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REM KOOLHAAS LA CIUDAD GENERICA (GENERIC CITY) Ensayo The Generic City, del libro de: Koolhaas, Rem y Bruce Mau, SMLXL, OMA, The Monacelli Press, Nueva York, 1995, pp. 1239. I . introducción 1.1. ¿La ciudad contemporánea es como el aeropuerto contemporáneo -­‐"todos iguales"? ¿Es posible teorizar esta convergencia? ¿Y si es así, a qué configuración final se está aspirando? La convergencia sólo es posible a costa de despojarse de la identidad. Generalmente eso se ve como una pérdida. Pero a la escala en la que ocurre, debe significar algo. ¿Cuáles son las desventajas de la identidad, y a la inversa, cuáles son las ventajas de la inexpresividad [blankness]? ¿Y si esta homogeneización aparentemente accidental -­‐y usualmente lamentada-­‐ fuese un proceso intencional, un movimiento consciente alejándose de la diferencia hacia la semejanza? ¿Y si estamos siendo testigos de un movimiento global de liberación "¡abajo el carácter! [lo típico, lo característico]"? ¿Qué queda después de que se ha despojado de la identidad? ¿Lo Genérico? 1.2. Dado que la identidad es derivada de la sustancia física, de lo histórico, del contexto, de lo real, en cierto modo no podemos imaginarnos que algo contemporáneo -­‐hecho por nosotros-­‐ contribuya a ella. Pero el hecho de que el crecimiento humano sea exponencial implica que el pasado en un cierto punto se volverá demasiado "pequeño" para ser habitado y compartido por aquellos [que están] vivos. Nosotros mismos lo agotamos. Hasta tanto la historia encuentre su depósito en la arquitectura, inevitablemente las cantidades humanas actuales reventarán y reducirán la substancia previa. La identidad concebida como esta forma de compartir el pasado es una propuesta destinada al fracaso: no sólo hay -­‐en un modelo estable de continua expansión de la población-­‐ proporcionalmente cada vez menos que compartir, sino que la historia también tiene una ingrata vida a medias -­‐como se abusa más de ella, se vuelve menos significativa-­‐ al punto que sus derogatorios panfletos se tornan insultantes. Esta disolución es exacerbada por la masa de turistas en constante aumento, una avalancha que, en una búsqueda perpetua de "carácter", va moliendo las identidades exitosas [hasta convertirlas] en un polvillo insignificante. 1.3. La identidad es como una trampa para ratones en la que más y más ratones tienen que compartir la carnada original, y que, inspeccionada más de cerca, puede haber estado vacía desde hace siglos. Cuanto más fuerte es la identidad, más encarcela, más resiste la expansión, la interpretación, la renovación, la contradicción. La identidad se vuelve como un faro -­‐fijo, sobredeterminado: puede cambiar su posición o patrón que emite solamente a costa de desestabilizar la navegación. (París sólo puede volverse más parisina -­‐ya está en camino de convertirse en hiper-­‐París, una pulida caricatura. Hay excepciones: Londres -­‐su única identidad


[es] una carencia de identidad clara-­‐ está perpetuamente volviéndose aun menos Londres, más abierta, menos estática.) 1.4. La identidad centraliza; insiste en una esencia, un punto. Su tragedia se da en simples términos geométricos. Mientras la esfera de influencia se expande, el área caracterizada por el centro se vuelve más y más grande, diluyendo desesperanzadamente tanto la fuerza como la autoridad del núcleo [core]; inevitablemente, la distancia entre el centro y la circunferencia se incrementa hasta el punto de ruptura. En esta perspectiva, el reciente y tardío descubrimiento de la periferia como una zona de valor potencial -­‐una especie de condición prehistórica que podría finalmente ser digna de la atención arquitectónica-­‐ sólo es una disimulada insistencia sobre la prioridad y dependencia del centro: sin centro, no hay periferia; el interés en el primero presumiblemente compensa por el vacío del último. Conceptualmente huérfana, la condición de la periferia empeora por el hecho de que su madre todavía está viva, robándose el show, acentuando las deficiencias de la cría. Los últimas vibraciones que emanan del exhausto centro impiden la lectura de la periferia como una masa crítica. No sólo el centro es, por definición, demasiado pequeño para realizar sus tareas [obligations] asignadas, tampoco es más el centro real sino un espejismo marchito camino a la implosión; aun así, su presencia ilusoria deniega al resto de la ciudad su legitimidad. (Manhattan denigra como "gente de puente y túnel" a aquellos que necesitan apoyo infraestructural para entrar en la ciudad, y les hace pagar por ello.) La persistencia de la actual obsesión concéntrica nos hace a todos gente de puente y túnel, ciudadanos de segunda clase en nuestra propia civilización, privados de ciudadanía [disenfranchised] por la muda coincidencia de nuestro colectivo exilio del centro. 1.5. En nuestra programación concéntrica (el autor pasó parte de su juventud en Amsterdam, la ciudad de la última centralidad) la insistencia en el centro como el núcleo del valor y el significado, fuente de toda significación, es doblemente destructiva -­‐no sólo el volumen siempre en aumento de las dependencias es a fin de cuentas una tensión intolerable, supone también que el centro tiene que ser constantemente mantenido, es decir, modernizado. Como "el lugar más importante", paradójicamente tiene que ser, al mismo tiempo, el más viejo y el más nuevo, el más fijo [estático] y el más dinámico; soporta la adaptación más intensa y más constante, la cual luego se ve comprometida y complicada por el hecho de que tiene que ser una transformación inadvertida, invisible al ojo desnudo. (La ciudad de Zurich ha encontrado la solución más radical y costosa en la vuelta a una suerte de arqueología en reversa: capa sobre capa de nuevas modernidades [modernities] -­‐shopping centers, estacionamientos, bancos, bóvedas, laboratorios-­‐ se construyen debajo del centro. El centro ya no se amplía hacia fuera o hacia el cielo, sino hacia el interior, hacia el centro de la tierra misma.) Del injerto de más o menos discretas arterias de tráfico, circunvalaciones, túneles subterráneos y la construcción de cada vez más tangenciales, a la transformación de rutina de viviendas en oficinas, almacenes en lofts, iglesias abandonadas en nightclubs; de las bancarrotas en serie y las subsiguientes reinauguraciones de unidades específicas en recintos de compras cada vez más costosos, a la implacable conversión del espacio utilitario en espacio "público", la peatonalización, la


creación de parques nuevos, plantando, conectando [bridging], exponiendo la restauración sistemática de la mediocridad histórica, toda autenticidad es implacablemente evacuada. 1.6. La Ciudad Genérica es la ciudad liberada del cautiverio del centro, de la camisa de fuerza de la identidad. La Ciudad Genérica rompe con este destructivo ciclo de dependencia: no es nada sino un reflejo de la actual necesidad y la actual habilidad. Es la ciudad sin historia. Es suficientemente grande como para todos. Es fácil [easy]. No necesita mantenimiento. Si se torna demasiado pequeña simplemente se expande. Si se torna vieja simplemente se autodestruye y se renueva. Es interesante -­‐o no interesante-­‐ en todas partes por igual. Es "superficial" -­‐como un estudio de Hollywood, puede producir una nueva identidad cada lunes por la mañana. I I. estadisticas 2.1. La Ciudad Genérica ha crecido dramáticamente durante las últimas décadas. No sólo se ha incrementado su tamaño, sus números también lo han hecho. A comienzos de los setenta fue habitada por un promedio de 2,5 millones de residentes oficiales (y mas de 500.000 no oficiales); ahora se mantiene alrededor de la marca de los 15 millones. 2.2. ¿La Ciudad Genérica comenzó en América? ¿Es tan profundamente no original [unoriginal] que sólo puede ser importada? En cualquier caso, la Ciudad Genérica ahora también existe en Asia, Europa, Australia, África. El definitivo movimiento alejándose del campo, de la agricultura, hacia la ciudad no es un movimiento hacia la ciudad como el que conocíamos: es una mudanza a la Ciudad Genérica, la ciudad tan extendida que ha llegado al campo. 2.3. Algunos continentes, como Asia, aspiran a la Ciudad Genérica; otros se avergüenzan de ella. Porque tiende hacia lo tropical -­‐convergiendo en torno al Ecuador-­‐, una gran proporción de las Ciudades Genéricas es asiática -­‐aparentemente una contradicción de términos: lo sobre-­‐ familiar [over-­‐familiar] habitado por lo inescrutable. Un día, este producto desechado de la civilización occidental será absolutamente exótico otra vez, a través de la resemantización que su misma diseminación trae en su estela. 2.4. A veces una singular ciudad vieja, como Barcelona, al sobresimplificar su identidad se vuelve Genérica. Se vuelve transparente, como un logo. Lo contrario nunca sucede... por lo menos no todavía.


I I I. general 3.1. La Ciudad Genérica es lo que queda después de que grandes secciones de la vida urbana se cruzaron en el Ciberespacio. Es un lugar de sensaciones débiles y distendidas, pocas emociones y alejadas entre sí, discreto y misterioso como un gran espacio iluminado por un velador. Comparada con la ciudad clásica, la Ciudad Genérica es sedada, percibida usualmente desde una posición sedentaria. En lugar de concentración -­‐presencia simultánea-­‐, en la Ciudad Genérica los "momentos" individuales están muy espaciados entre sí para crear un trance de experiencias estéticas casi inadvertibles: las variaciones de color en la iluminación fluorescente de un edificio de oficinas momentos antes de la puesta del sol, las sutilezas de los blancos ligeramente diferentes de un cartel iluminado en la noche. Como comida japonesa, las sensaciones pueden ser reconstituidas e intensificadas en la mente, o no -­‐simplemente se pueden ignorar. (Hay una opción.) Esta carencia generalizada de urgencia e insistencia actúa como una droga potente; induce una alucinación de lo normal. 3.2. En una drástica inversión de la supuestamente mayor característica de la ciudad -­‐"el negocio"-­‐, la sensación dominante de la ciudad genérica es una espeluznante calma: contra más calmada, más se aproxima a su estado puro. La Ciudad Genérica alberga las maldades que estaban adscritas a la ciudad tradicional antes de que nuestro amor por ella fuera incondicional. La serenidad de la Ciudad Genérica se consigue con la eliminación del reino de lo público, como en un taladro de emergencia. El nivel urbano ahora solo acomoda movimientos necesarios, fundamentalmente en coche; las autovías son una versión superior de los bulevares y las plazas, invadiendo cada vez más espacio; su diseño, que aparentemente aboga por la eficiencia del automóvil, es de hecho sorprendentemente sensual, un simulado utilitarismo que entra en el dominio del espacio llano. Lo nuevo de la maquina en el reino de lo público es que no puede ser dimensionada. Los mismos ( digamos diez millas) trechos de camino producen un vasto número de experiencias completamente diferentes: pueden durar cinco o cuarenta minutos; pueden ser compartidos con casi nadie o con toda la población; pueden producir el placer absoluto, velocidad sin adulterar-­‐de manera que la sensación de la Ciudad Genérica puede intensificarse o al menos densificarse-­‐ o momentos de obstrucción completamente claustrofóbico-­‐ momento en los que la delgadez de la Ciudad Genérica es más evidente-­‐.-­‐ o momentos de obstrucción completamente claustrofóbico-­‐ momento en los que la delgadez de la Ciudad Genérica es más evidente-­‐. 3.3. La Ciudad Genérica es fractal, una repetición sin fin del mismo módulo estructural simple; es posible reconstruirla desde su entidad más pequeña, una desktop computer [computadora de escritorio], quizá incluso desde un diskette. 3.4. Los Campos de golf son todo lo que queda de alteridad [lo otro].


