Kibombo irrumpe en Ciudad Capital

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Monique Zepeda

Renata Galindo

ilustraciรณn




Kibombo irrumpe en Ciudad Capital Primera edición, octubre de 2019 © 2019. Monique Zepeda, por el texto © 2019. Renata Galindo, por las ilustraciones de esta edición Coedición: Ediciones El Naranjo S. A. de C. V. / Respect Under Construction, S. A. de C. V. D. R. © 2019. Ediciones El Naranjo, S. A. de C. V. Avenida México 570, Col. San Jerónimo Aculco, C. P. 10400, Ciudad de México. Tel. +52 (55) 5652 1974 elnaranjo@edicioneselnaranjo.com.mx www.edicioneselnaranjo.com.mx D. R. © 2019. Respect Under Construction, S. A. de C. V. Avenida Paseo de la Reforma 2620, PH3B, Col. Lomas Altas, C. P. 11950, Ciudad de México. Tel. +52 (55) 5520 6575 hola@ruc.mx www.ruc.mx Dirección editorial: Ana Laura Delgado Corrección de estilo: Sonia Zenteno Asistencia editorial: Rocío Aguilar Chavira Diseño editorial: Raquel Sánchez Idea original y colaboración: Alejandra Chacón Gallardo, Monique Zepeda y Javier Macías ISBN: 978-607-8442-74-4, Ediciones El Naranjo ISBN: 978-607-98612-0-9, Respect Under Construction El diseño de todos los personajes, así como todos los derechos patrimoniales en relación con esta obra son propiedad exclusiva de © Respect Under Construction S. A de C. V. Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta del contenido de la presente obra, sin contar previamente con la autorización expresa y por escrito de los editores y de los titulares de los derechos, en términos de la Ley Federal del Derecho de Autor, y en su caso de los tratados internacionales aplicables. La persona que infrinja esta disposición se hará acreedora a las sanciones legales correspondientes. Impreso en México / Printed in Mexico


Monique Zepeda Renata Galindo ilustraciรณn


Ín d ic e 9 Exclipación necesaria 13  Una puerta que parece que no lleva a ninguna parte 15 Imerpeable con hoyos 18  Escondite donde se oculta el miedo 22  Pregunta o albóndiga rellena de mermelada 25  Por culpa de un trampolín muy alto 27  Termómetro para el miedo 30  Alergia silenciosa y frase nefasta 32  Entrar con o sin linterna 38  Esto está en chino 45  Hablar en clave 47  Una rabia roja tamaño monumental 51 Cavolposa 53  Algo parece que se mueve… y un regaño que no llega 55 Jodulato, trric traac 58  ¡Zaz!, te va a costar trabajo creer lo que ven tus ojos 64  Un interrogatorio, un portazo y una malteada 68  Complicaciones mecánicas y los ánimos llegan hasta el techo 71  Silencio sin color 72  Pictogramas y chispas


76  Entera o a pedazos 78  Flash y globo desinflado 84  Pensar dos veces o la carta 88  Recuperando color 91  ¿Quién llegó? 95 Inconforme 98  Un invento se cocina, un poema se cocina 101  Una mala noticia y una buena o todavía te extraño 104  Pedazos de verdad 106  Ya no te extraño 108  Una casa en peligro 112  Preparativos y una sorpresa inesperada de alguien inesperado 114  Un día antes 116  Te digo una cosa 121  Ganando tiempo y las contradicciones 125  Un letrero que hace la diferencia 127  Una puerta y una llave 132  Alfabeto truk 135 Semblanzas



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Exclipación necesaria

Así decía el papelito que escribió Valentina y que fue interceptado por la maestra Lucha. —¡Válgame el cielo! —exclamó casi victoriosa—, ¡qué letra tan espantosa! Esto no hay quien lo entienda. A ver, ¿qué dice aquí? —agregó burlona dándole el papel a Felipe. Felipe era el niño más aplicado del salón, el que le cargaba la mochila y le hacía la barba. Además, tenía muy buena letra.

