Asimilación de clase de la obra de Marx y contra hegemonía cultural

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Asimilación de clase de la obra de Marx y contra hegemonía cultural Colectivo Comuna y Comunidad1 Resumen Con motivo del bicentenario del nacimiento de Karl Marx, en 2018 se ha hecho un gran despliegue sobre la importancia de su pensamiento e influencia en la actualidad. Marx se asume como un icono o como un profeta y el marxismo adquirió el viso de religión. La crisis del capitalismo no se resuelve de forma espontánea o como un accidente histórico sino que requiere trabajos colectivos dirigidos a alcanzar una nueva etapa de la humanidad denominada el comunismo, idea moral que surgió con fuerza y luego su llama amainó hasta casi extinguirse. En la actualidad, la depredación ambiental, el atraso cultural y la iniquidad económica, obligan a retomar a Marx en su núcleo duro: la destrucción del Estado como resultado de la eliminación de las clases y de su inevitable lucha entre sí. Este artículo muestra el hondo calado del análisis de Marx como militante revolucionario, el cual pese a su empeño aun no logra cohesionar la mayoría de la sociedad por cuenta de un sector preponderante denominado 11

Colectivo de trabajo político de carácter libre y abierto en el que convergen activistas sociales. Su método de discusión se basa en el diálogo entre comunes en procura del bien vivir y la unidad en la diversidad. Para contacto: comunaycomunidad@gmail.com


“los intelectualesâ€?. Soplar el rescoldo del comunismo es el propĂłsito del presente estudio.

Abstract On the occasion of the bicentenary of the birth of Karl Marx, in 2018 a huge display about the importance of his thinking and influence has become today. Marx is assumed as an icon or as a prophet and Marxism acquired the character of religion. The crisis of capitalism does not resolve spontaneously or as a historical accident, but it requires collective works aimed at reaching a new stage of humanity called communism, moral idea that emerged with force and afterwards its flame subsided up to almost extinguished. Currently, environmental predation, cultural backwardness and economic iniquity, force to retake Marx in their hard core: the destruction of the State as a result of the Elimination of classes and their inevitable fight each other. This article shows the deep draught of the analysis of Marx as a militant revolutionary, which despite their efforts still fails to unite the majority of society on account of a sector overbearing "intellectuals". Blow the embers of Communism is the purpose of the present study.


Introducción Asimilar a Marx y en especial una obra de literatura científica como El Capital, presupone la existencia de una capacidad intelectual por parte del proletariado –constituido como clase– frente a la burguesía; en términos de lucha contra la dominación ideológica, implica tener la capacidad política de ejercer una contra hegemonía cultural. Este trabajo considera que la conformación de la burguesía como clase mundial, le permitió asimilar a través de sus esferas intelectuales el significado histórico de El Capital, para frenar el impulso de la lucha obrera, mientras que el proletariado, afectado históricamente por el mito del partido leninista como “correa de transmisión”, en vez de asumir a Marx como una guía de pensamiento estratégico, lo ha tomado como un dogma de fe contenido en una Biblia y difundido por un grupúsculo de “ilustradores”, yerro edificado sobre su debilidad educativa y fragmentación corporativa. Este análisis postula tres elementos desestimados por el ‘marxismo apocado’, pero pertinentes para emprender la tarea de relectura de la obra culmen de Marx, sumado a algunos tópicos generalmente trabajados pero dignos de subrayar, con el objetivo de hacerla un insumo teórico-práctico para la emancipación colectiva de la clase oprimida, con la prescindencia de tutores o guías espirituales de esta radical búsqueda histórica.


En cuanto al método de trabajo se trata una sistematización de lecturas y discusiones en grupo, las conclusiones corren por cuenta del proceso mismo, aunque se proponen unos puntos de síntesis en la parte final, así mismo, extraer líneas de acción es cometido de quienes lo estudien al calor de la praxis dentro de la revolución social, imbuidos con un ethos basado en la filosofía moral del comunismo. En su sustancia constituye un instrumento para adelantar la tarea táctica en curso: librar la forma superior de lucha, la disputa ideológica. Este artículo se presenta en momentos en los que ha habido un amplio e inusitado despliegue de actividades en todo el mundo en torno al sesquicentenario de El capital tomo I y a la conmemoración del bicentenario del nacimiento de Karl Marx, sus planteamientos surgen como resultado del análisis riguroso de los debates preparatorios de dichas efemérides, en las que se debe aprovechar el actual y vigoroso impulso para profundizar lo que a continuación se expone. 1. Constitución del grupo social en clase Con base en Gómez de Mantilla (2014), se puede aseverar que para Marx no existen las clases sin una lucha entre ellas. Este enfrentamiento tiene un claro contenido político que marca la relación entre la clase dominante y la clase dominada. A su vez, Marx identifica una dicotomía entre una clase en sí y una clase para sí (Gómez de Mantilla, 2014), en la cual,


la primera se conforma apenas con el compartir una situación objetiva entre varios individuos, mientras la segunda se construye luego del reconocimiento grupal como sujeto colectivo que comparte formas propias de ver el mundo; esto no quiere decir la sumatoria de intelectualidades individuales, sino algo cualitativamente diferente, colegiado, -una conciencia social-, definida en el juego político concreto, por tanto, esta materialización objetiva de las cosmovisiones y de los imaginarios que se objetivan en comportamientos sociales aceptados, compartidos, recreados y reproducidos por la clase como lo “real” (Sánchez Vázquez, Ensayos marxistas sobre filosofía e ideología, 1983), conforma su ideología y constituye un marco de pugnacidad que define a las clases y sitúa a una de ellas sobre la otra en el debate público. En la misma línea, se tiene que a la par del proceso material o de las relaciones económicas, se gestan los procesos ideológicos y simbólicos que configuran las clases para-sí, estos enfrentan a las clases dominantes con su poder económico, su claridad, su capital cultural y conceptual, expandido y curricularmente vigente, -con todas las armas fiscas y discursivas a su servicio-, frente aquellas clases que, dice Marx, “no tienen nada que perder, solo sus cadenas” (Marx & Engels, 2004), esas que postergan su formación ideológica, por debatirse la búsqueda de su sobrevivencia diaria.


Ahora, cuando Marx habla de que dos grandes clases –la burguesía y el proletariado– se enfrentan cada vez más entre sí, no pasa por alto en ningún análisis concreto la multiplicidad de fases intermedias y de transición, ni la posibilidad de diversas alianzas en la lucha de clases. Pero lo decisivo en la mencionada teoría es que, en un número de manos cada vez menor, se concentran medios de producción cada vez más poderosos y capital cada vez más colosal, al mismo tiempo en que crece incesantemente la masa de personas que carecen de medios de producción de toda índole y se ven obligados a vivir a partir de la venta de su fuerza de trabajo, por tanto, el capital y el trabajo se enfrentan el uno al otro, oscureciéndolo todo. De manera temporal y bajo ciertas circunstancias, los estratos intermedios o las clases en transición, también son capaces de conquistar el poder, pero nunca de mantenerse en él. Sólo se convierten en clases dominantes, los propietarios de los medios de producción en masa (los señores de la tierra, del comercio, de la industria, la “ciencia” y del capital financiero). Por mucho que se diferencien entre sí las formas de dominación –desde la despótica hasta la democrática–, todas ellas se apoyan, sobre el poder de disposición de los medios de producción, sobre las instituciones establecidas para la protección de las relaciones de producción y, sobre el hábito de someterse al orden establecido en cuanto único orden que ha probado preservar del caos y resguardar a la comunidad, precepto constituido por antonomasia como “el” orden, por


encima de las tradiciones y los convencionalismos, más allá de las leyes que otorgan a las situaciones habituales la bendición de lo “sagrado” o de lo “eterno”. 2. División del trabajo y conflictos de clase Nuestra reconocida autora considera que Marx también asigna un papel importante a ciertos sectores de la clase burguesa que pueden hacer suyos los intereses proletarios (Gómez de Mantilla, 2014), en especial a los intelectuales. A ellos les concede la tarea de analizar el proceso, explicar las leyes y comprender teóricamente el movimiento en su génesis, en su dinámica y en su disolución, conocimiento del adversario que es insoslayable en toda disputa declarada. De manera específica, la clase dominante necesita de un poder ejecutivo armado y soportado económicamente por los medios producción a su cargo, (al cual que esté dispuesto a otorgarle, legal o ideológicamente, poderes dictatoriales “en situaciones de necesidad”), pero lo que asegura su dominio por encima de todo, es el poder cosificado de las relaciones de propiedad y de las relaciones jurídicas, esto es, su autoridad hecha “elemento” imprescindible en toda sociedad. En la Ideología alemana2 (Marx & Engels, 1973, p. 50), se explica: Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; en otras palabras, la Allí también se lee: “…hasta ahora, las revoluciones, dentro del régimen de la división del trabajo, tenían necesariamente que conducir a nuevas instituciones políticas (…) [contrario sensu] la revolución comunista, al acabar con la división el trabajo, elimina por último las instituciones políticas…”, p. 452. 2


clase que ejerce el poder material es, al mismo tiempo, quien ejerce el poder espiritual que en ella domina. La clase que dispone de los medios para la producción material, por ese hecho dispone también, de los medios para la producción espiritual, obligando con ello, por regla general, a someterse a su definición de las ideas a quienes carecen de medios para la producción espiritual…Los individuos que forman la clase dominante tienen, entre otras, conciencia de ello y piensan en consonancia con ello; por tanto, en cuanto dominan como clase y determinan todo el ámbito de una época histórica, es evidente que lo hacen en toda su extensión y, por consiguiente, también como seres pensantes, como productores de pensamientos, dominan y regulan la producción y distribución de las ideas de su tiempo, razón por la cual sus ideas son las idas dominantes de la época. La división del trabajo conduce también en el seno de la clase dominante, a una división de la labor entre quienes piensan y quienes actúan. Cabe incluso la posibilidad de que, dentro de esta clase, el divorcio conduzca a un cierto enfrentamiento y una cierta hostilidad entre las dos partes, que, sin embargo, desaparecerán por sí mismas ante cualquier conflicto que pueda poner en peligro a la propia clase y en que, por tanto, se esfume también la apariencia de que las ideas dominantes no son las ideas de la clase dominante,


sino que poseen un poder propio, aparte del poder de esta clase. La existencia de ideas revolucionarias en determinada época presupone ya la existencia de una clase revolucionaria. (Marx & Engels, 1973, p. 51) Los círculos anti-intelectuales del movimiento obrero se apoyan con frecuencia en este pasaje, con lo cual pasan por alto que “en cada colisión práctica susceptible de poner en peligro a la clase misma”, las ideas de la clase dominante, en realidad, no entran en conflicto con la clase ni consigo mismas, sino lo que ocurre la mayoría de las veces es que los “productores de ideas”, esto significa que, los intelectuales reniegan de la clase dominante para luchar contra ella – conjetura el Manifiesto Comunista–: Por último, en los momentos en que la lucha de clases se acerca al momento final, el proceso de descomposición de la clase dominante y de toda la vieja sociedad cobra un carácter tan violento y tan agudo, que una pequeña parte de la clase dominante se desprende de ésta para pasarse a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos se halla el futuro. Y así como antes una parte de la nobleza se pasaba a la burguesía, ahora una parte de la burguesía se pasa al proletariado, principalmente una parte de los ideólogos de la burguesía, que han logrado elevarse trabajosamente hasta la conciencia teórica de todo el movimiento histórico. (Marx & Engels, 2004, p. 79)


