Suicidio - revista El Rollo Ed. 14

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Agosto 2013 *

N煤mero 14

ISSN 2027-3096

Publicaci贸n de la Fundaci贸n Providencia 2000 / Armenia, Colombia / www.revistaelrollo.blogspot.com


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Suicidio E D I T O R I A L

El suicidio, tema que ocupa la edición 14 de la revista El Rollo, ha sido considerado un problema para la sociedad tanto en el milenio que terminó como en este que apenas despunta. La complejidad de su abordaje lo hace un trasegar por los oscuros pasadizos del ser humano.

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C O N T E N I D O

/ Edición 14 / Agosto 2013

Director Pedro Zuloaga

El pan de los apartados Julián Vivas

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Angustia existencial, suicidio y ética Agostino Abate Pbro

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Y es que para tratar de entenderlo hay que acudir a las ciencias humanas como la filosofía, la sociología, la psicología, la psiquiatría, entre otras; todas ellas con postulados afines, pero también con polos opuestos; todo esto sin contar con la esencia espiritual y la construcción religiosa de cada individuo. Todas ofrecen luces, que ciertamente ayudan a su comprensión, aunque dejan sombras y dudas, ya que ninguna llega a la profundidad de la mente humana.

Saltar de un edificio es la suerte de muerte que jamás planearías Angélica Beltrán Lozano

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¿Por qué nos gustan los suicidas? Leidy Rojas

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Háblame más duro Nathalia Baena Giraldo

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Ilustración Jorge Mendoza

Se sabe por ejemplo que el suicidio está ligado a enfermedades como la depresión y a los estados alterados de la conciencia, de igual forma que los problemas económicos, el desempleo, la falta de oportunidades o desengaños amorosos son detonantes, pero constatamos que no sólo se suicidan los depresivos, los enfermos mentales y los más pobres de la pirámide social, también lo hacen los cuerdos, los de la cima y los que poseen familia.

Lo que pesa el alma de dos libras y media Dayron Londoño

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Fotografía Ricardo Vejarano

Rollito María Helena Sandoval

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Portada Maucho

Cuando papá se convirtió en un moustruo Yveen Morales

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Saliendo del infierno Camila Torres

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Una partida sin despedida Dayana Matos Rodríguez

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Olor a jazmín Yureini Ducuara

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Emboscada a la parca Jesús María Cataño

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Pregunta al teólogo Agostino Abate Pbro

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No puedo correr más Jorge Mendoza

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Lo más grave de esta problemática es que, en las entidades gubernamentales, no se ven políticas claras para el manejo del tema, parece ser que cada uno da pasos en ese oscuro laberinto tratando de hacer algo para mitigarla, con resultados poco alentadores; y cada suicidio confirma la premisa de no saber en qué dirección avanzar. Se hace necesario pues, abonar esfuerzos en la educación, tanto de las futuras generaciones como de las actuales, para que la persona ocupe su lugar de preferencia en el universo, por encima de la naturaleza, los sistemas políticos, religiosos, económicos y de las nuevas tecnologías que lo alienan al punto de anularlo. Aprender a tomar un respiro en medio del vertiginoso ritmo de vida, a enfrentar los problemas, las consecuencias de nuestros actos, conocernos a nosotros mismos, no temerle a la soledad, al fracaso, contribuirá al fortalecimiento de la sociedad y a la consolidación de generaciones más comprometidas con su rol en el aquí y el ahora. Abrimos esta edición para que los colaboradores nos relataran experiencias, y nos dieran sus puntos de vista como una manera de colocar el tema sobre la mesa, creemos que es la única forma de homenajear a todos aquellos que por diferentes circunstancias se encontraron frente a esa difícil decisión y dieron el paso. A ellos, paz en su tumba.

Las opiniones emitidas en los textos aquí publicados son responsabilidad única y exclusiva de los autores.

Edición Jorge Mendoza María Helena Sandoval Diagramación y diseño Jose Rodríguez Torres

http://elblogdemaucho.blogspot.com

Agostino Abate Director Ejecutivo Fundación Providencia 2000 Edición número 14 Agosto 2014 ISSN 2027 - 3096 Para más información, colaboraciones y comentarios revistaelrollo@gmail.com Impreso en Litografía Luz Armenia, Colombia

FUNDACIÓN

PROVIDENCIA 2000 La revista El Rollo, proyecto de la Fundación Providencia 2000 en concertación con ADVENIAT.


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Fotografía: Ricardo Vejarano

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Hace calor, y aunque la luna ya se aposentó en el cielo, el sol obstinado sigue queriendo hacer acto de presencia. El sonido de calles empedradas, mareadas por el correr de mocosos infantes, retumba en los oídos de padres que alardean de sus inmensas cajas negras que humean música pegajosa, y madres que gritan con fervor al escuchar el número que les permite ganar el bingo. Entre los niños que deambulan por la calle, yo, un escuálido y cabezón muchacho, de correr particular. A éste lánguido niño, al que le fascinaba dañar la chequera de su papá porque se creía banquero y andar bajo la lluvia porque según él, era inmune a las enfermedades, las noches de fino júbilo y alegre comparsa se le acabarían muy pronto. Las puertas de las casas de la calle novena del barrio La inmaculada en la negra y porteña Buenaventura, se encuentran abiertas; en la esquina, la tienda “El paisita” ofrece el plátano a trecientos pesos y la libra de arroz a setecientos. Frente a ella, todos los días -y así lo ha hecho durante veinte años- Doña Rosa saca su vitrina de vidrios quebrados, su paila de orejas dobladas y fondo quemado, y se digna a vender hojaldras, churros, bofe, empanadas, chicharrones, chorizo y tinto; siempre con éxito rotundo, el único día que no salió a vender, fue cuando se suicidó su hijo Gabriel.

Al lado de ella, sentada de pierna cruzada, su fiel y eterna compañera de chismes, Ester, la modista del barrio, una mujer que vive agradecida por los seis hijos que Dios le ha dado: Paola, Jesenia, Margó, Luz Dari, Lizet, y el varón Andrés. Todos ellos descendientes del mismo alcohólico, fumador e irresponsable padre. Se la pasan día y noche hablando de las, según ellas, putas del barrio. Entre ellas, Vanessa, alias “la negra”, famosa por formar entretenidas y bélicas discusiones con su marido veinte años mayor que ella, por lo menos dos veces a la semana. Peleas, en las que salen a volar correas, sillas y televisores, y que al día siguiente terminan una fingida huida con pedida de perdón incluida y una enredada de cobijas que dura más de dos horas, y que cual megáfono, penetra los oídos de más de media cuadra. Ya son las nueve de la noche, mi madre cual inmensa matrona, de voz imponente, y rulos en la cabeza, para su juego de bingo para indicarme con una temible y firme mirada que ya me queda poco tiempo de risas y sudor justificado. De pronto, un ¡pam, pam! que sólo había escuchado en las películas de domingo en la noche, que mi mamá nunca me dejaba ver, aturdió los oídos de todos; los rostros se deformaron y el grito de madres angustiadas no se hizo esperar. En un segundo, todo se convirtió en silencio. Los chorizos, churros y

chicharrones de Doña Rosa, quedaron a la deriva, las cinco hijas de Ester que antes de aquel impacto jugaban rayuela, dejaron las conchas de botella que les servían de fichas y corrieron a los brazos de su madre, quien las resguardó como un gramo de oro en época de sequía minera. Vanessa fue arrastrada por su marido a la casa, ella, con un seño de rencor tan claro como su temor hacia él, obedeció sin contratiempos. Nunca olvidaré la mirada de mi madre en aquel instante, jamás la había visto tan angustiada. De un jalón me entró a la casa, cerró las ventanas, y mientras mi boca intrigada preguntaba qué pasaba, ella, con ojos asesinos y el dedo índice frente a la boca, me ordenaba que me callara. En ese momento comprendí que la vida puede acabarse en cualquier momento, y que los días de jugar hasta altas horas de la noche, habían terminado. Tras la traumática espera, rostros con cejas levantadas y ojos pasmados se ocultaban detrás de las puertas, seña del imperante miedo que nos abrigaba. Buenaventura, sigue tan viva, como el sol en las tórridas noches, la luna en los días oscuros, y el luto en los lúgubres cementerios.

