RAZA DE HÉROES

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RAZA DE HÉROES

Enrique Arce


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Te estoy aprendiendo, hombre , te aprendo despacio,despacio. De este difícil estudio goza y sufre el corazón”. Jerzy Liebert


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TEMARIO El propósito que tiene este trabajo, es destacar las propuestas y dificultades que a toda persona le ocurre en su tránsito por el mundo. Apunta a revelar las capacidades intrínsecas positivas que posee el hombre por el solo hecho de ser, y aquellas adherencias malsanas que dañan su vida personal y social, priorizando la existencia de las primeras y desechando estas últimas. Todo ello en procura de una orientación que lo lleve a encontrar el camino hacia su plenitud total. En este aspecto desarrollo un programa que registra el seguimiento de las distintas etapas de vida comenzando desde la niñez hasta el individuo adulto, acompañadas de su crecimiento bio-psicológico y espiritual que contiene sus pensamientos-sentimientos y que hacen a su conducta, personalidad, y las relaciones con la familia y la sociedad. En esos terrenos en los que se encuentra incluido el hombre, éste propondrá sus propias ponencias y recibirá –o no- las que los demás les planteen. Pero hay algo que deberá descubrir en la profundidad de su ser, y es su propia esencia espiritual. Hago una advertencia: algunos capítulos pueden coincidir con otros insertados en otros de mis libros Con estas consideraciones está concebido este ensayo. ***


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ÍNDICE 1* La razón de ser — 4 2* El niño, base fundamental de la construcción humana — 6 3* La adolescencia; largo período de incertidumbre y de acomodación — 8 4* Personalidad: el cambio a través de los roles — 10 5* La conducta: Pensamientos. Los sentimientos y las emociones: la sal de la vida — 12 6* El diálogo mantiene el equilibrio existencial — 18 7* Matrimonio y familia: — 24 8* Educación y Cultura: argamasa y cemento — 36 9* El hombre insertado en la sociedad — 49 10* ¿Puede el hombre de hoy, con todos sus problemas existenciales y sociales, encontrarse a sí mismo y proyectarse hacia los demás? — 56/70 ___ A modo de epílogo: “Raza de héroes”— 71 ***


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1* La razón de ser ¿Cómo se distingue a la sociedad actual? La veo como conformada por tres grupos disímiles de individuos en un mundo que le va quedando chico. Y no porque el universo se halle constreñido, sino porque el hombre no acierta a relacionarse armónicamente entre sí. Por una parte existe una concentración enorme de pobres que se debaten por sobrevivir. En el otro extremo los poderosos, menos numerosos pero fuertes, que no solo poseen sus haciendas, sino que luchan, con armas no siempre nobles, por adquirir cada vez más para satisfacer su codicia. Y entre ambos, aquellos más holgados económicamente, que pugnan por no caer en la pobreza y sí por alcanzar los frutos de la comodidad y el bienestar. Y veo también individuos indiferentes, a quiénes la vida pareciera que les transcurre sin que pusieran poco o nada de su protagonismo. Y nosotros, todos, no estamos de más en el mundo. Nadie nació porque sí. Existe una razón por la cual yo, tú, ellos, vivamos, y estemos aquí, en este mundo. Pero si Dios nos dio inteligencia, sentimientos y un espíritu creador, no fue para que la usáramos como un adorno intelectual, sino para que nos entendiéramos entre nosotros; para armonizar nuestros actos y ser una parte importante del todo en el concierto de la Humanidad. Es por eso que el panorama sombrío del hombre en la sinrazón, que nos ofrece Fray Luis de León en su “Noche serena”, estremece las fibras íntimas de mi corazón: Cuando contemplo el cielo de innumerables luces adornado, y miro hacia el suelo de noche rodeado, en sueño y en olvido sepultado, el amor y la pena despiertan en mi pecho una ansia ardiente(...) y la lengua dice al fin con voz doliente: Morada de grandeza, templo de claridad y hermosura, mi alma que a tu alteza nació, ¿qué desventura la tiene en esta cárcel, baja, oscura? Porque pareciera que no nos diéramos cuenta de que nuestra vida se va enangostándose en el tiempo, y así lo expresa el poeta: El hombre está entregado al sueño, de su suerte no cuidando, y con paso callado el cielo vueltas dando las horas del vivir le va hurtando. Y acongojado, con un grito profundo que le sale del alma, nos advierte: ¡Ay! despertad, mortales!; mirad con atención en vuestro daño; ¿las almas inmortales hechas a bien tamaño podrán vivir de sombra y sólo engaño? En la sociedad actual percibo una falta de entendimiento común que aleja al hombre del hombre, como si se hubiera producido entre ellos la “confusión de lenguas” tal como sucedió con la Torre de Babel. (Génesis 11,9). ¿Cómo lograr que nuestros espíritus adopten un entendimiento supremo que acerque a los hombres entre sí? Estas consideraciones no se escapan a la observación aguda de muchos estudiosos de la realidad social, cuyos conocimientos han acrecentado mi visión del mundo. Pascual Ramón Muñoz Soler en su libro “Antropología de Síntesis” y refiriéndose al hombre actual, nos señala la semblanza de un desequilibrio de su propio yo, lo que lo lleva a un desmoronamiento en su identidad. Podría arriesgar que la persona humana, en su mayoría, no conoce a ciencia cierta quién es él y por ende, vive alienado.


5 Sin embargo, existe en el ser humano un espíritu de vida, y es la energía que nos anima a desarrollar nuestras potencialidades aún en contacto con las peores dificultades. También actúa en aquellos hombres desarticulados en su propia integridad, sean ricos o pobres, a que reúnan los pedazos dispersos de sí mismos y los unifiquen, desechando los impulsos nocivos, en procura de una vida sana y fructífera. Este espíritu, calladamente, quiere guiarnos en el camino excelso de la vida, y muchas veces ni percibimos su presencia bienhechora. .* Estamos insertos en un mundo que gira en forma vertiginosa proponiéndonos el goce inmediato de las c o s a s que se acumulan ante nuestros ojos ofreciendo sus frutos e invitándonos a su obtención, de cualquier manera, aunque sea ignorando, la más de las veces, nuestra verdadera’ esencia espiritual’. Y ese rechazo del espíritu nos conduce, casi sin darnos cuenta, a un estado de desorden y turbación que nos enceguece y no nos deja ver el camino del goce que nos merecemos como seres humanos. Ninguno de nosotros desea sentirse extraño en el mundo, y yo quisiera encontrar aquellos elementos que ensombrecen el ánimo de cualquier mortal, pero no situándome como un fiscal severo que con dedo acusador marca al desnudo las imperfecciones que tiene/tenemos todo ser humano, sino, al contrario, acompañarlo como lo haría un amigo, un compañero, que ama a su prójimo y que quiere, solamente, mostrarle y alentarlo para que saque de sí y ofrezca a los demás, los sentimientos puros de la comprensión, la compasión, el amor y el perdón, que son los verdaderos guías espirituales que signarán su existencia.. ¿Qué me guía a desempeñar la tarea de esta manera? La admiración que siento por el hombre, esa maravilla del proyecto divino. Pero a través de la labor que extiendo a tu curiosidad, necesito de ti, porque eres el espejo en el cual yo me veo y discurro. Me pregunto y te pregunto: ¿Nos conocemos realmente? ¿Tratamos de descubrir nuestro propio yo íntimo? ¿Bajo qué misterioso designio vivimos usando la inteligencia, la imaginación y el poder de decidir, lo que vamos a hacer en cada momento de nuestra vida? Creemos conocer nuestro ser íntimo, y lo único que hacemos es crear una personalidad falsa acorde a las circunstancias que vivamos. Las respuestas a las preguntas nombradas, nos lleva al principio de nuestra vida, que es el basamento de la existencia posterior. *


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2* El niño: base fundamental de la edificación humana Nacimos al mundo de los hombres, sin saber por qué. Nadie eligió a sus padres, su raza, su lugar de origen, pero así sucedió. Sin embargo, insisto, no creo que “nacimos porque sí”. Existe una razón, más allá de lo biológico, para que tú y yo, estemos acá, en el mundo terrenal, ligados y vinculados con los demás seres de una u otra manera, pero al mismo tiempo independiente entre nosotros. Y nuestro nacimiento fue, generalmente, recibido con grandes muestras de cariño de nuestros padres y allegados, que nos lo prodigaban en caricias, abrigo, alimentos y mimos. Porque tú y yo no éramos otro individuo más, sino el único, el intransferible. Y en el devenir del tiempo muchas cosas ocurrieron; algunas agradables, otras que se proyectaron como sombras hirientes que dejaron llagas y marcas dolientes en nuestras almas vírgenes. Tal vez no recuerdes ese instante en que te liberaste de los brazos amantes y te erigiste, por tí mismo, en posición vertical parándote sobre tus propios piecitos. ¡Qué momentos heroicos aquellos! Conseguiste ¡nada menos! que la l i b e r t a d de trasladarte de un lugar a otro, vacilante al principio, pero cada vez más afirmado en tus plantas. Claro que algunas veces es muy posible que te fuera limitado el camino, porque, en esa avidez primigenia de tocar y conocer tantas cosas que tenías a tu alcance inmediato, en ese nuevo mundo que se desplegaba ante tus ojos, algunos brazos te alejaban de ellas y debías conformarte con un no cariñoso, y en otros momentos te paraban en seco con un grito imperioso que te hacía temblar, por el temor de tus mayores de que te hicieras daño. Seguramente esos primeros retintines del NO fueron las razones iniciales que establecieron en tu mente “lo que no debía hacerse”. Es posible que, así y todo, te hayas atrevido, en ocasiones, a romper las normas establecidas, aún a costa del condigno castigo al no respetar lo que tenías prohibido. Y fuiste aprendiendo a obedecer, aunque fuera a regañadientes, a quienes ejercían el poder. Eso te enseñó también, a guardar cierta distancia entre tus semejantes. Aunque, ese ámbito que hay entre tú y las demás personas trataste de cuidarlo para que no te hiciera daño. Quiero decir, para hacerlo pacífico y dichoso. Los años fueron pasando entre advertencias, consejos, sermones, conocimientos y experiencias y se fue consolidando tu temperamento. Durante ese largo período de convivencia con tus mayores, pudiste congeniar con figuras paternales cariñosas, tolerantes, buenos escuchas atentos y solícitos, que te dieron permiso para ser feliz; pero también, por desgracia, los hubo otras de características autoritarias, prejuiciosas y desvalorizantes. Y no faltaron aquellos que por excederse en su amor, te amparaban de tal modo que hacían y decían todo por ti, asfixiando tus capacidades innatas, no permitiendo que te abrieras con libertad a lo que te dictaban tus propios pensamientos, sentimientos y decisiones. De este modo llegaste a trasponer tu niñez y situarte en las etapas siguientes de adolescente y adulto joven, en un mundo que no siempre te fue propicio, para poder encaminarte en tu propia senda. ¿Cómo se fue componiendo tu realidad con ese mundo? Acerquémonos a ese niñito de entre 3 a 6 años y lo veremos tratando de descubrir “quién es él” y “cómo es”.


7 En ese tiempo, se fue armando, aunque todavía toscamente, la razón de tu existencia y tu ubicación en los ambientes familiares y sociales. Y esos “espacios” estaban signados por una dualidad de a c e p t a c i ó n o r e c h a z o: en un g u s t a r o n o g u s t a r. De tal modo fuiste definiendo tu posición frente al mundo que comenzabas a conocer. También percibiste tu naturaleza sexual como varón o mujer e hiciste los ajustes a esas condiciones, a través de las experiencias que ibas acumulando. Y además, progresivamente, empezaste a diferenciar entre fantasía o pensamiento mágico y realidad. En ese recorrido te habrás preguntado interiormente -¿quién soy yo en relación con los demás? y habrás montado tu propia significación yo-mundo. Y de a poco, al adquirir nuevas capacidades, métodos y técnicas, encontraste la “llave” de “cómo se hacen las cosas” a la vez que trataste de estructurar tu tiempo cronológico. Por otra parte, anduviste decidiendo inconscientemente, los valores propios, coincidentes con tus propias metas. En fin, tu propia libertad interior te alentó a hacer las cosas a tu modo y paladar. Sigamos con el modelado de nuestro “niño” que vamos rememorando y acariciémoslo ya que durante nuestro crecimiento biológico su espíritu no nos abandonará y se mantendrá dentro nuestro, acurrucado y pendiente a que le “demos permiso” para salir al exterior; a hacerse presente. Quiero decirte que, cuando amamos a los demás seres, es nuestro niño espiritual quien prodiga su beneplácito e infunde el calor humano. Lo mismo ocurre cuando reímos y disfrutamos. Cuidémoslo entonces, pero aprendamos a percibir algo muy simple pero que nos puede ocasionar un dolor de cabeza, si no estamos atentos en el momento de llevar a cabo determinadas decisiones. Y la disyuntiva se encuentra cuando estamos ante una circunstancia en la que están presentes el g u s t a r y la c o n v e n i e n c i a. Si ambas posiciones están de acuerdo, bien, no hay ningún problema. Pero ¡cuidado! cuando se presenta la doble opción de que me gusta aunque no me conviene o me conviene aunque no me guste porque en ellas está en pugna el niño que pide gozar sin importar nada, y el adulto que mide previamente lo que va a decidir en pro de su salud bio- psico- espiritual. *


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3* La adolescencia: largo período de incertidumbre y de acomodación Continuemos en esa proyección imaginaria de nuestro desarrollo como personas y ubiquémonos en la etapa de la adolescencia. Seguramente recuerdas muchas de sus instancias. Hermoso período de transición entre el niño que quedó acunado en tu corazón y el adulto que asoma, colmado de nuevas responsabilidades. Épocas de vinculaciones amorosas y amistades; estudios con proyecciones a futuro y búsqueda de trabajo. Durante ese trayecto se fue diseñando en ti una conducta y una personalidad adaptables a las propias coyunturas que te permitía la sociedad con la que convivías. Y no fue nada fácil, porque seguramente te encontrabas como situado –tímidamente- en una esquina donde confluían dos veredas. En una de ellas las personas mayores entre las que tratabas de ubicarte, y en la otra, tu hogar cálido, depositario de esa niñez que debía ser suplantada para lidiar en ese nuevo mundo que te ofrecía la sociedad. ¡Encantadora y difícil etapa de la adolescencia! Largo período de crisis y de atención esmerada de aquellos que te acompañaban y que tenían la enorme responsabilidad de velar por ti, joven inexperto, y a la vez, puro. Y así fue languideciendo nuestra niñez en la que imitábamos las actitudes de los mayores, tratando de encontrar figuras modélicas en las que pudiéramos depositar nuestra confianza. Y seguramente muchos hallaron ese “espejo” donde reflejarse. Cuando cito a’ figuras modélicas’ me refiero a esos seres que actúan en la vida con la dignidad que engendra la honestidad y el recato en la conducta. Empero, la contracara la mostraron otros seres perversos que alteraron la expectativa ingenua de muchos adolescentes. En estas dos etapas de vida –infancia y adolescencia- ¿quién más, quién menos, no tuvo como un incómodo acompañante el espectro del miedo? A este flagelo quiero dedicarle algunos párrafos. Porque el m i e d o cava profundamente en el espíritu humano. A veces se percibe claramente; otras nos conmueve como una turbación en la que no hallamos una causa justificada. Pero, de una u otra forma, tratamos de desecharlo como compañero nuestro, porque nos molesta su existencia; nos hace sentir desvalidos. ¿Cómo se acopla el m i e d o en el hombre? Tratemos de ubicarlo en ese transitar imaginario por nuestras etapas de vida, situándonos, nuevamente, en los primeros momentos después del nacimiento. Al salir al mundo desde ese habitáculo oscuro pero a la vez muelle, que es la matriz, la luz puede habernos enceguecido así como el transporte de un lado a otro y las voces altisonantes de los que nos asistían en los primeros momentos, conturbando la placidez del “albergue materno”. Todo este despliegue, probablemente nos provocó situaciones inciertas que podría asemejarse al miedo. Pudimos sufrir, eventualmente, esos primeros momentos, que luego fueron compensados con el abrigo cálido de la madre, las sonrisas y mimos de los que, cariñosamente, se acercaban a nosotros... aunque no todo fue “un lecho de rosas”, porque, a medida que crecíamos, nos encontrábamos, en repetidas oportunidades, con la incomprensión de los mayores.


9 Quiero decir que no siempre se ajustaban nuestras apetencias de niño con las necesidades de quiénes fueron los protectores de la enseñanza. Y aquí surgían litigios: algunos de pequeña envergadura, otros muy desgraciados. Y en esa lucha, generalmente ganaba el poderoso, el fuerte. Y comenzamos a sentir otros tipos de miedos: miedo a la lucha y al castigo. Recordemos que el hombre en similitud con el animal, ante un peligro, adopta las siguientes disposiciones: o huye, o lo enfrenta, o queda paralizado sin atinar a tomar una decisión. O bien –y esto solamente le cabe al hombre- busca negociar con su adversario una salida que ampare su existencia. Pero el miedo no viene solo. Encontró una acompañante muy solapada y peligrosa que se hizo dueña de los sentimientos, y ésta es la culpa. Desde entonces el miedo, aliado con la culpa, se combinó para horadar nuestras defensas. Además, en el transcurso de ese crecimiento biológico, pasando de la niñez a la adolescencia, previa antesala por la pubertad, en todo ese tiempo debimos acomodarnos a las nuevas circunstancias que en cada instante aparecían. Y emergieron nuevos miedos. ‘Miedo a hablar, a expresarnos, a no congeniar con los demás seres, a lidiar buscando sitio en el mundo social, a no ser aceptado en nuestra condición actual’’. Llegamos a la edad adulta y surgieron otros miedos que fueron adueñándose de nuestro ser, porque las responsabilidades también crecían, y nos encontramos con muchos dilemas éticos que se traducían en alternativas tales como: el sentido de honradez contra la deshonestidad; la complacencia de la comprensión contra la impiedad en el pensamiento y el acto; la verdad contra la mentira y la hipocresía. Y, en esas dualidades controvertidas, muchos optaron por el descrédito de su identidad avanzando por el camino falso, aún a costa de solidarizarse con el miedo. La ubicación en el mundo actual donde la gente vive acelerada, transponiendo a grandes trancos el t i e m p o del medio ambiente natural, que es lento, nos urgió a acorazarnos ante lo contingente, y muchos lo hicimos con miedo. A esto se le sumaron los “miedos existenciales”, que toman formas indefinidas y monstruosas y que deja al hombre vulnerable y cautivo en sus redes, sin poder atinar a desprenderse de ellos. Y en ese nuestro andar, nos encontramos con seres agresivos, perseguidores, buscando víctimas propiciatorias a quienes dañar, y usando como lanza y red, el miedo y la culpa. En su accionar sufrimos “miedos reales” porque perturbaban nuestro espíritu, y tratamos de alejarnos o desasirnos de ellos. Así y todo, y para nuestro bien, ¡cuántos de nosotros encontramos protección cálida en seres que nos ofrecieron ternura, amor y paz! Empero el crecimiento biológico-psico-espiritual continuaba inexorablemente. Y cada uno de nosotros debíamos enfrentar las circunstancias que a cada momento exigían atención y definición. Y de esta manera fuimos perfilando, ya adultos, una p e r s o n a l i d a d que obrara como insignia o escudo de defensa. Somos, querido amigo, seres muy complejos y muchos son los factores que entorpecen una buena vehiculización de nuestros sentimientos y pensamientos. Y con la personalidad como “tarjeta de presentación” ante los demás, exteriorizamos los diferentes asuntos que debemos afrontar. *


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4* Personalidad. El cambio a través de los roles ¿Qué es, entonces, la personalidad? Te la diseñaré de esta forma. Al referirnos a una persona determinada y describirla como tal, decimos que esa persona es la que nos muestra su personalidad, que traduce su correspondencia “Yo-tú; Yo-ellos; Yo-mundo”. Sin embargo erramos en ocasiones en el diagnóstico porque, justamente, su personalidad se interpone como una muralla semiopaca que deja traslucir solamente lo que ese individuo quiere revelarnos. Quiero decir con ello que la personalidad que aparece ante nuestros ojos, no es siempre fiel testigo de lo que esa persona es en realidad, aunque es posible que si mantenemos con ella una relación continuada, nos muestre, a través de diálogos, su intimidad o su renuencia a perfilarla. Y en ambos casos, sus rasgos peculiares. Te diré más. En la personalidad del ser humano, coexisten dos tipos de “Yo” que presentan disímiles cualidades lo que origina que cada uno tienda a predominar sobre el otro. Así es cómo, en cada intención pensada o puesta en ejercicio, aparece un yo superficial y epidérmico y a la vez muy activo, que se adelanta presuroso y ostensiblemente, proponiendo sus valencias. De ahí que, por su estructura artificiosa, puede conducirnos a las más altas cumbres, como sumirnos en las profundidades de la nada. En cambio, existe otro Yo que yace en la intimidad insobornable del hombre, y que se consubstancia con el espíritu, presentando las cualidades propias del mismo por ser hechura de Dios, hecho a su imagen y semejanza. Por lo tanto es humilde y piadoso, ya que nada tiene que ocultar, y está siempre dispuesto a amar a sus semejantes y a la naturaleza, y posee las cualidades propias del sabio. Es el yo profundo. El yo personal es el que se asocia a todas las cosas terrenales. Es el yo de las sensaciones y de los pensamientos ligados a ellas; del apego y de las ilusiones y fantasías. El yo, que bajo su capa, puede amparar el odio, el rencor, la envidia, los prejuicios y la maledicencia. En tanto que el yo profundo es el yo del espíritu, del discernimiento, de la sabiduría. Que se nutre en el amor, y tanto se colma de este alimento del alma, que le resulta imperioso ofrecerlo a los demás a corazón abierto. Por otra parte, el yo personal perece junto a la persona cuando ésta muere, mientras que el yo profundo trasciende el tiempo-espacio: por lo tanto, pervive. Entonces, observada la p e r s o n a l i d a d desde esta óptica, puede diferenciarse, para el ojo y el oído atentos, dos potencias bien definidas. Una, insisto, superficial, claramente visible, y la otra profunda, interior. La una creada gracias a todos aquellos datos captados del exterior por los órganos perceptivos. Y la otra, emanada directamente de la esencia del sí mismo, que recibe continua correspondencia de Dios, quien le prodiga su atención, providencia, amparo y amor. Quiero señalarte que la posesión de una personalidad donde predomina el yo profundo, no depende de las cualidades culturales, sociales o económicas del individuo, sino de la predisposición a la que se acoge, ante las instancias que Dios pone en su camino.