Más aún, la clase que, en virtud de sus condiciones existenciales, entra en colisión con la clase dominante, se convierte en clase revolucionaria, no sin la intervención de pensadores provenientes de otras esferas, “quienes, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver claro sus derroteros” (Marx & Engels, 1973). Marx y Engels se contaban entre tales pensadores. 3. Desarrollo histórico y organizativo de la clase trabajadora a nivel global Cuando de tratar de identificar la constitución de la clase obrera como una clase en sí, encontramos que el devenir organizativo de los y las oprimidos en el siglo XX estuvo más cercano a la sectorización y jerarquización de las fuerzas anticapitalistas, quienes disputaron espacios de poder con la burguesía, mientras que se esfumaba la posibilidad de constituir un sujeto colectivo que compartiera las bases de una ética opuesta a la primacía heurística del valor en la relaciones humanas, se estimuló la proletarización y división de los hombres tras la idea de un socialismo puro y realmente existente. En concordancia con Franḉois Furet (1995) antes del estallido de la guerra de 1914, la idea de revolución había acabado por adquirir una apariencia insensata, al punto en que Lenin (1917) citado por Marta Harnecker (2008) llegaría a afirmar: “los de la vieja generación quizá no lleguemos a ver las batallas decisivas de esa futura revolución". Sin


embargo, la situación política generada por la primera guerra mundial generó una formidable renovación de la idea revolucionaria, la cual, tras la bandera de paz, pan y tierra, facilitó la llegada de los bolcheviques al poder en Rusia (Furet, 1995), quienes por fin encontraron la oportunidad de suceder a los jacobinos y a la Comuna. Paralelamente, desde el período de tiempo transcurrido en Europa desde los finales del siglo XIX hasta el estallido de la guerra de 1914, se fue reduciendo la distancia que separaba al burgués del aristócrata, de esa manera, se aproximaron sus ideas, sus gustos y hasta sus géneros de vida; la reverencia a la democracia electoral o representativa y el culto a la nación –cuya increíble fuerza se demostrará en la guerra–, los fueron soldando en una voluntad política común, así mismo, como se verá más adelante, tras es la idea aristocrática de “virtud” e “ilustración”, la burguesía encontró la base y la motivación para asimilar convenientemente la obra de El Capital mediante sus grupúsculos intelectuales. En tal sentido, de la lectura de Furet (1995) se tiene que lo más sorprendente de la situación nacida de la guerra, fue el resurgimiento de la idea de revolución incluso en la derecha, sector político que aunque es muy antirrevolucionario en espíritu, generalmente no es contrarrevolucionario en política: porque una contrarrevolución sería de todos modos una revolución. Esta doble disposición moral permitió a las


antiguas noblezas agregarse a los partidos conservadores, o incluso a los liberales, al mismo tiempo en que la derecha tradicional redujo el alcance de su hostilidad contra la burguesía. A causa del anterior fenómeno, a manera de muestra se puede observar cómo en años posteriores en Alemania la cuestión del poder resaltó dos extremos de la escena política, los cuales el electorado reforzó con sus votos a partir de 1930; en las elecciones de septiembre de esa misma anualidad el partido nacional socialista, con 102 diputados, se consolidó como el segundo partido de mayor acogida en el Reichstag, –después de la socialdemocracia, que retrocedió respecto a 1928–, al mismo tiempo, los comunistas aumentaron en un tercio su capital electoral. La crisis económica surgida entonces vino a aumentar el desafecto que se vivía desde el origen de la República de Weimar y llevó la cúspide de opinión a estos polos revolucionarios y reaccionarios del tablero político, lo cual tuvo equivalencias buena parte de Europa. Con el pasar de los años y la reconfiguración geopolítica generada tras la segunda guerra mundial se gestó la ilusión de un mundo bipolar, en primer lugar, se fue constituyendo una fuerza que llegó a agrupar a la tercera parte de la población mundial en el siglo XX, tras la agrupación de naciones en la URSS y la llegada al poder de partidos comunistas en China y sus alrededores, andamiaje gestado


mediante la represión y dirección ideológica de Moscú y Pekín –el bloque oriental–. Con esto, se creó una línea de dirección política intocable por el movimiento obrero, la idea del autoproclamado socialismo real moldeó las categorías económicas presuntamente anticapitalistas, las formas ideológicas del pensamiento proletario y sus estructuras organizativas, sellándolas con el logo cientificista de “marxismo”, a tal punto en que, dentro de este último aspecto se cayó en el absurdo de aceptar que: La categoría de partido revolucionario surge del hecho de que el socialismo marxista es una ciencia que, en último análisis, puede ser asimilada completamente sólo en forma individual, y no de manera colectiva. El marxismo constituye la culminación (y en parte también la disolución) de por lo menos tres ciencias sociales: la filosofía clásica alemana, la economía política clásica, y la ciencia política francesa clásica (el socialismo y la historiografía franceses). Su asimilación presupone, por lo menos, un entendimiento de la dialéctica materialista, del materialismo histórico, de la teoría económica marxista y la historia crítica de las revoluciones y del movimiento obrero moderno. (…) Es absurda la noción de que esta colosal suma de conocimientos e información pueda de alguna manera fluir “espontáneamente” al trabajar en un torno o en una máquina sumadora (Mandel, 1940, p. 8).


Con lo anterior, autores como Mandel (1940) intentaron justificar la existencia de un sector de personajes a quienes se les designa explícitamente para estudiar las complejísimas categorías del marxismo y hacer de ellas un sistema aplicable al necesario activismo, pues se supone que este grupo, gracias a su brillantez, tiene la claridad para relevar de la tarea de aprendizaje teórico a la masa de oprimidos, faltos de pericia en entendimiento del pensamiento de Marx, para así delegar en dicha masa únicamente ciertas labores en el actuar del movimiento proletario. Este autor considera que en caso de establecerse una correlación entre la burocracia estalinista –resultado del precitado “socialismo real”– y “el concepto leninista del partido”, se tendría que hacer al menos una mención al tema de los intelectuales, ya que la postura de Stalin no habría sido el resultado de la “teoría de la organización” leninista sino la consecuencia de la desaparición de un componente decisivo de esta noción: la presencia de una capa amplia de cuadros obreros, educados en la revolución y en mantener un alto grado de actividad, vinculada íntimamente con las masas; sin embargo, en la práctica lo que sucedió en aquel bloque oriental es que grupúsculos cada vez más pequeños de intelectuales, se hicieron imprescindibles para un proyecto de sociedad burocratizada muy lejano de la abolición de las relaciones sociales capitalistas (Mandel, 1940).


Es por lo anterior, que Mandel intentó reconsiderar esta postura a través de la lectura del lamentable efecto histórico de ese proceso de “socialismo”: Aun así, es correcto afirmar que la participación de la intelectualidad revolucionaria rusa en la construcción de un partido revolucionario de clase del proletariado ruso, fue, de todas maneras, una selección individual pura sin raíces sociales. Y desde la Revolución de Octubre, ello se ha vuelto inevitablemente en contra de la revolución proletaria, pues las masas de la intelectualidad técnica no fueron capaces de pasarse al campo de la revolución. En principio sabotearon la producción económica y los métodos de organización social dentro de la escala más amplia; más tarde su cooperación tuvo que ser “comprada” por medio de salarios elevados; finalmente se convirtieron en la fuerza motora de la burocratización y de la degeneración de la revolución. (Mandel, 1940, p. 29). Al mismo tiempo en que sucedía esto, en segundo lugar, geopolíticamente se alineó un bloque occidental con dirección anglosajona –tan pronto sacaron del juego a sus rivales nacional socialistas-. Allí la burguesía liberal, gracias a sus intelectuales, apeló a fórmulas socialcristianas o keynesianas como salida a la guerra y, con el fin de contener la «amenaza soviética», recogió y encerró dentro del modelo de democracia representativa (parlamentaria o presidencialista)


demandas sociales, tales como, mayor poder de decisión en las fábricas, menores jornadas, o mayor retribución por la fuerza de trabajo empleada, para hacer de ellas dispositivos de dominación sutil, a saber, sindicatos de colaboración encerrados en la idea corporativa, modelos de previsión social «por aportes solidarios entre trabajador y empleador» (Giraldo, 2007), modelos de maximización de utilidades a través de la producción en serie –fordismo–, aplicación de la fuerza de trabajo fuera de la fábrica, teletrabajo o trabajo en casa, salarios mínimos legales nacionales fijados arropando jurídicamente fórmulas de mercado, entre otras (Baldasarre, 2001); fórmulas que luego –años ochenta hacia acá- se presentarían exitosamente como la presunta alternativa a la disyuntiva izquierda-derecha en la era del “nuevo liberalismo”. 4. Aristas del pensamiento de Marx encerradas dentro marxismo del siglo XX A causa del desprestigio de la obra de Marx, debido a la idea de supuestamente haber “patrocinado” aquel “socialismo real” (Sacristán Luzón, 1983), desde hace varias décadas el movimiento obrero se debate entre la desmovilización y la relectura de los textos de este autor, como uno de tantos instrumentos necesarios para reconstruir el fundamento teórico de la lucha insubordinada. Hace bastante tiempo Manuel Sacristán (1983) consideró el clima de antimarxismo dominante en la década de 1980 (y que