Julián Vivas

Estudiante de Comunicación Social - Periodismo Universidad del Quindío


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ANG USTIA EXISTENCIAL,

Es un hecho evidente y de sentido común, que la gente que se siente a gusto y satisfecha de la vida no experimenta ningún deseo humano de morir. El miedo a la muerte es un grito instintivo a favor de la existencia, que se considera como un bien. Nadie quiere escaparse de ella cuando no exista ninguna circunstancia o acontecimiento que la hagan insoportable. Cuando alguien se suicida es porque le sobreviene algo que rechaza de manera absoluta y se encuentra impotente para enfrentarse con esa situación. Lo que busca es dar salida a un problema que se ha hecho dramático para compartirlo con la vida. Es mejor evadirse de ésta, como un intento de eliminar lo que de otra manera se vivencia como una tragedia sin solución. Es decir, existe una estrecha vinculación entre el suicidio y el malestar existencial. Hay distintas teorías que intentan explicar el suicidio, sin embargo se podrían resumir en torno a motivaciones sociológicas y psicológicas. Durkheim insiste en las primeras subrayando la importancia de los vínculos sociales como condiciones básicas para la integración del individuo. Cuanta menos vinculación exista con las normas y valores de la sociedad, tanto mayor será el peligro de romper con la propia existencia. Los tres tipos fundamentales que él mismo enumera -suicidio egoísta, altruista y anónimo- se explican por una falta de solidaridad y debilitamiento en las relaciones comunitarias que dejan desprotegido y aislado al sujeto o por una integración excesiva que lo impulsa al cumplimiento de un deber impuesto

o de una significativa.

acción

virtuosa

y

Otros autores, sin embargo, insisten en la primacía de los elementos psicológicos. Sin negar la importancia de los influjos sociales, éstos no tendrían influencia si no afectaran a una personalidad problemática por ciertos factores

internos. El psicoanálisis ofrece una muestra abundante de motivaciones que sirven de reflexión para descubrir el significado oculto de tales decisiones. En cualquier caso, es comprensible que ciertos factores hagan del suicida un ser depresivo, psicópata o enfermizo, incapaz de enfrentarse con situaciones que otras personas llegarían a superar. Se trataría de un individuo, por lo tanto, cuya libertad ha quedado disminuida por una serie de condicionantes que le impiden actuar de una forma responsable.

Se trate de causas sociológicas o psicológicas, ambas tienen un denominador común: la angustia existencial. Dentro de cada uno de estos grupos las teorías se diversifican en múltiples matices. Este pluralismo es indicio de que nos encontramos frente a un fenómeno demasiado complejo, cuyo significado no puede reducirse a una

explicación unívoca y exclusiva. La raíz más profunda, sin excluir los otros factores psico-sociológicos que la condicionan, radicaría en la misma finitud humana. La filosofía moderna ha insistido mucho en lo que ha llamado la angustia existencial. Aunque el término sea reciente se trata de una vivencia primitiva y original. De hecho toda filosofía ha partido siempre de una pregunta que los hombres se repiten permanentemente: ¿Tiene sentido la vida? Desde el momento que la respuesta se hace absoluta y completamente negativa, la muerte permanecerá como la única opción aceptable. La frase de Camus es el símbolo de una civilización absurda y angustiada: “No hay nada más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena ser vivida es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. Semejante angustia es patrimonio de toda existencia humana. No es el temor que se siente frente a cualquier peligro que nos amenaza, aunque a veces la identifiquemos con estos acontecimientos trágicos y dolorosos. Es algo más profundo. Heidegger lo explica así: “La angustia no sabe qué es aquello ante lo cual se angustia porque eso no es nada y no está en alguna parte…; la angustia se debe al mero hecho de estar en el mundo”. Un vacío existencial que se da aun cuando se tienen satisfechas todas las necesidades básicas. De hecho, en las sociedades desarrolladas, consumistas y de bienestar, el índice de suicidio es mucho mayor que en los pueblos pobres y necesitados, que están comprometidos en la lucha por la subsistencia, pero que no tienen motivos para sentirse frustrados y condenados al absurdo. Hasta en circunstancias extremas como en los campos de concentración nazi, tuvieron mayor capacidad para sobrevivir los


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que miraban al futuro y sentían la exigencia de realizar una tarea en la vida. ¿Cuáles son las razones fundamentales para probar la primacía de la vida sobre la muerte? En teoría las razones son tres. La primera subraya la preeminencia de la autorrealización humana sobre la simple destrucción y aniquilamiento. Con el suicidio se elimina esa posibilidad de evolución y desarrollo, y esa renuncia no aparece como un ideal humano. Pero semejante reflexión no tiene ninguna fuerza para quien ha perdido definitivamente la ilusión de vivir y considera absurda una existencia sin sentido. La segunda razón consistiría en que por medio de la muerte anticipada se destruiría para siempre cualquier

eventualidad de recuperación frente a un fracaso con otros actos que podrían enmendar errores o equivocaciones anteriores. Pero aquí también la eficacia se diluye para quien desea encontrar en aquella, la solución a todos sus problemas. Por último se subraya el valor de una libertad que crece y madura con el tiempo frente a aquella que se apaga de inmediato y sin ningún horizonte. Lo que acontece es precisamente que el suicida ve en ese acto, el gesto de libertad más significativo que lo libera de una existencia absurda y sin ninguna esperanza. La ética se siente sin recursos eficaces para probar que el hombre no puede disponer de su vida, ni si quiera en aquellas circunstancias en las que con

serenidad y lucidez, llega a la conclusión de que no vale la pena vivir y, en lugar de esperar unos procesos biológicos irreversibles, prefiere acelerar su muerte con una decisión responsable y, en ocasiones, altruista. Por eso la mayoría de los autores cree que la única argumentación válida para detener el suicidio consista en apoyarse en la fe religiosa. De hecho, la aceptación de Dios como el único dueño y señor de la vida, ha sido a lo largo de la historia la razón primera y más fuerte para la condena del suicidio y de todo atentado contra la propia existencia. Pero esta consideración pertenece a otra temática ajena a este ensayo.

Agostino Abate Pbro.

Docente Universidad del Quindío

Saltar de un edificio es la suerte de muerte que jamás planearías No cederás a los pronósticos de tu muerte prefieres... la muerte barata, la muerte insípida, la ruta de tu gran cotidiano. Y lo sabes... siempre serás tú, quien recoge el amanecer de tu sombra quien cura las encías de tu animal domesticado siempre tú, abriendo tu abrigo a cada muchacho incapaz de lo simple. el desconsuelo de tu antifaz diario. Y antes que nada... amarrarás a tu hijo, por amor al dios de tu vergüenza. santificarás este día en honor a la muerte de tu pequeña alegría. y lo mascullas... Saltar de un edificio es la suerte de muerte que jamás planearías ¿es esta cordura la procrastinación del sediento?