11 Dichosas aquellas personas poseedoras de una personalidad profunda, ya que adquieren una sabiduría y discernimiento que les permite acercar su intimidad a los demás, con los atributos del amor y de la benevolencia como insignia. Son los que presentan una percepción superior de la realidad; una mayor aceptación de uno mismo, de los demás seres y de la naturaleza. Una mayor espontaneidad y una clara capacidad de enfoque correcto de los problemas. Son, en definitiva, los verdaderos protagonistas; los preclaros personajes que, por sus valores morales y espirituales, dejan una huella de trascendencia del hombre como tal, destacándose de aquellos otros, los que denomino “per-sonajeros” –neologismo acuñado por míque es propio de todos los individuos que se quedaron en el camino con el “per” (personalidad incompleta), más el ruido monocorde que produce el “sonajero”. Querido amigo: visto así las cosas, está en nosotros determinar la opción de la personalidad que guíe nuestra vida. Una, enmarañada en los vaivenes de las circunstancias, cautivada por los logros del poder, de la ambición desmedida de las cosas materiales y las satisfacciones efímeras. Atenta al ataque y a la defensa, embargada por los miedos, odios, complejos de inferioridad, envidias, etc. Y aquella otra, con el auspicio de la serenidad y de la paz; dispensadora de una amorosa comprensión del hermano en el espíritu. No obstante, debemos comprender, que ambos YO son importantes porque el entendimiento de nuestra integridad como s e r y el mundo que nos rodea, se hace a través del yo; y aunque seguramente elijamos revestirnos con el yo profundo, no permitamos que el otro yo se subordine en un acatamiento servil, sino que sirva de puente en pro de un profundo diálogo en comunión, lo que seguramente nos elevará espiritualmente. Y, desde esta perspectiva, los problemas humanos –que nos surgen a cada momentoindudablemente se harán más fáciles de resolver y tendremos una disposición mayor para comprender y amar a nuestros semejantes y a la naturaleza toda, y para alcanzar niveles superiores de goce y felicidad. Seguramente me preguntarás cómo se consolidaron ambas personalidades en el tiempo. Volvamos nuevamente atrás, a ese niño que fue creciendo acompañado de las orientaciones que les ofrecían sus padres y maestros. Muchos fueron los consejos y las recriminaciones que hicieron impronta y se acumularon en su delicada mente. ¡A cuántas directivas nos sometimos sin saber si ellas eran correctas para nuestro endeble proceso formativo! Y cuántos de estos “mandamientos” –algunos nutritivos, otros no tanto- quedaron afincados en nuestro cerebro en forma casi indeleble, constituyendo el “libreto” o “argumento de vida” que guiarían nuestro paso en adelante, indicándonos “lo que debía hacerse”. Sin embargo, en alguno de nosotros, existía cierta resistencia en aceptar parte de las mensajes que se nos daban. En cambio, otros, directamente, acataron todas las indicaciones, aún las equivocadas, sin chistar. Uno y otro comenzaron a conformar un carácter: rebelde el primero; sumiso el segundo. No se nos escapa que los años de niñez fueron decisivos para la conformación de la futura personalidad. Esa personalidad que llevamos a cuestas y que nos muestra, a veces, la imagen de seres desvalorizados, temerosos, ansiosos, agresivos, rencorosos y desafiantes. Y en los mejores casos, se hace hechura de nuestra condición de hombres alegres, afectuosos, intuitivos, curiosos y creadores.


12 De todo lo dicho, podemos observar que la personalidad está fuertemente vinculada a la conducta. *

5* La conducta. Pensamientos. Los sentimientos y las emociones: la sal de la vida Y la c o n d u c t a de cada uno de nosotros se exterioriza a través de lo que se piensa, se siente, se dice y se hace. De tal modo que cuando los cuatro supuestos indicados confluyen armónicamente, decimos que esa persona posee una “conducta congruente”, en tanto que si siente o piensa algo y dice o hace otra cosa, se habla de una “persona incoherente o falsa”. Quiero decir entonces, que según sea como manifiestes tus pensamientos y emociones/sentimientos, dentro de ese panorama se vislumbrará tu conducta. Querido mío, nos estamos metiendo en el núcleo maravilloso de donde parten las energías que ocasionarán nuestra felicidad o nuestra desgracia como hombre social. Tengamos por seguro que gran cantidad de pensamientos se disparan casi sin darnos cuenta de que somos nosotros los que los producimos. Pero existen otros que son delicada y concienzudamente elaborados en nuestro cerebro. Porque poseemos un “archivo de vivencias” –muy abundante en personas con vastas experiencias- que almacenan los recuerdos, algunos en armarios casi sellados en el inconsciente, y otros que permanecen latentes para aflorar en el momento oportuno. No solamente esto, sino que el hombre sustituye el instinto de los animales por una fina percepción –el tercer ojo interior- que es la intuición. Ella se expresa sin una razón tangible y la mayor de las veces, acierta. La intuición conjuga los pensamientos y sentimientos con las percepciones externas, y en general posee una lógica irrebatible. Te digo más, quién carece de intuición se mueve en el mundo, en cierto modo, como si usara solamente la “visión nocturna” de las cosas. Comprendido así los pensamientos, ¿no te parece que éstos, sacados solos a la superficie resultarían un poco soso por más enjundiosos que sean? ¿Que les haría falta un condimento para darle sabor? Y ese condimento existe y son las emociones y sentimientos que conmueven nuestro ser y le dan sustento a los pensamientos. Antes de seguir adelante deseo proponerte que hagamos una diferenciación entre emoción y sentimiento. Digamos que ambos son de la misma estirpe, es decir 0afectivas, pero las emociones, por hallarse en la superficie del ser, generalmente se disparan en forma irreflexiva, momentáneas y son la expresión corporal de los sentimientos. En tanto que los sentimientos son algo que se arraigan más profundamente en nuestro interior; además los sentimos más fuertemente poderosos. Lo que ocurre es que en la misma “casa” (nuestro corazón), conviven sentimientos nobles y sentimientos bastardos. Es decir, puede alojarse un sentimiento de piedad con uno de resentimiento. La “casa” es grande y tiene muchos aposentos. Está en nosotros el discriminar cuáles serán los preferidos, y tenemos un gran aliado que nos puede ayudar, que es el espíritu, porque él es diáfano y definido: sólo acepta y es amante de


13 aquellos sentimientos que promueven la felicidad del ser. Que lo alientan a vivir y encontrar un significado a la vida. Todo muy lindo -me dirás, pero ¿qué son las emociones y qué promueven en nosotros? Bien, digamos que son estímulos de energía impresos en las células de nuestro ser. Específicamente, a través de ellas, expresamos nuestro sentir. Residen en el corazón, pero atraviesan sus mallas y están muy prontas a surgir. Podríamos decir que moran a flor de piel. Algunas emociones nos producen placer como la alegría y el afecto, pero con otras sentimos pesadumbre; y esto es a través de la rabia, el miedo y la tristeza. También te digo que las emociones: alegría, afecto, rabia, miedo y tristeza, pueden presentar distintos grados de intensidades. Así el afecto, que en un menor grado se manifiesta con la simpatía, puede llegar hasta el amor intenso o la pasión. El miedo, a partir de una ligera aprensión puede alcanzar el terror o pánico. En otro aspecto, un simple desagrado al ser intensificado puede desencadenar rabia y odio. Lo mismo la tristeza que, al degradarse, se hace preludio de la depresión. Como vez, somos los hombres sumamente susceptibles a los estímulos emocionales y más aún: casi sin darnos cuenta, actuamos movidos por un motor interior que son los estados de ánimo. Estos últimos, te los voy a diseñar de esta manera. A ti puede haberte sucedido que un día te despiertas como apremiado a desplegar una estimulante actividad; una necesidad de planificar el día que comienza. Te encuentras en un estado verdaderamente dinámico: cualquier cosa que se te oponga, probablemente la derribes en aras de tu óptima condición anímica. Otras veces amaneces con un tinte de languidez, frágil ante cualquier circunstancia. Hasta temeroso, sin saber a ciencia cierta cuáles pueden ser los motivos que inciden de tal manera en ti. A veces para justificar ese estado se lo achacas a tu temperamento. De cualquier forma que sea, lo cierto es que –de una u otra manera- “nos sentimos presa del estado de ánimo”, como si éste se constituyera en un poder que actuara tiránicamente, de modo tal que nos situara a nosotros como simples espectadores de lo que ocurre. Como si viéramos correr el tren por las vías, con nosotros dentro. Los alemanes, muy poéticamente, traducen el estado anímico como “la pulsión de las fibras musicales del alma”. ¿Qué tal? El estado anímico es mudable generalmente, pero cuando se hace estacionario puede convertirse en una forma mórbida que son los llamados “estados maníaco-depresivos”, en los cuales se producen picos alternados entre períodos de agitación exagerada y depresión de ánimo. Esto no quiere decir que podemos, en algunos momentos, mudar un estado de ánimo que conforme alegría y entusiasmo por otro que nos incita al desaliento sin que por eso seamos “maníacos-depresivos”. Tengámoslo claro; nos ocurre a todos. Pero también puede sucedernos –y nos pasa a algunos con cierta asiduidad- es que, ante un momento de contrariedad por algo que nos dijera una persona y que nos tocó en lo íntimo de nuestro ser, saltemos impensadamente, con ardor, devolviéndole un mensaje cáustico; y luego, serenado, nos demos cuenta de nuestro yerro. En esos momentos fuimos traicionados por el estado anímico. Es muy humano que ocurra tal situación, pero siempre hay tiempo para pedir perdón. Esto nos debe hacer pensar que toda acción dirigida al hombre, debe ser cuidadosamente reflexionada antes de llevarla a cabo.


14 Durante nuestras emociones, todo el cuerpo se conmueve, tanto interior como exteriormente: en algunas personas en forma exagerada, en otras, con menor vigor. Justamente Séneca nos muestra un vívido cuadro de aquellos que se dejan llevar por la ira. Sigámoslo: “Inflámanse sus ojos y centellean; intenso color rojo cubre su semblante, hierve la sangre en las cavidades del corazón; tiémblanle los labios, aprieta los dientes, el cabello se levanta y eriza; su espiración es corta y ruidosa, sus coyunturas crujen y se retuercen, gime y ruge; su palabra es torpe y entrecortada, chocan frecuentemente sus manos; sus pies golpean e1 suelo, agítase todo su cuerpo, y cada gesto es una amenaza: así se nos presenta aquel a quien hincha y descompone la ira. Ninguna calamidad costó más al género humano”. Pero, así y todo, nuestras emociones, sentimientos y estados anímicos, son parte integrante nuestro y sería provechoso que, en cierto modo, tuviéramos un cierto control sobre los mismos. Quiero decir que no lleguen a la calamidad de ser –ellos- quienes nos gobiernen a voluntad. Y en esto de sentirnos como sujetos a fuerzas exteriores que tutelan nuestra vida pensemos, por un momento, en la dualidad hombre/máquina e imaginemos que estamos frente a un aparato que está diseñado y conformado para ejecutar ciertos movimientos que, coordenados, conducen a un fin previsto. Esta máquina cumple con las funciones en tanto actúe conforme con las necesidades para la cual fue construida. Posee una cantidad de piezas, que engranadas entre sí, facilitan una acción determinada. Pero siempre a l g u i e n deberá poner en movimiento el aparato. Pasa el tiempo y la máquina seguirá el curso que se le asignó, sin apartarse ni un ápice del camino previsto. Ese ‘alguien’ cuidará de ella y estará atento a los cambios que puedan suceder en su estructura debido a las fricciones, desgastes y envejecimiento de sus piezas. Y así, todo marchará conforme a lo previsto. Ahora nos dirigimos al ser humano. No es mi intención hacer un símil entre máquina y organismo vivo, pero sí una aproximación, ya que el hombre se proyecta dentro de los límites que le ofrece el conocimiento de su propia estructura ordenando el ejercicio y mantenimiento de sí mismo. Sabe, por experiencia, que todos los aparatos y sistemas que conforman su organización biológica, aunque sean distintos en calidad y ejercicio, están estrechamente combinados en función de la Vida. Entonces, en principio, la persona es quién pone en marcha el desarrollo de la estructura humana y quién debe cuidar de ella para que actúe adecuadamente. Y acá surge la primera disimilitud entre lo humano y lo material, porque el hombre puede confeccionar la máquina más sofisticada que se nos ocurra, pero no puede hacerlo con su propio organismo, porque ya “Alguien” superior a él, lo hizo. Volvamos a la máquina. Generalmente necesitamos de un prospecto que nos indique cómo debemos usarla. El catálogo nos dirá qué debemos hacer. Todo está muy bien mientras se trate de máquinas simples, pero cuando nos hacemos servidores de otras más complejas determinadas por la articulación de numerosas piezas que tienen que sincronizar entre sí, el asunto se pone más difícil. Esto último, sucede con el ser humano. Poseemos una estructura muy compleja, aunque tengamos noción de cada aparato y sistema que conforma nuestra entidad biológica. De modo tal que la atención y finura que pongamos para que todo marche bien, en muchas oportunidades “se nos escapa de nuestras manos”. Tal vez nuestro mayor pecado sea la propensión, que muchas veces se hace hábito, de separarnos en secciones, dando preferencia a uno u otro ámbito en menoscabo de los otros.


15 Si en el automóvil, puesto como ejemplo de una máquina compleja, falla alguno de sus elementos, todos ellos coordenados para la función que se le tiene asignada, su andar será defectuoso o directamente no cumplirá su destino. Y, claro está, si como humanos le damos una importancia preferencial al ámbito mental por ejemplo, desmereciendo el ámbito emocional, o nos guiamos directamente por los impulsos, surgidos sin un equilibrado razonamiento, o no ofrecemos debida atención a un correcto metabolismo corporal, estamos malogrando la unidad, fundamento primordial del ser humano. Sabemos -nadie lo duda- que somos sujetos que recibimos continuamente toda clase de mensajes que penetran a través de receptores específicos. Y que, luego de una impregnación de esos elementos a través del razonamiento, estamos en condiciones de emitir algunas respuestas, mientras otras se guardan dentro del reservorio de nuestra intimidad, o bien penetran entre los dobleces del inconsciente y se pierden o quedan adormecidas en el recuerdo. Pero, para que haya razonamiento, deben existir los pensamientos que se agolpan en el cerebro buscando lugar y protagonismo. Y el pensamiento se nutre de los elementos que les llegan del exterior y del interior del individuo, ya sean los estímulos visuales, auditivos y cenestésicos que son –estos últimos- las sensaciones táctiles, la temperatura y las emociones y sentidos del equilibrio y conciencia del propio cuerpo. Además, y ya en el plano general, todo ser humano siente, íntimamente, el impulso de gustar, de ser atractivo, porque en él están fuertemente arraigadas las ‘’ansias de ser amado y reconocido como persona’’. Pero pueden suceder algunas fallas que nublan o empobrecen las relaciones, que tanto mal ocasionan tanto al emisor como al receptor. Yo creo que la culpa de este desquicio se debe a la calidad de los filtros. Si estos elementos no cumplen su misión que es la de detener todas las impurezas que puedan dañar las partes nobles del organismo, en el orden de los pensamientos, las emociones o los sentimientos, las comunicaciones entre las personas estarán plagadas de toxinas, empobreciendo su calidad. Entonces, se hace necesario que purifiquemos los filtros, repensando cada pensamiento, porque una vez que sale al exterior, no podemos pararlo; y que evitemos saltar impulsivamente ante los estímulos en los que no está en peligro nuestra vida, porque esa reacción desatinada nos podría conducir a situaciones nada felices. * * * En este mismo instante, te pido que hagamos un pequeño descanso para remozar nuestro espíritu. Te invito a que me acompañes en este ejercicio de reflexión que he preparado para ti. Nos ponemos en posición cómoda, con la espalda recta aunque no rígida. Cerramos los ojos sin contraer los párpados. Empezamos a ponernos en contacto con nuestro mundo interior. Numerosas imágenes pueden revolotear en tu cabeza: no le ofrezcas oposición y ellas irán desapareciendo solas. Respiramos pausadamente. Tenemos frente a nosotros un gran espejo donde nos reflejamos totalmente. En él me veo por fuera y por dentro. Yo soy yo y mi cuerpo. Yo y mis características fisonómicas: cabeza, ojos, nariz, boca, dientes; altura, grosor, textura de la piel. Yo y mis órganos biológicos. Yo soy yo y mis actitudes ante lo que siento. Yo y mis estados anímicos. Yo soy yo y la manera de comportarme con los demás. ¡Tantas cosas componen mi yo... y en tantas partes se disocia...! Me imagino ahora como un hombre p a r t i d o en múltiples trozos y funciones. Y cada una de las partes adquiere energía propia. Así, me veo en un cuerpo que se desgasta momento a momento, porque lo instintivo, pensamientos y sentimientos, están ocupados de sus propias motivaciones. La actividad cerebral piensa en algo, mientras que lo anímico decide sentir por sí