se extendió a los años posteriores al derrumbe de los “socialismos reales”) era un fenómeno acotado; de ese modo, se daba por sentado que Marx seguiría leyéndose en el siglo XXI, tan sólo por la notable proliferación contemporánea de ediciones de su obra, hoy se comprueba que el de Sacristán fue un pronóstico certero. No obstante, se puede añadir que el Marx del siglo XXI intenta perfilarse como un pensador liberado de la pesada hipoteca del siglo pasado, cuando se lo consideraba el responsable intelectual del ‘comunismo’ del siglo XX (Holloway, 1992). Marx volvió a emerger de entre los escombros del Muro de Berlín. No el mismo Marx, claro, sino el autor del siglo XXI del que hablaba Sacristán: uno más secularizado, menos sujetado a las experiencias políticas y los sistemas ideológicos del siglo XX. Las preguntas sobre el fracaso de los “socialismos reales” comenzaron a dirigirse a la obra del propio Marx, y aunque el filósofo de Tréveris no ofrecía, como en el pasado, una respuesta a cada interrogante, el siglo XX terminó con la esperanza de “volver a Marx”, de encarar su obra “sin ismos” (Fernández Buey, 1998), incluso, admitiendo que su profecía en torno a la emancipación humana había fracasado. Dentro de la postura de Sacristán también se destaca que, cada época histórica recompone el corpus de las obras legadas por el autor conforme se aborda con renovadas interrogaciones. Ciertas obras, canónicas en un tiempo histórico, pasan en otro


a un segundo o tercer plano, mientras que otras laterales ayer, ocupan hoy el centro del canon de lectura. En ese sentido, el criterio adoptado en esta propuesta de relectura es desembarazarse de los lineamientos de buena parte de los “marxismos” del siglo XX, que distinguían entre, un “joven Marx” “premarxista” y uno “maduro”, entre uno “demócrata” y otro comunista, o que oponían a un “Marx político” a uno “científico”, un Marx de la ética y la subjetividad contrapuesto a uno estructural de las leyes objetivas de la historia, tampoco se dispone distinción entre aquel estudioso del “materialismo dialéctico” y el del “materialismo histórico”. Marx no fue, estrictamente hablando, ni un filósofo, ni un economista, ni un historiador ni un organizador político; al mismo tiempo, en cierto sentido fue todo eso. Marx en sus diversos perfiles fue un autor capaz de desafiar los sistemas filosóficos de su tiempo, postular un nuevo lenguaje para la política, abordar el ensayo histórico-político y al mismo tiempo someter a crítica radical una ciencia emergente, la economía política. Maximilien Rubel (1997; 2003) es de aquellos que ha tratado de emprender esta tarea, confrontar la pléyade de codificadores del marxismo con la reflexión del propio Marx, parte de la idea de un pensamiento en construcción a lo largo de su vida, sumándola al carácter fragmentario, inédito y de publicación póstuma de sus textos; así, propone no vacilar en


separar a Engels de Marx, considerar la obra y la vida de Marx como un todo. Rubel demuestra por qué no se puede tachar a Marx de haber fundado un marxismo –como sistema de pensamiento autónomo, acabado y delimitado por sus textos– , cualquiera que sea. No obstante, comprender el alcance y sentido intelectual de Marx, implica divisar su herencia intelectual, su filiación y conflicto con relación a los filósofos alemanes, a los pensadores ingleses y franceses de la reforma social, así mismo, entender la estrechez material y los avatares de su existencia diaria, no para exigir tecnificación de su estudio, pero si para quitarle de encima la carga de decirse creador de un sistema teórico rígido. Marx no pudo terminar su trabajo, incluso, varió, redujo y adaptó su horizonte conceptual a lo largo de su vida, como buen hombre de crítica, de ahí la distancia que separa la obra realizada bajo su dirección frente a los intentos de sus adeptos y discípulos de fundar un sistema de pensamiento cerrado llamado “marxismo”. Por tanto, lo que se propone este documento es superar el síndrome de la “camisa de fuerza” de El Capital, en el desarrollo de este intento de desacralización de Marx y a causa del carácter meramente propositivo, se postularán algunos focos de análisis –algunos ocultos por la “vanguardia marxista” y otros tomados con desdén-, los cuales comprometen la tarea de los hombres y mujeres o los de los círculos de rescritura marxista que pretenden, desde la


disputa colectiva y la asociación voluntaria, al mismo tiempo resaltar sus aciertos y enfrentar sus yerros. 5.1. Relaciones sociales de producción capitalista y fundamento del recorte de la jornada laboral El gran ideólogo de la burguesía liberal Isaiah Berlin en su biografía sobre Marx explica con precisión que: La producción es una actividad social. Toda forma de trabajo cooperativo o de división del trabajo, cualquiera que sea su origen, crea propósitos comunes e intereses comunes, los cuales no son analizables como mera suma de los intereses o aspiraciones individuales de los seres humanos a quienes incumben. Si, según acontece en la sociedad capitalista, un sector de la sociedad se apropia del producto del trabajo social total para su exclusivo beneficio, como parte de un desarrollo histórico inexorable que Engels, más explícitamente (y mucho más mecánicamente) que Marx, intenta describir, ello va contra las necesidades humanas <<naturales>> –contra lo que los hombres, cuya esencia, como seres humanos, es ser sociales– necesitan para desarrollarse libre y plenamente. De acuerdo con Marx, quienes acumulan en sus manos los medios de producción y, por lo tanto, también los frutos de ésta, bajo la forma del capital, forzosamente desposeen a la mayoría de los productores –los trabajadores– de lo que éstos crean y, de este modo, dividen la sociedad en explotadores y explotados; los intereses de


ambas clases son opuestos; el bienestar de cada clase depende de la capacidad para aprovecharse del adversario en una guerra continua, guerra que determina todas las instituciones de esa sociedad (Berlin, 2000, pp. 126-127). A pesar de la precisión de la anterior lectura, en realidad, para Marx el problema crucial de la vida humana es más profundo, agudo y complejo, se trata del asunto de la enajenación propia del capitalismo moderno, las relaciones sociales jerarquizadas, impersonales y autoritarias que están implícitas en el modelo de producción capitalista (Zuleta, 1999), esta inquietud lo acompañó a muy temprana edad al considerar que el modo de producción no debe considerarse solamente en el sentido de la reproducción de la existencia física de los individuos. “Lo que son coincide por consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo de cómo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto de las condiciones materiales de su producción.” (Marx & Engels, 1973). En efecto, la mayor preocupación de Marx es la división profunda que en la sociedad produce la separación entre el productor de mercancías y el trabajador, tal y como describe en el primer tomo de El Capital, la relación entre ellos forma un mundo y una sociedad en cuya puerta está escrito “Prohibida la entrada excepto para asuntos de negocios” (Marx, 2012), de tal manera que, la única fuerza que los une y relaciona entre sí es el egoísmo, el provecho y el interés


privado de cada uno: “(…) Así la asociación entre empresario y obrero está dominada por una indiferencia básica hacia los seres humanos, por una actitud que considera al hombre como nada y al producto como todo” (Marx, 2012, p. 128)3. Esa despersonalización tiene una profunda influencia sobre el proceso laboral. Convierte al obrero, según Marx: En un monstruo, fomentando artificialmente una de sus habilidades parciales, a costa de aplastar todo un mundo de fecundos estímulos y capacidades (…)Además de distribuir los diversos trabajos parciales entre diversos individuos, se secciona al individuo mismo, se le convierte en un aparato automático adscrito a un trabajo parcial” (2012, p. 293). Mientras en etapas anteriores del desarrollo económico “el obrero se sirve de la herramienta: en la fábrica sirve a la máquina. Allí los movimientos del instrumento de trabajo parten de él; aquí es él quien tiene que seguir sus movimientos” (Marx, 2012, p. 293). Según el pensador de Tréveris mientras en la manufactura (como este autor denomina a la primera etapa de la economía capitalista), los obreros son otros tantos miembros de un mecanismo vivo, en la fábrica existe “por encima de ellos un mecanismo muerto, al que se les incorpora como apéndices vivos” (Marx, 2010, p. 319). El “trabajo mecánico”, asevera Marx “confisca toda 3

Véase también Marx, K. (1987). La Miseria de la filosofía. México D.F.: Siglo XXI Editores, p. 48, acá Marx puntualiza que la única cosa considerada en el trabajo capitalista es el tiempo, es decir, el número de hora por las cuales debe pagarse al trabajador: “El tiempo lo es todo, el hombre no es nada; es, a lo sumo, la cristalización del tiempo”.


la libre actividad física y espiritual del hombre” (Marx, 2010, p.319). Para subrayar este punto Marx cita a A. Fergusson, contemporáneo de Adam Smith, quien exclamó al describir la vida económica moderna: “Estamos creando una nación de Ilotas; no existe entre nosotros un solo hombre libre” (Marx, 2012, Tomo II p. 51). Esta pérdida de libertad, no la desigualdad de salarios o los bajos ingresos del obrero –como a menudo se ha afirmado– es la preocupación más profunda de Marx. Para él la esencia del trabajo humano asalariado no es la libertad, dice en los Manuscritos Económico filosóficos: Cierto, que también el animal produce. Construye su nido, construye su morada, como la abeja, el castor, la hormiga, etc. Pero sólo produce aquello que necesita directamente para sí o para su cría; produce de un modo unilateral, mientras que la producción del hombre es universal; (el animal) sólo produce bajo el acicate de la necesidad física inmediata, mientras que el hombre produce también sin la coacción de la necesidad física y cuando se halla libre de ella es cuando verdaderamente produce (paréntesis y subrayado fuera del texto original)4 (Marx, 1966, pp. 67-68). Por consiguiente, el carácter del trabajo cambia con el surgimiento de la empresa moderna. Marx (1966) dice que el obrero a partir de entonces “no se afirma, sino que se niega 4

Marx, Manuscritos económico-filosóficos, pp. 67-68.