Angélica Beltrán Lozano

Estudiante de Comunicación Social - Periodismo Universidad del Quindío


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Por que nos gustan los suicidas?

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Las almas malditas nos enamoran con sus cartas fatídicas. Su tinta corre por el papel con la libertad que nadie más tiene. Escriben con mayúsculas para decirnos que no hay otra salida. La autodestrucción y la abolición de toda razón es la única salvación. No podemos negarlo, nos encanta escuchar el soundtrack de su muerte pasajera y el eco de su cuerpo cuando cae en el rincón de la vergüenza. Su voz es una poesía neurótica que se contonea en una calle interminable para decirnos: “he estado dando tumbos por ahí, lúgubre, oscura, desolada, enferma”. Es una delicia pensar en Sylvia Plath, Virginia Wolf, Ian Curtis, Kurt Cobain, cuando nuestra cabeza es un batallón de problemas. Su bipolaridad es nuestra bipolaridad, ellos distorsionan nuestros temores infantiles, hacen de la muerte una muchacha de labios ebrios que carga en sus bolsillos pastillas de colores. Nos gustan los suicidas románticos, aquellos que llegaron a su casa, encendieron la televisión y dejaron una película de Werner Herzog. Los que prepararon la soga mientras corría el álbum “The idiot”. Nos gustan los que descolgaron el teléfono y durmieron eternamente en el sillón. Los que dejaron la puerta abierta para que su sangre fluyera por todo el edificio, y definitivamente, nos encantan los suicidas que encendieron la luz de su lámpara para mejorar su estado de ánimo y recibir a la muchacha de labios ebrios con una sonrisa. Y aquí estamos, contemplando el llanto de los ahogados, de los que guardan la esperanza de encontrar la niñez interminable, esa que perdieron en el paraíso artificial a punta de cabellos alborotados, de voces amargas, de palabras tejidas con angustia, de eyaculaciones volcánicas e inyecciones orgásmicas. ¿Cómo no pedir la inexistencia, si el espíritu es un vago epiléptico que ha perdido las emociones? Es injusto murmurar la

cobardía de un cuerpo inerte. No existe tal cobardía, a veces tener una tibia esperanza es más venenoso que la desgracia que llevamos, no en el alma, sino en la sombra. La sombra es la cara amarga de los neuróticos, ellos no siempre se suicidan, prefieren observar la corriente que se lleva los miedos, la impotencia, el silencio. Viven de teoría, palabras inertes que no consiguen sumergir en la tina de agua roja. Escriben para sentir su lenta caída a la nada. Aplauden a la muerte, se burlan de la vida. Caminan y duermen en habitaciones sin ventanas. Detestan los días soleados, el canto de los pájaros. Saborean el tedio que impregna los domingos. Habitan en el suelo de los impedidos y sobreviven con el desprecio. Para ellos no existe el fin, el sufrimiento es un pinchazo repetitivo. Pero estamos hartos de los neuróticos, ellos nos engañan con su sentimiento trágico de la vida. Los suicidas, por el contrario, nos seducen con su inocencia, no cargan a cuestas palabras vacías. Aunque pueden sufrir de delirios que reparen su deseo de vivir cuando su plan se frustra, siempre sabrán que hacer con el miedo. Pero eso qué nos ha de importar, si juegan con sus pasiones y la seguridad de sus biografías apuntando a la sien con un revolver calibre 38. Qué nos va a importar si son náufragos en la podredumbre, profanadores que escarban en sus venas un brote de esperanza. Cómo nos gustan sus muertes que no son mudas. Sus ceremonias de exilio. El privilegio de suprimir su tiempo. Es por eso que decidí venir a la ciudad de los suicidas, para ver como aman la vida mientras se follan a la muerte.

Leidy Rojas

Directora de Fanzine Pulponar Ilustración: Maucho


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Háblame Más Duro Me llamo Gabriella Antolini, vivo en París y hace ocho meses no salgo de mi casa. Sebástian no quería ir a la Torre Montparnasse. Solíamos ir en las noches de verano, cuando las luciérnagas invadían la ciudad. Desde el piso 56 abrazábamos la inmortalidad. O eso creía. -Gabriella, déjame ver televisión, estoy cansado, ya te dije que no quiero salir. Me paré frente al sillón café donde estaba acostado, tenía los pies uno encima del otro y el control en la mano derecha. Le molestó, me importó poco, ya no podía ver su programita. Me miró con desprecio, le dije: -Mirá, hace un hermoso día, ¡vamos! No seas aguafiestas, parecés un viejito. Mirá que me puse el vestido rojo, Montparnasse nos espera. Andá, Sebástian, mi amor. -¡Te he dicho que no quiero! Quítate. Era la primera vez que me salía con uno de sus caprichitos. Era la primera vez en tres años y medio que no quería ir conmigo a la Torre. Di media vuelta, respiré y caminé hacia la puerta. La cerré con fuerza. Mientras pasaba por las calles de la Avenida de Maine, cerca de Montparnasse, a la salida de una tiendita de portarretratos, una anciana acomodaba suavemente el sombrero de una blanca cabeza. Decidí mirar para el lado opuesto. Sebástian seguía acostado, aún tenía sus pies uno encima del otro y el control seguía en la mano derecha. Las calles estaban llenas, era viernes, el mundo estaba inundado de música y vino. Yo no quería matarlo. Yo de verdad quería ir a la Torre. No entendía por qué se había negado. Nunca lo había hecho. Todo rincón de París, visto desde el piso 56, parecía un parque de luciérnagas juguetonas e inagotables, cada vez que subía a la Torre sentía una cosa extraña, las nubes me acariciaban y Sebástian decía que me amaba, que era feliz, prometía nunca dejar de venir conmigo porque le gustaba verme sonreír. Regresé a casa. En el camino recordé que una tarde, cuando niña, mi padre me llevó a ver una película de

Discutible y contagioso fanzine donde se escribe con tinta pulponar las blasfemias de las mentes distraídas. Visitanos en facebook.com/ fanzinepulponar Issuu.com/fanzinepulponar fcontagiopulponar@gmail.com

superhéroes, le gustaba la fantasía, y rió a carcajadas cuando Batman ató el helicóptero del Guasón a la gárgola y cayó y explotó ¡BUUMM! Llegué, abrí la puerta y entré en silencio.

-¿Sebástian? -Estoy en el baño. Hazme un favor, enciende el aire. Hace calor y no hay nada de beber en la nevera. No encendí el aire pero sí la radio. Sonaba la quiero a morir de Francis Cabrel. Pasé por la cocina, vi el cuchillo con el que rebané la carne en el almuerzo. Sebástian solía demorarse entre quince y veinte minutos cuando se bañaba en la noche. Mientras salía del baño yo bailaba por toda la casa, inundada de música y vino. Lo extraño, amaba bailar con él, amaba sus manos, amaba sus ojos. Sé que él también me amaba. Lo sé. Me acerqué al cuarto y lo esperé en la puerta, en la otra mano tenía la copa de vino. Yo sólo quería ir a la Torre y sentir que tocaba el cielo con mis manos. Abrió la puerta y le clavé en el cuello, con todas mis fuerzas, el cuchillo untado de carne. Lo amaba. Seguí bailando, me abrazó, bailamos y como podía seguía clavándole el cuchillo en la espalda. Trataba de decirme algo pero era difícil entenderlo. -¡Háblame más duro, Sebástian! No te escucho. Vamos, dime. ¿Qué si quiero ir a Montparnasse? No te escucho. ¡Deja de escupir sangre y háblame! Ahora entendía a mi padre, a los superhéroes y su felicidad. Tomé del armario una lámpara que me obsequió mi abuela, era vieja y de aceite. Corté las partes que más amaba de su cuerpo y las metí en ella. La encendí. Después de esa noche preferí contemplar París desde mi ventana.

