Un hoyo negro

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UN HOYO NEGRO Emmanuel Páez Pérez

Hace tres años se publicó la primera fotografía de un hoyo negro, una masa que no deja escapar ni siquiera a la luz: representa el límite del conocimiento humano, no se sabe qué ocurre ahí dentro. Una sensación eléctrica —mezcla de felicidad, incertidumbre y, por qué no decirlo, miedo— me manoseó la piel cuando Carmen, mi actual jefa de trabajo, me dijo que nos reuniríamos con Anabel Hernández en California. Por lo poco que me adelantó, el objetivo sería crear una multiplataforma de Internet que yo estaría a cargo de editar en conjunto con Sebastián, uno de mis compañeros de oficina, además de otras personas. Al llegar al Instituto Simons de la Universidad de Berkeley, me encontré con los que, creí, eran los miembros restantes que conformarían el nutrido equipo. No sabía absolutamente nada, solo lo indispensable, lo cual no fue una sorpresa para mí, ya que Carmen es bastante intuitiva y la impulsividad no comulga con su esencia. En el lugar estaban Emilio, un experto en sistemas; dos periodistas, Paula y John; dos abogados, Ángela y Francisco; y dos acompañantes de Anabel, Edmundo y Felipe. Un ambiente de cordialidad reinó en el viento que pocos días atrás le había dado la bienvenida al equinoccio de primavera. No se necesitaba ser Einstein para saber que algo gordo estaba a punto de cocinarse. ¿Dos de las periodistas mexicanas más aguerridas en una conversación secreta con otros colegas, más dos ex miembros del Grupo


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