Un libro para todos HEBE CORREA de ARCE
ISBN 987-20244-4-8
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Todo lo escrito en este libro es real y verdadero. Sólo los nombres de las personas, han sido cambiados. ******
Mucho tiempo pasó desde que Perlita nos brindara el hálito de los recuerdos de su vida condensados en este libro. Ahora, fallecida hace dos años, decidimos las hijas, los nietos y su esposo, dar a conocer sus pensamientos con la humildad y el amor, que fueron la razón de ser de su existencia terrenal. Junio 2011
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3 INDICE Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo
1 ¿Quién soy? 2 Mi vida un largo viaje 3 Leila Inés 4 Las casas en que viví 5 Tu mundo interior 6 Mi ángel guardián 7 El don de la amistad 8 Mi primer cuaderno 9 La escuela primaria 10 La casa del Virrey 11 ¿Cuál es tu meta? 12 La escuela secundaria 13 Mi amiga Laura 14 La chica de la valija 15 Mis padres 16 Mi visión del mar 17 EL Imperio del Sol 18 Descanso 19 ¿Cuánto amas tú, alma hermana? 20 Mi paso por la Universidad 21 El arte y la amistad 22 El hombre que amo 23 La boda 24 Una aurora boreal 25 Leila María 26 María Sol 27 Mis hermanas
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4 Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo
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Mis tres cuartos de estómago ¡Soy abuela! Estudiando juntos Nuevos caminos La casa de la Paz El silencio del niño Querido lector
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* PROLOGO * Hay motivos en la vida que hacen de “disparador”. Ayer recibimos mi esposo y yo, una tarjeta muy linda de una buena y generosa amiga, residente en otro país, y, entre otras cosas, unas palabras suyas, quedaron resonando en mi corazón. “Que el Señor siga siendo la inspiración en vuestras vidas, para acompañar a tantas almas solitarias”.
Al día siguiente empecé a escribir este libro sin ningún pensamiento previo. Surgió al sonar de unas campanas que repicaban esas palabras...”almas solitarias” y que venían de un corazón profundo, silencioso y lleno de amor. Gracias amiga del alma, D.L. Y fue entonces que recordé mis viejos “cuadernos de la adolescencia y de mi juventud”, y entreabriendo al azar sus hojas, encontré estas palabras escritas 40 años atrás: “En el fondo de mi intimidad estoy sola; sola, y me sonrío ante las cosas de este mundo. Detrás de mi pupila brilla entonces el Universo de mi interioridad y nadie, nadie, puede llegar hasta él. Es como el mercurio que se quiere atrapar con los dedos y escapa nuevamente. Es en el fondo “mi libertad”. Estoy y soy libre porque nunca esclavicé mis ideas sino que las esgrimí siempre delante de mí, a pesar de todas las circunstancias adversas. Ese es mi principio, mi filosofía y mi integridad. La vida podrá lastimarme una y otra vez, pero yo tengo mi propia comprensión de la realidad. Ese yo profundo e individual, que grita dentro de mí, sin que nadie lo sepa y que es más grande y puro que las pequeñísimas cosas de este mundo. Quiero escribir un libro”.
Así escribía en “Mi diario íntimo”. Y ahora que lo leo, pienso que después de todo, luego de cuarenta años que quedaron atrás en el tiempo, decido compartir estos sentires, con ustedes. He abierto las compuertas, gracias al amor y la comprensión recibida de mis seres queridos y de mis semejantes... por si acaso alguien decide leer estas páginas. Y en algunos capítulos, van a encontrar -entre comillas- párrafos de este “Mi diario íntimo”, que yo llamo “Mis cuadernos” como dije, escritos en mi pasada adolescencia y juventud. Ustedes dirán si hacerlo valió la pena, como se dice. Y... gracias. 5
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1. ¿QUIÉN SOY?
Me llamo Hebe. Este nombre me dio pie a identificarme con la etimología de la palabra. Hebe, diosa de la juventud -todavía lo creoera la servidora del néctar de la inmortalidad, para los dioses griegos. Un día cometió un error: se le volcó el licor -hoy me siguen pasando distracciones- y, Júpiter, la reemplazó entonces por Ganimedes. Después, Hebe se casó con Hércules y tuvo siete hijos. Yo me casé con Alberto y tengo dos hijas. No sé si Alberto tuvo que vencer los siete obstáculos para merecer mi mano, pero sí sé que pasó las pruebas que mi alma solitaria necesitaba para dejar de serlo. Porque... yo fui un alma solitaria. *
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2. MI VIDA, UN LARGO VIAJE Mi vida fue un largo viaje hasta hoy. Un viaje con muchas etapas. Etapas que iré recorriendo como pueda, para no cansarlos. Mi vida no tiene nada de particular. O sí. La tiene, porque mi vida me fue dada como una gracia, como te fue dada a ti, alma solitaria... Como un don especial, porque ni tú ni yo tenemos un doble, como los artistas, en esta vida ni en la otra. Somos irreemplazables y hemos sido llamados por nuestro nombre. Yo soy Hebe. Y tú eres tú y nadie más que tú. Y no se mueve un cabello de tu cabeza sin que involucre al Universo todo... Lo importante aquí no es mi vida, sino la vida que tengo la oportunidad de vivir. Con todas las experiencias, las bajadas y las subidas; los llanos desiertos del alma y el rumor del mundo. Eso que sentimos y tenemos todos, pero que es para cada uno, un pequeño universo personal. *
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3 . LEILA INÉS
Mi recuerdo más lejano, es la segunda casa que tuvimos en el barrio de Flores. En la primera, nací, pero era solo un bebé. En la segunda, pasé los primeros años. Creo que tenía unos tres años cuando nació Leila Inés, mi hermanita menor. Recuerdo un gran alboroto y alegría. Estábamos entonces jugando en la vereda con mis dos hermanas mayores, cuando nos llamaron de la casa para conocerla. Leila fue para mí algo especial. Aunque sentí los celos normales, al ser desplazada en mi carácter de ser la menor, tuve un amor muy grande por ella, y ahora que lo digo, se me humedecen los ojos porque Leila murió de meningitis, cuando tenía un año y medio de edad, y yo cinco. Residíamos entonces en la tercera casa, un petit-hotel en el barrio de Belgrano, de dos plantas, con un jardín amplio donde los Reyes Magos dejaban las huellas de sus camellos, todos los seis de enero. Abajo había un gran hall con un reloj en la pared, que tenía la forma de un águila. Mi recuerdo de esa muerte es verla a Hebe, a mí misma, sola, mirando cómo arrancaban de la pared ese reloj y oía que alguien decía que era “yeta”. En ese entonces la gente era un poco supersticiosa... Supongo que todavía lo es. Pero mis padres eran bastante religiosos, así que en mi familia, la superstición no tuvo importancia. Acerca de eso hay un dicho: “Yo no soy supersticiosa porque eso trae mala suerte; soy materialista con toda el alma, y soy atea, gracias a Dios”.
Con estos derivados de pensamiento, pude aclarar mis ojos empañados. Más adelante, contaré las consecuencias que tuvo para mí ese dolor de la pérdida de Leila, que nadie compartió conmigo, para no 8
9 entristecerme, pero que por eso mismo, dejó una marca indeleble por muchos años en mi vida. Desentrañar el misterio de la muerte es una cosa, y vivir la muerte de los seres queridos, otra. A veces nos enseñan a vivir, pero ¿por qué no nos ayudan a comprender el significado de un hecho que es tan seguro como inevitable? En estos últimos años he tenido la dicha de descubrir una pequeña vislumbre en medio de la oscura noche de lo desconocido. Nace en el corazón. Es entrega y esperanza. Es aceptación, “tristeza de muerte” y gozo de resurrección, todo al mismo tiempo. Pero de eso hablaremos después. Leila era una bebita hermosa, y cuando estábamos en el comedor, ella que correteaba por ahí, se ponía en un costado de la mesa cuando se lo pedíamos, y hacia “la muñequita”. Era una delicia. Desde entonces y hasta que cumplí catorce años y fui tía de mi primer sobrinito, viví ansiando tener cerca o en la familia, un bebé, tanto, que hasta le escribí con todo amor, una poesía antes de que éste naciera. Rodolfo fue el primero de los siete sobrinos que gocé y gozo de tener. Es ahora abogado, padre de dos hijos, y detrás de algunas máscaras, esas que muchos nos ponemos, es también... un alma solitaria. *
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4. LAS CASAS EN QUE VIVÍ Para orientarme en el tiempo, ubico mis recuerdos en el espacio, de acuerdo a las casas en que viví. En aquella segunda casa, la de Flores, alguien entró en mi vida para darme mucho amor: se llamaba Jesús y yo le decía “mi mama negra”. No era negra, pero sí muy morocha, con el pelo estirado y recogido en un rodete inolvidable que llevó hasta la muerte. Recuerdo que en la tercera casa, yo ya tenía 5 años. Jesús estaba con nosotros. Mis hermanas la corrían gritándole “rodete torta de vaca”, claro que a prudencial distancia, porque Jesús siempre se supo hacer respetar. Yo era la “colita”, le iba detrás y me daba dulces y cosas ricas, solo para mí. Supongo que en ese entonces mi madre estaba muy ocupada con una bebita, cuarta hija, la pequeña Leila, a quién atender, además de a todas nosotras. Jesús era ama de llaves, cocinera y mandamás, un poco de todo, y había otra chica que la ayudaba, pero que ni la recuerdo para nada. Cuando mis padres salían de noche, ella se acostaba a mi lado, y como me avivé que se iba cuando yo me dormía, la até a mi camisón con un alfiler de gancho. Al morir Leila, todo cambió. Mis padres no volvieron a salir de noche, ni a bailar, pues la tristeza profunda de esa pérdida, los acompañó de por vida. Mi padre, que tenía un trabajo importante como ingeniero en una Empresa, lo perdió. Y un derrumbe económico nos hizo mudarnos, con mi abuela y una tía, a una cuarta casa con dos patios Mi abuela fue una señora respetable y seria y mi tía Esther, un pan de Dios, uno de esos seres que sólo dejan dulzura en el corazón. Su deceso, cuando yo tenía catorce años, en una quinta casa muy grande, marcó un segundo ítem de ansiedad y dolor ante la muerte, y 10
11 esa misma noche tuve inesperadamente, un ataque de asma, que me duró hasta los veinte años. Tomé tantos remedios que me hice un cantito: “Y ahora viene Efetonina en jarabe y en pastillas...” Mi mente escapaba en busca de una salida y esa fue una nota feliz de supervivencia en mi vida. “Algo” me hacía reflotar... por más que fuera un alma solitaria. *
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5. TU MUNDO INTERIOR Volviendo a mi niñez, cuando me preguntaban -¿De quién sos?-, yo respondía, señalando con una mano de arriba abajo la mitad de mi cuerpo. -La mitad de “mamita” (la parte derecha), y la otra mitad de
Jesús, “mi mama negra-".
Si recibía una palmadita del lado derecho le decía a mi madre que no me dolía, que era su parte; pero si del lado izquierdo, rompía a llorar. Pero mis padres eran muy buenos, nunca nos pegaron. Lo máximo que recuerdo, en la segunda casa, la de Flores, fue que, una vez en el cuarto de mis hermanas “porque se peleaban mucho”, pusieron un cartel sobre cada camita; en uno decía “perro”, y en el otro “gato”. Mis hermanas no me peleaban, siempre fueron muy buenas conmigo y ya, más grandecita, en la quinta casa, cuando Yudi, la segunda, me burlaba, yo me colgaba de su largo pelo, hasta hacerla besar el suelo. Desde mi fondo insobornable de alma solitaria, ¿qué fuerza ardiente asomaba, qué temperamento insospechado en una chica suave y tímida? Esa fuerza me ayudó en mi vida a sostener mis altos ideales, a no declinar de ellos cuando se me invitaba a hacerlo; a ser yo misma, a ser una persona libre en mi interior y a construir un mundo de cristal que no se rompió nunca. Y tú, alma solitaria, ¿no tienes también tu propio castillo, tu universo interior que parece frágil y sin embargo es tan indestructible, que nadie puede con él? Oh, ¿qué fuerza increíble nos mueve; con qué elementos especiales hemos sido creados, capaces de competir con cualquier extraterrestre? * 12
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6 - MI ANGEL GUARDIÁN Jesús, mi “mama negra”, había venido a trabajar a casa, cuando yo tenía tres meses. En un acceso de tos convulsa que tuve, y que me quedé muy morada, mi padre, creyéndome muerta, me llevó hasta el cuarto de Jesús, para que mi madre no lo supiera, e hizo que Jesús me sostuviera boca abajo, mientras me hacía gimnasia moviéndome los bracitos, para que respirara. Y respiré, ¡y aquí estoy! Menos mal, porque cuando tenía unos siete u ocho años, me hacía a mí misma una pregunta: ¿y si yo no hubiera nacido...? Otra de mis fuentes de vida, para mantenerme siempre contenta, fue el haber nacido. Hoy sé expresarlo con palabras. Doy gracias a Dios y agradezco a mis padres por darme la vida, entre otras muchas, muchísimas cosas que tengo que agradecer a Dios, a mis padres, y a tantas personas que me dieron tanto, por tan poco que yo di. Jesús fue una persona muy especial. Cuando ella murió en mis brazos, yo hubiera querido tener la capacidad para escribir un libro sobre ella. ¡Cuánto amor me dio! ¡Cuánto amor desinteresado brindó su vida! En casa trabajó hasta que fuimos a vivir con mi abuela y mi tía. Era muy especial y mi madre, que también sabía dar mucho amor, la entendió, respetó y la quiso muchísimo. Jesús con mi madre se entendía; con otras personas, no. Y fue a trabajar a otra casa donde, naturalmente, había niños; tres niños. El menor de los tres, Carlitos, era el mimado y por consiguiente mi competidor, o mejor al revés. Jamás le tuve celos, porque yo tenía un amor muy grande de Jesús y el amor se reconoce en su máximo grado, 13
14 ya que es lo que más nos hace hechos a Imagen y Semejanza de Dios. Y además, él era un niñito y yo una joven de diez y ocho años. Cuando lo conocí, él tendría unos seis años, y después del correcto saludo de conocimiento, al alejarse el auto donde iba, me hizo “orejadas” con las manos y me sacó la lengua, sin que nadie más lo viera. ¡Me hizo reír! Pero al crecer, su amor por Jesús y el mío eran bastante parecidos, y lo que quedó fue un gran afecto entre nosotros con un secreto común: Jesús. Lo he visto en pocas ocasiones pero en nuestras miradas hay un solo bellísimo recuerdo: Jesús. Por suerte fue feliz; tuvo, creo, siete hijos. Recibió como yo, la ternura especial de esa mujer de aspecto firme, de poco estudio y de una inteligencia e intuición muy desarrollada, y sobre todo de un gran, enorme corazón. Jesús no se casó nunca, porque su novio murió por tomar un helado, que lo intoxicó. Ese recuerdo fue vivido por ella y siempre se carteaba con los parientes de él que estaban radicados en el interior. Y les enviaba grandes paquetes con ropas y regalos. A Jesús nunca le faltaba plata para hacer regalos. Para Pascua venía con huevos de chocolate de todos los tamaños, conejitos y gallinitas... pero el más lindo era para mí. Ayudaba a la gente necesitada. A una viejita de un barrio muy humilde, le regaló una vez, una linda muñeca, porque supo que ella nunca había tenido una. Así era con todos. Tenía unos canarios a los que sacaba a veces de su jaula para que volaran libremente. Cuando supo que a Alberto, mi esposo, le gustaban los canarios, se vino con una jaulita y un casal y como este casal no tenía pichoncitos y Alberto los deseaba ver, le trajo otro casal ya con pichoncitos. Venía todos los martes cargada de regalos y de dulces y licores que ella misma fabricaba. Nadie se olvida de su licor de huevo o de su dulce de castañas. Yo le decía:
-Ah, viene porque aquí hay mermelada, ¿no?-. La mermelada eran mis
nenas a quienes adoraba.
Yo siempre la traté de usted. Un día cuando tenía seis años y yo me quedaba a su lado mientras ella lavaba la ropa, le pregunté si quería que la tutease o la tratase de usted. Me dijo que lo que yo 14
15 quisiera. Hoy me pregunto, ¿Por qué siempre la traté de usted? Quizá porque al lado de mi gran cariño, había mucha admiración y un profundo respeto. Aún hoy, después de veintiséis años de su muerte, se enturbian mis ojos. ¡Cuánta ternura y comprensión me dio! ¿Era acaso un ángel guardián visible que me envió Dios? Alma solitaria... ¿tuviste un ángel guardián visible? ¡Búscalo!, quizá no te diste cuenta. Pudiste tenerlo, también, aunque sea en un pequeño espacio de tu vida. *
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7 . EL “DON” DE LA AMISTAD De pequeña, mi única amiga fue mi prima Maya. Sólo que ella no vivía en la Capital como yo, así que nuestros encuentros no eran continuos. Pero sí, bastante frecuentes. Nos encantaba jugar a vender verduras o a vender libros. Nunca jugamos con muñecas. Cuando era mi cumpleaños, invitaba a mis amigas -entonces eran más- y Maya y yo dábamos unos espectáculos de teatro y de danza inventados por nosotras, usando los vestidos de baile de mis hermanas. Había dos vestidos de mis tías que ellas habían bordado en canutillos plateados sobre gasa blanca y los teníamos repartidos para el futuro: uno para Maya, otro para mí. Maya tenía fuerza para elegir primero, pero era muy buena y nuestro afecto permaneció inalterable a través del tiempo y a pesar de vivir en distintas ciudades. Hacíamos una especie de escenario y había una serie de sillas para los invitados. Qué coraje el nuestro, ¿no? Esa disposición de “show” familiar persistió en mis hijas, que aunque eran muy tímidas, cuando tenían once años una, doce la otra, en una reunión de fin de año organizaron un “show” que sorprendió a todos. Entre otras cosas, juego de luces, imitaciones, etc., se destacó el baile que crearon con la música del vals Mefisto. Mis nietos, cuando se aproximaron a esa edad, también nos sorprendieron a veces con improvisados y bien armados “show”. Y ellos también, para seguir la tónica familiar, son tímidos. O a la mejor todos los niños lo fuimos. ¿Lo fuiste tú también, alma solitaria? Entre las amiguitas nuevas que tuve, a partir de estar en 5º. Grado, fueron Anita, con su largo cabello rubio y sus ojos azules transparentes, que era hija de una gran amiga de mi madre, y Laura y Cecilia, dos hermanas con las que desarrollé una amistad muy especial a partir del 3er. año del secundario. A estas últimas las conocí en un 16
17 colegio donde mi madre y la madre de ellas estudiaban Corte y Confección al atardecer. Anita, Laura, Cecilia y yo, tendríamos unos 10 años y jugábamos en el escenario del colegio y escribíamos en los pizarrones. ¡Fue muy lindo: todo el salón del colegio sólo para nosotras cuatro! El Señor me regaló el recibir de mis amigas el muy especial don de la amistad. Afecto profundo, sincero, sin rebusques; enriquecimiento íntimo para almas solitarias, que el tiempo hace crecer más y más. ¡Cuántos hermosos momentos compartí con ellas entonces, y con otras amistades que se agregaron en el futuro y que fueron amalgamándose en mi vida! ¿Has recibido... alma hermana, el don de la amistad? Si no lo tienes, aquí te lo ofrezco, total e incondicionalmente, porque si no te amara, ¿por qué estaría escribiendo este libro? *
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8. PRIMER CUADERNO A los 7 años me operaron de las amígdalas. Mi tía Isabel que no tenía hijos y que era prima hermana de mi madre y se querían muchísimo, la ayudó y la acompañó en todo para que se llevara a cabo la intervención quirúrgica, y después de operadas, nos dijo: -Si tu madre les pone camisetas, hagan un rollo con ellas y las mandan debajo de la cama-.
Era rubia, de piel muy blanca y suave, y nos hacía ver a cada una de nosotras tres, alguna de las cualidades que poseíamos de nuestro físico. Años después falleció, y a pesar de tener herederos muy cercanos, me dejó a mí, un precioso anillo de brillantes, que su hermana me entregó en su nombre. Era sumamente alegre y cariñosa. Pero tenía también sus propios dramas conyugales, que nosotras, viéndolos desde afuera, los vivíamos como una aventura. Su esposo, Felipe, de larga barba, era muy serio y de gesto adusto, y mis hermanas y yo le temíamos. Isabel, muy celosa y dicharachera, tenía sus fuertes reyertas y corría a casa para que mi madre la escondiera. El enredo era tal, que se refugiaba en una especie de altillo que teníamos en la casa. Después venía Felipe a buscarla. Tenía una larga conversación con mi madre, que hacía de mediadora, y luego se iban los dos cónyuges muy contentos. Y nosotras tres cantábamos una canción de época: “Isabel por favor te lo pido, esta vida no puede seguir; considera que soy tu marido, ante Dios y el registro civil...”
Cuando mi madre nos llevaba de visita a su casa, sólo veíamos a Isabel, y salía a nuestro encuentro apenas entrábamos, un hermoso y temible -para nuestro tamaño- perro Gran Danés, más alto que nosotras tres. Volviendo a mi operación de garganta. Esta marcó un hito en mi vida. Fue mi primera agresión, una injuria vital, que me enfrentó con la fantasía de la muerte. 18
19 Como era chica, a mí me cloroformaron y a mis hermanas le pusieron anestesia local. No sé cómo lo vivieron ella, pero sí sé que esa experiencia no la olvidaré jamás. Nos engañaron. Me dijeron que “era sólo un lavaje de la garganta”. Ahora pienso, ¿qué diferencia significaría para mí, lavaje u operación? Mis padres, pobres, no sabían cómo enfrentar su propio miedo y usaban los recursos que podían. Las operaciones de nosotras tres, fueron simultáneas pero en distintos consultorios, y yo tuve el privilegio de tener a mis padres conmigo por ser la menor. Bueno ¡qué bien!, pero no tan bien, porque dormida con el cloroformo, no los veía y yo soñaba que estaba muerta y me decía: -¡Qué pena que no voy a poder ver más a mamita y a papito!-.
Así los llamábamos nosotras de por vida y mi hermana mayor todavía lo hace, cuando los menciona. Hace más de 20 años que murieron, primero mi padre y años después mi madre. Fueron seres muy especiales y nos dieron una escuela de amor y abnegación, que cada una de las tres lo manejamos como pudimos, cuando nos tocó ser madres. Para operarme de las amígdalas, un médico (o practicante, no sé), me sentó en sus rodillas e inmovilizó los brazos y piernas, y no sé más, porque el cloroformo actuó. Al despertar, alguien me levantó en brazos y me sentó sobre una camilla porque yo estaba un poco mareada. Y... me largué a llorar desesperada, porque creía que recién entonces me iban a operar. Y no sé por qué asociación de ideas, se me ocurrió que me iban a cortar las piernas. ¡Qué laberintos mentales terroríficos podemos tener los niños! Recuerdo el viaje de vuelta en taxi y las molestias posteriores que tuve. Por haber sido cloroformada, mi recuperación fue más lenta. Lo más terrible para mí -como buena mujer- fue que no me dejaban hablar y entonces llené un cuaderno contando las tremendas experiencias por las que había pasado. Ese fue, seguramente, el primero de una larga serie de cuadernos que me siguen hasta hoy, y sobre uno de ellos, estoy escribiendo esto. 19
20 Ahora sé por qué escribo. No puedo hablarlo. En ese caso fue por un hecho físico, la operación de amígdalas. Años más tarde, cuando ya era una joven adolescente, los sentimientos más íntimos de mi mundo interior eran muy privados y los “cuadernos” eran la secreta compañía de un “alma solitaria”. Sin embargo los “cuadernos” propiamente dichos que constituyen lo que llamo mi Diario íntimo, los escribí recién en la adolescencia y juventud hasta el día en que me casé con Alberto. Cuando hace 25 años me extirparon ¾ de estómago -una gastrectomía subtotal- tuve una anestesia fantástica. A pesar de ser una operación tan delicada que duró casi 3 horas, para mí no pasó el tiempo entre que me pusieron la anestesia y en el que me dijeron: -Señora, ya está operada-
Como esa intervención quirúrgica me dio ocasión a sentir mi existencia en su riesgo más importante, no se asusten, pero volveré a hablar de ella. *
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9 . LA ESCUELA PRIMARIA Mis 7 años fueron muy importantes. Recuerdo a Nidia, una linda nena rubiecita de mi misma edad, vecina mía, que no me daba bola, o mas bien, que se decía mi amiga, pero solo para pasear su arrogancia frente a mí y después olvidarme. Y para mí era preciosa. Mi primera amiguita. Después recuerdo qué rico era comer hielo con otras amigas de mis hermanas que eran vecinas nuestras. También era bárbaro hacer ensaladas de cebolla con mucho vinagre y sal, y comerlas como un juego. Una vez llegaron de improviso unos tíos de visita, y nosotras, no sabiendo qué hacer con la ensalada, la escondimos debajo del sillón de la sala (todavía no decíamos living), donde ellos se sentaron. ¡Qué discretos mis tíos que no dijeron nada! Terrible fue saber que yo provenía de la panza de mi mamá. Así lo supe por las amigas de mis hermanas. Me prohibieron que lo dijera. Yo hubiera querido consolarme con mi madre, pero no pude. Me puse a llorar y ella me preguntaba muy preocupada qué me pasaba y yo sólo respondía:
-Nada, nada-. Ahora me pregunto de cuántos “nada, nada”, que no confiamos los niños a los mayores, está hecha nuestra alma solitaria. Más tarde fue peor para mí -tendría 8 años y entonces no había televisión-, saber que existía un acto sexual en la pareja y yo preguntaba si “era obligatorio hacerlo cuando uno se casaba”. Nuevas confusiones sin respuestas. Otra enfermedad que recuerdo a esa edad, fue la rubéola, llamada “fiebre rosada”. Eso sí, de las tres hermanas que somos, yo sola la tuve. Me aislaron en un dormitorio y la radio era mi entretenimiento. Proponían por una emisora contestar una pregunta y dar un premio. 21
22 -¿Qué era lo que encontrábamos en todas partes?-. Yo me dije: si está en
todas partes, está aquí, y empecé a enumerar pared, cama, etc. Y pensé, ¡el nombre! Todas las cosas tienen nombre. Naturalmente no envié la respuesta y la radio y el premio quedó desierto, porque la respuesta era ésa y nadie la contestó. Oh, ¡qué bien me vino para darme importancia con mis primos, porque yo, la menor y tímida, siempre pasaba desapercibida! Como ellos y mis hermanas habían tenido paperas y yo no, me sentí acomplejada porque pensé que yo no las tenía por ser más chica, con mis 5 años, y poco importante. ¿En qué mundo interior tejimos nuestra niñez, silenciosamente? Cuando escribo cosas como éstas, siento comprender un mundo nuevo, como si los niños me abrieran una puerta para mí, hasta ahora cerrada. Y puedo entrar mejor al maravilloso mundo de mis propios nietos. -Abuela, ¿se puede tener una novia menor que uno?-Claro-, le digo. -¿Y cómo se hace; a mí me gusta la hermanita de un compañero que tiene 7
años”-. El tiene 10. Improviso:
-La mirás. Le sonreís. Alguna vez le regalás un caramelo. Le preguntas si su maestra es buena”-
A mí me gustaba un chico al que veía desde mi fila cuando estábamos todos formados en el patio del colegio. Yo estaba en primer grado superior. Ni llegué a saber su nombre ni a qué grado pertenecía su fila; tampoco me lo pregunté. Ahí quedó el vago aire del corazoncito de una niña que enseguida se entretenía en otra cosa. Mi maestra de primero superior le decía a mí madre, de mí: -Muy excelente, pero muy faltadora.