en su trabajo” por tanto, “el obrero solo se siente en sí fuera del trabajo, y en éste se siente fuera de sí”. “No trabaja voluntariamente, sino a la fuerza, su trabajo es un trabajo forzado” toda vez que, el trabajo no representa la satisfacción de una necesidad, sino un medio para satisfacer necesidades lejanas a él. El carácter extraño del trabajo asalariado y fabril se manifiesta en toda su fuerza en el hecho de que el trabajador huye de él como si escapase de la peste: “(…) sólo se siente como un ser que obra libremente en sus funciones animales, cuando come, bebe y procrea…para convertirse, en sus funciones humanas, simplemente como un animal. Lo animal se trueca en lo humano, y lo humano en animal”. (Marx,1966, pp. 67-69) En el mismo sentido Walicki, en una interpretación de los textos de Marx sobre el trabajo, afirma: La trágica ley del desarrollo a través de la alienación demanda sacrificios. La especie humana puede desarrollarse sólo exteriorizando sus facultades internas, objetivando su actividad y perdiendo el control sobre ella, creando así un mundo externo y autónomo, que confronta a las personas como fuerzas extrañas de la naturaleza, y crece a expensas de los seres humanos individuales. Este mundo alienado de productos humanos, los objetos de la economía política, es una forma de auto creación humana, que sienta los fundamentos para la liberación del hombre del yugo de la naturaleza externa; al mismo tiempo, es una forma


de auto esclavitud humana. (…) La actividad del trabajo alienado aumenta la libertad del hombre en relación a la naturaleza externa pero, al mismo tiempo, trae consigo la degradación del hombre como un ser racional y autoconsciente. Este estado de cosas afecta a todos los hombres pero, sobre todo, a los trabajadores, que se niegan a sí mismos en su trabajo, sintiéndose libremente activos sólo en las funciones animales de comer, beber y procrear. La relación entre el trabajador y el producto de su trabajo se vuelve inversamente proporcional: "Mientras más poderoso se vuelve el mundo objetivo y ajeno que él cree opuesto a sí mismo, más pobre se vuelve él mismo en su vida interior y menos puede llamarla propia". (1988, p. 10) Con este tópico, Marx estaba soslayando (materialmente) que, a fin de entender lo que ocurre en el mercado, hay que salir de él y entrar en la fábrica, que es donde se cosifican las relaciones entre los seres humanos y se convierten en bienes; allí se plantea la superación de preguntas como “¿cuándo comienza mi día y cuando termina?”, ¿cuánto tiempo le dedico a una labor que no deseo ni me satisface, con el fin de consumir artículos que no requiero?, ¿en cuánto se tasa el tiempo libre que me deja la fábrica y como puedo reemplazarlo por objetos de consumo?. El postulado ético fijado en la eliminación de relaciones sociales propias de modelo de producción capitalista y el análisis científico son inseparables en el caso de Marx, nada


que ver con la divulgación que ha tenido el marxismo –del cual Marx fue su crítico más radical en su origen–; en parte a ello se debe la ineficacia de las intervenciones del autoproclamado “socialismo real” en las relaciones laborales. En tal medida, repasando los diversos borradores y revisiones escritas durante la redacción de El Capital, Marx tomó la decisión de incluir en el primer volumen el capítulo sobre la jornada de trabajo, la importancia de esta decisión residió en que Marx estaba introduciendo directamente en su teoría, la lucha de los trabajadores por acortar la jornada de trabajo asalariado, como camino usado para librarse de aquel tipo de trabajo y su alienación, no para avaluar la fuerza laboral como mercancía. Precisamente, la burguesía se sintió amenazada y se entregó en la disputa por la jornada debido a la transgresividad de sus fundamentos, así mismo, esparció sus relaciones sociales alienantes a otros horarios, algo plenamente verificable en la actualidad, tal y como Alejandro Teitelbaum indica: …el sistema capitalista en su estado actual trata de superar sus contradicciones insolubles inherentes a la apropiación por los dueños de los instrumentos y medios de producción y de cambio de buena parte del trabajo humano social (plusvalía) apoderándose de la mayor parte del creciente tiempo libre social (distribución desigual del tiempo libre social ganado con el aumento de la productividad) para “poner plustrabajo”, como escribe Marx en los


Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) y apoderándose también del escaso tiempo libre particular que les queda a quienes trabajan, mercantilizándolo como objeto de consumo. De modo que puede decirse que la esclavitud asalariada propia del capitalismo, que pudo entenderse limitada sólo a la jornada laboral, ahora se extiende a todo el tiempo de la vida de los asalariados. De alguna manera, ha desaparecido la diferencia entre la esclavitud como sistema prevaleciente en la antigüedad (el esclavo al servicio del amo de manera permanente) y la esclavitud asalariada moderna. (2016) A pesar de su relevancia, este tema no ha sido resaltado mayoritariamente dentro del legado de Marx; con la obra El Capital, como símbolo del malentendido, el “marxismo” ha vivido en una completa mistificación semántica que ha dejado la pelea por la libertad y la superación de las relaciones sociales de producción del capital tras la tasa de explotación laboral o “salario”. La variedad de las voces que hablan de protagonismo del problema de la alienación y la libertad en la obra del pensador de Tréveris (Sánchez Vázquez, 2006; Bobbio, 2001; David Harvey, 20145), hoy genera la falsa idea En cuanto a la jornada de trabajo, Harvey menciona en su referencia a Marx: “Los capitalistas tratan de apoderarse de cada instante del tiempo del trabajador durante el proceso de trabajo. No compran simplemente su fuerza de trabajo durante doce horas; tienen que asegurarse de que cada segundo de esas doce horas se aprovecha con la máxima intensidad, y a eso atiende, por supuesto, el sistema disciplinario y supervisor de una fábrica.” Harvey, David. Guía del Capital de Marx, libro primero. Editorial Akal. Madrid, 2014, p. 142. Por esa vía Harvey rescataba la conexión entre los primeros textos de M. Foucault y este aspecto de Marx, pues esa disciplina es la que delimita el modo de producción capitalista y repele todo individuo o discurso que intente destronar su visión de eficiencia comercial. Harvey acierta en cuanto a que la pelea por la jornada del 5


de que disputar cosas distintas a contraprestación laboral es liberalismo. 5.2. Crítica al Estado y a la forma mercancía Como ya se anotó, aquel que criticaba al Estado sentenciando que “La existencia del Estado y de la esclavitud son inseparables” (Marx, 2008), fue convertido en el aval y patrocinador del mayor Estado, la Rusia llamada soviética y la China llamada comunista. El crítico del despotismo, en cualquiera de sus formas –bonapartismo en Francia, el prusianismo en Alemania, o el zarismo en Rusia–, convertido en ideólogo de regímenes totalitarios, el que hablara del fin del capitalismo y del comunismo como del fin del Estado, del capital y de las clases, incluido el proletariado, fue convertido en padre de partido e ideólogo de un movimiento obrero basado en la perduración del proletariado y no en su destrucción. No obstante, consideramos que existen elementos para salir de aquella falsa representación, por ejemplo, dentro de los análisis que Marx hace sobre el movimiento obrero ruso del siglo XIX, existen rescatables vínculos entre su frente a La Comuna de París (18 de marzo de 1871–28 de mayo de 1871) y la supresión de la autoridad en el campo de la gestión pública.

trabajo, es una pugna por salir de la alienación del trabajo, quitarle campo a su negación de libertad, para buscar otros modelos y relaciones de producción.


Siguiendo a Rubel y a Janover (1997), los escritos periodísticos de Marx proporcionan numerosas muestras del inicio de esta relación dialéctica al interior de su estudio, en el que se entremezclan la observación del historiador y la visión anticipadora del utópico; en esta faceta, el pensador de Tréveris comprendía al Estado, así: El Estado burgués no es más que una seguridad recíproca de la clase burguesa contra sus miembros individuales y contra la clase explotada, seguridad que ha de volverse cada vez más costosa y aparentemente cada vez más difícil (...) Evidentemente, la sociedad no puede tolerar que se constituya en su seno una clase que se rebele contra sus condiciones de existencia. (…) Tras la abolición del impuesto se disimula la abolición del Estado. La abolición del Estado sólo tiene sentido entre los comunistas como resultado necesario de la abolición de las clases; una vez desaparecidas éstas, desaparece automáticamente la necesidad de un poder organizado de una clase para mantener a otra bajo su yugo.” ‹‹N.Rh.Z.-Revista, IV, 1850, MEW, VIII. p.288›› (Marx, 1850, citado por Rubel & Janover, 1997, p.16). En la misma línea, se considera que posteriormente, ese carácter dicotómico al interior de su idea sobre el Estado, se expresó acentuadamente cuando se proclamó La Comuna, pues a pesar de que el pensador de Tréveris teóricamente apoyaba cualquier levantamiento de la clase obrera, en un


primer momento se sintió distante de lo que entendía como falta de preparación de los comuneros. Sin embargo, más adelante la dinámica misma de la lucha le hizo reconocer las graves repercusiones que tendría su rechazo o apoyo, y al final, plenamente consciente de lo que estaba en juego, se decidió enérgicamente por su declarado aliento, elaborando, a través de la Internacional, una interpretación favorable –e incluso “transfigurativa”– de lo sucedido en Francia (Ross, 2016), la cual, de hecho funcionó como una especie de manifiesto que ampliaba y prolongaba lo que los comuneros estaban logrando. Entre los efectos que generó en el pensamiento de Marx el haber apreciado la “propia existencia en acto” (Ross, 2016) de La Comuna, debemos resaltar, entre otras, la dirección filosófica y política que Marx emprende después de la Comuna, la cual se refleja en las facetas de su pensamiento, en los ya mencionados debates de la primera Asociación Internacional de Trabajadores de 1871 (Marx, 1973), en sus escritos sobre comunidades ancestrales y, en los textos de última década de su vida; en particular, en la carta a Vera Zasúlich se puede apreciar una predilección por la dialéctica delimitada por el espacio geográfico, esto es, dependiente de las condiciones específicas de cada lugar, en oposición al trascendentalismo hegeliano6. 6

Es clave entender la importancia de esta célebre carta calendada en Londres el 8 de marzo de 1881, por la forma como termina Marx: “El análisis presentado en El Capital no da, pues, razones, en pro ni en contra de la vitalidad de la comuna rural, pero el estudio especial que de ella he hecho, y cuyos materiales he buscado en las fuentes originales, me ha convencido de que esta comuna es el punto de apoyo de la regeneración social en Rusia, más para que pueda funcionar