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Felipe titubeó y empezó a leer el papel. Y por aquellas cosas misteriosas de la lectura lo pudo descifrar: “Esta maestra tonta no sabe explicar”. Se escuchó una sola carcajada de veintinueve bocas. Felipe colorado, con los ojos brillosos, movía la cabeza de un lado a otro, como diciendo no. La maestra enfurecida, más roja que Felipe, le hizo una señal con el dedo a Valentina, como diciendo ven. Y Valentina, color tomate furioso, alzó los hombros como diciendo ya ni modo. Valentina acabó en la oficina de la prefecta a las 8:45 de la mañana. La indignación, preguntas, reporte y regaño de la subdirectora duraron como dos horas. O, al menos, eso le pareció a Valentina, que no sabía cómo responder a las preguntas airadas y apretó la boca para que no se le fuera a salir alguna otra exclipación sobre la tontería de su maestra. Salió de la oficina con un reporte que debía traer firmado; tan, tan, pero tan enojada, que le dio por extrañar a su mamá.

Durante todo el día, los compañeros se estuvieron riendo del papelito de Valentina. En el recreo, la señalaban de lejos y se reían. Llegó una niña de otro grado, y le dijo: —¿Tú eres la que sí sabe ex-cli-par bien? Y sus compañeras se rieron con la boca abierta; algunas de ellas todavía tenían pedazos de sándwich en la trompa. 10


Valentina apretó los dientes. Por suerte, vio a Leonardo saliendo de clase, lo alcanzó y se fueron al otro extremo del patio. Regresaron juntos a casa. Bueno, a sus casas; son vecinos del mismo piso de un edificio en una unidad habitacional. Se conocieron hace tiempo en los juegos que están en el área verde, cuando estaban pintados de colores brillantes. Hoy, los juegos están descoloridos, con la pintura despostillada, pero siguen siendo de los lugares favoritos de Valentina.

Ya tenían tiempo haciendo la tarea juntos en casa de Leonardo. Desde que la mamá de Valentina se enfermó, Inés, la mamá de Leo, se ofreció a apoyarla con la comida y las tareas. —Bueno, las tareas, no… Como Leo las hace solo… Yo realmente ni me entero —dijo inquieta Inés—. Pero estoy segura que él le puede echar una mano. —Gracias Inés, de veras, ni cómo pagártelo —respondió Clementina emocionada—. Y como tu Leonardo es tan listo, seguro que le ayuda… Gracias, de veras. 11


Inés cierra la puerta, preocupada. Clementina estará ausente un tiempo para recibir un tratamiento. Sabe que su hijo es muy responsable y que puede ayudar a Valentina; pero tiene que revisar que todos los cuadernos regresen a su mochila porque Vale es un poco olvidadiza. Inés, a veces, se preocupa por sus propias distracciones: hoy mismo no encontró sus llaves. Eso no es raro; ocurre casi todos los días. Pero esa vez se esfumaron por más tiempo hasta que aparecieron puestas en la cerradura por la parte de afuera de la puerta. Leonardo trata de reírse de las distracciones de su mamá. —¡Ay, mamá!, qué bueno que la cabeza la tenemos bien sujeta, atornillada y ajustada. Pero, últimamente, revisa el paso de su mamá por la casa:

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dónde deja el bolso, el teléfono, las llaves, la cartera… Hace poco, después de hacer la compra de la despensa para un mes, llegaron a la caja y, al recibir la suma total de la mercancía, Inés se dio cuenta de que no traía la cartera. Y no fue como antes, cuando Leo era pequeño y devolvían algunos productos porque no les alcanzaba. No, en esa ocasión hubo que dejar todito, un carro lleno de provisiones. Cuando llegaron a casa, buscaron la cartera por todos lados. Leonardo abrió los cajones, buscó en los estantes y finalmente la cartera apareció en el interior de la lavadora de ropa y las llaves en el refrigerador. —Pues, ¿qué estaría yo pensando? —suspiró Inés. —Mmm… ¿en papá? —pensó Leonardo sin decirlo.