3.5. La Ciudad Genérica tiene números de teléfono fáciles, no los duros ejercicios de flexión del lóbulo-­‐frontal de diez cifras de la ciudad tradicional, sino versiones más fluidas, sus números del medio idénticos, por ejemplo. 3.6. Su atractivo principal es su anomia. I V. aeropuerto 4.1. Como manifestaciones de recentísima centralidad, los aeropuertos están ahora entre los elementos más singulares y característicos de la Ciudad Genérica, su más fuerte vehículo de diferenciación. Tienen que albergar todas las experiencias urbanas particulares de una persona media. Como en la demostración de un perfume intenso, fotomurales, vegetación, las costumbres locales, dan una primera ráfaga de la identidad local ( a veces también la última). Lejos, confortable, exótico, polar, regional, oriental, rústico, nuevo, incluso "sin descubrir": estos son los registros emocionales solicitados. Con esta carga conceptual, los aeropuertos se convierten en signos emblemáticos impresos en el inconsciente global colectivo, con salvajes manipulaciones de sus atractores no aéreos-­‐ tiendas sin impuestos, espectaculares calidades espaciales, la frecuencia y fiabilidad de sus conexiones con otros aeropuertos. En términos de iconografía/interpretación, el aeropuerto es un concentrado de lo hiperlocal y lo hiperglobal, -­‐ hiperglobal en el sentido de que puedes obtener mercancías que no están disponibles ni en la ciudad, hiperlocal en el sentido de que puedes obtener objetos que no puedes obtener en ningún otro sitio-­‐. 4.2. La tendencia en la percepción de los aeropuertos es hacia una autonomía cada vez mayor: a veces no están relacionados prácticamente con la Ciudad Genérica específica en la que se implantan. Aumentando de tamaño continuamente, dotados cada vez con más equipamientos no relacionados con viajar, están en vías de remplazar a la ciudad. Estar "en tránsito" se va convirtiendo en una condición universal. Todos juntos,-­‐los aeropuertos están poblados por millones de habitantes-­‐ suman la mayor fuerza de trabajo diaria. Por lo acabado de sus equipamientos parecen como cuarteles de la Ciudad Genérica, con el interés añadido de ser sistemas herméticos sin escape posible,-­‐excepto a otro aeropuerto-­‐. 4.3. La fecha/edad de la Ciudad Genérica puede ser reconstruida mediante un vistazo a la geometría del aeropuerto. Planta hexagonal ( en ocasiones pentagonal u octogonal): los sesenta. Plantas y secciones ortogonales: los setenta. Ciudad collage: los ochenta. Una sección singular curva, extruída sin fin en una planta lineal: probablemente los noventa. (si la estructura está ramificada como un roble: Alemania)


4.4. Los aeropuertos vienen en dos tamaños: o demasiado grandes o demasiado pequeños. De hecho el tamaño no influye en su interpretación. Esto sugiere que el aspecto más fascinante de todas las infraestructuras es esencialmente su flexibilidad. Calculados con exactitud desde estrictos cómputos-­‐pasajeros por año-­‐ se ven invadidos por una infinidad de personas, y sin embargo sobreviven ampliándose hasta su indeterminación. V. población 5.1. La Ciudad Genérica es solemnemente multirracial, en porcentajes 8% negra, 12% blanca, 27% hispana, 37% china/asiática, 6% indeterminada, 10% otras. No solo multirracial, sino también multicultural. Por eso no es una sorpresa ver templos entre las losas, dragones en los bulevares principales, Budas en el CBD (distrito financiero central). 5.2. La Ciudad Genérica siempre está fundada por gente que está de viaje, lista para circular. Esto explica lo insustancial de sus cimientos. Como las escamas que se forman de repente en un liquido transparente al mezclar dos sustancias químicas, que incluso se depositan en una indeterminada cantidad en el fondo, la colisión o confluencia de dos migraciones-­‐ emigrantes cubanos hacia el norte y jubilados judíos al sur, por ejemplo, ambos últimamente en viaje hacia otro lugar-­‐ establecen un acuerdo, como caído del cielo. La Ciudad Genérica ha nacido. VI. urbanismo 6.1. La originalidad de la Ciudad Genérica reside sencillamente en su rechazo a lo que no funciona lo que ha sobrevivido a su uso-­‐ haciendo pedazos el idealismo a golpes de realismo aceptando lo que crezca en su lugar. En ese sentido, la Ciudad Genérica alberga tanto lo primordial como lo futurista-­‐ de hecho solo estas dos cosas-­‐. La Ciudad Genérica es todo lo que recuerda qué solía ser la ciudad. La Ciudad Genérica es la pos-­‐ciudad que está siendo preparada en el lugar de la ex ciudad. 6.2. La Ciudad Genérica está atrapada, no por una sobredemanda en el campo de lo público progresivamente envilecido en un largo y sorprendente proceso sistemático en el que el Foro romano es al Agora griega, lo que el centro comercial a la Calle Mayor-­‐ sino por lo residual. En el modelo original de los modernos, lo residual era simplemente verde, su controlada pulcritud era una afirmación moral cargada de buenas intenciones, en una asociación descorazonadora. En la Ciudad Genérica, debido a que la pátina de su Civilización es tan delgada, y a través de su inmanente tropicalidad, lo vegetal se transforma en un residuo edénico, en el principal


portador de su identidad: un híbrido de política y paisaje. Al mismo tiempo es el refugio para lo ilegal, lo incontrolable, y sujeto a una manipulación sin fin. Representa un triunfo simultaneo de la manicura y de lo primitivo. Su inmoral exuberancia compensa otras carencias de la Ciudad Genérica. Totalmente inorgánico, lo orgánico es el mayor mito de la Ciudad Genérica. 6.3. La Calle ha muerto. Este descubrimiento ha coincidido con un frenético intento por resucitarla. El arte público está en todas partes como si dos muertes produjeran una vida-­‐. La Peatonalización-­‐ intentando protegerla-­‐ simplemente canaliza el flujo de esos condenados a destruir con sus pies el objeto de su intencionada veneración. 6.4. La Ciudad Genérica está en trance de pasar de horizontal a vertical. El rascacielos aparenta ser la tipología final y definitiva. Se ha tragado todo lo demás. Puede existir en cualquier sitio: en un arrozal o en el downtown -­‐ya no tiene la menor importancia-­‐. Las torres ya no se encuentran juntas, se separan de manera que ya no interactúan. La densidad en soledad es el ideal. 6.5. El Alojamiento no es un problema. Ha sido completamente resuelto o totalmente dejado al azar; en el primer caso es legal, en el segundo "ilegal"; en el primer caso torres, o normalmente manzanas cerradas (la mayoría de 15 metros de profundidad), en el segundo caso (en perfecta complementareidad) una extensa capa de chabolas. Una de las soluciones consume el cielo, la otra el suelo. Es extraño que los que tienen menos dinero habiten el producto más caro y confortable el suelo-­‐; y aquellos que pagan habiten lo que es gratis -­‐el aire-­‐. En ambos casos, las viviendas demuestran amoldarse muy bien-­‐ no sólo lo hace la población que se duplica cada tantos años, con el debilitado apoyo de las diferentes religiones, sino también la reducción de la media de ocupantes por vivienda a causa de divorcios y otro tipo de fenómenos que dividen familias-­‐ con la misma frecuencia con la que la ciudad duplica su población; al mismo tiempo que los números aumentan, la densidad de la Ciudad Genérica está en perpetua disminución. 6.6. Todas las ciudades genéricas derivan de la Tábula Rasa; si no había nada, ahora están allí; si había algo, ahora lo han remplazado. Deben hacerlo, ya que de otra manera serían históricas. 6.7. El paisaje urbano de la ciudad genérica es normalmente una amalgama de secciones demasiado ordenadas que datan del principio de su desarrollo, cuando el "poder" aún estaba sin diluir-­‐ y crecientes pactos en cualquier otro sitio.


6.8. La Ciudad Genérica es la apoteosis del concepto de opción múltiple: voces cruzadas en una antología de todas las opciones. Normalmente la Ciudad Genérica ha sido "planificada", no en el sentido usual de algun tipo de organización burocrática controlando su desarrollo, sino como si reiteradamente varios gérmenes, o legiones de semillas, cayeran al suelo arbitrariamente igual que en la naturaleza, arraigaran -­‐explotando la fertilidad natural del terreno-­‐ y ahora formasen un conjunto: un gen arbitrario que a veces produce sorprendentes resultados. 6.9. El trazado de la ciudad puede que sea indescifrable, defectuoso, pero eso no significa que no haya códigos; se debe simplemente a que nosotros desarrollamos una nueva ignorancia, una nueva ceguera. Un análisis paciente revela los temas, las partículas, trenzas que se pueden aislar de la aparente tristeza de esta oda Wagneriana -­‐sopa: notas dejadas en una pizarra por un genio que nos visitó hace cincuenta años, informes de la ONU esparcidos desintegrándose en su silo de cristal en Manhattan, descubrimientos de antiguos pensadores coloniales con gran agudeza visual, impredecibles rebotes de las acciones de los adiestrados urbanistas, aunando esfuerzos en un proceso global de maquillaje. 6.10. La mejor definición de la estética de la Ciudad Genérica es el "estilo libre". ¿Cómo describirlo? Imagina un espacio abierto, un claro en el bosque, una ciudad allanada. Hay tres elementos: carreteras, edificios y naturaleza; coexisten mediante relaciones flexibles, aparentemente sin razón, en una espectacular diversidad organizativa. Alguno de los tres podría dominar: a veces la carretera se ha perdido -­‐para ser encontrada después de incomprensibles rodeos-­‐; otras no ves edificios, sólo naturaleza; entonces, igualmente impredecible, acabas rodeado sólo por edificios. En escalofriantes momentos, los tres elementos desaparecen. En esos "lugares" (de hecho, ¿qué es lo opuesto a un lugar? Agujeros taladrados a través del concepto de ciudad) el arte público emerge aseado como el Monstruo del Lago Ness, a partes iguales figurativo y abstracto. 6.11. Las ciudades específicas todavía debaten seriamente los errores de los arquitectos por ejemplo, sus propuestas de crear redes peatonales elevadas con tentáculos que van de un bloque hasta el de al lado como una solución a la congestión-­‐ pero la Ciudad Genérica simplemente disfruta de los beneficios de sus invenciones: muelles, puentes, túneles, autopistas -­‐una enorme proliferación de la parafernalia de la conexión-­‐ frecuentemente tapizadas con helechos y flores como para evitar el pecado original, creando una congestión vegetal más severa que una película de ciencia-­‐ficción de los cincuenta. 6.12. Las carreteras son sólo para los coches. La gente (peatones) es conducida (como en un parque de atracciones), por "paseos" que los llevan hasta el suelo, luego son sometidos a un catálogo de condiciones extremas -­‐viento, calor, rampas, frío, interior, exterior, olores, humo-­‐ en una secuencia que es una caricatura grotesca de la vida en la ciudad histórica.


