T E R E S A G A N C E DO “TODO ES PINTURA”
TE R E SA GA NC ED O TODO ES PINTURA
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© Obras de Teresa Gancedo © De los textos: sus autores Fotografías: Xavier Deltell Diseño y maquetación: Eloísa Otero & Juan Rafael Impresión: punto y seguido (C/ Cid, 14, Bajo 1º. León) 1ª edición de autor León, 2017 2
T E RESA GAN C EDO
TERESA GANCEDO nace en León en 1937 y vive su juventud en Madrid hasta 1960, cuando se traslada a Barcelona para cursar Bellas Artes en la Escuela Superior de San Jorge. En 1972 realiza su primera exposición en la sala Provincia de León, presentada por el poeta Antonio Gamoneda. A partir de ahí realiza muchas exposiciones por España y el extranjero, y además puede presumir de formar parte del reducido grupo de pintores españoles que han expuesto en el Guggenheim de Nueva York, en cuya colección también figura obra suya. Eso sucedió en 1980, cuando Teresa tenía 43 años y una comisaria internacional, Margit Rowell, la seleccionó para la muestra colectiva ‘New Images from Spain’, en la que estuvo acompañada por otros nueve artistas pujantes, cada cual más inconformista, radical o experimental: Sergi Aguilar, Darío Villalba, Zush, Carmen Calvo, Guillermo Pérez Villalta, Miquel Navarro, Muntadas/Serrán Pagán y Jordi Teixidor. Desde 1982 hasta su jubilación, Teresa Gancedo ha trabajado como profesora titular de la Facultad de Bellas Artes de Barcelona. Y nunca ha dejado de pintar ni de crear. 3
“Mi intención no es cuestionar la problemática del arte, sino más bien usar el arte como contenedor de sentimientos y poner al espectador en la búsqueda de un código para interpretarlos” TERESA GANCEDO 4
M I T R A B AJO P L ÁS T I C O Te re sa Gan ce do
Creo que mi trabajo plástico actual se podría definir como un tremendo esfuerzo por asir la realidad: digo asir, es decir asumirla, interiorizarla, pasarla por el tamiz de mis expectativas, recuerdos, parte inconsciente de mi ser, y mostrarla luego con todos esos extraños hallazgos que surgen de la fusión de las dos realidades: la externa dada y la interna sentida. Este proceso, aunque, como indicaré más adelante, parece razonado, planificado y analizado fríamente, deja un gran espacio para el inconsciente y la imaginación, partes poderosísimas de la mente. Es en esto en lo que creo se diferencia más del proceso utilizado en el arte conceptual, aquí había un romanticismo de la lógica y yo quiero despertar con mi trabajo artístico todo el material emotivo que puede quedar dormido bajo el puro proceso intelectual. Se puede decir que mi intención no es cuestionar la problemática del arte, sino más bien usar el arte como contenedor de sentimientos y poner al espectador en la búsqueda de un código para interpretarlos. El discurso narrativo está formado por una gran dosis de alegoría visual, utilizando continuas interrelaciones entre elementos pasados, ya vividos, presentes, e imaginarios futuros. Este discurso narrativo es utilizado generalmente de dos formas. En forma de circuito, en donde el espacio juega un importante papel, ya que es donde se ubican los diferentes elementos que forman el lenguaje plástico, o en forma de compartimentos, donde los elementos son secuenciados en una progresión que se asemeja mucho a las bandas diseñadas. A esto se añade el factor tiempo. Este está plasmado a través del deterioro de la imagen. Las imágenes utilizadas son siempre petrificadas, rotundas, sin movimiento. La movilidad es representada sin embargo. Es la movilidad que da el transcurso del tiempo en un espacio determinado. PROCESO El proceso de mi trabajo se podría señalar de la siguiente manera: Punto de partida.– Fotografía: sacada por mí de algo que me ha interesado o utilizando un documento aparecido en los medios de comunicación, revistas, periódicos, etc. Recorrido.– La idea tomada de dicho documento, la interiorizo y procuro fusionar dos realidades, la externa y la interna. Fin.– Utilizo generalmente el objeto: éste es tratado de dos formas: una, trabajando el objeto con un severísimo realismo, y otra utilizando el objeto en su forma bruta, incorporándolo a la obra plástica. A veces presento un trucaje visual, no con la intención de demostrar un más o menos bien hacer, sino con la idea de que el espectador intervenga a partir de esta sorpresa y se acerque a este objeto siguiendo luego todo el circuito narrativo. Mis obras no quieren ser ni críticas ni reflexivas; solo quiero constatar una realidad que ha estado, está, o puede llegar a estar en este mundo nuestro, una realidad que yo asumo serenamente y que me gustaría mostrar como un cuestionario lírico de la noción de la vida.* * Texto incluido en el catálogo “Discurso sobre la realidad. Obra realizada entre 1976-1979”. Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla. Mayo, 1979.
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Guggenheim, Nueva York, 1980. Exposición ‘New Images from Spain’ comisariada por Margit Rowell.
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L A S CO S AS Í NT I MAS Eloísa O t e ro Teresa Gancedo es una creadora en continua efervescencia, que logra volcar su mundo onírico y reflexivo, pero también su memoria, en una obra que rebosa significados, vida, color y plenitud. En cada cuadro un universo, y en cada universo un sinfín de microcosmos plagados de historias apenas esbozadas en escenarios mínimos, pero expresivos. Los personajes juegan con los símbolos, danzan sobre paisajes sugeridos. Las pequeñas figuras dialogan y componen fantásticos relatos en los que se cruzan miradas, y se establecen sentidos. A partir de signos y de símbolos muy personales, que confluyen en una iconografía singular, la pintura de Teresa Gancedo invita a imaginar mundos, a viajar por territorios inexplorados. Empuja al espectador a deslizarse por dimensiones desconocidas de esa otra realidad que a veces, solo a veces y como en un sueño, logramos entrever en los adentros de un cuadro. Teresa Gancedo (León, 1937), una artista que sigue siendo una gran desconocida en su tierra natal, vivió su niñez y su juventud en el Madrid de la posguerra, hasta 1960. Casi no recuerda cuándo empezó a pintar, pero debió de ser muy pronto. Cuando era pequeña, su familia veraneaba en un pequeño pueblo, Tejedo del Sil, en la comarca minera de Laciana. Allí, en el entorno de sus abuelos, en aquel mundo que ya no existe, Teresa asistía a las procesiones y romerías religiosas que se sucedían en la época estival, y que solían terminar en la ermita de San Lorenzo, patrono del lugar. Esas procesiones en las que participaba todo el pueblo impresionaron muchísimo a aquella niña, y dejaron una huella imborrable en su pupila y en su corazón. Quizá, por eso, gran parte de su obra gira en torno a la iconografía religiosa cristiana. “Medio religiosos, medio paganos, medio festivos, medio tristes”. Así ha definido ella misma sus numerosos cuadros de iglesias, santos y cementerios. Eso sí, nada lúgubres. Esta especie de obsesión no es nada peligrosa. “Soy agnóstica”, afirma. En 1960, con 23 años, se trasladó a Barcelona, donde fijó su residencia. Allí estudió Bellas Artes, ya casada y con dos hijos pequeños. Al terminar la carrera le dieron la Medalla de la Facultad en Dibujo, aunque ya antes había empezado a obtener algunos premios. Y en 1982 se convirtió además en profesora de la misma Facultad donde estudió, donde escribió su tesis —sobre Pintura Religiosa en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona— y donde, tras opositar para obtener su plaza, ha trabajado hasta su jubilación, sin renunciar jamás a sus proyectos creativos. Su primera exposición individual se remonta a 1972, y tuvo lugar en la “Sala Provincia” de León, invitada por el poeta Antonio Gamoneda, que en aquel entonces gestionaba ese espacio 13