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Una puerta que parece que no lleva a ninguna parte

En cuanto terminan la tarea, Leo y Vale bajan a jugar. Además del área de juegos, hay una cancha y unas mesas de cemento para jugar ping-pong. A Valentina se le podrán revolver las letras, pero es buenísima trepando árboles, tirándose del tobogán, columpiándose muy alto y brincando lo más lejos posible. 13


Unas veces Valentina se cuelga de cabeza en el pasamanos y Leo se sienta debajo, pegándole suavemente a la pelota de ping-pong entre las dos raquetas. Puede durar más de ciento veinte veces sin que se caiga la pelota. Mientras tanto, Vale camina por la parte de arriba del pasamanos haciendo equilibrio. Leonardo se asombra de su balance. No quiere confesarlo, pero a él le daría miedo hacer lo mismo. Las tardes se hacen cortas. También les gusta explorar la parte trasera de los edificios, ahí donde la gente abandona algunos trastos que ya no necesita. Una vez encontraron una maleta vieja que tenía un cuaderno, un manojo de llaves antiguas y una pluma fuente inservible. —¿De quién sería este veliz? —¿Veliz? ¿Qué es eso? —preguntó Valentina —Maleta, bolso —explicó Leo—. Son sinónimos. Leonardo había adquirido desde muy chico la costumbre de nombrar las cosas de distintas maneras. Todo empezó como un juego entre él y su abuela Matilde.

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—Siempre hay que usar la palabra precisa —dijo su abuela que era periodista— y para eso hay que saber muchos sinónimos. —¿Qué son simón y mos? —preguntó Vale haciendo una mueca. —Sinónimos; son distintas maneras de nombrar una misma cosa. Pero Vale ya se había distraído encimando unas llantas viejas para poder treparse en ellas. Leonardo alzó la vista calculando la altura de donde podría caer Valentina y las lastimaduras que se agregarían a sus rodillas. Al mirar hacia arriba, ahí a medio muro, descubrió una puerta pequeña, ovalada, verde con la pintura despostillada, donde apenas cabría un niño. Regresaron a casa y Leonardo seguía preguntándose a dónde conduciría esa pequeña puerta.

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Imerpeable con hoyos Vale entró al patio de la escuela. Dejó el reporte que presentaba una extraña firma, y se fue a formar en la fila del 1° B. Ahí estaba María Rosa, esperando. Esperando como casi todos los días. Esperando una oportunidad más para decir algo ingenioso. —Qué, Valentina, ¿hoy te mandaron con los calcetines guangos? ¿O así son todos los que tienes? 15


Vale se da cuenta de que trae un calcetín a media pierna y el otro hasta abajo, en el tobillo; alza los hombros. Quisiera acordarse de cuál era el chiste que quería contarle a Leo, pero María Rosa tenía la cualidad de hacerle olvidar la risa muy fácilmente. Alguna otra vez le había dicho: “Tu lonchera es muy original”. Y a Vale esa frase le dolió mucho, porque llevaba el lunch en una bolsa plástica de supermercado. Claro que había una razón: ya había extraviado siete loncheras, cuatro suéteres del uniforme, una mochila e innumerables lápices y sacapuntas. Ya no tenía lonchera, ni estuche de lápices y usaba la mochila gastada de una de sus hermanas mayores. —Ya, Valentina, este es el último estuche que te compro —había dicho su mamá hace tiempo—. Cuida tus cosas, te lo he dicho, por lo menos, unas mil doscientas veces. Así que los comentarios de María Rosa calaban. A Valentina le fastidiaba que los hiciera, pero más le molestaba que la irritaran cada vez más. Estaba perdiendo su capa invisible contra los problemas.

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Alguna vez, su mamá —antes de la enfermedad— había dicho: —Valentina, desde que nació, tiene un impermeable contra los problemas. Se le resbalan todos y conserva su buen humor. Ven acá, hija —concluyó abrazándola con orgullo—. Eres como tu bisabuela que bailó hasta los 89 años. Valentina no sabía qué quería decir impermeable o, más bien, no estaba segura. Algo así como una capa, se imaginó. Y le gustó. Una capa invisible donde el mal humor y la preocupación se resbalaran. Le encantó la idea. Y se dijo a sí misma que había sido un regalo de su bisabuela Rosalina que efectivamente había bailado hasta el día anterior de su muerte, le encantaba la música alegre. —Se murió de una cumbia —había bromeado su papá. —Y me dejó su imerpeable —se dijo Valentina, sabiendo que algo estaba mal con esa palabra.