Ya entonces (¿o después?), me chocaba el muy delante del excelente. A mí igual me sorprendía porque nunca fui muy estudiosa, que digamos. Eso sí, no me gustaba que me explicaran. En general lo hacía mi padre con mucha paciencia. Recuerdo el reloj movible para enseñarnos la hora. Yo no tenía paciencia para que me enseñaran. Mis nietos tampoco la tienen. Salvo cuando piden ayuda con un agudo S.O.S. 22
23 Mi madre era más severa con nosotras en el colegio. Mi padre decía: -Si no tienen ganas de ir al colegio, que no vayan. Era una conclusión filosófica profunda, sin embargo. Lo importante es tener ganas de ir al colegio. Esto nos daba libertad para no abusar. El cambio de colegio fue importante. El segundo grado (tercero de ahora), lo hice en una Escuela Normal. Mi hermana mayor entraba a primer año de Magisterio y el ingreso era difícil. Así que mi madre, voluntad en mano, nos inscribió a las tres. Yo solo recuerdo la galería del Colegio cuando dos maestras llamaban por el apellido. A mí me tocó la menos linda, la de Segundo grado; la otra era maestra de Primero Superior. Más importante que el grado, era la maestra. Y fue buenísima. La queríamos mucho. Ahí, sí o sí, aprendí las tablas. No había más remedio. En adelante, para mí, matemáticas nunca me ocasionó problemas. La recuerdo con mucho cariño. Como les conté, después de la muerte de mi hermanita, nos habíamos mudado a una cuarta casa -la de los dos patios- con mi abuela y mi tía. Años después todos nos mudamos a una quinta casa, muy grande, con once habitaciones y dos balcones que daban a una avenida. Ahí comencé la Escuela Secundaria. *
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10 - LA CASA DEL VIRREY Ahora residimos en una sexta casa, que -como es muy importante en mi vida- para reconocerla, la llamaré “la casa del virrey”. En realidad es un amplio departamento antiguo, y cuando nos mudamos a ésta, ya mi abuela y mi tía no estaban con nosotros en este mundo, y mi hermana Yudi se había casado y ampliado su familia. Voy al pasado y vuelvo al presente, una y otra vez, por ese sentido de continuidad, con el que nos identificamos a nosotros mismos a través del tiempo y en todas nuestras distintas edades. Espero que me puedan seguir en esta trayectoria. Cuando dejamos la quinta casa, recuerdo haberme despedido de mi cuarto y de los muebles. Los cajones de la cómoda, los roperos, los libros y las habitaciones volvieron en mis sueños, por años, una y otra vez. Y, eso, que despierta, no tenía ningún interés de regresar a ella. El inconsciente es un terreno caprichoso y hace de las suyas cuando dormimos, es cierto. Pero ¡cómo se nos pegan las cosas, los lugares, los objetos y los recuerdos! Ese inconsciente que muchas veces nos envía mensajes cifrados que no entendemos y que, sin embargo, son importantes para nuestra vida. Vuelvo al actual departamento “del virrey”, del cual no me mudé ni al casarme; pero sí me cambié de cuarto muchas veces. Cuando de soltera estuve en el más pequeño, de tres por tres, mi ventana daba a un cielo abierto, tan abierto como lo estaba mi corazón de gozo, ante el Universo. Y, ahí, veía irse el día y llegar la noche y escribía entonces en una poesía: “Hay un cuadrado oscuro donde siempre está mi ventana”. Otra vez, mi dormitorio daba a un balcón a la calle. Ahí se veía más extenso el cielo y se distinguía claramente la “Cruz del Sur” con “Alfa” y “Beta” del “Centauro” y entonces los versos de Francisco Luís 24
25 Bernárdez eran los que llenaban mi corazón ansioso de promesas futuras. Aún ahora, al cerrar las persianas, aspiro ese aire, ese cielo y esos versos: “Dulce tarea es contemplarte, noche que me has acompañado desde siempre”, vienen a mi mente. ¿Qué encanto tiene la noche que a veces nos detiene el sueño fisiológico? Con su misterio infinito, el silencio profundo, la paz inmensa, como si el alma flotara en armonía con el Universo. Todo calla. El alma pues es la que habla... Pero... el límite de la noche lo da la diafanidad del día que despierta. El sol, la naturaleza y la vida toda, surgen como recién nacidos... tras nuestros párpados somnolientos. “En mi duermevela matinal...” decía Juan Ramón Jiménez en “Platero y yo”. Hay también un poeta muy especial que amaba la vida y amaba la muerte. Es Rabindranah Tagore. Su poesía tan profunda, llega muy hondo en mis sentimientos. ¡Qué velo nos descorre cada escritor, cada poeta que nos hace ver y nos regala un mundo nuevo! ¡Cuántos espacios, cuántas vidas, cuántas historias que pueblan nuestra mente y la ensanchan con muchos nuevos mundos! ¿Cuántos universos tienes, alma amiga? Descorre velos, ¡verás cuántos hay! ¡Qué rica eres! Y que tu alma, después de todo... no es tan solitaria. Yo escribía así en uno de mis cuadernos en abril de 1952. Le hablaba quizás a la noche, quizás a Alberto, el que sería mi esposo, mi amor, el que algún día se cruzaría conmigo, y que todavía no conocía: “No sé quién eres ni cómo eres. ¿Conoces acaso mi sonrisa fresca, juvenil de verde savia?... ¿No conoces las otras? He pensado si quién sabe tú no tienes también el tormento interior de los hondos, pavorosos, sentimientos del alma. No del cuerpo, ni siquiera de la vida: del alma. ¿Sabes tú qué es eso? ¿Tiemblas como yo cuando tus vivencias se acercan a ellos sin alcanzar jamás a descubrirlas?” “¡Es una noche azul tan hermosa! Con luna menguante, pero clara. Canta un grillo. Me siento trémula y embelesada, con un encantamiento interior y exterior, todo lleno de luz y al mismo tiempo plateado por la noche”. “Hay un mundo para mí, un mundo aparte de éste en el que vivo, un mundo extraño y bello donde sufro, río y lloro: el de mis sueños y el puro, grande mundo
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26 de las ideas. ¿Por qué no darle en mi vida el espacio material que merece? Ese es mi mundo, mi verdadero mundo, y no otro. Inasible a veces, pero auténtico. Es mío y estoy yo más en él, que en el mundo de la realidad... (¿La realidad?)” “Hasta mañana noche, luna, grillo... ¿Sientes el perfume de la noche, sientes su latido?”.
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11 . ¿CUÁL ES TU META? Tendría 14 años cuando tomé contacto con los grandes pensadores de nuestro tiempo, y fue de casualidad. Siempre fui gran lectora, y, cuando estaba enferma, escondía libros y revistas debajo de las sábanas, para que mi madre no me retara. Recuerdo que era bastante difícil esconder “El tesoro de la juventud”, un volumen que me prestaban en el colegio. Un día di con el primer libro importante -que se lo habían regalado a mi hermana mayor Sheila- y era “El hombre mediocre” de José Ingenieros y su comienzo me dejó en éxtasis y nunca lo olvidaré: “Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar, no se reenciende jamás”.
La parte que se refería a lo que es el hombre mediocre, quedó en segundo plano. Una vez, pegada al rinconcito de la radio, escuché la voz de un español que me cautivó, y que me cautivó para siempre. Otro tanto le pasaba a Alberto con este filósofo, en algún lugar de Buenos Aires. Pero a mi esposo lo conocería muchísimos años después. Hablaba de “la criolla” pero, ¡cómo hablaba!. Yo me imaginé vestir un traje azul de lunares blancos con volados en cuyo interior era rojo. Ese vestido lo heredé de mi hermana Sheila, muchos años después. De esa criolla nunca me olvidé porque, alma mía, cuanto tú oías o leías a Ortega y Gasset, dejabas de sentirte solitaria. Lo mismo pasaba cuando leías un libro que realmente te gustaba. ¡Cuántos placeres encontré en los libros! Tardé bastante en educarme para no quedarme hasta altas horas de la madrugada leyéndolos, porque tuve la dicha de que a mi esposo nunca le molestó que yo leyera de noche, porque él fue y es también un gran lector, 27
28 quizás más que yo. Pero de noche, por su trabajo, dormía, porque tenía que madrugar. Ahora, cuando me despierto, escucho las teclas de la máquina de escribir. Se levanta temprano y empieza sus lecturas y trabajos aún antes del consultorio que comienza a las diez. Y su horario, ahora lo pone él, después de 42 años de trabajo continuado en una empresa. Alberto empezó a trabajar a los 17 años, haciendo a la vez sus años de secundario en turno nocturno. Su vida fue muy difícil y trabajó muchísimo, pero eso no obstó para que su alma solitaria buceara siempre por los libros y por la filosofía, acompañada por su gran amor a la música y el gozo que ésta le comunicaba. Estudió Medicina por la noche, después de las 8 horas de oficina, hasta 3er.año. Las dificultades de horario y de prácticas hospitalarias, le hicieron imposible seguir. Después empezó Odontología, y estaba en la mitad de su carrera, cuando lo conocí. Su trabajo lo obligaba, por los horarios de la práctica en la Facultad, a avanzar un año cada dos. El primer año de casados salía temprano a la oficina, de ahí a la Universidad, y volvía a casa, deshecho, a las 12 de la noche. Yo, recién casada, deambulaba por la casa y me preguntaba: ¿qué tengo ahora que hacer en mi nuevo estado? Por más que tenía horas de cátedra como profesora, estudiaba inglés, estaba en una agrupación cultural -donde lo conocí- y seguía un curso de Literatura occidental muy bueno, en un Instituto; así y todo, el día se me hacía largo. Cuando Alberto se recibió, durante la ceremonia de “colación de grados” en el Aula Magna de la Facultad de Odontología, le entregué el título junto con nuestras dos nenas que tenían unos 3 y 4 años de edad. El aplauso que recibió fue cerrado y total. En casa lo festejamos con una comida familiar y cuando Alberto comentó: -No es para tanto-, un sobrino, el penúltimo en nacer de los 7 que tengo, dijo: -¿Qué no? ¡Hay que terminar una carrera universitaria!-.
Él estaba cursando el secundario. Se llama Raúl (Ulre para mí). Cursó 3 carreras universitarias. Vive en Europa con su familia y 28
29 escribió más de un libro, con trascendencia mundial. ¿Qué tal? Creo que fue un alma solitaria hasta que dejó de serlo: su esposa y sus hijos; los estudios y el crecimiento espiritual, fueron llenando y encauzando su vida tras sus propias metas e ideales. ¿Cuál es tu meta, alma amiga? Desentráñala de tu corazón... y ¡arremete! Alberto y yo la sentimos profundamente. Vamos, escuchando a través de los años, los latidos del misterio de nuestras vidas, minuto a minuto... pero, mientras, caminamos paso a paso a través de las cosas cotidianas y las no cotidianas. A través de los pequeños vislumbres, en medio de los quehaceres, inmersos siempre en la vida misma; porque vivir es, quizá, la primera de las misiones que ha sido destinada a todos los seres humanos. *
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12-. LA ESCUELA SECUNDARIA Los lugares físicos te atrapan. Han tejido en sus ladrillos y en sus escalones, los años que pasaste por ellos. La escuela secundaria, en realidad era una Escuela Normal de Maestras, está clara en mi retina con su gran hall, su escalera ancha con espejo, en la pared -del que te tenías que cuidar para que la profesora no te viera hablar en la fila mientras la subías-; las aulas y esas dos grandes terrazas a los costados con su escalinata de mármol. No, no te puedes olvidar de esa escuela, sobre todo si estuviste desde 2° grado hasta que te recibiste de maestra. En 2° grado ingresé y ya conté esa experiencia de la maestra que me iba a tocar y que la tuve también en 6° grado. Su calidad, su sinceridad y afecto expresados en su cara seria y en su corazón alegre, no se pueden olvidar. Otra compañerita era nueva como yo. La llamaban Bibi y tenía una naricita respingada que le llevaba siempre delante de sí, y un hermoso cabello rubio recogido con un moño de terciopelo que no se permitía llevar en el colegio. Tuvo siempre la amabilidad de contar las cosas que le pasaban, de compartirlas y de recibirnos en todo momento con una sonrisa. Tuvo grandes aspiraciones... y las fue cumpliendo a lo largo de su vida. En 3er.grado había mellizas gemelas y nuestro interés era poder distinguirlas. Mi hermana Sheila nos daba prácticas y mis compañeras me codeaban. Alguna de ellas me llegó a decir que era más linda que yo. Y era cierto. Pero, ¿fue necesario que me lo dijera...? En 4° grado con Norma y otra compañera, disputábamos sobre quién resolvía más pronto las ecuaciones. También nos peleábamos por quién le llevaba el jabón de perfume a la Señorita (¡) En 5° grado tuvimos una maestra muy peculiar que llevaba vestido de rayas celestes y blancas para las fiestas patrias. Era pelirroja y de edad y nos enseñaba en forma muy particular e 30
31 inolvidable, las conquistas de Pizarro y de Almagro con muñecos de madera. Cuando moría uno, se bajaba el muñeco y había una moraleja “quién a hierro vive a hierro muere”. Los experimentos de química eran tan apasionantes que cuando escribí una composición “Cuando yo sea grande” para un concurso por radio París: en ella puse que quería ser Química. Y en realidad, cuando me tocó elegir, seguí la carrera de Filosofía. Como consecuencia del concurso, recibí una hermosa muñeca del tamaño de una nena de 1 año, con ojos verdes, pelo corto castaño con flequillo, y los rollitos en los brazos y piernitas, la hacían parecer muy natural. Y yo había jugado poco con muñecas porque no se parecían a las nenas de verdad, y también tuve la sorpresa, en un gran teatro, de enterarme que era la ganadora del concurso e ir, tímida y emocionada, a leer en voz alta la composición y recibir la muñeca, en el escenario, ante toda la gente. ¿Qué se siente en esas circunstancias? ¿La alegría del premio o la caricia de un reconocimiento? Yo sentí, sobre todo, sorpresa. La muñeca recibió en casa, el lugar de alguien más. Yo la quería pero no jugaba con ella. Mi abuela la llamaba “la chiquita” y con su mente perdida sentía que era una bebita. Mis sobrinas, a los años, jugaron con ella y ya no llegó entera a las manos de mis hijitas. ¿Fue esa muñeca el mensaje, tal vez, de que alguna vez iba a tener mis propias bebitas, mis queridas hijitas, y más tarde mis queridos nietitos? En 1er.año lo fabuloso fue la profe de castellano. Creo que la buena ortografía que tengo se la debo a ella. Y otras cosas. En cambio, de geografía política no sé nada, porque el profesor se distraía mientras sacábamos el libro para copiarnos en las pruebas. He aprendido algo buscando en los mapas a través de los libros y novelas que leía. En 2° año empecé a escribir una novela “Idealismo de amor”, y después otra que acabé más tarde “El sentido de vivir”, yo, que nada sabía de la vida. Cuando me la iban a publicar, según un concurso, hubo un problema de papel y no se editó, por suerte. Conservo el catálogo. La mía iba a ser demasiado “rosa”. La leyeron mis sobrinas 31
32 adolescentes y mis hijas. Jesús, mi mamá negra, se encargaba de que alguien me la pasase a máquina. Y ahí se terminó mi deseo de escribir. Salvo los cuadernos de mi diario. Le dije a un tío que se admiraba de mi inclinación literaria: -No voy a escribir más. Voy a estudiar Filosofía y no Letras, porque quiero conocer el fondo de las cosas-.
Pobre tío mío, tan bueno, se llevó una desilusión. En 3er. Año sucedieron dos cosas. Tuvimos un profesor de anatomía a quien todas adorábamos y al que le preguntábamos en los recreos sobre psicología y todo aquello que para nosotras no tenía explicación. Una vez le dije: -¿Por qué, doctor, cuando pienso en el infinito, me pongo nerviosa?-
Se quedó mirándome, y luego respondió: -¡Pero señorita, eso no le pasa ni al carbonero, ni al carnicero!-
¿Has tratado alma mía, de abarcar la infinitud con tu finitud? Y lo más importante de ese año fue que, estudiando juntas anatomía con Laura y con Cecilia, por usar el mismo libro, fue el descubrimiento de una profunda y sincera amistad que nos abarcó a las tres. A las dos, que eran hermanas, las conocía desde 5° grado, pero recién intercambiamos nuestras afinidades en 3er. Año. Mi amistad con cada una de ellas fue y es algo muy especial. Recuerdo que en la esquina de mi casa, antes de despedirnos, hicimos un juramento: ¡no mentir nunca! Y lo cumplimos, sobre todo Laura y Cecilia. Yo, entre nosotros, me he permitido alguna pequeña mentirilla llamada - piadosamente- “piadosa”. -¿Te das cuenta Hebe, que si todo tiene su „esencia‟, ese camión también la
tiene?-, dijo una vez Cecilia, muy seria.
En la búsqueda de esas esencias, inicié mi carrera universitaria. Recuerdo también que en dos ocasiones muy dispares, me agarró una tentación de risa tan grande, que no podía parar. La primera fue cuando las tres fuimos a una biblioteca para estudiar anatomía (en libros de Medicina). El silencio del lugar, al no poder hablar, hicieron explosión en nuestros juveniles años. La segunda vez, muchos años después, fue cuando entré a una boite por primera vez. La oscuridad y los arreglos y decorados, no sé por qué, quizás porque también 32
33 hablaban en voz baja, no quiero pensar qué, me movieron a una risa irreprimible que, naturalmente, trataba de disimular. En 4° año, Sarita era mi compañera de banco, siempre buscando una salida sonriente, a los problemas, con sincero y excelente compañerismo. Celia, seria y bondadosa, que se sentaba delante de mí, llegó a ser maestra de una de mis hijas en un colegio privado y así se dibujaban los perfiles claros de cada una. La que se levantaba del asiento y daba la cara por todos; la que ponía en apuros a las profesoras (mi amiga Laura); la que nos festejaba y descubría cualquier cualidad con una sonrisa llena de cariño: Dorita; la mejor del curso, Emy… y bueno, tendría que seguir porque cada una tenía algo distintivo. Ahora, después de tantas décadas de recibidas, nos seguimos encontrando todos los años, y admiramos esa amistad que se conserva pura, sin diferenciaciones, sólo con el valor y la sinceridad del afecto de la juventud compartida. Tan prendida quedó en mi corazón la Escuela Normal que, aún egresada de la Facultad como Profesora y enseñando en escuelas secundarias, soñaba que tenía que volver al colegio a terminar estudios que había dejado truncos. Sentimiento de culpabilidad seguramente, por lo “vaga” que fui para los estudios. Recuerdo la noche que no dormí por estudiar anatomía; desayuné y fui así al colegio. Mis amigas se lo contaron al profesor y éste, muy serio, me hizo prometer que jamás lo volvería a hacer. Y es cierto que no lo volví a hacer porque para un programa de la Facultad, con una noche en vela, no se ganaba nada. Se necesitaban por los menos 20 días de intenso estudio. Con esos cuatrimestrales infernales, otra vez, para darme ánimo al preparar una materia, me compré un libro “El poder de la voluntad” de Paul Yagot y, naturalmente, me pasé la noche leyendo el libro en lugar de estudiar la materia. No sé cómo, pero me recibí de maestra. *
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13 -. MI AMIGA LAURA Mi amistad con Cecilia fue distinta a la que tuve con Laura, pero ambas eran iguales en profundidad y en compartir aquellas cosas íntimas de cada una. Laura era la más fuerte de las tres en su carácter exteriorizado y como las dos estudiábamos la misma carrera, nuestro diálogo era cotidiano, y con Cecilia, entonces, era más espaciado. En el último año de la Escuela Normal, Laura pensaba seguir Medicina y yo, Filosofía. Un día me pasó un papelito que decía: “Sigo Filosofía”. Mi alegría no tuvo igual. Dije que lo iba a guardar siempre. No lo hice, pero esa impresión quedó viva en mí. Recuerdo cuando en las vacaciones de julio veníamos en el subte con los libros que nos prestaban en la biblioteca de la Facultad, ¡tan contentas...! Libros de bibliografía que yo, por lo menos, al final casi nunca leía. Laura era excelente estudiante; hizo su carrera rápidamente, y además hacía estudios de Biología e Histología en el Hospital Neuropsiquiátrico, con su vocación paralela de Medicina. Y para ir a ese lugar alejado, ¡se levantaba a las 5 de la mañana! Así era Laura, apasionada por todo. Blanco o negro. Y en la amistad su sinceridad y afecto eran totales. Pero también lo exigía. De modo que ninguna otra amiga podía sacarle el lugar, salvo, naturalmente, que tuviera que salir o verme con algún muchacho. Por suerte se casó antes que yo, porque si no, no hubiera entendido que la vida de casada tiene sus exigencias y su tiempo. Ella tomó el suyo como tenía que ser... y naturalmente su alma solitaria dejó de serlo. ¡Cuántos domingos salimos juntas a tomar el té en una confitería linda, y nuestras charlas eran tan importantes, que no mirábamos a nuestro derredor! Siempre tenía cosas que contarme y yo a ella. Y 34
35 todas las noches el teléfono era el medio, y ¡menos mal que no estaba la comunicación en pulsos! Mi madre decía: -¡Cuándo se casará Laura para que no hablen tanto por teléfono!-.
Y Laura se casó en menos de un año. Y fue así. Un día caminábamos juntas por la calle y vi a alguien que hacía poco había conocido y le dije de golpe a Laura: -¡Cómo me gustaría esa persona para vos!-.
Las dos éramos ya profesoras en colegios secundarios. Laura había tenido inconvenientes y estaba amargada porque le habían hecho injusticias y no tenía trabajo. Nosotros nos aferrábamos a una consigna: cuando a alguna de nosotras todo le iba mal, la otra le recordaba que “lo inesperado” podía suceder. Esa noche Laura se sentía tan mal que no me atreví a recordarle la clave, y mustias, nos despedimos. Al día siguiente me habló con la voz vibrante y me dijo: -Conseguí trabajo en un Instituto de la Facultad, y ¿sabés quién es el director?, el doctor Denis S-.
Este señor, cuya amistad apreciamos mi esposo y yo cada vez más, a través de los años, tenía cualidades especiales como persona, y una gran capacidad científica. Y si fue inesperado que Laura consiguiera trabajo en una especialidad de su carrera, fue aún más inesperado que se trabara una amistad entre ellos, y que, en menos de un año, se transformara en matrimonio. Ambos tenían el mismo interés científico y una fe religiosa muy profunda. Sin embargo, años antes, cuando entramos a estudiar Filosofía, Laura y yo habíamos sentido una sacudida en nuestra fe, que a mí me agarró apaciguadamente, pero a Laura la llevó al extremo opuesto. Y Cecilia, siempre dulce y optimista, me decía con su aguda intuición: -Laura, que es tan apasionada en sus ideas, si algún día vuelve a la religión, capaz que se hace monja-.
No llegó a tanto, pero sí iba a barrer los salones de su parroquia. Y cuando conoció al que sería su esposo, ella era de comunión diaria. Y él también estaba por entrar de monje. Ambos formaron una hermosa familia. Tuvieron tres hijos y Laura nos dio a elegir a su hermana y a mí el sexo de su primer hijo 35
36 para ser la madrina. Cecilia eligió mujer, y Marcia fue su ahijada. El segundo era para mí y fue Paul, y la tercera, Lori, fue de nuestra común y muy querida amiga Anita. Las tres madrinas y Alberto, mi esposo, estuvimos en el Aeropuerto cuando se fueron a Europa, Laura y sus tres hijitos. Denis había viajado antes y los esperaba allá, con un auto recién comprado. Fue la última vez que los vi. No sé como contarles esto. Meses después, tuvieron un fatal accidente automovilístico los cinco, en las montañas de Meinz. De esto, hacen ya 24 años. Más adelante volveré sobre ellos. Quizás aquí sólo puedo decir lo que sentí. Eran muy felices. Dios se los llevó para que no les pasara nada malo aquí en la tierra. Y se fueron juntos, porque se amaban mucho. ¡Oh, Dios mío!, ¿qué puedo decir? Alma amiga, ten paciencia conmigo. Laura, Marcia, Paul, Lori, Denis tuvieron una oportunidad en este mundo y sé que dieron de sí muchas cosas bellas. Están y estarán tan vivos en mi mente, como si los pudiera tocar. ¿Tú no crees que cuando a nosotros nos llegue el momento, nos juntaremos con los seres queridos, como si juntos y al mismo tiempo, hubiéramos dejado de existir? Estaremos fuera del tiempo y del espacio, otra dimensión, la eternidad. La infinitud. Lo desmesurado con sentido. Lo inexplicable comprendido. La sabiduría, la verdad total. Encuentro en mi Diario estos recuerdos escritos por mí en una playa: “Llegó el sol para mí con una carta de mi amiga (Laura). Alguien vivía la vida que (entonces) yo no tenía y extendía ante mí su alegría como una escalera real en un póker. Pero yo, que estaba fuera de ese juego, podía gozar con ella. Mi amiga había encontrado su estrella y hasta aquí me llegaba parte de sus destellos. Ella había conseguido algo. Una de nosotras lo había logrado y yo podía sentirme casi tan feliz como si esa gloria fuera mía, y me sentía poderosa, rica, dueña de muchas cosas. Agradablemente me sumergí en el recuerdo de tantos momentos felices, en que, juntas, tomando café, escapábamos de una clase de la Facultad, para reconstruir solas, el mundo. Todo era fácil de lograr con solo ponerlo en el futuro. Y, sin embargo, ¿no es cierto que obtuvimos mucho de lo que anhelábamos?”
Yo lo escribía entonces cuando aún faltaban algunos años para concretar mi propia felicidad. Pero, algo en mí, ¿no sabría que lo lograría? 36
37 Bollnow habla de los estados de ánimo, y dice que la alegría debe comunicarse; ella es, -y cita a Herder- “un trueque y no un monopolio, ella busca la compañía de dos” Y agrega Bollnow...”el hombre feliz vive estados de una elevación peculiar por encima del tiempo”.
Laura, Cecilia y yo, que amalgamos una amistad tan lúcida y profunda, encontramos la felicidad con el hombre adecuado, cada una de las tres, a su tiempo. Primero Laura; tres años después yo con Alberto, y más tarde Cecilia con Tomás, como contaré más adelante. Pero, no has de pensar amiga, que salir de la soledad consiste solamente en formar pareja. No todas las personas tienen vocación para el matrimonio. La soledad es un estado del alma y tomar conciencia de ella, prepara el terreno para conocerse a sí mismo y comprender a los demás. Se empieza por cultivar nuevas metas de vida y a prepararse para hacerlo. Entender la vida y lo que uno quiere, requiere tiempo, mucho tiempo. Pero, si compartes tus sentimientos y pensamientos en diálogo de amistad profunda, y si acaso escribes lo que piensas y sientes, como yo lo hice tantos años, te vas preparando para salir de aquel terreno árido. Mi amistad con Laura fue, por años, un largo compartir estados de ánimo, de alegría y de tristeza. Fue también comprender y aceptar cada una, la diferente modalidad de la otra, por afecto y bondad. Fue también crecer de fuentes diferentes de conocimiento, y la visión que cada una tenía de la vida. Era también compartir límites, sostener principios. Ya recibidas ambas de profesoras de Filosofía, decidimos estudiar juntas, arte moderno. En la Historia del Arte, habíamos visto el clásico y el barroco, nada más. Los estudios universitarios, sobre todo los de Humanidades, te dan solo una parte, porque no te lo pueden dar todo. Pero has aprendido el método para hacerlo sola, y en realidad, cuando uno se gradúa, recién entonces empieza a estudiar, y a ver las cosas con mayor relieve. Conservo la mesita de té inglesa, rodante, donde compartíamos la merienda por la tarde, a mitad de nuestros estudios. Leíamos de los libros de Albert Skira, que estaban en francés y que Laura los iba 37
38 traduciendo, y hacíamos pequeñas síntesis. Íbamos a los museos a ver las obras y a completar material de estudio. Eran tardes muy provechosas. Y al compartir el té con tostadas, manteca y mermelada, gozábamos del pequeño recreo de la charla. El otro día, poniendo manteca al pan, vi en la mente, la forma y modo de la mano de Laura cuando lo hacía. Escribir esto, me hace revivir muchos recuerdos y hasta encontrar reflexiones que entonces me pasaron desapercibidas. Teníamos también nuestros momentos de desarmonía. Laura era muy exacta con la hora. Cuando yo llegaba tarde, se molestaba mucho y yo a la vez me disgustaba por su rigidez; pero eso pasaba pronto, pues la amistad es un compartir afecto muy profundo y tolerar defectos de la otra. El encanto del té nos permitía salirnos de la línea de estudio y el entusiasmo de una charla compartida nos gratificaba el derroche de volcarnos totalmente en nuestras inquietudes más profundas, y la alegría de la amistad nos hacía poderosas. Laura, amiga hermana, permaneces en mí para siempre, en cada aquí y ahora de mi vida, y nos juntaremos después, todos nosotros, los que nos amamos y unimos en el ámbito espiritual. Debes saber también tú, lector amigo, que no estás solo. En el silencio de tu mente y de tu corazón, yo estoy contigo. Hay un amor que es tan grande, que no tiene límites en el espacio y en el tiempo. Por eso, en esta encrucijada del momento presente en que te abro mi corazón y en que lees esto, en este momento, solo tuyo y mío, está la Eternidad.