Nathalia Baena Giraldo

Editora de Fanzine Pulponar Ilustración: Jorge Mendoza


“…Y los suicidas miran el abismo y se arrojan como desde un recuerdo a una piscina”. Mario Benedetti Ese día, ella se despertará sobresaltada a las once de la mañana, y por unos segundos no recordará ni siquiera su nombre. Estará tan confundida qué pensará que habrá pasado varios meses después de aquella decisión, que lo más probable es que hubiese estado en coma. Se exaltará tanto, que la enfermera de turno, de La Unidad de Cuidados Intensivos, vendrá corriendo a calmarla. Ella se sentirá aprisionada por unas correas al camastro, verá el blanco peregrino de las paredes, escuchará el sonido de su propia respiración atrapada a una manguera de plástico, y al fondo el pitido agudo del aparato que traduce los latidos de su corazón. Entrará en pánico, pero poco a poco volverá en calma, por las indicaciones de la enfermera. En realidad y sin que ella lo sepa, tan solo habrá de estar inconsciente veinticuatro horas. Estará conectada a ese respirador artificial, a esa pipeta de oxigeno que te aprieta los pulmones. Por lo cual, todo intento de comunicarse será en vano. Sentirá su garganta seca, su pecho ardiente y su lengua erosionada, entonces se percatará del sabor amargo que penetra hasta su hígado. Del horrible aroma que exhala su boca, del estrago que dejará aquel río líquido de ácido. ¡Tantas opciones y tuviste que ingerir ese veneno para matar las pulgas! Ni siquiera recordarás aquel estado

tan lamentable en la que te vieron tus seres queridos en la hora de la visita, pues ni siquiera tendrás conciencia. Pero seré profeta: tendrás la cara hinchada y colorada, las pestañas abiertas, las pupilas dilatadas y tus grandes ojos opalinos serán más negros que la noche. Allí, sin lumbre, viendo el abismo de aquel profundo océano que es tu alma, es donde yo me sumergiré como pez en el agua.

en soltarte de una cuerda, para amarrarte a una cadena. Asociarás la muerte con un sabor amargo, aun más que una cerveza tibia.

Pasa el tiempo, y el panorama se aclara. La tormenta despeja la marea, tus playas son ahora verdes, el iris recobra su color natural. La arena se purifica con lágrimas, aunque aún queden rezagos de algas en las costas. De nuevo eres tú, pero ahora te sientes más pesada.

De nuevo lloras, y recuerdas la situación un poco opaca. Tu arrebatada e impulsiva decisión, el frasco, el olor, las nauseas, la somnolencia… el taxi… el vómito… el letrero “Urgencias”… la silla de ruedas… la visión borrosa… la embriaguez… el dolor de estómago… la pérdida de la conciencia… el sobresalto (…) Hasta que por fin te acuerdas de mí, y lloras, lloras como una bebé recién nacida, aunque no seas precisamente tú el infante. Te tocas la hérida del vientre.

Empezarás a recordar por partes, y lo primero serán aquellos planes de suicidios fallidos. Imaginarás con fuerza, el método más romántico pero estridente, que por tu naturaleza será siempre el preferido. Pero temerás apelar a él, no por la muerte, sino por los recuerdos. Porque se dice, y siempre lo has creído, que el ahorcado recuerda más que el dormido. Y por nada del mundo querrás ver, de nuevo, ese momento en el que los pies de tu padre chilingueaban de una viga de piedra. Si, columpiaras en tu mente en un banquito amarillo de pulgada y media, y te lanzarás al cielo de corrido como una paracaidista. Entonces, reflexionarás acerca de que tu libertad ha residido siempre

Verás una aguja perforando un cuerpo, y no sabrás por qué razón eso te llevó a recordar a tu gato. Que se lanzó de la ventana de un quinto piso, y quedó tendido en el asfalto. “Siete vidas tiene el gato” pero tú has tenido más de siete gatos.

Sí, todo eso te pasará, y no habrá forma de cambiarlo, menos mal no estaré aquí para verte, madre mía, ya que un día antes me habrás arrojado sobre aquel romántico puente de los suicidas, y en aquel vacío, por fin ambos sabremos lo que pesa un alma de dos libras y media.

Dayron Londoño Cubides

Estudiante de Comunicación Social Periodismo Universidad del Quindío



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/ Edici贸n 14 / Agosto 2013

V alentina

Valentina Londono Ladino, Jhon Samuel Mejia Rodriguez, Miguel A

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1. Samuel 2. Miguel 3. Sergio

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Laura Sierra Isaza, Emily Jhoana Marin, Juan Pablo Oviedo y Juanita Salazar Restrepo.


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/ Edici贸n 14 / Agosto 2013

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ra Senora de Colegio Nuest Nacional). icia Fatima (Pol via el aimo km 1,5 C l Vereda E 370100 Eden. Tel. 7 com. ia@hotmail. nusefarmen Por a Sandoval Maria Helen vista El Rollo Editora de la

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Cuando papá se convirtió en un MOUNSTRUO La sangre corría más rápido. Lina miraba pasmada su muñeca. Tal vez asimilaba cada gota que teñía de rojo el piso del baño con cada lágrima que derramó en aquellos días tan absurdos. Su vida cambió de rosa a negro en un parpadeo, que duró diez días. El sonido de las trompetas anunciando 15 primaveras había cambiado por el de un réquiem. Antes, su cabello suelto escondía la timidez que le causaba el mínimo susurro del viento. Su 1.60 metros de altura y 48 kilos eran muy pocas razones para sentirse grande, inmensa, voraz. Ahora, tras una brutal violación, no sólo cambió el amor y devoción por su padre. Una moña, ojos fríos, voz tosca

y una agresividad manifiesta, quedó de lo que una vez fue una niña; los colores alegres ya no hacen parte de su paisaje. Papá era una palabra que aquella rubia, de ojos marrones, buscó erradicar de su vocabulario. Las ansias por denunciar y gritar ¡auxilio! se las tragaba al recordar aquellas tétricas palabras “si hablas me obligas a hacerle lo mismo a tu hermanita”. El cinismo del ahora verdugo era evidente; en su pecho si acaso había podredumbre. Lina, con tan sólo 15 años, se ahogaba cada noche entre lágrimas y sábanas manchadas. Su vida se veía en blanco y negro. Le marchitaba el alma la impotencia de dormir con el monstruo junto a su cama, sentir esa asquerosa respiración y verlo rodear el cuello de su mamá sin el menor remordimiento. Su hermanita tenía sólo seis años. Casi idénticas. Pero ella conservaba sus ojos saltones y una extrovertida inocencia. El amor por ella era la causa de su silencio. Los días pasaban y el asco era cada día más grande. Despreciaba su vida. Sentía el vacío del universo en su corazón. Nada tenía sentido, el noveno grado se tornaba gris, los amigos le eran indiferentes, la comida se convirtió en su peor enemiga. Pero la noche siempre puede ser más oscura. Su madre no titubeó al echarla de la casa, con sus andrajos, al descubrir el acto sexual entre padre e hija. “Zorra, me quitaste mi marido. Eres una vagabunda”, fueron las palabras de despedida que retumbaban en su cabeza mientras con pasos presurosos se alejaba de aquella casucha. No tenía adónde ir. Andrés, su primer y único amor, había marchado hace unos meses. Unos delincuentes no tuvieron piedad en el momento de arrebatarle el celular y, de paso, la vida.

Una tarde lluviosa, en la casa de la tía, adonde había llegado por descarte, sintió morir. En el baño, alfileres de nostalgia acribillaban lo que alguna vez fue su noble corazón. Esa cuchilla Minerva, de sólo 300 pesos, era testigo de lo que iba acontecer. No lo pensó dos veces, tomó el arma en sus manos y fue rasgando sus venas verticalmente (no horizontal como los cobardes que buscan llamar la atención). El preciado líquido rojo comenzó a correr libre por su piel, tocando sus pies y manchando el piso de un baño vacío, que se llenaba lentamente de dolor. Su conciencia se desvanecía paulatinamente. Como en una película los créditos de su vida cruzaban frente a ella, antes de escuchar un estruendo. Alguien derribó la puerta y la arrebató de los brazos de la muerte. Lina había sido salvada, en contra de su voluntad. Era imposible apaciguar el torrente de lágrimas, que rodaban por sus mejillas descoloridas. Le recriminaba al cielo las decisiones que tomaba. Se sentía burlada. Fue abandonada cuando necesitó auxilio, pero era auxiliada cuando necesitaba ser abandonada a la suerte que ella misma había elegido. La niña hecha mujer a la fuerza, se hallaba en medio de dos decisiones cruciales: aferrarse aquellas manos o ceder ante la muerte inminente. Escuchó una voz y se aferró a la vida. Eligió vivir, salir del fango, ignorar su pasado, dibujar con trazos precisos lo que sería su futuro. Y aunque la ley fue traicionera y el “monstruo” nunca pagó, ella perdonó de corazón, sólo así curó la herida que la destrozó.

Yveen Morales

Estudiante de Comunicación Social - Periodismo Universidad del Quindío Ilustración: Jorge mendoza


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medio no tardó en llegar. Mi figura no era exactamente la de una estrella de televisión, las críticas se hacían cada vez más fuertes y debo aceptar que en momentos así, la soledad no es la mejor consejera.

Algunos tienen la idea que el infierno es un lugar oscuro, tenebroso, tortuoso, solitario y el génesis de todos los miedos. La vida me ha enseñado, que el infierno no es un lugar, es el nombre que le di a mis más profundos temores. A propósito, mucho gusto, mi nombre es Camila. Mi historia comienza seis años atrás. Recuerdo que en ese entonces era una niña feliz, tenía todo lo que cualquier niño pudiera desear tanto material como afectivamente, vivía en una casa grande con enormes puertas e imponentes jardines, vivía junto a mamá y papá, tenía una familia hermosa.

sentía incomoda porque físicamente no encajaba muy bien. Recuerdo muy bien mis trece años, fue el año en el que conocí el infierno.

Mis problemas radicaban en mi exceso de peso, todos los comentarios giraban en torno a ello. Finalmente decidí hacer algo para cambiar lo que a la gente tanto le disgustaba, pues a mí también me estaba empezando a molestar la persona que a diario se reflejaba en mi espejo. Empecé a disminuir la cantidad de

Corría el 2007 cuando mi vida comenzó a dar un giro de 180 grados, mis padres comenzaron a ocuparse en nuevos empleos que poco a poco fueron consumiendo ese tiempo que antes era para mí. Soy hija única y desde entonces la soledad se hizo mi mejor amiga… o quizás mi peor enemiga.

Sin embargo, nunca estuve conforme con mi cuerpo. Para ser sinceros, nunca fui ese tipo de niña por la que todos los niños morían, todo lo contrario, era muy alta, de cabello corto, cachetes prominentes, lentes, frenillos y bastante “repuestica” como diría mi abuela.

Desde muy pequeña comencé a cantar, siempre lo hice como un pasatiempo, luego se convirtió en una pasión y finalmente en una profesión, desde los 10 años comencé a trabajar para empresas haciendo jingles y cantando para fundaciones recaudando dinero para obras benéficas, poco a poco mi nombre se fue haciendo reconocido en la ciudad de Ibagué y las oportunidades empezaron a llegar.1

Siempre estaba rodeada de niños, en realidad sólo tenía amigos de sexo masculino, probablemente porque sentía que conectaba más en ese entorno de carros y balones que en el ambiente femenino en donde me

A los 13 años comencé a trabajar en televisión nacional, presentaba y cantaba en un programa que en ese tiempo se llamaba bichos biches del canal RCN; al principio fue maravilloso, pero la presión del

1. http://www.youtube.com/watch?v=-zX3tsFA0Mk - http://www.youtube.com/watch?v=NA0Q53YV42Q

alimentos que consumía a diario, al principio fue difícil pero después me acostumbré. Comía lo que creía y sentía que era justo para saciar mi apetito. Conforme pasaban los días, mi cuerpo se convirtió en mi obsesión, entre más disminuía la cantidad de comida, más rápido notaba cambios en mi figura. Después de dos meses la gente comenzó a notarlo. Rápidamente mi mundo empezó a girar en torno a la cantidad de calorías que consumía a diario, de repente dejé de sentirme tan sola. Lejos estaba de imaginarme que esa efímera y banal alegría de transformar mi cuerpo para encajar en un estereotipo, era el boleto de entrada a mi encuentro con la muerte. Despiadado el tiempo pasaba volando, un año después yo ya era una persona completamente


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diferente, había perdido casi 30 kilos y mis padres hasta ese entonces notaron que algo andaba mal conmigo, desafortunadamente ya era tarde. Por andar detrás de ese utópico ideal de aceptación, me había adentrado en un oscuro mundo de soledad y enfermedad. Mi diagnóstico: anorexia y bulimia. Son muchas las ideas y los comentarios que giran en torno a este tipo de enfermedades, de hecho muchas personas ni siquiera saben que lo son, muchos las confunden con caprichos, de hecho yo era una de las que criticaba profundamente a quienes padecían este tipo de desórdenes, las tachaba de idiotas y locas, y siempre juré que nunca sería una de ellas. Ya ven, el pez muere por la boca y el karma no se queda con nada. Mi problema empeoraba con los días, ya no comía casi nada y lo poco que comía lo vomitaba, me convertí en una persona fría, sola y vacía. No permitía que nadie quisiera ayudarme, todo me molestaba, ya no quedaba rastro alguno de esa niña que solía sonreír todo el tiempo. Mi apariencia física era la de un muerto viviente, y literalmente lo era, mi piel era amarilla, tenía ojeras, se podían contar mis costillas a simple vista y el brillo de mis ojos se había esfumado. Todo infierno tiene un demonio, unos lo llaman satanás, otros lo llaman lucifer, yo lo llamo Ana y Mía#. Conforme pasaban los días la enfermedad me consumía, mi cuerpo estaba cada vez más débil. Las clínicas se convirtieron en mi segundo hogar, las convulsiones, los

desmayos, las hemorragias y los dolores eran historia de todas las semanas, mamá y papá lloraban y se culpaban a diario de todo lo que me ocurría, en eso se convirtió la relación de mis padres, en una constante búsqueda de culpables. La impotencia y el desespero de sentirme culpable de todo lo que me estaba ocurriendo y de lo que le ocurría a mi familia, me llevó a intentar acabar con el calvario que vivía dos veces. Aturdida y dominada por mis demonios, el primer intento de suicidio fue con una sobredosis de Hydroxycut*, pero cuarenta y cinco capsulas no fueron suficientes para acabar con mi vida, lo único que conseguí fue agravar mi situación y aumentar mi frustración. En ese momento nada pasó por mi cabeza, se me olvidó el día, la hora, la fecha, mi familia, mi mascota, mis sueños, en ese momento me abandonó el alma. Era sólo mi cuerpo frío y vacío, desnudo, parado frente a un espejo para poder ver mis ojos cuando perdieran su brillo, sin embargo, lo único que ocurrió fue una convulsión que manchó las baldosas de la sangre que salía de mi nariz debido al golpe que recibí al caer. Cuatro meses después apareció nuevamente ese deseo suicida. Otra vez sobredosis. Ahora que lo pienso, hasta me hacía falta imaginación para buscar formas de suicidarme. Esta vez lo intenté con tetraciclina (medicamento al que soy alérgica), ingerí 27 pastas y acabé en la clínica en un estado de coma de 72 horas. Ya habían pasado dos años desde que le abrí la puerta de mi vida al demonio y la perspectiva ahora era otra, ya no tenía sueños, sólo luchaba por sobrevivir. Así pasaba el tiempo, cada día era una tortura y cada segundo me quemaba la piel como fuego vivo. Comenzando el año 2010 toqué fondo. Abrí los ojos y me vi encerrada en un túnel sin salida del que con desespero intente salir. Ningún intento fue exitoso. Mis padres habían agotado todas las opciones posibles para ayudarme a salir. Ese año conocí a una persona que llegó a #. Ana y Mía: Nombre popular con el que se conocen dos tipos de desórdenes alimentarios. Ana (anorexia) y Mía (bulimia). *. Hydroxycut: Suplementos dietéticos que se venden para favorecer la pérdida de peso, como quemadores de grasa o para complementar el efecto de las dietas bajas en carbohidratos. Sin embargo pueden ser nocivos para el organismo.

mi vida con el propósito de ayudarme, poco a poco fue llenando muchos vacíos que me lastimaban como agujas en el alma y con amor fue sanando las heridas que yo misma me había hecho. Posteriormente me enamoré de él, pero esa es otra historia. En el año 2011 comencé un tratamiento de rehabilitación que

poco a poco fue sacándome del infierno en el que vivía, el tratamiento duró un año y 10 meses en hacer efecto. Hoy puedo decir que pertenezco a ese 2% de personas que logran superar un trastorno alimentario y rehacer una vida normal. Sigo haciendo música, también estudio y trabajo para fundaciones, aún lucho contra pensamientos tóxicos y letales, pero las ganas de vivir son más fuertes. Decidí contar mi historia y enfrentar las posibles críticas, porque tal vez mi historia pueda ayudar a crear conciencia no sólo sobre los desórdenes alimenticios si no a dejar a un lado tantos juicios, prejuicios y estereotipos que dividen a la sociedad y llevan a más de uno a conocer su propio infierno.

Camila Torres Estudiante de Comunicación Social y Periodismo Universidad de Ibagué


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Una partida Los gritos de la prima de Paula Juliana Holfeld Franco, rompieron la tranquilidad del barrio, había encontrado a la joven ahorcada en su habitación. La mañana del 24 de marzo salí a pasear con mi bebé por las angostas calles de mi barrio, adornadas por las casas de color verde y rojo que caracterizan a la urbanización Bosques de la Alameda, en la ciudad de Ibagué. Recuerdo haber visto a mi vecina Paula Holfeld con su novio frente a su casa como de costumbre, me llamó la atención ver su sonrisa debajo de ese pelo enmarañado, estaba feliz. Pasadas las 8:30 de la noche veíamos Quien Quiere Ser Millonario, el programa preferido de mi mamá, de repente escuchamos a una mujer que gritaba “auxilio, alguien que nos ayude”, salimos y nos percatamos que Angie, la prima de Paula, era quien gritaba, las personas salían de sus casas, señalaban el segundo piso, no sabíamos que pasaba, la señora Mery, una de las vecinas, entró a la casa corriendo, al salir mi hermana le pregunto: - ¿Mery que es lo que pasa? - La niña se intentó suicidar, respondió con la voz entrecortada. En ese momento el silencio invadió el ambiente. Angie y su esposo no querían entrar a la casa, la señora Mery y el señor Plinio ayudaron a bajar a la joven del marco de la puerta de su habitación. Hicieron varios intentos por cortar los cordones con los que se había amarrado, los nudos eran tan fuertes que no daban ninguna esperanza, al soltarlos la garganta de Paula hizo un sonido seco pero alentador, se creía que aún estaba con vida. El señor Plinio la tomo en sus brazos, llevaba puesto un vestido corto y unos tacones rojos, me impresionó bastante porque Paula sólo vestía jeans anchos, busos manga larga que tapaban sus manos, tenis converse y delineaba sus ojos de color negro. El vecino gritaba “alguien que apague esos aparatos”, antes de ahorcarse, puso música en su IPhone y su computador. Angie y su esposo la llevaron a la Clínica Saludcoop de la calle 60, pero los médicos no pudieron salvarla. El ruido que hizo la garganta de la joven tan sólo era el aire que quedaba en su cuerpo. Medicina legal señaló que había permanecido 20 minutos colgada.

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sin despedida El esposo de Angie trataba de desbloquear el IPhone para buscar posibles conversaciones y llamadas que hubiese hecho, trataba de encontrar la razón por la que decidió acabar con su vida. Se decía que quizás tenía problemas sentimentales, pero el novio aseguró haber hablado con ella una hora antes. Tal vez problemas familiares ocasionaron la depresión, pues el día que se ahorcó tenía puestos los zapatos rojos que la mamá le había regalado y que no se había estrenado. Momentos después de lo sucedido los vecinos que la ayudaron estaban igual o más sorprendidos que cuando la bajaron, comentaban que no estaba suspendida, sino que su cuerpo estaba casi arrodillado, no hizo ningún intento por salvarse. La mamá de Paula y el hermano de 20 años viajaron desde Alemania para tratar de repatriarla, la situación fue muy fuerte, él se desmayó en la velación y fue hospitalizado. El señor Plinio se encuentra enfermo, afirma que el frio que sintió al levantarla ese día aún está en su cuerpo, y que en las noches no es fácil dormir con ese recuerdo. Paula Juliana Holfeld Franco tenía 17 años, era hija de una pareja colombo alemana. Cursaba décimo grado en el colegio Champagnat, y era conocida porque ayudaba a sus compañeros con tareas y trabajos de inglés. Sus familiares y compañeros saben que donde esté encontró la tranquilidad que en este mundo no tenía. Estaba bajo tratamiento psiquiátrico porque había intentado suicidarse 7 veces. Les duele su partida porque no hubo despdida. En las noches cuando cierro las ventanas de mi cuarto veo el de ella y recuerdo cuando la saludaba o simplemente cuando pasaba frente a mi casa y pensaba lo linda que era con sus ojos verdes y su piel blanca. Me pregunto si se arrepintió y ya era tarde, o si tan sólo quería saber qué se sentía.