Por las tardes, Valentina va, arrastrando los pies, a una clase donde le ayudan a leer y escribir. No es que no sepa, es que algunas letras se voltean y a la maestra le cuesta trabajo entender; tanto trabajo que en vez de calificación pone puros signos de exclamación. “Son clases especiales para ayudar a la maestra con su problemita”, se dice Valentina para darse ánimo.

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Así que Valentina tuvo que ir a clases con Pacitria, perdón, Patricia y poco a copo, perdón, poco, ha ido aprendiendo a poner las sílabas en orden. Afortunadamente, la casa de Patricia está cerca, solo a dos edificios del suyo. A Vale no le gusta mucho ir; algunos de sus compañeros tienen problemas más graves que los de ella, y desde luego ninguno se ha tirado de un pacaraídas y mucho menos de un paracaídas. Pero Patricia es muy simpática y logra que Vale se ría de algunos textos que están escritos un poco más desordenadamente que los suyos.

Vale hace progresos notables, aunque de vez en cuando se le revuelven las letras y a la maestra le sigue dando el papatús. Perdón, patatús.

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Escondite donde se oculta el miedo —Ven —dijo Leonardo bajando la voz. —¡¿A dónde?! —exclamó Valentina. —Shhh —señaló Leonardo al fondo del estacionamiento—. Ven, te voy a enseñar un escondite. —¡¿Un escondite?! —Sshhhhhhhhhhhhh —movió la cabeza Leonardo impactado como siempre por el volumen de la voz de Valentina—. Una guarida… —se interrumpió Leo fastidiado, porque a veces no controlaba el manantial de sinónimos. Se había vuelto una obsesión y no siempre podía controlarlo. 18


Hace pocos días, mientras Vale estaba en sus clases especiales, Leonardo anduvo explorando detrás de los edificios, al fondo del estacionamiento casi abandonado. Miró la puerta ovalada. Un extraño lugar para colocar una puerta y un extraño tamaño de puerta, también. Y si uno se fijara bien, vería un cerrojo en forma de pez. Arrastró unos botes de pintura debajo. Con gran esfuerzo, colocó un bote arriba del otro. Pensó que hubiera sido más fácil lograrlo con Valentina. Ella parecía tener una fuerza mucho más grande que su estatura. Aunque la verdad, ambos eran casi del mismo tamaño. Finalmente, logró colocar los botes de pintura, uno encima del otro. Faltaba un tramo para alcanzar la portezuela. Así que, con mucho trabajo, colocó la maleta encima de los botes; acercó unas llantas para poder apoyarse en ellas y ponerse de pie sobre la maleta. Aquello era peligroso, pensó que podría resbalar, caerse con todo y todo, y quebrarse una pierna, o un brazo, o una mano, o un dedo. “Basta”, se dijo a sí mismo. Enrojeció de rabia.

—El miedo es un estorbo —le escuchó decir a su abuela una vez, pero no se dirigía a él, sino a Inés. Los botes se tambalearon, pero Leonardo logró ponerse de pie sobre la maleta. Ya podía alcanzar el pestillo en forma de pez de la puerta verde sin tener que ponerse de puntas. Como la puerta se veía vieja imaginó que el pasador estaría oxidado y duro, pero se deslizó con bastante facilidad. Leonardo se asomó: todo oscuro. Se alzó y metió medio cuerpo en el interior. Por un instante pensó en su papá: “¿Qué diría si me viera? ¿Estaría orgulloso? ¿Por una vez, no estaría avergonzado de mí?”. 19