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14 LA CHICA DE LA VALIJA Mi valija contenía 8 cuadernos, y esto que transcribo, es parte de su contenido: “Hora, pues, de soledad, escribir una carta o, en fin, preparando un trabajo... Pero, momento sin prisa, que me permite detenerme para contemplarme a mí misma... Soledad infinita de vida, donde se apagan todas las notas exteriores, todos los sonidos, las emociones artísticas o intelectuales y se refleja, de pronto, ineludiblemente, la gran, infinita soledad. No es fácil conseguir la compañía del alma, que nos asegure un compartir los últimos sentimientos más humanos y profundos, la comprensión del encuentro perfecto, un fulgor de luz enlazada, aliada, unívoca”.
Yo me autodenominaba “la chica de la valija”. Pensaba que llevaba conmigo una valija llena de principios, de ideas, de sueños, de todas las instancias particulares con que estaba hecha mi alma. Y creía que era muy difícil que alguien me ayudara a llevarla. Y, como a veces me pesaba mucho, escribía y escribía... Era una forma de desahogarme y de escalar muros nuevos. Así fue como un día sentí la necesidad de escribir una historia sobre H y su valija, y empezaba así:
“H. En su adolescencia, quebró el transparente papel que la separaba de la vida
real. De un pequeño salto, alcanzó el mundo de las cosas tangibles. Iba muy equipada y, también, por otra parte, bastante desamparada. Cuando abrió su valija se sintió, primero deslumbrada. Volvió luego los ojos por encima de ella y, ya entonces, no se sintió tan contenta. Se quedó estupefacta, sorprendida. No se sentía feliz, pero tampoco demasiado desdichada. Poseía muchos bienes, pero, como por arte de encantamiento, esos bienes, sólo existían para ella. Los demás, parecían ignorarlos, desconocerlos. Cuando quiso tender su mano y dar algo celosamente guardado en su valija, la miraron burlonamente. ¿Qué podía hacer entonces? Pues...no se le ocurrió otra cosa que vivir como si no fuera dueña de esos, sus extraños bienes. Todo fue entonces fácil. Fácil vivir, fácil reír, fácil comunicarse con los demás. Era como si hubiera descubierto una fórmula mágica. Empezó ella misma a sentir la alegre realidad de ese otro mundo, parecido a la felicidad. Pero, a pesar de ella, secretamente, el contenido de la valija fue aumentando” “Así crecieron los días. Había aprendido el arte de gustar, de reservar su interioridad, y estaba revestida con su dorada juventud y agradable risa. Pero,
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40 siempre, en el transcurso de penas y alegrías, abrió y cerró muchas veces la famosa valija. A veces, era su arma, su defensa, su mayor bien. Otras, un pesado fardo que hubiera querido abandonar para correr, ligera, por los campos”. “H. Es feliz y desdichada, porque nunca puede hallar un lugar en la tierra donde los objetos de su valija puedan vivir hermanados con las cosas de la realidad. En secreto, yo sé que H., aunque sabe que nunca podrá desempacar su contenido, espera pacientemente que alguien le ayude a llevarla”.
Ahora, tantos años después, pienso, que si miro para atrás, veo que acondicioné, tras la soledad, mucho material no descartable; traspasé los sufrimientos con la alegría y en todo momento la esperanza brillaba como un amanecer nuevo cada día. Eso no me dejó caer en el pozo oscuro, y fui así, llenando con vibraciones buenas, la alforja mágica de mi vida. Este es mi mensaje alma amiga: abre tu valija, y mira bien qué cosas tienes en ella. Quizás algunas debas renovarlas, otras dejarlas salir y dispersarlas en el aire. Deja, sí, no las pierdas nunca, toda la fe, la bondad, la comprensión, el amor y la alegría que hayas podido atesorar en aquellos minutos buenos de tu vida. Y mira hacia delante, y hacia arriba, pero con los pies firmes en la tierra, porque esa tierra que pisas hoy, aquí y ahora, es al mismo tiempo tu presente y tu infinitud. Así de simple... Mira también en derredor:”Miren como las aves del cielo no siembran ni
cosechan... y el Padre celestial las alimenta”. “¡Miren como crecen los lirios del campo! No trabajan ni tejen”...ni Salomón con todo su lujo se puso un traje tan lindo”. “El Padre de ustedes sabe que necesitan todo eso”. “Busquen primero el Reino...y esas cosas vendrán por añadidura. Ni se preocupen por el día de mañana, pues el mañana se ocupará de sí mismo”: (Mateo 6, 26-28-34).
Pero recuerda también, que tú eres tú, y como el ave o la flor, tienes que cumplir con el fin humano a que has sido destinado. Porque, entre todos los seres de la Tierra que el Señor ha creado, para ti trajo “la luz del mundo... y la sal de la tierra”. Y a medida que se vaya cumpliendo tu destino, el equipaje será más liviano y una luz especial irá iluminando cada rinconcito de tu alma solitaria, lector amigo. Tengo que decir, como epílogo a este capítulo, que en el año 59, H. encontró quién le ayudó a llevar su valija. 40
41 Él, también tenía su propia valija, y para hacerla más liviana, ambos complementaron todas sus cosas en una sola. Y ¡oh milagro!, al hacerlo, las hojas grises que contenía, volaron; las semillas buenas empezaron a dar algunos frutos. Ya no hay ni dos ni una valija. Hay un jardín con árboles y pájaros; personas y niños. Es un jardín que quisiera extenderse por toda la tierra. Y no es difícil hacerlo. Basta sentirlo desde dentro. Muchas almas que tú ni conoces, esperan sentir ese clamor tuyo en su corazón, y ese clamor, se irá extendiendo, aquí y allá, alrededor del mundo. *
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15. MIS PADRES Cuando nos mudamos a esta sexta casa (la “del virrey”) en la que todavía vivo, sólo cruzamos la avenida. Así que, desde el balcón, puedo ver la fachada de la casa que dejamos. Allí quedó parte de mi niñez y mi adolescencia; me conecté con los grandes pensadores como Ingenieros y Ortega por primera vez, y allí también descubrí el encantamiento de la amistad, con Laura y con Cecilia. Aquí empecé y terminé mi carrera universitaria; desarrollé mi vida cultural, escribí los 8 cuadernos de mi diario íntimo -algunos de cuyos párrafos transcribo en este libro porque fueron parte muy importante de mi vida-. Al mudarnos, los muebles superaban el espacio del flamante departamento, así que al piano, lo vendió mi madre, ¡en la vereda! -no recuerdo cómo- y, al principio, al desplazarnos de un cuarto al otro, chocábamos con todos los muebles. Cuántos de estos estaban seguramente de más. Auque ahora no es así: los placares están colmados de cosas que uno no usa. Es nuestro propósito actual, hacernos con Alberto un espacio de tiempo y darles la salida que corresponde. ¡Cuántas veces guardamos cosas y cosas que nos atrapan en el tiempo y cuántas veces también amontonamos ideas, pensamientos, rencores, que acrecientan la soledad...! Irlas elaborando para darles formas positivas de crecimiento interior y exterior, limpiando el inconsciente de rencores y oscuridades, es una manera de abrir ventanas para que entre el sol. En esta casa desarrollé mi actividad docente como profesora en escuela secundaria de no sé cuántas materias, y, naturalmente de Psicología y Filosofía. Mi relación con las alumnas y alumnos, las derivaciones de los temas de enseñanza, me enriquecieron mucho, y 42
43 ahora veo también que las demás personas me dieron, asimismo, parte de lo suyo a favor del contacto con la vida, vencer dificultades, compartir estima y afecto, comprender... Las paredes y las habitaciones, fueron testigos mudos de esta parte de mi vida, en que salí de mi caparazón muy de a poco, para ser también actora y no sólo receptora; para tomar decisiones y enfrentar con gran fuerza interior, lo que al correr de los días iba a ir presentándose. Aquí me casé; fui madre por primera y segunda vez, y aquí disfruté de ser abuela de 5 felices nacimientos: 3 de Leila María y 2 de mi hija menor, María Sol. Aquí también sufrí la pérdida de mi padre, primero, y de mi madre, cinco años después. Pero la muerte tenía ya otro significado para mí. Mi espíritu podía trascender de otra manera, lo que no disminuyó el gran dolor y la infinita pena. Tanto mi padre, como mi madre, fueron columnas vertebrales en mi vida, y el amor que nos dieron, fue incondicional y profundo. Marcaron un haz de luz en nuestras vidas. Me refiero a mis hermanas y a mí, a nuestros esposos e hijos y nietos. Ellos fueron para nosotros puro corazón. El sentido del Bien, de la honestidad, de la sinceridad, del amor a la familia y el sentido religioso de la vida, fueron enseñanzas que quedaron muy prendidas en cada uno de nosotros. Fueron fuentes de bondad y amor. Cada uno de mis padres tenía su personalidad bien definida y su propio sentido de vida. Pero ¡con qué fuerza llevaron adelante tantas dificultades por las que pasaron! Mi padre era peruano, ingeniero de minas. Vino de Perú a trabajar en compañías extranjeras en el sur, en la Patagonia. Mi abuelo paterno enviudó dos veces, y con cada una de sus esposas, cumplió las bodas de plata. Mi padre era del segundo matrimonio. Él y otro hermano. Su hermana mayor, del primer matrimonio, porque tenía unos 19 años cuando él nació, lo quería como madre. Sus hijos, mis primos, lo llamaban “Papaíto”. Recuerdo dos tías, hermanas de mi padre a quienes nunca conocí personalmente. María (mamátía) e Irene, mi madrina. 43
44 Yo me escribía con Irene desde que aprendí a escribir. Más o menos en la época en que estaba en 1° superior, recibí carta de mi primo Ismael, hijo de María. Me anunciaba la muerte de mi madrina y me pedía se lo transmitiera a mi padre. No fue la única vez que tuve que ser triste mensajera ante mis padres, de la muerte de seres queridos. Mi madre poseía mucha bondad y generosidad en su corazón. Una sonrisa dulce, una gran simpatía y un fuerte temperamento afectivo. Era el alma de la familia; era la que tomaba las decisiones difíciles y la que tenía contacto íntimo con sus primas segundas y las amigas más antiguas de la familia. Sabía gozar de la vida cuando podía, y estaba en todo. ¡Cuánto lucharon mis padres para llevar adelante su hogar! Cada uno lo hizo a su manera. Mi padre tenía un carácter serio, introvertido, siempre con sus libros y papeles, pero era muy cariñoso con mi madre y con nosotras tres y siempre tenía sonrisas y bromas para nosotras con sus inolvidables pequeñas historias. No las puedo repetir, porque perderían el encanto que él le ponía. Pero recuerdo sus moralejas, las que salían al encuentro de alguna pequeña situación hogareña entre mis hermanas y yo. Empezaba a recitar, sin preámbulo previo, “árbol que crece torcido nunca su rama endereza, porque hace naturaleza, el vicio con que ha crecido. Niño, así tendrás advertido, que si malas costumbres adquieres, no podrás corregirlas, cuando corregirlas quieras”.
Seguro que la pelea se terminaba, porque nos quedábamos pensando qué querían decir esas palabras. O el de “favor, favor, que viene el lobo”, del pastorcito mentiroso que un día llegó el lobo y nadie le creyó. Yo se lo cuento a mis nietos. O de las palabras mágicas: “por favor”, que obtenían las cosas que no se podían conseguir. También recuerdo las veces que nos llevaba a una confitería a tomar el aperitivo -para nosotras sin alcohol-, con los 19 platitos. O cuando nos llevaba a la Costanera, a tomar cerveza con sándwiches de chorizo. Casi lo hacía a escondidas de mi madre, no recuerdo por qué. ¿Temor a la higiene del lugar? No sé. Lo que recuerdo es que a mi padre y a nosotras tres, nos encantaba. Mis padres cumplieron las bodas de oro. Ambos eran muy guapos y los años no parecían pasar para ellos, y se sentían jóvenes. 44
45 Yo creo que todo, todo lo vivido, fue por algo, aunque entonces no me diera cuenta. Como las fibras de un tejido, cada hecho va haciendo nuestra historia y si miras para atrás con los ojos interiores, verás que todo tuvo sentido. De mi niñez y de mi pasado, no cambiaría nada. Nunca tampoco quise volver atrás en los años, ni aún ahora, en que mi edad podría hacerme desearlo. Aún aquella vez que escribí en mi Diario que yo sentía no ser la hija que mi madre quisiera que fuera. Lo decía porque a mí me gustaban los libros y las amistades profundas. En cambio los vestidos y los hechos sociales, no eran tan importantes para mí. Pero fue un escribir fortuito, porque yo sabía que en realidad no era así. Nuestros padres nos quisieron a cada una de nosotras como en realidad éramos, y resultábamos para ellos, ¡padres al fin!, motivo de orgullo. Y nosotras los queríamos mucho y nunca los cuestionábamos, porque también tuvimos la gracia de recibir su ternura y su amor incondicional. Siempre pensábamos que la gente era toda buena, porque el mundo, para nosotras, era ideal. Alguna que otra cosa injusta, como cuando le robaron a mi padre varias hectáreas en Brandsen no sé cómo. Pero el rencor no anidaba en mi casa. Creo que el sentimiento religioso de ellos, era vivido de una manera muy cristiana, y los problemas existían, pero también de alguna manera, se resolvían. No había ambición ni había envidia. Las únicas cuestiones no resueltas, aunque sí en los últimos años lo fueron, eran los celos que había entre mi padre y la familia de mi madre. Mis tías en su mayoría no tenían hijos y enviudaron mucho antes que mi madre, así que ella era el paño de lágrimas para todas. Mis tías son también dignas de mención. Nos querían mucho. Mis tías mimaban más a mis hermanas cuando eran jóvenes, hasta que se casaron. Y como cada una tenía su preferencia, le sacaban la flor del escote del vestido largo de fiesta, a una, para ponérsela a la otra. Mis tíos me mimaron a mí, porque era a la que le gustaba estudiar. Primero, mi tío Rafael puso grandes ilusiones por aquella novela que escribí cuando cursaba el secundario y que se llamaba “El sentido de vivir”.
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46 Mi tío Osvaldo fue el que me siguió consintiendo mucho después, cuando era más grande. Gran discusión con él y con mi madre cuando dije que iba a entrar a la Facultad de Filosofía y Letras. A mi padre, le hubiera gustado una carrera como Abogacía o Química, pero para mí era Filosofía o nada. Y nada tampoco. Así que luché y entré a estudiar lo que yo quería. Fue mi primer paso hacia la libertad y el comienzo de una lenta madurez. Y también fueron años hermosos. ¿En qué época de tu vida, amiga hermana, empezaste a ser “tú misma”? Yo había escrito en mi Diario: “La vida, diferente para todos, es, en esencia, una y la misma: un ir siempre en busca de "algo". Aunque tema que no haya de lograr “aquello” para lo cual existo; deseo vivir dentro de la órbita de su búsqueda y salirme de ello lo menos posible. Quiero, por sobre todo, vencer mi propia debilidad e inconstancia para lograrlo. Y que los hechos resuelvan por mí lo mejor, cuando yo, confusa, no discierna lo que más conviene en este caso”.
Pero, de la casa en que todavía vivo, queda mucho por contar... Este fue el lugar donde mis sueños se convirtieron en realidad... Realicé mi carrera de filosofía y trabajé como profesora en varios colegios durante 27 años ininterrumpidos. Mientras, de niña-mujer pasé a esposa, a madre, a abuela... Y en este departamento, la “casa del Virrey”- comencé a escribir esta historia. *
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16. VISION DEL MAR Mi encuentro con el mar produjo una eclosión en mi espíritu. Su grandeza, fuerza, belleza y movimiento, siguió siempre ejerciendo su flujo y reflujo en mi alma solitaria. Suavizó sus huecos como lo hace con los frescos revoloteos de sus aguas transparentes en las hendiduras de las rocas. Su espuma blanca, su ir y venir, la suavidad del agua al retirarse de la playa, me transformaba y engrandecía. Creo que no tengo palabras para describirlo. Muchos años después tuve las vivencias de enfrentarme a las altas cumbres de la cordillera y a la belleza increíble de los bosques y de los lagos del sur. Y hace unos años, volví a enmudecer de emoción ante la inmensa masa de agua que se derramaba, incontenible, en las Cataratas del Iguazú, en medio de una prodigiosa y selvática vegetación. Mares, bosques, lagos, montañas y ríos; pájaros y animales, rocas y piedras preciosas, cielos y estrellas, iluminan mi alma como si pudiera percibir en cada una de ellas, la mirada de Dios. Y busco en el Génesis 1, 9-10. “Dijo Dios: júntense las aguas de debajo de los cielos en un solo lugar y aparezca el suelo seco”. “Dios llamó al suelo seco tierra y a la masa de agua 'mares'. Y vio Dios que todo era bueno”.
Me conmueven también las palabras de Yahvé preguntando a Job:
“¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? ¡Habla, si es que sabes tanto! ¿Sabes tú quién fijó sus dimensiones, o quién la midió con una cuerda? ¿Sobre qué están puestas sus bases o quién puso su piedra angular, mientras cantaban a coro las estrellas del alba y lo aclamaban todos los hijos de Dios? ¿Quién encerró con doble puerta el mar cuando salía borbotando del seno materno, cuando le puse una nube por vestido, y espesos nublados por pañales; cuando le fijé sus límites y le puse
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48 puertas y cerrojos diciendo: “Llegarás aquí y no pasarás, aquí se romperá el orgullo de tus olas?” (Job 38,4-11).
Mi primer contacto con el mar fue difícil y ansioso. A las 3 de la tarde, con 39 grados de temperatura, con pleno sol, siguiendo un largo sendero sin sombra de unos 1.500 metros... El mar no aparecía. Después del último médano vislumbré la playa, pero... el mar se había retirado unos 500 metros por la marea. Quedaban unas aguas vivas en la arena, que mejor no tocar. Pero, ¡no podía ser! Acalorada, sedienta, pero sin sentirlo, atravesé la playa, mas no llegaba nunca...y por fin pude tocar el agua y ver el mar. Era un mar tranquilo, con olas suaves y pequeñas, ¡pero era el mar!. A la noche deliraba en medio de una fiebre de 41 grados y cuando vino el médico le preguntaba con mucha naturalidad: -Doctor, ¿soy una o dos personas?... ¿soy una persona o un mono?-
Y el médico me miraba sin comprender y alguien le aclaró: -Está delirando-.
Ahora que escribo esto pienso si será eso lo que a través de los años me ha hecho soñar; que estoy en un lugar cercano al mar, pero que, por una u otra causa, por más que proyecto con alguien hacer un paseo y llegar a la playa, no lo puedo concretar. El año pasado dije a Alberto cuando íbamos a Mar del Plata: -Esta vez me voy a dedicar tanto a mirar al mar que voy a saciar esa sed de mi alma-. Y así lo hice.
Por mucho tiempo me sirvió. Más, espaciadamente, el sueño quiere volver. Y eso que tengo su imagen plena, sus densas aguas verdes chocando con las rocas; las olas encrespadas, una tras otra, sin cesar... y la arena suavizada por cada caricia de las aguas. Y ¡qué delicia, bañarse y sentirse empujada por las olas, juguetonas y peligrosas a la vez, que te hacen reír gozosa con su picardía y su frescura salada! Mar, océano, horizonte... el cielo es tu límite visual y en tu curvatura escondes, más que mundos nuevos, un misterio de infinitud. Las nubes rosadas, dibujadas y desdibujadas, leves y coloridas se hacen y deshacen sobre el fondo del cielo tan azul... 48
49 He caminado de jovencita sola desde Playa Grande a Bristol, descansando de vez en cuando, y tomando café en el camino. Oh, ¡cuánto disfruté del aire puro marino, salado; de las rocas, y de esa belleza que en cada lugar te regala, además, con una vista de casas y calles que bajan hacia el mar, o del espectáculo panorámico que muestran sus onduladas costas y también los dos niveles de las explanadas que permiten tener una plena visión del mar! ¡Cuántas cosas tenemos dentro, lector amigo, cuántos recuerdos bellos, cuántos paisajes, que no son álbumes de fotografías sino cosas vividas y sentidas, acogidas y acariciadas por nuestra solitaria alma! Busca en tu archivo... quizás, para ti, sea un campo o tu caballo, o el perrito que recogiste de la calle y que amaste tanto. Busca, busca... quizá aquella flor que alguna vez alguien, especial para ti, te la ofreció. Todos esos momentos no pasaron y se fueron. Están ahí, en tu corazón, y a pesar de tu sincera humildad, puedes estar contento y orgulloso de ellos. Busca... busca. Y buscando, acabo de encontrar otro hermoso recuerdo, ya que puedo ser, no la leona de dos mundos, pero sí Hebe, la de los dos océanos. Porque, como verán en el capítulo que sigue, la mitad de mi sangre es argentina y la mitad peruana, y pude tocar bien las aguas que bañan el otro lado de nuestro continente. Y dirán que me doy muchos diques, y es así. Porque tú, como yo, y cada uno de los miles de billones de seres humanos que han habitado y habitan este planeta, somos seres muy importantes. ¿Te das cuenta cómo te miras a ti misma y al mundo? Desde tu yo personal, tu vida aquí en la tierra es como si no tuviera fin. Tu sentimiento vital y de supervivencia, y todas esas cosas que has vivido hasta hoy te lo hacen sentir así; y eso, es verdadero y real. Ahora piensa: si todos somos importantes “creados a Su imagen y semejanza”, ¿cómo puede caber en nuestra pequeña cabecita la Realidad de Dios, creador de todos nosotros, sus criaturas? Y a propósito, en un libro del Padre Ignacio Larrañaga “Muéstrame tu Rostro”, encontré un párrafo que me conmovió. Dice: “Desde los días eternos me llevó en su corazón como quien acaricia un sueño dorado. Llegado el momento exacto de mi existencia biológica, mi Padre Dios, se instaló en el seno de mi madre (salmo 138) y con dedos delicados y sabiduría, fue
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50 tejiéndome cariñosamente, comenzando por las células más primitivas hasta la complejidad de mi cerebro. ¡Soy una maravilla de sus dedos!”.
La visión del mar, mi visión, me comunica con pensamientos infinitos y con la grandeza de Dios. ¿Qué es para ti el mar, alma solitaria?... Sumérgete en sus profundidades y muchas cosas, que ni sospechas, aparecerán, ¡sólo para ti! *
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17. EL IMPERIO DEL SOl La carta que recibí de mi primo Ismael, cuando murió en Lima mi madrina Irene, fue la primera de una serie de muy bellas cartas que él me enviara hasta su muerte, hace unos pocos años. ¡Qué lindas eran y cuánto sentimiento fraternal encerraban! Ismael fue de una personalidad admirable, centro de su familia, por sus muchos dones, sentido del deber y amor a los suyos y a su patria. Cumplió 50 años como Oficial Mayor del Congreso de su país y fue varias veces condecorado. Tenía el don de saber escribir y ahondar en los sentimientos humanos. Guardo sus cartas con orgullo y en su época, cuando estaba yo en el secundario, me daba mucho „corte‟ con ellas. Fue para mí un mentor a distancia y un admirador de mis ideas que las iba vertiendo carta por carta. Su hija, sus hermanas y toda la familia del Perú, estrecharon vínculos muy fuertes con nosotros. Creo que en particular esa comunicación no frecuente, pero sí constante, ayudó a amalgamarlas, junto con el amor que mi padre tuvo siempre para su patria y para su familia del Perú. Así que, cuando empezaron a venir a Buenos Aires mis primos, era como si nos conociéramos de toda la vida, y cuando nos despedíamos en el Aeropuerto, no podíamos contener las lágrimas. Nunca nada negativo, sólo amor, amistad, buenos recuerdos. La distancia no es nada, cuando el sentimiento firme existe. Recuerdo cuando fui a Lima con mi padre. En realidad todo sucedió como por arte de magia. Pero no era magia, era Providencia Divina. Ni pensábamos en viajar, cuando recibí del Perú una hermosa imagen de la Virgen María, bordada por unas monjitas que habían conocido de pequeño a mi padre, y que me enviaba de regalo mi prima Sarita, junto a una tarjetita suya que decía: “Que esta imagen te traigan a ti y a papaíto a Lima”.
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52 No había pasado un mes, y estábamos los dos, visitando a nuestra familia peruana. Lamentablemente mi querida tía limeña Mamátía, no estaba más en este mundo; sí, sus hijos, mis primos. Fue un viaje breve de tres días, pero tan intenso, que lo hizo inolvidable. Instantáneamente, había surgido la posibilidad de hacerlo. Mi padre no había vuelto a Lima desde que vino a la Argentina y se casó y radicó en este país. Guardó siempre gran amor por su patria, y era así que cada 28 de julio -el día de la Independencia del Perú- mis hermanas y yo, desde niñas, cuando despertábamos a la mañana, cantábamos en coro el Himno peruano: “Seamos libres, seámoslo siempre...” Sobre todo el recuerdo de su madre, doña Domitila, mi abuela, era para él motivo de intensa ternura. Falleció cuando mi padre, soltero, joven ingeniero, trabajaba en la Patagonia, a poco tiempo de venir a la Argentina. Tuvo un sueño en que la madre se despedía de él, y al día siguiente recibió la infausta noticia. Él mismo comentó que fue tan terrible e insoportable su dolor, que se dirigió al cine a ver una película. Su soledad tuvo que haber sido infinita. Lo primero que hicimos en Lima, fue visitar su tumba y no podré olvidar ese fresco de mármol, en que dos jóvenes arrodillados, rezaban. Mis ojos se humedecen y me estremezco al contarlo. Todo el afecto y atenciones que recibimos esos tres días, fueron increíbles. Mis primos nos tenían preparado una recepción para cada parte del día en la casa de cada uno de ellos y sus familias. Era así, que almorzábamos en una casa y dormíamos la siesta; tomábamos el té en otra y cenábamos en la de otros primos. Nos hicieron la despedida en una famosa boite de Lima, donde bailé con cada uno de mis primos y primos políticos. Sus esposas eran dulces y cariñosas con nosotros y parecía que participaban del orgullo familiar, tejido en el tiempo y la distancia. Lima es una ciudad hermosísima con desniveles y cercana al mar. Hicimos una visita al puerto de Ancón. Era un 31 de octubre, y yo llevaba el secreto deseo de tocar las aguas del Pacífico. Pero, hete aquí, que al llegar, nos encontramos con una delegación del Intendente, conocido de Ismael, y nos sumamos a ellos. Caminamos toda la comitiva por la playa y nos encontramos con un busto de San Martín; 52
53 cantamos el Himno peruano y el Himno argentino junto con un grupo de alumnos con sus delantales blancos. ¿Fue casualidad que ese día se conmemorara la llegada de San Martín al puerto de Ancón? Caminando por la playa con el grupo, mi prima Sarita me echó una cariñosa mirada cómplice en dirección al mar, y me dijo despacito: -Date el gusto-.