De igual manera, siguiendo lo expuesto por Ross (2016), se tiene que en 1882, un año después de esta carta, la nueva frase que agregó en el prefacio a la edición en alemán del Manifiesto Comunista, es decir, que “la clase obrera no puede simplemente tomar posesión del aparato estatal existente y ponerlo en marcha para sus propios fines” (Marx & Engels, 2004, p. 6), indica claramente el distanciamiento al que lo llevó La Comuna con respecto a sus pensamientos anteriores sobre la centralización del Estado. Así mismo, del análisis hecho por Rubel a esta carta, se establece que su influencia se manifestó en otro aparte del Manifiesto Comunista, al mencionar que: “Si la revolución rusa pasa a ser la señal de una revolución obrera en Occidente, de manera que las dos revoluciones se completan, la actual propiedad comunal rusa puede convertirse en el punto de partida de una revolución comunista” (Rubel, 2003, p. 138). Por tanto, la comprensión que Marx fue consolidando era que bajo el Segundo Imperio, la independencia formal del Estado con respecto a la sociedad civil, su crecimiento como “una excrecencia parasitaria” injertada en la sociedad civil, era de por sí la forma mediante la que gobernaba la burguesía (Marx, 2003). Atacar la presunta separación entre el Estado y la sociedad civil no era uno de los objetivos remotos del

como tal será preciso eliminar primeramente las influencias deletéreas que la acosan por todas partes y a continuación asegurarle las condiciones normales para un desarrollo espontáneo”. Véase Marx, Karl. Escritos sobre la comunidad ancestral. La Paz: Vicepresidencia del Estado Plurinacional, 2015, p. 204.


comunismo, sino el medio práctico para su consecución, el medio propio de la lucha de clases. Este apoyo a La Comuna significa en Marx una negación de la necesidad del Estado, pues retomando a Ross (2016), el perfil comunal con todos sus límites y contradicciones más que una forma, era un conjunto de actos de desmantelamiento de la autoridad estatizada, era la crítica del Estado burocrático hecha acto; una crítica que según Marx era su mayor medida social, en palabras suyas “equivalía a la abolición del Estado” (Ross, 2016, p.68). Los comuneros parisinos no habían decretado o proclamado la abolición del Estado, sino que más bien habían emprendido, paso a paso, el desmantelamiento de todos sus fundamentos burocráticos, en el poco tiempo que tuvieron a su disposición. La Comuna, agente y no órgano parlamentario, era ejecutiva y legislativa al mismo tiempo. El Ejército fue eliminado, todos los extranjeros fueron admitidos en La Comuna, los funcionarios estatales fueron eliminados (algunas de sus tareas aun existían, pero las podía llevar a cabo cualquier persona, por el salario medio de un obrero, siendo susceptible de revocación inmediata), los sacerdotes fueron enviados a la esfera de la vida privada; tal proyecto culminó con una masacre de clase en el centro mismo de la “civilizada” Europa, fusilamientos en masa en mayo de 1871, al igual que Marx, la intelectualidad burguesa, como buena interprete de


los fundamentos teóricos del movimiento obrero, supo que en La Comuna estaba una verdadera amenaza a su poderío. La Comuna, recuerda Engels (citado por Ross, 2016), “no tenía ideales que realizar, pero produjo una filosofía de la libertad superior a la Declaración de Independencia de Estados Unidos o la declaración de los Derechos del Hombre, porque era concreta”. Continuando con la lectura de esta autora, con posterioridad a La Comuna, Marx se dedicó, por un lado, a preparar lo que algunos entienden ahora como la edición definitiva del primer volumen de El Capital, la edición francesa, única cuya publicación supervisó personalmente, por otro lado, se entregó a continuar su estudio sobre los textos del ruso Chernishevsky, incluidos sus Ensayos sobre la propiedad comunitaria de la tierra y las formas comunales rusas. Dunayevskaya (2004) citada por (Ross, 2016) señala que uno de los principales cambios que hizo Marx a la edición francesa de El Capital, fue la nutrición del apartado sobre el fetichismo de la mercancía, para resaltar no sólo el intercambio de mercancías, sino también la naturaleza dual inherente al trabajo asalariado, su condición simultanea de fuerza y producto. Lo que Marx identificó en La Comuna fue la disolución real del fetichismo de la mercancía y el establecimiento de su negación: las relaciones sociales como “trabajo libremente asociado”. Toda vez que la actividad creadora de los


comuneros revelaba, mejor que cualquier estudio teórico, el fetichismo de la mercancía inherente a la forma propia del producto del trabajo como mercancía, incluido especialmente el propio trabajo como mercancía, lo cual abandonaban en la práctica. Lo que los comuneros, en forma de su propio “trabajo libremente asociado”, habían dejado presente era todo lo contrario a la cosificación del hombre (Ross, 2016). En la misma medida desapareció el trabajo como labor asalariada, forzada o encuadrada en un contrato asimétrico entre propietario y desposeído. El trabajo productivo cobraba un sentido más amplio que el de una actividad útil a las necesidades de la sociedad en su conjunto, tal y como afirmó Marx el trabajo productivo dejaba de ser un “atributo de clase”. (Marx, 2003, p. 72) Después de detallar en las acciones de los comuneros lo que podría ser en realidad el trabajo libremente asociado, Marx recogió elementos para estudiar, –a través de rupturas con el concepto de teoría–, la forma de la mercancía, como opuesto a aquel trabajo asociado que constató en Francia. 5.3. Metodología de El Capital y expansión del fetichismo de la mercancía como sentido común contemporáneo Haciendo una lectura a Perrotini Hernández (2014), los elementos teóricos deslumbrantes que ofrece Marx son los siguientes: primero, mientras otros autores comienzan por la renta, el beneficio y el interés, su análisis inicia por la fuente prístina de esas variables de distribución, él va directo a “la


forma general de la plusvalía”; segundo, a diferencia de los economistas políticos, Marx expone el doble carácter del trabajo (concreto y abstracto) que corresponde al “doble carácter de la mercancía”, y, tercero, “por primera vez los salarios se muestran como la forma irracional en que aparece una relación oculta” (Marx, 1868, citado por Perrotini Hernández, 2014) Otros aspectos del libro primero que por primera vez en la historia de la economía se tratan de modo sistemático son el análisis de los determinantes de la acumulación de capital, el desempleo y su función estructural en el ciclo de la producción, la regulación de los salarios y la explotación. Marx analiza el proceso de producción del capital en el Libro I porque ha descubierto, tras muchos años de investigación teórica y empírica, que la fuente original de la explotación y de la alienación capitalistas reside en las relaciones sociales de producción de la sociedad moderna; el origen de la alienación no es antropológico ni moral ni cultural, sino económico político. Marx explica en la sección séptima el proceso de acumulación del capital, su origen histórico y la implacable lógica del proceso de competencia capitalista, que obliga al empresario a convertir la plusvalía en capital continua e inexorablemente; el capital genera plusvalía y esta engendra nuevo capital, se repite el ciclo y así el origen de este círculo se pierde en el éter fenomenológico del mundo fetichizado de las mercancías.


La marcha sutil de la rueda de la acumulación y reproducción del capital, a través del terso intercambio mercantil de valores equivalentes guiado por la mano invisible, se encarga de fraguar en la conciencia de los individuos la convicción de que éste es el único mundo posible; o de que éste es el fin de la historia, como quisiera Francis Fukuyama, sino también de que ésta es la única historia. En esa línea, el capitalismo se muestra robusto y vital, en la superficie cosificada de las relaciones mercantiles cotidianas, la frugalidad, la abstinencia, la divisa estoica sustine et abstine emerge como la única causa lógica del nacimiento histórico del capital, y la ética protestante como la regla moral de conducta ad hoc a esa historia, sin embargo, como veremos esta no es una fatalidad inevitable, son las fuerzas vivas de la sociedad las que labran su destino a partir de los conflictos inherente a ellas. En la visión de Perrotini (2014) en este ethos de El Capital, es donde reside gran parte de la razón exclamaron “¡Marx tenía razón!”, la cual explica por qué quienes protestaron ante la crisis de 2008 y los coletazos que seguimos viviendo. Esta razón no radica en la justeza de todas sus teorías, ni en la cabal comprensión de su obra, que exige al lector una cultura enciclopédica clásica, renacentista y moderna, amén de conocer plenamente de economía, de filosofía, lenguas muertas y vivas, etcétera, sino en elementos como los acá


enunciados, ya que atraviesan la cotidianidad de la vida humana, dándole su profundidad7. 5.4. Mundialización imperial del mercado Quizás el aspecto más importante de la actual fase histórica, no solo desde el punto de vista económico, sino desde las perspectivas más importantes del conocimiento, es la llamada globalización, que influye de manera cada vez más relevante sobre las relaciones humanas contemporáneas. Existe una relación muy estrecha entre la obra de Marx y el fenómeno en cuestión, de hecho, Marx anticipó las principales características de un fenómeno de tal categoría, lo explicó remitiéndose a las leyes de movimiento del modo de producción capitalista, y sobre todo, basó en él la posibilidad de construir relaciones de producción sociales alternativas. Es evidente la relación entre Marx y la globalización, lo cual se resalta, pues como hemos afirmado al inicio, nuestro objetivo principal es, precisamente, verificar la actualidad del teórico alemán. En palabras de Marx y Engels consignadas en 1848 en el Manifiesto Comunista:

Nouriel Roubini, profesor de Economía de la Universidad de Nueva York, considerado un “gurú” del sistema financiero después de que saltó a la fama al “predecir” la crisis de 2008, en entrevista al Wall Street Journal afirmó. “Karl Marx llevaba razón. Llegado a cierto punto, el capitalismo puede destruirse a sí mismo. No puedes perseverar en el desplazamiento de ingreso del trabajo al capital sin tener un exceso de capacidad y una falta de demanda agregada. Y eso es lo que ha ocurrido. Pensábamos que los mercados funcionaban. Pues no están funcionando. (…) Las empresas, para sobrevivir y salir adelante, pueden abaratar más y más los costos del trabajo, pero los costes del trabajo son los ingresos y el consumo de otro. Por eso es un proceso autodestructivo” ver Roubini, N. (2011). Al final, Marx tenía razón: el capitalismo es autodestructivo. Recuperado de http://www.sinpermiso.info/textos/al-final-marx-tena-razn-el-capitalismo-es-autodestructivo-entrevista 7


La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de todos los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó a su vez en el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía, multiplicando sus capitales (…) Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero (…) Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional (…) En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones (…) (La burguesía) obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza. (Marx & Engels, 2004) Con Marx se tiene que la globalización es esencialmente la construcción de un mercado mundial único. Más precisamente, es la extensión a nivel mundial de las relaciones de producción y de intercambio capitalistas, cuyo


agente histórico es una clase social: la burguesía. Por eso algunos la denominan la mundialización, ya que supera la mera descripción superficial del fenómeno e identifica sus causas y tendencias profundas. Estas se pueden encontrar en el afianzamiento a escala planetaria del modo de producción capitalista que, unificando a la economía mundial en un mercado único, absorbe y elimina cualquier otro modo de producción preexistente. Debido a lo anterior, impresiona el hecho de que, hace más de 150 años fue postulado elementos que sirvieran para retratar un fenómeno cuyo funcionamiento llega a completarse solamente hasta ahora, resulta todavía más relevante, que los mecanismos casuales y las modalidades de la mundialización, identificados por Marx, son confirmados por el devenir histórico. Las causas de la mundialización pueden remitirse a lo que Marx llama la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, expuesta en la tercera sección del tercer libro de El Capital. Si bien el primer libro representa la base fundamental del estudio del modo de producción de la sociedad del capital –conteniendo la exposición de la teoría del valor y la definición de sus consecuencias en la ley general de la acumulación– es la ley de la tendencia decreciente lo que representa el verdadero corazón de El Capital de Marx.


