Imagen de portada: “Tsunami 2004” Óleo sobre lienzo. Miguel Segura.
(Dalugoda Gilbert, de 70 años, Entre las ruinas de su casa.) -Foto: Yves Herman/Reuters-
De la Desolaci贸n y Otros Abandonos
(Miguel Segura)
De la blanda desolación que se recrea con la negrura insondable del cosmos, surgen estos versos yermos de propósitos. Gasto el tiempo que me falta queriendo descifrar la consecuencia última, la última ecuación del álgebra que baten las mariposas. El tiempo desmedido lo invertí en pronósticos que ahora se cumplen: las polillas nocturnas (de entonces) formularon sus ondas sobre la ingenuidad, que ahora sucumben, exhaustas, al filo de la otra orilla (desolación), donde sangran las imágenes en los espejos y alguien se obstina en arracimar las cenizas del naufragio. ¿Puede escribirse un libro sobre cómo mueren los peces con cara de asno, enunciando la enésima incongruencia y ser galardonado por tanta autocompasión? Los que naufragan en la incontestable desolación, jamás regresan para contarlo.
Han muerto las pisadas en el acero bruñido que recorre el tiempo. En el lento rotar de las agujas el cielo se oscureció, quedando desierto de milagros y de arcilla, embaucando a la luz por la derecha del mundo. Queda un refulgente filamento en el faro de las desoladas islas, absortas con los albatros mensajeros que migran hacia el Sol, como ángeles que añoran su destino. Aborrezco el ingenio de tu prosa, la pompa de tus tintas (tu pregonada desolación). Me confunden los miedos que no me pertenecen.
Me angustia la noche de los que otorgan galardones a los desvarĂos. (Admiradores de la desolaciĂłn). En esta esfera de agua y luz, donde los solsticios perviven con el beneplĂĄcito de las estrellas y el sacrificio de los seres invisibles, regalar el nĂŠctar a los manipuladores del verso, es como trocar en arena el agua de los pozos que anhelan los iluminados del desierto.
Poeta con amistades de oficio: ediles o secretarios que despliegan para ĂŠl la alfombra de sus editoriales. Depredador nihilista de su pasado, ritualiza el ardid de la palabra erguido como una cobra ante su presa, complacido con el temor acre que destila. Poeta de su tiempo; de tempo sin compĂĄs; nocturno; hurgador de lo tenebroso; amante de los senderos sinuosos que descienden al submundo de los pĂĄlidos significados.
Ahora pueden emularos en el verso porque conocen el origen de vuestra desolación. Los augures que hoy recuperan la consciencia (jinetes ataviados de equinoccios) por fin desclasifican el olvido. El llanto infantil de la noche, descolgándose de entre las rendijas de la humilde tablazón, no era más que un burdo ardid para alterar la inflexible voluntad del futuro. Sucumbieron, aunque con los ojos enfocando hacia distintos horizontes: Unos, hacia el corazón mismo de la desolación. Los otros, abandonados al riguroso capricho de la Rosa de los Vientos.
Somos la carne que circunda el mundo. Carne que no vuelve ni resucita porque el futuro se complace en la diversidad. Ratón, mosca, cóndor; planeta, asteroide o cometa. ¿Quién puede garantizar la perpetuidad del silencio? ¿Qué mueve a los legisladores tener que argumentar sus ausencias los fines de semana?
Creyeron que la esperanza era un mosaico multicolor. Pero sus miserias tiñen las teselas con el color del plomo, en porfía con los sueños carentes de rumbo, como espadas forjadas sobre yunque de gomaespuma. El mismo abandono que al que se someten los mártires del consumo. La misma desesperación que la de la bestia olvidada al pesebre; que la del ciego recién llegado a la oscuridad. Lugubrertad.
Tertulias de vanidades entre paredes con tumores de humedad, hostiles a la hiedra y al jazmĂn. Estancia de aire enmohecido; vientre de guitarra sin resonancia. Tertulias. Cirujanos de cortejos y romances, ausentes en el alma de los versos.
Qué serán sus almas. A dónde irán todas las consecuencias de sus vidas. A dónde las risas, las iras, los desengaños, el porvenir tantas veces modelado, la esperanza incumplida. A dónde migrarán estos otros albatros de la noche, sin unos ojos húmedos que certifiquen el atributo no gastado; la malograda existencia; la extrema delgadez de sus voluntades.
Se complace el Universo con el gen que nos diferencia, al tiempo que la sangre, violenta y suburbana, contrasta con la belleza pacífica de los parques infantiles. Se abandonan los odios a la oscuridad de la venganza en el nombre de un dios que jamás conocerán, porque el único dios posible, que portan consigo, es inmolado en el estéril sacrifico.
¡Espabila, que estamos en Málaga!, se dice al llegar a Bobadilla. Que es como la frontera entre lo ancho y lo húmedo cuando se regresa del foro. Suena la consigna como un despertador que nos devuelve a la perturbación onírica de las mareas. Quedan los recuerdos en suspenso para ser vividos más adelante, tal vez, en un pasado remoto que espera, paciente, la última ensoñación de la mariposa.
Fueron labradores a cambio de paja, pastores de lo ajeno. Contadores de historias imposibles. Trinidad y Domingo. Fueron pastores de sue帽os. Seres, cuya desolaci贸n, fue como recodo de manso arroyo, siempre oculto, donde arraiga la inaudita floresta.
Penando, recordando, maldiciendo, especulando, buscando, solicitando, esperando, reclamando, esperando, esperando, recibiendo y malgastando, maldiciendo y solicitando, esperando. Seguir esperando el destino delirado, exento de l贸bregos e intratables gerundios.
Entre dunas de despojos, de vegetal corrompido y de lodo, deambulan ennegrecidos, errantes, abandonados a una suerte de consumo vacĂo de atributos. Con su sorbito de infancia ya dilapidado. Con la inocencia sin estrenar en la retina. Con la suerte ya echada, disipada por las aceras, los meninos perseveran en la antesala del olvido y de la cirugĂa infame.
Tras los santos encierros, el suelo regenera su epidermis entre palmeras y perros callejeros cansados de agua, ajenos a la herrumbre y a las histerias. Perfiles de plata vieja sucumben al olvido tras las pisadas, y los ecos de las culpas encadenadas transitan por el asfalto como almas en pena, como brumas inquietantes, desoladas y perdidas, buscando a sus due単os.
No siempre es una Diosa quien reparte la suerte, ni descienden haces de luz otorgando privilegios. Como boletos de t贸mbola sin abrir. Como arena blanca que oculta la brea o el serr铆n que disimula los desechos de taberna, la suerte se expande por doquier. Juego del escondite en el que todos buscan y algunos recuenta. A veces, los seres de aire a los que invocamos, son los mismos que en la cocina nos golpean con malicia en el codo.
Desde el silencio de la turba, sólo las palabras necesarias para no distraer a las ensimismadas musarañas que desvalijan los alientos desde el escaparate. No soy el yunque del rojo de la fragua. No soy el aire del fuelle extenuado. Ni la chispa del martillo enfurecido. No busques en esta canción alguna pista de mi alma. Sentada está en un banco, orientado al Sur, obstinada en descifrar la arcana cobardía de las gaviotas. Y el oleaje, sumiso a los anhelos de la luna.
En esos instantes, en los que la inconsciencia merodea por las blandas praderas de la quimera, ellos hipotecan el futuro al auspicio ilusionante del celuloide, convencidos de un maĂąana hecho a su medida. ÂĄ QuĂŠ vasta es la lista de espera !
Viven con la tensi贸n del arco, el temor ancestral de la flecha, la incertidumbre del destino, una diana en constante mutaci贸n. No puedo hacer otra cosa que abandonarme al asombro del testimonio consentido por las consecuencias.
Lugubrertad.