Y yo, ni corta ni perezosa, me saqué las sandalias, recogí algo las polleras, corrí hacia el mar y mojé mis pies en el Pacífico. ¡Qué suave roce el del agua fría sobre los pies! Fue como mi bautismo en el océano de mi segunda patria. Es así que heredé de mis ancestros, los incas, el influjo del sol sobre mi piel, como si el sol fuera capaz de iluminar también todo mi ser, y limpiar todas las oscuridades de mi alma. Amo al sol y soy una persona optimista. El verde de la naturaleza también ha complacido mi ánimo y contagiado su vigor. Y, cuando cansada, volvía en colectivo de mis viajes como profesora de un colegio alejado, en la ciudad, mis ojos se levantaban sobre los negocios, carteles y movimiento frenético de las calles, para buscar la copa de los árboles; y la armonía y la paz me envolvían, entonces... No pude visitar los museos, pero sí algunas iglesias, con altares impresionantes. Entonces Martín de Porres era todavía beato y no santo como lo es ahora, y me llamó la atención ver la hermosa imagen de Santa Rosa de Lima, en tamaño grande y la de Porres, pequeña. Pienso que se habrán igualado ya, los tamaños. El Congreso da a una plaza hermosa. Alrededor de ella, los edificios, muchos de ellos oficiales, tienen el mismo estilo de la colonia, con balcones de madera semejantes, y dan un efecto bellísimo. Pude visitar el Congreso en ese momento y después cruzar la calle y conocer el edificio, que en otra época era el de la Inquisición. El techo, maravilloso, quiso ser comprado por otro país, y naturalmente Lima lo conservó como su acervo cultural. Claro que su belleza no impide el estremecerse ante lo que ese techo habría presenciado. Se decía que las personas eran ¡empotradas vivas en sus anchísimos muros!... ¿Pudo suceder algo así? Hay también una puerta con un orificio donde el 53
54 condenado veía su sentencia a morir o no, según el movimiento de la cabeza de un Cristo que se balanceaba en forma afirmativa o negativa. ¿Es posible que el ser humano utilice el símbolo de la Inocencia y del Amor, para cometer semejantes aberraciones? Sabemos por la triste historia del mundo, cómo la maldad y la corrupción es capaz de semejantes crímenes. Es cuando más cuesta ser cristianos y poder decir: “¡Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen!”, y recordar que Jesús vino, no para los justos, sino para ayudar a los pecadores. ¡Dios mío! Otra anécdota que recuerdo de ese viaje, fue cuando mis primas lo ayudaban a bajar las escaleras a mi padre y con mucho cariño le decían: -¡Cuidado, papatío!-
Y ahí me di cuenta de la edad de mi padre, y que, en casa -como él era fuerte y bien dispuesto para todo- era el que bajaba las valijas por las escaleras, si no funcionaba el ascensor, y me dije para mí: “¡Qué mal lo tratamos en Buenos Aires!” Pero mi padre era así de fuerte que te hacía olvidar su edad. Costó hacerle entender que se bañara en invierno con agua caliente. Y cuando en la Patagonia dormía en carpa, él sacaba el catre para hacerlo al aire libre. Quizá heredé también esa necesidad de respirar aire fuera de ambientes cerrados. ¡Pero no de dormir a la intemperie, ni en carpa!. En otra ocasión, caminando por las calles de Lima, pasamos por el río Rimac, que la atraviesa. Tenía poco cauce de agua: entonces se veían las piedras en el fondo, como he visto algunos ríos en la provincia de Mendoza. Sarita me lo señalaba orgullosa al cruzar el puente y mi padre le dijo: -No le digas que en la Argentina tienen el Río de la Plata-.
A mí no se me había ocurrido compararlo. Pero entonces, sí, me di cuenta de la anchura de nuestro río, que si no fuera por su color, muchas veces parecería el mar, al mirar el horizonte. ¡Cómo las cosas se ocultan a nuestros ojos, que en ocasiones no vemos lo que está patente a nuestras percepciones, predominando nuestros estados subjetivos! El río y la costanera siempre estuvieron ahí, desde mi niñez, y me gustaba verlo, pero para mí era el río y no el mar. Sin embargo, varios años antes, había tenido una experiencia en 54
55 el Río de la Plata, viajando en un cormorán desde la isla Martín García, que pudo mostrarme su bravura y sentirme muy pequeña, en medio de una tempestad. Mi cuñado y hermana Yudi, con mi primer sobrinito de un año, estaban allí, y los habíamos visitado por unos días. Y yo tenía que volver a Buenos Aires para inscribirme en la Facultad de Filosofía. Cuando teníamos que volver, amaneció ese día, tormentoso. En el muelle, el barco se movía con la fuerza del viento, y los marineros, con sus capotes y sombreros amarillos, maniobraban febrilmente anticipando la salida. Mi cuñado nos previno: -No les aconsejo que viajen-.
Pero yo dije que tenía que hacerlo. Mi padre afirmó que me acompañaría. Mi madre, dramática, exclamó: -Yo también voy; si tenemos que morir, lo haremos juntos los tres-.
En fin, nos embarcamos, y menos mal que no estábamos abajo en los camarotes, sino en la cabina del capitán. Era pequeña, pero cabíamos 14 personas. Abajo fue peor: los chicos lloraban, los objetos se caían por el movimiento. En mitad del viaje, el temporal empeoró y los oleajes aumentaron. Los ojos de todos estaban fijos en el capitán; confiábamos en su pericia, y él, con su cara al viento, con la ventanilla abierta, oteaba el horizonte con las manos firmes en el timón. En realidad no se veía el horizonte; nada distinguía el gris oscuro del cielo, del agua, con el mismo color. Una muy débil línea los separaba. Y, de pronto, el capitán decidió virar y una ola enorme tumbó el barco y veíamos la débil línea en diagonal en el marco de la ventana del barco, que se inclinaba hacia la derecha cada vez más. Hubo unos segundos de silencio profundo. Nadie sabía si eran los últimos. Los ojos de todos estaban puestos en el capitán. Cuando ya parecía que el barco no volvería a su posición, se volcó para el lado contrario una y otra vez y logró la posición normal. Me pude inscribir en la Facultad. El sol volvió a salir para todos, después de esa tormenta inolvidable en la que yo viví la experiencia de un naufragio, que por suerte no llegó a ser. Pero, alma amiga, recuerda que después de los peores momentos de angustia y de soledad, la vida grata vuelve para nosotros otra vez, 55
56 de alguna manera. La tierra gira y el día está nublado, o hay tormenta, pero si no hoy, mañana o en días más, saldrá el sol. Volviendo a este breve y hermoso viaje al Perú transcribo, como corolario, parte de la cariñosa carta de mi primo Ismael, recibida poco después. Dice así: “Tu carta me invita a tratar de aproximarme a las fluidas parrafadas tuyas que surgieron bullentes de tu privilegiada cabecita morena para traernos amable y sin embargo triste deleite. Amable, porque aún vivimos la graciosa alegría de una fugaz visita que tuvo para todos nosotros inquietud de recuerdo, calor de hogar, sensación de sorpresa que se volcaba en hechos que no parecían verosímiles. La visita de Papatío, como la tuya, siendo en realidad la misma, nos hizo vivir un ayer alegre, sencillo, fácil y lleno de añorante ternura en verdad concretada en una original persona, ciertamente singular, único sobreviviente de nuestros mayores, que nos brindaba la dicha de personificar a todos en hechos y pasajes, memorias y sucesos en que solo podía prenderse el recuerdo de seres adorables que no veremos más. Toda esa gama; todo este compás maravilloso, toda esta verdad imponderable tuvo la visita de Papatío que se compendiaba en su proverbial delicadeza exhibiendo las virtudes magníficas de quienes, como él, seguirán siendo ejemplo y guía; paz que yo envidio y luz que aún ilumina el sendero que recorro. No habíamos comenzado a gozar con ustedes cuando ya tuvimos que acongojarnos con su ausencia. Y así, cuando ustedes tuvieron que dejarnos, aún no nos dábamos cuenta de que casi no habíamos llegado a conversar sobre lo mucho que teníamos que decirnos. Y, tú, primita, culminaste la nota. Tu euforia fácil, tu reír alegre y tu inteligencia clara, nos dejó felices y nos tornó orgullosos porque vimos en ti aquello que ya vemos tan nuestro por ser tú de quién eres. Y es así como la presencia de ustedes en Lima tuvo todo el perfil de una exacta paradoja. Fue gratísima, y, al serlo, no dejó de ser triste: jalón preciso de vida plena: risas y lágrimas. Y dime: ¿te gustó el frescor de la playa anconeña? Sencillo episodio. Tu natural se reflejaba con expresiones ingenuas que no podremos olvidar. Eras tú, que querías sentir la frescura plácida de nuestro mar Pacífico. Ismael.”
Y 13 años después, falleció mi padre y su carta refleja también todo el amor que mi primo sentía por él. “¿Papatío muerto? ¿Será posible? Su vida, dotada de los totales atributos de la virtud y del bien, se me hubiera ocurrido eterna si, con pesimismo que no habrá nada que me quite de encima, no llegara a pensar en que hubiera sido necesario viajar a Buenos Aires para beber cuanto antes, en la fuente de su optimismo, en su realismo resignado y perfecto y en su fe, en aquella fe profunda que fuera norma invariable de su vida y en la que hubo de fecundar su obra de sembrador iluminado y fácil que no conoció el dolor como castigo sino como camino hacia la perfección si ella es capaz de ser conseguida en un Mundo que se me antoja siempre amargo como la mueca del dolor. Viajar a
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57 Buenos Aires, digo, porque quería alcanzarlo y escuchar su voz apostólica, su palabra consoladora y suave pero firme por la potencia de su inconmovible credo en la verdad cristiana; porque tenía sed de vivir su consejo sin mayores palabras que alentara mi fe, flaca y esquiva, y que simulara mi deseo de vivir para dar, también, si lograra conseguir su fortuna, todo lo que estuviera a mi alcance a todos aquellos seres que quise y quiero con entrañable, con íntimo, con eterno y con muy hondo afecto. Ismael”.
¿Y, estas palabras, no te dicen, amigo lector, que Ismael también formaba parte del “club” de las almas solitarias? Muchos párrafos de sus cartas lo sugieren, pero se percibe además, que una luz recóndita le daba una ráfaga de esperanza a su inquieta incertidumbre espiritual. Y... ahora ya no es “un alma solitaria”, porque con todo el caudal de amor que dio en su vida, gozará con sus seres tan queridos, de esa Paz eterna y de la sabiduría infinita... *
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Villa Carlos Paz – Lago San Roque
18. DESCANSO Hago un alto en el tiempo de mis recuerdos para ubicarme en un aquí y ahora. Un corto viaje a Carlos Paz, provincia de Córdoba. Es éste un llamado de la naturaleza y de la tranquilidad, que nos saca de las obligaciones cotidianas. Mientras el micro recorre de noche, en medio de copiosa lluvia, los setecientos y pico de kilómetros que separa Buenos Aires de las sierras, una promesa de belleza y paz late en mi corazón y una y otra vez vienen a mi mente las palabras: “Córdoba de mis recuerdos, Córdoba de mis recuerdos...” de Arturo Capdevila. ¡Qué descanso para el alma esas sierras verdes, el lago, los diques, los caminos serpenteados...! Apartarse de la rutina diaria para volver renovados y bien dispuestos a continuarla. Tareas y problemas a resolver todos los días, que, sin embargo, están atados a los afectos y que te hacen sentir vivo. Con un pequeño viaje tenés más espacio para tu vitalidad interior, para expandir tu pensamiento y para irte todavía más allá, a reflexiones más profundas, como si te contagiaras de esa esencialidad conque la Naturaleza te muestra la obra de Dios. ¿No sientes alma amiga, tú también, ese desprendimiento y esa infinitud, cuando partes para unas vacaciones? Hoy -aquí cerca del lago San Roque- y asombrándome en todo momento mientras veo unas sierras por la ventana del cuarto de mi hotel, pienso en toda mi vida, y pienso que fue buena. Visto, en 58
59 perspectiva, lo malo no fue tanto, y lo bueno fue mejor de lo que parecía, ¿no... ? Hay cosas que suceden, que es como si nos pusieran contra un paredón para fusilarnos; picos existenciales que nunca creíste poder llegar a afrontar. Pero, los tienes ahí, delante de ti, y no tienes más remedio que armarte de coraje. Y, sin saber cómo, ¡los resolviste! ¿Es mucho? ¿No nos dieron al nacer grandes facultades, inteligencia, memoria, imaginación, voluntad de decisión, incentivos profundos y un fuerte sentido de supervivencia? Y como si esto fuera poco, dos grandes potencialidades capaces de transformar al mundo: la capacidad de crear y la capacidad de amar. ¡Caramba!, ¿no es poco, no? Y todo esto que digo, ¿no se da acaso en ti y en mí? ¿No es acaso un signo que nos une? ¿Qué piensas tú? Mira dentro de ti y escucha, escucha... Eres bebé, un niño, eres joven, eres un hombre o mujer de edad madura. Eres todas las edades juntas y cada una de ellas al mismo tiempo. Eres tú, y yo soy yo. Seres humanos débiles y fuertes; tristes y alegres; confusos y decididos...pero sea como seamos, algo late fuerte en nuestro corazón: tic-tac, tic-tac. ¿Escuchas esos reclamos? Tic-tac... ¿Qué dicen, qué demandan? Tic-tac, tic-tac... siguen y siguen y no paran nunca... hasta el tramo final. ¡Qué fuente tan grande de poder! ¡Qué instancia humana superior la anima que no para nunca. Tic-tac, tic-tac... ¿Tú sabes bien cuál es ese latido, cuál es su fuerza? Es una música constante. Puede expresarse en diferentes tonos o melodías, pero ahí está. ¿Cuál es tu propia música interior? ¿Has afinado el oído para escucharla? Y si la sintonizas en toda su intensidad, ¿cuál es, entonces, tu respuesta? ¿Piensas que no depende de ti...? ¿Qué haces cada día por ella? ¿Cómo crece la planta si no la riegas...? Y eso que la planta depende de ti o de las lluvias que les prodiga el buen Dios... ¿Cómo respondes a ese clamor universal?... Es una palabra que no me atrevo a pronunciar... y es tan breve ¡y tanto significa! 59
60 Ha sido muy desgastada, muy maltratada en su verdadero significado. Pero, despuĂŠs de todo, ÂĄtiene tanta luz, que la limpia de toda impureza! *
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19. ¿CUÁNTO AMAS TÚ, ALMA HERMANA? Dice Goethe: “Cuando amamos a un ser profundamente, los demás seres nos parecen todos amables”.
Quizás vayas descubriéndolo de a poco, amigo mío; detrás de cada desilusión o desengaño hay un escalón de subida, y otro escalón, y otro escalón. “Hay que aprender a amar” decía Reine María Rilke. “El amor es un largo aprendizaje”... y así es como lo expresa en su libro “Cartas a un
joven poeta”:
“También es bueno amar, porque el amor es difícil. Tener amor un ser humano por otro: esto es quizá lo más difícil que nos ha sido encomendado; es lo supremo, la última prueba y examen, el trabajo ante el cual todos los otros trabajos no son más que preparación. Es por eso que los jóvenes, novicios en todo, no dominan el amor: tienen que aprenderlo. Con todo el ser, con todas las fuerzas concentradas en torno a su corazón palpitante, solitario, ansioso, desbordante, tienen que aprender a amar. Pero el período de aprendizaje es un largo período de clausura, y así, para que el que ama, amar es por mucho tiempo y a lo largo de la vida interior: soledad, acrecentado y ahondado aislamiento. Amar no es nada que signifique consumirse, entregarse y unirse a otro (pues ¿qué sería una unión entre seres imprecisos, rudimentarios, todavía caóticos?); es en el individuo, un sublime pretexto para madurar, para convertirse en algo, en mundo, un mundo para sí por amor a otro; es en él una grande e inmodesta exigencia, algo que lo elige y lo llama al infinito”.
Y te agrego otras citas profundas sobre este sentimiento especial para el ser humano. Piensa el filósofo existencialista Martín Heidegger que “en el estado de felicidad desaparecen la pesantez de la responsabilidad y la dureza de la decisión, juntamente con las categorías de la temporalidad”. La madre que se levanta a media noche para atender a su hijito que llora, regresa feliz de dejarlo tranquilo y bien. Y San Pablo en Corintios 13 describe el amor de una manera sublime: “Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y
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62 entregara mi cuerpo, a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. //El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo perdona, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás.// En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas, es el amor”.
Puedo hablar del amor de pareja, de hijas, del amor de hermana, de madre, de abuela, del amor de la amistad... Mucho amor jalonan nuestros días... Pero hay un amor que he descubierto que tenía, hace pocos años. Lo sentía, pero no lo percibía, hasta que otras personas más adelantadas en esto, me ayudaron a descubrirlo: el amor a las personas que conozco y a las que no conozco, a los buenos y a los malos; el amor a mi hermano. ¿Sabes cuánto, cuánto te amo alma hermana? Estés en el otro lado del mundo, en el polo, en la selva, en el hospital o en la cárcel, no hay puertas ni distancia que no traspase el pensamiento. Si tú amas sólo a tu pareja o a tu hijo y a nadie más, yo te digo: 1° no te amas a ti mismo. 2° les estás dando un amor muy pobre. 3° ¿Cuánto de miedo, cuánto de celos, cuánto de posesión, quizás encierra? Y ¿cuánta soledad estás amalgamando en tu alma? El amor es incondicional. No conoce de sentimientos falsos. Es todo luz, no conoce la oscuridad. Por eso amor es felicidad. Está en nosotros discernir los errores que cometemos muchas veces inconscientemente, y que nos hacen sentir mal y nos meten en un hueco de soledad y angustia. Tenemos todos los recursos para hacerlo. Sólo tenemos que mirar dentro y escuchar con honestidad. Distinguir el amor generoso del amor egoísta. Saber que hay mucha gente que necesita amor. Empezando por nosotros mismos. Si nos amamos vamos a limpiar nuestra „casa interior‟, sacar hilachas, celos, rencores, indiferencia, egoísmo... Fíjate, que cuando con tu amor has arrancado una sonrisa de un enfermo dolorido, esa sonrisa ilumina tu alma. Eres capaz, amigo, eres 62
63 bueno, fuerte, generoso, y tienes un gran potencial de amor, si no, no sentirías en medio del bullicio y de la gente, esa gran, inmensa soledad. Date a los demás, date a ti mismo. Te sentirás cada día mejor y mejor. Y tu alma solitaria... irá poco a poco, dejando de serlo. Las sierras de Córdoba, su naturaleza prodigiosa, el lago San Roque con su profundo color azul y ese “no hacer nada”, de unas pequeñas vacaciones, extrajeron esos pensamientos de mi corazón. *
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20 MI PASO POR LA UNIVERSIDAD La Universidad posee algo especial: misterio, conocimientos, „un no se qué‟, tras el cual vas sin saber cómo. Aunque elijas la carrera por vocación, es un inquieto avanzar en una profundidad de saber que parece no tener fin. Y te lo digo, porque aún cuando increíblemente hayas logrado graduarte, la cosa viene después. Te enfrentas a la vida y a las personas que tendrás delante para resolver situaciones nuevas, cualesquiera haya sido la carrera elegida, al empezar a ejercerla. Y no te puedes equivocar. Algunos dicen que después de recibido, recién estás en condiciones de aprender. Y es cierto; la Facultad no te lo da todo porque no puede abarcar en los años de estudio, todos los conocimientos que deberías tener. Eso sí, es un ambiente diferente. Gozas de cierta libertad y de más responsabilidad. Conoces jóvenes muy inteligentes y de muy diferentes ideologías. Pero entonces, no importaba, eran tus compañeros y estaban ahí, porque también ellos llevaban dentro “el ascua sagrada de un ideal”. No se necesitaba de un preceptor, ni quién cuidase la disciplina (me refiero a la conducta). No se te ocurría hacerte el gracioso en una clase. El profesor sabía demasiado y uno se empeñaba en entender. Estudié Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Esta casa de estudios comprendía Filosofía, Letras e Historia; además, Pedagogía, más corta, que no incluía Lenguas Clásicas. Egresé en 1951 y años después comenzaron a fundarse Universidades particulares, y Humanidades se desdobló en Psicología, Sociología y Antropología, además de las que ya había. En primer año, que era común a las 3 carreras, teníamos Introducciones a Filosofía, a Letras y a Historia; y Latín I y Griego I. 64
65 Se dictaban en el aula Magna. En segundo año, se separaban las 3 carreras y seguías la que habías elegido. Rindo tributo a aquellos excelentes profesores de primer año: Coriolano Alberini (Filosofía) que entraba con sus muletas al aula. Decía que si uno leía filosofía una vez, y no entendía, volviera a hacerlo si era necesario, siete veces. Y así era. Sus bromas eran: “la filosofía es la ciencia con la cual por lo cual y sin la cual te quedas tal cual”, o, “si estudias de memoria, sin entender, es como meterse un bife en el estómago sin digerirlo”. Así rompía la seriedad de las dificultades. En Letras, Ángel
Batistessa, a quien seguías por vida después de recibirte porque sus conocimientos y poesía le hicieron un lugar en nuestra cultura. En Historia, el Dr.Carvia te hacía ponerte verticalmente en el pasado, en busca de la autenticidad y veracidad de los documentos históricos. Sin embargo parece que no lo hice del todo bien porque, para aprobar la materia, “la sufrí”. Recuerdo que estudiaba esa materia con mi querida amiga del alma Laura, que, con su sentido de humor, hacía dibujitos alegóricos a los temas que íbamos sintetizando en un hermoso cuaderno de tapas duras con papel especial, comprado en una gran librería de la calle San Martín. -Podías imaginarte un cuaderno y encontrarlo allí-, decía Laura.
Uno de los temas de Historia, era Salustio. Los apuntes decían que era el “broche de oro del siglo de César”, y a su lado el prolijo dibujito de un broche amarillo dorado, lo representaba muy bien. La manera de describir hechos horribles de la historia, lo mostraba como a un pozo de víboras; a raíz de que mientras Suetonio “metía sus brazos en un pozo de víboras”, en cambio Salustio “sólo los señalaba sin mezclarse”. Con todo esto, no te lo olvidabas más. ¡Ah, Laura, cómo nos divertíamos también en medio del cansancio! ¡Qué buenos momentos! Qué importó que en el día del examen fuera a repetir “como un loro” lo de Salustio. Evocarlo me enternece. Ahí sentada en el estrado de alfombra roja, me sentía chiquitita en unas de las altas sillas labradas en que te sentabas cuando estabas “en capilla”. Allí recordé que se comentaba que a Carvia le gustaba que uno fuera fiel a sus enseñanzas en clase, y un 65
66 libro grueso de apuntes las contenía. Aparte, se complementaban con los libros de la extensa bibliografía. Ya, sentada frente a la gran mesa examinadora, cuando llegó el tema de Salustio, los dibujitos del cuaderno vinieron a mi memoria y, muy suelta de cuerpo, en medio del examen dije: -Salustio era el broche de oro del siglo de César-.
. El profesor, enojado, con un golpe sobre la mesa, exclamó: -¡Qué broche de oro, de plata o de vil metal!-.
¡Zas!, mi cuerpo se encogió un poco... ¿y qué pasaría con la bibliografía? Uno que otro libro me había quedado sin leer del todo. Una última pregunta llegó, lejanamente, a mis oídos. -¿Qué le pareció el discurso de César en el libro de Salustio?-
Rebobiné rápido. No me podía acordar de haberlo visto en el libro. Pero cómo iba a ser, si era tan gran orador. Respondí con ligereza: -¡Ah, muy bueno!-.
La voz del profesor Carvia se dejó oír muy suavemente: -Justamente, llama la atención que no estuviera en ese libro el discurso de César”-.
Sentí, entonces, que me deslizaba del asiento. De ahí en más, no recuerdo ni siquiera cómo fue el examen, cuando lo aprobé meses después por segunda vez. Esas anécdotas son vivencias que amenizan, pasados los años, el paso por la Universidad. En segundo año, Filosofía antigua, la dictaba el Dr. Tomás Casares; de cabello gris, anteojos, muy serio miraba la hora de un reloj de bolsillo sostenido sobre su escritorio, mientras nos hablaba del mundo sensible y el mundo inteligible de Platón... Desde tu asiento te imaginabas cosas inasibles que jamás podrías llegar a entender. Para muchos estudiantes de esa carrera, fue el libro de García Morente “Lecciones de filosofía”, el preludio para entrar el mundo maravilloso de Platón y de Aristóteles. Estudiarlo y hacer fichas fue hermoso. Después entendías los apuntes y la luz se hacía en tu mente mientras gozabas de la esencia del saber. Las paredes de color crema del edificio de la calle Viamonte, fue mi otro hogar durante varios años. Los cortes de cerebro en “biología” 66
67 con el Profesor Cristofredo Yakob. Los dibujos “en serio” de las carpetas de esa materia que te llevaban a otros bibliotecas, son parte de mis recuerdos. Con Psicología, buscábamos algo más y seguíamos clases de Derecho con el Dr. Gonzalo Bosch, que nos llevó al Hospicio de Alienados. Entramos un día gris con inquieta expectativa y salimos de allí, preguntándonos si lo normal estaba fuera de esas rejas del edificio. Los enfermos al morir salían, pero sus cerebros (y otras entrañas) eran estudiados para el reconocimiento de su enfermedad. Veíamos los cerebros en grandes recipientes de vidrio, unos tras otros, y el diagnóstico de los cortes “cerebro en coliflor”, y otros, me impresionaron mucho. La mayoría producidos por alcoholismo o sífilis. El doctor Yakob tenía en el Hospital de Alienados, un pequeño museo de cerebros y no olvidaré el quiste hidatídico en algunos de ellos, producidos por parásitos de perros. Yo, que amaba, acariciaba y besaba a estos queridos animalitos, tuve una experiencia tan fuerte, que los seguí amando y acariciando, pero después me lavaba las manos. Con el Dr. Carlos Astrada, llegamos de lleno a la Metafísica en 5° año. Estudiando con dos compañeras, un día, después de varias horas, las vi pálidas, ojerosas, lánguidas, y les pregunté si yo tenía la misma cara de ellas. Lolita y Perla, si llegan a leer esto, ¿lo recuerdan? ¡Qué buenos tiempos! La universidad tiene esas cosas... ¡un algo muy especial! Para entrar a estudiar esa carrera, tuve una especie de „match psicológico‟ con mi familia. Para mi madre, ya tenía yo el título de Maestra Normal y le parecía que era suficiente. A mi padre, que era Ingeniero, le hubiera gustado Derecho o Química o cualquier otra no tan misteriosa o indefinida como Filosofía. Mis tíos se preocuparon mucho, pero para mí era Filosofía o nada. Y tampoco nada. Cuando estaba en primer año, durante una semana vacilé y los miedos, o no sé qué, me hicieron dejar los estudios. Duró una semana. Nunca me habían parecido tan interesantes los verbos griegos. Laura muy triste, no me había dicho nada. 67
68 Almorzando con mis padres, de golpe me eché a llorar, yo que nunca lo “hacía en público”. Ellos, afligidos, dijeron: -Mira, querida hijita, si esa es tu vocación, no la abandones, no sea que un día pienses que no la seguiste por nosotros.
La verdad, ellos no eran la causa, ya que mis conflictos internos eran solo responsabilidad mía. Pero así fueron ellos de buenos y cariñosos. Y, para qué decir; con Laura lo festejamos tomando un rico té en esas confiterías suizas que tanto nos gustaban. Nunca con Laura nos sentimos tan unidas, como esa tarde. Cuando llegué a tercer año, Griego y Latín se pusieron bravísimos. Se experimentaba un nuevo método de estudio y de examen escrito con textos que veías por primera vez. Si aprobabas, pasabas a dar el oral. El asunto fue que la prueba escrita duraba 3 horas a la mañana traducir del griego al castellano, y a la tarde, del castellano al griego, otro escrito. Cómo sería de difícil que podías tener los diccionarios que quisieras. Fue así que estuve practicando con libros que te daban también el resultado para ver si coincidía, durante todo el año con una compañera en casa. Hubo estudiantes que tomaron profesores particulares. Estaba por la tarde en el silencio del aula gastando al máximo mis células grises, cuando miro hacia una de las puertas del salón, y la veo a mi madre, en el pasillo, con una tía; miro hacia la otra puerta y estaba mi padre. La coincidencia fue casual; ninguno de los dos había manifestado su preocupación por mí, antes del encuentro. Y esto fue para mí, inolvidable. Por primera vez, mis padres pisaron esa Casa de estudios y con su silencio manifestaron cuánto amor me tenían y cómo me habían visto estudiar tanto sin decir nada. Aprobé y también el oral. Con Latín pasó algo particular. Cuando a los días de haber dado el escrito ibas a ver el resultado, leían una lista: la de los aprobados. Los aplazados no eran nombrados, ¿por gentileza? Cuando dan los apellidos, el mío no lo nombran y sí el de una compañera que me había comentado en la puerta, de algunos errores que había cometido, lo que no me ocurrió a mí. Además te dabas cuenta por el contenido y sentido de la traducción, cómo te había ido. En fin, yo era muy tímida y me 68
69 quedé pasmada, pero una fuerza interior de defensa me lleva a preguntar al que leía la lista, si mi apellido no estaba. -Ah, -dice- se me pasó, perdone.