que llegó a convertirse en todo un referente en España, y por el que desfilaron los grandes artistas pujantes del momento. Desde entonces, en su larga trayectoria artística, Teresa ha hecho de todo: pintura, escultura, vidriera, grabado, dibujo, cerámica… “Para mí la pintura es el arte de mayor dificultad. En un plano tienes que contar una historia, crear un espacio, crear perspectivas (aunque no las uses)…”, explica esta artista capaz de introducir todo un cosmos en un espacio mínimo. “La escultura me gusta, pero no tanto. Si le metes pintura aún me gusta más. El dibujo es más sencillo que una pintura, tiene menos registros, pero también me vuelve loca… Y ya, entre lo que se denomina arte conceptual, hay cosas que me interesan mucho, pero otras cosas me parecen auténticas bobadas. Creo que el buen pintor es el que más dificultad tiene a la hora de sacar adelante su trabajo”, comenta. “Todo es pintura” afirma sin ambages Teresa Gancedo, capaz de contar mil y una historias en cada pieza. Cada una de sus obras parece contener un mundo lleno de vida que, al igual que en el mundo real, cobra nuevos sentidos según dónde se coloque la mirada del espectador. “Mi pintura es algo muy íntimo y muy especial, que nadie, ni yo misma, ha sido capaz de encasillar en un estilo concreto”, resume ella con sencillez. En 2012, cuando la entrevisté con motivo de una hermosa exposición que presentó en la galería leonesa Ármaga, donde mostró un catálogo de pequeños objetos convertidos en exquisitas piezas de arte, confesaba que su estudio parecía “un cambalache”, ya que a lo largo de los años había ido recolectando un sinfín de materiales y recuerdos susceptibles de ser convertidos en lo que ella denomina “pintura” por encima de todas las cosas; “pintura” que, como si fuera un libro, da cuenta de la vida, pero también recrea realidades nuevas al tiempo que esconde, y a veces revela, pequeños tesoros y secretos, de la misma manera que podría hacerlo un poema, concebido como ese “lugar raro en el que se guarda la vida”, en palabras de Olvido García Valdés “Un día me puse a pensar… con todas esas cosas que tengo guardadas y tiradas por ahí (un piano de juguete, una antigua tabla de lavar, paletas de pintura, caballetes, moldes de zapatero, huevos de avestruz, esferas de cristal, cajas y armaritos…) ¡A ver qué hago yo con esto! Así fueron saliendo algunas obras, realizadas a partir de objetos muy del pueblo, a partir de cosas muy populares…”. Y las paletas se fueron transformando en mesitas-lámparas, las maderas en maletas y en barcos, los moldes de zapatero en piececitos que bailan entre flores, las cajas en altares secretos, los discos en universos, los papeles en poemas, las letras en mapas, los deseos 14
en exvotos con jaculatorias inventadas… Lo popular convertido en arte, “lo popular en el arte”. Es como si Teresa tuviera una chistera de ilusionista en la que cada cosa que ella introduce saliera convertida en otra mucho más rica en significados, emociones y texturas. Pero su chistera, en realidad, es la pintura-pintura, y eso incluye una gran sabiduría artística y muchas horas de trabajo, de dejarse llevar y conquistar por el proceso creativo. “En principio esos objetos dispersos por el taller no me dicen nada, pero con el tiempo me piden su sitio, me cuentan sus secretos”, dice la artista con esa voz joven que la caracteriza. Y ella les escucha, y les da una nueva vida. Sí, Teresa Gancedo escribe y nos cuenta una historia en cada cuadro, en cada pieza, en cada objeto. Todos están cargados de historia, de huellas de algo que ha sido, de signos, símbolos, flores, fotos desvaídas, árboles genealógicos, búsquedas, mapas, reconstrucciones, recuerdos... Indagando en su vida sorprende su trayectoria de artista insondable y en continua evolución, una creadora que practica, a su manera, algo que el poeta Tomás Sánchez Santiago ha llamado “las escrituras de la verdad”. Sin embargo, su obra quiere contar mucho más que el relato de una vida. Como ha señalado el crítico de arte Corredor-Matheos, su propósito es ir más allá de lo real, pero la meta de su proceso creativo es plástica, “plástica pura”, aunque cargada de resonancias emotivas. El espectador no solo tiene que mirar, tiene que sentir, escuchar y dejarse llevar por todo lo que se contiene y rebosa en cada una de estas obras. Solo así podrá entrar en el mundo íntimo y fascinante de esta artista extraordinaria.
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RE SE ÑA S Y TE X TO S C RÍ T I C OS
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M ª T ER E S A G. GANC E D O An t o n i o G a m o n e d a ( Pre mio C e rvan t e s 20 0 6)
El trabajo plástico de Mª Teresa González Gancedo viene definido, según mi opinión, por la presencia de un constante lirismo; lirismo que pertenece tanto al propósito temático como a la manera, a la delicada y cuidadosa organización de sus signos plásticos. Empleo el término “signos” con deliberación, ya que los dibujos de González Gancedo, aspecto de su obra que mejor conozco, tienen cierta condición legible, lo que es tanto como decir una disposición sígnica. No se trata solamente de que cada obra sea propuesta como un valor significante, que sí lo es, sino de que, por su naturaleza, también los datos parciales de la obra conllevan, de alguna manera, aspecto y función de “escritura”. Desde esta observación, el trabajo de González Gancedo aparece no influido pero sí relacionable con los rasgos que presentan las artes orientales: el gusto y la sensibilidad llevados a los detalles menudos; la levedad de las coloraciones sobre el trazo dibujístico y una concepción aérea del espacio pictórico. Todos estos son matices que abonan este especial paralelismo o cercanía que nos parece advertir en su obra. Entrando en una, siempre insegura, adivinación del proceso cronológico de González Gancedo, nos parece que, bajo las constantes de sensibilidad y propensión poética que ya hemos anotado, ha ido avanzando siempre hacia una mayor concreción plástica y expresiva. Desde un cierto “tachismo” organizado, las manchas pugnaron por definirse como representaciones y, en sus obras más recientes, esta representación está cumplida hasta sobrepasarse, hasta ser representación más significación. Y, ¿cuál es la significación?: Vemos cabezas, figuras humanas formalmente verosímiles, pero en estas figuras y en su ámbito se han introducido datos mecánicos, imprimaciones cuadriculadas, referencias cartográficas. También en esto, el grafismo menudo, el hecho sígnico, es formalmente más concreto. Según creo, González Gancedo, en esta etapa de su obra, alude a la descolocación existencial de los seres humanos en un mundo tecnificado, acuciado por objetos-signo que se acuñan en su naturaleza. Pero González Gancedo no acude a desmesuras expresivas para delatar este conflicto; permanece fiel a su voluta de lirismo, y este entrevisto sufrimiento histórico es transcrito en un tono de vigilada delicadeza. Quizá esta conciliación, esta ausencia de violencia, esta aparente carencia de lógica entre el significante y el significado, sean, unidas a la notable delicadeza y minuciosidad de su estilo, el rasgo más radicalmente personal y distintivo de María Teresa González Gancedo.* * Exposición de Teresa Gancedo en la Sala Provincia. León, 23 de diciembre 1972 – 5 enero 1973.