6.13. Hay horizontalidad en la Ciudad Genérica, pero está en trance de desaparecer. Consiste tanto en historia Tudor que aún no se ha borrado, como en enclaves que se multiplican alrededor del centro, emblemas de preservación nuevamente acuñados. 6.14. Irónicamente, aunque ella misma sea nueva, la Ciudad Genérica se rodea de una constelación de Nuevas Ciudades: las Nuevas Ciudades son como anillos de Ciudades son como anillos de crecimiento. De algún modo las Nuevas Ciudades envejecen muy rápidamente, de la misma manera que un niño de cinco años con envejecimiento prematuro, desarrolla artritis en las muñecas por culpa de una enfermedad llamada progeria. 6.15. La Ciudad Genérica representa la muerte definitiva del planeamiento. ¿Por qué? No porque no esté planificada -­‐de hecho enormes universos complementarios de burócratas y desarrollistas encauzan inimaginables corrientes de energía y dinero en su terminación-­‐; por el mismo dinero, sus páramos pueden ser fertilizados con diamantes, sus barrizales pavimentados con lingotes de oro... Pero su más peligroso y estimulante descubrimiento es que el planeamiento no marca la diferencia en cualquier caso. Los edificios podrán estar bien situados ( una torre junto a una estación de metro) o mal( centros enteros a kilómetros de cualquier carretera). Florecerán o perecerán impredeciblemente. Las redes llegan a estar sobresaturadas, envejecidas, podridas, obsoletas; las poblaciones se duplican, triplican, cuadruplican, de repente desaparecen. La superficie de la ciudad explota, la economía se acelera, se frena, estalla, colapsa. Como embriones titánicos amamantados por sus nodrizas, ciudades enteras surgen sobre infraestructuras coloniales de las que los opresores perdieron los mapas de ruta. Nadie sabe dónde, cómo, desde cuándo se usan los vertederos, la localización exacta de las líneas de teléfono, cuál fue la razón de la posición del centro, dónde terminan los ejes monumentales. Es la prueba de que hay infinitos márgenes ocultos, colosales reservas de negligencia, un perpetuo proceso orgánico de ajuste, un modelo de comportamiento; las expectativas cambian con la inteligencia biológica del instinto animal alerta. En esta apoteosis de la opción múltiple no será posible nunca más volver a reconstruir causa y efecto. Funciona -­‐eso es todo-­‐. 6.16. La aspiración de la Ciudad Genérica hacia la tropicalidad implica automáticamente el rechazo a cualquier referencia anacrónica de la ciudad como fortaleza, como ciudadela. V I I. política 7.1. La Ciudad Genérica tiene una( a veces distante) relación con un régimen más o menos autoritario -­‐local o nacional-­‐. Normalmente los compinches del líder -­‐quienquiera que fuese-­‐


decidían desarrollar una pieza del centro o de la periferia, o incluso fundar una nueva ciudad en medio de la nada, y provocar así el estallido que ponía la ciudad en el mapa. 7.2. A menudo el régimen ha desarrollado un grado sorprendente de invisibilidad, como si, a través de esa gran permisividad, la Ciudad Genérica resistiera lo dictatorial. V I I I. sociología 8.1. Resulta sorprendente que el triunfo de la Ciudad Genérica no haya coincidido con el de la sociología -­‐una disciplina cuyo campo se ha extendido por la Ciudad Genérica desde su imaginario más salvaje. La Ciudad Genérica es sociología, aconteciendo. Cada Ciudad Genérica es un recipiente hermético de laboratorio para cultivos biológicos, o una pizarra de paciencia infinita en la que casi ninguna hipótesis puede ser "probada" y luego borrada, sin retornar a las mentes de sus autores o de la audiencia. 8.2 Claramente hay una proliferación de comunidades -­‐un zapping sociológico-­‐ que resiste una interpretación descalificadora. La Ciudad Genérica es también tenazmente resistente a la especulación: prueba que la sociología científica puede ser el peor sistema para capturar sociología en acción. Desacredita juicios preestablecidos. Aporta enormes evidencias por y hasta en cantidades impresionantes-­‐ contra cada hipótesis. En la torre A los pisos conducen al suicidio, en la B a la felicidad de por vida. En la C son vistos como un primer peldaño hacia la emancipación( presumiblemente bajo alguna clase de compulsión invisible, no obstante), en D simplemente como un tránsito. Construido en inimaginables números en K, están siendo explotados en L. La creatividad es inexplicablemente alta en E, inexistente en F. G parece un mosaico étnico, H constantemente a merced del separatismo, si no al borde de una guerra civil. El modelo Y no perdurará por su intromisión en la estructura familiar, pero Z florecerá,una palabra no académica podrá aplicarse siempre a cualquier actividad en la Ciudad Genérica; esa es una de las hipótesis que se han eliminado por adelantado. I X. cuadrantes 9.1. Siempre hay un departamento hipócrita, donde se preserva un mínimo del pasado. Normalmente hay un viejo tren/tranvía o un autobús de dos pisos recorriéndolo, haciendo sonar proféticas campanas -­‐versiones domesticadas del Holandés Errante. Sus cabinas telefónicas son también rojas y transplantadas de Londres, o equipadas con pequeños tejados chinos. Hipocresía-­‐también llamada Idea nostálgica, Rompeolas, Demasiado Tarde, Calle 42,


simplemente el Pueblo, o incluso el metro-­‐ en una elaborada y ficticia operación: celebran el pasado como sólo lo puede hacer lo recientemente concebido. Es una máquina. 9.2. La Ciudad Genérica tuvo alguna vez un pasado. Al encuentro de su destino, de una u otra manera se desgajaron grandes trozos, al principio sin lamentos -­‐el pasado era sorprendentemente aséptico, incluso peligroso-­‐ entonces, sin previo aviso, el alivio se convirtió en arrepentimiento. Ciertos profetas -­‐pelo blanco y largo, calcetines grises, sandalias-­‐ han advertido siempre que el pasado era necesario -­‐un recurso-­‐. Lentamente, la máquina de la destrucción devasta hasta decretar una tregua: algunas cabañas en el pulcro plano Euclidiano son salvadas, restauradas hasta tener un esplendor que nunca habían tenido. 9.3. A pesar de su ausencia, la historia es la mayor preocupación de la Ciudad Genérica, incluso su industria. En los suelos liberados, alrededor de las cabañas restauradas, todavía se construyen hoteles para recibir a turistas adicionales en proporción directa al borrado del pasado. Su desaparición no tiene influencia en los números, o quizás es sólo precipitación de última hora. El turismo es ahora independiente del destino... 9.4. En vez de memorias específicas, las asociaciones que moviliza la Ciudad Genérica son memorias generales, memorias de memorias: si no todas las memorias al mismo tiempo, al menos una memoria abstracta, tocada, un interminable déjà vu, memoria genérica. 9.5. A pesar de su modesta presencia física ( la construcción hipócrita nunca tiene más de tres plantas: ¿un homenaje a/contra Jane Jacobs?) condensa el pasado entero en un único conjunto. La historia vuelve no como una farsa, sino como un servicio: buhoneros enchaquetados (sombreros graciosos, pechos descubiertos, velos) que voluntariamente establecen las condiciones ( esclavitud, tiranía, enfermedad, pobreza, colonia)-­‐ por las que una vez su nación hizo la guerra para abolirla. Como un virus contumaz, en todo el mundo lo colonial parece la única fuente inagotable de lo auténtico. 9.6. La calle 42: ostensiblemente son los lugares donde el pasado está protegido, son actualmente los lugares donde el pasado ha sufrido más cambios, está más lejos -­‐como visto desde el extremo equivocado de un telescopio-­‐ incluso completamente eliminado. 9.7. Sólo el recuerdo de los excesos anteriores es lo suficientemente fuerte como para acusar el golpe bajo. A medida que intentan calentarse con el calor de un volcán extinguido, los lugares más populares (con turistas, y en la Ciudad Genérica incluye a todo el mundo) fueron


una vez los asociados más directos del sexo y el hampa. Los ingenuos invaden las antiguas guaridas de chulos, prostitutas, buscavidas, travestidos, y en menor grado, de artistas. Paradójicamente, al mismo tiempo la autopista de la información permite domiciliar pornografía de camioneros en las salas de estar, como si la experiencia de andar sobre esas brasas de trasgresión y pecado les hiciera sentir especiales, vivos. En una era que no genera aura nueva, el valor del aura establecida se dispara hasta el cielo. ¿Caminar sobre estas cenizas será lo más cerca de la culpa que llegarán? ¿Existencialismo diluido a la intensidad de un agua Perrier ? 9.8. Cada Ciudad Genérica tiene un Rompeolas, no necesariamente de agua -­‐puede ser de desierto, por ejemplo-­‐ pero al menos un borde donde se encuentra con otra condición, como si una posición de escape cercano fuera la mejor garantía para su disfrute. Aquí los turistas se congregan en manadas alrededor de un grupo de tenderetes. Hordas de buhoneros tratan de venderles aspectos "exclusivos" de la ciudad. Las únicas partes de todas las Ciudades Genéricas juntas han creado un souvenir universal, un híbrido científico entre la Torre Eiffel, Sacre Coeur, y la Estatua de la Libertad: un edificio alto (de entre 200 y 300 metros) ahogado en una pequeña bola de agua con nieve o, si está cerca del Ecuador, copos de oro; diarios con irónicas pastas de cuero; sandalias hippies-­‐ incluso si los hippies reales han sido repatriados con celeridad. Los turistas acarician esto -­‐nadie ha presenciado nunca una rebaja-­‐ y entonces se sientan en exóticos comederos próximos al rompeolas: allí degustan toda las gamas de comidas: picante; en principio y a fin de cuentas, quizás sea más fehaciente la indicación de que proviene de cualquier sitio; empanadas: de carne o sintéticas; cruda: atávica costumbre que llegará a ser muy popular en el tercer milenio. 9.9. Las gambas, lo último en aperitivos. A través de la simplificación de la cadena alimenticia -­‐ y de las vicisitudes de su preparación-­‐ saben a magdalenas inglesas, es decir, a nada. X. programa 10.1. Las oficinas siguen allí, de hecho en mayor número que nunca. La gente dice que ya no se necesitan. En cinco o diez años todos trabajaremos en casa. Pero entonces necesitaremos casas mayores, lo suficientemente grandes como para albergar un mitin. Las oficinas tendrán que ser convertidas en hogares. 10.2. La única actividad es comprar. Pero ¿por qué no considerar las compras como algo temporal, provisional? Se avecinan tiempos mejores. Es nuestro propio error -­‐no pensamos en nada mejor que hacer-­‐. Los mismos espacios invadidos por otros programas-­‐ librerías, baños, universidades-­‐. Será tremendo, estaremos impresionados por su grandeza.