Bueno, mi alegría fue tal que rendí el oral, un rato después, con gran soltura, y una compañera me dice: ¡Cómo te admiro, que bien sabes dar examen!-.
Y no era eso común en mí. La gran alegría después del gran susto, levantó mi ánimo, me hizo sentir tan feliz, que ninguna inhibición iba a detenerme. Yo te digo, amigo del alma: busca siempre el aliento perdido. Muchas veces tenemos circunstancias o estados de ánimo que nos perturban o nos deprimen. Pues... ¡no te quedes ahí! Busca la forma de salir de eso. Una lectura, hablar con alguna persona amiga en quien confías, ir al cine... en fin, hay muchos recursos. No te quedes ahí. Sal a caminar, quizá mirar los árboles, te ayuden o el movimiento de personas en la calle que, activas o no, van como tú recorriendo el mundo. Muchos recuerdos se agolpan. En 4° año, yendo a rendir latín, el miedo se apoderó de mí como una garra. Estaba ya cerca de la entrada del edificio. Me volví unos pasos atrás y entré a un bar donde siempre íbamos los alumnos. Era el bar Florida de la calle Viamonte. Lo llamaban entonces el “bar de los existencialistas”. Para los que estudiábamos en serio, sólo el bar más cercano. Le dije al mozo: -Deme algo para quitar el miedo a rendir un examen-.
Me miró amistosamente y dijo: -Whisky es muy caro, ginebra-.
Y me lo trajo. Con valor tomé un trago, tenía gusto a kerosén; un segundo bastó y fui muy resuelta a rendir. -¿Qué bolilla elige?- me dice el profesor. Le respondí: -Cualquiera-.
Replica sonriente: -¿Tiramos la moneda?-.
Y saqué una muy buena calificación. ¿Qué tal? ¿Ustedes creen que fue la ginebra? No, por Dios. Sucedió que saqué afuera mi miedo y el mozo, buen amigo de los estudiantes, con su comprensión, me ayudó. 69
70 En 5° año ya no había latín ni griego, pero las disciplinas eran tremendas. Ética, ¡para qué te digo! Los ojos verdes, como globos enormes, que te inquirían, eran casi amenazadores y uno se sentía un mosquito ante ellos. Pero aprobé. Todos esos recuerdos y los momentos que pasaste con tus compañeros: amor por tu carrera, estudios, esfuerzos, recreos con te, alegrías al aprobar; en fin, muchas cosas. Timideces y crecimientos, un qué hacer definido, sin dudas, volver a levantarse tras un traspié. Coraje y temor... todo eso queda en tu corazón. Quizá “compartir” sea la palabra clave, alma solitaria... Cuando alguien, otro ser humano, también se emocione y sienta como tú lo haces, con sus propias cosas, llenas ese hueco que crees padecer y que desaparece como si de pronto lo iluminara el sol. Rememora, amigo, algo bueno de tu vida pasada, como si lo estuvieres viviendo ahora y sentirás que, a la perspectiva de los años, muchas cosas pueden surgir. ¿Fue tu primera muñeca, o un barrilete o el abrazo de un ser querido...? Hay tantas cosas rescatables en el desván de los recuerdos... Pero no te quedes ahí. ¡Sigue adelante! Porque la rueda gira sin fin y en cada pequeño sendero, algo lindo te espera. Una flor, un ancho río, un encuentro con alguien... o un reencuentro contigo mismo. A mí muchas cosas más hermosas me fueron sucediendo a lo largo de mis muchos años y te lo sigo contando... mi buen y paciente lector, que eres parte de estas páginas y que las enriqueces cada vez con tus propias motivaciones y pensamientos. Sólo eso, me lleva a escribir. No lo que cuento, sino que te lo cuento a ti; me explayo esperando tu recepción, como en una mesa de café. Que tus palabras y sentimientos suspendidos en el tiempo futuro, son sólo tuyos y se confundirán con los míos en una infinita dimensión común. En esa realidad de apariencia inasible pero que es el trasfondo verdadero de todos los aconteceres humanos visibles. Y mientras haces tu carrera profesional, estás también en tu hogar familiar y en el desarrollo de tu vida personal. 70
71 A mí, la Facultad me hizo enfrentarme conmigo misma, con mis creencias y con mis actitudes cotidianas, mis elecciones, rechazos y decisiones a tomar. Todo eso me hizo crecer. En lo religioso, pasé a una fe más profunda, tras, naturalmente, unos momentos de crisis y cuestionamientos. Y en esa época, escribía “mis cuadernos”, es decir “mi diario íntimo”, y allí volcaba no hechos, sino los sentimientos arrebatadores de mi juventud y las delicias del alma que me traían la amistad, las lecturas, las experiencias vividas. Fueron años buenos... Conocí compañeros diferentes. No te importaban, en ese entonces, como eran sus ideologías o creencias. Estabas en el mismo carro, tras los corceles de la ardiente vocación. Sin ella no habría buenos profesionales contentos, aún conduciendo taxis para poder comer. Eso sí, te apenas de aquél que estudió siguiendo la corriente o la carrera de sus padres sin gran convicción, o por cuestiones lucrativas. Me pregunto: “¿hay alguna que lo sea?” Mira a esos buenos médicos, que viven entre enfermos, sin medios necesarios, en los hospitales, que luchan por la vida de cada paciente y que tienen que enfrentar a los parientes cuando alguno muere, para decirles que no se pudo hacer nada más. Si no es una profesión y es un trabajo que tiene que emprender, o la tarea de cuidar a un anciano, o de atender un comercio, siempre tiene que tratar con alguien, y a veces, arreglárselas solo por primera vez. Así, cuando te gradúas, ¿quién te enseñará a poner en práctica lo que estudiaste, y cómo? No solo hay un “Juramento” al recibir el Diploma. El asunto es contigo mismo. Nunca supe, qué haría después de recibirme. Había rendido unas materias de Pedagogía y prácticas en un Colegio secundario para obtener el titulo de Profesora. Si querías el Doctorado, tenías que hacer una Tesis. Pero, ¿para qué quería yo el diploma de Doctora? La solución vino sola; o alguien te guía a través de hechos inesperados. Una señora, “ya egresada” que asistía de oyente a la clase de Metafísica, me pidió que la supliera en un Colegio privado secundario. Fue en diciembre. Lo tomé como un buen deseo, nada más, pero en marzo siguiente me llamaron del Colegio y allí enseñé durante 71
72 muchos años varias materias en primero, segundo y quinto año. Años más tarde enseñé Psicología y Filosofía en 4° y 5°, respectivamente, en Colegios oficiales de varones. Y no podía fallar. Tenías que hacerles entender y conocer, materias que veían por primera vez. Luchar contra la indolencia de algunos, mantener una disciplina justa y ser comprensiva, pero no condescendiente. No era fácil, sobre todo en tus primeros años de ejercicio de la docencia, pero era bueno, eran... rostros jóvenes, en su mayoría puros, incontaminados. A veces, dos o tres marcados por una ideología en algún curso, en años difíciles. Les decía siempre que había que respetar el pensamiento de cada uno. Que nadie se molestaba por los rasgos del rostro diferente al suyo. Lo tomaba como natural. Pero comprender que nadie piensa igual, como no es visible,-¡menos mal!- era más difícil. También les advertía sobre el riesgo de tomar en la adolescencia, una ideología determinada, cuando recién su persona y sus ideas propias, comenzaban a formarse en medio de un mundo tan controvertido. Que dejaran esa decisión para tomarla años más adelante, cuando ya conocieran el verdadero significado de la responsabilidad que asumirían. Mi voz no es alta. Tampoco mi apostura física, así que no podía abarcar con una mirada firme, a todo un curso al entrar, como lo hacían otros profesores. Sin embargo, no tuve dificultades, aún en las peores épocas, y mi autoridad la ejercí con el conocimiento, la vocación y la honestidad. Además ¿cómo podías no dejar de amar a esas chicas y a esos muchachos creciendo, adoleciendo de sus propios problemas? Estudié Filosofía porque me gustaba escribir, buscando el sentido último de las cosas, -lo que sigo haciendo en mis viejos años- pero terminé ejerciendo la docencia a chicas en el Colegio privado y a los muchachos en los Colegios oficiales, durante 27 años. Y tengo que decir que aprendí muchísimo de ellos. Sus preguntas te llevaban a pensamientos que no te habías planteado y que al responderlas ensanchaban tu saber en alguna forma. 72
73 Trabajar con personas tan jóvenes era un frescor para tu espíritu, como cuando visitas parques o jardines. Fue un esfuerzo también y te exigía una disciplina propia y los pensamientos seguían en tu cabeza aún después de salir del Colegio donde enseñabas. Tus alumnos siempre te mirarán en una forma muy especial. Aunque ellos, al encontrarlos ahora, son profesionales: un médico, cuando operaban a mi hermana; un sacerdote al salir de una iglesia, o tantas madres y padres de familia, en la calle, en el club o donde vayas, con los que te encuentras. Al reconocerte, sonríen con afecto y quizá también sonrían a su propia época de adolescente. La vida es así de linda, hermano mío. Los recuerdos, los ires y venires, son vida y vida de verdad. No ficciones. No imágenes de T.V. ¿No te parece?
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21 . EL ARTE Y LA AMISTAD Cuando Roxana me llamó por teléfono para hablarme de un proyecto que bullía interiormente en su mente y en su corazón, yo no sabía que esa Asociación de arte, que bosquejaba, significaría tanto para mi vida. Organizando y armando entre todos cada acto, aprendía mucho. Mi timidez fue despejándose con la actividad y responsabilidad que implicaba llevar a cabo, una idea. Esta asociación, única en sus fines, por las metas culturales que implicaba y el promocionar a jóvenes artistas, tuvo una trayectoria de 16 años. Nosotros no actuábamos. Éramos los primeros socios, protectores, e invitábamos a aquellos amigos interesados en el arte a acompañarnos, con muy bajos aranceles, que nos permitía hacer los programas y alquilar las sillas. A éstas las disponíamos como plateas en el salón de una casa amplia de generosos dueños, que permitía organizar un escenario donde se desarrollaban los actos. Más adelante, un buen amigo, Eduardo, nos ofreció por el mismo arancel de las sillas, un hermoso salón auditorio. Su hermana Bibi, fue compañera mía en el secundario como les conté. Fueron hermosas ocasiones de gozar y compartir momentos sublimes e inolvidables. Hubo actos de música, canto, teatro leído, conferencias, etc., con algunos artistas ya reconocidos y otros más nuevos, que nos ofrecían su arte, y la Asociación los promovía por sus propios valores, con el deseo de compensarlos con un pequeño caset. Al inicio de esta Asociación, éramos cuatro, los primeros fundadores: Roxana, su esposo Fernando, Ernesto, pintor y férreo amante de la cultura, y yo. Este grupo era más conocedor del arte que yo; así que cuando llegó el momento de responder qué podía aportar cada uno, sólo pude decir “¡entusiasmo!”. Mi amistad delicada y profunda con Roxana, me permitió vivir momentos inolvidables. Compañeras de la Facultad, recuerdo que 74
75 cuando íbamos a rendir examen, caminando juntas por la calle Florida, unidas por nuestros miedos y timideces -en medio del vértigo del paseo que recorríamos- Roxana me dijo muy seria: -Hebe, peor es para los que están en la guerra-. Enseguida nuestro ánimo individual cambiaba y cierta piedad y coraje venía a nuestro encuentro. ¿Qué materia era? ¿Nos fue bien? Eso no lo recuerdo. En realidad eso no importaba. En los años que siguieron, estudiábamos griego en una mesita, al costado del comedor de su casa, -que aún tiene en el mismo lugar- y aunque ella dejó en tercer año para casarse con Fernando, yo seguí lentamente hasta terminar mi carrera. Otras cosas nos iban a unir nuevamente y esta Asociación nos permitió vernos con asiduidad y compartir nuestra fiel amistad. Años más tarde, Roxana siguió Ciencias Orientales, en el Salvador, y en los últimos años fue directora de un museo de arte, al que dedicó, con gran empuje interior, todo su haber cultural. Siempre existió entre nosotras, una discreta intuición. Una palabra en voz baja, como al pasar, por lo que yo sentía. ¡Cómo le importaba a Roxana compartir prudentemente su experiencia, para mi bien! Y, ahora me doy cuenta, por qué me sentí con tanta paz, sola, sentada a su lado, sin hablar, cuando hace poco, su esposo internado en un Sanatorio vivía la gravedad de sus últimos días. Fernando fue su gran compañero, e infaltable amigo, y pilar de la Asociación. Otras personas significaron mucho, también. Ernesto era un gran baluarte, creativo y motivador de que las reglas se cumplieran, en un hacer cotidiano, casi ininterrumpido, como rayos de una rueda que no se detuvo durante 16 años. Su sensibilidad artística y haber cultural, cimentaron los fines de esta Asociación. Los actos se ofrecían regularmente. Los socios y concurrentes, formaban un grupo muy especial y estimulante para nosotros, cuyo objetivo inmediato, era que todo saliera bien, y para ello se planeaba y trabajaba bastante, y eso nos producía muchas satisfacciones. Algo que enriqueció mucho, fue agregar visitas, en sábados, a los artistas plásticos, en sus propios talleres. Yo, personalmente, aprendí 75
76 muchísimo. Fue una propuesta de Ernesto, y nos permitió compartir las motivaciones fecundas de importantes autores de pintura, escultura, etc. Estos artistas apreciaban la bondad y vocación de nuestro grupo, y dejaron sus valiosas huellas: un dibujo, una nota, en unos pequeños álbumes que teníamos para ese fin. Así que, cuando se dieron por finalizadas las actividades de la Asociación, en un común acuerdo de sus integrantes, se donaron esos álbumes, que eran tres, a los museos: el de Quinquela Martín en la Boca, Museo de la ciudad de Córdoba y Museo de la ciudad de Santa Fe. El que fuera sin fines de lucro, con puro amor al arte y la cultura, honesta y vocacionalmente, hizo, para los que la conocieron y pasaron por ella, algo inolvidable en el tiempo. Te lo cuento, amigo, porque en cualquier lugar del país, o del mundo, que estés, quizás puedas reunirte con otras personas que amen algo en común y formar con ellos, una pequeña asociación cultural, o una obra de bien, y llevar a cabo una misma actividad, con objetivos válidos. Naturalmente, que al pequeño grupo inicial, de cuatro personas, inmediatamente se sumaron los aportes valiosos de otros amigos que contribuyeron durante largos años a que esta Asociación fuera posible. La afinidad y entendimiento que nos unía, fue aumentando en comunicación y profundidad a través del tiempo, y sigue hoy acrecentada e intacta. Jessica, hermana de Roxana y su esposo Marcelo, entusiastas componentes del grupo, traía cada uno, su especial riqueza; Valeria y Federico, un matrimonio con acervo cultural, serenidad y criterio apaciguador y realista, nunca cansados, siempre dispuestos, nos siguen ofreciendo hoy a Alberto y a mí, esas cualidades tan balsámicas para nuestro espíritu, con su cálida amistad. Patricia, hermana de Valeria, escultora, de delicados sentimientos y percepciones, siempre nos apoyaba sonriente, encontrando en cada uno de nosotros una cualidad especial. Y menciono aquí, con su entusiasmo incansable también, a Marcelo, querido amigo que como Patricia y Fernando, ya no están físicamente entre nosotros. 76
77 Mi querida amiga Nori ingresó su capacidad y energía a la Asociación, con ardor. La había conocido de jovencita en “Baterías”, una base de oficiales de Infantería de Marina, cuyo padre era jefe en ese momento y mi cuñado Horacio, oficial de la unidad. El común amor por el arte y el crecimiento espiritual, lograron, en cada una de nosotras, una fiel e ininterrumpida amistad. Los socios y asistentes, dieron un significado de grandeza poco común. Carlos, amigo de mi esposo Alberto, y Osvaldo, culto y sociable, con su fina cortesía, sumaron también su colaboración al entusiasmado grupo. El entramado de muchas circunstancias, va tejiendo un hilado invisible que nos une a muchos en diferentes ocasiones y que no podemos dejar de mencionar, porque todas ellas hacen a la esencia de lo que hoy es nuestra vida. Y fue, justamente, en uno de los actos de nuestra Asociación, donde conocí a Alberto. Se daba teatro leído de Bertold Brecht “El que dice sí y el que dice no”, una obra muy interesante y cuestionadora. Lo llevó de invitado, una amiga, y cuando le pregunté sobre él, ella dijo: -Solamente amigo-.
Al salir del lugar esa noche, se acercó Alberto y me pidió el número de teléfono. Su madre Sari, le advirtió después: -Mira que Hebe, es una chica muy seria-.
No me llamó. Sin embargo, el encantamiento del compartir estético, fluyó en ese momento sin que nos diéramos cuenta. Quizás lo reparo ahora, escribiéndolo, porque pasaron como 2 años antes de que nuestra relación, solo de compañeros, se convirtiera en una conjunción de enamorados como ya les contaré más adelante Hoy, Alberto, a quien, después de 40 años de casados lo sigo teniendo a mi lado, y en mi mente y en mi corazón como el primer día, me había dicho que todo lo BELLO está escrito, pero que a veces nosotros, distraídos, no sabemos descifrarlo. Situaciones ignoradas se tejieron en nuestro destino y si vas, cada vez, más atrás, llegaremos a comprender que lo que Alberto me citó una vez de Leibnitz, “Todo está hecho para bien”, es cierto. Solo nosotros 77
78 nos equivocamos, confundimos senderos, no percibimos lo que está ahí, delante y sin darnos cuenta, pasamos sin verlo. Detente, alma amiga, ¿qué está sucediendo alrededor de tu vida, que los “ruidos” externos e internos no te dejan oír? Contempla en silencio y escucha las resonancias de tu alma... Comprenderás, tal vez, que no estás tan sola. *
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22.-EL HOMBRE QUE AMO
Cada vez que escuchaba esa melodía, de Gershwin "The man I love", en mi larga juventud, percibía el titular de una luz invisible. El romance parecía asomar en mi vida una y otra vez, hasta que intuía su inconsistencia. Y mi decisión firme de interrumpir lo que en realidad ni siquiera había comenzado, me costaba mucho y escribía hojas y hojas de mi cuadernos... y todavía...” ¿y si lo encontrara por casualidad al doblar una esquina?”, quimeras que el tiempo dejaba atrás porque la paz volvía tras la certidumbre de que “el secreto en la vida es saber esperar; todo llega”. Esa era una de mis máximas que me había fabricado, una de esas cosas, que aligeraban el bagaje de “la chica de la valija”. Estos cuadernos, en que volcaba mi desesperación, mi alegría, mi esperanza y desesperanza, fueron un largo diálogo conmigo misma, que me ayudó a no cometer errores graves de los cuales me podía arrepentir. Así, que cuando Alberto “llegó” a mi vida, en realidad, fue a través de una secuencia de hechos, cuyos hilos invisibles, se enlazaban, sin que ninguno de los dos lo supiera. Y fue tan extraordinario como impredecible. Caminaba con su madre Sari, a la que había conocido entre las ex alumnas de la Facultad de Filosofía y Letras, en una época efervescente en que la democracia se insinuaba, tras un largo 79
80 peregrinaje político, y asomaban todas las cabezas que anhelaban la libertad. Grupos de reunión, aquí y allá, con egresados de diferentes épocas, algunos muy anteriores, y el triunfo de una lista, a la que todos aspirábamos. Entonces había conocido a una simpática señora rubia, culta y agradable, con sentido del humor, Sari, que habría de ser, años después, mi suegra. Caminaba con mi amiga Nori, por el golf de Palermo; nos cruzamos con ella que iba a jugar golf con su hijo... Alberto. Sary y yo nos saludamos. Ella se volvió unos pasos para decirme: _Yo te conozco de algún lado-.
-Sí, -le dije- de las reuniones de egresados-. Y de un refilón lo vi. Iba fumando una pipa, alto, delgado, de anteojos, rostro pensativo, parecido a Arthur Miller o a Rip Kirby. Ahí quedó todo. O no quedó. Años después, Alberto apareció de nuevo en un acto de teatro leído, ofrecido por la Asociación Artística de la que les hablé. Pasado un tiempo, no sé cuánto, se integró en la Comisión, y se encargó, entre otras cosas, de organizar conciertos fotoeléctricos comentados. Alberto ama la música, creo, tanto como a mí. Y la sigue, al escucharla, comentando qué instrumentos vienen y qué temas se suceden, haciéndote entender y gustar, lo que no tienes innata capacidad de captar. Mientras escribo esto, escucha música y teclea en el escritorio, escribiendo las primeras páginas de este libro. Yo llegué en la Pitman hasta la clase 17° y el ejercicio era repetir ¿va usted a seguir una carrera literaria? Y ahí quedó; se interrumpió por una epidemia de polio. Como cuando me casé, Alberto escribía con soltura a máquina, no me preocupé más y cualquier trabajo que necesitaba, me lo pasaba él. ¿Y cuándo y cómo nos casamos? Es muy difícil, al contar algo, no escribir sobre su entorno, porque, fíjate, las piezas del rompecabezas están tan ligadas unas con otras, 80
81 que no puedes separarlas, porque perderías el fondo del paisaje o la trama misteriosa de cómo se va forjando la historia de tu vida. En julio del 59, nos encontramos, en la reunión de cumpleaños de un amigo común, Ernesto, uno de los pilares de la Asociación Artística. Ese día hablamos por primera vez, de libros y temas que nos apasionaban, y al salir de la casa, en la parada del colectivo, seguíamos hablando entusiasmados. Estábamos acompañados con un íntimo amigo suyo, Carlos, compañero de estudios. De pronto se volvió a él y le dijo: -¿Le devolviste la lapicera a Hebe?-
Él nunca se perdía detalles, aunque Carlos jamás había pensado en quedársela. Pero esa demanda a su amigo, me sonó como un “clic”, como si extendiera un ala protectora sobre mis intereses. Además, las lapiceras o biromes fueron siempre mis compañeras de trabajo, con mis cuadernos, apuntes y todo lo que escribo. Aun si voy a una conferencia, a una clase o un tema que me interesa, lo escribo. Así es como tengo aparte de “mi diario”, montones de cuadernos. Esa lapicera Parker, con capuchón de oro, tenía un significado afectivo. Me lo había regalado mí querido cuñado Horacio, el esposo de mi hermana Yudi, con mucha generosidad. Me lo mostró y al yo elogiarla, alargó su mano y dijo: -Tomala, es tuya-. Y ese gesto se repitió a lo largo de los años en circunstancias parecidas. Una vez, de soltera, tuve mi primer reloj pulsera, y al ver que mi sobrino, Rodolfo, de 14 años, no lo tenía, me lo saqué de la muñeca y se lo regalé. Muchísimos años después, ya de casada, cuando Alberto se recibió de Odontólogo, en una cena común de festejo, el mismo sobrino que estaba presente, al felicitarlo Alberto por el buen gusto de su corbata, éste se la sacó, extendió su mano y le dijo: -¿Te gusta?... Es tuya.
Gestos, afectos, recuerdos buenos, se entrecruzan cuando escribo. Y tú, pobre lector, tienes que aguantar tantas redes... 81
82 Con Carlos y otra amiga, Beatriz, después novia suya, nos encontrábamos a menudo a partir de una fecha crucial el 20 de septiembre. Como éramos compañeros, los coqueteos estaban fuera de cuestión y en julio ninguno de los dos sabía qué sería de nuestras respectivas vidas. Hasta que un domingo de septiembre que me quedé a remolonear en casa, sonó el teléfono, y era Alberto. Tuvimos una muy larga charla, y empezó a preguntarme cosas más personales. Terminó invitándome a un paseo a San Isidro, en su club, frente al río, con un grupo de amigos comunes. Cuando llegamos a la estación de las Barrancas, punto de encuentro, me tomó la mano... y no me la soltó más. Era el 20 de septiembre. En el club, charlamos mucho. Ese día le había llevado el libro de Rainer María Rilke “Cartas a un joven poeta” que hablaba del amor, una de las conversaciones de ese domingo que habíamos hablado largo por teléfono. ¿Pueden creer que hace unos días mi nieta de 14 años lo traía como tema de Lengua, del Colegio? Volviendo al club, bailamos tangos y boleros a la luz de la luna. Al regreso, caminando de la estación de Barrancas a casa, unas 15 cuadras, ya había entre nosotros una intimidad secreta y callada, que habría de cambiar nuestras vidas para siempre. Solo me preguntó:
-¿A quién saliste tan amorosa, a tu mamá o a tu papá?-, mientras me
sonreía tiernamente, mirándome a los ojos.
Me dejó en casa y me advirtió que no me preocupara si no me llamaba por teléfono, porque no acostumbraba a hacerlo. Cruzó la calle y se volvió... porque tenía que ir en sentido contrario. Al día siguiente, el 21, día de la Primavera, sonó el teléfono a las 9 de la mañana. Su voz sonaba gloriosa al decirme: -¡Me siento contento y lleno de vida!-
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83 Nos encontramos por la tarde en la calle Santa Fe con los festejos del día y después fuimos al cine a ver “El puente sobre el río Kwai.” Luego, en una confitería, me dijo muy serio y preocupado: -¿Te das cuenta en lo que nos hemos metido?- Y agregó pensativo: -No tenemos que aburrirnos nunca-.
En realidad no creo que yo tuviera respuestas para esas preguntas, que escuchaba un poco atónita, pero muy emocionada. Seguramente solo sonreía feliz... dudosa de que algún día nos aburriéramos.
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23. LA BODA ¿Cómo me pidió que me casara con él? Fue el 11 de octubre, en medio de una función de Teatro Vocacional, con un escenario tétrico, de fondo negro con una gran cruz svástica roja y con terribles escenas de los nazis. En medio de la función, Alberto me desliza al oído: -Tengo que decirte algo.
Habíamos ido con una pareja de amigos. Le respondo: -Bueno, cuando vayamos a la confitería-.
En el siguiente entreacto, me susurra: -¿Sabés lo que tengo que decirte?... Nada menos que si te querés casar conmigo-.
¿Qué sentí?... Mi alma se ha de haber extrapolado, porque desaparecieron el escenario, el diálogo de la obra, y cómo le respondí. El siguiente recuerdo es en la confitería, con nuestros buenos amigos, sentados en asientos dobles y fijos enfrentados. Alberto y yo hablábamos despacio y los resultados se los íbamos comunicando a ellos, que iban de sorpresa en sorpresa. Fijar la fecha de casamiento era difícil. Alberto argumentó que él tenía vacaciones en enero y febrero en la Facultad, pero que la licencia de su trabajo iba a ser limitada. Barajamos fechas, muy emocionados. Brindamos y reímos felices con la pareja amiga y también con el mozo español que lo conocía a Alberto, porque era su cliente estudiante, de la Facultad. Guardamos el corcho de la botella de sidra, como recuerdo. Llegué de vuelta a mi casa, como levitando a un nivel de un metro sobre el suelo. Pero la realidad sobrevino al tocar el timbre, y un inquietante pensamiento me cruzó: -Cómo se los digo?-
Mi hermana Judi abrió la puerta y con los ojos brillantes y sonrisa pícara, me preguntó: -¿Cómo te fue?- Tímidamente le respondí: 84
85 -Me pidió que me casara con él-.
En mi casa estaban ese día, además de mis padres, mis hermanas, cuñados y sobrinos... ¡la familia entera! Y, ya no me acuerdo más. Todo era algarabía, bromas, proyectos. Yudi decía: -Los muebles se compran por mensualidades.
Yo seguía feliz, atónita, desconcertada. El 11 de noviembre, entonces, nos comprometimos en una reunión en casa de Sheila, en que se festejaban también los 15 años de Marirró, mi sobrina. Mis cuñados lo cargaban a Alberto sobre que tenía que pedirle mi mano a mi padre como lo habían tenido que hacer ellos, con sus respectivas esposas, exagerando y muertos de risa. -Tenés que arrodillarte... ¡nosotros también lo hicimos!-
Alberto tranquilo, escuchaba sonriente, y tuvo después una pequeña conversación con mi progenitor. El 23 de diciembre nos casamos. Un noviazgo corto de 3 meses y una entrevistas y preparativos a la disparada... Nuestras respectivas madres se decían: -¡Cada vez, acercan más, la fecha de casamiento!-.
