu. Asomarte a todos los países y recoger palabras como ushuta y behique, como llauto y nierika, como metl y am. Que tu lectura enriquezca el tejido vivo de estos mitos que nos hablan del sol y del aire, del alma y la luna, del amor y del mar.
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A Abuela Araña Tradición hopi. Estados Unidos
Abuela Araña,
querida abuela:
cuéntame el cuento de las estrellas.
De cómo el búho
y el águila vuelan,
por qué los búfalos pastan y sueñan. Abuela Araña,
aquí en la tienda,
tu voz me arrulla,
¡cuéntame, abuela!
Hace tanto tiempo que es imposible contarlo, un dios vivía solo en el espacio infinito. Su cabeza estaba coronada por un penacho de rayos de sol, estaba hecho de luz y sentía tanta energía bullir en su pecho, en el lugar del corazón, que tuvo la idea de crear un mundo. Se llamaba Taiowa y de sus manos brotaron las praderas y las cascadas, una tierra inmensa llena de montañas y en medio de ella un Gran Cañón, al fondo del cual discurría un río de aguas cristalinas.
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Pero no había nadie en esas tierras tan hermosas. Taiowa entonces tuvo otra idea: crearía una abuela. Y también de sus manos surgió Abuela Araña, que de inmediato se puso a tejer una tela interminable. Y de esa tela surgió todo lo que faltaba al mundo creado por Taiowa: las nubes y los peces, las aves y los seres humanos. Sin embargo, las noches eran muy oscuras, pues Abuela Araña había olvidado crear las estrellas. Los seres humanos se dispusieron a habitar ese primer mundo. Abuela Araña les daba consejos, sin dejar de tejer su tela, a la que continuamente agregaba algún río o un nuevo árbol. Y de las montañas bajó un dios tramposo, que se llamaba Coyote. Y un dios muy bueno, que se llamaba Maíz. Tratando con respeto a ambos dioses, los hombres vivían felices, pero algo pasó en sus corazones que se descompusieron y comenzaron a portarse tan mal, que Taiowa cruzó los brazos sobre su pecho y se oscureció su penacho de rayos de sol. Los hombres se asustaron, pues el cielo se rompió en pedazos y tembló la tierra. Una lluvia de fuego cayó de las nubes y una cortina de granizo apagó las llamas y sepultó las casas. Los seres humanos lloraban y trataban de ponerse a salvo, pero era imposible, pues Taiowa se había oscurecido para que el mundo se destruyera, en castigo a la maldad que se había apoderado de ellos. Abuela Araña, compadecida de quienes habían conservado puros sus corazones y que estaban sufriendo las calamidades que eran el castigo de los malos, se descolgó en su tela desde las estrellas y condujo a los elegidos hacia el Gran Cañón. Cuando todos estuvieron congregados, un poderoso bambú surgió desde las profundidades de la enorme grieta. Abuela Araña dijo con una voz muy fuerte: —Hijos míos, el primer mundo se ha acabado. Yo he tejido un hogar para ustedes, con hermosas praderas y búfalos azules,
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con cielos resplandecientes y águilas de vuelo majestuoso. Ese mundo los espera, pero tienen que esforzarse para llegar a él. Han de trepar por el tronco del bambú que el Gran Cañón les ha regalado, ayudándose unos a otros y, al cabo de una larga noche, llegarán a la tierra que les promete su Abuela Araña. Así hicieron los seres humanos, treparon por el bambú y al final de la larga noche despertaron en la primera mañana del nuevo mundo. Abuela Araña tomó una red que había hilado y la ató cuidadosamente con gotas de rocío. Con una enorme fuerza la lanzó a la bóveda celeste. Y en la primera noche del nuevo mundo se encendieron todas las estrellas.
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C Coatlicue Tradición azteca. México
Coatlicue barre
Y las estrellas
Brilla la luna,
Huitzilopochtli
en Coatepec.
tiembla su ser.
brillan también. ya va a nacer.
