Pedro y la caracola Emilia GarcĂa
Pedro y la caracola Emilia GarcĂa
Pedro es un niño muy pequeño, todavía no va a la escuela. Lo que más llama la atención de él es su fantástica sonrisa. Todo el mundo le dice cuando lo ve: - ¡Qué niño tan simpático! - ¡Y qué guapo! Esto a Pedro le gusta mucho porque a su mamá le brillan los ojos de una manera especial cuando lo piropean. También le dicen: -¡Pero qué ojos! ¿De dónde ha sacado esos preciosos ojos azules? Eso le encanta a la abuela, que se lo come a besos. Y es que su abuelita también tiene los ojos azules. En fin, que Pedro tiene contento a todo e mundo sólo con ser como es: guapo y simpático.
La casa donde vive Pedro también es muy bonita. Está justo al lado de la playa, y en su habitación hay juguetes de todos los colores. A Pedro le gusta jugar con todo, pero lo que más le entusiasma con mucha, mucha diferencia es el sonido que tienen las cosas.
El ya sabe que hay sonidos de muchos tipos y a todos presta atención. La cocina es el lugar de la casa que más variedad produce. Cuando Mamen (que así se llama su mamá) o su papá entran en la cocina, Pedro no se lo pierde por nada del mundo. Le encanta el PLITS, PLITS, PLATS de las cacerolas y el ZUUUMMMMMB de la batidora y el GRASS, GRASS, GRASS, PLUF del agua cayendo sobre el fregadero.
Tambi茅n en su casa hay unas cosas maravillosas que s贸lo con apretarlas un poquito con el dedo suenan y suenan sin parar y este sonido es especial, porque a Pedro se le mete por todo el cuerpo y le entran unas ganas locas de mover los brazos y las piernas y dar vueltas y vueltas.
Pedro sabe que eso se llama música porque sus padres siempre dicen: - ¡Venga, vamos a poner musiquita! Tocan aquel aparato y ya está, la casa se llena de bonitos sonidos. O cuando dicen: - ¡Vamos a poner la tele! Y aparecen personas, y coches, y juguetes, y hasta golosinas que entran en la casa por aquella pantalla. Siempre con mucha música. Claro está que Pedro estaba acostumbrado a escuchar cosas bonitas desde siempre. En esto también tuvo que ver el trabajo de su mamá que la hacía relacionarse con gentes de muchos lugares que tocaban toda clase de instrumentos y cantaban y bailaban los aires populares de los sitios de donde venían. Así, Pedro poco antes de nacer ya había sentido la música de los cosacos rusos. El rasgueo del violín de los verdiales malagueños, las guitarras mejicanas o el temple de las gaitas escocesas.
Un día, dando un paseo por la playa, sus padres recogieron algo que había sobre la arena y que Pedro jamás había visto. -¡Una caracola!- dijo su mamá. -Escucha, Pedrito, mira cómo suena.
Y le puso la caracola en el oído. Pedro se quedó con la boca abierta. Aquella cosa que había tirada en la playa también sonaba. Tenía un sonido conocido, era como si las olas del mar se hubiesen metido dentro y estuvieran muy, muy lejos. Aquello sí que era mágico. ¿Cómo podían estar las olas metidas en aquella cosa tan pequeña? ¡Era un misterio! Y a Pedro le gustó tanto y le hizo tanta fiesta, que no hubo forma de quitársela de las manos, así que pasó a formar parte de sus juguetes preferidos. Desde aquel día Pedro pasaba mucho tiempo jugando con ella; la ponía boca abajo, la sacudía y la volvía a sacudir, pero nada, de
allí no salía nada. Sólo cuando se la ponía en el oído parecía que la caracola se animaba y entonces volvía a escuchar el sonido del mar. Sus papás le habían dicho que la caracola, antes de que ellos la encontraran, había vivido en el mar y quizás por eso se le había quedado dentro el recuerdo de las olas.
Entonces Pedro tuvo una idea: ¿Y si pusiera la caracola muy cerca del aparato de música? Quizás entonces se pudieran meter dentro las canciones que más le gustaban. Y eso fue lo que hizo. Desde ese momento aprovechaba cualquier ocasión para poner su caracola lo más cerca posible del televisor o
del equipo de música, y cuando por las noches se iba a dormir, pedía su caracola para escucharla. ¡Pero nada!¡Allí sólo se sentía el mar! Pedro no se desanimaba, lo seguía intentando e intentando y cada vez lo deseaba con más fuerza. Una noche estuvo mucho, mucho rato con la caracola pegada al oído y... cuando casi se iba a queda dormido, le pareció oir algo distinto. No sabía muy bien lo que era. Unos pasitos, un correr, un reír dentro de la caracola.
- Ahora voy yo SOL – - De eso nada RE, le toca a LA. - Bueno, bueno, ¿Nos organizamos o qué?- dijo otro tipo de voz un poco más grave. Pedro estaba entusiasmado. ¿De quienes eran aquellas vocecitas? Se concentró todo lo que pudo ¡Allí había por lo menos siete voces distintas! Claro está, que le costaba un poco diferenciarlas, porque a veces parecía que algunas se juntaban y entonces sonaba distinto. Poco a poco, las voces fueron cada vez más claras y más musicales y Pedro sentía cómo algo le hacía cosquillitas por dentro. Escuchando y escuchando, pudo saber que las voces pertenecían a siete hermanas y que se llamaban: DO, RE, MI, FA, SOL, LA, SI.
Supo que DO era la mayor de todas y que se daba mucha importancia porque no hacía más que repetir lo bien que había hecho quedar a un señor que cantaba y que por lo visto la tenía en mucha estima. Y que SI, la menor, era un tanto traviesa y escurridiza y sus hermanas tenían que vigilarla mucho para evitar que se escapara. Pero en general se llevaban muy bien, y si se separaban un poco, era para después reunirse y formar los más bonitos sonidos.
Pedro se quedó dormido aquella noche, no sólo con su canción preferida, sino con melodías que nunca hasta entonces había sentido y que eran preciosas.
Cuando sus padres fueron a darle un beso de buenas noches, lo encontraron dormido, abrazando a la caracola y moviendo los labios. - Mira, dijo su mamá - ¡Está hablando en sueños! Y se acercó muy despacito para oir lo que decía. Pero Pedro no estaba hablando; estaba tatareando una canción y, como siempre, dormía con una espléndida sonrisa. Y quien sabe, quizás cuando Pedro crezca y se haga mayor, pueda contarnos cantando, tocando una guitarra o un piano, aquellas cosas que las notas musicales le dijeron, porque Pedro, como la caracola, ya tenga el recuerdo de esas melodías dentro.