16 mismo. E1 organismo corporal actúa en sus funciones en total anarquía porque no hay recurrencia cerebral ni espiritual. Si todo esto que vemos imaginándolo, ocurriera, la vida se extinguiría rápida y definitivamente... Pero esto no sucede así, porque todo nuestro ser necesita, para su existencia vital, de todas sus partes. Veámonos nuevamente en el espejo imaginario, pero, ahora sí, en una armonía donde todo encaja adecuadamente. Visualizamos nuestro cuerpo, recurriendo a las energías intrínsecas para realizar su labor vital, y esto satisface a su dueño, promoviéndolo a encarar cada instante de su existencia con el optimismo de que sus acciones son el producto de la unificación de todo aquello que la vida en sociedad se empeña en dispersar. Pensemos que todo lo que existe y vemos, aún cuando adquieren forma y color, no son más que energías que se unen, se entrelazan y compactan, y así, y solo así, podemos concebirla De otra manera no existirían. Entonces, me veo como un YO COMPLETADO. Ya no soy un yo-cuerpo, un yo-pensamiento, un yo-sentimiento, sino solamente un yo-homogéneo irradiando una gran energía que se extiende y se propaga a todos los demás seres, conectándolos a la fuente de amor y sabiduría, que es Dios aunque ellos lo ignoren. Ahora, con la serenidad y sabiduría que irradia esa conexión, lentamente, vamos abriendo los ojos, moviendo la cabeza y los brazos, dispuestos para proseguir, el camino que tenemos asignado. *** Continuemos con el itinerario imaginario que nos propusimos. Ya nos ocupamos de la personalidad, los pensamientos, las emociones y sentimientos, y de la conducta. De esta última dijimos que tenía un contenido; y así consideramos una conducta subjetiva –lo que pienso y siento- y una conducta objetiva –lo que digo y hago-, de modo tal que nuestra integridad como ser estaría vinculada a la coincidencia de los cuatro conceptos. Pero, desgraciadamente, en el transcurso de nuestras vidas podemos ser muy vapuleados por las circunstancias y, como dijimos anteriormente, llegar a sentir y pensar algo y resolvernos a decir y hacer otra cosa diferente. Quiero decir que perdemos la calidad de ser coherente. Esta situación se da en determinadas ocasiones. Te doy un ejemplo: alguien te confía un secreto pidiéndote que lo guardes en lo profundo de tu corazón, y así lo aceptas, pero tú, guiado por un instigador interior, en la primera de cambio lo divulgas. Es decir, que aún sintiendo que debes ser leal a quién te lo transmitió, no obstante se lo comunicas a los demás, rompiendo el compromiso que le hiciste. O en el caso de que trates de argumentar justificaciones como “razones valederas”, que están preñadas de desaciertos, con el solo efecto de salvaguardar algunos yerros íntimos que no te gustaría presentar al público. En muchas ocasiones, seguramente, te encontrarás sometido por la incertidumbre al pensar o sentir algo y manifestar o efectuar otra cosa distinta, acuciado por la injerencia de una o varias personas que te “sugieren” las determinaciones que a su juicio son las correctas. Pero, en conclusión, en todo esto, te corresponde a ti y solamente a ti, nivelar ese camino que va de los pensamientos y sentimientos a la decisión. No existen reglas estrictas, salvo las determinadas por los valores universales.. Y esto me recuerda un pensamiento de Rómulo Guardini que dice: el hombre no debe dominar solamente la naturaleza, sino también a sí mismo; no debe tener fuerza sólo para obrar,


17 sino también para perpetuar su propia vida. ¿Qué ocurre cuando aquella relación es perturbada? El espíritu enferma. La c o n d u c t a de cada cual se va modelando en el ejercicio del desarrollo de nuestras épocas de vida. Durante el transcurso de la etapa de niño, extendida incluso a la pubertad y adolescencia, vamos asimilando las indicaciones de nuestros padres y maestros y, con la ayuda de nuestras propias experiencias, conformamos una conducta primaria que, en el tiempo biológicopsicológico-espiritual, irá madurando –o no-. ¿Por qué esa duda última? Porque, en algunos individuos no se da la correlación equilibrada entre lo biológico y lo psicológico-espiritual, y quedan relegados, aún llegando a su condición de personas adultas, con un pensamiento del “niño que no creció”. Te lo explicaré de esta manera. Vayamos al infante con su mente preñada de fantasías y de sorpresas; además de su condición de ser materia blanda, porosa, maleable a la sugestión de las palabras emanadas por los demás individuos. Algunas de esas personas nos inducían por caminos correctos; otros lo hacían con opiniones prestadas sin ningún valor positivo, y no faltaban las que, motivadas por sentimientos de envidia o de rencor o de odio encubiertos, regaban nuestros sentimientos de desechos pútridos. Así, en algunas ocasiones, embarullados en situaciones que no tenían cauce, decidimos y actuamos largando opiniones que no encuadraban con una adultez sensata y equilibrada, porque nos-habíamos-quedado-atrás y fijados en comportamientos anteriores, que debieron estar ya superados. Y esto es, porque desde esa edad infantil, emitimos una manera de pensar y de actuar que no estaban identificadas con nuestro estado de adulto biológico. No obstante, en este último tramo, es muy posible que “enmascaremos” -sin proponérnoslo- una actitud muy semejante a la de un adulto formal. Y es así, porque en la mente del niño, existe una “fragmentación” que en muchas personas se activa, configurando un “ser especial” que asemeja en mucho a un estado de adultez mental. Un individuo, en tales condiciones, está dotado de una inteligencia vivaz y se muestra muy hábil y persuasivo y objeto de admiración por parte de quienes están cercanos a él. Diría que se comporta como “una persona grande”. Sin embargo, es el “niño precoz” con una personalidad dual: simpático y convincente, o taimado y malicioso. No obstante, de una u otra forma, le falta algo esencial que es la <<maduración mental>> que –como dijimos- se va conformando a través de los distintos y sucesivos años, donde se están plasmando y ocupando lugar los nuevos conocimientos y experiencias, a la vez que la persona piensa y actúa con mayor apreciación. Esta situación de mente infantil en personas adultas, encaja en una realidad social a veces alarmante, por el alto número que alcanza en el núcleo socio-cultural. De tal modo que muchas son las personas adultas -digámoslo así- que piensan y actúan a través del <<niño precoz que fueron>> y lo hacen usando su faz negativa, donde proyectos y resoluciones asientan en bases débiles y caprichosas. Esto nos debe poner un poco en guardia porque algunos individuos carecen del ingrediente que sazona la sabia reflexión y podemos caer en sus tentadoras redes. Aunque no denigremos en su totalidad al niño que contenemos dentro de nosotros como ya lo hemos expresado anteriormente, porque en su faz positiva llevada a la adultez pensanteemocional, es el representante del amor, la calidez, la confianza pura y el ingenio para proyectar grandes obras.


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6 * El diálogo mantiene el equilibrio existencial Hasta ahora hemos conceptualizado al hombre, a grandes trazos, partiendo desde su primera edad y continuando por las etapas posteriores; diseñando su personalidad y los pensamientos y sentimientos que orientan su conducta y su relación con los demás individuos. Entendemos que existe entre los seres vivos, una disposición innata de comunicarse entre sí. Y en ese estímulo está contenida la necesidad de hacerse entender. Específicamente, entre nosotros, tratamos de manifestarnos, de hacernos conocer; de que los demás sepan quiénes somos. Confrontar nuestros pareceres... y el mayor deseo es que nos comprendan. Los elementos que usamos, generalmente, para entendernos son la escritura y la palabra. Pero la palabra es la que más nos identifica, porque está acompañada de gestos y ademanes que dan testimonio de nuestra intención. La palabra puede ser monocorde o vivaz; inestable o interesante; trascendente o intrascendente y está en consonancia fonética con inflexiones de voz, además de los movimientos gestuales y corporales con los que la acompañamos. La palabra es vehículo de lo que se dice y el sentido que se le da. En consecuencia puede contener todo el amor humano, como también destilar odio, resentimiento y venganza. O sea que está la palabra que acaricia y reconforta, y la palabra que ofende y humilla. La palabra que tiene el poder de unir los corazones contrariados, y aquella que ocasiona discordias. La que aconseja buenamente sin interferir en la libertad del otro, y la que quiere imponerse a toda costa. La que posee un poder hipnótico que cautiva al oyente, y la que aburre soberanamente. O sea, la palabra que entusiasma y la palabra que agobia. La palabra que produce bienestar y la palabra que incita al desaliento. La palabra que hace sentir bella la vida, y la palabra que ensombrece el camino hacia la plenitud. La palabra que revela honestidad en el pensamiento y en la acción, y la palabra irónica e hipócrita que esconde aviesas intenciones. La que toca algunos resortes humanos escondidos y desconocidos, y promueve a quién la escucha, la necesidad de encarar una nueva forma de vida. Y la palabra que no se dice y que se lleva, para bien, a la tumba. “El chismoso revela los secretos, pero el hombre fiel guarda la debida reserva” (Proverbios, 11,13). Entonces, la palabra como expresión de un pensamiento, un razonamiento, un impulso vocal, o un sentimiento, se hace figura y fondo de la índole del ser humano, quién es el único viviente que tiene el privilegio de poseerla y valerse de ella. Nuestro referente “es el otro”. Así no los atestigua el antropólogo francés Maurice Leenhardt: la persona es un centro vacío que sólo adquiere sentido y significación, en su relación con el otro. Aunque también podemos incubar en nuestro cerebro hermosas ideas; grandes proyectos; sentimientos sublimes... pero “tantos sentimientos, como han estado encerrados en las cárceles del pecho, (no) aciertan a quebrantar las prisiones del silencio”. Versos de Calderón de la Barca que marcan, claramente, que el pensamiento-sentimiento no tiene potencia en tanto que no se exprese. Ambos deben salir de su reducto y encontrar un “tú”.


19 Lo que ocurre aquí es que el otro también piensa y hace, y no siempre concuerda con nuestros pensamientos-sentimientos y acción. Estos conceptos tienen que ayudarnos a relacionarnos mejor con nuestros pares, familiares y conciudadanos, los argentinos. Su potencialidad es mucha pero el asunto es llevarlo a cabo. Y en ese instante se juega la l i b e r t a d de cada uno; ese bien propio del ser humano que decide y actúa en consecuencia.. En el adecuado uso de la libertad se forja nuestro destino. Alfonso López Quintás en su libro El arte de pensar con rigor y vivir de forma creativa, y en consonancia con el pensamiento de José Ortega y Gasset, nos dice que el hombre debe elegir siempre lo que va a hacer. E incluso cuando renuncia a elegir, tal renuncia ya sería una elección a favor del sinsentido de la existencia. Entonces, ser capaces de elegir en cada momento en procura de una vocación, es ser libre para llevar una vida creadora. Es la llamada “libertad interior o autónoma” que es la capacidad de tomar distancia frente a las propias apetencias o gustos, resistir a las imposiciones del exterior y no dejarse arrastrar por ningún tipo de fascinación, sino dejarse guiar por el ideal que corresponde a la propia vocación. Se rige por leyes propias. Aunque coexiste con una paralela, que es la “libertad heterónima”, porque en ella el hombre debe atenerse a preceptos, normas o cauces que proceden del exterior. De todas maneras, el que aprende en la vida a coordinar la autonomía y la heteronimia, tiene sabiduría para armonizar su afán de libertad personal y la necesidad de ajustarse a las condiciones socioculturales de su entorno y su momento histórico. De este modo comprueba por propia experiencia que la independencia y la solidaridad se complementan del modo más fecundo en la existencia concreta del hombre. En ella encontraremos un espíritu de verdad que nos animará a resurgir a nuestra naturaleza, incólume y fortalecida, de entre la maraña social que en ocasiones nos es desfavorable, y nos hará comprender que nuestra vida tiene un significado glorioso, y que, como el ave Fénix, podremos morir a la noche, pero renaceremos de entre las cenizas por la mañana, o, lo que es lo mismo... resucitaremos de entre los muertos. Si bien es cierto que la p a l a b r a constituye el medio por la cual se transmite lo que siente y piensa la persona, quisiera hacer hincapié en algunas situaciones en que los seres humanos se entienden “sin decir una palabra”. En efecto, en variadas oportunidades establecemos una suerte de correspondencia con las demás personas, valiéndonos de algunos gestos, o ademanes, sin pronunciar fonema alguno. Y a veces, con estas expresiones mudas, conseguimos hacernos entender certeramente. Esta manera afónica de establecer relaciones con los demás, acentúa lo expresado oralmente. Y varios estudiosos de la conducta aseguran que en la educación del niño, incide en forma más contundente la expresión afonética que lo dicho verbalmente. Si atendemos a las gesticulaciones de un mímico, nos daremos cuenta que logra que entendamos lo que quiere decirnos, sin pronunciar palabra alguna. Además, a nadie se le escapa que el gesto adusto de una persona acompañado con movimientos descontrolados y amenazadores de sus brazos y manos, no propicia un ámbito de paz. O, al contrario, el encantamiento que produce la sola sonrisa de un bebé que nos mira y nos hace sonreír dulcemente. Y las miradas de los enamorados, que son más concluyentes que las palabras que puedan pronunciar. Una mirada, un gesto, entonces, puede “decir mucho”.


20 En ellos están patentes distintas emociones tales como el amor, la compasión y el perdón. Aunque también sus contrapropuestas: el odio, el rencor, la impiedad; la lubricidad, la hipocresía. Y en todos ellos puede no haberse dicho ninguna palabra. Recuerdo una escena del Martín Fierro defendiendo a una cautiva que era ferozmente golpeada por un indio. Los tres personajes: el gaucho, la cautiva y el indio no dijeron una palabra, y la acción se llevó a cabo. Cuando él se acercó, calladamente, al lugar del hecho, la mujer alzó los ojos al cielo, en sus lágrimas bañada; tenía las manos atadas, su tormento estaba claro; y me clavó una mirada como pidiéndome amparo. Yo no sé lo que pasó en mi pecho en ese istante; estaba el indio arrogante con una cara feroz: para entendernos los dos la mirada fue bastante. Fue suficiente para arrostrar el peligro y salvar a la cautiva. Cuando un director dirige una orquesta, todo lo que “puede decir” se traduce en sus movimientos, pausados algunos, enérgicos otros, logrando encauzar los numerosos instrumentos de sonidos tan diversos y aunándolos en una armónica composición musical. ¿Y el compositor que a través de su escritura musical, nos lleva a excelsitudes emocionales? O el artista que pinta, que graba, que esculpe, ¿necesita que exprese oralmente su pensamiento o su sentimiento? Y qué decir del lenguaje de los sordos-mudos que expresan sus necesidades y emociones a través del movimiento de manos y brazos… Y de la oración callada de tantos fieles que dirigen sus miradas implorantes al cielo y a las imágenes divinas con sus corazones contritos. Sin embargo nuestra relación personal está plagada de palabras, muchas de ellas, sobrantes. Algunas llevan, sí, el sello de la sabiduría y el discernimiento, pero ¡cuántas hay que blasfeman y hieren los sentimientos humanos! ¡Cuánto provecho haríamos a nuestros semejantes sopesar adecuadamente las palabras antes de pronunciarlas!... de tal modo que podamos decir con Isaías (55, 10-11): Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé. Y la misión nuestra es llenar de amor los corazones de nuestros semejantes con palabras dulces y sinceras, sin intenciones aviesas; porque el amor, refleja la luz de Dios. Sabemos que el ser humano no solo posee una fuerte potencialidad para sobrevivir, sino también, tiene una sensibilidad especial que lo hace pasible a estados de ánimo optimistas y pesimistas, como lo expresáramos anteriormente. Si en su vida social encuentra impedimentos que le dificulten la libre expresión de su labor fecunda, su actividad defeccionará y no será tan rica como fuera de desear. Y esas obstrucciones hasta pueden paralizarlo y sumirlo en la desesperación y el abatimiento. No sucede lo mismo cuando el hombre pone en ejecución sus propias valencias positivas en procura de una mancomunión de paz y felicidad con los demás. Para ello, deberá ser comprensivo, tolerante y compasivo. Porque el hombre alberga en su corazón el fundamento del amor, que podrá constituirse en un sólido árbol con profundas raíces y con sus ramas cuajadas de flores y frutos deliciosos, o, por falta de riego y de abono, en un frágil arbusto raquítico pronto a secarse y desaparecer, dejando el terreno a la cizaña con su reguero de discordia y desamor. Todo ello nos hace pensar en la importancia capital que cada hombre debe defender con su presencia en el mundo, que es la convivencia. *


21 ¿Te has preguntado de dónde surgen los pensamientos? Seguramente tienes una idea, y esa es: del cerebro con su contenido de neuronas y ramificaciones. Y en este punto no dejo de maravillarme cuando pienso en ese extraordinario entretejido de neuronas y fibras nerviosas y sus localizadores que reciben y llevan mensajes por todo nuestro cuerpo.¡Sólo en el cerebro: 20.000 millones de neuronas y 10.000 millones de ramificaciones! Te digo algo simple: recibimos un pinchazo en el pie, e inmediatamente localizamos “in mente” en qué lugar fue inferido y la calidad del mismo, casi en el mismo instante en que se produjo. Y el mensaje hizo el recorrido desde el lugar atacado hasta el cerebro y de ahí hasta el pie. Sorprendente. Si nos circunscribimos solamente a la simple relación estímulo-respuesta, nos quedaríamos en el principio de la historia, porque ese complejo denominado sistema nervioso, ¡cumple tantas funciones, algunas muy simples, otras complejas, y otras que todavía no pueden develarse! Y en seguida me interrogo: ¿hasta dónde soy respetuoso de estos mensajeros que se mueven sin descanso por todo este intrincado laberinto que no conozco del todo? ¿Hasta dónde interfiero en su trabajo contaminando las vías de distribución con recados mentirosos o saturados de ponzoña que provocan disturbios y consternación en el libre ejercicio del metabolismo psíquico? Porque, esas vías nobles que nos ponen en contacto con la realidad, desde el principio de la vida nacieron para ser conducentes de elementos puros y diáfanos. Y si tuviéramos la propiedad divina de entrar en nuestro interior orgánico como simples espectadores, veríamos, asombrados, células, aparatos, sistemas... en una labor proficua, callada y ordenada, donde cada elemento trabaja para sí y en función de los demás, solamente para dar VIDA. Y todo el trabajo lo efectúa en una relación solidaria con sus vecinos. Cuando, por circunstancias adversas, uno de ellos sufre algunas dificultades, todos los demás se sienten comprometidos, y cuanto le es posible, ayudan al órgano dañado, aún cuando deban resignar parte de sus componentes vitales. Al equilibrio y armonía de esas funciones se la denomina “homeostasis”. Allí, en su recóndito misterio la democracia y el bien común, se hacen palpables. Todo esto, ¿no te hace pensar que, como individuo, estamos indeclinablemente integrados en una mancomunión representada por un cuerpo biológico, la mente y el espíritu? Y algo más te digo. Cuando alguno de estos tres ámbitos se altera, los otros dos sienten, en distintos grados, una merma en su actividad y hasta pueden enfermarse. ¿Quién comanda este sorprendente mundo interior? Si en este momento nos situáramos en la vida socio-familiar, nos veríamos desempeñando numerosas tareas-roles siguiendo delineamientos rubricados por nuestra propia voluntad y necesidades, pero si en ese camino encontramos obstáculos que nos resultan difíciles de solventar, tales como una organización política-económica infame y desorganizada que dirige el destino del país, o un medio familiar o laboral adverso, nuestro paso se hará difícil y escabroso y algunos sucumbiremos. Entonces se hace necesario recurrir a las ricas fuentes de recursos que poseemos, y que son muchos, aunque no todos nos encontremos habilitados para darnos cuenta de que existen, por estar sitiados dentro de una sólida armadura que no nos deja verlos y utilizarlos. Y están ahí, esperando que le demos permiso para entrar en acción. Entonces, acordemos que en la relación humana no es imprescindible que, para obtener una conformidad entre nosotros, pensemos y sintamos de igual manera. Lo que sí se hace justo y necesario, es que seamos respetuosos con el sentir y parecer de los demás, porque el que seamos diferentes, es humano e interesante también ya que le da color a la vida. Cada uno sigue su propio camino, y sus etapas no son las mismas ni tienen por qué serlo.