Leo resbaló y cayó hacia el interior de un pasadizo estrecho. Trató de escuchar algo, pero su corazón hacía un escándalo. Se sintió asustado… y entusiasmado a la vez. Más tarde se lo contaría a Valentina. El pasadizo daba a un muro de ladrillos delgados. Leonardo pasó su dedo entre ellos, sobre la junta. Alguna vez, había visto a unos obreros armando una pared y observó cómo quitaban con los dedos el exceso de cemento entre ellos dejando un poco hundido el mortero. Simuló ese movimiento en zig zag... cuando uno de los ladrillos se movió. Leonardo lo tomó entre sus dedos y logró sacarlo. Fue como si este se hubiese encogido o el cemento se hubiera aflojado. Miró el hueco que había quedado y, sin pensarlo dos veces, tomó un papel arrugado del bolsillo de su pantalón. Lo abrió: “Odio el miedo”, decía el papel; lo dobló, lo metió al fondo del hueco y volvió a colocar el ladrillo en su lugar. Eso fue hace unos días; esta tarde, Valentina lo siguió para ver su descubrimiento. Trepó con facilidad, sin titubear abrió la puerta y entró al pasadizo antes que Leo. 20


Ya adentro, Leo susurró: —Mira, este es el escondite —dijo sacando el ladrillo. Ahí, en el fondo del hueco, estaba el papel. Leonardo lo señaló. —Aquí guardo algunas cosas —señaló. —¡¿Qué cosas?! —vociferó Valentina. —Vas a tener que aprender a hablar en voz baja, Vale —dijo Leonardo—. No puedo mostrarte un secreto si tú lo gritas a los cuatro vientos. —¿Qué cosas? —preguntó Valentina, bajando el volumen. —Aquí guardo mis deseos más secretos y te muestro el escondite porque este es nuestro pacto, nuestra alianza: somos amigos y no nos ocultaremos nada. Vale guardó silencio. Eso quería decir que estaba verdaderamente emocionada y Leonardo lo sabía. —¿Qué dice tu papel? —susurró Valentina. —Bueno… cosas que no me atrevo a decir… —Yo quiero un ladrillo para mí, para guardar mis secretos —interrumpió Vale, olvidándose de bajar la voz. Buscaron en el muro algún otro bloque que se moviera. El muro se extendía un poco más allá y terminaba al formar un ángulo con una de las paredes del edificio. Había más ladrillos; alguno se podría mover. —¡Mira! —exclamó Valentina.

Leonardo se acercó. Valentina golpeaba la pared de ladrillos y un sonido hueco los sorprendió. —Pero, sí son ladrillos… ¿o no? —se acercó Leonardo. La pared era idéntica al resto. Era imposible distinguirlos a simple vista de los otros ladrillos. Pero el sonido indicaba que se trataba de una mampara, de una pared hueca con ladrillos pintados con maestría. 21


—Esto lo hizo un excelente pintor —musitó Leonardo. Valentina golpeó con más fuerza la pared y Leo se asustó. —Nos van a escuchar —agitó los brazos para indicar a Valentina que no hiciera ruido. Pero había sucedido algo: un pedazo de muro se movió de lugar y se abrió un espacio estrecho entre el falso muro y el resto. —¡Ven, vamos! —lanzó Valentina.

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Pregunta o albóndiga rellena de mermelada —¿Dónde andabas, Valepilla? —le pregunta su hermana mayor. Pero casi nunca escucha la respuesta. Josefina acaba de empezar a trabajar y llega muy cansada. Se quita los zapatos y es como si desconectara el cerebro. Ya no oye ni entiende. Pero eso sí, prepara una cena deliciosa para toda la familia. Ahora que su mamá está lejos recibiendo un tratamiento, a ella le toca preparar sus inventos culinarios.

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—¿Qué invento cunilario hiciste hoy, Josepina? —pregunta Vale entusiasmada. Le ha tocado probar pizza con ensalada incluida, salchicha rellena de lentejas, arroz con uvas y algunas otras creaciones que Valentina celebra siempre con gran apetito. Marina, por su parte, sale arrastrando los pies de su habitación donde está estudiando para el examen de ingreso a la Universidad, lo que la tiene un poquito de mal humor.