En Coatepec, el cerro de la serpiente, se alzaba un templo de muros rojos con preciosos frescos. En un patio interior, cuyas paredes estaban rematadas por almenas que funcionaban como marcadores para seguir el paso de las estrellas, una bella diosa barría pausadamente el piso de estuco. Se llamaba Coatlicue y era la madre de los astros vagabundos e innumerables, los Centzonhuitznahua, y de la aguerrida luna, la de cascabeles en el rostro, Coyolxauhqui. Barría serena Coatlicue y se escuchaba el murmullo de la escoba. Las serpientes pintadas en su huipil parecían ondular con el rítmico movimiento. De pronto, de lo alto del cielo o quizá de su interior —solo los dioses lo supieron— cayó una pluma azul. Descendió suavemente, como recostándose en el aire. Coatlicue suspendió su tarea y la miró, fascinada por su ligereza, atraída por su color. Finalmente, la pluma se posó en el suelo y la diosa no resistió la
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tentación de recogerla. Impulsivamente, la guardó en su regazo, entre su piel y su huipil. Y siguió barriendo. Cuando se retiró a descansar a su habitación buscó la pluma azul para resguardarla en una caja de madera labrada, pero fue inútil. Suspiró resignada y pensó que siempre guardaría en su memoria el azul y la ligereza de la visión que había tenido en el patio del templo. Los días siguientes Coatlicue tuvo impulsos de cantar y de levantar el vuelo. Pero ella pertenecía a la tierra, y no podía hacerlo. A los pocos meses se dio cuenta que estaba embarazada y se alegró. —Después de haber parido a la luna y las estrellas —se dijo— el nuevo alumbramiento será magnífico. Tendré un hijo que concentre en sí mismo todo el azul, el intenso azul del universo, la ligereza del aire y la luz por entero. Una de esas tardes, Coyolxauhqui asomó por la ventana para ver a su madre. Con sus ojos cercados de plata percibió que la figura de Coatlicue se había ensanchado y se dio cuenta que esperaba un hijo. La de cascabeles en el rostro se enfureció. Solo debían existir ella y sus hermanos, los Centzonhuitznahua o cuatrocientas estrellas del sur. —¿Cómo te atreviste? —rugió Coyolxauhqui en el intenso cielo nocturno. Coatlicue levantó la cabeza. Vio a su hija en plenitud, apoderada del cielo, agitando su escudo de guerrera. Temió por el hijo que vendría y dirigió una plegaria a su interior, en el seno donde se formaba el ser de luz azul, su hijo querido. Coyolxauhqui emprendió una vertiginosa carrera por los campos del cielo, sobre sus sandalias de plata. Encontró a sus hermanos, las Estrellas, que se ejercitaban en el lanzamiento del átlatl.
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—¡A mí, Centzonhuitznahua! Nuestra madre nos ha traicionado y dará a luz un hijo que pretenderá destruirnos. Debemos evitar ese nacimiento a toda costa y aniquilar a Coatlicue antes de que salga de su vientre nuestra maldición. Las Estrellas del sur se incendiaron con hambre de guerra y extendieron sus cuerpos luminosos en un viaje por el cielo nocturno hasta Coatepec. Coatlicue se había refugiado en el templo y desde el mismo patio en el que había recogido la pluma azul avistó la desgracia que se cernía sobre ella. —¡Ayúdame, hijo mío! —gritó—. No dejes que tus hermanos me aniquilen y que impidan así tu nacimiento. Y de su cálido seno o quizá del interior del cielo —solo los dioses pudieron saberlo— se escuchó la voz del ser azul: —Descuida, madre mía. Yo te protegeré. Ahora mira y asómbrate ante lo que habrá de suceder. En el preciso momento en que la luna furiosa se colocaba sobre la cabeza de Coatlicue, seguida de sus hermanos, las cuatrocientas estrellas, del vientre de la diosa que alguna vez había barrido el estuco del templo surgió invencible el Colibrí de la Izquierda: Huitzilopochtli que, armado con su serpiente de fuego, la Xiuhcóatl, se enfrentó a su poderosa hermana. Los cielos se incendiaron en la noche cósmica durante el choque de las potencias estelares a las que había dado a luz Coatlicue. Primero cayeron las Estrellas, una a una fueron destruidas. Coyolxauhqui después. Fue su turno. Llegó su final. La bella guerrera lanzó un grito estruendoso cuando su poderoso hermano la agarró de los cabellos y sin piedad cercenó su cabeza. Por la ladera de Coatepec arrojó Huitzilopochtli a la Luna, que cayó despedazada al pie del cerro. En el patio del templo, la luz inundó al día. Un diminuto colibrí extendió sus alas y mantuvo su vuelo unos segundos sobre la cabeza de Coatlicue.
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Fuego
Tradición selknam. Isla Grande de Tierra del Fuego. Argentina y Chile
Tierra de hielo,
de paz y sueños, eres leyenda:
te llamas Fuego.