22 Pero la meta es una sola para todos: la trascendencia de su ser, aquí y en la eternidad y esto vale tanto para el hombre más humilde y sencillo, como para el más culto y encumbrado, porque todos somos iguales ante Dios y tenemos las mismas oportunidades ante las diferentes circunstancias en que nos toca vivir. Esa relación tan ansiada nos pone en el camino del diálogo que es una sucesión de palabras, gestos y ademanes que se proyectan entre dos o más personas, y donde existe un sujeto e m i s o r y otro r e c e p t o r, cuyos roles se intercambian entre sí. Como lo expresamos anteriormente, una imperiosa necesidad del hombre es la de manifestarse, de hacer saber al mundo ¡que él está aquí y ahora! A este respecto Martín Bubber nos dice: Lo importante no eres tú; lo importante no soy yo. Lo decisivo es lo que acontece entre tú y yo. En efecto, entre ambos existe un “espacio virtual” donde hierven los pensamientos, fantasías, ideas, proyectos, conocimientos, intereses, sentimientos, etc. Establecido el d i á l o g o se crean situaciones tales como el interés, la curiosidad, la alegría, la ilusión y un sinnúmero más de estados anímicos que quedarán en tu silencio o los expresarás vivamente, según sean tus opciones. Por otra parte, es interesante saber que el diálogo tiene dos confluentes: uno “social” y otro, “psicológico”. El primero es sonoro y evidente, y el segundo se mantiene oculto: (lo que no se dice aunque puede darse a entender). Ejemplos de estos últimos está patente en los mensajes políticos de doble faz; en ciertos proyectos de negocios en común y en algunas propagandas. Por otra parte, en el diálogo pueden suceder varias circunstancias que lo oscurecen. Cuando tú propiciaste un diálogo y no obtuviste el fin deseado, es probable que algunas veces te hayas preguntado -¿Por qué no fui comprendido?; estoy hablando en el mismo idioma que la otra persona. ¿No habré sido claro en mis expresiones? o ¿no será que el otro no quiso escucharme? Porque en el intercambio puede suceder que 1) El emisor habla; el receptor no escucha porque no le interesa lo que dice, o porque no encuentra claridad en los conceptos, o porque esas palabras hieren sus sentimientos. 2) El emisor habla; el receptor lo hace al mismo tiempo. Ninguno se oye. 3) El emisor habla; el receptor está como ausente a lo que dice porque está concentrado en la respuesta que dará a continuación. 4) El emisor habla; el receptor, atento, espera el momento oportuno para responder adecuadamente. Pero, ¿qué ocurre cuando el diálogo se desvanece en su esencia y se malogran los principios prístinos que garantizaban su razón de ser? Sencillamente puede convertirse en una pelea, una disputa, donde ambos, ahora contendientes, quieren ganar -a toda costa no importando los escollos que surjan- el privilegio de su propio sentir, avasallando las opiniones del contrario. A veces, la no correspondencia entre los intervinientes en un diálogo, se debe a la falta de tacto de ambos; quiero decir, cuando se agreden. Es el caso de las ironías sarcásticas y de los insultos que se intercambian. O bien, directamente, a la falta de honestidad en sus expresiones y de respeto de uno por el otro. Por eso no necesariamente el diálogo tiene que conformar a ambas partes aunque se esgriman contenidos valiosos e importantes. Lo que sí se hace imprescindible, es que las personas involucradas asuman su probidad.


23 En esta desfiguración del diálogo surgen, desde lo más íntimo, todos los elementos dañinos que conmovieron nuestros sentimientos, los que, seguramente obrarán en contra de nuestro quehacer. Porque en las posibilidades de ganancia o pérdida está presente la competitividad, que es un estímulo que promueve en nosotros la apetencia de ser el mejor entre los muchos; algo que aprendimos desde muy chicos. El que seamos competitivos no es un pecado. Generalmente nuestros mayores nos proyectaron a ser el mejor. Esto es natural, pero cuando, en función de la competitividad, usamos armas innobles con tal de ganar, en ese momento actuamos deshonrosamente. No sucede lo mismo cuando ponemos en ejecución nuestras propias valencias positivas en procura de una mancomunión de paz y felicidad con los demás. Para ello debemos ser comprensivos, tolerantes y compasivos porque el ser humano alberga en su corazón el fundamento del amor y nos compromete a mantenerlo liberado de toxinas que puedan obstaculizar su natural inclinación. ¡Ojala que el diálogo entre las personas sea provechoso para todos los que acuden a él para manifestar, con humildad, sus necesidades y proyectos con la esperanza de una convivencia solidaria! ¡Qué bien le haría a la paz del mundo! *


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7 * Matrimonio y familia: soporte de la sociedad En varios momentos de nuestra exposición, hemos hablado de esa difícil habilidad, que parte de cada uno de nosotros, para conseguir “llevarnos bien” entre todos. Es el camino de la sabiduría, lo sé, pero ¿dónde encontraremos el verdadero tronco desde donde parten las ramas que pueden mantener o dislocar la armonía entre los humanos? Pues en el matrimonio, o la unión consentida entre un hombre y una mujer. El matrimonio dará sus frutos: los hijos, y todos ellos, en conjunto, serán el basamento de la sociedad. Entonces, el matrimonio es la principal fuente de energía humana, engendrada en el amor de dos seres que deciden unirse de por vida en beneficio de la fundación de una descendencia razón de ser de esta institución-, constituyendo la familia, pilar de sustentación de la sociedad. O sea que la sociedad está conformada, en su mayor parte, por las agrupaciones familiares. En este momento se establece claramente un encadenamiento cuyos componentes se vinculan estrechamente: <<hombre - matrimonio - familia – sociedad>>. Es decir, que uno está en función del otro, de tal modo que si el hombre, que es el pináculo de la historia del mundo, se corrompe en su conducta opacando los valores morales, arrastrará en su caída la posibilidad de un matrimonio estable y feliz y también el que los componentes de esa familia se integren eficazmente en el seno de la sociedad. Producida esta descomposición comprendemos la importancia capital que adquiere el hombre por sí mismo y como pivote de la articulación mencionada, cuando incursiona por caminos equivocados. Y esa sociedad, cualquier sociedad de cualquier parte del mundo, sabemos, está conformada tanto por hombres bondadosos, inteligentes, honestos, comprensivos, misericordiosos y tolerantes, como también en ella se infiltran los deshonestos, los rudos, los agresivos, los mentirosos, los hipócritas, los tramposos... Por otra parte es necesario tener bien presente que la vida en común exige una delicada atención, porque es muy vulnerable a las ironías, al sarcasmo, las mentiras solapadas y las palabras engañosas, donde se produce una incongruencia que vela el diálogo fructífero. El vínculo matrimonial se proyecta dentro del “espacio” o “campo de intimidad de la pareja” y en él circula lo bueno y lo malo; lo agradable y lo desagradable. Costumbres, manías, creencias, vicios. Y todo ello lo debe regular cada uno de los contrayentes en pro de una convivencia, donde el amor, la tolerancia, y la caridad, abonen cada día el suelo, para mantenerlo fértil en favor de ambos y de los frutos de esa unión, que serán los hijos. Este delicado proceso de conciliación requiere de uno y otro consorte, el total rechazo del egoísmo, de la vanidad y de la soberbia. Además, es bueno tener presente que la intimidad sexual no debe atentar con el respeto recíproco. De modo tal que las diferencias que hubiere, y que las hay, atendiendo a las distintas modalidades, sean salvadas en común y en pro de un equilibrio satisfactorio entre la independencia y la compañía, y de esta manera, ninguno de los cónyuges invada el terreno emocional del otro, ya que el matrimonio no es propiedad de nadie. Notamos, entonces, que la función de los esposos es sumamente especial.


25 Como padres, jamás termina su responsabilidad, aunque sucedan controversias que ponga en peligro la estabilidad familiar. Los hijos, principalmente en sus primeros años cuando carecen de recursos para solventar directamente sus necesidades, tienen la sublime prioridad, por parte de sus progenitores, de ser cuidados, alimentados, abrazados, confortados, escuchados. Y esa función es propia de los padres, cuya misión humana y divina, se va acrecentando en la medida del crecimiento biológico y espiritual de sus descendientes. Pero también, en noble relación, los hijos deben respetarlos. Aunque, desgraciadamente, en algunos hogares, llegados a cierta edad, tanto unos como otros se desligan, poco a poco, de esos menesteres, contribuyendo al agotamiento de esa principal fuente de amor. Y esos hijos, por sí solos, formarán nuevas parejas animados por el caudal de las experiencias históricas que sustentan y serán las argollas que continuarán la cadena social. Si las cosas, en el seno familiar, no van como deberían ser, y se producen resquemores y desavenencias, no echemos culpas, porque lo hecho, hecho está. No dejemos, tampoco, que nuestros impulsos agresivos o intolerantes, nos invadan. De alguno de nosotros tiene que partir la comprensión y la tolerancia, atributos que emanan del amor, sin esperar que el otro lo haga, en los momentos de inestabilidad que haga cimbrar el vínculo matrimonial. Los padres somos los que debemos desligarnos de nuestra “yoidad”; de nuestros sentimientos de engreimiento y de orgullo, si creemos en el amor, teniendo como baluartes la “paciencia” y la “humildad”. Ambas virtudes nos llevan a darnos cuenta de que somos limitados, pero aún así no debemos dejarnos conducir por sentimientos de culpa y de tristeza. Los padres llevan ya marcado su derrotero, y valientemente tienen que avenirse a esa realidad, hermosa de por cierto, porque no hay mayor emprendimiento que la función de orientar, con amor, a la descendencia que de ellos nace. Conviene recordar que cada cónyuge, además de su propia idiosincrasia, establece un campo de intimidad’’, propio de esa relación matrimonial. De tal manera, que según el psiquiatra Arnold Lázarus (“Terapia Multimodal”), ese espacio marca los límites de euritmia, es decir de armonía o equilibrio que hacen a la calidad de la pareja. Yo agrego que ese ‘’campo’’ donde se establece la relación conyugal debe considerárselo sagrado y tiene su marca de fábrica. Entonces, el autor mencionado, establece cuatro modalidades-tipo que hacen al matrimonio, considerando que existe una diferenciación entre matrimonio y amistad, por cuanto el matrimonio es “participación íntima”, en tanto que la amistad es “intimidad compartida”. Entiéndase bien estos conceptos. Caso 1): cuando ambos cónyuges concilian una participación íntima, digamos, que supera un 70 a 80%, de forma tal que la intimidad individual restante, pivotea en un 30 a 20%. Es un matrimonio donde las posibilidades de crecimiento se potencializan. Caso 2): a la inversa. La intimidad matrimonial es tan pobre, que es fuertemente superada por la índole particular de cada contrayente, resultando una pareja a la que llama “falso esplendor”, porque ante los demás aparece como un matrimonio bien avenido, aunque en la relación de intimidad entre los cónyuges, no hay nada o poco de lo suyo para intercambiar. Caso 3): uno de los cónyuges se hace poseedor, casi totalmente, de la intimidad del otro, ahogándolo en sus fueros personales: no dejándolo crecer. ‘’


26 Este punto es muy importante porque se produce aquí una suerte de “simbiosis” donde uno se nutre del otro, perdiendo, así, las propias cualidades y quedando relegado a un estado larvado, sin aptitudes para desarrollar su capacidad de desarrollo pleno. Caso 4): tal vez el más peligroso, porque puede derivar hasta la separación del vínculo matrimonial. ¿Cómo se origina este último? Una persona, conocida o no, familiar o extraña, llega a ingresar en el seno de la pareja abusando de la confianza de cada uno de los esposos-, y en la intimidad propia del vínculo matrimonial, proponiendo consejos o afecto excesivo y dominante, que pueden descolocar la paz que merece toda persona. Tengamos bien presente que cualquier matrimonio, configurado o no en familia, es falible a las circunstancias sociales donde se inserta. Quiero decir, que recibe todo lo bueno y todo lo malo que se hierve en ese caldo de cultivo, y por lo tanto le es imprescindible estar atento a toda intromisión maligna que pueda contaminarlo. Porque, cuando las cosas van mal, se perfila el fantasma de la separación. Variados son los factores que inciden en la desunión de los contrayentes. La infidelidad, como una causa contundente. Además el egoísmo, que se vincula con la terquedad de uno o ambos cónyuges a no dar su brazo a torcer afirmándose en medidas o normas que ocasionan irritación en la pareja y despojándola del diálogo conciliatorio. Aunque también puede haber en el seno matrimonial, cierta apatía o desgano por escasez o carencia de motivaciones. Esta situación no debe desmerecerse porque merece consideración todo aquello que, noblemente, se propone como una realización de por vida. Sin embargo, uno de los motivos que más daña la consecución armónica en el matrimonio, es “la falta de respeto mutuo” y en él van implícito los hábitos, es decir, las maneras que tiene cada uno de afirmarse en la elección de alimentos y comida, arreglo personal y vestimenta, dormir y caminar, trabajo y diversiones, compañía y soledad, entre otros. El amor contiene, por sí mismo, todas las virtudes y excelencias que Dios puso en el alma de cada uno de nosotros. Pero el amor exige una total adhesión hacia el ser querido; no puede concebirse un amor a medias ni un amor retributivo a cambio del que damos. Un autor expresó que las dos necesidades existenciales del hombre son: el amor y el reconocimiento. Y no se equivocó. El hombre que es amado y apreciado como un ser único e intransferible, se abre a los demás. El amor es fidelidad hacia el objeto del amor, ya que la fidelidad representa lo auténtico, lo recto, lo verdadero. De tal modo que la fidelidad constituye uno de los bastiones fundamentales de la relación matrimonial. Se es fiel también cuando se comparte tanto la felicidad como las dificultades. Existe un clima de fidelidad cuando la sinceridad, la confianza y la honestidad, predominan en todo diálogo. Se es fiel cuando cada uno de los cónyuges procura renegar de sus falencias, en beneficio de la sociedad matrimonial. Y con ello se rechaza toda injerencia de egoísmo, vanidad y soberbia, por parte de los mismos. Cuando amamos incondicionalmente, nos elevamos a un plano más cercano a Dios, honrando su principal mandamiento: “ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Por último, la fidelidad es la coronación de la madurez espiritual a la que puede llegar todo cónyuge, dentro de su plena libertad.


27 Partimos de la premisa de que cada uno de nosotros tiene su propia forma de “ser” y de “ver” las cosas. Todo ello condicionado a la puesta en marcha de la proliferación de ideas y creencias que constituyen las bases con las que el hombre sustenta sus opiniones y desarrolla su vida existencial. De tal manera se entiende que dos o más personas pueden “coincidir” o “disentir”, cuando no solamente confrontan sus pensamientos-sentimientos, sino también en los aspectos de muchas pequeñas o medianas cosas, que tienen que compartir. Pero sorprende a veces, todo el cúmulo de improperios con que saltan algunas personas ante una situación que, en cierto modo es insubstancial, a nuestro criterio Y sabemos que, ya sea una simple discusión -o en tono más acalorado- con el agravante de insultos, y a veces acompañada de atentados físicos, deja, en las dos partes intervinientes, un gran vacío bochornoso que se llena con rabia, odio, resentimiento, o, directamente que lleva al alejamiento o la separación entre las mismas. Todo esto acarrea un cúmulo de toda clase de sentimientos de dolor y desesperación, hasta que le llega a uno o ambos contendientes, el momento de canjear esos recuerdos perniciosos tratando de satisfacer, así, las ansias de desagravio, o la hegemonía de poder. ¿Y el resultado? No puede ser más desastroso, porque dejaron de ser dos personas que intercambian sus opiniones y valores en un plano de cordialidad, y se convierten en entes, objetos; y por ende en sujetos agresivos, porque se han perdido el respeto. Fueron acumulando, en el tiempo, una sarta de ofensas; se sintieron lastimadas, y en ese momento las rememoran a “lengua pelada”, dando lugar a una contienda sin fin. El r e s p e t o, entonces, es el ingrediente superior y necesario para que las personas enfrentadas puedan encontrar la vía de la comunicación perdida. ¿Qué condiciones obran para que el respeto sea algo más que una palabra? En principio, cada persona conflictuada deberá despojarse de ciertos atributos negativos que dificultan y a veces obtruyen totalmente el camino del diálogo. Digamos que en esa vereda se encuentran los que están contaminados de prejuicios, mentiras, hipocresía, soberbia, crueldad y recuerdos de ofensas no perdonadas. Ahora bien, entrando en un diálogo fecundo, cabe un segundo requisito indispensable, que es la h o n e s t i d a d. Y en la honestidad no vale ni la prepotencia, ni cerrarse obstinadamente al argumento que los demás esgrimen, ni caminar por vías aviesas. Tampoco proponer sus defensas con acentos marcados de sarcasmos o palabras insultantes o malintencionadas, aún cuando uno o ambos ahora contendientes- se sientan lastimados Nos conviene recordar que la relación humana se hace en un ámbito donde se intercambian ideas, sentimientos, proyectos, opiniones, fantasías, y así es más importante lo que acontece entre las personas que las personas mismas. Y ese ámbito o e s p a c i o entre ‘’tú y yo’’, es sagrado: no debe ser invadido, ni desatendido, ni anulado. Ese campo de intimidad tiene que ser propicio para que se mantenga el [acercamiento] sin que se [fundan] los sentimientos. En él debe imperar el respeto y la voluntad virtuosa de la relación armónica, y en esas condiciones se facilitará la suficiente autonomía para ser potenciados. ¡Dichosos aquellos matrimonios que se nutrieron de la generosidad, la magnanimidad y la nobleza, y desdichados aquellos otros que permitieron la entrada de la intolerancia, del odio, del resentimiento, de la incomprensión, y de la falta de humildad, porque, de una u otra forma, nuestros hijos forjan su conducta en el espejo que le presentan los padres y formarán los cimientos de nuevas familias que se insertarán en la sociedad completando un ciclo que nunca acaba!