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LOS r e t a z o s D E T E R E S A G A N C E D O C rist in a Re qu e n a
“Sus cuadros piden ser mirados muy despacio... hay que enfrentarse a ellos, coger una lupa y explorar”
La obra de Teresa Gancedo es una obra singular y totalmente personal. Sus cuadros piden ser mirados muy despacio, decía alguien “hay que enfrentarse a ellos, coger una lupa y explorar”. Pinta cuadros llenos de detalles, papeles, collages… Referencias al mundo animal, vegetal, a la cosmología… Obras llenas de signos, símbolos, árboles genealógicos, sueños, mapas… Y mucha iconografía religiosa cristiana: santos, vírgenes, ángeles… Cada obra es un laberinto de historias que cada espectador, si está atento, puede desentrañar. Teresa Gancedo nos da alguna pista cuando nos habla de sus cuadros “medio religiosos, medio paganos, medio festivos, medio tristes”. Afirma ser “agnóstica”, y sigue “en mis cuadros hay mucho simbolismo referido a la muerte y otro tanto sucede con la vida, y en medio está la religión. Quizá por eso empleo asiduamente los círculos y las esferas, como referencia al universo. De cualquier forma creo que mi pintura es algo muy íntimo y muy especial, que nadie, ni yo misma, ha sido capaz de encasillar en un estilo concreto”. r e t a z o s traza un puente de unión entre el pasado, el presente y lo que está por venir… Y debería resultar sorprendente que la obra de Teresa Gancedo sea capaz de traspasar todas las fronteras de espacio y tiempo, pero no lo es, no si acudimos a la idea de que existe un imaginario invisible, sutil y etéreo que nos une a todos. Y acudo a esa idea… ¿No son acaso los sueños, igual que los miedos, los mismos para todos los seres humanos? ¿No será que al final bebemos todos de la misma copa humana? * * Les Franqueses del Vallés: Artemisia, Art & Tendències, 20 de septiembre de 2013.
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A MB IG Ü E DA D, J U E GO E I R O NÍ A Au rora García Teresa Gancedo abre ahora una nueva etapa que, probablemente, va a sorprender a muchos. Con respecto a la obra anterior, la narración se ha tornado más unitaria y fácilmente legible, en vez de continuar por la vía del trabajo con tendencia a la seriación y la escueta forma del mensaje basado en una selección de imágenes simbólicas que adquirían a menudo su fuerza mediante la reduplicación. Pero, si bien se mira, esta pintora no ha cambiado tanto, o, al menos, no ha variado en demasía la actitud de la artista y lo que ella quiere comunicar a través de cada cuadro. Más que de transformaciones sustanciales, profundas, habría que hablar de cambios formales, los cuales, naturalmente, entran de lleno en la evolución de todo creador. Decimos que en el fondo no se han operado giros bruscos ni extraños en la trayectoria de la pintora porque ella sigue fiel a la representación de una serie de sujetos que conciernen directamente a la condición humana y, en especial, a los asuntos que conforman y afectan al hombre de una manera ineludible, como son aquellas tradiciones en que se ve envuelto desde su nacimiento, o bien el enigma del desenlace final, de la muerte, en cuya liturgia ha ahondado tanto en otros momentos Teresa Gancedo. La visión, ahora, se ha trasladado más hacia los temas y ritos de una religión en vida siempre estrechamente vinculada al fin, pero, en cualquier caso, la pasión de la pintora por lo que, sobrepasando el ámbito de la lógica, excede al dominio racional del conocimiento y supone a la vez aderezo y refugio a la dureza e interrogantes que plantea el existir, eso continúa manifestándose hasta el presente. En efecto, Teresa Gancedo se detiene, por ejemplo, en determinados acontecimientos bíblicos, pero su traslación al óleo nada tiene que ver ni con el proselitismo ni con lo catecuménico. Tampoco existe la certeza de que ella crea en cuanto narra. Le basta con el atractivo y el misterio que emanan esas historias, historias que forman parte de una mentalidad colectiva y alimentan una larga tradición. Al mismo tiempo, está ante todo la libertad del artista, que abarca desde la elección de los temas —como en literatura, cualquier asunto puede ser, de por sí, válido— hasta la plasmación personal que permite incluso desviarse de toda interpretación ortodoxa. En este caso concreto lo que domina es la ambigüedad, el juego, la ironía. Quizá, en las obras actuales, estos ingredientes hayan desbancado el trasfondo conceptual más dramático de los trabajos de antes. Particularmente la ironía, porque el factor sorpresa y el lado ambiguo siempre han estado presentes en el conjunto de la obra. Las mutaciones principales son, pues, de orden formal. Teresa Gancedo ha dejado a un lado la sintaxis sincopada y su conocido procedimiento de la acumulación ordenada de fragmentos, muchas veces reduplicativos, para llegar a una pintura de corte aparentemente más tradicional, aunque los elementos fantásticos y oníricos que la impregnan impidan que podamos hablar aquí de una intención realista. Tanto los paisajes como las figuras que pueblan los paisajes se presentan 91
alejados de toda perspectiva real, pasados por un filtro donde la imaginación desempeña un papel primordial. Por las frecuentes dislocaciones e ingredientes inesperados que proceden de una aguda fantasía concretada en esos microcosmos que tratan de lo divino y humano, no podemos evitar el recuerdo del Bosco, salvando, eso sí, las enormes diferencias. Aparte de que nuestra artista se sirve de unos recursos iconográficos más simples que no parecen querer desviarse de una deliberada ingenuidad. Mientras la retórica del Bosco contiene ese alto grado de complejidad que permite una multitud de niveles de interpretación, Teresa Gancedo se sitúa en un terreno más familiar y menos propenso a lo discursivo, descargando parcialmente las imágenes de su acusado poder connotativo original e introduciéndolas en contextos escuetos y atípicos, a la vez distantes y próximos. En algunas ocasiones la composición se cierra en un círculo, cosa que, buscando la perfección esférica, a llevara a cabo también el Bosco en el reverso del Jardín de las Delicias. No obstante, la postura contenida en los cuadros actuales dista notablemente de la nostalgia que destila, sin ir más lejos, la pintura italiana “colta”, y no hay anhelos de “revival” en estos trabajos. La cuestión es más sencilla: se reivindica la validez de asuntos en parte postergados y de técnicas imperecederas para ir más adelante y sacarles nuevas puntas. Teresa Gancedo se vuelca ahora plenamente en el óleo para dar vida a esos insólitos contrastes entre lo sabido y lo sorprendente, lo religioso y lo profano, lo viejo y lo nuevo, lo espontáneo y lo derivado de la reflexión, lo irónico y lo desprovisto de dobleces. Es en ese estrato resbaladizo y ambiguo donde la pintora da la impresión de sentirse a gusto. Su línea, ese camino escogido, no resulta, por otro lado, totalmente ajena a la de otros muchos creadores contemporáneos. Pienso, una vez más con acusadas distancias, en el universo de arranque metafísico y de profundas raíces tradicionales de Paladino, quien, sin embargo, le confiere una estructura y una dicción absolutamente propias, valiéndose de la materia y del color —también, en parte, de la iconografía, pero en segundo grado— para sobrepasar las reminiscencias de sobra conocidas y orientar la obra hacia otros horizontes inexplorados. Las figuras de Teresa Gancedo denotan un mayor abanico de referencias formales, quizá, por el momento, una cierta indefinición, apertura estilística, debido a que la artífice parece querer indagar simultáneamente en varios campos, pero esta etapa iniciada hace poco contiene grandes posibilidades que iremos viendo aflorar. A pesar de todo, dicha variedad de recursos no merma la unidad del conjunto, y la prueba fundamental está en el hilo ininterrumpido que mantienen esos singulares paisajes trabajados hasta con las manos, donde la materia se manifiesta en su riqueza y ductilidad y la paleta se inclina, dentro de las mezclas, por las gamas algo foscas. Es la lección, siempre arriesgada y ahí está el mérito, de una pintora con una valida experiencia en la plástica española actual.* * Aurora García es crítica de arte y comisaria independiente.