Y así fue como nos encontramos enamorados sin darnos cuenta y dispuestos a comprometer nuestras vidas para siempre, muy conscientes y contentos, porque hasta entonces, ambos habíamos sido bastante remisos y difíciles a tomar esa decisión de vida. Volviendo a los preparativos... Entre las 8 horas de oficina de Alberto en la Empresa y las clases de Odontología por la noche, nos quedaba una media hora para encontrarnos, en aquella confitería o en la plaza de Callao y Charcas. Allí ideábamos el placard, los muebles y algo que yo no entendía, y era el nombre del remise para la boda. Alberto fue y es muy organizado y no quería dejar nada al azar. ¡Aún conservamos los detalles y algunos recibos, en un libro que iniciamos con los pormenores de nuestro encuentro y más adelante, con los casamientos de nuestras hijas! Pero no es nada fanático al respecto, gracias a Dios. Su nobleza, bondad e inteligencia, son muy especiales. 85
86 Iba nerviosa en el colectivo con Alberto hacia su casa, cuando su madre Sari me invitó a cenar por primera vez. Y el plato de entrada era un medio pomelo, muy bien aderezado. Yo pensé: “Qué oportunidad para mi madre que yo lo coma, porque ella no se cansa de insistirme en el valor de sus vitaminas, y a mí no me gustan los alimentos amargos”.
Ahí fue cuando mi buen cuñado Mario, hermano de Alberto, simpático y cariñoso, me miró con picardía adivinando mis pensamientos, me preguntó: -¿Te gusta el pomelo?-
Ya mi sinceridad interior, asomó a mi rostro, todos se rieron.. .y no comí el pomelo. Nos casamos por civil el 21 de diciembre, cumpleaños también de mi cuñado Horacio, quién sería testigo y nos ofrecían en su casa un íntimo agasajo. Yo estaba muy tranquila, pensaba que era solo un “trámite legal”. Sin embargo no era tan así. Salimos del Registro Civil. Para cubrir el corto trayecto a lo de mi hermana, algunos fueron en auto, pero Alberto y yo preferimos ir en tranvía. Mi padre, celoso guardián, dijo: -Yo los acompaño-.
Cuando íbamos a tomar el tranvía, yo pregunté: -¿Por dónde se sube, por adelante o por detrás?-
Ahí me di cuenta de mi turbación, y ahora, al recordarlo, me muero de risa. Llegó el 23 de diciembre. En mi casa se cambiaron los muebles de lugar, se sacaron camas, etc. Cuando volví de la peluquería, dos horas después, no la reconocía. Me había tomado mi tiempo. Esperé turno como cualquier día y me fui a comprar unos aritos de perla. Mientras, preocupados por mí, me andaban buscando por la peluquería. Yo, tranquila, empecé a arreglarme en la sala de los regalos donde había un gran espejo. Con esa casa transformada, ni encontraba mis avíos de maquillaje. Saqué de las estanterías una canasta de cosméticos que me había enviado Lolita, mi compañera de Filosofía, con quien compartí muy buenos momentos, con las últimas materias, para recibirme. 86
87 El traje de novia, bellísimo por suerte, contenía una enagua y todo lo necesario para que me lo pusiera y ¡clic!, cerrando el relámpago, quedara totalmente vestido. El tocado me lo puso una vecina, que subió conmigo en el ascensor. ¡Nada de nervios! Mi padre dijo que nunca vio una novia que se vistiera tan rápido, diera una vuelta para verse al espejo, y saliera con él hacia la Iglesia. Y en el viaje pensé qué sucedería en la ceremonia para que yo, después de la fiesta, me fuera sola con mi reciente marido, a pasar la noche en un Hotel. Enseguida reparé, con inquietud, que la madrina, mi madre, que debía precedernos, todavía había quedado en casa. Bueno. Eso hizo que nuestro remise esperase un poco en la puerta de la Iglesia, y que el sacerdote, Alberto, su madre, hermano y los padrinos, se pusieran expectantes y nerviosos. La ceremonia sería con misa de esponsales. Pero... todo se puso en orden. La madrina llegó, las puertas de la Iglesia se abrieron y se dejó oír la marcha nupcial “Pompas y ceremonias”. Todos los asientos llenos; los rostros sonrientes vueltos hacia la entrada; el altar, la alfombra de raso blanca... y Alberto, al final del camino... Es una sola vez, pero te queda grabado en el alma. Mi padre, presintiendo todo lo que sentía, apoyó, firme y cálida, su mano sobre la mía, me miró sonriendo y me dio la serenidad que me faltaba. Alberto, alto y elegante, me recibió al pie del altar. Comenzó la ceremonia, que había de dar respuesta a mis interrogantes en el remise. El sacramento del matrimonio no son sólo “campanas que repican”. La trascendencia terrenal te eleva como cuando tomaste tu primera comunión, pero más intensa y profundamente. ¿No tiene que ser así, si es un paso que va a durar de por vida? El Ave María de Schubert cantado por nuestro amigo Richard, subía la intensidad del momento. Y después, cuando tu corazón sigue latiendo, no sabés cómo, te das vuelta con cola y todo y tus pies se deslizan, y el brazo de tu esposo, firme, fuerte, cariñoso, te lleva de vuelta, ya casada, por entre los 87
88 felices rostros de tus familiares y amigos, asomados entre las flores y las cintas blancas. Las fotografías te ayudan a recordar los buenos momentos que vives, en un casamiento por amor. Después, el saludo de todos esos rostros queridos y las miradas especiales que te cruzas con tu “novio”. Puedo ver sentadas en el living, las señoras mayores, mi madre, mis tías, amigas queridas de la familia... Las fotos, con nuestros padres, hermanos, primos, sobrinos, amigos... La foto con Jesús, mi mama negra... Es un solo día, pero ya han pasado casi 40 años. Nuestras hijas y nietos pudieron escuchar la ceremonia y nuestros respectivos “sí, quiero”, gracias a que un amigo Horacio, las grabara como regalo. Al Hotel nos llevaron mis sobrinos, jóvenes de 19, 20 años. ¿Quién te iba a decir?. Lo siguiente que “puedo contar”, es que desayunamos y salimos en busca de una Iglesia para ir a misa pensando que era Navidad. Nos reíamos cuando nos sorprendían las puertas cerradas, porque era 24. Almorzamos en un lindo Restaurante, y a la noche cenamos con toda la familia, festejando la Nochebuena, con cierta timidez interior. El 25, Navidad, partimos en tren para Bariloche. Nos despidieron en Constitución mis padres, Sari, mi suegra que muy conmovida me dijo: -Alberto sabe querer mucho-.
Y yo sentí pena, por su propio desprendimiento. Alberto fue y es un muy buen hijo. Bariloche con sus grandes lagos, montañas y bosques, nos recibió con todo su magnífico esplendor. Fue y siguió siempre, un remanso para nuestras almas gozosas. Muchos viajes habríamos de hacer en el transcurso de los años. Y mis cuadernos, mi diario, quedaron atrás. La vida me reclamó, momento a momento, y no se detuvo todavía. Pero no estaba sola, éramos dos, y después cuatro, y ahora, muchos más. 88
89 Y no solo la familia nuclear, si no tantas personas, cercanas y lejanas que forman el grupo social de este planeta, en la difícil búsqueda de un mundo mejor. ¡Si hay algo que puedas hacer, solo hazlo!
“Bariloche con sus grandes lagos, montañas y bosques, nos recibió con todo su magnífico esplendor”
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24. AURORA BOREAL A los 5 meses de casada, aún no había noticias que la cigüeña nos visitara. Mi muy amiga Beba, tan querida compinche de las salidas juveniles y de los secretos, se había casado y tenía un departamento de tres ambientes. Uno de reserva para... Pero cuando un día la visité, me dice con voz apagada: -Lo vamos a convertir en escritorio-.
Poco después, quedó embarazada y mis anhelos de recién casada, me llevaron a rozarle el brazo y decirle: -Contagiame-.
Me contagió. Beba, con los años, llegó a tener 4 hijos y de los tres ambientes, se mudó a cuatro. Poco después del “contagio”, fui al Colegio con la cara descompuesta por un supuesto ataque de hígado y mi compañera y amiga Luisa, exclamó con alegre picardía y con el afecto sincero que me tenía: -¡Estás embarazada!-
Yo, que lo deseaba tanto, dije tristemente, que no era posible por la falta de indicios que hay en estos casos. Ella repitió alborozada y chichoneándome: -¡No! Cambiaste el semblante... ¡Estás embarazada!Estaba embarazada. 90
91 No lo sabía. Tras esos síntomas de hígado, fuimos 3 días a Montevideo, y, al regreso, sí se presentaron las señales. No fue necesario hacer las radiografías por el hígado. Fue también mi querida amiga Beba la que me hizo sentir lo que era “el dar a luz” un hijo. Me lo contó de tal manera, que yo a la noche siguiente tuve este sueño: “Estaba contenta. Y, con Roxana, como si fuéramos niñas, jugábamos en la vereda, cruzando los brazos, una con otra y saltábamos gozosas, cantando: -¡A la rueda del cañón, ping, pong, batallón, tirabuzón!".
Después, "recuerdo ver, a través de un gran ventanal, una cama matrimonial como si estuviera en exposición, llena de ropita de bebé, rosa y celeste”.
En otro momento del sueño “me daba vuelta y mirando al cielo vi algo de increíble belleza, nuevo para mí: ¡Una aurora boreal!"
Imposible describir la emoción deslumbrante que experimenté y repetía en voz alta: -"No puede ser... no puede ser... ¡Una aurora boreal! "
Recientemente vi unas fotografías tomadas en Alaska, de ese maravilloso fenómeno de la Naturaleza. Salió en el periódico y decía que “el fenómeno es ocasionado por espesas nubes de partículas electrizadas, que se originan en las grandes explosiones del sol, las cuales se cuelan a gran velocidad a través de embudos, hacia los polos magnéticos”. ¿Qué tal?
¿Cómo es tener un hijo? ¿Padre y madre, polos magnéticos? Explosiones del sol, creación de Dios y fruto del amor. ¿Partículas electrizantes? Sí. Todo el ser se conmueve con la maternidad. No se puede explicar. Lo deseas mucho... pero sólo se te da como una gracia. La tienes en tu cuerpo, no la vez -no había entonces ecografías- pero lo sientes, y de golpe toda tu vida y la de tu esposo, se transformará para siempre. Ves crecer a tu hijita tan tierna entre tus brazos inexpertos y amorosos. ¡Tantos cambios! Día tras día, mes tras mes... Deseas darle un hermanito o hermanita. El Señor te concede otra niñita. Eres la madre que nunca sabe bien lo que debe hacer, porque cuando llegas a saberlo, tus niñas pasan a otra edad... 91
92 Ellas crecen... son personitas con sus propios gustos y deseos... Nunca llegas a aprovechar lo suficiente, la alegría de cada edad, pero los recuerdos se entretejen en tu propio cuerpo como hilos invisibles. Tus hijas crecen y tejen sus propios hilos invisibles. Descubren el amor... Se casan... se agranda tu familia, al mismo tiempo que ellas forman su propio hogar... Como regalo de esa extensión y prolongación de los hilos invisibles del amor, tienen sus propios hijos... y un día entras en una nueva órbita: el amor y la alegría profunda de tener nietos. No he terminado. Todo lo que expresé te lo contaré en detalle. Es vida, mucha vida que se va entrelazando con otros vidas y... es la trama de lo que va a formar el primer núcleo de lo que se llama sociedad. Pero mira, alma solitaria, tu aurora boreal real, se realizará como un milagro ante ti cuando un cambio vital y espiritual, una transformación del amor activo se dé en tu existencia. Porque Dios y el cosmos íntegro, se abrirán en tu corazón como la más bella manifestación de la realidad total. *
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25. LEILA MARIA A los 5 meses de casada, el milagro de amor había comenzado a desarrollarse silenciosa y maravillosamente dentro de mi cuerpo. No lo podíamos creer. ¡Tan deseado! Alberto me medía el contorno del cuerpo. Una vez había llegado muy decepcionado de la oficina. La esposa de un compañero había tenido “una falta” y no estaba embarazada. Yo, gozosa y feliz, exclamé: -No es mi caso ¡Estoy segura! Mi cintura ha variado-.
Recuerdo que tenía un vestido de terciopelo azul cuando me di cuenta. El embarazo es algo nuevo, delicado, natural (y sobrenatural), agregaría. Son días, semanas, meses. Preparativos. Consultas médicas. Incertidumbre para tus anhelos y para tu conducta. Tu esposo te mira de una manera diferente; como si el amor se hubiera ensanchado en sus brazos, como si los cuidados no fueran suficientes. Para él es un sentimiento más, desconocido. La mujer lo lleva de niña con las muñecas o con un bebé de verdad. Su ternura de madre ha crecido con ella sin que nunca se diera cuenta de qué significaría en su vida. Los miedos también sobrevienen. En el tercero y en el quinto mes, pequeñas alteraciones me indicaron la necesidad de reposo. Iba al Colegio a dar clase, tomaba un taxi y sentía que se movía demasiado. Otro día, ya más tranquila, volvía en colectivo y ante una pequeña contracción, me bajaba y me sentaba en el borde de una vidriera, sin saber qué hacer. Después tomaba un taxi, y todo habría 93
94 de seguir bien gracias a Dios. Si tú no crees en los milagros, ¿cómo haces para vivir? ¡Tu propia vida, ¿no es un milagro?! Te hayas casado o no, tengas o no hijos, ¿no eres un ser prodigioso a quién se le dio la gracia de vivir? Alma hermana, tus padres, tus abuelos y todas las generaciones anteriores, ¿no contribuyeron a que estés ahora aquí, leyendo esta historia? Hermosos libros para tus nuevos comportamientos de embarazada: las respiraciones profundas en jardines con árboles, compartidas con el futuro papá. La ropita, los nuevos mueblecitos... Mis dos hermanas y mis cuñados, experimentadas madres y padres, seguían con alegría, con bromas y con cariño, el acontecimiento. El esposo de Yudi, Horacio, que fue siempre como un hermano para mí, me confesó que estaba temeroso, porque varias de mis tías no tuvieron hijos. Él tenía cuatro y qué decir de estas cosas; todos las sabemos: como padres o como hijos, la felicidad no se puede medir. Cuando íbamos a barajar los nombres (mujer o varón), yo no tenía que pensarlo: si era una niña se llamaría Leila como mi hermanita pequeña. Entonces, hasta que nacía, no se podía saber el sexo. Yo esperaba para el 5 al 10 de abril y las novedades no aparecían. Entonces la semana anterior le dije a mi madre; era un domingo. -Mirá mamita, si es el domingo que viene y es mujer...pero, ¡sería
demasiado"-.
Así que subía y bajaba escaleras con mi tremenda panza y caminábamos bastante, pero... no se daba. El sábado me interné con algunas contracciones, a las 3 de la tarde. Puedo decir que del sanatorio no vi más que el pasillo y la habitación que me tocaba. Desde ese momento, en manos de enfermeras y médicos, sucedieron rápidamente los hechos. Llegó la noche sin que me diera cuenta. Las contracciones aumentaron y Alberto y mi madre se turnaban para ayudarme en el jadeo. Esa larga noche, mi médico partero, que había prometido asistirme, no estaba en Buenos Aires, y Alberto, desesperado, tuvo que averiguar la idoneidad del profesional que lo reemplazaría. 94
95 Como Dios siempre está presente en tus peores momentos, en realidad fue una inesperada ventaja: el médico que vino en reemplazo, logró sacarme una sonrisa cuando, a la madrugada del domingo, extenuada y preocupada por mi bebé, aún con contracciones seguidas, apareció ante mí haciéndome bromas con guardapolvo verde y no blanco. A las 12 del mediodía, con cesárea, nació Leila “como una flor”, dijo la partera, y a las 17,30 desperté de la anestesia, toda almidonada y recibí la feliz noticia: tenía una hermosa nenita y era domingo 16 de abril, la fecha de nacimiento de mi pequeña hermanita Leila Inés. Para mi madre, fue como si le devolvieran a su pequeña hijita. Mis padres gozaron de nuestras dos hijitas con entrañable amor. y mi suegra Sari, de sus primeras nietitas. Yo me creía muy experimentada por haber cuidado muchas veces a mis sobrinitos de pequeños, tanto que de soltera, estudiante de la Universidad, tuve que decirme cuando ya llegaban a sus 8 años: "-Hebe, no son tuyos; a tus cosas."
Y me puse a estudiar con ahínco. Pero, ¡cuánto amor recibí y recibo de ellos! Porque esa comunicación que tuve cuando eran niños, fue tan linda, que sigo siempre siendo “la tía” entre comillas y nunca recibí de ellos, otra cosa que muchísimo cariño. Pero tener a tu hijita en tus brazos inexpertos y tu responsabilidad absoluta del bienestar de tu bebé, demuestra cuán poco sabes. No olvido la ternura que asomaba a las 6 de la mañana, en el sanatorio, cuando escuchaba correr las cunitas por el pasillo para llevarlas a sus respetivas mamás. ¡Era una delicia tenerla con vos! Yo no sabía cómo darle de mamar pero Leila sí sabía y se prendía muy bien con su carita rosada y satisfecha. Ya en el sanatorio, cuando pude levantarme de la cama, la tenía toda para mí... y entonces surgió mi primera angustia cuando la alimentaba y después lloraba, y la levantaba en brazos y lloraba. Qué hacer. Ese ser tan querido y pequeñito, qué me quería decir. Al salir del sanatorio, habíamos ido a la iglesia a bautizarla, y de ahí fuimos a casa para un pequeño festejo. 95
96 Ya en nuestro hogar, con un prospecto del sanatorio de consejo para atenderla; preocupada, le pedí a las visitas que se fueran a las 21 para poder ocuparme bien. ¡Qué exagerados éramos Alberto y yo! Antes de alzar el tierno bebé, los que lo hacían tenían que lavarse las manos y desinfectarlas con alcohol. ¡Por Dios! La inexperiencia cómo te hace a veces extremar situaciones! ¡Qué paciencia nos tenían todos! Cuando saqué a pasear a Leila María en su cochecito por primera vez, tenía 17 días. Llegué a la calle y tuve que decirme:"Hebe, disimulá tu orgullo, que se te nota en tu cara; que la expresión parezca que no pasa nada!"
¡Pero cuánto había en mi corazón, llevando el cochecito con mi bebita recién nacida! Nosotros la alzábamos con tierno cuidado... y cuando vino por primera vez el Pediatra a examinarla, la tomó con su manaza y se la puso en el oído como si fuera un reloj... ¡El corazón casi me dio un vuelco! Leila iba creciendo con sus gracias día a día, semana a semana, mes a mes y Alberto y yo sentíamos esa alegría especial de ser padres y un anhelo también de tener otro hijo y apurábamos al médico para que nos permitiera encargarlo, porque la cesárea necesitaba que el cuerpo mío se repusiera. ¿Has pensado alma amiga cómo es que estás en este mundo? Cuánto amor requirió, ansias en algunos casos, desasosiegos en padres con problemas, dulces esperas, como se dice...? Pienso que Dios hace tan lindos a los bebés, para que uno los tenga. Pero tener un hijo es mucho más. Si Dios te lo concede, es una puerta grande que se abre para ti, tan grande que limita con la “infinitud”. Y si no los tienes, has sido tú, como lo fui yo, el que abrió al nacer esa puerta, y nuestro pequeño cuerpecito entró a un mundo maravilloso, a la vida, al amor, a la libertad de ir eligiendo minuto a minuto con tu libre decisión el paso siguiente hacia esa dimensión abierta de pronto, a nuestro ser. Diría Heidegger “ser en el mundo”. Yo agrego “Y para trascenderlo”. Hijas mías, esta es la maravillosa gloria de la creación, en la que todos están inmersos. No lo olviden nunca. 96
97 Así crecía Leila María en tamaño, inteligencia y dulzura. Diáfana como el mediodía en que nació. *
26. MARIA SOL Creo que fue en unas vacaciones en Mar del Plata donde la semillita de amor volvió a germinar en mí ser para hacerme, nueve meses después, madre por segunda vez, que es en realidad, la primera con María Sol. Porque cada hijo es un nuevo y único despertar, un milagro de vida y alegría. En ese entonces, Leila tenía sus hermosos nueve meses y la fotografiamos en la plaza San Pedro, que mostraba un monolito con fecha cambiable, y decía: enero de 1962. El 24 de octubre, María Sol salió a la atmósfera de este mundo, con su tierno rostro lleno de ensoñación. Antes de internarme para el parto, y tomando el desayuno con Alberto en la cama -algo que siempre me gustó hacerlo- le decía: -¡Uy!, tengo una contracción. El vientre duro en punta... pero sin ningún dolor-.
Y nos reíamos felices de que se aproximara el advenimiento. Como la regularidad de las contracciones no era muy precisa y estábamos en la fecha, habíamos acordado con el médico partero, el mismo maravilloso profesional que trajo a Leila al mundo, que si no se daba la dilatación suficiente, se procedería a una cesárea. 97
98 Me interné, me hicieron el “goteo”; en un momento avisé que empezaba a desmayarme; me bajaron la intensidad o algo parecido, y todo siguió en orden. Luego el médico, ya en la sala de pre-partos, ponía su mano sobre mi vientre y se asombraba que la contracción verificada viniera sin dolor. Por los datos recabados, se decidió la cesárea. El doctor me habló serenamente explicándome el procedimiento de una anestesia peridural que me mantendría despierta. Cuando me pusieron la inyección en la médula, yo hacía chistes pensando que así relajaba a los anestesistas y no me pasaría nada. Pero la procesión iba por dentro. Para mí, es importantísimo moverme, sentirme en libertad. Me ataron en una camilla y pregunté: -¿Puedo mover la cabeza?-
Me dijeron que sí. Entonces el ejercicio de rotación lo cumplí entre los vapores de una anestesia que me mantenía despierta, pero con mi conciencia nublada. No vi nada, con una mampara adecuada, ni tuve ningún dolor. Sólo mi cabeza trabajaba insistentemente. -¡Es una hermosa niñita!-.e. “¿Por qué tanto silencio?”. Oí que el médico me decía: -¿Está bien?-, pregunté. -Perfectamente-.
Oh, Dios, qué bueno eres conmigo... La paz y felicidad me invadieron. Pero pronto, mi cerebro agitaba tremendos pensamientos. “¿Por qué tanto silencio? ¿Estaré grave? Voy a morir... ¿Quién cuidará con Alberto, de mis hijitas?” Todo era una gran fantasía de mi imaginación alterada, pero la vivía como real. Después me llevaron a una sala de recuperación... y los pensamientos seguían en ese ritmo irregular. La anestesia fue desapareciendo, pero las piernas seguían dormidas y las sentía como de goma-pluma. Comencé a pensar que me quedaría paralítica y no se lo podía decir a Alberto para no afligirlo. Lástima, porque me hubiera aclarado todo. Entonces, para tranquilizarme, fui con mi imaginación a Bariloche, a subir montañas con la Virgen María... Después me trasladaron a mi habitación, subiendo la camilla por la escalera dos pisos, por un corte de luz. 98
99 Yo pensaba en los pobres camilleros, con ese peso... En la habitación, ya, mi único deseo, era ver a María Sol, y ¡no me la querían traer porque pensaban que mi estado psicológico no lo permitía! Ignorantes. ¿No sabían lo que es un corazón de madre? Por fin, a escondidas, una nurse me la trajo... y la felicidad me volvió a sonreír con toda su magnificencia. Tiernita, rosadita, con su papá, a mi lado... Volví a casa como si viniera de unas vacaciones en un hotel. Al entrar, esperaba Leila de 18 meses. Pasé a los brazos de mi madre, a María Sol para que mi pequeña hijita, a la que había faltado su madre varios días, no se sintiera desplazada. Ya, claro, nos visitaba en el sanatorio donde todo era algarabía y a mí me encantaba charlar gozosa y orgullosa, de nuestras bebés. A la tardecita empecé a percibir una fuerte hinchazón en el pecho acompañada de dolor. Le habla Alberto al médico, y éste le dijo: -Es una mastitis; dígale a su señora que le dé de mamar a la nena, o sólo me queda verla sufrir-.
¡Qué les digo!, mi pequeña María Sol mamó con muchas ganas. Pobre hijita, ya intuía lo que sentía su madre en su inconsciente, recién salida a la luz del mundo. Durante la noche, los 40° de fiebre comenzaron a bajar y tenía que levantar las sábanas para que las olas de calor como fuego, se desplazaran. María Sol seguía alimentándose. A la mañana, la fiebre había desaparecido y los pechos se habían normalizados. Sólo había bajado de peso y quedado muy débil. Mi remedio siempre fue el aire natural y el movimiento. Así que, apoyada en el cochecito del bebé, salí de casa y caminé solo unos metros y volví. Otro día, cuadra y media. Y, ya después, sin límite. Era una madre sana y feliz con sus dos bebés y un marido dichoso, cariñoso y orgulloso. María Sol, como Leila, traía ese no se qué que hace de alguien un ser especial. Ustedes dirán que soy muy parcial y vanidosa madre. Pero es cierto. Algunos de los que las conocen podrán corroborarlo. Leila y María Sol desarrollan ahora su vida de familia y de amigas, como envueltas en un halo invisible de dulzura y amor. Se me 99
100 llenan los ojos de lágrimas al escribirlo, porque me enternezco hasta las fibras más íntimas, de alegría y felicidad. Les conté que fui profesora de un Colegio Privado de Hermanas, 20 años. Allí inicié mi actividad docente después de haber terminado la carrera de Filosofía, meses antes de finalizar las materias pedagógicas que me habilitarían como Profesora, pero me ayudaba mucho el título de Maestra Normal. Éramos entonces 6 profesoras y las demás docentes eran religiosas. Hicimos un grupo hermoso de noveles compañeras en la nueva y noble tarea de enseñar. En ese Colegio, fui desarrollando paralelamente, mi vida con otras compañeras jóvenes, algunas casadas como Luisa y madre de una pequeña y hermosa niñita. Con los años nos íbamos casando y siendo madres las demás del grupo, que se iba agrandando a través de los años. En el recreo, en la sala de profesoras, charlábamos; entrelazábamos compañerismo y amistad y nos contábamos nuestras cosas. Un día yo dije de mis dos nenas: -Sí, Leila es Diafanidad y María Sol, Ensoñación-.
Se hizo un silencio. Después me „cargaron‟ y dijeron:
-Hebe nunca habla de sus hijas, pero cuando lo hace, todas tenemos que
escucharla... -y se rieron.
Tenían razón. El orgullo interior, nos hace, a veces, ser únicas en la felicidad que poseemos. Pero, en cierta forma, es cierto, porque cada ser en este mundo ¿acaso no lo es? Contar a gritos, en ocasiones, que lo somos, con una palabra o con un gesto, se hace una necesidad existencial. Yo soy, yo vivo, yo estoy aquí... y muchos seres queridos agrandan y dan sentido a mi vida. Y el Himno de la Alegría de Beethoven con letra del gran poeta Shelley, inserto en el Cantoral del padre Ignacio Larrañaga, me viene a la mente. “Escucha, hermano, la canción de la alegría, / el canto alegre del que espera un nuevo día. / Ven, canta, sueña cantando, / vive soñando el nuevo sol, / en que los hombres volverán a ser hermanos.// Busca en la vida un nuevo rumbo cada día/ para que juntos canten todos de alegría. / Siembra en la vida una nueva melodía, / que aquí en la tierra has de encontrar el nuevo día.”
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101 Yo te digo, hermano del alma, tienes que pensar, sentir, esperar, esa melodía en tu corazón y así has de encontrar tu propio “nuevo día”. *
27. HERMANAS Y SOBRINOS Sheila es rubia, alta y linda. Es mi hermana mayor y, aunque no tenemos tanta diferencia de edad, ella me trata con cierta protección. Yudi, le sigue y después vengo yo. Mi hermanita menor Leila Inés, era la más pequeña, que nos dejó de un año y medio, cuando yo tenía sólo cinco. Yudi también traspasó los límites de este mundo, pero hace pocos años, cuando ya sus 4 hijos habían formado sus propias familias y le habían dado la alegría de ser abuela. Yudi se casó muy joven. Se sacó el guardapolvo del Colegio para ponerse el vestido de novia. Incluso, la modista y mi madre, se desesperaban porque no tenía tiempo para las pruebas. Es que se casó el 21 de diciembre por la Iglesia, y tenía que preparar sus últimos estudios para recibirse de Maestra Normal. Un mes antes, había pasado con Horacio, su esposo, por el Registro Civil. Pero era un secreto (a voces) en el Colegio, por el Reglamento, que ni permitía que el novio (legalmente el esposo), la fuera a buscar a la salida. ¡Qué época! 101
102 De cualquier manera, no fue “esposa” hasta el 21 de diciembre. Alborotadas sus amigas y compañeras, y Yudi, serena, vivía inocentemente los acontecimientos. Era una chica muy dulce, de ojos grandes, cabello oscuro y hermoso rostro oval, que no traslucía toda la fuerza, que llevaba por dentro. Su esposo Horacio, era marino; por eso, luego del Civil, voló a Río Gallegos para volver justo a la ceremonia nupcial. Después, viajarían juntos nuevamente, al sur, donde estaba destinado. Mi madre le decía: -Dejame que la prepare un poco sobre cómo cocinar y tareas domésticas-.
