5 minute read

Un POT sin apellido

ANÁLISIS

Un POT sin apellido

Advertisement

El Plan de Ordenamiento Territorial (POT) no es una panacea para el creciente repertorio de problemas que enfrenta Bogotá. Pero tampoco se debe desestimar su importancia, pues ordenar la ciudad es delinear la estructura física y el desarrollo de la capital, con el fin de mejorar la calidad de vida de sus habitantes.

FERNANDO ROJAS PARRA

Los desafíos de la ciudad exigen tener un plan sin apellido y, en vez de eso, construir uno que sea de Bogotá.

Bogotá no es una ciudad sin planeación, a pesar de que a veces el día a día sugiera lo contrario. Que no se haya desarrollado de acuerdo con lo que querían los políticos y los técnicos es otra cosa. Desde la Colonia hasta comienzos del siglo XX Bogotá fue más un pueblo que una gran capital. Su desarrollo urbano fue precario, con grandes limitaciones en servicios públicos, y se dio más por la subdivisión de lotes que por una extensiva ocupación del suelo. En 1923, se presentó Bogotá Futuro el primer plan urbano de la ciudad. Desde ese momento hasta hoy, con la propuesta de Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de Claudia López, nuestra ciudad ha tenido por lo menos 17 planes. Este ha sido un camino tortuoso, pues la mayoría de los modelos propuestos para transformar a la ciudad no han ido de la mano con sus desafíos más importantes.

Casi todos los planes se propusieron los mismos objetivos: anticipar el crecimiento urbano y demográfico; definir los usos del suelo en todas las áreas de la ciudad; construir infraestructura vial; ampliar la cobertura de servicios públicos; ubicar instituciones sociales, educativas y de salud; más adelante, crear un sistema de transporte público; y, los más recientes, proteger pedazos de la estructura ecológica de la Sabana en donde se asienta Bogotá.

Desafortunadamente, para Bogotá los planes propuestos reflejaron unos ideales de políticos y técnicos de turno, quienes pensaron que podían construir una ciudad a partir de modelos e imaginarios que no tenían asidero en la realidad de la capital. Por eso, el crecimiento desordenado no dio tregua, la informalidad se tomó más de la mitad de la ciudad, la inequidad se extendió hacia todos los puntos cardinales y nunca se resolvieron los problemas de fondo que todavía afectan a la mayoría de los bogotanos.

La situación no cambió con el POT que por decreto emitió Enrique Peñalosa en el año 2000, ni con la propuesta de revisión de Petro que negó el concejo en 2013. Tampoco hubo avance con el POT que Peñalosa, en su segunda alcaldía, fue votado negativamente por los concejales que lo habían apoyado durante el resto de su administración. Lo que quedó claro durante estas discusiones fue que, a diferencia de otros momentos, la discusión sobre el futuro de la ciudad no sería simple, ni de trámite.

Gremios, medios de comunicación, expertos, universidades, políticos, líderes sociales, ambientalistas, animalistas, abogados, arquitectos y urbanistas, grupos de vecinos y ciudadanía en general se esforzaron para sentar sus posturas frente al ordenamiento de la ciudad y se organizaron. La pluralidad de la vida urbana quería verse reflejada en el ordenamiento de la ciudad y desbordó los procedimientos de un trámite burocrático, en un momento en que la participación cívica era vista casi como un saludo a la bandera.

La administración de Claudia López radicó este año una nueva propuesta de POT en el concejo de la ciudad, e incluyó en ella elementos valiosos. Es de resaltarla visión para ampliar la estructura ecológica de Bogotá y reforzar su protección; también lo es la propuesta para desarrollar un sistema de transporte público multimodal, organizado alrededor del futuro metro y no de los buses; otro avance está en exigir a los constructores aportar más vías, espacio y servicios públicos para poder desarrollar grandes proyectos en momentos en que la infraestructura de la ciudad es insuficiente; y una de las ideas que la alcaldesa ha abanderado, para que Bogotá cuente con una red de servicios de cuidado para las mujeres y las poblaciones vulnerables, distribuidos por toda la ciudad.

El destino de este plan está ahora en manos del concejo. Los 45 cabildantes de la ciudad tienen la oportunidad de modificar el contenido del POT y de abrir la puerta para que más ciudadanos participen de la discusión sobre la norma que regirá el ordenamiento urbano de Bogotá durante los próximos doce años.

El POT no es una panacea para el creciente repertorio de problemas que enfrenta la ciudad y agobian diariamente a los bogotanos. Pero tampoco se debe desestimar su valor, pues ordenar la ciudad es influir en el desarrollo de nuevas industrias y comercios. Es delinear los lugares para construir viviendas dignas, espacios públicos, colegios y hospitales. Es definir la manera más eficiente y decente de mover a los bogotanos hacia donde deben llegar.

Encontrar soluciones para estos problemas exige tener un plan sin apellido y, en vez de eso, construir uno que sea de Bogotá. Sólo así se logrará que, sin importar quién mande, nuestra ciudad sea más sostenible, equitativa y con más corazón. Al final, los políticos seguirán su camino, pero nosotros seguiremos viviendo aquí. No podemos olvidar que el futuro de Bogotá será resultado de sus propios esfuerzos, de la vitalidad de su gente y de liderazgos generosos.

This article is from: