Crónica de un entierro A mis amigos del colegio, a todos.
I
“
LOS SEIS pakistanís” nos decía Miranda, siempre tratando de jodernos, hasta en este momento, “no jodas negro”, pensaba yo en la formación antes de salir, “¿No ves que aquí nadie está para tus bromas?”. Pero no pues, siempre buscaba la manera de jodernos, y para qué, esta era su mejor oportunidad. Nos dejó una hora parados en el patio, esperando a que el director le diera el visto bueno para salir. Con el calor que hacía. Al menos nos salvamos del examen de álgebra, aunque pensándolo mejor no era justamente para festejar nada. Salimos a eso de las once hacia la casa de Mario, estaba a solo unas tres cuadras del colegio. Caminamos rápido para llegar a tiempo. Cuando estuvimos a una cuadra, Miranda nos hizo formar y marchar hasta llegar a la puerta de la casa. La puerta de visitas estaba abierta de par en par. Era una casa vieja, de adobe y techo de esteras bañadas en barro para hacerlas más resistentes, igual que todas las casas en esta parte del pueblo. Tenía un viejo árbol de huarango en su frentera. La puerta de diario estaba cerrada, y era obvio porqué.
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