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Cuando las relaciones de pareja se hacen insostenibles, muchos matrimonios que se dan cuenta de que esta situación puede desembocar en el fracaso conyugal, recurren al consejo de psicólogos y consejeros matrimoniales. Pero también apelan ante Dios, fuente de toda sabiduría. En el caso de que exista un resquicio que permita la reconciliación, algunos recurren a la “mediación” por personal apto que entienda concienzudamente su oficio. Quiero decir que la acción del mediador debe efectuarla con mucha discreción, porque así como no tomaría con las manos un carbón incandescente, o no apagaría largas llamas con un simple soplido, le es conveniente adoptar los recaudos necesarios para no quemarse o expander un fuego que destruye. En tal sentido ambas partes en conflicto, en función de un posible acuerdo que les reporte la satisfacción de la armonía perdida, tienen que a c e p t a r el deponer sus enojos o resentimientos, para obtener el beneficio de un “encuentro” más consistente y saludable. En consecuencia, en las condiciones positivas e ineludibles de respeto y honestidad, se puede entrever un resquicio de claridad para un diálogo fructífero que oriente a una posible conciliación. A título de algunas consideraciones preliminares para entrar al “sagrado recinto de la intimidad”, te recuerdo lo siguiente. En el vasto conjunto que compone una f a m i l i a estamos insertos yo, tú y ellos, y somos todos, por ley natural, integrantes activos. Como tal, podríamos preguntarnos: ¿Qué función desempeño dentro de ese engranaje? ¿Contribuyo a la solidarización de sus partes, o no pongo nada de mi componente psicoespiritual? Y si lo hago, mi presencia-acción ¿beneficia o distancia a los demás miembros? Éste es el gran intríngulis que se produce en el seno de cualquier familia integrada. Sabemos que la vida es movimiento y es riesgo y no basta con tener el título de padre, madre, hijo, hermano, abuelo, tío, y toda la cohorte consanguínea consecuente, para que nuestra presencia obtenga el esplendor que merece. Es nuestra obligación satisfacer, en cada uno, la caridad y la atención amorosa que necesita. Quedarnos inertes ante las desgracias y angustias de algunos familiares nuestros, es aislarnos o separarnos egoístamente de ellos. Que si un componente familiar adolece de algún vicio o deformidad en sus costumbres, ¿quiénes somos nosotros para recriminárselo? ¿Estamos imbuidos de una santidad que nos permite ponernos en un sitial de censura? Podemos, y es nuestra responsabilidad, establecer en nuestra conciencia parámetros de conducta moral, pero de ahí a tratar de introducirlos a quien padece de dificultades de ese orden, hay un trecho que debemos respetar. Lo que sí me parece sumamente fructífero, es acercarnos al dolorido, en la medida en que lo permita, y darle amor puro, sin reproches, mostrándole solamente el camino que a nuestro entender, es el correcto. No somos seres perfectos. Debemos decidir, inexorablemente, la acción en cada momento de nuestra vida. Y esas decisiones están preñadas de ideas y creencias que nuestros padres y otras personas, influyendo en nosotros, nos las sugirieron durante nuestra evolución psico-espiritual. Algunas de ellas las adoptamos muchas veces, sin que fueran destiladas convenientemente por los alambiques de nuestra razón. Y otras las hacemos nuestras luego de un concienzudo análisis. Además, en esa larga trayectoria de nuestra existencia, pasamos por varias etapas que nos fueron marcando hitos sucesivos de experiencias y aprendizaje. Muchas se consolidaron y otras tantas fueron desmerecidas, según convenía o no a nuestro entender.


29 Y aunque, en cierta forma, nacimos indefensos, porque por muchos años necesitamos de la protección y solicitud amorosa de nuestros padres, sin embargo, somos poseedores de una rica fuente de recursos que nos permiten sobrevivir a las contingencias que nos acaecen día a día, momento a momento. Pero fueron tantos los sucesos que hicieron impacto en nuestra existencia vital, que movilizaron una suerte de defensas que pretendían resguardarnos, y en esas contiendas algunas personas salieron ilesas, pero otras sufrieron cruentas heridas, y muchas sucumbieron fatalmente a las circunstancias. Aunque resulte obvio debo aclarar conceptos: cuando nos referimos a heridas sangrientas y muertes, se entiende que lo hacemos figuradamente. Lo que se hace necesario esclarecer, es la sensibilidad que posee cada persona para recibir adecuadamente aquello que le viene de fuera, y cómo lo administra como concepto para transferirlo a los demás: los que componen su circunstancia. Ahora bien, cuando dijimos que el ser humano contaba con suficientes recursos para sobrevivir, dejamos en el aire un punto que se encuentra relacionado con el tópico en cuestión, y éste es: por una parte, la facilidad para asociarse a ideas y creencias que les llegan del exterior sin una análisis concienzudo; y otra, la debilidad o persistencia en la acción, para llevarlas a cabo. Figurémonos, ahora que somos responsables de tratar de lograr una reconciliación entre dos personas enemistadas. Pero antes, quiero que veas, sintéticamente, dos casos de presentaciones de divorcio por situaciones que, al fin, podían superarse en tanto y cuando ambos se dieran cuenta de sus errores. La primera: un matrimonio que disputaban continuamente, se presentan ante un profesional en la materia. Éste les propuso lo siguiente: que uno por vez expusiera las causas que lo llevaron a esa decisión. Pero les indicó una consigna: mientras uno hablaba, el otro debería callar sin interrumpir –lo que lo obligaba a oír-. Les costó mucho a ambos, eso de no interrumpir la plática de su cónyuge. Al final se dieron cuenta de que la verdadera razón de su conflicto consistía en que ¡hablaban al mismo tiempo y no se escuchaban! El otro. El marido era músico y en muchas oportunidades iba de gira con la orquesta a distintos países dejando sola a su mujer. La mujer, afligida, al tiempo propuso el divorcio. Puestos los dos ante el mediador, éste, directamente le preguntó al marido por qué no la llevaba en sus viajes. –Ella en ningún momento me lo propuso. Y dirigiéndose a la mujer: -¿Usted hubiera deseado ir con su marido? –Por supuesto, contestó. La realidad de todo fue que no había diálogo entre ambos ni afinación de sentimientos. Entonces, tenemos frente nuestro a dos personas enemistadas, pero no tanto como para desechar la posible intervención de un tercero que obre como intercesor de esas almas heridas. En principio conviene tener presente que el intermediario o mediador, tiene que poseer, no solamente la sabiduría necesaria para acercarse reverencialmente al recinto sacro del alma humana, sino un espíritu que se destaque por sus relevancias de un amor dispendioso, que avale la comprensión, la humanidad, la paciencia y la tolerancia, para acercar y vigorizar esos corazones contrariados. Tan contrario al egocéntrico que solo está atento a su adorado “yo” y el séquito de los mezquinos estímulos emocionales que le agradan. Solamente cuando nos olvidamos de nosotros mismos en procura del acercamiento a la otra persona, estaremos en condiciones primarias para entender sus motivaciones y verla tal como ella realmente es. Además, -no me cansaré de repetirlo- en todo momento deberemos tener “in mente” la enorme necesidad que tiene cada hombre de ser amado y reconocido por los demás, por el solo hecho de estar en este mundo.


30 Y, por otra parte, poseer la suficiente sensibilidad como para entrar en la persona lastimada, de modo tal que ésta afloje sus tensiones y se despoje de las armaduras que no dejan penetrar en sus intimidades más profundas. Con estas referencias, estaríamos en condiciones de acercarnos a cada persona, por separado, y escuchar atentamente sus requerimientos, desechando de nuestra parte todo preconcepto que pueda enturbiar las razones expuestas. Si nuestra composición la trasladamos al terreno matrimonial, sabemos que cada uno de los cónyuges, lleva al matrimonio integridades y fragilidades, como lo hemos referido anteriormente. Y también, que muchas de estas defecciones pueden diluirse gracias al sentimiento de amor que los unió en el compromiso matrimonial; pero algunas seguirán subsistiendo, y en el peor momento, saldrán a la superficie. Entonces, los contrayentes deben comprender que ambos tienen que deshacerse de sus defectos para que la unión no se quiebre y pueda restablecerse. Un ejemplo: si queremos tomar café con leche, cada uno de los dos productos debe perder algo de sus propiedades para que esto se produzca, aunque el resultado final sea con más café o más leche. Y, valido de un espíritu cristiano, tener la valentía de perdonar, pero no en un “te perdono pero no olvido”, sino totalmente, sabiendo positivamente, que nadie está libre de culpa. Insisto. El camino debe hacerlo uno mismo; como dice un autor: el camino se hace al andar. Pero quien se decide a emprenderlo, debe desasirse de toda contaminación, ya sea la deshonestidad, la falta de respeto o consideración hacia el otro, etc., porque, de lo contrario, no solamente el sendero se llenará de obstáculos, sino que puede llegar a caer, fatalmente, en el barranco de la nada. Y a quien le cabe la hermosa tarea de unir lo separado sin menoscabar ninguna de las partes, tiene que ser neutral en todo momento, tomando esta posición con extremada delicadeza, para no herir susceptibilidades porque sabe, fehacientemente, que el ser humano es una maravilla de Dios, que solamente puede perfeccionarse en el idioma del amor, que es el que Jesús nos enseñó. Por ello la humildad y la perseverancia para los que aspiren a realizar esta muy difícil tarea, serán cimientos imprescindibles para llevarla a cabo. También debemos atender a una circunstancia que es muy frecuente, y que se produce cuando, en una relación común, una persona trata de de dominar a la otra. Todos sabemos que la buena interrelación entre los hombres, se basa en el intercambio de intereses comunes que agraden y satisfagan a cada uno de los intervinientes, sin que ninguno de ellos se sienta lesionado en su dignidad. Esto se hace factible teniendo presente que cada individuo, por sí mismo, genera un “campo de posibilidades” que lleva dentro de sí, y que en determinados momentos las intercambia con los demás. La prueba más consistente de este aserto se basa en el amor incondicional entre las personas, donde ninguna de ellas clama recompensa alguna cuando se ofrece al objeto amado. Pero, tú sabes bien, que algunos individuos, en forma generalmente inconsciente, crean un espacio de poder sobre otros, adaptándolos a sus propios deseos y satisfacciones, sin darse cuenta o importarles que esta situación tienda a una forma de sometimiento, consentido o no. Las personas que así actúan, generalmente son poseedoras de una egolatría que les sobredimensiona el sentido de la equidad y creen que son poseedores de la verdad.


31 Aunque también otros muchos lo hacen poniendo de sí un caudal exagerado de sentimientos de amor, sin considerar que el ser amado pueda sentirse atrapado o asfixiado, al no darle lugar a su propia libertad de acción. Ahora bien, podría darse el caso de que esas mismas personas, ahora en forma totalmente consciente, actuaran sobre sus “víctimas”. De esta manera el proceso de sumisión se convertiría en manipulación. Y sabemos que la manipulación se vale de la turbación que ocasiona el temor, el soborno y el sentimiento de culpa. Una de las formas de sometimiento impetuoso es la violación carnal. Pero, de una u otra vía, ya sea inconsciente o conscientemente, la relación se convierte en un “juego psicológico de poder” donde uno impera sobre el otro, de manera sutil o grosera. En consecuencia el resultado final no produce un ambiente de satisfacción ni de igualdad sino que siempre sobrelleva un aumento, o la continuidad de variadas situaciones de sometimiento. Sin embargo el sometido puede sentirse menoscabado en su dignidad acuciado por un proceso de libertad interior que lo empuja a defenderse, y exigir del cometedor, una “rendición de cuentas”, o sea una rehabilitación a su sufrimiento. Pero sucede que el cometedor, al no advertir el alcance de sus actos, podrá rehusar los requerimientos del sometido, ya sea en forma violenta o no, o podrá cambiar de tema, siempre respaldado por un “juego de poder”; en este caso, el preferido es “se levanta la sesión”, que quiere decir “no hablemos más del asunto” . En tal situación, el sometido debería negarse a comprometerse en algún aspecto cooperativo de la relación, hasta ser atendido en sus demandas. Y además, fortalecer su propio ego, para defenderse, por sí solo, del dominio en que se encuentra. Se entiende que la situación planteada, puede convertirse en un procedimiento muy intenso emocionalmente. En consecuencia necesita de mucho sostén y respaldo por parte de su grupo familiar o de intermediación. Claro está que esta proposición debe hacerse con mucha delicadeza y cautela, apoyada por una valoración adulta. Llegado a estos momentos cúlmine, la respuesta al cambio estará a cargo del cometedor, quién puede tomar dos caminos: o coopera, o directamente continúa, sistemáticamente, en sus “juegos de poder”. Si se mantuviera recalcitrante al cambio, pese a los esfuerzos de la persona sojuzgada para revertir la situación afligente, no le queda a ésta otra alternativa que terminar la relación, puesto que en tanto no se equilibre el intercambio de sentimientos y oportunidades, la continuidad de la misma no hará sino realimentar el libreto de sometimiento. Pero dirijamos nuestra atención a un panorama más promisorio y detengámonos en esa pareja que se ama, ahora matrimonio, como me pasó a mí; como les pasó a muchos... Y llegaron los hijos y nos convertimos en padres. Ser padres. ¡Qué placer y qué compromiso! Yo lo fui, y con mi esposa lo fuimos, y seguimos siéndolo, y debemos reconocer como experiencia de ese largo camino imperecedero, que en muchos aspectos nos encontramos ante la presencia de ese virtual libro, donde muchas páginas debimos e s c r i b i r l a s cada uno en su propia valoración. Nos equivocamos ¡tantas veces! ya que los problemas inherentes a ese noble ejercicio se presentaban frente a nosotros sin que los llamáramos y debíamos solucionarlos conforme a lo que creíamos justo.


32 Y al tener tan cerca de nosotros las situaciones de emergencia que se producían día a día, o momento a momento, se nos escaparon muchos claro-oscuros que ahora, en el tiempo, y ya abuelos, vamos comprendiendo, en la observación a distancia, que es cuando mejor se aprecian. En principio se hace necesario, para abordar este tema tan enjundioso, atender a la dupla “hombre-sociedad /sociedad-hombre”, donde cada término tiene sus propios recursos. Y tú y yo somos partes individuales de las circunstancias que nos rodean: la sociedad en la que desarrollamos nuestras vidas. Porque todos los seres humanos estamos sujetos, en relación directa o indirecta, en proximidad o lejanía, con los demás miembros, aunque muchas veces no nos demos cuenta de ello. Nos encontramos prendidos a esa sociedad, que considerada en una dualidad ideal, nos cobija y resguarda, y a la vez se presenta llena de aristas que nos pinchan y duelen algunas veces... Muchos fueron los que creyeron que la ciencia y la técnica serían las curas milagrosas que nos propulsarían hacia un mundo liberado de penas e insatisfacciones, pero no todo fue así. Sirvieron, eso sí, no puede desmerecerse, para que día a día alcancemos nuevos recursos que nos facilitan el tránsito por la vida, especialmente en lo referente a salud, comodidad y gozo, pero a cambio nos ofrecen una cantidad de cosas que empañan las posibilidades de un esfuerzo propio, generoso y honesto, porque nos mueven a la ambición por conseguirlas a toda costa, aunque empeñemos nuestra alma. Y nos enajenemos. Todo esto lo traigo a colación, porque, justamente, ¡son tantos los acontecimientos que a la manera de un tapiz tapa nuestros ojos y apaga la luz necesaria para pensar y reflexionar acerca del mundo en el que estamos parados!.. Y este oscurecimiento hace que perdamos, en muchas ocasiones, la función que nos compete a cada uno de nosotros para evitar que el mundo se agriete y pierda su conformación. Nuestro mundo social se ha atorado. Muchas son las cosas que brotan y nos urgen a darles cabida en nuestro mundo interior y el tiempo parecería que se nos ha acortado. Y en esa urgencia de ir por delante de los trechos que caminamos –o corremos-, perdemos la sabía medida de la reflexión. Por todo ello los invito a que nos adiestremos en el recogimiento que nos ofrece el ensimismamiento, que nos llevará a la reflexión y al discernimiento, para no invalidar el vínculo armonioso con el mundo circundante. Esto nos permitiría ingresar en un espacio interior propio, único, donde podrían crearse planes estratégicos de acción futura. Estamos afiliados a esta sociedad convulsionada y competitiva y no podemos sustraernos a la acción que ejerce sobre nosotros. Y como padres se extiende una mayor responsabilidad: las mentes vírgenes de nuestros hijos y su propio desvalimiento, nos lo exigen. Creer que la función de padres se circunscribe al nacimiento y la sola procreación, es una falacia. El hijo nace no solamente por obra de un fenómeno biológico, sino que representa un compromiso muy especial y de por vida para los padres que se hicieron merecedores de esa gracia divina. Todas las escuelas pedagógicas, psicológicas, sociológicas y médicas coinciden en que el pequeño, desde su más tierna infancia, no solamente requiere del cuidado amoroso de los progenitores que le prodiguen alimento, abrigo y cariño suficientes para que se críe sano y meritorio, sino, además, la concurrencia a una atención especial y única a los circuitos mentoemocionales que se suscitan entre ambos. Hasta aquí podemos convenir en que la realidad de crianza es así, pero, en el trayecto, surgen situaciones adversas. El pequeño va dejando de ser tan pequeño: su inteligencia va


33 madurando y el pensamiento se le dispara a menudo, entrando en controversias con la imagen que le fuera inculcada. Además el mundo lindante no es tan límpido y puro como para beneficiarlo en esos escalamientos del crecimiento, y numerosas son las ocasiones en que se siente tentado a seguir por caminos viciados. ¡Qué dilema! Sin embargo, creo, y aquí me afirmo, que así como en la compleja mente de todo ser humano, en la medida de su crecimiento, se filtran primariamente todos los elementos que hacen a la fantasía, así también la mayor parte serán desalojados más adelante, y el residuo será acompañado por otros más racionales, más elaborados, más actualizados. Asimismo digo que una labor proficua y atenta de los padres, desde los primeros momentos de vida de su infante y fortaleciendo los valores morales que están presentes en toda persona, inciden positivamente en el nuevo ser que se presenta a la vida, resguardándolo de todos los embates que quieran y puedan demolerlo. Y no solamente esto, sino que será, por su presencia activa, un agente protector que irá mitigando, suavemente, las heridas provocadas por esa sociedad trastornada. No podemos substraernos a la acción disociadora de tantos seres polutos que circulan entre nosotros y que llevan por insignia el trofeo de la discordia de la mano del resentimiento, el odio, la mentira, la hipocresía y la envidia... Pero, para nuestro bienestar ¡hay tantos otros que manidos del amor, la comprensión, la compasión y la tolerancia, suavizan y curan los corazones descarriados! Apuntemos a estos últimos, aun cuando tengamos en contra la maledicencia que obra cáusticamente con mayor poder de penetración, que el regusto agradable de un dulce y sabroso manjar, como son las buenas intenciones. Por esa razón, es que clamo y reclamo una mayor observancia en nuestra noble función de padres. Lo único que salvará al Mundo es la vigencia del amor; de ese amor que se da pródigamente sin esperar recompensa alguna. La relación padre-hijo, no nos cabe la menor duda, es sumamente delicada. Y lo es porque el hombre, cada hombre, mantiene dentro de sí el motor de la libertad, y en el consejo, o la coacción aún cariñosa, podemos encontrarnos con una persona, si no enredadora, por lo menos recelosa a ser instruida. La gran dificultad que se nos presenta es trasponer ese cerco. Sin embargo la enseñanza de las nobles cualidades implícitas en la honestidad y el amor sin reproches en las mentes inocentes de sus hijos, representa una verdadera “cruzada” por parte de los padres para recuperar todos los bienes espirituales que se van desgastando y perdiendo en el tiempo y la distancia. En este momento es cuando nuestra intervención debe hacerse con una delicadeza extrema. Saber pedir permiso para entrar en su ámbito es la gran sabiduría. Ser atentos escuchas sin que medien las intolerancias y los prejuicios por nuestra parte, representa tender un puente hacia la conciliación. Hagámonos a la conciencia de que remamos, en cierta medida, contra la corriente, como lo hace el deportista en una canoa remontando un río turbulento. Muchos sucumben y son arrastrados y aún naufragan en la tentativa. Pero otros logran transponer las dificultades y navegan en cauces más tranquilos. Apostemos a estos últimos y no lamentemos nuestra suerte como el poeta Herber Spencer cuando dijo: Una barca tambaleante llevada por la corriente y chocando contra las rocas: ¡Señor, hablo de mí!