Dayana Matos Rodríguez

Estudiante de Comunicación Social y Periodismo Universidad de Ibagué


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Olor a jazmín Los recuerdos infantiles, esos que nos toman por sorpresa, en momentos donde la memoria se activa sin provocación alguna. Desde hace días, Carolina se ha sentido engañada por los recuerdos de su infancia que se posan en su mente y detienen sus actividades cotidianas. Recuerdos, posiblemente perdidos o intencionalmente olvidados, que llegan sin pedir permiso. En una ocasión pasaba cerca de un jardín, el aroma a jazmín le recordó con nostalgia una vieja casa que aparentaba tener dos plantas, pero no existía acceso a la primera. Para entrar era necesario subir unas escaleras amplias, que le daban la apariencia de una casa campesina, al terminar un vasto patio, que daba acceso al primer apartamento donde Carolina vivía con sus padres; luego un corredor, que se unía a través de un lavadero y un baño con el segundo apartamento, donde solían vivir su abuela y sus tíos. El primer apartamento, tenía una pequeña cocina, un corredor y dos ventanas que daban vista al interior de éste; la única vista a la calle, era un balcón cuya puerta siempre tenía candado. La luz del sol entraba por el patio, lugar que se convirtió en su espacio para crecer y jugar. Aislada de la realidad de la calle. El recuerdo de la casa no llegó solo. El perfume que emana la flor de jazmín, ese olor que tiene que aromatiza las calles y las casas todas las noches, trajo a su vez el recuerdo de aquello que despertó en ella; la mujer que hoy día era. Se sintió embriagada por estas imágenes, y culpable al recordar el momento en que la palabra “pudor” desapareció de su vocabulario, y de cómo

disfrutaba al sentirse observada. Recordó que ese sentimiento se desató cuando tenía 12 años. Recordó cómo su organismo sucumbió ante el calor y el morbo de los ojos expectantes, de su tío -10 años mayor-. Una niña normal se habría asustado, Carolina no, -por el contrario- disfrutó de esa mirada, la disfrutó tanto, que con lasciva serenidad, se despojó totalmente de la vergüenza, quería sentir vibrar su cuerpo, su sexo caliente, tenía vida propia. Sabía que su tío la miraba a través de la ventana que daba al interior del apartamento, esta no era la primera vez que sentía esos ojos curiosos sobre sí. Su tío seguía de cerca su entrada al baño, se quedaba sentado en el patio esperando a que saliera mojada y caminara por el largo pasillo que la llevaba a su apartamento. Así que en esta ocasión, para que él la viera mejor, se subió a la cama de sus padres y abrió completamente la ventana -este enmudeció-. Ella, tranquilamente comenzó hablar con él. De este modo, permitió que el espejo, de un metro de largo, puesto justo frente a la ventana, fotografiara su cuerpo infantil y menudo. No había nada que cubriera su sexo infantil y limpio. Su tío atónito ante la actitud de Carolina, no tuvo más remedio que observar atentamente la figura que ya reflejaba la mujer en que se convertiría.

ruido en la calle. Sin embargo, ese día comprendió, por qué actuaba de esa manera, y que en sus manos estaba la posibilidad de detener el tiempo en un hombre, que su cuerpo y su manera de hacer las cosas, le permitirían controlar el mundo, le bastó con recordar como su tío la miraba a través de un espejo; para comprender que esa era la puerta que dejaría abierta, para alcanzar sus más grandes deseos.

Carolina, a pesar de sus doce años, medía 1,60, era delgada, trigueña, tenía senos prominentes y una cola que muchas chicas de 17 años desearían tener. Ella sabía que estaba mal, sin embargo, desde muy pequeña dudaba sobre lo que era correcto y lo que no, todo era cuestión de ponerse a prueba. Lamentablemente, este recuerdo desapareció, irónicamente por un

Yureiny Ducuara González

Magister en Investigación en Educación. Licenciada en Español y Literatura.


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Emboscada a la parca, un sublime acto de rebeldía Si los mártires no son considerados suicidas porque se sacrifican en nombre de una creencia, ¿por qué a los suicidas comunes y corrientes se les clasifica como enfermos mentales en todos los tratados y enciclopedias? ¿Acaso su cosmovisión diferente, que les permite amar la muerte y decidir sobre el momento de su llegada, no es una creencia?

las alturas o amarrarse una soga al cuello no son, justamente, actitudes que usted o yo podamos asumir, por muchas presiones que sintamos.

Claro que lo es. Y además de defenderla con su sacrificio, se dan el lujo de cortar valientemente los hilos de la parca, antes que la viejita Átropos de la mitología, para liberarse de las garras del dolor de vivir, de la ansiedad o de las presiones sociales, de las injusticias, del hambre y también, muchas veces, como gratificación personal tras una conquista, o simplemente para vencer las costumbres de una sociedad individualista.

Que muchas personas puedan padecer tendencias suicidas es muy cierto. Tras la muerte de algunas pasiones, fracasos económicos y de muchos veredictos incumplidos, numerosas personas quieren dejar la vida porque no saben qué hacer con ella, pero ese sentimiento está muy lejos de convertirse en realidad ante el miedo de acabar definitivamente con los dolores. Porque sólo el suicida premedita y se recrea en la elaboración de la correspondencia entre la percepción y la actuación. ¿Si la vida es una tortura, para qué defenderla? Para el suicida, el mandato es imponerse sobre la muerte, acariciándola.

No deja de ser un valiente aquel que ante los dolores físicos o espirituales, llama a la parca pero no la sufre, la acaricia con amor morboso, la pule, la colorea y la somete. La muerte se inclina ante el suicida, en un acto de respeto, lo cual lo convierte en un héroe, aunque sea un cobarde para quienes lo satanizan, impotentes, irremediablemente sometidos por el miedo a morir. Muchas personas tienen visiones extravitales que les permiten, como en un espejo, observar la eternidad y sin muchas peripecias, sin temblar, como todos, ante la espada invisible que puede atravesar sus corazones, se familiarizan con la parca, la abrazan y escupen a la vida. Son seres tan valientes como pocos, p o r q u e p e g a r s e un tiro, envenenarse, lanzarse desde

Es obvio que los dolores físicos y espirituales desestabilizan la vida. Algunos escriben versos para dibujar su tristeza y melancolía, otros nunca la muestran y el suicida las ve como una belleza en su corazón. Y ¿si el dolor es el enemigo, por qué no acabarlo definitivamente? El trastorno bipolar, la depresión, la esquizofrenia, el estrés, la vergüenza, el rechazo, las malformaciones físicas, el envejecimiento, el duelo por la muerte de un ser querido, las enfermedades graves, una ruptura amorosa, entre otras, son las principales causas de suicidio, de acuerdo con los estudiosos, que nunca mencionan a la vida misma como el más grande sufrimiento del ser humano, una sucesión de


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dolores, y se olvidan que la muerte es un componente de la vida y que la primera manifestación de la parca es el nacimiento mismo, como su primera puñalada. Vivir es sinónimo de sufrir y en consecuencia la muerte es como un tónico. Un enfermo de amor o de odio, o el paciente que sufre una grave enfermedad física son como unos desterrados de la vida. ¿Por qué nos obstinamos en vivir? Porque somos esclavos de la vida, como lo somos de la politiquería o del fanatismo. La enfermedad y la muerte son los dos principales enemigos en la vida del hombre y el suicida sabe que con su decisión, se

regunta al teólogo

Ud.

deshace de los dos.

como un delito?

La esencia del drama humano está en el alma de quien lo vive y no en los hechos que los desencadenan, pues todos, sin excepción, van hacia la muerte, pero la raza humana retrocederá siempre, entre espanto y terror, ante la parca, su destino fatal e inexorable. Y, del mismo modo, la parca siempre temblará ante la serenidad de los suicidas.

Los suicidas siempre serán almas en rebelión que con la chispa de los relámpagos incendian sus cerebros para iluminar el horizonte eterno, la verdadera libertad. Mientras quienes no tenemos su valor, que somos casi todos, no sabemos a dónde dirigir nuestros ojos afligidos.

¿Cuánto podrá importarle a un suicida que muchas religiones monoteístas consideren su heroísmo como un pecado y que en algunas legislaciones lo definan

Jesús María Cataño

¿Cree en el Purgatorio?