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PA R A L EE R E N LO E T E R NO A n ton i o C o l i n a s ( P r e m i o N acion al de Poe sía 1 982)
Es una fría mañana de invierno, casi inexplicable en esta tierra de luces blancas y fogosas. Estoy solo en la sala de enorme bóveda del Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza. A mi lado, un cuadro de Teresa Gancedo. No es uno de sus últimos cuadros, pero ya en él se reconocen los signos que ahora han madurado en su pintura. Es ya un excelente cuadro para leer en lo eterno. Fuera hace frío y aquí estoy bajo esta enorme bóveda de cañón como dentro de un útero de piedra. La piedra y la soledad me llevan al escalofrío, pero en ese cuadro de Teresa Gancedo, colgado del áspero muro blanco, reencuentro caminos, señales, mundos, para volver a dialogar con la totalidad. En este cuadro hay rasgos, transparencias, leves colores, veladuras que difuminan grandes temas, grandes aspiraciones. Estoy hablando de un solo cuadro de Teresa, pero es como si hablara de todos ellos, de una pintura tan personal y templada. El mundo está en sus cuadros como deshecho y, a la vez, hay en ellos esa coherencia que toda razón aporta. Es una pintura llena de connotaciones sensibles, conmovedoras, trascendentales, poéticas, mas no falta en ella la reflexión. Es una pintura que, además de sentir, nos hace pensar. ¿Sucede lo mismo con todo mensaje de raíz religiosa? Pesa mucho en la obra de Teresa Gancedo la atmósfera paleocristiana y la mansedumbre franciscana. ¿De dónde proviene esa simplicidad evangélica, apocalíptica en algunos casos, angélica en otros? ¿Acaso de raíces infantiles? ¿De la memoria en nuestra tierra de León, que se desvela —como en nuestros escritores— a través de un aprendizaje primero, hondísimo? ¿Compuso Teresa sus primeros sueños contemplando el almagre de las arcadas medievales? No he tenido por menos que recordar —al repasar ahora los cuadros de esta pintora leonesa— una pintura recientemente hallada tras el retablo de la iglesia del Salvador, en La Bañeza; una pintura del primer románico, valiosísima dentro del marco de nuestro ámbito cultural, que Teresa aún no puede conocer. Y, sin embargo, ¿de dónde nace esa comunicación, esa identificación de símbolos en el tiempo, 93
tantos siglos después? Una vez más valoramos la fértil idea del inconsciente colectivo. Todo pasa y todo queda. Y hay un sutilísimo hilo que en el tiempo une el corazón de los humanos, sus aspiraciones. Cambia el mundo y se transforma —creemos nosotros que se transforma— pero, en lo esencial, siempre es el mismo. Y son siempre los mismos los seres humanos, que leen en cielos, en ruinas, en campos. Teresa no cesa de leer en ellos para apresar su eternidad: en plantas, en pájaros, en animales humildes, en tierras espesas, en luces pastosas. Vírgenes, ángeles, rostros bíblicos o cristianos fundidos con lo pagano para expresar la dualidad inevitable. ¿Escenas recién salidas de un purgatorio o acaso de un infierno dantesco? ¿Quizá de un espacio celeste? No confirmaría yo esta última posibilidad. Puede más la vida en los cuadros de Teresa, el instante tenso, de espera. Hay demasiada materia y experiencia en esta pintura. Y contemplando aquí, en el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza, el rostro velado de un Cristo humanísimo, pienso en otras obras no menos decisivas, como en aquellos dos cuadros de 1978 —toda una cosmogonía— en los que Teresa fija el duro transcurso del tiempo. Una madre y un hijo contemplan en ellos —en dos tiempos, entre asombrados y espantados— la plena naturaleza, que luego se desvanece, deshace, corrompe y fosiliza. La primera de las escenas está bañada como en una gran piedad, en un hondo humanismo. Todo es materia que se transforma, y frente a ese cambio tiembla, fugaz, la sangre humana. Todo es materia y, en ella, algunos símbolos gracias a los cuales aún subsistimos, creemos y creamos, amamos y soñamos. Todo es muerte, nos repite la razón cada día, cuando el corazón dice lo contrario, e indaga en cielos contaminados, oscuros, abrasados, para buscar su centro, aquel espacio primero de la armonía primera. Ángeles flotan arriba para salvar la esperanza. A veces, todo es monte yermo en la vida, pero ¿qué decir cuando en ese monte se alza el símbolo, casi borroso, de una crucecita? ¿Qué pensar de la esfinge con aura en un paisaje en el que todo asciende? El hallazgo de la artista radica no solo en no ignorar la experiencia pasada sino en fundirla con la experiencia presente. Por eso, Teresa Gancedo es, ante todo, una pintora de nuestro tiempo. Y, en este sentido, no caben paralelismos. En los cuadros últimos, Teresa ha vaciado los símbolos que tanto ama. Ahora, éstos solo son círculos, estrías, cadenas de fugitivas luminarias, laberintos, desiertos, microcosmos. La pintura de Teresa está en el límite y ahí es donde se nos ofrecen las lecciones más decisivas. Teresa Gancedo en León. Ella vuelve ahora a nuestra tierra. Solo aquí cerrará su obra el círculo y adquirirá una máxima tensión, una enseñanza máxima. Luego, en la luz mediterránea volverá a abrir nuevos círculos, nuevas indagaciones. Gracias al don y al milagro del Arte, la pintora devuelve el signo al signo, la memoria lírica a la tierra propia, a la fuente de donde los frutos de esa memoria brotaron. Que no cese esta comunicación de Teresa Gancedo con la fuente de donde todo mana. Que no cese el manantial de su inspiración.* * Ibiza, diciembre de 1990
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T IEM PO D E NO S TALGI A Javie r He rn an do C arrasco Gustave Moreau, uno de los paladines del Simbolismo pictórico de finales de siglo XIX, afirmaba: “Yo solo creo en lo que no veo”. Al igual que para el resto de sus compañeros de generación, la construcción de su discurso pictórico se gestaba por tanto en el territorio del imaginario personal que es tanto como decir del inconsciente. Allí se hacinan los deseos junto a los recuerdos, las soledades y las incertidumbres, el pasado y en cierto modo el devenir intuido. Para los simbolistas el conocimiento era interior y tal como refiere el término que les identifica, el símbolo su vehículo de expresión. Porque es en las profundidades del sujeto, más allá de las apariencias externas, donde se fraguan sus actitudes y sentimientos frente a la realidad de la época: en el caso de los simbolistas su actitud estaba presidida por el rechazo a su tiempo, tal como pone en evidencia el relato de Joris-Karl Huysmans, À Rebours (A contrapelo), publicado en 1884 y que constituye un verdadero manifiesto de la generación simbolista. La pintura se convierte para estos creadores en refugio: un espacio de fuga donde se levantan nuevos paraísos mediante el reciclaje de determinados emblemas iconográficos de la cultura occidental. Si aludo al movimiento simbolista, incrustado en el tránsito del siglo XIX al XX, no es sino porque hallo en el trabajo de Teresa Gancedo notables relaciones con el mismo. Podría comenzar por aplicar a su obra aquel mismo adjetivo, ya que en efecto el símbolo, encarnado en la iconografía religiosa cristiana, constituye el eje de articulación de su discurso plástico. En segundo término, también sus escenarios, sus ambientes, remiten a un territorio de cierto aire nostálgico, alejado de la cotidianeidad palpable. Finalmente hay en estas pinturas una verdadera delectación con los valores formales, incluso decorativos en las obras más recientes, algo a lo que tampoco fueron ajenos los simbolistas. La memoria registra con desigual grado de intensidad y precisión el acontecer vital. Aunque nuestro consciente solo mantiene viva una pequeña parte de aquél —probablemente lo referido a las vivencias que en razón de las circunstancias psíquicas del momento en que sucedieron tuvieron una incidencia profunda en nuestra sensibilidad— el inconsciente atesora una ingente cantidad de información. Determinados periodos de la existencia marcan al sujeto de forma indeleble; cuando su contenido es negativo aquél puede vivirlo como un auténtico lastre del que no puede desprenderse. Por el contrario su efecto pudo ser dulce y en tal caso su recuerdo siempre será agradable: volver una y otra vez al pasado puede así convertirse en un ejercicio de gratificante nostalgia, en una fuente de inspiración inacabable cuando el protagonista es un creador. Yo creo que Teresa Gancedo, como los simbolistas, ha convertido la memoria en su argumento plástico. La memoria nos permite evocar las circunstancias del pasado, rescatar los recuerdos. Los de Teresa Gancedo están asociados a su infancia vivida en un hábitat rural, un periodo de su vida grato, tal como ella misma ha repetido. El mundo rural de la España de postguerra era aún un lugar incontaminado que guardaba intactos los hábitos económicos, 97
sociales y culturales. La cultura popular tenía ese aroma de sincera ingenuidad que se reflejaba por ejemplo en la expresión colectiva de su religiosidad, en la escenografía de sus ceremoniales o en la ejecución de sus imágenes. No es extraño por ello que la autora identifique su amanecer vital con aquella iconografía que literalmente inundaba con su presencia la cotidianeidad de una sociedad todavía no laicizada. Las iglesias y los exvotos, los cementerios con sus nichos repletos de fetiches dispuestos con voluntad estética representan bien el sentir de aquella saciedad. Para una niña este despliegue objetual no podía ser percibido sino como un juego. El huracán de la modernidad ha desterrado de nuestra civilización las elevadísimas dosis de penuria que siempre le habían acompañado. Las condiciones de vida se han suavizado hasta extremos que nadie hubiera podido imaginar hace solo unas décadas. Sin embargo estos innegables beneficios han venido acompañados de numerosos desajustes, muchos como es sabido de orden externo —el deterioro ambiental sería paradigmático a este respecto— y otros, no menos preocupantes, que han afectado a la condición misma del sujeto: ensimismamiento, incomunicabilidad crecientes. En cierto sentido este impulso transformador sufrido por la cultura occidental en el último cuarto de siglo ha generado en muchas personas sentimientos de pérdida, algo semejante a lo que les sucediera hace un siglo a los citados simbolistas, herederos al fin y al cabo de los románticos que ya habían atisbado en la primera mitad del siglo ciertos efectos perversos del desarrollo. Rescatar ciertos símbolos del pasado para componer un universo particular, tal como hace Teresa Gancedo, no es solo una actitud estética sino también una postura vital que significa en primer lugar una crítica del presente, de la misma manera que siempre lo han sido las alternativas utópicas. Pero, a diferencia de estas últimas que comportan en segundo término la proposición de un modelo alternativo, aquí el ámbito creado no pretende sobrepasar el nivel de la elocuencia poética. Las composiciones de esta artista han sido siempre de un hondo intimismo, una condición incrementada si cabe en los últimos años en la que parece decantarse hacia el lado del objeto. Estructuras de pequeño formato tratadas como collages en los que se conjugan diversos elementos y materiales en torno a un icono central: una figura humana, un ángel, un animal… le sirven para sugerir imágenes de apariciones, altares u ofrendas, por señalar algunas. En cierto modo estos pequeños contenedores —a veces el propio marco adquiere un desarrollo notable para otorgar protección, para aislar literalmente su interior— no constituyen sino la fracción de un conjunto más amplio, ya que la fragmentación es una de las estrategias compositivas permanentes de la artista. Así con notable frecuencia el espacio pictórico se convierte en un damero que contiene las correspondientes secuencias distribuidas de manera ordenada; relatos que rememoran los de los retablos medievales. Sin embargo en su obra reciente la secuenciación del relato, o sea, su avance narrativo, ha sido sustituido por la repetición de un elemento que soporta sutiles alteraciones en su avance. El cambio es el resultado más de un viraje formal que de una transformación temática. En efecto, la abierta expresividad de la pintura, la densidad cromático-lumínica sobre la que surgían como apariciones los seres simbólicos, la expansibilidad del espacio plástico, característicos de las obras de hace solo unos años, han dado paso a la sistematicidad lineal en la construcción tanto de los 98
fondos como de las figuras, a la contención expresiva, a las simetrías, a la limitación espacial. Los paisajes soñados, a veces próximos a los ámbitos virgilianos, otras a los infernales, se han metamorfoseado en espacios genéricos, de ubicación indeterminada, definidos como paneles ornamentales. Las tramas geométricas pueden adoptar directamente las formas de la decoración islámica, como en Altar de exvotos, en Cartas y recuerdos o en la serie Mosaico. Sobre su superficie se distribuyen animales y objetos, símbolos recodificados por la artista. Aunque sin duda la naturaleza de los significados de su pintura es de orden religioso, tal como confirma la práctica totalidad de los símbolos empleados, así como las alusiones bíblicas de sus obras: Creación, Sexto día, Caída, Paraíso, Ángeles y serpientes, Ofrenda, Altar de exvotos… creo que su lectura es más abierta. En primer lugar porque la recurrencia a dicha iconografía no puede desligarse de la memoria, con las implicaciones señaladas: infancia e identificación con la cultura popular. En segundo término y como consecuencia de lo anterior, el alcance del universo descrito apunta hacia la descripción de estados mentales, más que hacia la reconstrucción de hipotéticas narraciones tradicionales. Finalmente la presencia de referencias formales procedentes de culturas ajenas al cristianismo conforman un eclecticismo ajeno al orden estrictamente religioso. La figura silueteada en el interior de la mandorla colocada sobre el centro mismo de las tramas geométricas (Cartas y recuerdos, Estampa II) o el lagarto correteando sobre el piso estrellado de Mosaico I, parecen mostrar, con su evidencia simbólica, su artificiosidad, su silencio y su orden, la certeza de un entramado mental que cuenta con la complicidad de la memoria: una memoria que en su permanente presencia ha terminado por anular la distancia temporal. Es un tiempo silenciado el que exhalan estas pinturas, paralizado en cierto modo, como el que acoge a los entramados geométricos empleados. No recala en un trayecto histórico concreto sino como en muchos de nuestros sueños, como en muchas de las pinturas de Puvis de Chavannes, el tiempo parece suspendido. Brotan los acontecimientos en ese atractivo espacio, refulgen los símbolos en la intensidad de su pureza, despliegan su aura. Mosaicos, collages que desmienten dicha condición en la transparencia de su despliegue, en la armonía de su ritmo. Fragmentos de la memoria, de la nostalgia sedimentada en la ausencia del lugar, altares de la melancolía, de la utopía poética. Relatos serenos, a veces ligeramente turbadores, pero sobre todo relatos que se ubican en el marco de la memoria incontaminada, en la evocación permanente de otro tiempo, en la negativa a aceptar la desestructuración social del presente. La imaginación de la artista levanta un territorio nostálgico repleto de símbolos que han llegado a convertirse, dada su persistencia, en verdaderos ideogramas personales. Los animales y personajes bíblicos que recorren sus paisajes, la naturaleza historicista de algunos elementos compositivos, no contribuyen sin embargo a situar esta obra en el ámbito del revival; porque el aroma ambiental que respiran sus espacios es atemporal, pero también porque hay una sutilísima ironía bajo la inicial apariencia mística. Permanece siempre un tono de aflicción que refleja el sentimiento sin duda pesaroso de la artista sobre nuestro presente. Y es que si otro momento no demasiado lejano —los años centrales de la España franquista— fue definido como “tiempo de silencio” por el brillante narrador Luis Martín Santos, quizás éste en el que nos hallamos sea, y para Teresa Gancedo lo es, un tiempo de nostalgia.* * Texto para el catálogo de la exposición “Nostalgias”, de Teresa Gancedo. Junta de Castilla y León. 2000.