34 Podemos ser tutores con un corazón pleno de generosidad, amor, comprensión y tolerancia. Podemos ser verdaderos vigías atentos dedicando una celosa atención a nuestro derredor familiar, pero nos encontramos con las interferencias sociales malsanas que de tanto machacar consiguen ir destruyendo ese “edificio educativo” probo que tratamos de construir para nuestros hijos. Pero no debemos ceder en nuestro intento, porque si pudimos mantenernos incólumes a tales maleficios, es nuestro deber proveer todo lo necesario para extenderlo a la familia, razón de ser de nuestra existencia. El médico humanista Ramón Pascual Muñoz Soler, fallecido en el año 1990 (“Antropología de Síntesis), nos advierte que los jóvenes de hoy vienen con una actitud de denuncia de sí mismos que escandaliza a la generación anterior, educada tradicionalmente para guardar las apariencias y reprimir el oleaje de las aguas profundas. Mientras nuestros padres y nuestros abuelos podían edificar hermosas construcciones sobre abismos subterráneos que permanecían sellados, no ocurre lo mismo ahora, y nuestros jóvenes descienden más abajo en busca de una roca más sólida. Ese descenso del joven en la búsqueda de una roca más sólida de que nos habla nuestro autor, lo hace de una forma, si no cautelosa, al menos con cierta apatía. No quiere inquirir más allá de lo que desea como respuesta. Es así, el joven de nuestra época, salvo excepciones, no quiere saber nada más de lo que su curiosidad lo incita, porque se aburre en el colegio que lo atiborra de conocimientos; no lee libros, ni siquiera los que les pueda servir de ordenador, sino que se vale de apuntes, y todos sabemos que la sabiduría de la síntesis no es virtud para todos. El mismo autor nos alienta a usar un “nuevo lenguaje” para entendernos con ellos, y sencillamente, esa expresión de vinculación no es más que el idioma del amor pleno, con entera confianza. Por otro lado, viven un derredor, lo mismo que nosotros los padres, cercado de numerosos incentivos que los aturden y no los deja pensar concienzudamente: los distraen continuamente Es posible que en varios matrimonios se produzca, entre padres e hijos, una tierra de nadie donde estos últimos estén pertrechados de argumentos dados por sus aliados –los de afueraque les muestran una cadena de oropel deslumbrante que altera costumbres, modos de ser y que los inducen a las vías de acceso a la bebida alcohólica, a las drogas, excitantes y al aturdimiento; y todo ello desfigura un comportamiento adecuado a una vida social relevante, mientras que, en el otro campo, muchos de los padres, resentido el ejercicio de la educación y la prudencia, se abandonan, permitiendo la invasión falaz de los que perdieron toda compostura y se internan en el camino de la nada. En esa “tierra de nadie”, por las características de versatilidad que sustenta, cuando es franqueada por uno u otro bando, se producen roces, ataques verbales y/o físicos y separación entre ambos. Aunque también puede ser zona fértil para el encuentro si se atiende a los recaudos necesarios tales como respeto, apertura a la autonomía, comprensión y amor; no en un “yo te doy para que me entregues algo en cambio”, sino con total entrega. Pero, de una u otra forma, esa franja de separación puede enangostarse o ensancharse según sean los factores que graviten sobre ella, pero así mismo puede ser surcada por un puente que una, sólidamente, los corazones contrariados. Esta situación me recuerda un cuento. “Dos hermanos, ya mozos, habían recibido por herencia, la tierra de sus padres, pero, por razones de envidia, vivían enemistados hasta que decidieron dividir el campo en dos lotes iguales, separados por un fuerte alambrado. Aunque, lo que no conseguían era la continua observación entre ambos, ya que sus casas se encontraban frente a frente, separadas por la alambrada, y no faltaban los ofensas que se cruzaban, hasta


35 que, el mayor de ellos, contrató a un renombrado carpintero del pueblo para que fabricara un alto paredón y así tapar la visión entre las dos casas. Entonces le dejó ese encargo anticipándole que estaría por un tiempo fuera del lugar. Cuando volvió de su viaje, cuál no sería su sorpresa al encontrarse con un hermoso puente que pasaba por encima del alambrado y unía las dos haciendas. Lo amonestó al carpintero argumentando que esa obra no era lo convenido y éste trató de disculparse arguyendo que creyó positivamente que ese era el encargo, pero que si se había equivocado, destruiría el puente y con los mismos materiales haría la tapia, sin cobrarle la mano de obra. En ese trance estaban, cuando vio que el hermano menor, cruzando el puente, se dirigía hacia él, sonriente y con los brazos abiertos, listo para abrazarlo, y le decía: -Hermano mío, veo con gran satisfacción que tú decidiste perdonar mis ofensas. Yo también te perdono y quiera Dios que este puente sirva de vínculo amoroso, para el cual no valen los límites egoístas que trazamos y nos separaban uno del otro”. En nosotros, los padres, nos cabe la decisión de cruzar la franja de incomprensión, o de rebelión, construyendo un “puente” que una los corazones doloridos. Pero, para ello, tenemos que llenarnos de la virtud de la humildad y la prudencia y someternos a ese delicado ejercicio que se nos impone. Cuando hablamos de ‘’puente’’, en sentido figurado, tenemos que saber que este entramado exige también una sustentación firme y estable.

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8 * Educación y cultura: argamasa y cemento de nuestra estructura espiritual La educación es uno de los beneficios más sublimes del ser humano, porque gracias a ella el hombre se encuentra a sí mismo, comprende su ubicación en el mundo, aprende a relacionarse armónicamente con los demás y da libre apertura a sus recursos. Además, los conocimientos, al difundirse de hombre a hombre, promueven la cultura, y ésta, a la vez, se consubstancia con la enseñanza recibida del grupo social al que pertenece. Por otro lado, el espectro cultural al ser muy amplio, se abre en un abanico de subculturas, que poseen sus propios patrones estructurales. El hombre primitivo se encontró con que todo lo tenía que aprender, y de la ignorancia de las cosas surgió el “conocimiento” con la ayuda de la intuición, la inteligencia y la experiencia. Y ese conocimiento no quedó ahí, enterrado, sino que lo fue transfiriendo a todos los seres que tenía a su derredor. Cuando digo intuición, también abarco el concepto de clarividencia, porque lo oscuro –en un principio- se iluminó y se hizo claro. El hombre, eterno caminante, no se contentó con indagar el significado de lo inmediato, sino que, gracias a su perpetua búsqueda, se fue orientando en el camino del conocimiento, que fue cimentando su cultura. En el trayecto, comprendió la necesidad de unificarse en grupos sociales y encontrar los medios de vinculación armónica entre sus integrantes. Así nacieron las disposiciones y fundamentos que dieron origen a las reglas y leyes que regirían las formas de convivencia estables. Sin embargo, no todos los seres humanos son iguales ni piensan y hacen siguiendo un derrotero establecido, porque muchos factores inciden para que sean diferentes en estos aspectos. En principio, existe una verdad incuestionable: cada hombre, de por sí, es único e irrepetible. Además, hombre y mujer poseen características conductuales disímiles aunque no necesariamente deban enfrentarse; muy por el contrario, generalmente se atraen. También deben señalarse las influencias que se operan desde la educación parental, como asimismo la situación geográfica y local, el lugar de nacimiento y radicación, y las creencias ideológicas y religiosas. Dentro de la compleja estructura social que se establece en un país democrático, la cultura adquiere forma a través de la iniciativa del hombre, de la persona humana -ente real-, que se injerta en la sociedad -ente abstracto- accedida por la familia y distintas y complejas clases sociales. Todo ello responde a un engranaje con un accionar dinámico de interrelación cultural. Ahora bien, cuando enfocamos los términos enseñanza y cultura, generalmente damos por explícito el que ambos generen cualidades inmanentes de bondades a las que todo hombre aspira; y en la vida real no es así, porque en el vasto tejido social, aunque existen seres que se complacen en abastecernos de excelsas enseñanzas, hay otros, por desgracia, que inyectan su dañina toxina. De ahí surgen culturas edificantes y culturas de maleficio. En este punto es muy importante recordar algo que ya hemos dicho y que se convierte en un concepto primordial: toda acción determinada y ejecutada por la persona, conmueve a todos


37 los demás seres en mayor o menor grado, en proximidad o lejanía; en inmediatez o en tiempo; e incluso, al Universo entero. De tal manera, el ser humano asume, “per se”, una enorme y trascendental responsabilidad dentro del entretejido educativo y cultural del mundo habitado. En consecuencia, de la mala calidad humana deviene un desequilibrio planetario, en tanto que ejerciendo una buena disposición, participa de la armonía universal. Ahora bien, de los padres la persona recibe su primer acervo educativo, ya que, desde siempre, en sus primeros años de vida, fue sumamente dócil a seguir e imitar lo que veía y oía de los demás, haciéndolo suyo. Diríamos que en principio, el hombre es inmaduro, inacabado. Tiene que formarse. Entonces, en los padres se encuentra la primordial fuente del saber. Pero he aquí que ellos transmiten todo lo aprendido, sea lo bueno o lo malo, porque, dentro de sus posibilidades, hacen lo que pueden, y generalmente lo hacen bien. No obstante conviene tener en cuenta que éstos, a su vez, recibieron los conocimientos de otra época, y ahora -actualizados o no- los vuelcan a sus hijos. Por otro lado, los hijos recogen esas adquisiciones a las que le agregan sus propias experiencias infantiles, mientras van escalando las etapas biológicas, psicológicas y existenciales. Y por cierto, las influencias entre padres e hijos y marido y mujer, son recíprocas y cada uno participa con su cuota de enseñanza. No todo queda allí porque las ínter-influencias humanas no conocen las fronteras: se expanden por todo territorio habitado. Y esas familias están afincadas dentro de un conglomerado social que reciben estímulos del medio circundante. Por lo tanto, y en definitiva, la familia representa el principal núcleo social y cultural emergente y poderoso del complejo humano. Hacia ella conviene dirigir nuestros más vehementes deseos de perfección. El otro germen de educación parte del medio extrafamiliar. Tenemos ya al hijo que cumple horarios fuera de su hogar. Las tantas horas pasadas dentro de su casa, se comparten ahora con las de la escuela y sus amigos. Allí ya no están los padres como monitores únicos; son, en esos momentos, sus compañeros y sus maestros y profesores quienes mediarán en nuevos aprendizajes. En este nivel pueden surgir numerosas controversias derivadas de las fuentes de instrucción. El maestro tiene un plan educativo que pone en funcionamiento y necesita perentoriamente la presencia virtual o real de los padres, y éstos, en ocasiones, están como divorciados de la escuela. Además, esta nueva vinculación alumno-maestro, al principio no es tan sólida, porque el niño puede sentir como un desprendimiento de su familia nuclear. Estas situaciones seguramente se encuentran en la mira de los funcionarios de la enseñanza. Se ha llegado a un punto tal en el plano social que urge la necesidad de que el maestro “prepare-a-los-alumnos-para-la-vida”, es decir, para que éstos tengan una participación eficaz y activa en el mundo de hoy. Y en esta perspectiva de acomodación, entre los múltiples factores en juego, no deben perderse de vista, dos de ellos. El maestro necesita ser compensado en lo económico para que se actualice continuamente y produzca lo mejor de sí, y los gobernantes no deben descuidar el aporte para la educación, en los presupuestos a corto y largo plazo.


38 Elogio los conceptos del catedrático de filosofía Michele Federico Sciacca (El problema de la cuando expresa enfáticamente que la comunicación entre las personas –llevada a la educación- requiere del “educador” un proceso formativo elaborado a través de los elementos de su humanidad y los del saber y de la cultura que se dan cita transformados y solidarios en la nueva realidad espiritual que es precisamente la persona, en la que el hombre actúa en su integralidad toda la humanidad que respecta a su orden humano. Y agrega en forma taxativa: solamente cuando “es hombre” en el sentido integral y total de la palabra, puede formar hombres. En consecuencia, la decadencia de la escuela es siempre indicio de carencia de hombres; lo que nos indica que, en tal caso, detrás del “profesor” (yo diría de algunos profesores) no existe el hombre; que el hombre se ha preocupado en aprender muchas “noticias”, pero no se ha preocupado de ser él mismo, de hacerse persona, conciencia libre, espíritu en acto. En estos casos, las reformas de programas de enseñanza no reforman nada; se precisa, en cambio, toda una reforma profunda de la concepción y del sentido de la vida”. La realidad cotidiana nos hace ver que los usos y costumbres que hacen a una cultura, son elementos que cambian y se mueven en forma acelerada, y muchas veces no estamos en condiciones de correr a la par. Por otra parte, esos mecanismos no funcionan de igual manera, en todas las personas. Algunas reciben los componentes culturales y los difunden para bien, mientras que a otras les producen malestar o apatía, llegando al extremo de repudiar las normas sociales; estos seres actúan como residuos que se depositan en las bocas de tormenta, impidiendo correr el agua libremente. Sobre este tema, Alfonso López Quintás (“Creatividad y Educación”), nos pone en atención sobre lo que él denominó “vitalismo”; una moda que se implantó hace relativamente pocos años y que opera como demoledor de los valores morales y espirituales de los jóvenes, encontrándose vigente en nuestra época. Entre sus relieves principales, señala los siguientes: *Despreocupación por el sentido de las acciones. *Resistencia a comprometerse a actividades de creatividad personal. *Rechazo de normas y doctrinas estables. *Cultivo de sensaciones placenteras. *Atención a lo sensorial y material. *Voluntad a ser objeto de contemplación, sobre todo a través de la mirada. En este aspecto, y en forma cada vez más creciente, se observa una sociedad donde tanto la mujer como el hombre se hacen afectos al uso de pomadas, artefactos remodeladores y hasta cirugías, para disminuir la pérdida de la elasticidad epidérmica e incluso cambiar algunos aspectos de su físico que no le agradan. Muchos jóvenes impregnan su piel de los más variados dibujos marcados, a veces, en forma indeleble, que exponen como trofeos. Otros se llenan de aritos en los lugares más inverosímiles del cuerpo. educación)

Cuando hablamos de educación, generalmente damos por sentado que, llegado el individuo a la edad adulta, prácticamente poco o nada tiene que aprender. Y esto no es así, porque los procesos de cambio y perfeccionamiento culminan, recién, en el instante último de la vida terrenal. Estamos profundamente insertados en el siglo XXI y a muchos de nosotros nos apabullan tantos conocimientos que se van acumulando momento a momento, sin que podamos abarcarlos adecuadamente porque el tiempo no nos lo permite, pero sí es importante que nos demos suficiente espacio para discernir cuáles son aquellos que pueden sernos útiles para el


39 perfeccionamiento de nuestro haber espiritual, y cuáles otros no merecen nuestra atención inmediata. En cuanto a los productos científicos y tecnológicos, en la medida en que los bienes se popularizan en el mercado, aumenta también la apetencia desordenada por adquirirlos, y se pierde la mesura. En otro aspecto, nos vemos demasiado apurados por avistar el futuro inmediato, sin detenernos un momento en el tiempo en el que nos hallamos “aquí y ahora”. Es como si camináramos por delante de nuestros propios pasos. Nos encontramos, entonces, a contratiempo del ritmo de la naturaleza, más lento y sabio, y nos embarullamos muchas veces. Nos enceguece la velocidad, entramos en el vértigo, y no vemos el camino correcto. Y, paralelamente, mucho de lo que nuestros ancestros fueron aquilatando paso a paso en bien de la cultura, lo desvalorizamos con indolencia e irrespetuosidad. Metido entonces en el desconcierto que produce el aturdimiento, se crea una nueva potestad, donde se hacen adalides los cultores de la concupiscencia, es decir, aquellos que se regodean con los placeres sensuales inmediatos y efímeros. Surgen así nuevas modas o experiencias prohijadas por el dios de la inconstancia y lo inconsistente. Todo ello repercute en la familia, que comienzan a temblequear. El diálogo constructivo se interrumpe, y los hijos prefieren la compañía de sus pares y la música estrepitosa y banal, a la de sus figuras parentales. El vocabulario también sufre cambios escatológicos -en la acepción de excrementos- y se va perdiendo la vergüenza a la intimidad y al decoro. Los medios de comunicación visual se deleitan en mostrar escenas eróticas, confundiéndolas groseramente con el atributo del amor, y dispersando por doquier chabacanerías de todo orden, donde la burla maliciosa, parecería ser el plato del día. En esta confusión de valores, se hace más fuerte la adhesión a i m i t a r todo lo que se ve y se oye, sin discriminar si es bueno o malo, si conviene o no conviene, de tal modo que se diluyen la autonomía y el discernimiento, y por cierto también, la libertad individual tan preciada. Asimismo, el avance desorbitado de la ciencia y de la tecnología, con sus productos, muchos de ellos codiciados por el común de la gente, si bien es cierto nos proporcionan la satisfacción de la comodidad, además de resultarnos útiles para mejorar los recursos cotidianos, en algunos casos llega a provocarnos una desazón porque no entendemos eficientemente su uso. Y en otros momentos interfiere, de alguna forma, en la comunicación entre las personas; las largas horas prodigadas a la atención de la televisión o la computadora, priva del espacio saludable y necesario, para la lectura y los diálogos interpersonales provechosos. Pero, lo que más perjudica a una buena base educativa, es la falta de sinceridad y de respeto que se observa entre gran número de los integrantes de la sociedad, donde parecería imperar la hipocresía, el chismerío, la envidia, la mentira y la soberbia. Todo ello destruye la unidad entre los hombres. En un lineamiento general, entramos a la “cultura de la mediocridad” donde se hace fuerte la masa. Recordemos algunos conceptos que sobre ella comentaron dos filósofos españoles: José Ortega y Gasset y Alfonso López Quintás. Ortega dice que hombre civilizado no es necesariamente hombre culto. Y apoyándose en el hombre vulgar afirma que él no solamente sabe que lo es sino que tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone donde quiera. Es el hombremasa; es el hombre cuya vida carece de proyecto y va a la deriva. Por eso no construye nada,


40 aunque sus posibilidades, sus poderes, sean enormes. Y este tipo de hombre, decide en nuestro tiempo”. (¡!) Y éste es el peligro. Continúa: Se les ha dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos; se les ha inoculado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios modernos, pero no el espíritu; por eso no quieren nada con el espíritu, y las nuevas generaciones se disponen a tomar el mando del mundo como si el mundo fuese un paraíso sin huellas antiguas, sin problemas tradicionales y complejos. En tanto, Alfonso López Quintás, contemporáneo nuestro, agrega: El hombre-masa recibe pasivamente un elenco de derechos comunales que no responden a su esfuerzo personal. El hombre vulgar sólo se esfuerza por resolver problemas inmediatos; carece de empuje para abordar cuestiones de mayor alcance, aparentemente desconectadas de las urgencias cotidianas. Tal vez, el perfil sociológico que diagraman, tanto Ortega como Quintás, puedan parecer un poco cargado de tintas, como sucede generalmente cuando se le quiere dar relieve a alguna posición con respecto a otra, pero me parece conveniente que se tomen algunos recaudos en la hora en que se diseñen planes culturales. En cuanto a las “minorías selectas”, si bien en ellas asienta el gobierno y mantenimiento de la cultura de un pueblo, no deberían presentar tampoco un frente de batalla pertinaz con este grupo humano mayoritario. Más bien convendría conciliar las propuestas, con sabiduría y amor, como lo hace el padre bueno con sus hijos. Y acá vale, positivamente, un canto del Bhagavad Gita para aquellas personas que son equilibradas en la opinión, en el momento en que juzgan a los demás: Excelente es quien, con ánimo ecuánime, mira al enemigo y al amigo, al propio y al extraño, al indiferente y al deudo, al forastero y al convecino, al pecador y al justo. Es revelador el hecho de que muchos hombres en la actualidad, insertados en medio de un creciente haber cultural, no hayan corregido sus hábitos para bien, y se entretengan en quimeras inalcanzables y en luchas fraticidas que le restan la facultad de mejorar las miras que sobre ellos deposita la humanidad. Aunque variadas son las implicancias que han obrado y que subsisten en el tiempo, para que el hombre común se haya detenido en su natural ansia de perfeccionamiento. Sin querer establecer una tabla de valores, podemos señalar tres elementos que inciden en el orden social de cualquier país, y éstos son: la ancestral e irritante supremacía del rico frente al pobre; la competencia feroz, que se vale de cualquier artimaña para alcanzar lo que se quiere; y por último, los intereses creados. El desajuste que se produce cuando el opulento desborda su ansia de potestad desoyendo las lamentaciones y necesidades del menesteroso, crea una suerte de diferenciación tan grande, que lo precipita a este último, a sumirse en sentimientos de odio, de rencor, y de deseos de venganza, y esta situación se refleja en una cultura de oposición y enfrentamiento. Por otra parte, se nos enseñó desde pequeños, a ser los mejores entre los muchos. Debíamos destacarnos en el estudio, en las profesiones, en la vida civil y en toda labor que nos propusiéramos. Acá cabe una reflexión. Es buena y satisfactoria nuestra relevancia en la acción, porque esto nos auto-estimula para optimizar los emprendimientos, pero no lleguemos al punto de invadir el campo de los demás, con estratagemas deshonestas o tratar de obtener metas realmente inalcanzables. En lo que respecta a los intereses creados, éste representa un mal general muy poderoso y degradante, que nació desde el momento en que el hombre se aglutinó socialmente. En muy poco tiempo emerge un líder ambicioso que busca hacerse de un poderío entre los demás, y lo consigue ofreciendo dádivas y un poder subalterno a gente elegida por él, que se presta a cubrirle las