Esto es así, en primer lugar, porque esta ley describe y explica el movimiento contradictorio, compuesto por crisis y expansión de la acumulación sobre bases cada vez más amplias, que es característica fundamental del modo de producción capitalista. Desde este punto de vista, la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia es de gran actualidad, porque en ella se puede basar la interpretación de la realidad contemporánea caracterizada al mismo tiempo por la inminencia de la crisis y la extensión del mercado a dimensiones mundiales. Pero existen más elementos a resaltar, aspectos de mayores implicaciones no sólo teóricas, sino también históricas y políticas; en la ley de la tasa decreciente halla fundamento la cuestión del carácter transitorio del modo de producción capitalista y la posibilidad de realización, sobre la base de las contradicciones intrínsecas a la ley, de una sociedad comunista. En esencia, el fundamento de cientificidad que Marx atribuye a su concepción de la transformación social, en alternativa a los proyectos utópicos de la sociedad socialista, o a la aceptación más o menos mejorada en sentido reformista de la sociedad capitalista, reside de manera considerable en esta parte de El Capital. 5.5. Intelectualidad y filosofía de aula A pesar del oscuro panorama retratado en la cruda observación de Marx sobre la modernidad capitalista, según Ross (2016) La Comuna también dejó muy claro que son las


masas las que forjan la historia y, al hacerlo, reforman no sólo la realidad sino también la teoría; siguiendo el proceso de lucha de material; Marx descubre un nuevo mundo cognitivo y su debate ya no es con pensadores, las teorías o su raíz burguesa, es la discusión frente a la historia de las luchas de clases la que se convierte en la teoría, como historia de las relaciones de producción. De esta manera, la opción teórica planteada desde La Ideología Alemana, al considerar que la filosofía alemana hasta ese momento “…no nos ofrece crítica alguna de las condiciones de vida actuales. No consigue nunca, por tanto concebir el mundo sensorial como actividad viva total de los individuos que lo conforman” (Marx & Engels, 1973, p. 26), entra a afirmarse en la forma en que ve a los trabajadores, lejos de individuo humano abstracto, aislado en aquella categoría de “esencia humana”, sino en protagonistas de la forma en que definen el trabajo asalariado y buscan su eliminación, lectura que muestra también los contextos que limitan el pensamiento de Marx y –por fortuna– le impiden responder a todas las preguntas actuales. En el capítulo de El Capital sobre la jornada de trabajo, Marx a la par narra la propia constitución de la clase obrera como sujeto revolucionario, pensando junto a las fuerzas humanas puestas en movimiento, de esta forma expresa: “De repente, sin embargo, surge la voz del trabajador, previamente” (Marx, 2010, p. 280), un pensamiento en marcha alejado de


la contemplación y el purismo académico o intelectual. En ese entendido, el trabajador, el oprimido y el observador pasan de creerse un elemento ajeno a la realidad que perciben e intentan cambiar, para convertirse en modulador del objeto de estudio, motor u obstáculo para la transformación social. 5.6. Visión desarrollista de la historia Profundizando en hitos anteriores marcados en el calendario, en El Capital, Marx explica el proceso de acumulación del capital, la expropiación de los medios de producción a los productores precapitalistas como su origen histórico y la implacable lógica del proceso de competencia capitalista, que obliga al empresario a convertir la plusvalía en capital continua e inexorablemente; el capital genera plusvalía y esta engendra nuevo capital, se repite el ciclo y así el origen de este círculo se pierde en el éter fenomenológico del mundo fetichizado de las mercancías. Sin embargo, bajo interpretaciones selectivas de dicha “obra cumbre” de Marx, ampliamente se ha sostenido que la visión de Marx es lineal, profética a la usanza de un mesías y dolorosamente catastrófica, esto no solo ha sido objeto de ataques teóricos sino un desestimulante para la intensión de forjar una alternativa entre las masas oprimidas; con este trabajo se intenta proponer tópicos diluir tal apariencia. Comoquiera que el origen del capital consistió en la cancelación de formas previas de organización de la


producción de la vida material, la forma capitalista de organizar la producción, la circulación, y el consumo de el objeto de la riqueza no es una forma eterna, inmutable; en consecuencia, esta forma de organización social es tan histórica como otras que han existido y se han extinguido. Paralelamente, a través de la lectura de Rubel tenemos que dentro de la correspondencia entre Mikhailovski y Marx, frente a la acusación hecha por varios personajes – ampliamente difundida desde entonces hasta la actualidad-, consistente en que Marx entendía el capital como una fatalidad a la cual ningún país podía escapar, el pensador de Tréveris respondía afirmando que la génesis del capitalismo occidental en ningún momento puede ser “una teoría histórico-filosófica del curso general fatalmente impuesto a todos los pueblos” (Rubel, 2003, p. 138). Del mismo modo, Marx le indicaba a Mikhailovski que: “Si Rusia tiende a convertirse en una nación capitalista a la manera de las naciones de Europa occidental, y durante los últimos años (…) no lo logrará sin haber transformado previamente una buena parte de sus campesinos en proletarios; y después de esto, una vez llevada al seno del régimen capitalista, sufrirá sus leyes implacables como otras naciones profanas” (Rubel, 2003, p. 137) lo cual puede corresponderse al resultado que dejó la expropiación de campesinos libres en Rusia, el engrosamiento de las filas de


proletarios atomizados, algo muy lejano a la idea de clase para sí en camino a la eliminación de las clases. En este orden de ideas, también se tiene que el capitalismo no es un modelo económico inevitable, por el cual hay que pasar y desarrollar para luego fundar el comunismo, pero tampoco es un modelo que se derrumbará por sí mismo, si bien conlleva unas contradicciones propias e irreconciliables en su interior, es la acción humana la que dará con su fin, así mismo, las crisis capitalistas no son muestra de venida del comunismo, son señal de su condición natural, así mismo, el desarrollo económico, técnico o científico y la positivización de derechos sociales no es sinónimo de progreso humano. En consecuencia, se rescata una visión de Marx sobre la historia, resaltada por personajes como Walter Benjamin (Löwy, 2004), es decir, una perspectiva no lineal y metafísica de la historia, donde pasan a ser las clases quienes construyen la construyen a contrapelo de la realidad que viven, para luego de sus victorias, plasmarla en lecturas historiográficas. Sin embargo, se sostiene que es precisamente este aspecto el que ha congelado la obra del filósofo de Tréveris y en especial El Capital, cercenándose a sí misma su calidad de generar un pensamiento vivo, puesto que ha sido la excusa de personajes que han edificado su papel dentro del movimiento revolucionario, como profesionales de la “ilustración marxista”, únicos depositarios de la formación académica y cultural necesaria para entender las fórmulas de El Capital,


por tanto, exclusivos llamados a encabezar la avanzada de activismo político e ideológico, sin importar si su tutela convierta a los trabajadores y oprimidos en dependientes de tal guía, postergando de esa manera su reconocimiento como clase para-sí, pues generalmente se considera que son dos o tres personajes, los que llegan a ser acreditados como aquellos con la claridad suficiente para disputar los espacios de poder, reservados para la burguesía o la clase intelectual y no para la clase oprimida en su totalidad. En primer lugar, esta forma de leer El Capital y la obra de Marx ha sido útil a la burguesía, la cual en su interior sí tiene una conformación por esferas, no solo posee un sector ejecutivo y con autoridad militar que reprime o divide los conflictos, los movimientos, los sindicatos y las mesas de diálogo que propone, para hacer parecer que la demandas de los ciudadanos son aisladas y sus causas no obedecen al modelo económico o a su estructura de dominación. A la par, la burguesía ostenta un sector intelectual que supo entender las categorías contenidas en la obra de Marx, para aplicar medidas que contuvieran el impulso del movimiento revolucionario o calmaran su indignación, tales como la dirección y dirección estatal del modelo educativo o de formación de fuerza laboral (Miranda Camacho, 2006), la creación de sistemas de previsión, protección o beneficencia social, la creación y cooptación de sindicatos o asociaciones gremiales (Baldasarre, 2001), la formulación de modelos de


economía “solidaria” y emprendimiento individual, bajo la consigna de “sé tu propio jefe”, y otras tantas medidas que han dificultado el derrumbe de las relaciones sociales de producción capitalista junto a sus formas de orden o autoridad jerarquizadas. Por otro lado, desde los centros de salvaguarda de las ideas de Marx, al interior de la izquierda y la derecha, se ha presentado una versión de El Capital (entre otras obras de este autor) autorizada para su lectura, una versión encerrada principalmente en formas clásicas como, la nacionalización y estatalización de los medios de producción, el centralismo en la toma de decisiones al interior de la clase revolucionaria o –visión de partido único–, cargado del sectarismo y, la segregación cualquier opción de “revisión de las ideas de Marx”, las cuales llevarían a entender que el problema es simplemente cambiar de patrono privado a estatal. 5. Supresión del papel de los ilustradores y bases pedagógicas de la disputa contra hegemónica La asimilación colectiva de los elementos antes enunciados y su puesta en práctica en un activismo articulado entre todos grupos oprimidos como resultado de la división del trabajo de la sociedad capitalista es necesaria, toda vez que a la edificación moderna de un hombre abstracto, dotado de un espíritu o una esencia propia que lo lleva a ver una realidad de la que no hace parte, parece estar inmersa en todos los ámbitos de la vida social, interiorizada por los sectores


intelectuales de la burguesía y replicada por una clase trabajadora permeada tanto por un débil fundamento teórico de su lucha, como por un corporativismo legado por esa visión centralista de partido único a la usanza del Bloque oriental, en tales condiciones el pensamiento de Marx sigue estando destinado a su postración. Por tanto, retomar la crítica global al capitalismo desde Marx, concierne revisar el funcionamiento del conjunto del sistema de economía política de los Estados burgueses, incluido el mercado mundial, y de paso implica retomar la reflexiones del pensador de Tréveris para mostrar de qué manera un partido político puede sustituir a la burguesía nacional en el servicio a un sistema económico de Estado, que de proletario solo tiene el nombre, como fue el caso de la Rusia soviética8. Entonces, fruto del mundo bipolar gestado en el siglo XX, la labor de reescritura de Marx dirigida a las ingenuas masas inició no sin cierto relumbrón y hasta con erudición y sensatez en los manuales de marxismo, pergeñados por intelectuales orgánicos respetabilísimos de la talla de Nicolás Bujarin, Franz Mehring, Jorge Pléjanov, entre otros. La catástrofe sobrevino con la consolidación de la ortodoxia marxista8