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DI S C U R S O S S OB R E L A R E AL I DAD E r n e st o Balle st e ros Arran z
Gancedo nace en León en 1937, vive en Madrid y Barcelona y estudia en la Escuela de Bellas Artes de Sant Jordi. En sus principios, su obra se inicia dentro del mundo conceptual, dando un gran protagonismo a los procesos afectivos relacionados con un auténtico “realismo poético” y rechazando un planteamiento puramente intelectual. Ella misma afirma que la realidad no es objetiva, sino subjetiva, y siempre transformada por la más estricta honestidad y que se halla inmersa en todo cuanto ocurre a nuestro alrededor. El espacio se crea en un primer lugar como un apoyo para todos los otros elementos; su intención es que este espacio y esos elementos comuniquen su identidad en un continuo diálogo, en una relación bidimensional y tridimensional. Trata el color de la manera más soberbia posible. La artista profesa una absoluta fidelidad al color del objeto a través de la superficie de la pintura, los tonos grises juegan un importante papel con sus grados, sus transparencias, su luminosidad, en fin. En esos elementos —espacio, color, objetos— Gancedo incorpora el tiempo como señal del deterioro del sujeto. Las imágenes utilizadas están siempre petrificadas, estáticas y son volumétricas. La movilidad nunca se presenta, se crea por la secuencia de imágenes en un espacio más o menos definido. Gran uso de símbolos religiosos, paisajes imaginarios y sombríos, el tiempo y el intento de asir lo que queda de su paso, son sus temas principales.* * Del libro “Pintura española contemporánea 1960-92”. Ed. Hiares.
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CONC E P T O , C R E AC IÓ N Y R E AL I DAD José C orre dor-Mat h e os Lo difícil hoy en arte es seguir adelante sin verse sobrepasado —todo va tan de prisa que casi hemos renunciado a alcanzar la liebre mecánica— y saber aprovechar al mismo tiempo las sugerencias que se nos van ofreciendo. Es muy fácil sentarse delante de la tienda y esperar a que pasen los cadáveres de movimientos y tendencias. Uno puede creer que todos terminan por darle la razón, y que ésta le pertenece. Lo difícil es ir pasando las pruebas sin rehuir el peligro, pero tampoco buscándolo: saber aceptar sin quedar prisionero —¿de quién puede uno ser prisionero sino de sí mismo? Estoy pensando en Teresa Gancedo. Podemos preguntarnos si es una pintora realista. No diré que su realismo es otro: porque siempre lo es, siempre se trata de ensayos de acercamiento a algo que es inalcanzable —ni siquiera tenemos la certeza de que allá haya algo—. Es realista de una de las maneras ahora posible. Es decir, con todo un bagaje de experiencias anteriores — de otros realismos y otras abstracciones: porque, ¿qué es el realismo sino una forma de abstracción?— que en el momento de crear tiene que desaparecer. El artista entonces ha de sentirse libre, borrar su historia personal, como diría Don Juan, el brujo yaqui, para ser capaz de aventurarse en lo desconocido. Teresa Gancedo trabajó un tiempo en el campo conceptual. Al contrario de otros, que han
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arrojado todo aquello por la borda, con demasiada alegría —me inspiran desconfianza tantas súbitas conversiones, que siempre son de algún modo políticas—, en su obra son reconocibles diversas notas que lo ponen en evidencia: ante todo el método. Lo que ella llama el “proceso”: partir de una fotografía de algo que le ha interesado o “utilizando un documento”; un “recorrido”, en el cual la idea tomada de dicho documento es interiorizada procurando “fusionar las dos realidades, la externa y la interna” —y aquí, en este punto es donde ella se arranca hacia el realismo—, y el “fin”, en el cual el objeto “es tratado de dos formas: una, trabajando el objeto con severísimo realismo, y otra utilizando el objeto en su forma bruta, incorporándolo a la obra plástica”. Otra nota puede ser la imagen misma, en que la realidad se presenta entreverada del concepto que tenemos de ella, sea por las fotografías que lo connotan o por elementos tomados de la realidad misma, los cuales, lejos de estar descontextualizados, como en los dadaístas, tratan de darnos su significado real. Este método de trabajo la lleva a la realización de series sobre un mismo tema o temas relacionados entre sí. Se insiste en una idea y al mismo tiempo se pone de relieve que la cala en la realidad ha de repetirse —aunque sea para convencernos de que esa imagen representa de algún modo la realidad, que ésta, a través de una insistente interpretación, termina por ser de otro modo—. En el caso de esta exposición en la Galería Vandrés el tema es la muerte y lo religioso, entendido esto como manifestación funeraria. Así, pues, vemos nichos, flores, estampas con el rostro o el cuerpo del Crucificado, la cruz. Dentro de este contexto, ésta es también la interpretación que hemos de dar a las huellas de una vida gastada, desaparecida, que vemos en las paredes que quedan al descubierto de una casa que se ha derribado. Igual que el conjunto de la exposición constituye una unidad temática, la seriación se produce con frecuencia dentro de cada obra, creándose estructuras de repetición. Esta insistencia, a la vez que nos convence de un hecho real lo convierte en algo abstracto. No es extraño que, en ocasiones, de las cosas, sólo queden sombras, unas estructuras y unos ritmos que sirven de andamiaje plástico. Con relación al conceptualismo advertimos claramente que aquí los valores plásticos son los primeros. Antes, incluso, que los de contenido no intrínsecamente plástico.
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De ahí la imparcialidad que ante el hecho real tenga la autora. El verdadero creador, como tal, es indiferente al mundo que trata que representar o interpretar. No juzga, ni critica: lo pone en evidencia. Selecciona —y aquí es donde se puede considerar acaso que existe cierto juicio— y muestra. Al artista no le importa lo que ve, porque su propósito es ir más allá de lo real, o ir al fondo de ello, de modo que no puede ser cabalmente consciente de lo que, en última instancia, pretende. En la pintura de Teresa Gancedo, del mundo se nos dan unos rastros, que tienen carácter de signos y símbolos. A veces, para reforzarlos, los da en forma de collage. La muerte y la religión ofrecen un campo con demasiadas facilidades para que no se caiga en el tópico, el kitsch o simplemente en la trivialidad. El trabajo de esta artista, por rigor y seriedad, evita todos esos peligros. Del resultado plástico se han evaporado los contenidos literarios y filosóficos, la reflexión, que ella no desea para su obra como resultado. Puede haber formado parte todo eso del proceso, pero la meta era plástica. Esas paredes viejas han adquirido unos tonos que tienen valor por sí mismos. La huella en negativo que ha dejado un crucifijo en la pared es, ante todo, un juego de positivo-negativo. Es decir, no es irrelevante que el tema sea éste: el hecho de que haya realizado una serie sobre él lo atestigua. Como no es irrelevante que se apoye en hechos reales. El que se haga abstracción de todo eso, para formular una visión, necesariamente interpretativa, indica que como punto de partida es esencial. Plástica pura, pero cargada de resonancias emotivas. Estas resonancias se nos dan lavadas de lo demasiado humano: nos hallamos en un plano artístico, donde lo humano ha pasado por cierta trasmutación. Las emociones se sostienen por sí mismas, hablan por sí mismas. El arte no ha de tratar de conmovernos, y la emoción que nos produce es abstracta también: cargada de resonancias de emociones primarias, es también pura. Las flores, la imagen de Cristo, la cenefa o la sombra de algo llegan cargados de significados simbólicos. Como arista entre lo real y lo abstracto en que nos hallamos la situación es inestable. Cualquier error puede hacer peligrar la vida de la artista como tal, y venirse toda la fábrica abajo. Pero la fábrica de Teresa Gancedo 105
está sólidamente construida, y el riesgo lo entendemos como parte de una aventura de la que esperamos volver. Resulta un poco brusco que me refiera, de pronto, a la técnica utilizada, pero quizá sea conveniente volver al terreno llano, antes de que el espectador se enfrente con la obra de esta artista. Hemos hablado ya de collage, que usa para reforzar algo, según el ya viejo propósito que viene del cubismo. El color es tenue, agrisado, con muchos matices y como si el tiempo lo hubiera dejado en el estado en que está. Es curioso que haya preferido hasta ahora el acrílico para los cuadros, y, según se haya ido acentuando el realismo, necesite del óleo, probablemente necesario para el trompe l’oeil que observamos en algunas obras. La perspectiva renacentista no está utilizada con la convicción o ingenuidad con que se practicó hasta que los movimientos modernos la declararan inválida. Si la encontramos ahora es como elemento del collage. El cuadro, en conjunto, puede no tener perspectiva alguna: ser un plano donde se compone una imagen polívoca, cargada de significaciones y con profundidades parciales distintas. Si por un lado nos hundimos, a través de una fotografía u otra imagen icónica cualquiera, por otro, un cordel, unas flores, se nos adelantan. Puede darse el caso de que lo que parezca pintado es real, un objeto pegado, y lo que se nos antoje a simple vista pegado sea pintado. No puede faltar el equívoco, cuando de realidad se trata. ¿Qué decir, por ejemplo, de la situación en el espacio de los distintos elementos y del propio conjunto? ¿Flotan, descansan o pesan, se nos vienen encima, huyen de nosotros, tratando de arrastrarnos? Todo esto, en los cuadros se nos da con mayor gravedad y fuerza, mientras en los gouaches, acuarelas y dibujos, como era de esperar, todo es más ligero. ¿Más desenfadado, menos comprometido? Más libre, si acaso, sólo en el sentido de que los problemas, al contrario de lo que ocurre en los lienzos y tablas, se nos dan a título de anticipación y ensayo, o como apuntándolos. De ahí la gracia y atractivo que suelen tener siempre las realizaciones sobre papel. Lo que no ocurre con frecuencia es que, como en el caso de Teresa Gancedo, los problemas sean bien planteados y resueltos también en obras más corpóreas, ya con carácter de tesis. Teresa Gancedo aprovecha de los movimientos de vanguardia aquello que le interesa, y lo hace de manera coherente. El resultado nos hace olvidar la técnica y el proceso. Precisamente porque el fin ha sido alcanzado. Y si, a caballo de lo real y lo abstracto, de lo conocido y lo desconocido, no sabemos exactamente dónde nos encontramos, considero que es porque la artista ha alcanzado su meta —una meta que no podía saber de antemano cuál podía ser con exactitud— y nosotros hemos sabido seguirla.* * Texto del catálogo de la exposición de Teresa Gancedo en la galería Vandrés. Madrid: abril-mayo 1981.
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1998 Galería EEGEE-3, Madrid. 1998 Galería Sol, Granollers. 1999 Galería Ignacio de Lassaletta, Barcelona. 1999 Galería Armaga, León. 2000 Sala Lucio Muñoz, Junta de Castilla y León, León. 2000 Sala del Monasterio Nuestra Señora del Prado,
Valladolid. 2000 Casa de Cultura de Altea (Alicante). 2000 Palacio de Santa Inés, Granada. 2001 Galería Víctor Saavedra, Barcelona. 2002 Art Centre, Barcelona. 2002 Art Centre, Andorra. 2004 Art Centre, Barcelona. 2004 Art Centre, Andorra. 2004 Galería Moderna, Tarragona. 2004 Galería Armaga, León. 2005 Galería Art Centre. Barcelona. 2005 Galería Art Centre. Andorra. 2005 Sala de Expociones de la Universidad de León, León. 2006 Galería Art Centre. Barcelona. 2007 Ayuntamiento de Figueras. 2008 Galería Palacio de Cultura de Barcelona. 2009 Galería Art Centre. Barcelona. 2009 Galería Ármaga. León. 2010 Galería Beaskoa. 2011 Galería Donas. Sant Cugat. 2012-2013 Galería Ármaga. León. 2013 Galería Art Centre. Barcelona. 2013 Galería Sant Cugat del Vallés. 2014 Galería Artemisia, Granollers. 2015 Exposición colectiva en la Sala del Ayuntamiento de Barcelona. 2016 Galería Artemisia, Granollers. 2016 Galería Art Centre. Barcelona. Colectiva. 2017 Galería Ármaga. León.
O B R A EN M USEOS y c ol ec c i o n e s pú bl i cas y p r ivadas
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116
Á LB U M D E F OT OS
Teresa y su hermano Pepe, con cuatro y cinco años. Teresa Gancedo, con 21 años, en Cercedilla (Madrid).
Teresa Gancedo.
Teresa Gancedo. 117
ExposiciĂłn Vali-30 con Aguilera Cerni y Alfredo GuillĂŠn.
Teresa Gancedo con el marchante Fernando Vijande. 118
Delante de la obra que adquirió el Museo Gughenheim de Nueva York.
Teresa Gancedo con el pintor Pérez Villalta en la exposición del Gughenheim.
Teresa Gancedo con sus amigos artistas en Nueva York: Miguel Navarro, Carmen Calvo, Pérez Villalta y Sergi Aguilar. 119
Con su madre y hermana en 1961. Teresa con sus hijos Antonio y Juan.
Con su madre y hermanos en Tejedo del Sil, el pueblo leonés donde pasó sus veranos de infancia. 120
Teresa Gancedo descansando en un claustro, en León, año 2000.
Teresa, con su hermana y su sobrina, en el pueblecito de Tejedo del Sil.
Teresa, con su nieta Isabel.
Teresa, con su nuera y sus nietos 121
Teresa Gancedo, en Leรณn, 2016.
122
Teresa Gancedo, en Leรณn, 2016.
TERESA GANCEDO EN LA RED
VIDEO
Título original: “Teresa Gancedo: Un museu a dintre de casa” “Un museo dentro de casa” “A Home Museum” Un vídeo sobre la obra de Teresa Gancedo, pintora leonesa afincada en Barcelona, realizado por Josep Rovira i Gallemi. Enero 2016. https://youtu.be/jeL7-WStPKA https://vimeo.com/163570537
WEB: teresagancedo.com
BLOG: teresagancedo.wordpress.com 123
Í ND ICE D E O B R A S
Portada: “El jardín de Eva”. Óleo sobre tela. Años 90’. Página 2: Óleo sobre tela. Años 2000’. Página 3: Objeto sobre madera. Años 2000’. Página 4: Óleo sobre tela. Años 90’. Página 6: Dibujo sobre cartón. Años 80’ / Dos óleos sobre madera. Años 90’. Página 7: Fragmentos del Catálogo “New Images from Spain”. Guggenheim, New York. 1980. Página 8: Dibujo sobre cartón. Años 80’. Página 9: Dibujo sobre cartón. Años 80’. Página 10: Dibujo sobre cartón. Años 80’. Página 11: Óleo sobre tela. Años 80’. Página 12: Óleo y
124
técnica mixta. Años 80’. Página 13: Objeto. Óleo sobre madera. Años 2000’. Página 14: Óleo sobre madera. Años 90’. Página 15: Óleo sobre madera. Años 90’. Página 16: Dibujo a lápiz. Años 70’. Página 17: Tres dibujos a lápiz. Años 70’. Página 18: Dos óleos. Años 80’. / Un óleo. Año 2000’. Página 19: Óleo sobre tela. Años 2000’. / Óleo. Años 80’. Página 20: Dibujo. Técnica mixta. Años 2000’. Página 21: Dibujo. Técnica mixta. Años 2000’. Página 22: Dibujo sobre papel japonés.