Actualmente el concepto de Purgatorio no se vende bien. Sin embargo, por poco que se reflexione, se deduce que el alma no podrá hacer algo distinto cuando se encuentre con Dios, que tomar conciencia inmediata de sus desórdenes y fallas y que será ella misma que deseará ser purificada antes de encontrarse con Él. No existe una forma más clara que la de exponerse a la luz para ver la basura. La conciencia ve la vida orientada hacia la justicia y hacia el bien, pero al mismo tiempo llena de imperfecciones, de envidias, de egoísmos, de mezquindades. Y siente la necesidad de ser purificada de manera radical. El nacimiento del concepto de Purgatorio se dio en el siglo XII, por medio de un acto de sapiencia pastoral de la Iglesia que se originó desde su profundo conocimiento del ser humano a lo largo de los siglos. De hecho, para darle un soporte bíblico hay que hacer acrobacias exegéticas.1 Sin negar su origen bíblico. En Juan 16:13 se lee: “Cuando vendrá el Espíritu de la

verdad, Él los guiará a la verdad toda entera”. Es decir, la revelación no ha terminado, está en curso. El hecho que el Purgatorio haya nacido de la reflexión y de la praxis de la Iglesia, no quita nada a su legitimidad teológica y espiritual. Entonces, ¿Cómo pensar la purificación como esencia del Purgatorio? Imaginando los momentos que preceden la muerte física y los momentos que la siguen, ya que el Purgatorio no es un estado sino una experiencia. La agonía, que significa lucha, no se da entre vida y muerte, porque la muerte no existe como tal, se trata solamente de un nombre que se le da al final de la vida física; la lucha se da entre los desórdenes de nuestra interioridad y el orden divino que se aproxima. Por esto las grandes tradiciones espirituales siempre la han proclamado como una gracia, una muerte consciente, porque el sujeto tiene la posibilidad de prepararse para hacer espacio dentro de sí a lo eterno. Porque algo es cierto: existirá un momento en el cual entraremos personalmente en contacto con Dios, éste es el momento de la muerte.

Y la muerte llega cuando ella quiere, pocas veces cuando lo queremos nosotros. Puede sorprendernos en la plenitud de la vida, de la manera más insospechada. ¿Qué tipo de preparación es posible en este caso? Nos preparamos para la muerte todos los días en la medida que nos esforzamos en dar cabida en nosotros a lo eterno, liberándonos de las falsas sugestiones del tiempo. Para quien vive la eternidad en su interior, la muerte puede llegar aun de la forma menos esperada, y nunca lo encontrará desprevenido. Él conoce lo eterno y lo eterno lo reconocerá como algo propio. ¿Y todos aquellos que han muerto en los primeros y tiernos instantes de vida? Ellos, simplemente, no tienen nada de que purificarse, no necesitan de ninguna preparación a la muerte, son llevados como troncos en la corriente del río, por el mismo proceso divino, hacia la eternidad. 1. N.E. Exégesis: Interpretación, explicación.

Agostino Abate Pbro.

Docente Universidad del Quindío


No puedo correr más

Tokio enero 9 de 1968 La nota estaba al lado de su cuerpo, se había cercenado la carótida con una navaja de afeitar. Lo habían extrañado en el desayuno, no era común en él llegar tarde o ausentarse, así que decidieron buscarlo en su habitación, al abrir la puerta vieron su cadáver en el suelo. Una de sus manos sostenía la medalla de bronce que había ganado tres años y medio atrás, cuando se había convertido en un héroe para su país. A los 27 años había tomado la decisión de acabar con su vida. Tokio 1964 Unas relucientes zapatillas blancas marcaban el paso en el maratón, Abebe Bikila repetía el título olímpico conseguido cuatro años antes, esta vez ante la mirada expectante de 75 mil espectadores testigos de un acontecimiento histórico, un hombre lograba repetir el título en olimpiadas consecutivas. Cuatro años antes en Roma, el etíope había sorprendido al mundo recorriendo descalzo las calles de la ciudad eterna, 42 kilómetros y 195 metros después se alzaba con la medalla de oro. “Quería que el mundo supiera que mi país, Etiopía, ha ganado siempre con determinación y heroísmo". 1 Bikila se había probado varios pares de zapatillas del patrocinador oficial, pero ninguno le calzo a su gusto, por lo que decidió correr descalzo, de la misma manera en la que entrenaba en su pueblo natal Jato. El Estadio Olímpico de Tokio rugió en el momento en que Kokichi Tsuburaya cruzó el túnel, el oficial de las fuerzas terrestres de autodefensa japonesas ingresaba al escenario cuatro minutos después de Bikila, seguido muy de cerca por el británico Basil Heatley. Faltando 100 metros para cruzar la línea de meta Tsuburaya, al límite de sus fuerzas, es rebasado por Heatley, perdiendo así la medalla de plata. El bronce fue la primera presea obtenido por un japonés en atletismo después de 28 años, los fanáticos eufóricos gritaban “Japón, Japón, Japón”, habían encontrado a su héroe nacional. El rostro de Kokichi no sólo reflejaba el gran esfuerzo que había realizado durante la competencia, también se podía leer en su fatigado rostro la gran decepción que suponía el resultado obtenido. Esa expresión no desapareció ni siquiera al subir al podio en medio de la felicidad de sus compatriotas. ”He cometido un error imperdonable ante todo el país, me he confiado demasiado, y sólo obtendré el perdón si gano el oro en México´68“, comentó esa misma noche a su compañero de habitación, el atleta Kenji Kimihara. Tokio 1967 Después del resultado obtenido en el maratón olímpico se diseñó un plan intensivo de entrenamiento para Tsuburaya con el fin de obtener el oro en México 1968. Dicho plan llevó al límite la resistencia de su cuerpo. Las dolencias y los contratiempos no se hicieron esperar. Varias lesiones, incluida una lumbalgia, lo enviaron al hospital cerca de tres meses. Faltaba menos de un año para la cita olímpica. Al volver a su rutina Kokichi siguió teniendo problemas, su cuerpo ya no respondía de la manera que él deseaba, había perdido la forma física y así era imposible ganar la carrera. Nuevamente su sueño, el de sus entrenadores y el de la nación entera, no se harían realidad.

Ilustración: Jorge Mendoza

Tokio enero 9 de 1968 La nota de suicidio contenía mensajes para su familia, sus entrenadores y sus compañeros. “Siento mucho darles tantas molestias. Me gustaría haber vivido con ustedes”. “Siento mucho crear problemas a mis instructores. Les deseo éxitos en México” .3De igual forma realizó una declaración final, que describía exactamente su situación. “No puedo correr más. Estoy demasiado cansado para correr más”. Honrando la tradición de sus antepasados, aquellos guerreros samurái que no toleraban la deshonra de la derrota, Kokichi Tsuburaya pagó con su sangre “el precio de la suya”. PD: Durante el maratón de los Juegos Olímpicos de México 1968, Abebe Bikila se retiró cuando marchaba primero después de recorridos 17 kilómetros. Posteriormente se supo que días antes de la carrera, el etíope había sufrido una fractura de un hueso del pie, aún con esta lesión decidió competir por su país. Su compatriota Mamo Wolde se llevó el oro, después de su victoria señalo: “Hoy he ganado aquí porque Abebe no estaba bien”.

Jorge Mendoza Editor de la revista El Rollo

1. http://espndeportes.espn.go.com/news/story?id=1553791&s=oli&type=story 2. http://es.paperblog.com/honor-maraton-y-muerte-673244/ 3. http://librodenotas.com/elultimopartidodegeorgebest/21596/kokichi-tsuburaya-el-atleta-que-se-canso-de-correr 4. http://www.soymaratonista.com/17696/el-maraton-juegos-olimpicos-de-tokio-1964-tragico-final


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