10.3. Los hoteles se están convirtiendo en el alojamiento genérico de la Ciudad Genérica, su edificio más común. Antes solía ser la oficina-­‐ que al menos implicaba un ir y venir-­‐, asumida la presencia de otros alojamientos en cualquier otro lugar. Los hoteles son ahora contenedores que, en la expansión y en la perfección de sus equipamientos, hacen a casi todos los edificios redundantes. Incluso doblándose como los centros comerciales, son lo más parecido que tenemos a la existencia urbana; el estilo del siglo XXI. 10.4. El hotel ahora implica cautiverio, arresto domiciliario voluntario; no hay otro lugar donde ir que le haga la competencia; vienes y te quedas. Acumulativamente se describe una ciudad de diez millones de habitantes encerrados en sus habitaciones, una especie de animación marcha atrás-­‐ cargados a reventar. X I . . arquitectura 11.1. Cierra los ojos e imagina una explosión de color beige. En su epicentro salpica el color de unos pliegues vaginales excitados, berenjena metálico-­‐mate, tabaco kaki, calabaza cenicienta; una caravana de testigos nupciales... 11.2. Hay edificios interesantes y aburridos en la Ciudad Genérica, como en todas las ciudades. Todos señalan a Mies van der Rohe como su antecedente: la primera categoría a su torre irregular en Friedrichstadt( 1921), la segunda a las cajas que concibió no mucho después. Esta secuencia es importante: obviamente, tras una experimentación inicial, Mies perdió el interés, aburriéndose. Lo mejor, sus últimos edificios, capturan el espíritu de sus primeros trabajos -­‐ ¿depurados, reprimidos?-­‐ Como una ausencia, más o menos notable, nunca volvió a proponer proyectos "interesantes". La Ciudad Genérica prueba que estaba equivocado: sus arquitectos más osados han retomado el desafío que Mies abandonó, hasta el punto que ahora es difícil encontrar una caja. Irónicamente, este exuberante homenaje al interesante Mies muestra que "el" Mies estaba equivocado. osados han retomado el desafío que Mies abandonó, hasta el punto que ahora es difícil encontrar una caja. Irónicamente, este exuberante homenaje al interesante Mies muestra que "el" Mies estaba equivocado. 11.3. La arquitectura de la Ciudad Genérica es hermosa por definición. Construida a una increíble velocidad, y concebida a un ritmo aún mas increíble, hay una media de 27 versiones desechadas por cada una realizada, pero esto no es lo realmente significativo. Se elabora en las diez mil oficinas de arquitectura de las que nadie ha oído hablar, cada una de ellas vibrantes y con una fresca inspiración . Presumiblemente más modestos que los de sus colegas mas conocidos, estos estudios están vinculados a través de una conciencia colectiva que les


indica que hay algo erróneo en la arquitectura, y que sólo mediante sus esfuerzos puede ser rectificado. La fuerza de los números les da una espléndida y reluciente arrogancia. Diseñan sin vacilación. Ensamblan, con mil y una referencias y salvaje precisión, más riqueza de la que un genio pueda reunir nunca. Como media su educación ha costado 30.000 dólares, excluyendo gastos de transporte. Un 23% ha sido prestigiado en las universidades de la American Ivy League, expuestos -­‐admitidos por cortos periodos-­‐ a la elite bien remunerada, los profesionales "oficiales". La consecuencia es que una inversión total combinada de 300 billones de dólares ($300.000.000.000) coste estimado de la educación en las escuelas de arquitectura ($30.000 (como media)x 100 (media de trabajadores por oficina)x 100.000 (numero de oficinas transnacionales)) está trabajando y produciendo Ciudades Genéricas todo el tiempo. 11.4. Los edificios con formas complejas dependen de la industria del muro cortina, o de los cada vez mas efectivos adhesivos y sellantes que convierten cada edificio en una mezcla de camisa de fuerza y cámara de oxigeno. El uso de la silicona -­‐"estamos estirando las fachadas tanto como den de sí"-­‐ ha reducido el espesor de todas las fachadas, vidrio pegado a piedra, acero u hormigón, en una impureza de la era espacial. Estos encuentros dan la sensación de rigor intelectual a través de la aplicación libre de compuestos de esperma transparentes que mantienen todo junto más por finalidad que por diseño -­‐el triunfo del pegamento sobre la integridad de los materiales-­‐. Como todo en la Ciudad Genérica, su arquitectura es lo resistente hecho maleable, una plaga no tanto por la aplicación de principios sino por la sistemática utilización de lo que no está legislado. 11.5. Ya que la Ciudad Genérica es fundamentalmente asiática, su arquitectura está habitualmente acondicionada climáticamente; aquí es donde la paradoja de esta reciente y paradigmática desviación se agudiza (la ciudad ya nunca más significará el máximo desarrollo sino el subdesarrollo de sus fronteras); un significado brutal por el que el acondicionamiento universal es obtenido miméticamente en el interior de los edificios a pesar de las condiciones climatológicas del exterior -­‐tormentas repentinas, remolinos de aire, ráfagas frías en la cafetería, olas de calor, incluso neblina-­‐; un provincianismo de lo mecánico, abandonado por la materia gris en beneficio de "lo electrónico". ¿Incompetencia o imaginación? 11.6. La ironía es que de esta manera la Ciudad Genérica es aún más subversiva, aún mas ideológica; eleva la mediocridad al máximo rango; es como el "Merzbau" de Kurtz Schwitter a la escala de la ciudad: la Ciudad Genérica es una Merz-­‐city. 11.7. El ángulo que forman las fachadas es el único indicio fiable de genialidad arquitectónica: tres puntos por inclinarse hacia atrás, doce por inclinarse hacia delante, dos de penalización por los retranqueos (demasiado nostálgico).


11.8. La aparente solidez de la sustancia de la Ciudad Genérica es engañosa. El 51% de su volumen es atrio. El atrio es un mecanismo diabólico por su habilidad para justificar lo insustancial. Su nombre romano es una garantía de clase arquitectónica -­‐su origen histórico convierte el tema en inagotable-­‐Reafirma al cavernícola en su implacable provisión de confort metropolitano. 11.9. El atrio es un espacio vacío: los vacíos son los edificios esenciales de la Ciudad Genérica. Paradójicamente, su porosidad asegura su presencia física, el hinchado de su volumen es el único pretexto para su manifestación física. Cuanto más completos y repetitivos son sus interiores, menos se percibe su repetición de lo esencial. 11.10. El estilo a elegir es el Posmodernismo, y siempre será así. El Posmodernismo es el único movimiento que ha tenido éxito al conectar la práctica arquitectónica con la práctica del terror. El Posmodernismo no es una doctrina basada en la lectura altamente civilizada de la historia de la arquitectura, sino un método, una mutación en la arquitectura profesional que produce resultados lo suficientemente rápidos como para mantener el ritmo que exige el desarrollo de la Ciudad Genérica. En lugar de conciencia, como sus inventores originales esperaban, creó una nueva inconsciencia. Es una pequeña ayuda para la modernización. Cualquiera puede hacerlo -­‐un rascacielos basado en una pagoda y/o en un pueblo de las colinas toscanas-­‐. 11.11. Toda resistencia al Posmodernismo en antidemocrática. Crea un sigiloso envoltorio alrededor de la arquitectura que lo hace irresistible, como un regalo navideño de la beneficencia. 11.12.¿Hay alguna conexión entre el predominio de los espejos en la Ciudad Genérica -­‐¿es para celebrar la nada con su multiplicación o es un desesperado esfuerzo para capturar las esencias en su proceso de evaporación?-­‐ y los presentes que, desde hace siglos, suponían ser los regalos mas efectivos para los salvajes? 11.13. Máximo Gorky habla en relación a Coney Island como de un "aburrimiento variado". Claramente piensa en el término como en un oxímoron. La variedad no puede ser aburrida. Pero la continua variedad de la Ciudad Genérica al menos nos ayuda a percibir la variedad como algo habitual: banalizada, en una inversión de expectativas, su repetición se ha convertido en anormal, y por tanto, potencialmente atrevida, estimulante. Pero eso será en el siglo XXI.