-No te preocupes, le enseño yo- le contestaba. Y creo que así fue.
Llegaban las cartas firmadas: Yudi y Horacio; a los meses Yudi, Horacio y... Más tarde Yudi, Horacio... y Rodolfo. (No sé qué seguridad tenían que sería varón). Por último, ya le habían puesto sobrenombre “Monito”. A Yudi le había quedado una materia, Música, para rendir. Así que, cuando volvieron a Buenos Aires al año siguiente, en diciembre, con tremenda panza, fue a rendir, y se sentó, muy guapa, en uno de los escalones de la gradería. Con todas mis compañeras, espiábamos por la ventana del salón de Música. Supimos, que la Profesora, artista del Colón, quizá sin hijos, dijo después en Rectoría: -La aprobé porque sabía, sino la hubiera aplazado doblemente, por ella y por su panza-.
Yudi jamás pensó en inspirar lástima; había preparado la materia suficientemente, en Río Gallegos. También nos sorprendió cuando regresó de ese viaje de un año, con la valija llena de ropita de bebé, tejida por ella. Horacio era un excelente persona y la ayudó mucho en esa etapa de cambio, en que dejaba el refugio de sus padres para abrirse un nuevo camino, muy enamorada sí, pero tan inexperta. Y abordar un lugar nuevo y un clima tan frío de 20 grados bajo cero, en invierno, que se despertaban con la colcha de la cama escarchada, y que de noche cerraban las cañerías para que, al hacerse el agua hielo, no reventaran, no era fácil. 102
103 Sin embargo los dos decían que les encantó ese lugar. Claro, era su luna de miel. Yo estaba en tercer año y cuando nació Rodolfo, en cuarto, pronta a recibirme de maestra. Ya, para mis compañeras, era la “tiíta” porque no hablaba más que de ese sobrinito que “estaba en viaje”. Así que, cuando nació, nadie preguntó: -¿Qué tuvo, varón o mujer -sino- ¿nació Monito?
Y ese día fue para mí tan especial, que fui al Hospital a conocerlo por mi cuenta, porque todos se habían ido sin mí, por la tonta teoría que el dolor del parto no era para que lo presenciara una jovencita. Y yo, que le había escrito una poesía cuando supe que Yudi quedó embarazada, y que ansiaba un bebé en la familia desde la pérdida de mi hermanita Leila, ¡cómo lo quise! ¡Qué orgullosa estaba! Tan tierno, tan lindo, rubio de ojos azules... y se volvió a ir con sus padres a Puerto Belgrano. Sheila lo peinaba con un rulo en el medio y venía el padre y le alisaba el cabello. ¡Ah, el machismo! Pero Horacio era un marido y padre excelente. Después se casó Sheila con Carlos, y la familia, así, iba agrandándose y yo tenía, de una o de otra de mis hermanas, un sobrinito o sobrinita, por año. Sheila tuvo a Mauricio, a Sergio y a Marirró. Yudi, después de Rodolfo, tuvo una hermosa bebita -Moira- de cabello oscuro y ojos verdes, y a Raúl (mi Ulre), el tercero, que vive ahora en Francia con su linda familia, pero que viene de vez en cuando por trabajo y para ver el resto de su familia y el país, al que extraña mucho. Es simpático, muy inteligente, sonriente y discordante en ideas, solo para chichonear a su hermana Moira, que lo acoge, con Guillermo su esposo, cada vez que viene a parar en su casa. Y dejo para el final mi séptima sobrinita, Viviana, hija de Yudi y Horacio, que es mi ahijadita, compinche de mi hija Leila, y con dos nenas amorosas, ya señoritas. Cuando era bebé, vivían en La Plata, y yo estudiante entonces, sentía de repente, una desesperación por verla y tomaba el tren para ir a su casa. 103
104 He tenido con ella varios encuentros especiales, en momentos difíciles, y es un poco como mi hija, aunque no la vea seguido, ahora. Todos mis sobrinos me llaman “Yeyá”, y a mí me encanta, aunque no deja de sorprenderme que aún lo sigan haciendo. A veces, dicen Hebe, como tomándome el pelo, porque para ellos y sus hijos, soy Yeyá. Me lo puso Rodolfo (Monito), pequeño de poco más de un año. Apenas balbuceaba y daba sus primeros pasos. En casa del Virrey, me quería señalar algo por la ventana, y como no me daba cuenta, me llamó: -Yeyé, Yeyeá...-Y así me quedó para siempre. Y fue en uno de esos veraneos en la casa de Yudi y Horacio, que conocí por primera vez el mar, como se los cuento en un capítulo anterior. Y también, durante mis vacaciones con Sheila, su esposo Carlos y sus hermosos hijitos, en Mar del Plata, pude seguir gozando de las aguas profundas del Atlántico. Ellos alquilaban durante el verano un chalet y siempre me invitaban. Desde el primer momento que contacté con esas costas maravillosas, formaron parte de mi vida. Esa ciudad, con distintos niveles cuyas calles terminan en el mar, con esa costanera, esa larga explanada, más alto o más baja, con la ondulante costa, y el agua verde golpeando contra las piedras en remolinos de blanca espuma, y deslizándose de vuelta con suavidad sobre las rocas. O las playas... o ese entrar y salir uno rápido del agua salada y fría, que golpea contra tu cuerpo sin pedirte permiso... No puedes otra cosa que reír de alegría y saltar gozosa entre las olas. Mar, océano, ingresaste en mí, como un fuerte impulso de toda la creación... Sheila, cada vez que íbamos a pasear, tardaba en salir de la casa, y la paciencia de mi querido cuñado Carlos que -como Horacio- fue para mí un excelente hermano, se manifestaba en forma de un golpe de pie sobre las gomas del auto, a ver si estaban bien, o alguna otra cosita del coche para revisar. Sheila, por fin llegaba, toda llena de vida, contenta y excitada. Si era de día, con los tres chicos; si de noche sin ellos, para ir al cine, a la 104
105 confitería o al casino. La verdad, no me aburría con ellos, y me trataban con mucho cariño. Los paseos por las tardes con los chicos eran diversos. Recuerdo las Sierras de los Padres... Ah, cómo jugaba con mis sobrinos y me divertía de lo lindo. En Buenos Aires también los veía seguido. Ellos vivían en Flores. Yo, en Belgrano. Mis sobrinos varones eran tremendos, capaces de comer porotos crudos o hacer cualquier barbaridad que volvía loca a su niñera. Pero Sheila no les perdonaba la comida. Su buen plato de puré y no se qué más, entraba por sus boquitas con una cuchara y sin desperdiciar nada, el sobrante lo recogía de los tiernos labios y... se los hacía comer finalmente. Cuando nació Sergio, Mauricio quedó en casa con la niñera. Tenía un año más o menos. Le había salido un afta en el labio, pobrecito, y no aguantaba la gasa que lo protegía. Ahora pienso que cuánto extrañaría a su madre. Sheila tuvo un parto bravo, y en la casa, una infección con fiebre alta. En el sanatorio, mi madre tuvo una caída por la escalera que la golpeó fuerte en la cabeza. Así que, en casa, yo me repartía entre mi madre y Mauricio. Marirró que vino después, crecía hermosa, defendiéndose de sus tremendos hermanitos. Al hacerse muchachos fueron increíblemente tranquilos y muy buenos hermanos entre sí, los tres. De una casa tipo chalet de dos pisos, se mudaron a Belgrano, una casa antigua, grande, con un hermoso jardín. Allí fue donde Alberto y yo nos comprometimos. Después, de mudarse a un piso 14, al final, compraron un chalet con parque, árboles y pileta, en Martínez. Sheila era muy buena ama de casa y le gustaba recibirnos a todos. Creo que no disfrutaba de tirarse al sol, por atendernos con solicitud. Eso sí, cada vez que se mudaba, tiraba paredes, hacía reformas y decoraba con amor, los ambientes. Un triste día, enfermó Carlos y en pocos meses empeoró. En el Sanatorio, Sheila se pasaba en la sala de espera toda la noche, mientras estaba grave, en terapia intensiva. 105
106 Me tocó a mí darle la noticia de su muerte, a mis padres. ¡Cuánto dolor! En su casa, en los últimos momentos, Sheila y sus hijos alrededor de él, lo acariciaban. No lo olvidaré. Sus hijos eran muchachos y Sergio y Marirró se habían casado, ya, y cada uno de ellos, le dio la alegría de un nietito. Mi cuñado Horacio también falleció años después y sus hijos se sintieron fuertemente sacudidos. Yudi, buena esposa y madre, con tres de sus hijos casados y con sus tan queridos nietos, afrontó una vida de decisiones y altibajos con serena y silenciosa paciencia. Pero pasados los años, dedicó su vida a su familia, su servicio religioso en la Legión de María, y también recreándose en la amistad con sus cuñadas, sus primas y sus amigas. Cuando falleció, fue en medio del cumpleaños de su cuñada, y querida por todos los presentes, familiares y amigos. Fue duro para sus hijos y para sus nietos, jóvenes, tiernos y muy amantes de su abuela. Yudi, por ser esposa de marino, tuvo viajes y cambios de destino continuos, hasta que ya, grandes sus hijos, pudo permanecer en Buenos Aires. Cuando venían, en cortos viajes, paraban en casa, la del Virrey, y mi madre, no sé cómo hacía, pero sacaba camas de todas partes... y yo gozaba de tener mis sobrinitos cerca. En la historia de mi vida, la familia contó mucho para mí, por eso no puedo dejar de comentarlo. Y, para no ser tan extensa, no cuento el cariño que recibí de mis muchas tías y tíos y cuyo recuerdo acuno en mi corazón, con cada detalle especial. Mira tú, amigo lector, cuánto amor has acogido en tu corazón a través de los años de tu existencia. Aprécialo, vívelo con intensidad, porque los días pasan, unos van, otros vienen... y algún día nos reuniremos todos. Y, perdóname si me alargué demasiado, pero algún sobrino o algún nieto mío, encontrará quizás, en estas hojas, buenos recuerdos de sus padres o abuelos. No te olvides, que todos estamos entrelazados, de alguna manera. *
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28. MIS TRES CUARTOS DE ESTOMAGO Padecí anemias durante muchos años. Pero como con unos comprimidos de hierro se levantaban en 15 días los glóbulos rojos, no le daba mucha importancia. Cada tanto, sentía disminuidas mis fuerzas. Entonces, volvía al protocolo sanguíneo, al medicamento... y seguía adelante. Pero, hete aquí, que al volver de unas pequeñas vacaciones, el resultado del laboratorio dio 2.650.000 glóbulos rojos, y entonces entendí por qué esos días, yo, charlatana, había hablado poco. Y por qué en una clase de 5° año de varones, tenía que darla sentada. Durante una semana, día a día me estudiaron de arriba abajo en el Policlínico del que era socia, buscando prolijamente la causa de esas anemias. En los intervalos, me iba a tomar algo a una confitería de la esquina con un libro del Séptimo Círculo. Terminados los estudios, fuimos con Alberto una semana a Mar del Plata, ya recobrado el bien perdido. Lo pasamos pensando en Leila y María Sol que tendrían unos 8 y 7 años respectivamente. Cuando regresamos, le dije al médico clínico que tenía los resultados de los estudios. -Mire doctor, yo no creo que hayan dado con la causa de mis anemias; pienso
que ha de ser psicosomática- porque, como habrán visto ustedes, amigos
lectores, soy demasiado emotiva. Ya me habían dicho los médicos antes, que esa posibilidad se dejaba para el final. Estaban expuestas las radiografías de mi estómago en unos transparentes iluminados, y me contesta pensativo: -No crea, señora, el líquido no entra en los pliegues de su estómago-.
En efecto. Esa evidencia me llevó derecho al cirujano gastroenterólogo; un excelente profesional que no olvidaré nunca. Voy con mi hermana Sheila a verlo y me dice: -¿Hoy qué día es? Señora, el lunes se interna-.
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108 Casi me desmayo. Titubeo: -Pero doctor (era el mes de septiembre), ¿no podemos esperar a diciembre que se terminan las clases?-No señora- replicó, al Colegio este año no vuelve-.
Otro desmayo mental. De ahí en adelante se sucedieron las cosas una tras otra, sin solución de continuidad. Le digo a mis hermanas que sólo lo acepto, si ellas me suplantan en casa los domingos... y “días de guardar”. Y además, ¿cómo se los comento a mis padres? Suavemente, no sé cómo se los dije. Tan dulcemente, que mi padre me expresó seis meses después de operada, -¡Recién ahora me doy cuenta de tu operación!-
¿Y a mis hijitas? Una compañera me dijo: -Y, decíselo-.
En el corredor de casa, a la puerta del cuarto, les hablé, no sé cómo, pero lo hice. Sólo necesité ese empujón: “y, decíselo”. Previa a la intervención, tuvieron que hacerme una gastrocopía. Y eso creo que fue para mí una experiencia peor que la operación. Me metieron un tubo en la garganta que parecía un inflador de bicicleta. Lo hizo un médico muy simpático, y mientras hablaba con Alberto que por suerte estaba presente, me dice, -Ahora, señora, ¿entiende a los traga sables?-
Yo no podía ni reír, ni llorar, con el tubo de la boca al estómago, y cuando ya no se resistía más, agregó, -Alégrese, porque no tiene nada malo-.
¡Y me lo sacó! Antes de esa intervención, me habían inyectado un tranquilizante e insuflado anestesia local. Esto me había dejado medio boleada. Así que, cuando al llegar al auto, Alberto me dejó, para abrir la puerta del conductor, sostenida sobre el coche, me dije, “¿Es así cómo se siente un drogado?”
Supe, después, que la pantocaína local me había provocado una reacción alérgica y que estuve a punto de tener un edema de glotis. “¿No está el Señor de todos los mundos sobre mi vida?” 108
109 Cuando volvíamos a casa, Alberto me iba explicando suavemente, que lo mejor era operar, etc.etc... Yo, mareada, estaba en un plano de éxtasis. Pero, ya me lo había dicho. Fue muy importante para mí, que todo sucediera en septiembre. Había mucha luz y la naturaleza estaba próxima a estallar con el canto de la primavera. Conseguimos en el Sanatorio un muy hermoso departamento, justo en el piso de maternidad, el más alegre. El 12 de septiembre fui con Alberto y un bolso, a internarme. Era la una del mediodía y como había pasado la hora del almuerzo, fuimos a un restaurante español que había en la esquina. No lo olvidaré. Cuando el mozo espera la orden, yo le pregunté a mi marido qué me convenía comer, y él me responde: -Date el gusto, porque por mucho tiempo, no te los vas a poder dar-
¡Para qué me lo dijo! Comí, sin timidez alguna, un rico puchero de gallina con chorizo colorado, panceta, repollo y todos los aditamentos que lo componen. Hoy, 30 años después, todavía revivo el placer de ese almuerzo. Esa tarde hice venir a visitarme al Sanatorio, a mis nenas y a mis padres para que me vieran rozagante y bien instalada, antes de la aventura para sobrevivir. A la noche, Alberto quería quedarse, y le dije que estaba bien, tranquila y con mi libro del Séptimo Círculo; que en casa lo iban a necesitar más. Así que la novela policial apagó todo temor y me distrajo como para que yo agradeciera en esa colección, su gran ayuda. A la mañana temprano, ya estaba Alberto. Vino la enfermera. Me enchufó en la nariz una sonda y antes que pudiera decir “Ay”, ya estaba lista. Tengo que rendir mi homenaje a esa eficiencia y suavidad de los enfermeros que te hacen sentir en un sanatorio como un bebé que cargan de una cama a una camilla, cariñosa y firmemente. Al piso de cirugía. Debo reconocer que, a pesar de ser la más brava de las 5 operaciones que tuve en mi vida, ésta fue la mejor atendida. La sala era pequeña, muy iluminada; no había a la vista ningún instrumento ni equipo. 109
110 Yo dije (ya era mi costumbre), -¿Me van a dormir?-
No recuerdo la respuesta, pero sí que inmediatamente, sin lapso alguno para mí, oí que me decían -Señora, ya está operada.
Pensé “¡no puede ser!”, y sentí una gran rabia (Alberto me dice que es la “injuria” que se siente emocionalmente por haber sido intervenida). No lo sé. Yo me decía “Hebe, ponete contenta. No te has muerto con la anestesia”, y al mismo tiempo deslizaba suavemente mi mano izquierda sobre mi panza, y sí, había un montón de gasas y adhesivos. Dice mi suegra que cuando iba en el ascensor, de vuelta a la habitación, esbocé una pequeña sonrisa. Creo que todos lo pasaron peor que yo. Alberto, esperando en el piso de cirugía ¿3 horas?; no sé cuánto duró. El médico lo invitó a presenciar la operación, pero le aconsejó que no lo hiciera, ¡por suerte! La cosa es que en ese piso dejé mis tres cuartos de estómago. Mis hermanas deliberaban “¿Le decimos o no a nuestra madre? Y si le pasa algo, no nos va a perdonar el no haberla visto antes”. Vino mi madre. Yo, despierta con tubos por todos lados. ¿Qué aspecto tendría? ¿Qué le habría dicho para tranquilizarla? Se ve que no fui muy acertada, porque los problemas sobrevinieron en mi casa. Y, ahora, puedo imaginar cómo se sentían todos, en la Casa del Virrey. Trasladando dormitorio y placard, ¡la madre, las hijas, la esposa, ausente! ¿Qué sentirían mis hijitas? ¿Qué miedos se dibujaban en sus pequeñas mentes y qué confusiones? ¿Qué preguntas que no hacían? Las únicas lágrimas que saltaron de mis ojos, durante mi internación, no fueron provocadas por mi proceso operatorio, para nada, sino por lo que sucedía en mi casa, y yo lo vivía a través del teléfono. Mis hermanas cumplieron su promesa de reemplazarme. Yudi hizo el pollo el domingo, que salía la muchacha. Sheila me llamó desesperada al sanatorio: mi madre tenía una colitis incoercible y no quería llamar al médico. Le dije 110
111 -No le preguntes, llamalo enseguida-.
Se estaba deshidratando y hasta le recetaron jugo de naranjas, recuerdo. María Sol, que tenía sus reacciones alérgicas, con fiebre y vómitos, no quería comer nada. Yo le explicaba por teléfono a la muchacha cómo hacerle la sopa de tapioca. A Alberto le dije: casa-.
-No vengas al Sanatorio que mis amigas te reemplazarán; hacés más falta en
Medio se ofendió, pero no quedaba otra. Laura me había dicho que cuando la necesitara, ella organizaba con mis amigas un equipo de turnos adecuados, aún de noche y así lo hizo. Dejó a su esposo el pollo en el horno y los ravioles para que los preparara y vino enseguida. ¡Qué inolvidable el cariño de la amistad, suave, dulce, silenciosamente, en puntas de pie, atendiendo tus mínimas necesidades! Mis queridas amigas Laura, Cecilia, Nori, Beba, Roxana; mi suegra también; todas pusieron tanto amor y cuidado, que fueron parte de mi excelente convalecencia. Y pude también gozar de un pequeño diálogo, que la situación permitía, con cada una de ellas. Gracias, Dios mío, por ese Don Sagrado, de la amistad. Mis dos hermanas Sheila y Yudi, dejaron su casa y su familia, para ayudar en la mía. ¿Cómo no recordarlo con amor? Y, Alberto, mi sostén, en todo momento, con las palabras justas, pacientes y cariñosas, yendo y viniendo de casa al Sanatorio. Tuve 2 días de ayuno absoluto, con dos sondas. Una de ellas desde la nariz, la otra desde el estómago para afuera, y Alberto me decía: -¿Te das cuenta qué maravilla el invento del doctor Nélator que permite que los residuos salgan del cuerpo?-.
Oh, por Dios, eran pequeñas cosas, pero me ayudaban. Por la noche, semidormida, trataba de imaginar el camino increíble de mi fisiología gastrointestinal. Una mañana vino el cabo enfermero, y antes que yo respingara, me sacó la sonda de mi nariz, y sin tiempo para higienizarme y cambiarme el camisón, entró sonriente mi médico, y dice contentísimo -Señora ¡qué bien se la ve! (Yo pensaba en su bondad y en mi aspecto). 111
112 Cuando pude saborear un poco de hielo en mi seca boca, ya fue una gloria. Ni qué decir cuando en las siguientes 48 horas, tomaba té solo cada dos horas. A los 8 días estaba bien para volver a mi casa. Cuando llegué y me miré al espejo, pensaba qué buena receta para adelgazar era una gastrectomía subtotal, como la mía. Nos habían cambiado de dormitorio a uno más amplio, y el placard adosado a la pared del anterior fue instalado en el nuevo. Y las manos hábiles de una señora que ayudaba por horas, me había trasladado todo, prolijamente. Además me dejaba preparado en la heladera, los 8 flancitos que debía comer. El pollo picado y el puré fueron mi alimento casi por dos meses. Cama, naturalmente... y el amor de todos los míos. Las manitos suaves de mis nenas al lado de la cama. ¿Cómo salir de esta historia? Recordando el momento en que me preparaba para ir a internarme, y el pensamiento que me cruzó por la mente “¿Les escribo una carta a mis hijas para cuando sean grandes? Lo rechacé como un mal pensamiento y gracias a Dios los resultados de los exámenes post-operatorios fueron excelentes... y ¡para que!, ahora como de todo... y no estoy tan delgada. En diciembre de ese año había un Congreso de Odontología en Mar del Plata, y acompañé a mi esposo con las nenas. Le había dicho al médico: -Doctor, ¡ya no soporto esta dieta!- El me respondió: -Y señora, vaya comiendo de a poco, otras cosas-.
Para qué me lo dijo. Ahí empecé y nadie me paró. Encontré en el hotel a una compañera del Colegio, Beatriz, que, con su hermoso sombrero de ala ancha, acompañó mis momentos de esa semana en que Alberto asistía al Congreso. Me dijo en secreto que tal vez estaba embarazada. Le respondí sin hesitar “¡Seguro!”. Había esperado mucho esa posibilidad. Y, en el tiempo, tuvo una nena, y otra y otra más. Es una gran persona y tiene una linda familia. Era profesora de Filosofía como yo. Varios años disfrutamos con nuestras mutuas familias, momentos muy felices. 112
113 Beatriz, con tu sombrero de ala ancha, eras la juventud y la esperanza. Y tus sueños se cumplieron. Dice Alberto que el recuerdo de la gastrectomía fue un estandarte que sigue vigente en mí, para sacarlo a la luz en cualquier momento. Pero hay un significado mucho mayor. Tuve la oportunidad de recibir de él, de mis hijas, mis padres, mis hermanas, mis amigas, un gran y acogedor amor y lo sigo disfrutando cada vez que lo recuerdo. *
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29.¡SOY ABUELA! A los 18 años, Leila se puso de novia con Darío, un muchacho muy joven y decidido. Enamorados, se casaron casi al año de conocerse. Alberto tuvo que firmar por Leila en el Civil y Darío pudo hacerlo porque acababa de cumplir 21 años... y un bebé vino. Así es cómo entré a una nueva dimensión de vida ¡ser abuela! Cuando Leila, próxima al parto, se internó en el Sanatorio, Alberto, yo y Norma, madre de Darío, esperábamos en un saloncito el momento del alumbramiento, al lado de la sala de partos. A las 2 de la madrugada de un 30 de agosto, dio su primer gritito, Luz, una tierna y rosada niñita, a la que todavía no se le permitía visitar. Pero, una comprensiva nurse, nos permitió verla rápidamente mientras la llevaba en brazos, y ¿puedes creer? Luz nos miró y esbozó una leve y gloriosa sonrisa. ¡Ah! Norma, Alberto y yo tocamos algo parecido a un nuevo mundo, desconocido hasta entonces, pero patente y real ahora para los tres. ¡Éramos abuelos por primera vez! Es una instancia que se inaugura en tu corazón ya de por vida. Hermosa bebé, deseada y amada en brazos de sus padres, con la cabeza de sus tres abuelos presentes, asomados y embelesados ante tal asombrosa maravilla. Porque sabes, lector amigo, a un hijo, si eres mujer, lo sientes en tu cuerpo y ya lo amas, y tu esposo te sigue paso a paso y palpa sus 114
115 movimientos en tu vientre. Pero a un nieto, te lo dan, como un regalo invalorable; no tuviste ninguna intervención, salvo acompañar a sus padres, si te dejan, porque hay parejas que quieren hacerlo todo solos. Quizás porque los padres y futuros abuelos nos ponemos a veces un poco pesados... consejos, etc. No olvidaré, esa miradita de Luz que despertó en mí, el primer amor de ser abuela... Ella nos inició y cuando venían llegando, uno a uno, a su tiempo cada nuevo pequeño ser, que ingresaba a nuestras vidas sin responsabilidades, para nosotros, sino para gozarlos, eran otros pequeños mundos que ponían en tus cálidos brazos, como un delicioso préstamo sin condiciones. Participas de las alegrías y pequeñas preocupaciones de su crecimiento, pero son los padres y médicos los que indican lo que se debe hacer. Tú observas... y gozas. Y lo acunas y cuando son más grandes, hasta les inventas un cuento. Luz, graciosamente empezaba a dar sus primeros pasitos, cuando tuvo a su primer hermanito, Matías. Habíamos alquilado una quinta en Tortuguitas. El nuevo bebé tenía sus lindos 4 meses y abuelos y bisabuelos gozábamos de los dos nietitos. Allí bautizamos a Matías, con una cálida reunión posterior. No fue por mucho tiempo, porque sus padres extendieron sus jóvenes alas, y con sus dos polluelos, se fueron a vivir a Estados Unidos, en Los Ángeles. Y comenzaron las cartas, las conversaciones telefónicas, las grabaciones, para poder gozarlos de nuevo... Y entonces éramos 3 los expectantes de noticias: Alberto, yo y María Sol, la flamante joven tía, los que tratábamos de acondicionarnos a su ausencia nostálgica, pero deseando que estuvieran felices y que ese cambio fuera para su bien. Norma también se radicó en ese país por unos años. Y un día, 5 meses después, necesité escribir estas líneas. "Mi dolor no se puede tocar. Estalla. Hago de mi corazón un crisol y es tan frágil, tan frágil, que se hace nada como lluvia de lágrimas o luz, que expande energía, materia inefable menos que luz, in-cuantificable. Y todo por nada. Por risas de niños que no veo, pero que imagino con su piel suave, que no toco pero que recuerdo; por unos
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116 rulos de bebé o por un pelo largo de una niña mujer madre. Necesito llorar. Descargarme hasta el final y después, reír al sol tibio de este invierno con mil llamados lejanos. Hoy, que mi otra niña mujer puede volar como pájaro y que comparte su vuelo con otras aves jóvenes. Hoy, que mi hombre niño descansa a mi lado, después de larga fatiga, valiente y fuerte como yo, haciendo como que no se sufre y riendo porque todos estamos vivos. ¡Qué bueno llorar! Abrir las compuertas... y saber mañana, cuando goce de la felicidad de cada día, que hoy fui feliz, porque sufrí con alas desplegadas como la gaviota, que quería volar tan alto. 23-7-82".