Detrás de las estrellas, invisible y sin cuerpo, habita Palabra. Él es quien creó todo y pobló la tierra, la llenó de guanacos y de cisnes, de cipreses y canelos y de dioses y diosas que adornaban sus cuerpos con dibujos misteriosos. De entre estos últimos, Luna destacaba por su fuerza y señorío. Había fortalecido a las diosas Tempestad, Mar y Montaña alrededor de ella y las había convencido que eran superiores a los dioses varones. Estos, que se llamaban Sol, Viento, Lluvia y Nieve, vivían amedrentados por el poder de sus esposas, las cuales les habían ordenado que consiguieran caza abundante para alimentar al terrible monstruo Xalpen, mitad roca y mitad carne, que vivía bajo tierra y tenía en el dedo índice una uña afiladísima. Al monstruo se le alimentaba cada vez que se efectuaba una ceremonia llamada hain, que se celebraba cuando las diosas niñas se convertían en adultas.
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—Si para la próxima ceremonia del hain, que será en tres días, no han traído veinte guanacos —dijo Luna con voz autoritaria—, Xalpen exigirá alimento, y comenzará contigo, Sol, aunque seas mi esposo. —Piensa, Viento —dijo la diosa Tempestad a su marido—, lo terrible que sería que Xalpen, con su afilada uña, en lugar de cortar carne de guanaco muerto lo hiciera con la carne de alguno de ustedes mientras aún está vivo. —Ya lo sabes, marido Lluvia —aclaró la diosa Mar—, tú y los otros dioses deben de traer los productos de la cacería y por ningún motivo ver lo que está sucediendo dentro de la choza ceremonial. —Si así hicieran, esposo Nieve —dijo la diosa Montaña—, Xalpen saldrá de la tierra para devorarlos. ¡No quedará uno vivo! Temerosos, los dioses varones se dirigieron al bosque. Iban apesadumbrados, porque sabían que era imposible conseguir tantos guanacos como les exigían sus esposas. Sin embargo, Sol tuvo suerte el primer día y cazó un robusto ejemplar que vagaba solitario. Cayó bajo sus flechas y Sol se puso triste. Era un animal hermoso y él había tenido que acabar con su vida para apaciguar a un monstruo subterráneo y oscuro, que nunca había visto. Pero sí que lo había escuchado rugir y golpear la tierra, lo que lo había llenado de pavor. Durante todo ese día y el siguiente, los cazadores no tuvieron suerte. Sol pensó en adelantarse y regresar para entregar a las diosas el guanaco que había cazado y pedir más tiempo para completar su petición. Abrumado bajo el peso del animal muerto, llegó jadeando al campamento, que estaba vacío. Las diosas estaban congregadas en la choza ceremonial, que era una construcción de forma triangular, formada por varios troncos que se apoyaban entre sí y se cubrían con pieles de guanaco cosidas.
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Sol se aproximó a la choza y escuchó risas, lo que le extrañó un poco. Dejó al guanaco muerto en el suelo y se asomó por una ranura que se había formado al desprenderse una tira de piel mal cosida. ¡Y lo que vio! ¡Lo que escuchó! Las diosas estaban sentadas y se hacían bromas, mientras arreglaban una estructura de ramas cubriéndola de pieles. —¡Si los dioses supieran que Xalpen no existe! —dijo Luna con una carcajada. —¡Que la hemos inventado nosotras! —completó Tempestad. —¡Y que esos ruidos que han escuchado somos nosotras mismas, golpeando la tierra con pieles de guanaco hasta cansarnos! —repuso Mar. —Gracias a Xalpen trabajan para nosotras sin protestar. ¡Qué bueno es el miedo, compañeras! Las diosas festejaron sus palabras con más carcajadas. Sol recogió al guanaco que había cazado y lo escondió fuera del campamento. Después regresó al bosque y reveló a los dioses lo que había visto y oído. Furiosos, acordaron sorprender a sus esposas justo cuando comenzara la ceremonia del hain. Ellas estaban encendiendo el fuego sagrado cuando llegaron sus maridos. Se desató una lucha terrible entre los dioses que habían perdido el miedo y las diosas que habían sido descubiertas. Sol arrojó a Luna al fuego del hogar y esta se quemó el rostro. Todos sufrieron grandes daños y para escapar se convirtieron en estrellas y en lluvia, en nieve y en montañas. Luna huyó al cielo con su rostro quemado y esa es la razón por la que la luna tiene manchas. Sol marchó en su persecución y desde entonces trata de alcanzarla en el firmamento. De este modo terminó la primera era de la creación de Palabra en la isla más grande de la Tierra del Fuego.