X I I . geografía 12.1. La Ciudad Genérica tiene generalmente un clima más cálido; está camino del sur -­‐hacía el Ecuador-­‐ lejos de la confusión que produjo el norte en el último milenio. Es un concepto en estado de migración. Su último destino es ser tropical -­‐mejor clima, gente guapa-­‐. Está habitada por aquellos a los que no les gusta estar en otro lugar. 12.2. En la Ciudad Genérica, la gente no solo es mas atractiva que sus semejantes, sino que se supone que tienen aún mejor temperamento, menos obsesionada con el trabajo, menos hostil, más amable. En otras palabras, es la prueba de que hay una conexión entre arquitectura y comportamiento, que la ciudad puede hacer mejores personas incluso a través de métodos sin identificar. 12.3. Una de las características mas potentes de la Ciudad Genérica es la estabilidad de su clima -­‐no hay estaciones, predicen tiempo soleado-­‐ aunque todos los informes meteorológicos se nos presentan en términos de cambio inminente y probable empeoramiento: nubes en Karachi. Desde la ética y la religión el tema del destino se ha elevado hasta el inexplicable dominio de lo meteorológico. El mal tiempo parece ser la única ansiedad que se cierne sobre la Ciudad Genérica. X I I I . identidad 13.1 Hay una calculada redundancia en la iconografía que adopta la Ciudad Genérica. Si está frente al mar, los símbolos marinos están distribuidos por todo su territorio. Si es un puerto, los barcos y las grúas también aparecerán muy tierra adentro. (De todos modos enseñar los propios contenedores no tendría sentido: no puedes particularizar lo genérico a través de lo Genérico) Si es Asiático, entonces delicadas (sensuales, inescrutables) mujeres aparecerán en elásticas poses, sugiriendo (religiosa y sexualmente) la sumisión en cualquier sitio. Si tiene montañas, cada folleto, menú, ticket, anuncio, insistirá en el monte, como si sólo una tautología sin costura fuera conveniente. Su identidad es como un mantra. X I V . historia


14.1. Lamentar la ausencia de historia es un reflejo aburrido. Supone un consenso no escrito por el que la presencia de historia es deseable.¿Pero quien dice que este sea el caso? Una ciudad es un plano habitado de la manera mas eficiente por gentes y procesos, y en la mayoría de los casos, la presencia de la historia lastra su realización... 14.2 Actualmente la historia obstruye la pura explotación de sus valores teóricos como ausencia. 14.3. A través de la historia de la humanidad -­‐para escribir un capitulo aparte the American Way-­‐ las ciudades han crecido mediante un proceso de consolidación. Los cambios se hacen sobre la marcha. Las cosas se improvisan. Las culturas florecen, decaen, reviven, desaparecen, son saqueadas, invadidas, humilladas, violadas, triunfan, renacen, tienen edades de oro, caen de repente silenciosamente -­‐todo en el mismo sitio-­‐. Por eso la Arqueología es una profesión de excavadores: muestra capa tras capa de civilizaciones (por ejemplo, la ciudad). La Ciudad Genérica, como un croquis mal elaborado, no está mejorada sino abandonada. La idea de estratificación, intensificación y finalización son desconocidas para ella: no tiene capas. Su próxima capa aparecerá en otro lugar, tal vez en la puerta de al lado -­‐que puede tener el tamaño de un estado-­‐ o incluso en algún sitio más, todo junto. El arqueólogo (igual a arqueología más interpretación) del siglo XX necesita innumerables billetes de avión y no una pala. 14.4 Al exportar/expulsar sus mejoras, la Ciudad Genérica perpetúa su propia amnesia (¿su único vinculo con la eternidad?). Su arqueología será por tanto la evidencia del paulatino olvido, el documento de su evaporación. Su genio tiene las manos vacías (no como el emperador sin ropa, sino como el arqueólogo sin hallazgos, sin ni siquiera un sitio). X V. infraestructuras 15.1 Las infraestructuras, que mutuamente se reforzaron y totalizaron, se están convirtiendo en más y más competitivas y locales; no pretenden crear conjuntos funcionales sino entidades funcionales revueltas (spin off). En vez de una red y un organismo, la nueva infraestructura crea enclaves y callejones sin salida: el grand récit y lo parasitario no se desvían. (La ciudad de Bangkok ha aprobado planes para tres sistemas de metro aerotransportados que competían para llegar de A hasta B; el más fuerte ganará.) 15.2. La infraestructura ya no es una mayor o menor responsabilidad delegada por una necesidad más o menos urgente, sino un arma estratégica, una predicción: el puerto X no se


amplía para servir a la demanda de consumistas frenéticos sino para matar/reducir las oportunidades de que el puerto Y pueda sobrevivir al siglo XXI. En una misma isla, a la metrópolis del sur Z, aún en su infancia, se la dota de un nuevo sistema de metro que haga parecer a la arraigada metrópolis W, torpe, congestionada, un antepasado. La vida en V se ha suavizado para hacer eventualmente insoportable la vida en U. X V I. cultura 16.1. Sólo cuenta lo redundante. 16.2. En cada huso horario hay al menos tres actuaciones de Cats. El mundo está rodeado por un anillo de Saturno de maullidos. 16.3. La ciudad solía ser el gran escenario de caza sexual. La Ciudad Genérica es como una agencia de citas: encaja eficientemente las provisiones con la demanda. Orgasmo en vez de agonía: hay progreso. Las más obscenas posibilidades (oportunidades) se anuncian en la más limpia tipografía: la helvética (swiss) se ha convertido en pornográfica. X V I I. end 17.1. Imagina una película de Holywood sobre la Biblia. Una ciudad en alguna parte de la Tierra Prometida. Escena del Mercado: de izquierda a derecha extras caracterizados con harapos de colores, pieles, albornoces de seda, entran en escena gritando, gesticulando, con los ojos vueltos, provocando peleas, riendo, rascándose las barbas, mechones de pelo untados con pegamento, agolpándose hacia el centro de la imagen ondeando palos, puños, volcando butacas, pisoteando animales... La gente grita. ¿Vendiendo mercancías? ¿Adivinando el futuro? ¿Invocando dioses? Se roban bolsos, los criminales son perseguidos (¿o son ayudados?) por las multitudes. Los curas rezan por la calma. Los niños enloquecen entre la maleza de piernas y albornoces. Los animales ladran. Las estatuas se caen. Las mujeres chillan -­‐ ¿amenazadas?¿extasiadas?-­‐.La masa batida se hace oceánica. Las olas rompen. Ahora quita el volumen -­‐silencio, un alivio bienvenido-­‐ e invierte la película. Los ahora mudos pero aún visibles hombres y mujeres agitados se tambalean hacia atrás: el observador no sólo ve personas, sino que empieza a notar espacios entre ellos. El centro se vacía: las últimas sombras evacuan el rectángulo del cuadro de la imagen, probablemente lamentándose, pero afortunadamente nosotros no las oímos. El silencio ahora se refuerza por el vacío: la imagen muestra butacas vacías, algunos restos que fueron pisoteados. Auxilio... se acabó. Esa es la historia de la ciudad. La ciudad ya no es. Podemos irnos ya de la sala de cine...


REM KOOLHAAS EL ESPACIO BASURA (JUNKSPACE). De la modernización y sus secuelas Ensayo Junkspace (2001), multipublicado, libro de: ESPACIO BASURA Gustavo Gili Ed., 2006. Aeropuerto de Logan (Boston): una ampliación de alcance mundial para el siglo XXI(Valla publicitaria de finales del siglo XX) Si se llama basura espacial a los desechos humanos que ensucian el universo, el “espacio basura es el residuo que la humanidad deja sobre el planeta. El producto construido (volveremos sobre esta mas adelante) de la modernización no es la arquitectura moderna, sino el espacio basura. El espacio basura es lo que queda después que la modernización haya seguido su curso o, mas concretamente, lo que se coagula mientras la modernización esta ocurriendo: su secuela. La modernización tenia un programa racional: compartir universalmente las bendiciones de la ciencia. El espacio basura es su apoteosis, o su derretimiento; aunque cada una de sus partes son fruto de brillantes inventos, su suma augura el final de la ilustración, su resurrección como una farsa, un purgatorio de poca calidad. El espacio basura es la suma total de nuestra arquitectura actual; hemos construido tanto como toda la historia anterior, pero no se nos recordara a esa misma escala. El espacio basura es el fruto del encuentro entre la escalera mecánica y el aire acondicionado, concebido en una incubadora de pladur (las tres cosas faltan en los libros de historia). El espacio basura es la contrafigura del espacio, un territorio de una ambición devaluada, expectativas limitadas y una sinceridad reducida. El espacio basura es un “triangulo de las bermudas” de conceptos, una “cápsula de Petri” abandonada: reduce la inmunidad, suprime las distinciones, socava la determinación y prefiere la intención a la ejecución. Reemplaza la jerarquía por la acumulación y la composición por la adición. Mas y mas es mas. El espacio basura esta verde y maduro al mismo tiempo; es un colosal manto de seguridad que cubre la tierra, la suma de todas las decisiones no tomadas, de los problemas no afrontados, de las opciones no elegidas, de las prioridades dejadas sin definir, de las contradicciones perpetuadas, de los compromisos adoptados, de la corrupción tolerada. El espacio basura es como estar condenado a un jacuzzi perpetuo con millones de tus mejores amigos. Es un enmarañado imperio de la confusión que funde lo publico y lo privado, lo derecho y lo torcido, lo atiborrado y lo famélico, lo elevado y lo mezquino, para ofrecer un mosaico sin suturas de lo permanente inconexo. Aparentemente apoteósico y espacialmente grandioso, el efecto de su riqueza es una vacuidad terminal, una depravada parodia que sistemáticamente erosiona la credibilidad de la arquitectura, posiblemente para siempre. Vale, hablemos del espacio entonces: de la belleza de los aeropuertos, en especial después de cada ampliación; del brillo de las remodelaciones; de la variedad de los centros comerciales.


Vamos a explorar el espacio publico, a descubrir los casinos y a investigar los parques temáticos. Nuestra preocupación por la gente ha vuelto invisible la arquitectura para la gente. Fue un error inventar la arquitectura moderna para el siglo XX; la arquitectura desapareció en el siglo XX; hemos estado leyendo una nota a pie de pagina con un microscopio, esperando que se convirtiese en novela. El espacio basura parece una aberración, pero es la esencia, lo principal. El espacio basura se presenta como si un huracán hubiese recompuesto una situación previamente ordenada, pero esa impresión es engañosa: tal situación nunca fue coherente y nunca aspiro a serlo. Cuando pensamos en el espacio, solo hemos mirado sus contenedores. Toda la teoría para la producción del espacio se basa en una preocupación obsesiva por lo opuesto: la masa, es decir la arquitectura. La continuidad es la esencia del espacio basura; este aprovecha cualquier invención que permita la expansión, incorpora cualquier recurso que fomente la desorientación (los espejos, los pulidos, el eco), despliega una infraestructura de no interrupción: escaleras mecánicas, aspersores, barreras contraincendios, cortinas de aire caliente, aire acondicionado, etcétera. El espacio basura esta sellado, se mantiene unido no por la estructura, sino por la piel, como una burbuja. La gravedad ha permanecido constante, resistida por el mismo arsenal desde que el mundo es mundo; pero el aire acondicionado un medio invisible y, por tanto, del que no queda constancia-­‐ ha revolucionado realmente la arquitectura del siglo XX. El aire acondicionado ha lanzada el edificio sin fin. Si la arquitectura es lo que separa los edificios, el aire acondicionado es lo que los une. El aire acondicionado ha impuesto regímenes mutantes de organización y coexistencia que la arquitectura ya no puede seguir. Al igual que en la edad media, ahora un solo centro comercial es un trabajo de generaciones: el aire acondicionado hace o deshace nuestras catedrales. Como cuesta dinero y ya no es gratis, el espacio acondicionado se convierte inevitablemente en un espacio condicional; antes o después todo el espacio condicional se convierte en espacio basura. El espacio basura es siempre interior, y tan extenso que raramente se perciben sus limites. El espacio se creo apilando unos materiales encima de otros y consolidándolos para formar una nueva totalidad. El espacio basura es aditivo, estratificado y ligero, y va quedando descuartizado igual que el cadáver de un animal va siendo desgarrado por los depredadores: pedazos amputados de una situación universal. El espacio basura es un ámbito de geometría fingida y simulada. Aunque es algo estrictamente no arquitectónico, tiende hacia lo abovedado, hacia la cúpula. Algunas partes parecen destinadas a proclamar su carácter inerte, otras se ven frenéticamente abocadas a la articulación: lo mas apagado junto a lo mas histérico. Los temas corren una cortina de atrofia sobre sus interiores tan grandes como el Panteón, produciendo abortos en cada rincón. La estética es bizantina, escindida en millares de fragmentos, todos visibles al mismo tiempo: un vertiginoso populismo panóptico. El neón significa tanto lo nuevo como lo viejo. Regresivos y futuristas, los interiores hacen referencia, al mismo tiempo, a la edad de piedra y a la era del espacio. Al igual que el virus inactivo de una inoculación, la arquitectura moderna sigue siendo esencial, pero solo en su versión mas inútil; la high tech ha venido para celebrar el Milenio, y eso que parecía muerta solo hace una década. Se basa en poner en primer termino lo que generaciones anteriores habían mantenido en secreto: formas de moluscos con pieles tersamente estiradas, escaleras de urgencia suspendidas en un trapecio unilateral, elementos