Hace unos días, este pequeño casualmente, desde no sé qué carpeta...
papel
cayó
a
mis
manos
Pasaron 14 meses y Leila vino a visitarnos por un mes con sus dos hijitos: Luz y Matías. Mientras luchaba con las valijas y la aduana, sus nenes salían al pasillo del aeropuerto. Luz miraba las caras de la gente que esperaba a los viajeros, buscando rostros queridos... y nos divisó y reconoció. Mientras, Matías con su añito y medio, se hacía el distraído, dando vueltas por las cromadas barandas que lo separaban de nosotros. Luz corrió con un enterito violeta y blanco a nuestros brazos ansiosos y después nos acercamos a Matías, con el emocionado deseo de ser reconocidos... ¡Y era maravilloso volver a ver a Leila de nuevo! Abuelos, tía y amigos, regresamos alegres, después de saltar esos meses de distancia física. Leila también había extrañado mucho... ¿Cómo te encuentras con seres queridos, que son a la vez, cada uno, mundos separados, personas y personitas que han vivido y experimentado lo que nadie puede reemplazar en ellos? El tiempo pasó, Leila se quedó en Buenos Aires después de muchas reflexiones y decisiones propias... Darío vino meses después. Reunida la familia nuevamente, siguió creciendo y nació Paz. Una hermosa pequeñita que su bisabuela paterna la llamaba cariñosamente "la lombriz", porque envuelta en su mantilla, lo parecía y era dulce de acunar.
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Al tiempo, Darío volvió a Los Ángeles, por su trabajo. La vida siguió. Pasaron los años... nietos y sobrinos fueron acogidos con tiernos cuidados y a veces pasaban todos, unos días con nosotros en la casa del Virrey. Después se mudaron a un departamento más cerca de nuestra casa, con tres dormitorios. Cambiaron de Colegio. María Sol, en tanto, se puso de novia con Nicolás y un 6 de enero, día de Reyes Magos, se casaron. Fue una bella boda y una muy feliz pareja. Y Sol ingresó así, a una nueva y hermosa familia, la de Nicolás. Al año y medio de casados, un inolvidable 11 de octubre coincidiendo con el día en que Alberto me pidió que me casara con élnació la pequeña Paola. Sus primos estaban en la escuela primaria y yo casi había olvidado cambiar pañales. Tan tiernita, recién nacida a la madrugada de ese día... Todos volvieron a sus trabajos y me quedé sola con Sol recién salida de su cesárea y que con un tubo todavía le daba el pecho a su bebita. A esa hora la nurse no estaba disponible. Así que mi hijita me la pasó a Paola para un urgente cambio de pañales. Y yo, con una mano sosteniéndola y con la otra buscando en el bolso. Mi hija, levantada la cabeza, guiándome en esos pasos en que parecía una novel abuela asustada, temiendo no hacer bien las cosas para una delicada bebé ¡recién nacida!, entregada a mi poca destreza. ¡Pero todo salió bien! Y un bebé nuevito entró en la familia con abuelos, tíos y primitos arrobados por tanta dulzura. Pronto la inteligencia y personalidad de Paola iba a impactar nuestro natural orgullo y cariño. Sol le había escrito poesías a los 5 meses de embarazo; a los 3 meses de edad... y así siguió. Seis años después se reanudarían nuevos poemas porque un nuevo bebé volvía a rejuvenecernos a todos, de tal forma 117
118 que, cuando estábamos con Carolina -así se llamó- el tiempo pasaba sin darnos cuenta y Sol dijo: -¡Sí, es una "carolinoterapia"!- y dio la palabra exacta.
¡Qué felicidad representa cada personita que hay en un nietito: sus perfiles, modalidades, gracias, reacciones, afecto...!
También la dicha trae algunos desasosiegos, a veces. Matías tenía 5 años cuando tuvo su primer accidente. Travieso, había saltado de un modular a la araña colgada del techo, y se balanceaba. El cable se cortó con su peso y cayó electrizado y desmayado, al suelo. Cuando lo vio Leila, al principio creyó que se hacía el dormido, sin notar la araña también en el suelo. Rápido pidió ayuda y un vecino lo envolvió en una frazada y lo llevaron en taxi, al Hospital que quedaba a 3 cuadras. Matías, semidespierto, repetía -¡No quiero que me vuelva a pasar esto!-
Se había electrocutado. La quemadura la tenía en la palma de la mano y en la pierna del mismo lado, cerca de la ingle. Fue un largo mes de médicos y expectativas. El padre estaba en Estados Unidos, trabajando. Luego, fuimos a Mar del Plata con Sol, soltera, y el grupo familiar de Leila. Allí, nos turnábamos; unos con Matías que no podía ir a la playa por la arena, ni meterse al mar, y otros con las nenas, que sí podían. 118
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Volvimos a Buenos Aires y en el club al que íbamos, Alberto se sentaba al borde de la pileta con Matías que miraba triste el agua, a la que no podía entrar. Preocupados, Leila con Alberto y Matías, decidieron ir al Instituto del Quemado y pasar, antes, por Pompeya a visitar a la Virgen. ¡En una semana se cicatrizaron las heridas del nene y ya pudo gozar de la pileta! Otro pequeño accidente le ocurrió meses después. No fue travesura. Lo golpeó un auto en la cabeza, de refilón, al adelantarse a cruzar la calle, sin esperar a su abuelo que venía detrás de él. Otra vez al Hospital cercano. Ellos vivían en Riobamba y Santa Fe. Gracias a Dios fue sin consecuencias, pero ¡qué momentos pasó el pequeño y todos nosotros! Decididos a mudarse a un departamento más cómodo, vinieron a casa del Virrey Leila y los nenes, hasta que se hiciera el cambio. Entonces, habíamos acomodado lo mejor posible, a los visitantes. Matías era un varoncito muy inquieto y temperamental, sensible y bueno por dentro, pero se mostraba adusto ante un "no", y era un poco temerario caminando por la orilla de la vereda, cuando iban por la calle.
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30. ESTUDIANDO JUNTOS Desde que nos pusimos de novios hasta ahora -¿cuántos años hace?- Alberto y yo hemos compartido esa inquietud por el saber y el crecimiento espiritual, sin programarlo. Solo iba haciéndose como lo dice el poeta Antonio Machado: "Se hace camino al andar". Casualmente te regalan un libro "Yo estoy bien, tú estás bien" de Thomas Harris y lo compartes con un grupo de amigos. Buscas más bibliografía sobre el tema y te enteras de unos cursos de Análisis Transaccional. Ahí acudimos. Nos internamos en las vivencias de las Nuevas Ciencias de la Conducta. Asistimos a varios congresos sobre stress. Atisbamos sobre Parapsicología, Psicología Transpersonal, Filosofía oriental y algo de Control Mental. Y bueno, para qué describir cada paso de todos esos años, en que robábamos tiempo a nuestras ocupaciones, sin descuidarlas tampoco, para correr a una clase. Años después, organizamos pequeños cursillos de "Comunicación interpersonal", que nosotros dábamos, primero con una amiga psicóloga, excelente persona, y más tarde los dos solos. Alberto preparaba los dibujos entre uno y otro paciente, y yo organizaba los programas. Por otro lado, éramos misteriosamente, o casualmente "llamados" a crecimientos espirituales y religiosos. Tres años en la Renovación Carismática Católica. Después, grupos de oración. Tiempos de nuevos y excelentes amigos que sigues viendo o te quedan en el corazón. Finalmente entramos en los Talleres de Oración y Vida organizados por un Sacerdote, que te encamina hacia una relación personal con Dios, contigo mismo y con tus hermanos en un "para siempre". ¡Cuánta inquietud, corridas, entusiasmo, admiración, traían todas 120
121 estas etapas a nuestras vidas...! Y ahora pienso, si esta historia "Almas Solitarias" que cuenta todas estas vicisitudes, puede ser considerada "una novela". Pero la vida de cada uno de nosotros, ¿no es, si la escribes, una novela? Cuando yo les digo que nada de lo que cuento en este libro es imaginado, sino real, ¿quito fantasía a lo que escribo? Puede que fantasía sí, pero no imaginación. Aunque todos los hechos fueron reales y verdaderos, sus personajes a los que solo por discreción cambié el nombre, vivieron con todo su potencial humano, enriquecido con el toque alquimista de la imaginación. Maxwell Maltz en su libro "Psicocibernética", fue el que nos amplió el panorama durante nuestros estudios. Y he aquí, que acaba de descubrirse científicamente -según leí hace pocos días- el poder de la imagen en las células nerviosas del cerebro. Creo que soy un poco confusa al contarles todas estas cosas, pero amigo lector, ¿cómo puedo prescindir de algo que te atañe, de estos tesoros, que, como los de un barco hundido en el tiempo, yacen en el fondo de nuestra conciencia? ¿Cómo describir todos estos años de descubrimientos, de nuevos amigos, de cambios y transformaciones… ? Tú eres joven y recién empiezas, pero ¡cuán profundo es tu corazón, cuán abismal tu pensamiento más secreto…!. ¿No te sientes impulsado a entrar en órbitas nuevas, que te aparten de lo cotidiano y que te permitan, al mismo tiempo, vivir más intensamente cada momento de un día, mientras vas al trabajo, o al estudio, o a encontrarte con tu novio o con una amiga? Si no lo hiciste ahora... empieza a hacerlo. Y para ello, no hay edad... Quizá cuando hayas entrado en años, descubras sendas escondidas dentro de ti mismo, que no tuviste anteriormente tiempo de emprender. Si es así... ¡hazlo! *
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31. NUEVOS CAMINOS Me detuve un tiempo, porque emprendí una senda nueva, continuación de las anteriores, y que ha de ser, posiblemente, la última antes de la Transformación final. Me hace pensar en cuánta arrogancia puse en estas páginas, pero también sé que fui sincera en lo que me nació del corazón. Imagino que la vida tiene muchas etapas. En cada una vas creciendo o decreciendo, o te estancas, y no te das cuenta porque sobrepasan tu raciocinio consciente. Al escribir este libro, los acontecimientos van fluyendo unos tras otros... Y mi único deseo es no cansarte, porque si no, estas palabras no tendrían sentido. Mi problema es, ¿cómo contarte cuántos árboles había al borde del camino, cuántos cantos rodados que dificultan el andar y cuántas historias iba surgiendo unas tras otras, cada vez? Alberto ya ha escrito tres libros desde que dejé de escribir éste, y está esperando que le pasen las hojas hechas, para tipearlas en la máquina electrónica. No tenemos aún una computadora; valor de la técnica para algunas cosas. Pero él dice que alguien le dicta las palabras cuando escribe. Yo también creo que cuando las mías te llegan, en realidad „alguien‟ me las dicta. Algunos artistas lo llaman inspiración; otros intuición creadora. Alberto le ha puesto un nombre simbólico “Nunatak”, y yo le he puesto al que me susurra en el corazón, “Num”. ¿Te gusta? ¿Qué nombre le pondrías al tuyo? ¿Será nuestro ángel guardián el que nos trae las mejores cosas en impredecibles momentos de una infinitud inasible y sagrada? Yo no quiero entrar en esferas que parezcan no incluirte. Porque donde estás y cómo seas, estás dentro. 122
123 No me importa si no me entiendes. Las palabras no siempre lo expresan todo. Quiero que olvidemos las palabras. Yo te entiendo... ¿y tú? Alma hermana, como si fuéramos vasos comunicantes, cada uno de nosotros, tú, yo, nos unimos en esa trascendencia que va mucho más de las palabras. Si a la altura de estas páginas, has aguantado seguir leyendo... sólo puedo decirte, gracias, yo también te quiero. Estoy viva, con todas las pasiones y todos los temores; tengo todas las edades juntas, las que tuve y las actuales. Dios me permitió muchas cosas lindas y además me enseñó la paciencia, la perseverancia y la esperanza. En medio de todas estas cosas terribles que suceden y que el televisor apagado ha dejado en mi mente; la aceptación por lo que no puedo cambiar; el comprender, el perdonar; el sentirme protegida, me dan fuerza para comunicarme contigo, alma solitaria; para seguir adelante, para abrir un sendero en medio del bosque y acompañarte desde aquí, desde donde estoy escribiendo, e imaginarte inmersa en una luz especial llena de amor y de paz. Detente y siéntete así. Siempre que alguien te ame, lo sentirás. Y cuando envíes tu luz de afecto y comprensión a otra persona, también lo sentirás. Y entonces, detente también un instante, para participar de ese silencio de tu alma solitaria, que por un momento, ha dejado de serlo. ¡Cuántos sueños dormidos en esas páginas de mis cuadernos, ha aquilatado un poco mi ser!...Toma tú, también, un cuaderno y escribe... Hay un tiempo para soñar, y hay un tiempo para vivir. Y en mi soñadora juventud, escribía esto que ahora transcribo:
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“Él buscaba la luna. Yo el espacio que había detrás de la luna. Él amaba mi risa. Yo sacaba mi risa al sol”. “¿Y no tuve yo a la vida, como mi más fiel maestra? ¿No tuve otras risas, otros dolores? ¿No vi ocultarse el sol muchas veces tras los visillos de una ventana? ¿No sentí pavor, dicha, inquietud, espanto? ¿No me abandoné en la línea de un sentimiento dominante? ¿No di vueltas y vueltas a un mismo pensamiento y no lo sigo aún ahora sopesando? ¿No amé, deseé, soñé, destruí y viví meses, días, años?” “¡Mi pobre pequeñita experiencia y esa fuerza luchante interior y silenciosa, que se levantaba todos los días de resurrección! ¡Cómo no sentirme llena de toda esa gran dicha, de todos esos maravillosos dones de las hadas!” “¿Quién puede venir y decirme que ama más que yo a la vida... y todo ese gran cielo tachonado de mundos brillantes y todos esos transcursos nuevos, sorprendentes, inquietantes o monótonos de los días... Y esa maravillosa ignorancia e incertidumbre del día venidero; toda la Gran sabiduría divina que traspasa las cosas más opacas; todas las manos de los niñitos y la inocencia de los animales, la belleza de las plantas y la extraordinaria, cruel, escalofriante, maravillosa inteligencia humana? ¿Y todo lo que hay sobre la tierra y lo que no vemos, no sentimos, no conocemos siquiera?...”
Esto escribía entonces, y lo sigo pensando ahora. *
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32. LA CASA DE LA PAZ En un causal circuito, el año pasado, nos mudamos a un departamento de tres ambientes, en Ciudad de la Paz; la misma calle de la primera casa en que nací y que no la recuerdo, porque sólo era una bebé. Esta séptima residencia, pienso, ha de ser la última, porque nos gusta mucho y estamos recómodos y contentos. El desprendimiento de la "casa del Virrey", parecía que iba a llevar una larga secuencia de recuerdos prendidos en sus paredes. Pero no es así. Logré despegarme un poco de los lugares y de los objetos, y darles la cabida que le corresponden en el corazón. ¿Se acuerdan que yo soñaba que quería comprar la quinta casa, la de once habitaciones que daba a una avenida? Claro que fue una historia de mi inconsciente "el archivista ciego e imparcial" -como lo llama Alberto-, a través de más de 40 años. Sin embargo, llevó dos años resolver, preparar y decidir, mudarnos de la "casa del Virrey". De vez en cuando, un sábado, salíamos a ver departamentos y... nos quedábamos con el nuestro. También comenzamos a vaciar placares, regalar ropa, objetos, algunos muebles y muchos libros, y deshacer y desprendernos del equipo odontológico. Nos íbamos liberando poco a poco y eso sí, muy seguros de que en el nuevo hogar pudieran caber la biblioteca principal y algunos muebles, de los que no nos queríamos separar. Y, que hubiera pared suficiente, para los dos cuadros de mis abuelos maternos, que mide cada uno de ellos más de un metro cuadrado.
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Y, sí. Lo conseguimos... Pasaba el tiempo... Cada vez que le decía a Alberto, algún sábado: -¿Vamos a ver departamentos?-
Él, que era el más entusiasta en mudarse, cansado de tantas visitas inmobiliarias inútiles, suspiraba, y a veces condescendía en acompañarme, otras, no. Pero, el día que aceptó contento y bien dispuesto, fue el que, entre cuatro departamentos que visitamos, nos impactó sólo éste. A toda la familia, le daba pena que dejáramos el "del Virrey", y, siempre encontraban algún defecto a alguno, que le describíamos. Sin embargo, Alberto y yo, lo decidimos con igual entusiasmo, ese sábado, y... en tres meses nos mudamos. Y a todos los que nos visitan, ahora, les encanta. Sari, mi suegra, que era una enamorada "del Virrey", no se cansa de admirar luz, vista y detalles. Yo les digo: "Amo cada centímetro de nuestra nueva casa". Y no soñé más con la anterior e incluso la visité, después, con sus nuevos dueños, -una hermosa pareja joven de músicos con dos nenes- que la tienen muy linda, pero que hicieron de ella su propia casa, ¡y nada tenía que ver con la que fuera nuestra! Ahora sí, la mudanza fue toda una aventura. Montones de canastos comunes, y dobles, para la ropa. Un equipo de hijas, nietas y amigas, nos auxiliaron. Yo dije: -Lo que más necesito es la ayuda para la vajilla y la vitrina-.
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127 Y las manos delicadas, de Cecilia, Sol y Martita -que con José su esposo son uno de nuestros jóvenes y valiosos amigos de los últimos años- realizaron la mágica tarea de que llegaran sanos a destino y me aliviaran de una labor, para mí, difícil. La noche anterior a la mudanza, el equipo eficiente y rápido de Leili y sus hijas Luz y Paz, dieron los últimos toques, y fue redivertido. Cuando vi a Paz en la escalera, sentada arriba de un sector del alto placard, dije a Alberto: -Trae la cámara para fotografiarla y mandarla a Los Ángeles.
Y, como del ropero surgieron el traje de novia de Leila y unos vestidos míos largos, de épocas anteriores, las chicas se los pusieron. Luz, con sus bellos 17 años se recostó, cuan larga y graciosa es, sobre el aparador. Foto. Paz, hermosa con sus 14 años, salió al balcón con el vestido de novia, y pasaron unos muchachos por la calle, y uno de ellos, poéticamente y con una mano en el pecho le cantó: "-Ay, Julieta, ¡soy tu Romeo!- Y siguieron caminando, muertos de risa. Leili, contenta, acomodaba, rápida y certeramente, las últimas cosas. A las 7 de la mañana siguiente suena el timbre, ¡y era la mudadora, a la que esperábamos después de las 11! Alberto y yo, en ropa de cama, saltamos, y no sé cómo metimos trajes y cajoncitos de las mesitas de luz, carteras, y todo lo posible, en los últimos canastos, en menos de 5 minutos. Los expertos casi nos meten dentro de un canasto doble, porque todo lo hacían rapidísimo y bien. En poco tiempo la casa estaba vacía, quedaba solo una mesa que dejábamos y... nuestras dos gatitas Melisa y Carlota. Enseguida Leili, las chicas, Cecilia y Sol vinieron en ayuda. Unas en una casa para recibir los muebles; los otros en el "Virrey". Las gatas, súper miedosas, encerradas en un cuarto. Gracielita, amiga joven de estudios e inquietudes, nos prestó una bolsa especial para gatos. Ella tenía dos mininos. Y, como Melisa y Carlota son nuevos personajes en este libro, he de contarles algo de ellas. 127
128 Antes de casarme, tenía una gatita que me la habían llevado mis alumnas del Colegio religioso privado. Mi madre no quería saber nada, pero, como tenía un corazón de oro, cuando a los años murió, lloró toda la noche como yo. Recuerdo que aquella vez, cuando volvimos con Alberto de la luna de miel, me la había traído en sus brazos, diciéndome: -Acariciala, pobrecita, porque te extrañó mucho y se va a enfermar.
Mi nueva vida me había absorbido demasiado y la gatita volvió a tener mi cariño y el de Alberto, que aprendió a querer a los gatos, porque él prefería a los perros. Y cuando en los últimos años, después de varias historias gatunas, felices y tristes por su final, trajo una gatita gris, Leili, del Tigre, a la que casi atropella con el auto, y se la puso en los brazos a su padre, yo que ya no quería nuevos sufrimientos me resistí un poco, pero Alberto la acogió con cariño, me miró, y la dulce Melisa -así la llamamosquedó en casa. A Carlota, una hermosa gata de tres colores: blanca, marrón y negra, la había recogido Leila del Normal 1, cuando sus tres nenes eran pequeños e iban a ese Colegio. Años después, al mudarse a Belgrano, le regalaron una cachorra ovejera, Tamara, y después que se fuera Matías, mi nieto, a Los Ángeles, que era su dueño legal, como la gatita extrañaba y temía los avances juguetones de la perra que había crecido, pasó a quedarse bajo nuestra protección. Volviendo a la mudanza, luego de muchos intentos, las gatas fueron traídas por Sol y mis nietas, a la "casa de la Paz". Y viven muy contentas eligiendo, como siempre, los mejores lugares y tendiéndose en nuestra cama, cuando estamos en ella, con sus graciosas y cariñosas posturas. Un elemento, importante, no vivo, sino electrónico, ingresó en nuestra casa después de mudarnos: la computadora. Alberto la necesitaba mucho, y aprendió a usarla con unos cursos televisivos de enseñanza a distancia, y con la ayuda de Nicolás, Sol y 128
129 sus tres nietas: Luz, Paz... ¡y la pequeña Paola, que ya tiene la suya propia! Así comenzaron a tomar forma, con mejores recursos técnicos, los libros que Alberto escribe, y de los que ya editó uno. Y naturalmente, con mucho cariño, me va pasando los capítulos de éste, adivinando mi no muy clara escritura. Ahora, agregamos, Internet. No me acabo de asombrar de esta maravilla técnica e inteligente. ¡Cómo ha crecido el mundo, lector amigo! Si eres joven has nacido con estos avances, y quién sabe los que vendrán. Sólo te digo, úsalos para bien y disfruta de sus resultados, porque así serás feliz como yo quiero que lo seas. Y con Alberto escribimos este mensaje en la P.C. apenas él pudo hacerlo: "Para nuestros nietos" "Esta computadora tiene como fundamento ampliar nuestra comunicación de amor a nuestras hijas, yernos, y sobre todo a nuestros queridos nietos porque de ellos es el futuro. Queremos dejarles en este mensaje la alegría que ustedes nos dan cada día. Nos hace sentir que nuestra vida no tiene fin. Siempre existirá esa comunicación que dan los recuerdos a través del tiempo. Nos hace dichosos ver la bondad, la frescura, la inteligencia, la fuerza interior que emana de cada uno de ustedes y sabemos que el tiempo les hará desarrollarlas para llegar a las metas, que cada uno por su capacidad e interés, quieran lograr. Hoy, domingo 13 de junio de 1999, hemos encontrado en un aparato electrónico como lo es la P.C. un medio espiritual de expresarles cuánto los queremos. Tus abuelos Hebe y Alberto (Yeyi y Tati)". *
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33. EL SILENCIO DEL NIÑO Lector amigo, quiero compartir contigo algo que me ha angustiado mucho, cuando pude darme cuenta del dolor humano que hay que sufrir en este mundo. De niño, uno vive las cosas sin comprenderlas. Goza, sufre, teme, ansía, juega. Pero, si tú has sufrido de pequeño o de adolescente, circunstancias que escaparon a tu voluntad; si has sido sujeto de mal trato o de falta de amor o de la atención que un bebé, un niño, un adolescente necesita; si has sufrido callado... no puedes volver atrás, ni cambiar nada de tu pasado, hermano mío. Creo que todos los seres humanos hemos experimentado alguna vez cosas semejantes, porque el mundo está lleno de personas de todo tipo, bondadosas o crueles, sufridas o desesperadas. Lo que uno va entendiendo y conociendo de esas realidades ocultas, duele, duele mucho. En mi juventud no las conocía; sólo viví mis sufrimientos naturales de soledad o tristeza que también se transformaban, por milagro muchas veces, en alegría sana y en luminosos pensamientos de paz. La inocencia seguía viviendo en mí para curar mis heridas y tuve a mis amigos “los cuadernos”, para desahogarme y renacer, y a los libros, para comprender y sublimar. Pero cuando ya eres mujer, no niña ni adolescente; cuando empiezas a ver la vida con todo su realismo; cuando accedes a los medios de comunicación, radio, periódicos, T.V., y se ensancha tu campo de los horrores que existen y no conocías... entonces, un dolor muy grande se arraiga en tu corazón. Yo te digo, amigo, amiga, si te sucede algo así, ábrete y déjalo salir. ¿Cómo? Compártelo con un ser querido, con un amigo, o con grupos de autoayuda que hoy existen para bien. No te quedes ahí 130
131 extático y comprimido dentro de ti mismo. Sal fuera de ti... camina por un parque... entra en algún templo... No te quedes ahí. Busca ayuda con cuidado, conscientemente... y la encontrarás. ¿Alguien te hizo daño?... Sabes quién, o lo ignoras, pero lo sufres. Lo sufres con tu vida, en silencio... El mundo es así, entiéndelo. No estamos en el paraíso terrenal, pero hay sí un futuro, una manera de cambiar dentro de uno mismo, y sobre todo de PERDONAR. Libérate, emprende el largo camino del perdón. Yo te había hablado de que amar es un largo camino, ¿recuerdas? También lo es perdonar. Perdonar es sanar. Es amar. Es comprender... Es olvidar. Es abrir puertas de tu espíritu a una realidad trascendente, donde el sol y la vida te ofrecen nuevas oportunidades que no tienes o que dejas pasar. Quién te hizo daño, se lo hizo a sí mismo y tiene que vivir con eso. Quién sabe cuál es su vida y por qué lo hizo... Aunque parezca mentira, también es digno de compasión. ¿Digno el indigno? No estamos para juzgar porque también seremos juzgados. Hemos nacido para amar, para ser felices... y para perdonar. Ya sé que es muy fácil decirlo...Yo, doy fe que he logrado perdonar, y que me han ayudado a hacerlo. Pero sí también, que he seguido muchos caminos de búsquedas... Que he tenido marchas y contramarchas, pero lo que fue en principio “mis cuadernos”, “mi diario íntimo”, “la valija cargada”, “mi bagaje”, fue quizá el principio. Siempre aparecía una luz en medio de las tinieblas. ¿Quién me protegía? ¿De dónde surgía esa luz interior? Entonces no lo sabía y ahora sí. ¿Cuál es la fuerza de nuestra alma superior a todas las potencias físicas, “capaz de trasladar montañas”? ¿Qué energía poseemos, insospechada por nosotros mismos? ¡Oh, fuente inagotable, combustible inasible generador de amor y de alegría! La explosión del Big Bang es pequeña al lado de tu propia fuerza interior, porque ésta es tuya, la vives hoy y el comienzo increíble del Universo fue, y dio origen, a estas explosiones propias y tuyas. 131
132 ¿Experiencias cósmicas transpersonales; dimensiones desconocidas? No. Es tu experiencia, tu resurrección. Has vuelto a la vida, acabas de sonreír... y eso, eso es ser feliz. Alma amiga, te amo desde lo más profundo de mi ser.
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34.QUERIDO LECTOR Me cuesta mucho, terminar de hablar contigo. ¿Qué haré después de escribir este último capítulo? ... No lo sé. Pero sí tengo claro, que aunque nunca te conozca, la amistad entablada a través de esta historia, a pesar de lo que faltó decir o de lo que sobró, nos ha vinculado íntimamente, en un plano superior, en dimensiones indescifrables que, aunque no las comprendamos, están ahí. Desearía, amigo mío, que en el transcurso de este diálogo imaginario contigo, hayas ido dejando de sentirte "un alma solitaria", si es que alguna vez lo fuiste. Si habían quedado vestigios en mí de aquellos viejos tiempos de mi adolescencia y juventud, reflejados en "Mis cuadernos"; al irme explayando contigo, página tras página, he ido desempacando las pequeñas cosas amontonadas en lo que he llamado "mi valija". He traspasado los límites de mi espacio vital y de mis circunstancias de vida. He abierto las compuertas de ese "yo profundo e individual" que gritaba dentro de mí... Y en este momento sé, al terminar, por qué quería escribir un libro. Necesitaba comunicarme contigo... Y ahora, al llegar al último capítulo, puedo decirte cuánto me has ayudado… y que, me alejo yo, porque ya estás tú, ocupando tu propio lugar en este difícil y maravilloso mundo. Y si me cuesta dejarte, entiendo que este desprendimiento es necesario. Es difícil hacerlo, pero vale mucho. 133
134 Libérate, también tú, alma amiga, de lo que hayas leído, porque, quizá, sin saberlo, quise 'incluirte' entre mis propios sentimientos, y eso no está bien. Dejemos sí, para nuestro íntimo ser, la brisa suave de un pasajero encuentro, en el reino ideal de la imaginación y el pensamiento. Y... volvamos a la vida, con la alegría y frescura con que vuelve uno, de unas breves vacaciones. Sé libre. Sé feliz. Sé tú mismo. FIN
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