Siguiendo a Hobsbawn (1994), se encuentra que tras la victoria del régimen bolchevique entre 1918-1920, era evidente que el comunismo de guerra, cargado de planificación estatal de la propiedad y supresión -o captura institucional- del sistema de precios, con el fin de agilizar la gestión económica militar, por necesario que hubiese sido en su momento, no podía continuar, “a causa de las disputas en torno a la confiscación militar del grano; y en parte también porque el comunismo de guerra no proporcionaba ningún método eficaz para restaurar una economía prácticamente destruida tras la violencia,” por tanto, en voces de Hobsbawn, “como respuesta a esto Lenin introdujo la Nueva Política Económica (NEP) en 1921, lo que significó en la práctica el restablecimiento del mercado” y supuso una retirada del comunismo de guerra al «capitalismo de Estado», “procediendo a la industrialización masiva mediante la planificación estatal –con rezagos coercitivos– la cual se convirtió en una clara prioridad para el gobierno soviético” hasta su ocaso.


leninista-estalinista: la obra de Marx conoció una gran distorsión inescrupulosa hasta el punto de que no era posible reconocer las ideas originales y en el vertedero propio del manual en que se había convertido su trabajo científico. Sin embargo, como ya se dijo, bajo la etiqueta del socialismo real se asentaron posturas que pretendían centralizar todos los destinos del movimiento obrero tras la idea de un partido único y sus imprescindibles cuadros (Mandel, 1940), así, perduró por mucho tiempo la idea de que para emprender una tarea de trasformación social fundamentada en los textos de Marx, se debía conocer de una gran cantidad de temas y ello no estaba al alcance de la masa, por esto se requerían de “intelectuales orgánicos”, que fatídicamente vinieron fue a ocultar la esencia de la obra de Marx, la eliminación de las clases y por consiguiente del Estado, un objetivo que los haría innecesarios, de ahí la razón de su silencio. A pesar de lo anterior, cabe dejar en claro que, un tópico clave en la idea comunista es la supresión de las clases y por ende del Estado. Este propósito involucra dos aspectos diferentes y complementarios, a saber: en primer lugar, la eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción, que suprime las clases y desmonta al Estado como aparato represivo para dar curso a una modalidad de administración pública como expresión del autogobierno de los trabajadores sin representación, ni representados.


En segundo lugar, la superación de la diferencia entre intelectuales y trabajadores9, como problema de fondo en la tarea de supresión de las clases sociales, pues en la distinción intelectual de los hombres, se encuentra el germen de una nueva burguesía compuesta de burócratas, profesores y técnicos, que se superpone a los trabajadores. Es dable apelar entonces a Irving Fetscher, quien con precisión explica: Según la convicción de Marx es necesario suprimir las clases antes de que perezca el Estado, antes de eliminar sus ‘funciones políticas’. (…) A primera vista esta supresión de las clases no parece ser un problema muy grave. Ya que Marx define las clases sociales por su participación o no participación en los medios de producción, parece que bastaría que la sociedad adquiera estos medios de producción para liquidar a las clases. Pero aunque esta solución parece ser muy plausible el pensamiento inicial de Marx va más allá todavía y exige además la supresión de la división del trabajo, de la cual, según la teoría marxista, surgió también la separación en clases. Especialmente la división en trabajo manual y trabajo intelectual se considera peligrosa y funesta. No sólo porque debido a esta separación la obra intelectual podría “La división del trabajo es realmente división desde el instante en el que aparece una división del trabajo material y espiritual. Desde este instante la conciencia puede imaginarse realmente que es algo distinto de la conciencia de la práctica existente, representarse realmente algo sin representarse nada real. Desde este momento la conciencia es capaz de emanciparse del mundo y de pasar a la formación de la teoría, teología, filosofía, moral, etc….”. Véase Marx, C., & Engels, F. (1973), p. 31. 9


fingir ser independiente de la práctica, ser rango más elevado y el único trabajo “auténtico” como lo acentúa la Ideología Alemana, sino sobre todo porque el trabajo intelectual es, en efecto, casi siempre una forma “más elevada” y determinante. En una sociedad en la que hay capas claramente diferenciables de intelectuales y trabajadores manuales existe siempre un germen esencial para la formación de nuevas clases, aunque no exista propiedad privada de los medios de producción”. (Fetscher, 1963, pp. 98-99) Así mismo, la referencia a Gramsci es imprescindible, pues: El aporte de Gramsci radica en interpretar el equilibrio entre el papel de dominación y el de hegemonía ejercida a través de organizaciones, tales como la escuela, la Iglesia, etc. en la sociedad civil, en la cual los intelectuales realizan su tarea. La función del Estado, por consiguiente, no solo es de aparato represivo y de mando en resguardo de los intereses económicos de la clase dirigente, sino también de mediador entre estos intereses y los de las clases subordinadas. En consecuencia el Estado representa la unidad de objetivos políticos y económicos logrados por medio de la hegemonía ideológica y cultural. Para la articulación de un bloque de fuerzas, el Estado trabaja en la formación de una voluntad nacional (unidad social-cultural), representando las ideas de las clases dirigentes como valores universales, es decir, creando una


unidad intelectual y moral (Miranda Camacho, 2006, p. 24)10. Por tal razón, se considera que la eliminación del Estado exige la eliminación del papel de los intelectuales dentro del proyecto comunista, pues hacen parte del soporte de subordinación de una clase a otra; el Estado, depositario de la racionalidad instrumental y de la distribución de privilegios, requiere de profesionales que dirijan la acción colectiva, de recursos que soporten esta dirección y de la especialización e inaccesibilidad de los saberes que reposan en estos personajes, las cuales generan la reverencia o la dependencia a ellos. Las clases sociales y la tutela burocrática nunca van a ser eliminadas, de no ser por un trabajo de emancipación de clase en conjunto, condición que se acerca a lo escrito por Marx en el seno de los debates de la Asociación Internacional de Trabajadores: “la emancipación de la clase obrera debe ser la obra de la propia clase obrera, la lucha por la emancipación de la clase obrera no es una lucha por privilegios y monopolios de clase, sino por establecimiento de derechos y deberes iguales y por la abolición de todo el dominio de clase.” (Marx, 1973, p. 14)

Véase también Cárdenas Rivera, Miguel Eduardo (2015). “Hegemonía en Colombia: caracterización y alternativas frente al poder global”. En: Hidalgo Flor, Francisco y Márquez-Fernández, Álvaro (coordinadores). Contra hegemonía y buen vivir. México. Universidad Autónoma Metropolitana – Xochimilco, 2ª. Edición, pp. 189-210. Consúltese: https://publicaciones.xoc.uam.mx/Busqueda.php?Terminos=C%C3%A1rdenas+Rivera&TipoMaterial=3&Indice=2 10


Lo anterior se puede explicar pues pesar del esfuerzo que puedan hacer “intelectuales orgánicos”, o un gran número de “cuadros” dentro clases oprimidas, la labor de superación del capitalismo y el principio de autoridad estatal no tiene una forma logarítmica para ser enseñada a las masas, no existe un manual para construir la igualdad o la libertad. Continuando esta lectura, con Gramsci podemos sostener que no hay actividad humana que se sustraiga de la actividad intelectual, por tanto, específicamente lo que debe atraer la atención de los trabajadores es la eliminación de los llamados “intelectuales orgánicos” (Miranda Camacho, 2006) quienes se constituyen como una capa social ligada a la estructura en el campo económico, encargada de conferirle homogeneidad y dirección al bloque de ideas que forman la concepción del mundo y la manera en que el grupo dirigente difunde su ideología. Específicamente, en palabras de Miranda Camacho (2006), la mencionada “organicidad intelectual” radicaría en la permanencia y la función de organización de la estructura que hoy es necesaria para articular las masas humanas, igualmente, su rol en los grupos sociales estaría marcado, en primer lugar, por el proceso de complejidad que caracteriza a capitalismo, cuya racionalidad instrumental divide toda teoría o concepto, haciendo necesaria la especialización de quien quiera apreciarlo y, en segundo lugar, por el rezago histórico de dominación que explica el origen de la tecnocracia


moderna, que gravita en sus esferas privada y pública con niveles de personas privilegiadas por los organismos de dirección del capital trasnacional. La conexión entre el pensador de Tréveris y Gramsci es clave para entender la prioridad de la clase oprimida para construir los fundamentos de lucha, pues no solo comparten la necesidad de unir enseñanza, aprendizaje y trabajo, sino que ambos en su momento entraron en discusión con posiciones que reivindicaban el protagonismo de ciertas individualidades en la educación. Siguiendo a Cárdenas (1989) pese a que Gramsci probablemente no conoció la postura pedagógica expuesta en La Ideología Alemana, debido a la fecha de su publicación, si se logra encontrar relación entre la crítica de Gramsci al voluntarismo educativo y la censura plasmada por Marx en El Capital en contra del innatismo de Basedow, en negación de un innatismo intelectual o brillantez preconcebida en los hombres, pues “todas las características (intelectuales para este caso) individuales tienen un origen histórico y pueden de mismo modo, suprimirse históricamente” (Marx, 1973, citado por Cárdenas, 1989), esta forma de trascendencia o preconcepción también habría sido descalificada por el filosofo italiano. La crítica de Gramsci al activismo pedagógico soportado simplemente en características individuales se hace clara para este autor pues “El problema está siempre en que <<(…) Las


clases subordinadas puedan educarse como conjunto y no como individuos aislados”, es por ello que el valor pedagógico de los educadores no está en su condición particular de maestros, sino en “todo el complejo social que los hombres son expresión” (Cárdenas, 1989, p.35). La conexión con el pensamiento de Marx se colige entonces de la imprescindible necesidad que une el desarrollo de cada uno al libre desarrollo de todos; la unión, la conexión de los individuos, la necesaria solidaridad del desarrollo individual y social. A este rechazo del innatismo, se suma la coincidencia entre Marx y Gramsci en la exigencia de un aprendizaje de rigurosos principios, propuesta en el Consejo de la primera Asociación Internacional de Trabajadores –que este último no alcanzó a ver publicado– (Cárdenas, 1989). Con esto se establece que no existen condiciones particulares constituidas que soporte la existencia de grupúsculos al interior del movimiento de los y las oprimidas, los cuales tengan reservado el derecho a dar luces sobre el horizonte anticapitalista; la tarea de asimilación del pensamiento de Marx, como de otros insumos teóricos de disputa, ha de ser un cometido colectivo de toma de los espacios reservados para los sectores “productores de saber” burgueses, o intelectuales en general, con el fin de hacer de la ética del comunismo un mecanismo que haga contrapeso a la hegemonía atomizadora del capital moderno.