Años 2000’. Página 23: Dibujo sobre papel japonés. Años 2000’. Página 24: Dibujo sobre papel japonés. Años 2000’. Página 25: Óleo sobre tela. Años 2000’. / Detalle. Página 26: Óleo sobre tela. Años 2000’. Página 27: Óleo sobre tela. Años 2000’. Página 28: Dos óleos sobre madera. Años 2000’. Página 29: Óleo sobre tela. Años 90’. Página 30: Tres óleos sobre tela. Años 2000’. Página 31: Óleo sobre cartón. Años 2000’. Página 32: Tres óleos sobre tela. Técnica mixta. Años 90’.
Página 33: Óleo sobre madera. Años 2000’. Página 34: Técnica mixta. Años 90’. Página 35: Óleo sobre tela. Años 2000’. Página 36: Pintura. Óleo sobre madera. Años 2000’. Página 37: Óleo sobre madera. Años 90’. / Dos objetos. Años 2000’. Página 38: Instalación. Años 2000’. Página 39: Óleo y cerámica. Años 80’. / Detalle. Página 40: Óleo sobre madera. Años 80’. / Óleo. Años 2000’. / Óleo. Años 90’. Página 41: Óleo sobre madera. Años 2000’. / Detalle de la obra. Página 42: Dos dibujos. Años 2000’.
Página 43: Dos dibujos. Años 2000’. Página 44: Dos dibujos. Años 2000’. Página 45: Dos dibujos. Años 2000’. Página 46: Dibujo sobre papel antiguo. Años 2000’. Página 47: Dibujo sobre papel antiguo. Años 2000’. Página 48: Dos dibujos sobre papel antiguo. Años 2000’. Página 49: Óleo sobre madera. Años 2000’. Página 50: Óleo sobre tela. Años 2000’. Página 51: Óleo sobre tela. Años 2000’. Página 52: Dos óleos sobre madera. Años 2000’. Página 53: Dos óleos sobre madera. Años 2000’. Página 54: Ocho óleos sobre madera. Años 2000’. Página 55: Óleos sobre madera. Años 2000’. / Detalles. Página 56: Cerámica. Años 80’. / Óleo sobre tela. Años 90. Página 57: Óleo sobre madera. Años 2000’. / Óleo sobre tela. Años 2000’. Página 58: Dibujos transparentes.
Años 90’. Página 59: Técnica mixta. Años 2000’. Página 60: Óleo sobre lienzo. Años 2000’. / Dos óleos. Años 2000’. Página 61: Óleo sobre madera. Técnica mixta. Años 2000’. Página 62: Serie Vitrina. Años 80’. Página 63: Serie Vitrina. Años 80’. Página 64: Óleo sobre tela. Años 2000’. / Óleo sobre tela. Años 2000’. / Dibujo. Años 90’. Página 65: Dibujos sobre papel. Años 90’. Página 66: Dos óleos. Técnica mixta. Años 90’. Página 67: Pintura sobre tabla. Años 90’. / Dibujo. Años
2000’. Página 68: Dibujo sobre papel impreso. Años 2000’. Página 69: Vitrina. Técnica mixta. Años 90’. Página 70: Vitrina. Técnica mixta. Años 90’. Página 71: Tres vitrinas. Técnica mixta. Años 90’. /Óleo. Años 90’. Página 72: Pintura sobre tabla. Años 90’. / Caja. Años 2000’. / Pintura. Años 80’. Página 73: Cajas y objetos pintados al óleo. Años 2000’. Páginas 74 a 78: Objetos pintados al óleo. Años 2000’. Página 79: Dos objetos pintados al óleo. Años 2000’. / Dos óleos. Años
2000’. Página 80: Pintura al óleo. Años 2000’. Página 81: Pintura al óleo. Años 2000’. Página 82: “Mis ex votos personales”. Años 2000’. Página 83: Pintura “Ex votos”. Años 2000’. Página 84: Dos obras al óleo. Años 2000’. Página 85: Dibujo sobre papel japonés. Años 2000’. Página 86: Dos dibujos. Años 2000’. Página 87: Detalle de un óleo. Años 90’. Página 88: Dos óleos. Años 2000’. Página 89: Objeto pintado al óleo. Años 2000’.
125
Página 90: Óleo sobre tela. Técnica mixta. Años 2000. Página 91: Óleo sobre madera. Técnica mixta. Años 80’. Página 92: Óleo sobre madera. Años 2000’. Página 93: Óleo sobre madera. Años 2000’. Página 94: Óleo sobre tela. Años 2000’. Página 95: Óleo sobre tela. Años 2000’. Página 96: Óleo sobre tela. Años 2000’. / Detalle. Página 97: Objetos pintados al óleo. Años 2000’. Página 98: Objetos
126
y escultura. Años 2000’ Página 99: Pintura “Ex votos”. Años 2000’. Página 100: Óleos sobre tela. Años 2000’. Página 101: Pintura al óleo. Años 2000’. Página 102: Óleo sobre madera. Años 90’. Página 103: Dibujo. Años 90’. Página 104: Óleo sobre tela. Años 80’. Página 105: Óleo sobre tela. Años 80’. Página 106: Óleo sobre madera y objetos. Años 90’. Página 107: Óleo
sobre tela. Años 2000’. / Detalle. Página 108: Vitrina. Años 90’. Página 109: Óleo sobre madera. Años 2000’. / Dibujo transparente. Años 90’. Página 110: Óleo sobre madera. Años 2000’. Página 111: Óleo sobre madera. Años 90’. Página 112: Óleo sobre madera. Años 90’. Página 113: Objetos pintados al óleo. Años 2000’. Página 114: Óleo sobre madera. Años 2000’. Página 115: Óleo
sobre madera. Años 70’. Página 116: Óleo sobre madera. Años 2000’. Página 124: Óleo sobre tela. Años 2000’. Página 125: Óleos sobre madera. Años 2000’. Página 126: Óleo. Técnica Mixta. Años 2000’. Página 127: Detalle de un dibujo transparente. Años 90’. Página 128: “Eva”. Óleo. Técnica Mixta. Años 2000’. Contraportada: “Maleta”. Fotografía. Años 60’. / Objeto. Años 2000’.
Í ND I C E TERESA GANCEDO
3
MI TRABAJO PLÁSTICO Teresa Gancedo
5
LAS COSAS ÍNTIMAS Eloísa Otero
13
RESEÑAS Y TEXTOS CRÍTICOS Mª TERESA G. GANCEDO Antonio Gamoneda
87
LOS r e t a z o s DE TERESA GANCEDO Cristina Requena
89
AMBIGÜEDAD, JUEGO E IRONÍA Aurora García
91
PARA LEER EN LO ETERNO Antonio Colinas
93
TIEMPO DE NOSTALGIA Javier Hernando Carrasco
97
DISCURSOS SOBRE LA REALIDAD Ernesto Ballesteros Arranz
101
CONCEPTO, CREACIÓN Y REALIDAD José Corredor-Matheos
103
Exposiciones Obra en museos y colecciones públicas y privadas Han escrito sobre Teresa Gancedo Álbum de fotos Teresa Gancedo en la Red Índice de Obras Agradecimientos
108 109 110 117 123 124 128 127
AGRADECIMIENTOS A las galerías y museos que mostraron mis obras, a la Facultad de Bellas Artes de Barcelona donde fui profesora titular muchos años, a mi familia y amigos y coleccionistas de mis obras, entre ellos en especial a Joana Almirall y Francesc Macià, Nicolás Garrido y muchos más. También a Eloísa Otero, poeta a la que admiro, que diseñó este catálogo con mucho cariño. Y especialmente a Asunción Robles y Marga Carnero, directoras de Ármaga, mi galería de León. Teresa Gancedo
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1960 - 2017 130