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Literatura / Literature
Vueltas a la noria continued from page 11 nada que ver con el afán poético. Cuando iba a la panadería a comprar un quesito no salía transformado. La panadería no era un pentagrama y el quesito no cantaba. Tenía que estar pendiente de pagar con la tarjeta que le acumulaba puntos que después podía usar para viajar. Al salir tenía que tener cuidado con los cráteres en el pavimento que pensaba cumplían el propósito de obligar a la gente a guiar despacio. Esa era una interpretación generosa pues en realidad el mal estado de las calles y carreteras se debía a la negligencia. En eso había poesía siempre y cuando no se te reventara la suspensión del carro al caer en un hoyo guiando a 50 millas por hora.
Si hacía una pausa para sacarse las cejas blancas, y lo hacía porque era metrosexual y vanidoso, era para ver si podía recordar la idea que se le había esfumado después de pensar que era perfecta para definir la concepción poética. Darle vueltas a la noria era regresar a Puerto Rico pensando que la iba a pasar de lo mejor para inmediatamente sentirse frustrado por los tapones, por la gente presentá, por la fila interminable en el supermercado, atónito ante los extraños que le saludaban en un restaurant chino en Río Piedras, le deseaban buen provecho y luego en la carretera querían matarlo.
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La isla era un poema solo para los que estaban dispuestos a hacerse de la vista larga. Estar en Colorado llorando al escuchar En mi Viejo San Juan no era lo mismo que estar en Carolina despertándote sobresaltado a las tres de la mañana por el escándalo de un reguetonero tocando su música en el carro con el volumen tan alto que se oía en Mayagüez. Almorzar en La Casita Blanca tenía su encanto pero esa sensación se desvanecía al guiar por la Avenida Eduardo Conde y ver las ruinas de los teatros América e Imperial. En esta visita había tenido un sueño muy extraño. Estaba en un sitio donde lo habían coronado rey. La corona era de oro y estaba cubierta de piedras preciosas. Después de la ceremonia se la quitaron y la pusieron en un estante. La coronación había sido en una iglesia pero su investidura no contó con bendiciones religiosas. Fue un evento completamente secular. Cuando se quizo retirar le dieron una corona de plata que parecía un balde. Eso le extrañó. Cuando preguntó por la corona de oro no le hicieron caso y lo encaminaron a través de la iglesia hasta la calle. En la calle se sintió perdido. Estaba como al otro lado del mundo y quería regresar a donde había estado. Intentó llegar subiendo por una calle y la encontró bloqueada. Se encaminó por otra y ahí también le cerraron el paso. Se metió de nuevo a la iglesia y no reconoció su interior. Bajó por unas escaleras muy empinadas y llegó hasta un sótano lúgubre donde una colonia de enanos estaba asando un lechón a la vara. Lo miraron con recelo como si temieran que les iba a robar el pernil.
Siguió caminando en el claroscuro del sótano y llegó a una verja que tuvo que trepar para poder seguir adelante. Al brincar la verja se encontró con un puerto donde habían varios submarinos nucleares Para cruzar de una orilla del puerto a la otra brincó de un submarino a otro hasta alcanzar la plataforma contraria. De repente vio la corona de oro reluciente pero una mujer vestida de monja le dijo que ni lo pensara. Agarró a la monja por el cuello y ella le dijo que sí, así es, pero no muy fuerte pues no quiero terminar asfixiada. Cuando le levantó el hábito ella se convirtió en árbol. De ahí salió flotando hasta que aterrizó de nuevo en su cama, desnudo y exhausto. Soñar de esa forma era una manera de bregar con las rutinas que le oprimían. Pero esas rutinas eran inevitables. Estaba cansado de experiencias silogísticas que le llevaban de premisas dudosas a conclusiones indeseables. Marina, su primera esposa, y Sofía, su segundo amor, eran su punto de partida constante y la destinación de la que no lograba zafarse. Eso era dar vueltas y más vueltas hasta la naúsea. Era una noria de la que ansiaba salir volando aunque se estrellara. Estaba harto y no veía como romper el ciclo, como deshilar la costura de ese traje que lo sofocaba. Por lo menos no se aparecieron en el sueño, Arturo pensó aliviado. A menos que la monja fuese un símbolo del fracaso de su amor por ambas. Seguir pensando en ellas era darle vueltas a las vueltas y ese mareo no le hacía falta. Que una cosa no sea necesaria no significa que la puedes evitar. Cogió la corona que parecía un balde y la derritió en un horno para usar la plata para rellenarse unas caries. La de oro seguía en su estante, inalcanzable como un holograma. Estaba de nuevo en la iglesia y pensaba que su encerrona se iba a repetir. Volvió a ver a la monja que esta vez tenía una cara de diablo. ¿Se está rompiendo el ciclo con el que llevo años bregando?, se preguntó.
El sueño había sido una ruptura definitiva con el patrón circular de la noria. Arturo se esperanzó con la idea de que las encerronas lógicas se acaban cuando se revela su falacia. Antes de salir de su trance estaba ansioso pero a fin de cuentas lo había disfrutado. Después de todo era un sueño y eso era a la misma vez lo mejor de la experiencia y lo más decepcionante. ¿Qué podía hacer para cambiarse? Nada, concluyó.
Se imaginó en la playa metido en el agua hasta el pecho asegurándose de no perder los espejuelos pues sin ellos sentía que se ahogaba. En la orilla notó unos nenes jugando. Al cabo de un rato la mamá vino y les ayudó a construir un castillo que una ola arrasó justo cuando lo habían terminado. Después de esa ola vino otra y luego otra más. La arena parecía siempre la misma aunque obviamente con las olas se desplazaba. Otra versión de la noria, quizás. Mejor me gozo lo más que pueda este nuevo viaje a Puerto Rico, dijo en voz alta sabiendo que nadie le escuchaba, y al que me pregunte que si quiero vivir aquí le digo que sí pero solo si recupero la corona de oro que hace tiempo se me perdió y que todavía sigo buscando.
JOSÉ EDGARDO CRUZ FIGUEROA (cruzjose5319@gmail.com) es natural de San Juan y criado en El Fanguito y Barrio Obrero en Santurce. Tiene una maestría en estudios latinoamericanos con una concentración en literatura de Queens College-CUNY y un doctorado en ciencias políticas del Graduate Center-CUNY. Es profesor en el Departamento de Ciencia Políticas en Rockefeller College, University at Albany-SUNY.