41 espaldas, dándole oportunidad para que pueda manipular, cómodamente, sus escabrosos intereses. Nos encontramos sumergidos en un mundo donde se va esfumando la buena relación humana. Donde vemos seres recelosos que se apartan unos de otros. Donde se propicia el fanatismo parcializado. Donde la persona va perdiendo su condición de tal para convertirse en objeto, en cosa, en número y así, en este planteo, se hace más fácil la idea de dominación del hombre por el hombre. Se está favoreciendo un clima de separación interhumana, que daña intensamente los fundamentos sociales. Es como si al cerebro le fuera amputado el cerebelo; desde ese momento el individuo no puede coordinar sus movimientos automáticamente, y pierde la estabilidad. En la sociedad actual, competitiva y convulsionada por las pasiones del poder y del dinero, el ciudadano común “no comprende-el-sentido-de-vida”, y se ve envuelto y tironeado por enemigos virtuales y reales, y se siente acosado por gente deshonesta y desleal; soberbia y engreída. En ese caldo de cultivo, se hace fuerte el manipulador que usa el lenguaje como el medio para dominar a personas y pueblos de forma rápida, contundente, masiva y fácil, porque el discurso lo usa para vencer sin necesidad de convencer, como afirmara López Quintás. En este ejercicio de ataque y defensa, se perdió la sensatez y se hicieron fuertes la prepotencia y la violencia en todas sus formas, dispersando, de alguna manera, la cohesión natural, que hace a una sociedad sana y estable. Entonces, ante esa sensación de ahogo que nos produce el ámbito cultural enrarecido, sentimos la necesidad de abrirnos y de restaurar formas culturales probas, adormecidas en el sueño del olvido. Empero, pese a todo este panorama cargado de escepticismo, Ortega nos recuerda a cada momento, que el ser humano posee un fondo insobornable, que lo privilegia como persona. Además, agregamos, va acumulando un capital que lo almacena en su “banco de datos”, y que es voluminoso para algunos, aunque mezquino para otros. Y este historial, de una u otra forma, representa nuestra cultura, rica o magra, y a ella nos atenemos para vivir. Aunque, como administradores de ese patrimonio, está en nosotros y nada más que en nosotros, el acrecentarlo para que fructifique, sabiendo que, de esta manera, podremos canalizarlo en la capacidad de amar, de comprender con ánimo sensitivo las disímiles conductas que presentan los demás, y ser generosos y pacientes. Todo esto redundará en nuestro beneficio y en el desarrollo de la salud espiritual. Sin embargo, para alcanzar los altos ideales que se esperan de la condición humana, debemos desprendernos de muchas adherencias e impurezas que no nos dejan transitar libremente por el camino que lleva a la plenitud. Despojarnos del agobio de tanto peso degradante y poder sentir el hálito refrescante de la fe en nuestros semejantes. Dejar, entonces, en la ladera del camino, la desconfianza y el reguero cáustico de la murmuración o chisme, o calumnia, como también se la denomina, y que lleva, inexorablemente, a la descomposición de la unidad social, porque, como dice la Biblia (“Eclesiástico”): Un golpe de látigo deja una marca pero un golpe de lengua quiebra los huesos. Si soplas una chispa, se inflama; si le escupes encima, se extingue, y ambas cosas salen de tu boca. El que disimula su odio tiene labios mentirosos, y el que levanta una calumnia es un necio.


42 En un principio hablamos de las fuentes directrices de la enseñanza, que se originaba en nuestros padres y maestros. A éstas debemos agregarle la influencia que dimana de los gobiernos que, en cierto modo, obran como padres adoptivos, y sus hijos, los ciudadanos. Entonces, si nuestros padres no nos protegieron ni nos dieron amor; si fueron tiranos y deshonestos, la calidad de nuestros sentimientos se encontrará menoscabada y, seguramente, las respuestas que demos como agentes sociales, estarán cargadas de suspicacia, de rencor y de desestima por quienes nos dieron la vida. Algo así pasa con los gobernantes que rigen un país; de alguna manera nos sentimos como hijos suyos. Es por eso que aquellos que disponen de los bienes comunales haciéndolos propios, o que apoyan esquemas de beneficio popular y no los cumplen, ocasionan un grave desgarro en la comunidad, y la consecuencia es el desaliento y la falta de fe en las organizaciones ejecutivas. Y la carencia de comunión entre padres e hijos, altera profundamente los lazos familiares, y por supuesto alcanza a la sociedad, provocando rompimientos y heridas, difíciles de curar. Hasta ahora hemos ido delineando todos aquellos factores que apuntan a una cultura esencialmente materialista y consumista que se proyecta en la educación, y que se traduce en la procacidad, en la mentira, en la hipocresía y en la violencia, falseando el derrotero glorioso a que aspira la mayoría de los seres humanos. Pero así y todo no perdamos la esperanza. Sabiendo que somos poseedores de abundantes riquezas espirituales, que muchos de nosotros las ignoran, y por eso no abren sus corazones distribuyéndolas a manos llenas, no obstante existe gran cantidad de personas que están muy empeñosas bregando para que la bondad, la honestidad y el amor, ocupen el lugar preferencial en sus vidas. Tal vez sería muy útil propiciar una revisión más ajustada a la época en que vivimos, de los programas de educación primaria y más todavía, de la secundaria. Con referencia a este último nivel, la enseñanza enciclopedista que la fundamenta, no deja resquicio alguno para introducir planes concienzudos donde se privilegien aspectos que se proyecten a la familia y a la población, tan necesarios para la buena convivencia, y para que los hombres respondan entre sí con el respeto que merece la relación interpersonal. Ya nos lo advierte el psicólogo francés Gustavo Le Bon: Lo que constituye el primer peligro de una educación calificada de latina, es el error psicológico fundamental de que, enseñando por la opinión contenida en las obras, es como se desenvuelve la inteligencia... y el joven no hace sino aprender el contenido de los textos, sin que su juicio y su iniciativa se ejerzan nunca. La instrucción para él es recitar y obedecer... donde todo esfuerzo es un acto de fe ante la infabilidad del maestro, y que termina indefectiblemente en empequeñecernos y hacernos impotentes. En lugar de preparar los hombres para la vida en general, la escuela no les prepara sino para las funciones públicas, donde se puede triunfar sin objetivo y sin manifestar ningún chispazo de iniciativa. Hasta ahora, las “ciencias del hombre” no nos han pautado las enseñanzas para vivir en comunidad. Muñoz Soler (“Antropología de Síntesis”) hace un recuento de las “ciencias del pasado” atribuyéndole, en principio, magníficos frutos en el orden práctico, pero que son incapaces, hoy en día, de dar una respuesta que sea satisfactoria para la vida del ser humano. Es decir que se ha producido una crisis de las ciencias de la naturaleza como de las ciencias del espíritu, y sobre todo las llamadas “ciencias del hombre”. Y, en este sentido, en la rebeldía de la juventud hay un trasfondo de visión de una realidad diferente, de una realidad individual y social diferente, de una vida diferente.


43 También se hace esta reflexión que parte de la pregunta: todas estas ciencias que se refieren al hombre y que tratan acerca del hombre, ¿tienen, realmente, una respuesta para la vida del ser humano? Yo creo que todas las ciencias del hombre juntas -por lo menos tal como existen hoy- son incapaces de señalar un camino para el porvenir del hombre. El hombre futuro no puede vestirse con el traje de Arlequín hecho con los retazos de las ciencias del pasado: necesita una túnica inconsútil (de una sola pieza), integrada y a su medida. Esto no quiere decir que las ciencias que tenemos no sirvan ni que se hayan agotado sus posibilidades. Sí, sirven, pero para fines secundarios, aplicativos y prácticos, pero no sirven para develar el ser del hombre y poner al descubierto el significado de su vida en el universo”. Da fin a su preocupación con estos asertos: Los países en vías de desarrollo, las corrientes sociales y políticas de avanzada, presionan a las élites del poder para que el conocimiento científico y tecnológico sea accesible para todos. Esta tendencia noblemente inspirada, que quiere poner los bienes de la cultura al servicio del pueblo, suele desvirtuarse en la práctica cuando se confunde servicio con servilismo y se pretende crear una política de la ciencia bajo la dirección de la burocracia sindical, de los partidos políticos o del estado. Apuntemos a una realidad: el joven es y será el agente que marcará el rumbo de la nueva sociedad. Pero debemos cuidarlo como se cuida un tesoro porque al encontrarse en una etapa de indecisión, puede extraviarse. Porque él lleva un bagaje bastante pesado. Transporta el niño biológico que va dejando de ser, y el adulto que se insinúa y lo compromete. En él, en su pureza, se hallan los carriles del nuevo hombre... Debemos ayudarlo quienes hayamos podido poner en orden nuestro espíritu, para preservarlo de todo estrago que haga mella en su alma virgen. Pero la diligencia puesta en ejercicio de un propósito sublime, puede ser frenada por la incertidumbre, el temor o el fracaso. Estas formas son componentes obstaculizadoras que obran en nuestra sociedad actual. La incertidumbre se asienta en los momentos en que la persona debe tomar una iniciativa o realizar un acto. “¿To be or not to be?”. En cierto modo, la incertidumbre suele ser un impedimento momentáneo que se da el raciocinio para poder vislumbrar, en ese lapso, la presencia del discernimiento. Claro está que cuando la incertidumbre se hace dueña de lo cognitivo y se asienta como un huésped de por vida, es mala y peligrosa. En cuanto al miedo, su representación en la vida del hombre, es atávico. Recordemos los primeros habitantes nómadas del planeta: debían defenderse de otros grupos humanos y de los animales, para subsistir. Eran miedos reales aunque la magnitud de los mismos no pasara por su intelecto. Más adelante, con el establecimiento en lugares estables, muchos de los miedos primarios fueron transmutados en miedos reales que se tradujeron en miedos al castigo, a la culpabilidad, al rechazo, a la agresión, al ridículo, a no gustar, a no ser amados, a la intimidad, al fracaso, a la libertad, al cambio, a la vejez y a la muerte. Ortega y Gasset -nos dijo: “la vida nos es disparada a quemarropa”... y no todos poseemos chalecos antibalas. Algunas personas son muy fuertes y decididas, y las dificultades no les hacen mella para obtener el logro en sus empresas, mientras otras se presentan más débiles y desconfiadas. En el primer grupo podemos observar el sostenimiento de un equilibrio estable donde razonamientos, sentimientos y espíritu se aúnen armónicamente para conseguir sus propósitos. En tanto en los otros se advierte la frustración que les produce la pérdida o lo inalcanzable de algo muy valioso para ellos. En estas circunstancias pueden quedar totalmente inermes pero es


44 responsabilidad nuestra crear en sus corazones un incentivo para que no se acobarden y puedan emerger de entre las cenizas como una criatura nueva y vigorosa dispuesta a proseguir el camino a la luz. Porque cuando estamos al borde del abismo, el distrés, agente inespecífico pero fuertemente nocivo, penetra sigilosa y astutamente en nuestro interior y hace verdaderos estragos, llevando a la persona no avisada, a la destrucción orgánica, psíquica y/o espiritual. No sucede lo mismo con el eutrés que es también una propuesta interna y que, en cambio, nos promueve a una acción prudente. En esa interacción entre sujeto y campo, y aprovechando la buena disposición que generalmente parte de todo ser humano, el ejemplo que nos ofrece la persona honesta, íntegra, sin repliegues, con un corazón abierto al amor sin condicionamiento alguno, y al respeto hacia los demás, sean seres humanos, animales o vegetales, constituirá un paradigma viviente de enseñanza. Por cierto, el hombre en general, posee una natural timidez para establecer un adecuado equilibrio de convivencia con sus semejantes, lo que lo hace parecer, muchas veces, como soberbio o mal educado. Por esto, la educación ciudadana en general, debería ser dirigida a establecer una adecuada equivalencia, que contemple la formación de una “caracterología individual”, que le permita ubicarse en un orden neutral para no sobrepasar los límites que pueda conducirlo al sometimiento o a la rebeldía. Entendemos, que la cultura de un pueblo, se nutre y se vigoriza a través de esa enseñanza que vislumbra la realización armoniosa y respetuosa de sus integrantes, en todas sus edades. En definitiva, nuestra propuesta se encarna en la difícil pero no imposible realización de una cultura nacional y mundial, edificada a través de hombres probos -como lo fue entre muchos otros el doctor Favaloro- que serán los ladrillos de un edificio donde el amor, la comprensión, la fidelidad, el desprendimiento y el perdón, sean la noble argamasa que solidifique sus cimientos. Y en ese ambiente, “el hombre nuevo” gozará de exquisitos frutos, tales como la sabiduría y el bienestar. Estamos conscientes de que cada uno de nosotros somos educadores, o sea hombres que nos convertimos, de alguna manera, en guías del proceso de culturalización de la persona humana. Y esa noble función la ponemos en ejecución, dentro de nuestras posibilidades, en la sociedad pluralista de la que formamos parte, donde existe un continuo intercambio cultural entre los individuos, pero necesitamos la ayuda exterior para acreditarla. Se hace imprescindible que los gobiernos del mundo acompasen su interés para que grupos multidisciplinarios donde se congreguen psicopedagogos, maestros, médicos, agentes sociales, antropólogos, psicólogos, sexólogos, semiólogos, pastores y magistrados, unidos en una cordial aceptación de los límites de cada cual, propongan, con sus conocimientos y experiencia en la materia, nuevas formas o planes culturales que establezcan los lineamientos entre conceptos positivos y negativos que se vehiculizan a través de la conducta. La idea es privilegiar los primeros señalando las bondades que su práctica producen en las personas, y desechar los segundos, marcando las implicancias que puede ocasionar su abuso dentro de la armonía que debería imperar en la colectividad humana. Todo este cúmulo de respuestas, podrían ser compiladas por un moderador competente, para un planeo educativo. Sería de desear, que paralelamente a las nobles actividades que desarrollan en estos momentos numerosos grupos humanos en pro de la ecología, con un ferviente deseo de amparar los gratuitos recursos naturales que el planeta nos brinda, se organicen, con un sistema semejante y pan-mundial, para la preservación de los verdaderos valores humanos físicos, psicológicos,


45 espirituales y sociales que el hombre posee para el bien y el mejoramiento de sí mismo y de la humanidad, encauzándolo a través de la educación y la cultura. Pero así como el hombre, para amar a los demás debe comenzar por amarse a sí mismo, también le es imprescindible lograr y defender su dignidad por sobre todas las cosas. Cuando mencionamos la palabra y el sentido de cultura incursionamos en un intrincado laberinto, porque la diversificación de sus conceptos, dificulta entrar en su problemática. El diccionario nos muestra un amplio panorama del significado de cultura. Dice en un primer concepto: “es el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos, grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social”. Desde tiempos inmemorables, sabemos que los seres humanos tienden a congregarse en familias, y en el conjunto de esa unión que busca el equilibrio armónico, nace la sociedad. No bien se constituyen en un lugar definido y seguro, se proponen formas de convivencia, donde cada integrante otorga al núcleo humano sus propios ingredientes y recibe en cambio las proposiciones y experiencias de los demás, como complemento de su propia cultura. Y de ahí en más, se producen entreveros de modalidades donde algunos tratan de imponer las suyas, sin importarles los intereses de sus congéneres, y otros lo hacen respetando los fueros de sus conciudadanos. Y, en este momento es cuando surge a la luz la cultura individual, porque hasta ahora hemos hablado de cultura en un sentido global. Esa cultura es propugnada por las organizaciones educativas, siempre y cuando exista una verdadera estructura donde se aúna, armoniosamente, el pedagogo, ambientes físicos agradables y, sobre todo, un programa que contemple la recta intención dirigida a la comprensión y tolerancia humana fundamentada en el amor. Indudablemente, existe una estrecha vinculación entre los distintos aspectos que comprende lo cultural, aunque sus intereses se abran en un gran abanico de potencialidades. Por eso mismo, no se puede hablar de cultura en singular sino de culturas. En las grandes urbes, la convivencia se hace muy difícil, porque algunos eligen modos de vida y costumbres, que no condicen con los demás; o bien adquieren un grado de desarrollo en las esferas artística, científica, política, que sobredimensiona las aptitudes de sus otros congéneres, provocando en algunos, envidias, resentimientos y luchas competitivas desleales, lo que desemboca en una desvinculación que separa a los hombres entre sí. Cada nación posee una cultura propia y a la vez abierta a la de otros países, pero conservando un sello particular y único que la caracteriza. Así, conocemos los rasgos predominantes que distinguen entre sí a los ciudadanos del mundo según las regiones en que habiten. Agregaremos también que, en algunos países, dadas las características peculiares que identifican a sus habitantes, surgen caudillos que, ya sea por propia vocación o ejerciendo potencialidades obtenidas por medios no siempre honorables, poseen una sagacidad que les permite adueñarse de la masa popular, ofreciendo prebendas para afirmarse en sus estrados directivos. Y desde ahí, surge un fenómeno muy peculiar que puede llevar a la catástrofe de todos los ciudadanos. Un ejemplo podría aclarar los conceptos. Supongamos una familia donde el jefe como representante de la misma, actúa en forma totalmente disparatada. Todos los demás integrantes recibirán los efectos deletéreos desencadenantes y se sentirán emocionalmente desagradados y doloridos, y, a la vez, irradiarán mensajes tóxicos que alcanzarán a la gente de su derredor en mayor o menor grado. En esos casos, lamentablemente, la cultura pierde su majestuosidad para convertirse en un ropaje lleno de chillones retazos multicolores, y los distintos géneros que la configuran pasan a


46 ser extraños entre sí, y sabemos que todo aquello que pierde su integridad, pierde también su razón de ser. La segunda acepción que sobre cultura nos da el diccionario dice que “es el cultivo de las facultades humanas física, moral estética e intelectual”. Ahora, claro está, los pueblos que se apartan del significado en cuestión, retroceden, en forma significativa, hacia el sometimiento y la esclavitud de sus habitantes, por parte de aquellos pocos que consiguen encaramarse en puestos de poder clave desde donde dirigirlos, aprovechando esta circunstancia. Y la gente que queda en el llano, se hace proclive a dejarse llevar, y a hablar y discutir por boca de los demás, sin razonar si lo que asegura podría contener el sello de la verdad. En esta categoría se encuentran los prejuiciosos. Gran favor le haría a la humanidad, que los dirigentes de las grandes potencias mundiales declinen las mieles que les proporcionan sus jerarquías y se decidan a actuar en apoyo de los desfavorecidos. Seguramente, la sociedad sufriría menos la injusticia del desamparo y la ingratitud. Una cultura integral llevada a su mayor imperio que provea el suficiente horizonte para que cada uno pueda verse a sí mismo reflejado en los demás, permitirá que los hombres puedan igualarse en el contexto espiritual, donde no cabe la deshonestidad en el pensamiento y en la acción. No obstante, no podemos olvidarnos que estamos inmersos en una sociedad pluralista que se comporta como un océano de aguas procelosas unas veces; calmas otras, y en el cual, cada uno de nosotros, debemos dar las suficientes brazadas para no hundirnos y ahogarnos. Estamos transponiendo el siglo XXI, y este avance de la socialización, franqueada por la tecnología, ha provocado una metamorfosis en el hombre que, en general, se ha sumergido en el estruendo público como buzo en océano de ruidos colectivos, como expresara don José Ortega y Gasset ¡hace más de 80 años! De esta manera, el ciudadano se aturde, se confunde, y va perdiendo el encanto de discernir adecuadamente y de sentir, sin ser asaltado por lo inmediato y sin tener que justificarse. Entonces, pierde el atributo de su libertad. Por último, y siguiendo el pensamiento de Ortega: Ahora, vuelven muchos hombres a sentir nostalgia del rebaño. Se entregan con pasión a lo que en ellos había aún de ovejas. Quieren marchar por la vida bien juntos, en ruta colectiva, lana contra lana y la cabeza caída. Por eso, en muchos pueblos andan buscando un pastor y un mastín... que los guíe. Caminamos presurosos en la vida, y no tenemos que situarnos en Europa para ver, con desolada pena, que la persona va perdiendo su calidad de individuo libre, en seguimiento de alguien que los tutele, que le dé sustento de vida aún a costa de ser un mero instrumento de ese adalid, transfiriendo el don de su autonomía por el apego -a veces incondicional- hacia el líder. Los cabecillas se multiplican y cada uno quiere su parte en el festín que les proporcionan las “masas”. Y también estos dirigentes que se proclaman paladines de la justicia, tienen sus resonadores sociales que se hacen eco de sus proclamas, las interpretan a su modo y las difunden como noticias que fulguran frente a nuestros ojos y martillean incesantemente nuestros oídos, y que se difunden, profusamente, por las vías radiales, televisivas y en publicaciones escritas. De esta manera, recibimos toda clase de manifestaciones que se incrustan en nuestro ser, pero como las fuentes emisoras muchas veces carecen de verdad y nobleza, a la hora del discernimiento, nos cuesta mucho decidir nuestro enfoque particular. A veces cuando creemos que establecimos nuestra posición, nos sentimos desorientados, conturbados, porque son tantas las opiniones que se nos agolpan, que obstruyen los canales de la reflexión y nos impiden pensar sensatamente.