—¿Otra vez cenaremos albóndiga rellena de mermelada en salsa de cacahuate? —pregunta Marina con el ceño fruncido, pero con risa en la voz—. ¿Y tú qué, Vale? —añade abrazándola. En esa casa todas las mujeres tienen nombres que terminan en …ina. Es una tradición familiar. Una manera de celebrar el sonido de la música porque todas ellas son muy bailadoras, desde la bisabuela hasta Valentina. Es más, tuvieron una vez una perrita, Pocholina, que increíblemente también aprendió a bailar. —Eres una exagerada, Marina —protesta Josefina—, a ver… ponte a cocinar tú. Ya iba a empezar la discusión que Valentina se sabía de memoria, así que mejor decidió distraerlas. Un chiste, pensó, o un chisme, aunque sea. —¿Cuál es el colmo de los colmos? Vivir en Escotolmo —suelta Vale con su vozarrón. Josefina y Marina se carcajean. 23


Alfabeto truk



Kibombo irrumpe en Ciudad Capital es resultado de la dirección, ideas, deseos, saberes y hasta miedos de nuestro equipo creativo, así como de la pluma de Monique Zepeda —quien forma parte de nuestro equipo— y el entrañable trabajo de Renata Galindo. Esperamos que las preguntas y aventuras que se plantean aquí, sean tan divertidas y apasionantes como lo fue para nosotros diseñar este proyecto. Con emoción y alegría.

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Monique Zepeda

Renata Galindo

Escritora

Ilustradora

Siempre he tenido muchas preguntas en la cabeza y, cuando era niña, todas las hacía en voz alta. A veces las respuestas no me gustaban o me parecían insuficientes. Lo peor era cuando no sabía cómo poner mis preguntas en palabras. ¿Existe una forma de preguntar y responder sin tener que usar palabras? Durante un tiempo fui una persona muy callada que le daba vueltas a preguntas sin forma, temiendo nunca poder encontrar las respuestas. Un día descubrí que algunas de mis preguntas se entendían mejor en forma de dibujos. Al principio las que dibujaba eran sencillas: ¿cómo se ve el monstruo que vive en mi armario? ¿Se puede parar un pájaro sobre una nube? ¿Qué tan lejos se ve la luz de una luciérnaga? Y poco a poco estas se hicieron más complicadas, tanto que a veces ni yo misma las entendía del todo: ¿de qué color es una sombra? ¿Qué hay adentro de una línea? ¿Qué forma tiene un miedo? Muchas de estas tienen más de una posible respuesta o no la tienen clara, pero he aprendido que eso está bien, porque lo importante es preguntarse.

Cuando era chica me gustaba quedarme viendo las motas de polvo que flotaban en los rayos de sol. Eran como copos de luz navegando en silencio. Me preguntaban: “¿En qué piensas?”. Se rompía el encanto y entonces me daba cuenta de que había estado imaginando distintas historias mientras los copos seguían su camino. “En cosas” respondía. Las “cosas” se fueron acumulando y, una buena mañana, me encontré en la cocina anotando una historia hecha de muchas ideas. Entre ollas, tazas y plantas se escribió mi primer libro. Y así, seguimos. Entre las motas de polvo y los copos de luz han pasado muchas cosas. Mis ojos han observado que no todo es fácil para los niños: algunas veces ocurren injusticias que lastiman, otras, algunos falsos valientes molestan a los chicos para mostrar su poder de mentiritas. Descubrí que las historias pueden cambiar a las personas. Lo supe cuando leí algo que me permitió decir lo que no me parecía. Así que seguí escribiendo. Esa fue la mejor forma que encontré para compartir palabras y que cada quien tome las que necesite. Y eso sí, ojalá que todos conservemos los ojos abiertos para capturar las preguntas que se cuelan entre los copos de luz. Esas preguntas que no siempre nos atrevemos a hacer.

Conoce mi trabajo en: www.renatagalindo.com

Puedes ver algunas cosas que se me han ocurrido en: www.moniquezepeda.com 135


colección

Para niños lectores

Un día Leonardo y Valentina encuentran una misteriosa puerta y se atreven a cruzarla. En esta aventura conocen a un estrafalario y fantástico amigo llamado Kibombo, con quien descubren el poder de las preguntas y la importancia de reconocer sus más profundos deseos y miedos. Juntos sortearán las dificultades a las que se enfrentan como el acoso escolar o la inquietud que produce cuando los padres discuten o se ausentan.

El diseño de todos los personajes, así como todos los derechos patrimoniales en relación con esta obra son propiedad exclusiva de © Respect Under Construction S. A de C. V.

www.edicioneselnaranjo.com.mx


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