Por la anterior razón, es que para la abolición del capitalismo y sus relaciones sociales, se requiere de un esfuerzo de la clase trabajadora, para que desde la práctica de lucha se pueda comprender críticamente las categorías principales de la obra de Marx y en especial El Capital, sin necesidad de predicadores, que limiten su análisis o supongan sus tesis para sostener ideas de capitalismo de estado como la promovida por el Bloque oriental, en las líneas precedentes se formularán algunos aspectos de esa alternativa de abordaje a Marx. 6. Perspectivas de una relectura no intelectual al pensador de Tréveris La reacción de varias comunidades a la mundialización del capital y la imposición de los designios económicos de las organizaciones internacionales (ONU/OTAN/OEA/UE), nos enseña que en la actualidad, si no hay un regreso a Marx, al menos existe un nuevo intento de retorno del análisis de su obra al interior de la teoría social, la filosofía política, e incluso más allá, en los debates internos de la sociedad. Como afirmamos atrás, se han venido examinando las cosas más de cerca, y la constatación que algunos (no sólo a este lado del ex telón de acero) habían hecho tiempo atrás –a saber, que las versiones oficiales y de vulgatas “revolucionarias” con fines políticos de las camarillas dirigentes de las democracias llamadas “populares” no sólo constituían un empobrecimiento del pensamiento de Marx, sino una traición pura, la cual lastimosamente alcanzó un mayor eco, los temas


que han sido expuestos son tan solo algunos de los tópicos que la idea de partido centralizado generalmente desestimó tras su tecnocracia. Al final, el paréntesis en la historia conflictiva de propietarios y desposeídos no lo habrán constituido los setenta años de “comunismo” (mera versión planificada y dirigida de una economía que, en sí misma, seguía siendo capitalista), sino los tres o cuatro años que siguieron a la caída del muro, durante los cuales algunos pudieron creer o quisieron hacer creer que “la economía social de mercado” –a la que el mundo entero, incluida China, se convertía– era la solución definitiva e incluso el fin de la historia. No obstante, sometido a los efectos de la aceleración de la mundialización neoliberal, las contradicciones del capitalismo son cada vez más evidentes y sus efectos destructores para las sociedades, las culturas humanas y para el medio ambiente resultaban cada vez más visibles, la idea propiamente marxiana según la cual el modo de producción capitalista es un modo de producción históricamente determinado, y en esa medida, históricamente superable, empezó a recuperar el color. El mundo globalizado de comienzos del tercer milenio fue asombrosamente parecido al descrito en el Manifiesto Comunista (Hobsbawn, 2011). La crisis bursátil e hipotecaria que estalló en 2008 vino a recordar que al menos el diagnóstico crítico de Marx sobre la dinámica de expansión


del capitalismo, con sus crisis periódicas y con su carga de miseria, exclusión y violencia sistémica, permanece vigente. Las reediciones de El Capital se reactivaron entonces en todo el globo (Musto, 2001). No obstante, es una ingenuidad pretender “que todo está en Marx”, que Marx era el único que tenía la razón, que todas las evoluciones de la sociedad capitalista, incluidos los procesos de bancarización del capital, estaban ya descritos y anticipadas –hasta cierto punto– en El Capital. Tampoco se puede pretender que todo lo que “es” de Marx y está “en” Marx sea acertado y bueno, mientras que todo lo que se ha expresado en su nombre sería falso y malo, es necesario dejar de considerar El Capital como un monumento intocable e intentar, por el contrario, proseguir una búsqueda que el propio Marx no llegó a concluir, para así llevar a sus últimas consecuencias “la lógica de El Capital”. En realidad, el marxismo no existe, por la simple y buena razón de que lo que ha existido y existe son marxismos. Para estas empresas teóricas de primera magnitud la prioridad ha sido pensar con Marx, pero siempre yendo más allá de Marx y abriendo a partir de él nuevas vías, vías necesarias en virtud de unas coyunturas históricas que también eran nuevas. La tarea a plantearse mucho menos puede ser dedicarse a una crítica del “marxismo” como necesaria condición previa para acceder al texto mismo de Marx, como si éste fuese un tesoro


inaccesible al limpiarlo de todas las escorias acumuladas en el tiempo. Se requiere acercarse colectivamente a Marx y a sus textos, con la intención de comprender la lógica de una formación social real y concreta para preguntar: ¿dónde pueden encontrar los hombres el punto de apoyo que los haga inventar una nueva organización social que produzca la riqueza social al margen de la sola lógica del valor y que haga posible el bien vivir de todos? Dado que este problema mantendrá su actualidad mientras siga en pie una formación social fundada en la dominación, en la destrucción de la riqueza social en provecho de la forma valor de la riqueza, se reiterará y habrá que reiterar el esfuerzo de leer y releer a Marx. 7. Fe de erratas: prescindir de ilustradores no implica desechar el estudio A pesar de que la clase oprimida, no requiere de ser poliglota, ni comprender de un sinfín de textos, culturas, cifras, categorías y representaciones para asimilar ese ethos de El Capital, es claro que sí necesita una disciplina de estudio, la configuración de redes de discusión en todas las esferas de la sociedad, Siguiendo a Marx “La clase obrera posee ya un elemento de triunfo: el número. Pero el número no pesa en la balanza si no está unido por la asociación y guiado por el saber” (1864, p. 17), de manera que ello sí requiere en cada individuo, de una disciplina mental y una colisión frente a las


necesidades de supervivencia con las que el mundo capitalista reta a todas las personas, para poder aportar a la configuración de clase para sí, pues toda revolución es en últimas una gran conversación. Por tanto, se requiere simplemente iniciar la tarea de la reconstrucción contra hegemónica de los fundamentos de la lucha de los oprimidos y oprimidas, evitar que nazcan en el seno del mismo los intelectuales que se hagan patronos y guías de su trabajo, releyendo no solo a Marx sino a múltiples autores, estableciendo puentes entre la eliminación de la propiedad privada, las relaciones sociales de producción capitalista, la dominación de género y la reconfiguración del territorio para la gestión colectiva de las necesidades y los bienes comunes, desde la asociación voluntaria; esto es, asumir el anticapitalismo desde la vivencia de una postura teórico práctica. 8. Conclusiones Dentro de la conflictiva construcción de un pensamiento y una práctica revolucionaria, Marx ubicó como una respuesta de la división hombre-naturaleza a la división del trabajo intelectual y material, la cual acentuó la idea de un hombre aislado de la realidad en la que vive, donde tanto el sujeto y dicha realidad están determinadas por unas características innatas y excluyentes.


La constitución de una clase para sí, pasa por el reconocimiento colectivo de unas condiciones materiales y unos símbolos comunes a todos los seres que la conforman, las cuales enfrentan a las clases entre sí, en ese entendido se circunscribe la pugna irreconciliable entre burguesía y proletariado. La eliminación de la propiedad privada, de las clases sociales y, en consecuencia del estado, es un imperativo en la propuesta de Marx, la cual no ha hecho parte de esos sentidos comunes que entren a conformar la clase trabajadora luego de la publicación de los textos de este autor, pues a lo largo del siglo XX las alternativas anticapitalistas fueron reducidas a formas determinadas de organización e intervención social, el llamado socialismo real, el cual edificó una lectura autorizada de la obra del pensador de Tréveris, bajo la dirección de Moscú y de Pekín, este autor se convirtió en el patrocinador de una nacionalización de la producción, el comercio estatal y el mantenimiento de las relaciones sociales de producción capitalista. Tal malentendido tiene bastante conexión con la desestimación de planteamientos presentes en la obra de Marx hecha por estos centros de dirección del movimiento obrero, dentro de tales elementos se destaca, la reducción de la jornada de trabajo como repudio a la alienación implícita al trabajo asalariado, la expansión de la forma mercantil a todas las relaciones sociales, las características históricas de la actual mundialización del poderío imperial bajo el comercio internacional, a su vez, la capacidad de los hombres para dar


con el fin del capitalismo y forjar la realidad que viven, a través de la negación a la primacía del valor de cambio en la interacción humana, la autoridad de estatal y a la existencia de clases sociales. Sin embargo, para asimilar estos tópicos como insumos para la disputa de un nuevo orden mundial, los sectores oprimidos deben emprender una tarea colectiva de relectura de la obra de Marx, así como del pensamiento de otros autores, solo así, a través de la determinación de esta clase en su conjunto para asimilar tales insumos como parte de una ética del comunismo llevada a la práctica cotidiana, se logrará hacer una apropiación contra hegemónica de los textos del pensador de Tréveris, de lo contrario la postración de tal saber dentro de los anaqueles de los intelectuales –burgueses o no– seguirá marcando los aniversarios del nacimiento de este pensador. [Bogotá, 26.2.18] 9. Referencias Baldasarre, A. (2001). Los derechos sociales. Serie de Teoría Jurídica y Filosofía del Derecho. Serie de Teoría Jurídica y Filosofía del Derecho. N.º 20 (págs. 51-52). 20. Bogotá: Universidad Externado de Colombia. Berlin, I. (2000). Karl Marx. Su vida y su entorno (pp. 126127). Berlin: Alianza Editorial. Bobbio, N. (2001). Ni con Marx ni contra Marx. México D.F.: Fondo de Cultura Económica. Cárdenas, M. E. (1989). “De Marx a Gramsci”. Paso al socialismo, N° 2, pp. 29-36.


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