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Equivalencias Mientras las deidades del mundo clásico occidental tienen nombres griegos y romanos que corresponden exactamente, el universo mitológico americano se dispone de muy diferente manera. En esta tabla hemos optado por enlistar conceptos —relacionados en su mayoría con la naturaleza— y ofrecer el nombre que les dieron las culturas de América que presentamos en este diccionario. Aztecas
Bribris y cabécares
Guaraníes
Hopis
ARAÑA
Abuela Araña
ASTROS
Centzon huitznahuac
CIVILIZADOR
Quetzalcóatl
CREADOR
Ometecuhtli
ESPÍRITU ESTRELLAS
JAGUAR
Océlotl
LAGUNA
Chalchiuhticue
LUNA
Coyolxauhqui
Tláloc
MAL
SOL
Aztlán
Tonatiuh
VIENTO
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Ñamandú
Tzitzimime
Mictlan
ORIGEN
Sibó
Ñamandú
INFRAMUNDO
LLUVIA
Chippewas
Ehécatl Quetzalcóatl
Yaguareté
Jasy
Taiowa
Wakan Tanka
SEMBLANZAS María García Esperón Escritora
Soy una escritora que vuelve al pasado continuamente, a los días azules bordados de oro en que fui niña. Cuando descubrí el tesoro de la literatura y, en primer lugar, la magia de los mitos. Cuando me encerraba a soñar y leer, leer y soñar para salir al encuentro de seres maravillosos, que eran dioses y diosas, unicornios y sirenas, quimeras y dragones de las mitologías europeas. Al mismo tiempo y, por la fortuna de haber nacido en México, me sentí desde siempre, tocada especialmente por el arte y la cosmovisión de los mexicanos antiguos. El Museo de Antropología era para mí la cueva de los tesoros y la Piedra del Sol la manifestación total de la belleza. Era adolescente cuando descubrieron la escultura de Coyolxauhqui, la diosa de la Luna, y los vestigios del Templo Mayor. Iba a asomarme a las excavaciones y el corazón me latía como ante un misterio o un amor. Soñaba con ser arqueóloga para estar en contacto con esos espacios e ir al encuentro del pasado. Pero fue la literatura la que, finalmente, me hizo comprender que, desde la infancia y la adolescencia, había sido yo elegida por las antiguas piedras para darles voz.
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Amanda Mijangos Quiles Ilustradora
Nací en un mundo tan grande que está hecho de muchos países, en un país tan grande que está hecho
de muchas ciudades y crecí en una ciudad tan grande que está hecha de muchos mundos. Me gusta leer, dibujar, cocinar, viajar y tejer. Aprendí a tejer con mi abuela, a ella le enseñó a tejer su mamá, a su mamá su abuela, y así podemos seguir el hilo hasta la primera madre del mundo. Cuando tejemos nos tejemos también a nosotras, nos contamos historias, nos compartimos. Los textiles son una suerte de libros que en sus bordados significan colores, formas y narraciones que nos cuentan de dónde venimos, son memoria, tradición, identidad y resistencia. Este libro nos recuerda que somos uno y somos todos, se borda con un hilo que empieza en Alaska y termina en Tierra del Fuego.
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colección los clásicos del naranjo Desde la Tierra de Fuego a los Grandes Lagos, desde Alaska a las Antillas, a lo largo de los Andes y siguiendo el curso del río Amazonas, los mitos de América nos revelan un universo mágico lleno de enseñanzas para nuestro tiempo. De la Abuela Araña de los hopis al blanco Zamná de los mayas, este diccionario recorre los sueños y las leyendas de los hombres y mujeres que han vivido en el suelo americano desde los remotos tiempos del origen. Narraciones que nos hablan de relámpagos y huracanes, de diluvios e historias de amor; de la unión de las semillas con los dioses y los hombres, con los animales y las estrellas. Sabiduría ancestral, de la A a la Z. MARÍA GARCÍA ESPERÓN nació en la Ciudad de México en 1964. Hizo estudios de Ciencias Humanas y Letras Clásicas. Ha obtenido el Premio Barco de Vapor, el Premio Latinoamericano de Literatura Infantil y Juvenil Norma Fundalectura y el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños. Su novela Dido para Eneas fue seleccionada en 2016 en la Lista de Honor de ibby. En El Naranjo también ha publicado Copo de Algodón y El anillo de César. AMANDA MIJANGOS nació en la Ciudad de México en 1986. Estudió Arquitectura en la unam e Ilustración en la Academia de San Carlos y en la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Buenos Aires. Es fundadora del estudio de ilustración Cuarto para las 3. Su trabajo ha sido premiado en varias ocasiones y en 2017 fue ganadora del VIII Catálogo Iberoamérica Ilustra. En Ediciones El Naranjo también ilustró Diccionario de mitos clásicos.
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ISBN 978-607-8442-66-9
9 786078 442669