artesanales sosteniendo salas de naves casi industriales, hectáreas de vidrio colgado de una telaraña de cables, y unas sondas hincadas en el espacio para proporcionar fatigosamente lo que a otros sitios llega sin esfuerzo, el aire libre. La transparencia solo revela todo aquello en lo que no podemos tomar parte. Con las campanadas de medianoche, todo ello puede convertirse en un estilo gótico taiwanes; después de tres años, en un estilo contemporáneo nigeriano. Los murales solían mostrar a los dioses; los módulos del espacio basura están dimensionados para portar marcas. Los mitos pueden habitarse, las marcas dosifican el aura a merced de los grupos de interés. El espacio basura se basa en la cooperación. No hay diseño sino proliferación creativa. El grafismo tridimensional, los emblemas trasplantados de las franquicias y las centelleantes infraestructuras de luces, diodos luminosos y videos describen un mundo sin autor, mas allá de la pretensión de cada cual, completamente singular, totalmente impredecible y sin embargo, intensamente familiar: la regurgitación en lugar de la resurrección. El espacio basura se despoja de la arquitectura igual que un reptil cambia de piel, y renace cada lunes por la mañana. En el espacio clásico, la materialidad se basaba en un estado final que solo podía modificarse a costa de una destrucción al menos parcial. En el mismo momento en que la regularidad y la repetición se ha abandonado como algo represivo, los materiales de construcción se han hecho cada vez mas modulares, unitarios y normalizados, como si la materia viniese predigitalizada (el siguiente grado de abstracción). El modulo se hace cada vez mas pequeño, hasta el punto que se convierte en un mosaico. Con enormes dificultades (discusiones, negociaciones, sabotajes) la irregularidad y la singularidad se elaboran a partir de elementos idénticos. En vez de intentar arrebatar el orden al caos, lo pintoresco se arrebata ahora a lo homogeneizado. Toda materialización es provisional; la construcción ha adquirido una nueva tersura, como la sastrería a medida. Verbos desconocidos en la historia de arquitectura (grapar, pegar, plegar, descargar, encolar, duplicar, fundir) se han hecho indispensables. Donde antes los detalles indicaban la unión, tal vez para siempre, de materiales dispares, ahora hay un acoplamiento fugaz que espera ser desecho, desatornillado, un abrazo temporal al que quizás no sobreviva ninguno de sus componentes; no se trata ya de un encuentro orquestado de la diferencia, sino de un punto muerto, el brusco final de un sistema. Solo los ciegos, al leer con sus dedos estas líneas defectuosas, comprenderán las historias del espacio basura. Facetado como una formación cristalográfica, no por la naturaleza o el diseño, sino por omisión, el espacio basura es como una vidriera emplomada que se ha vuelto tridimensional, una barrera de color delante de muros fluorescentes que generan calor para elevar la temperatura del espacio basura hasta niveles donde se podrían cultivar orquídeas. El espacio basura es un espacio caliente. Hay dos clases de densidad en el espacio basura: la primera, óptica; la segunda, informática. Las dos compiten entre si. El espacio basura siempre cambia, pero nunca evoluciona. El programa del espacio basura es el crescendo, como en el Bolero de Ravel. Tomando historias de un lado y de otro, su contenido es repetitivo y estable; se multiplica como en una clonación: mas de lo mismo. Algunos sectores se pudren, ya no se ven, y quedan conectados al cuerpo principal mediante pasajes gangrenosos. El espacio basura es un caldo de cultivo primigenio del aplazamiento y el consumo, una nueva forma de esa servidumbre de que “la forma sigue a la función”. Volcado en la gratificación instantánea, el espacio basura contiene el germen de la perfección futura, un lenguaje apologético esta entretejido en su textura de historia elemental. “Cerrado


para su futura diversión”, “perdonen nuestro aspecto” o diminutos carteles amarillos de “lo sentimos”, señalan las reparaciones en curso o las manchas de humedad, anuncian cierres momentáneos a cambio de una brillantez inminente: el encanto de las mejoras. Todas las superficies son arqueológicas, es decir, “superposiciones de diferentes épocas”; (¿cómo llamaríamos al periodo en que era habitual una clase concreta de moqueta continua?). En teoría cada megaestructura genera su propio subsistema de partículas compatibles y tienden a crear un universo de cohesión galopante. En el espacio basura se han vuelto las tornas: solo hay subsistemas, sin concepto alguno, partículas huérfanas en busca de un programa o un patrón. Tradicionalmente, la topología implica delimitación, la definición de un modelo singular que excluye otras interpretaciones. El espacio basura representa una tipología inversa de identidad acumulativa y promiscua que tiene que ver menos con la clase que con la cantidad. Una tipología de lo informe sigue siendo una tipología, la ausencia de forma sigue siendo forma. Ejemplos de ello son: la tipología del vertedero, donde los camiones, uno detrás de otro, sueltan su carga para formar un montón, todo ello pese a lo arbitrario de su contenido y a su carácter esencialmente incompleto; o la tienda de campaña, un envoltorio que adopta formas distintas para albergar volúmenes interiores variables. El espacio basura puede ser absolutamente caótico o bien espantosamente estéril y perfecto, indeterminado y excesivamente determinado al mismo tiempo. El espacio basura es como un liquido que se hubiese condensado en alguna otra forma. Su configuración especifica es tan fortuita como la geometría de un copo de nieve. Los trazados implican una repetición o, en ultima instancia, unas reglas descifrables; el espacio basura esta mas allá de la geometría, mas allá de los trazados. Como no puede captarse, el espacio basura no puede recordarse. Es ampuloso pero poco rememorable, como un protector de pantalla, cuya negativa a quedarse quieto asegura una amnesia instantánea. Circulación El espacio basura suele describirse a menudo como un espacio de flujos, pero esta es una denominación poco adecuada; los flujos dependen de un movimiento disciplinado, de cuerpos que forman una unidad. Aunque se trata de una arquitectura de masas, cada trayectoria es estrictamente singular. El espacio basura es una telaraña sin araña. Esta anarquía es una de las ultimas maneras tangibles en que podemos medir nuestra libertad. Es un espacio de colisión, un contenedor de átomos. Es abigarrado, no denso. Hay en el espacio basura un modo especial de moverse, que es al mismo tiempo errante y decidido. Es una cultura aprendida. A veces todo un espacio basura se viene abajo debido al inconformismo de uno de sus miembros; un solo ciudadano de otra cultura un campesino albanes, una madre portuguesa-­‐ puede entorpecer y desestabilizar todo un espacio basura, dejando a su paso una estela de obstrucción, una desregulación finalmente transmitida hasta sus ultimas consecuencias. Cuando el movimiento se hace coordinado, se congela: en las escaleras mecánicas, cerca de las salidas y junto a las maquinas de los aparcamientos y los cajeros automáticos.


A veces, bajo coacción, los individuos quedan acorralados en un flujo, se ven empujados por una sola puerta o forzados a salvar el abismo entre dos obstáculos provisionales (una silla de invalido que pita y una palmera): la evidente animadversión que provoca esta canalización ridiculiza la idea de los flujos. En el espacio basura, los flujos conducen al desastre: cuerpos muertos amontonándose ante salidas de urgencia, cerradas, de una discoteca; los grandes almacenes el primer día de rebajas; las estampidas de grupos enfrentados de hinchas de fútbol; todo ello es prueba de la falta de adaptación entre los portales del espacio basura y el calibrado medio del resto del mundo. Cada arquitectura encarna ahora dos situaciones: una parte es permanente; la otra provisional. Unos sectores envejecen, otros se mejoran. Juzgar lo construido suponía una situación estática; el espacio basura esta siempre en fase de transformación. Supongamos que un aeropuerto necesita mas espacio. En el pasado, se añadían nuevas terminales cada una mas o menos característica de su propia época-­‐ dejando las antiguas como un recuerdo legible, como una progresión. Dado que los pasajeros han mostrado ampliamente su infinita maleabilidad, la idea de reconstruir en el mismo lugar ha ganado adeptos. Los pasillos mecánicos se lanzan en sentido inverso. El vestíbulo llega a ser indescifrable: los antiguos espacios de la indiferencia se convierten en algo genérico, tipo casbah que ofrece vistas de un submundo de vestuarios improvisados, trabajo manual, humo, pausas de café, incendios reales, etc. Pantallas de pladur pegadas con cinta adhesiva segregan dos poblaciones: una húmeda y otra seca; una dura y otra blanda; una fría y otra recalentada; una masculina y otra castrada. Un cambio crea el espacio nuevo; el otro consume el espacio viejo. El techo es una placa abollada, como los alpes, retículas de planchas inestables se alternan con laminas estampadas de plástico negro, perforadas de modo inverosímil por mallas de candelabros cristalinos. Los conductos metálicos han sido sustituidos por textiles que respiran. Las juntas abiertas revelan enormes vacíos en el techo (¿antiguos cañones de amianto?), vigas toscas, tubos, sogas, cables, aislamiento, protección contra incendios, cuerdas, enmarañados arreglos que de pronto salen a la luz, tan impuros, torturados y complejos que solo existen porque nunca se planearon. El suelo esta hecho de retales; diferentes texturas luchan por la supremacía: peludas, toscas, brillantes, plásticas, metálicas, embarradas, etc. El terreno ya no existe. Hay demasiadas necesidades básicas que han de satisfacerse en un solo plano. Se ha abandonado la idea de un nivel de referencia, del carácter absoluto de la horizontal. La transparencia ha desaparecido, reemplazada por una densa costra de ocupación preliminar: quioscos, carritos, cochecitos infantiles, palmeras, fuentes, bares, sofás, etc. Los corredores ya no unen A con B, sino que se han convertido en galerías comerciales, en “destinos”. Su vida como inquilinos suele ser corta: los vestidos mas horribles, los escaparates mas inactivos, las flores mas inexplicables. Se ha perdido cualquier perspectiva, como en una selva tropical (que también esta desapareciendo). La línea recta se enrolla en configuraciones cada vez mas laberínticas. Solo una especie de perversa coreografía puede explicar los giros y las vueltas, los ascensos y los descansos, las súbitas inversiones que incluye el típico recorrido desde el mostrador de facturación hasta la pista de estacionamiento en el típico aeropuerto contemporáneo. Debido a que nunca cuestionamos o reconstruimos lo absurdo de nuestras trayectorias, nos sometemos dócilmente a dantescos viajes que incluyen perfumes, solicitantes de asilo, ropa interior,


