Los disciplinantes y la predicación de San Vicente ¿Quiénes eran los llamados, disciplinantes? son las diferentes personas o grupos de penitentes que acompañan San Vicente en su predicación. Son gentes que han escuchado la predicación vicentina y se han convertido, dando así un giro radical a su vida, ayudados por el ejemplo, la enseñanza y el testimonio que brota de su figura. Es una predicación eminentemente cristocéntrica y encaminada al conocimiento y a la unión con Jesucristo, camino, verdad y vida. Así, por ejemplo, en uno de sus sermones, concretamente en el de la fiesta de San Bartolomé, nos habla de la perfección espiritual, la cual, nos dice el santo, que requiere tres cosas: Oración espiritual, obediencia universal y aflicción de mártir1. Lo primero es pues, la amistad espiritual u oración espiritual, que consiste en contemplar a Jesús en su humanidad, en concreto contemplarlo en su pasión y muerte. Lo segundo, es la obediencia universal, que corresponde a lo que sería el objetivo de la contemplación, esto es: el seguimiento de Cristo, pues su vida y sus obras son el modelo que todo cristiano deberá seguir. Lo tercero, es la aflicción de mártir. Es decir, que uno está dispuesto a cambiar de vida y es ahí donde podemos colocar la penitencia o flagelación como signo claro y evidente de que el penitente, está dispuesto a cambiar de vida, mostrándose a sí mismo y a los demás que está dispuesto a vivir de otra manera y de que esto ha tenido como punto de arranque la predicación del Padre Vicente. Es por tanto un converso, al que la presencia de otros en sus mismas circunstancias, ayuda y refuerza. Evidentemente, que la presencia pública de estos «cofrades», flagelantes, tiene también un sentido pedagógico pues sirve de ejemplo a los demás y muestra a las claras, la eficacia y la fuerza de la predicación, la cual no ha caído en tierra pedregosa o estéril. Así a la presencia de signos y milagros, hay que añadir la presencia de estos testimonios vivos. Ya, la vida de San Vicente constituía también una llamada a la conversión y al cambio por medio de su vida austera y entregada a la predicación por entero, a la oración, y al estudio, como elementos que sin duda alimentaban su apostolado. La jornada vicentina, solía comenzar a las dos de la mañana, después de haberse acostado hacia las ocho de la tarde sobre un jergón o directamente en el suelo. Tras el rezo de maitines, a las tres de la mañana, hacía una hora de oración y después la flagelación. Venía luego, la preparación del sermón y con el alba los laudes, después, celebración de la misa solemne y predicación, a veces hasta de seis horas. Comida, normalmente de abstinencia, un poco de descanso y por la tarde la dedica a encuentros con religiosas, religiosos, sacerdotes, autoridades, familias etc. muchos necesitaban de su palabra pacífica y pacificadora. En torno a las veinte horas su jornada terminaba. 26