ostras, teléfonos móviles, salmón ahumado, increíbles aventuras para el cerebro, la vista, el oído, el olfato, el gusto, el útero o los testículos. En su momento hubo una polémica sobre la línea recta; ahora el ángulo de 90 grados es solo uno entre muchos. En realidad los restos de antiguas geometrías siempre crean un nuevo embrollo, ofreciendo así desesperados núcleos de resistencia que forman inestables remolinos en flujos nuevamente oportunistas. ¿Quién osaría exigir responsabilidad por esta secuencia?. La idea de que antes una profesión imponía o al menos creía predecir-­‐ los movimientos de la gente ahora resulta risible; o peor: impensable. En lugar de diseño, hay cálculos: cuanto mas errático es el camino, mas excéntricos son los circuitos: cuanto mas eficaz es la exposición, mas inevitable es la transacción. La corriente posmoderna añade una zona arrugada de poche vírico que fractura y multiplica el interminable frente de exhibición: un retractilado peristáltico crucial para todo intercambio comercial. Las trayectorias se lanzan por rampas, se vuelven horizontales sin previo aviso, se interceptan, se pliegan hacia abajo y surgen de pronto en una balconada sobre un gran vacío. (Sin saberlo, siempre habitamos un bocadillo. El espacio se excava en el espacio basura como si este fuese un bloque de helado que ha pasado demasiado tiempo en el congelador: cónico, esférico, lo que sea.) Una escalera mecánica nos lleva a un destino desconocido, desde el callejón sin salida donde nos dejo una monumental escalera de granito, frente a una vista provisional de yeso inspirada en fuentes poco memorables. Los núcleos de aseos se transmutan en un almacén de Disney y luego se metamorfosean para convertirse en un centro de meditación: las transformaciones sucesivas ridiculizan la palabra “proyecto”. En este punto muerto entre lo redundante y lo inevitable, un proyecto realmente habría empeorado las cosas y nos habría llevado a una desesperación inmediata. El proyecto es una pantalla de radar en la que los impulsos individuales sobreviven durante impredecibles periodos de tiempo en unas grescas bacanales. Solo los diagramas dan una versión soportable. El espacio basura es posexistencial: hace incierto el lugar en el que estamos, obstaculiza el camino por donde vamos y desmonta el sitio de donde venimos. ¿Quiénes somos? Pensamos que podíamos hacer caso omiso del espacio basura, visitarlo a escondidas, tratarlo con un desdén condescendiente o disfrutarlo indirectamente. Como no podíamos entenderlo, hemos tirado las llaves. Pero nuestra propia arquitectura esta infectada, se ha hecho igual de lisa, total, continua, torcida, abigarrada. política El espacio basura será nuestra tumba. La mitad de la humanidad contamina para producir y la otra mitad contamina para consumir. La contaminación combinada de todos los coches, motos, camiones, autobuses y fabricas explotadoras del tercer mundo resulta una nimiedad en comparación con el pulso generado por el espacio basura. El espacio basura es política: depende de la eliminación central de la capacidad critica en nombre de la comodidad y el placer. Enteros países diminutos adoptan ahora el espacio basura como un programa político, establecen regímenes de desorientación planificada, instigan una política de desorganización sistemática. No es exactamente eso de “todo vale”; en realidad el secreto del espacio basura


esta en que es promiscuo y al mismo tiempo represivo: a medida que prolifera lo informe, lo formal se atrofia y con ello todas las reglas, las ordenanzas, los recursos, etcétera. El espacio basura conoce todas nuestras emociones, todos nuestros deseos. Es el interior del vientre del Gran Hermano. Se apodera de las sensaciones de la gente. Se presenta como una banda sonora, un olor, unos letreros, anuncia descaradamente como quiere que se lo interprete: “sensacional, flamante, enorme, abstracto, minimalista, histórico”. Los huéspedes del espacio basura forman un colectivo de inquietantes consumidores en actitud de hosca anticipación de su próxima compra. El espacio basura pretende unificar, pero en realidad escinde. Crea comunidades no de intereses comunes o de libre asociación, sino de estadísticas idénticas: un mosaico del denominador común. El ego se ve despojado de su intimidad y su misterio, cada hombre, cada mujer y cada niño se convierten en objetivos, se les espía y se les separa del resto. Los fragmentos se recomponen solo por “seguridad”, en una retícula de pantallas de video que de modo decepcionante vuelven a ensamblar mágicas tomas de un cubismo banalizado y utilitario que revela la coherencia global del espacio basura ante la desapasionada mirada de unos vigilantes poco expuestos: la videoetnografía en bruto. Las superficies mas brillantes de la historia de la humanidad reflejan la humanidad en su aspecto mas superficial. Cuanto mas habitamos en palacios, mas informalmente nos vestimos. Como mejor se disfruta el espacio basura es en un estado de embelesamiento posrevolucionario. Hay un grado cero de lealtad hacia la configuración, no hay una “situación original”, y la arquitectura se ha convertido en una secuencia de imágenes fijas de video. La única certidumbre es la conversión continua-­‐, seguida en unos cuantos casos por la “restauración”. Ese es el proceso que reclama constantemente nuevos sectores de historia como aplicación del espacio basura. Igual que el espacio basura es inestable, su propiedad real siempre va cambiando con una deslealtad similar. A medida que su escala crece rápidamente y rivaliza contra la del espacio publico, incluso superándola-­‐, su economía se hace mas inescrutable. Su financiación es una bruma deliberada que difumina acuerdos poco claros, dudosas evasiones fiscales, “sorprendentes” incentivos, posesiones endebles, derechos aéreos transferidos, copropiedades, zonas especiales y complicidades entre lo público y lo privado.


REM KOOLHASS BIGNESS, O EL PROBLEMA DE LO GRANDE Manifiesto, 1994. Ensayo Bigness or the problem of Large, del libro de: Koolhaas, Rem y Bruce Mau, SMLXL, OMA, The Monacelli Press, Nueva York, 1995., pp. 494-­‐517. Más allá de cierta escala, la arquitectura adquiere las propiedades de Bigness. La mejor razón para introducir la Bigness es la dada por los alpinistas del Monte Everest: “porque está allí.” La Bigness es arquitectura fundamental. Parece increíble que el tamaño de un solo edificio formule un programa ideológico, independientemente del deseo de sus arquitectos. De todas las categorías posibles, la Bigness no parece merecer un manifiesto; desacreditado como un problema intelectual, aparentemente está en vías de extinción -­‐como el dinosaurioa través de la torpeza, lentitud, inflexibilidad, dificultad. Pero de hecho, solo la Bigness instiga el régimen de complejidad que moviliza la inteligencia plena de la arquitectura y sus campos relacionados. Hace cien años, una generación de descubrimientos conceptuales y tecnologías de soporte desencadenaron una Big Bang [Explosión Gigantesca] arquitectónica. Por hacer las circulaciones al azar, poner distancias en corto circuito, hacer interiores artificiales, reducir masa, estrechar dimensiones y acelerar la construcción, el elevador, la electricidad, el aire acondicionado, el acero, y finalmente, las nuevas infraestructuras formaron un racimo de mutaciones que indujeron otras especies de arquitectura. Los efectos combinados de esas invenciones fueron estructuras más altas y más profundas -­‐Bigger [Más grandes]-­‐ de las que nunca antes fueron concebidas, con un potencial paralelo para la reorganización del mundo social -­‐una programación sumamente rica. Teoremas Abastecida inicialmente por la irreflexiva energía de lo puramente cuantitativo la Bigness ha sido, por casi un siglo, una condición casi sin pensadores, una revolución sin programa. Delirious New York implicó una “Teoría de la Bigness” latente basada en cinco teoremas.


1. Más allá de cierta masa crítica, un edificio se convierte en un Edificio Grande [Big]. Una masa tal no puede ya ser controlada por una sola presencia arquitectónica, o incluso por ninguna combinación de presencias arquitectónicas. Esta imposibilidad dispara la autonomía de sus partes, pero esto no es lo mismo que fragmentación: las partes permanecen sometidas a la totalidad. 2. El elevador -­‐con su potencial para establecer conexiones mecánicas antes que arquitectónicas y su familia de inventos relacionados no producen ningún efecto en el repertorio clásico de arquitectura. Los problemas de composición, escala, proporción, detalle, ahora son discutibles. El “arte” de la arquitectura es inútil en la Bigness. 3. En la Bigness, la distancia entre el núcleo y la envolvente se incrementa hasta el punto en que la fachada ya no puede revelar lo que pasa en el interior. La expectativa humanista de “honestidad” está sentenciada: la arquitectura interior y exterior se vuelven proyectos separados, uno tratando con la inestabilidad de las necesidades programáticas e iconográficas, el otro -­‐agente de desinformación-­‐ ofreciendo a la ciudad la estabilidad aparente de un objeto. Donde la arquitectura revela, la Bigness confunde; la Bigness transforma la ciudad de una suma de certezas en una acumulación de misterios. Lo que se ve ya no es lo que se obtiene. 4. A través solo del tamaño, tales edificios entran en un dominio amoral, más allá del bien y del mal. Su impacto es independiente de su calidad. 5. Juntas, todas esas rupturas -­‐con la escala, con la composición arquitectónica, con la tradición, con la transparencia, con la ética-­‐ implican el final, la ruptura más radical: la Bigness ya no es parte de ningún tejido urbano. Ésta existe, a lo mucho, coexiste. Su subtexto es joder el contexto. Modernización


En 1978, la Bigness parecía un fenómeno del y para (el) Nuevo(s) Mundo(s). Pero en la segunda de los ochenta, se multiplicaron los signos de una nueva ola de modernización que absorbería -­‐en una forma más o menos camuflada-­‐ al Viejo Mundo, provocando episodios de un nuevo comienzo incluso en el continente “terminado”. Contra los antecedentes de Europa, el impacto de la Bigness nos forzó a hacer lo que estaba implícito en Delirious New York explícito en nuestro trabajo. La Bigness se volvió una polémica doble confrontando intentos anteriores en la integración y concentración y doctrinas contemporáneas que cuestionan la posibilidad del Todo y de lo Real como categorías viables y se resignan ellas mismas al presuntamente inevitable desmontaje y disolución de la arquitectura. Los europeos han sobrepasado la amenaza de la Bigness por medio de especularla más allá del punto de aplicación. Su contribución ha sido el “regalo” de la megaestructura, una clase de abraza-­‐todo, de permite-­‐todo el soporte técnico que últimamente cuestionó el estatus del edificio individual: una muy segura Bigness, sus verdaderas implicaciones excluyendo su implementación. El urbanisme spatiale de Yona Friedman (1958) fue emblemático: la Bigness flota sobre París como una manta metálica de nubes, prometiendo un ilimitado pero desenfocado potencial de renovación de “todo”, pero nunca aterriza, nunca confronta, nunca clama su justo lugar -­‐la crítica como decoración. En 1972, Beauborg -­‐Deván Platónico-­‐ ha propuesto espacios donde “cualquier” cosa era posible. La flexibilidad resultante fue desenmascarada como la imposición de un promedio teórico a costa del carácter y la precisión -­‐entidad a precio de identidad. Perversamente, su clara demostración impidió la neutralidad genuina realizada sin esfuerzo en el rascacielos [norte]americano. Tan marcada estaba la generación de mayo del 68, mi generación -­‐supremamente inteligente, bien informada, correctamente traumatizada por cataclismos seleccionados, franca en sus prestamos de otras disciplinas-­‐ por el fracaso de este y otros modelos similares de densidad e integración -­‐por su sistemática insensibilidad sobre el particular -­‐que propuso dos grandes líneas de defensa: desmantelamiento y desaparición. En la primera, el mundo está descompuesto en incompatibles fractales de unicidad, cada uno un pretexto para posteriores desintegraciones del todo: un paroxismo de fragmentación que vuelve a lo particular en un sistema. Detrás de esta falla de programa según las partículas funcionales más pequeñas aparece la perversamente inconsciente revancha de la vieja doctrina la-­‐forma-­‐sigue-­‐a-­‐la-­‐función que lleva al contenido del proyecto -­‐tras fuegos artificiales de sofisticación intelectual y formal-­‐ inexorablemente hacia el anticlímax del diafragma, doblemente decepcionante desde que su estética sugiere la rica orquestación del caos. En este paisaje de desmembramiento y falso desorden, cada actividad es puesta en su lugar. Las hibridizaciones/proximidades/fricciones/traslapes/sobreposiciones programáticas que son posibles en la Bigness -­‐de hecho, el aparato entero de montage inventado a comienzos del siglo para organizar las relaciones entre partes independientes-­‐ están siendo deshechas por


una sección de la presente vanguardia en composiciones de pedantería y rigidez casi irrisorias, tras una aparente ferocidad. La segunda estrategia, desaparición, trasciende a la cuestión de la Bigness -­‐de presencia masiva-­‐ a través de un compromiso abierto con la simulación, virtualidad, inexistencia. Un parchado de argumentos pepenado [de la basura] desde los sesenta por sociólogos, ideólogos, filósofos [norte]americanos, intelectuales franceses, cibermísticos, etc., sugieren que la arquitectura será el primer “sólido que se derrita en aire” a través de los efectos combinados de tendencias demográficas, electrónicos, media, velocidad, la economía, ocio, la muerte de Dios, el libro, el teléfono, el fax, afluencia, democracia, el fin del Gran Cuento.... Apoderándose de la desaparición actual de la arquitectura, esta vanguardia está experimentando con virtualidad real o simulada, reclamando, en nombre de la modestia, su anterior omnipotencia en el mundo de la realidad virtual (¿dónde el fascismo puede ser perseguido con impunidad?) Máximo Paradójicamente, el todo y lo real cesaron de existir como posibles empresas para el arquitecto exactamente en el momento donde el acercamiento del fin del segundo milenio vio un resuelto apresuramiento hacia la reorganización, consolidación, expansión, un clamor por la mega escala. De otra manera comprometida, una profesión entera era incapaz, finalmente, de explotar eventos sociales y económicos dramáticos que, si son confrontados, podrían restaurar su credibilidad. La ausencia de una teoría de la Bigness -­‐¿qué es lo que la arquitectura máxima puede hacer?-­‐ es la debilidad más extenuante de la arquitectura. Sin una teoría de la Bigness, los arquitectos están la posición de los creadores de Frankenstein: instigadores de un experimento parcialmente exitoso cuyos resultados corren frenéticamente y están por eso desacreditados. Porque no hay teoría de la Bigness no sabemos que hacer con ella, no sabemos donde ponerla, no sabemos cuando usarla, no sabemos como planearla. Los grandes errores son nuestra única conexión con la Bigness. Pero a pesar de su nombre mudo, la Bigness es un dominio teórico en este fin de siècle: en un panorama de desorden, desensamblaje, disociación , desautorización, la atracción de la Bigness es su potencial para reconstruir el Todo, resucitar lo Real, reinventar lo colectivo, reclamar la posibilidad máxima. Sólo a través de la Bigness puede la arquitectura disociarse de los agotados movimientos artísticos/ideológicos del modernismo y formalismo para recuperar su medio como vehículo de modernización.


La Bigness reconoce que la arquitectura como la conocemos está en dificultades, pero no se sobre compensa a través de regurgitaciones de aún más arquitectura. Propone una nueva economía en la que ya no “todo es arquitectura,” sino en la cual una posición estratégica es recuperada a través de retraimiento y concentración, cediendo el resto de un disputado territorio a las fuerzas enemigas. Principio La Bigness destruye, pero es también un nuevo principio. Puede reensamblar lo que rompe. Una paradoja de la Bigness es que a pesar de los cálculos que lleva en su planeación -­‐de hecho, a través de sus meras rigideces-­‐ es esa única arquitectura que construye lo impredecible. En lugar de reforzar la coexistencia, la Bigness depende de regímenes de libertades, el ensamblaje de diferencias máximas. Sólo la Bigness puede dar sustancia a una proliferación promiscua de eventos en un sólo contenedor. Desarrolla estrategias para organizar tanto su independencia como su interdependencia dentro de una entidad más grande en una simbiosis que exacerba más que compromete la especificidad. A través de la contaminación más que de la pureza y de la cantidad más que de la calidad, sólo la Bigness puede soportar genuinamente nuevas relaciones entre entidades funcionales que expanden más que limitan sus identidades. La artificialidad y complejidad de la Bigness libera a la forma de su armadura defensiva para permitir una especie de licuefacción; los elementos programáticos reaccionan unos con otros para crear nuevos eventos -­‐la Bigness regresa a un modelo de alquimia programática. A primera vista, las actividades acumuladas en la estructura de Bigness demandan interactuar, pero la Bigness también las mantiene aparte. Como varas de plutonio que, más o menos sumergidas, desaniman o promueven una reacción nuclear, la Bigness regula las intensidades de coexistencia programática. Aunque la Bigness es un plano de intensidad perpetua, también ofrece grados de serenidad e incluso de blandura. Es simplemente imposible animar toda su masa con intención. Su vastedad agota la necesidad compulsiva de la arquitectura de decidir y determinar. Algunas zonas serán olvidadas, libres de arquitectura. Equipo


La Bigness está donde la arquitectura se convierte en más y menos arquitectónica: más debido a la enormidad del objeto; menos a través de la pérdida de autonomía -­‐se vuelve instrumento de otras fuerzas, depende. La Bigness es impersonal: el arquitecto ya no está condenado al estrellato. Aún cuando la Bigness entra en la estratosfera de la ambición arquitectónica -­‐la frialdad pura de la megalomanía-­‐ puede ser lograda solamente al precio de ceder el control, de transformación mágica. Implica una red de cordones umbilicales hacia otras disciplinas cuya ejecución es tan crítica como la del arquitecto: como alpinistas amarrados juntos por cuerdas salvavidas, los hacedores de Bigness son un equipo (una palabra no mencionada en los últimos 40 años de polémica arquitectónica). Más allá de la firma, la Bigness significa rendición a las tecnologías; a los ingenieros, contratistas, fabricantes; a los políticos; a otros. Le promete a la arquitectura una especie de estatus post heroico -­‐una realineación con la neutralidad. Bastión Si la Bigness transforma la arquitectura, su acumulación genera una nueva clase de ciudad. El exterior de la ciudad ya no es un teatro colectivo donde eso sucede; ya no queda un eso colectivo. La calle se ha vuelto un residuo, un recurso organizativo, un mero segmento del plano continuo metropolitano, donde los remanentes del pasado encaran los equipos de lo nuevo en un empate incómodo. La Bigness puede existir en cualquier lugar de ese plano. No sólo es incapaz la Bigness de establecer relaciones con la ciudad clásica -­‐a lo sumo, coexistepero en la cantidad y complejidad de las facilidades que ofrece, es en sí misma urbana. La Bigness ya no necesita a la ciudad: compite con la ciudad; representa a la ciudad; se apropia en forma exclusiva de la ciudad; o mejor aún, es la ciudad. Si el urbanismo genera potencial y la arquitectura lo explota, la Bigness enlista la generosidad del urbanismo contra la mezquindad de la arquitectura. Bigness = Urbanismo vs. Arquitectura. La Bigness, a través de su independencia de contexto, es la única arquitectura que puede sobrevivir, incluso explotar, la ahora condición global de tabula rasa: no toma su inspiración de supuestos muy frecuentemente exprimidos hasta la última gota de significado; gravita oportunistamente en locaciones de máxima promesa infraestructural; es, finalmente, su propia raison d’être. A pesar de su tamaño, es modesta. No toda la arquitectura, no todos los programas, no todos los eventos serán tragados por la Bigness. Hay muchas “necesidades” demasiado desenfocadas, demasiado débiles, demasiado irrespetuosas, demasiado desafiantes, demasiado secretas, demasiado subversivas, demasiado vagas, demasiado “nada” para ser parte de la constelación de la Bigness.


La Bigness es el último bastión de la arquitectura -­‐una contracción, una hiper-­‐arquitectura. Los contenedores de la Bigness serán hitos en un paisaje post-­‐arquitectónico -­‐un mundo rascado de arquitectura en la manera en que las pinturas de Richter [Gerhard Richter, pintura abstracta 726 (detalle), 1990] están rascadas de pintura: inflexible, inmutable, definitiva, por siempre ahí, generada a través de un esfuerzo sobrehumano. La Bigness entrega el campo a la arquitectura de después. 1994.


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