47 He mencionado las “masas” y es oportuno volver nuevamente sobre este tópico, aunque sea fugazmente. Para eso regreso a Ortega quién las describió muy claramente Este autor afirmaba que el hombre vulgar, no solamente se jactaba de serlo sino que trataba de diseminar ese modo de ser, por todo su derredor. Este hombre vulgar o “masa” tuvo la oportunidad de recibir los instrumentos facilitados por los medios modernos, careciendo de la sensibilidad para respetar todo lo que el ser humano ha construido, porque al hombre-masa le falta la espiritualidad para “comprender”. Y la sociedad toda se malogra, porque, generalmente, los que se erigen en “salvadores de la humanidad”, es decir, los pastores de Ortega, ponen especial interés en adiestrar a sus propios mastines para que les ayuden a mantener en orden al rebaño. Nos encontramos, entonces, con dirigentes que nos apabullan con apasionados y brillantes discursos y que poseen la habilidad tan especial que saben encontrar una razón valedera para cualquier acto que ejecuten, aunque éste sea impuro y sin la sensatez propia del hombre equilibrado. Y no solamente esto. Porque los intérpretes de noticias, escudados en la libertad de expresión, aprovechan la oportunidad que les presenta la insaciable sed de información que tiene la gente, y en repetidas ocasiones ponen mucho de lo suyo, distorsionando, en ocasiones, el pensamiento y la intención de aquellos que están en la cúpula del poder político, conduciéndolos hacia el camino de un peligroso juego, donde se activan los rivales para que se peleen entre sí. Tanto Ortega como López Quintás, nos han trazado una semblanza del hombre-masa, y lo han hecho dentro de un marco social. En cambio, el francés Gustavo Le Bon en “Psicología de las multitudes” observa este fenómeno desde un punto de vista psicológico. Comienza haciendo notar que los individuos al conformarse en un grupo homogéneo adquieren un “alma colectiva” que siente, piensa y obra de manera totalmente distinta de cómo lo haría actuando aisladamente. Quiere decir que pierde su personalidad consciente, o sea aquella que lo identifica en función de su género de vida, ocupaciones, carácter e inteligencia. Y al gravitar en él lo inconsciente, revierte su modo de ser. De tal manera que el hombre culto, se convierte en salvaje con sus atributos de violencia y ferocidad, como asimismo mantiene los entusiasmos y heroísmos propios de los seres primitivos. Y al malograr su independencia, transforma sus sentimientos e ideas, de modo tal que el escéptico puede convertirse en creyente y el cobarde en héroe, como así mismo accionar en él el autoritarismo, la intolerancia, impulsividad, irritabilidad e incapacidad para razonar, con ausencia de juicio y de espíritu crítico y la exageración de los sentimientos. Aunque no todo es negativo porque en ocasiones puede actuar en actos de abnegación, sacrificios y desinterés muy elevados; más de los que haría actuando individualmente. En estos casos se nota en ellos el desinterés, la resignación y el sacrificio absoluto a un ideal quimérico o real. Ahora me pregunto: en esta confluencia de situaciones desencontradas donde cada uno obra contra el otro, o enrolado en un grupo arrasa contra las autoridades constituidas desquiciando la buena armonía que debería regir en un país para abrir los cauces de un mejor entendimiento, ¿qué los lleva a herirse entre sí? Y esto me recuerda a una fábula: “Un escorpión quería cruzar la laguna hasta la otra orilla, y recurrió a la ayuda de una rana. La rana le dijo: -no me parece razonable porque tú me matarás en el camino. El escorpión contestó: -¡Cómo se te ocurre! Si así lo hiciera, yo también me ahogaría. Entonces, ante semejante argumento, la rana accedió y dejó que el escorpión subiera a su espalda. Durante la travesía, y a mitad del camino, el escorpión clavó su dardo


48 mortífero en la rana y ésta, a punto de morir dijo: -¿Por qué hiciste esto? Ya vez, con mi muerte tú también morirás. Y el escorpión respondió: -Perdona, es mi índole “. En nuestra sociedad sentimos hondamente, la cálida intervención de aquellas personas que tratan de lograr, en una comunión de fraternidad, las condiciones ideales para que ésta subsista para bien de todos, pese a la intervención de otros grupos humanos que –por su mala índole- malversan este proyecto tratando de desequilibrarla, aún cuando esta situación los lleve a la ruina. La nobleza de los actos de esos hombre íntegros, no importa la escala social en que se encuentren, los llevan a asistir –muchos de ellos con sus pocos recursos económicos- a aquellos más desfavorecidos, con un amor que verdaderamente enternece. Además, sus buenos ideales los cumplen sin entrar en litigios cautivantes que los saquen de las órbitas que se trazan. Los encontraremos entre la multitud, distinguiéndose por las cualidades de amor, comprensión y compasión, puestos en ejercicio de su prójimo. Pueden hallarse entre literatos, religiosos, gobernantes, comentaristas, críticos, artistas, músicos, filósofos, gente común. Ellos, diseminados por todo el mundo, ofrecen su labor generosa sin ninguna clase de ostentaciones y con total desprendimiento y honestidad, y su labor proficua nos alienta para encontrar un significado y una orientación en la vida, desdeñando la destemplanza, el pesimismo, el resentimiento, la hipocresía, en pro de un encuentro con la alegría y la felicidad. Estos seres privilegiados contribuyen en mucho a mantener el equilibrio universal, y no hacen distingos de raza, sexo, edad o condición social. Se asemejan a los “sabios” a que se refiere Muñoz Soler (“Antropología de Síntesis”), cuando describe aquellas personas que obran en beneficio de la humanidad: Ellos son los artistas del diseño del futuro, los visionarios que descubren relaciones insospechadas entre las cosas, los arquitectos de nuevas configuraciones, los dibujantes de nuevos paradigmas. Estos hombres que ven a lo lejos, estos sabios modernos, estos padres de la ciencia, suelen pasar inadvertidos por sus contemporáneos, quienes deslumbrados por las conquistas tecnológicas de aplicaciones inmediatas y abrumados por la masa de datos que proporcionan las ciencias particulares, no llegan a reconocer la presencia de los profetas de su tiempo. *


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9 * El hombre insertado en la sociedad Amigo, hasta este punto, con tu ayuda de atento lector, hemos repasados juntos aspectos que hacen a las distintas etapas primarias de todo ser humano. Ambos, evocando épocas idas de la vida, hasta llegar a nuestra realidad cotidiana. Demos ahora una avanzada en el tiempo presente y dirijamos nuestra mirada al hombre actual. A ese hombre, ya sea familiar, amigo, conocido, sujeto circunstancial, con el que nos encontramos a cada momento. Te invito entonces que ahondemos, en una primera aproximación, en ese hombre, -ese todavía un incógnito- que eres tú, que soy yo, que son los demás, porque queremos conocernos, ¿te parece? Es indiscutible que el hombre necesita del hombre para hacer su vida. Le es tan necesario como respirar. Esta realidad no se les escapaba a nuestros ancestros bíblicos. En Eclesiastés, (capítulo 4, 9-12), leemos: Valen más dos juntos que uno solo, porque es mayor la recompensa del esfuerzo. Si caen, uno levanta a su compañero; pero ¡pobre del que está solo y se cae, sin tener a nadie que lo levante! Además, si se acuestan juntos, sienten calor, pero uno solo ¿cómo se calentará? Y a uno solo se lo domina, pero los dos podrán resistir, porque la cuerda trenzada no se rompe fácilmente. El hombre solitario desemboca en la soledad, tremenda desventura que la sufren aquellos, entre otros, cuyos hijos se separan espiritualmente de sus padres; los cónyuges que se distancian entre sí; hermanos que antipatizan entre ellos; novios y amigos que echaron por tierra una hermosa relación, muchas veces por nimiedades... y al cortar el hilo de la amistad y del amor se quedan solos. Soledad del pobre. Soledad del incomprendido. Soledad que es invadida por la angustia. Porque la relación humana no es fácil. ¡Si lo sabremos! En principio convengamos en que nuestro ambiente externo, en gran medida, es desfavorable para permitirnos el regalo espiritual del ensimismamiento es decir el dar curso a pensar en sí mismo con capacidad de reflexionar acerca de uno mismo y el mundo circundante en funciones de ideas, proyectos y decisiones inmediatas o futuras. La realidad nos muestra al hombre actual, poseído de un casi continuo “estado de alteración”. Y lo está, pese a la seguridad que se ha creado. Vive en constante defensa. Teme fuertemente lo contingente. Está alerta ante los peligros desconocidos tratando de conjurarlos. Desconfiado de todo y de todos. Empeñado en la competencia. Padece de la enfermedad del miedo que lo paraliza, le agota los dispositivos psíquicos de protección, y lo insume en el pánico, la angustia, la depresión. Todas ellas estresantes y disociadoras de su propia integridad. En esa lucha con el medio ambiente, fueron perfilándose dos caracterologías, el ‘hombre sencillo’ y el ‘hombre resentido’, bien diseñadas por don Alfonso López Quintás (“El arte de pensar con , rigor y vivir de forma creativa”) quien las describe de esta manera: El hombre sencillo sabe muy bien que conceder primacía a un valor sobre otro implica un sacrificio, pero lo hace en aras de la fidelidad a lo relevante (...) Acepta gustoso la presencia de lo egregio aunque haga resaltar su propia vulgaridad. Al asumir lo que sobresale por su valor, el hombre sencillo convierte su menesterosidad en plenitud.


50 El hombre sencillo presenta las características propias de la persona humilde. Es el hombre que se mantiene sereno ante los desprecios y feliz en el anonimato. El que no fomenta autosatisfacciones en los sentimientos, palabras y hechos. En tanto –continúa el autor citado- el hombre resentido, que siente pesar por la existencia de valores que lo superan, no acepta esa forma de jerarquía y promueve la subversión de valores. Más aún, siente complacencia en alterar la escala de valores y situar los valores más altos en los escalones más bajos. Esta alteración de la verdadera jerarquía de valores provoca la banalización de la vida humana y la indiferencia ante aquello que se impone por su valor. Éste sí se asemeja al hombre-masa de Ortega. (Pág.37 y 44) El r e s e n t i m i e n t o encarna profundamente en el alma humana y se alía con la envidia, la hipocresía, la falsa humildad y la rivalidad, y es alentado vivamente por la soberbia y el odio. Además es tan común, que deseo que prestes atención a la sutil diferencia que hago entre ‘resentimiento’ y ‘rencor’. En principio –como lo dice el diccionario- “el resentimiento se produce a partir de un disgusto o sentimiento penoso del que se cree maltratado por la sociedad, la suerte o la vida”. En tanto que el rencor es un resentimiento arraigado y tenaz; diría, más profundo. A mi me parece que el rencoroso es un ser muy peligroso, ya que mantiene su vileza en la oscuridad, y es capaz de las infamias más deshonestas. Por último, la presencia de estas figuras en la sociedad de todos los tiempos, también se acrecienta a raíz del crecimiento demográfico actual donde la gente vive atropellándose entre sí en la búsqueda de mejores puestos, mejores oportunidades, mejores remuneraciones. Algunos lo consiguen y muchos quedan a la deriva, mordiendo su rabia y su impotencia, porque son desalojados, muchas veces desaprensivamente, por los más fuertes y los más dispuestos. Respecto a ese crecimiento demográfico, en el año 1930, el filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset (“Obras completas T.II Socialización del hombre”) se quejaba de la falta de intimidad que existía en las ciudades, en esta forma: ya desde mediados del siglo XIX, se advierte una progresiva publicación de la vida. La existencia privada, oculta o solitaria, cerrada al público, al gentío, a los demás, va siendo cada vez más difícil. Este hecho toma, por lo pronto, caracteres corpóreos: el ruido de la calle. La calle se ha vuelto estentórea. Una de las franquías mínimas que antes gozaba el hombre era el silencio. El derecho a cierta dosis de silencio, anulado. La calle penetra en nuestro rincón privado, lo invade y anega de rumor público. El que quiere meditar, recogerse en sí, tiene que habituarse a hacerlo sumergido en el estruendo público, buzo en océano de ruidos colectivos. Materialmente no se deja al hombre estar solo, estar consigo. Quiera o no, tiene que estar con los demás. Y censura esa invasión de la “res pública” en la “res privada”: La Prensa se cree con derecho a publicar nuestra vida privada, a juzgarla, a sentenciarla. El Poder público nos fuerza a dar cada día mayor cantidad de nuestra existencia a la sociedad. Las masas protestan airadas contra cualquier reserva de nosotros que hagamos Estamos traspasando rápidamente el siglo XXI, y el avance de la socialización, flanqueada por la tecnología, ha provocado una metamorfosis en el hombre que, en general, sigue “... sumergido en el estruendo público como buzo en océanos de ruidos colectivos”, como asegurara nuestro amigo. De esta manera, el ciudadano se aturde, se confunde, y va perdiendo el encanto de discernir adecuadamente y de sentir, sin ser asaltado por lo inmediato y sin tener que justificarse. Entonces pierde el atributo de su libertad. No obstante, el hombre no nació para vivir solo, enclaustrado –como ya lo hemos dichoy, desgraciadamente, la invasión de su persona es el precio que debe pagarle a la sociedad.


51 De tal forma, recibimos toda clase de manifestaciones que se incrustan en nuestro ser, pero como las fuentes emisoras muchas veces carecen de verdad y nobleza, a la hora del discernimiento, nos cuesta mucho decidir nuestro enfoque particular. En otras ocasiones, cuando creemos que establecimos nuestra posición, de repente nos sentimos desorientados, conturbados, porque son muy diversas las opiniones que se nos agolpan, que obstruyen los canales de la reflexión y nos impiden pensar sensatamente. Además nos adherimos fuertemente al apego y esta golosina también nos hace mal... y mucho mal. Sobre la tendencia tan propia del ser humano a desear todo lo que le produce gozo, no podemos decir nada porque es natural en cada uno de nosotros, pero cuando ella se hace proclive a determinado objeto y desemboca en la avidez desmesurada por conseguirlo, esto no va bien. No nos olvidemos que desde sus primeros momentos el niño generalmente “se hace dueño de lo que tiene en sus manos”. Tan fuerte en él es esa inclinación, que a veces no reconoce límites de propiedad y pelea y sufre por mantener la pertenencia. En estadios posteriores de crecimiento, seguramente podrá diferenciar entre lo que es suyo y lo que es de los otros, pero tiende a desvirtuar esa relación y necesita, como el más voraz de los angurrientos, llenar sus alforjas con todo lo que pueda. Y acá tenemos un ser desaforado y peligroso para la humanidad, porque, en ocasiones, hará cualquier cosa por conseguir lo que anhela, sin importarle las fronteras impuestas por la comunidad para el resguardo y beneficio de todos por igual. Enseguida viene a mí el recuerdo de lo que dijera el personaje Krishna del libro Bhagavad Gita sobre esta inclinación: Los fogosos sentidos arrastran impetuosamente aún el corazón del sabio que contra ellos forcejea... El hombre que se complace en los objetos de sensación, suscita en sí el apego a ellos; del apego surge el deseo; del deseo, el apetito desenfrenado; del apetito desenfrenado dimana la ilusión; de la ilusión, la desmemoria; de la desmemoria, la pérdida del discernimiento; y por la pérdida del discernimiento perece el hombre... Pero el que dueño de sí mismo se mueve entre los objetos de sensación, con los sentidos libres de gusto, logra la Paz.. Esto lo incluyo a modo de comentario, para que estés atento si quieres preservar tu alma de toda contaminación, porque en la sociedad actual se ha acrecentado de tal modo el ansia de dominio, que muchos hombres quedan enceguecidos y encadenados a sus encantos. Las comodidades que nos ofrecen los productos técnicos que nacen y crecen todos los días, provocan en nosotros una exacerbada excitación de los sentidos que nos tienta poseerlos. No estoy en desacuerdo con los beneficios que nos prodigan la técnica y la ciencia que son el sustento que alienta la cultura del hombre, pero considero que debemos ser cuidadosos en cuanto a su uso. No sea que sus facultades, al hacerse cada vez más avanzadas, lleguen a superar nuestra capacidad de entendimiento y seamos simples esclavos de los objetos tecnológicos. Comencemos por reconocer que el hombre posee una sensibilidad especial para adherirse a todo aquello que le viene del medio exterior. Algunas veces asimila los estímulos que le llegan, asumiendo aquellos que les resultan provechosos para su salud espiritual; y otras tantas –que son muchas- los aceptan sin digerirlos. Esta situación natural del ser humano recuerda en mucho el “efecto dominó”. ¿Qué es el efecto dominó? Te lo voy a explicar de esta manera. Muchos conocemos una secuencia física que se traduce en actos sucesivos y enlazados, a partir de un hecho impropio o torpe de parte nuestra. Salta por el aire el objeto tocado, y antes de terminar en el suelo, choca contra otros y genera una dinámica en cadena, terminando todo, a veces, en un verdadero estropicio. A este encadenamiento de sucesos, se le ha dado el nombre de “efecto dominó”. En la vida social se produce otro fenómeno, también singular, al que podríamos denominar “contaminación imitativa”.


52 Esta consiste en la continuidad de algo que se promueve a partir de la “iluminación” de algunas personas que conscientes o inconscientemente, en determinado momento, saltan al ruedo social con algunas novedades, ya sea en su vestimenta, léxico, adornos estrafalarios, tatuajes, medios delictivos, etc. e impregna enseguida a gran parte de la población que se hace eco sumiso de ellas sin siquiera pensar si éstos actos imitativos que adopta, pueden serle de utilidad para la perfección de sus vidas. Desgraciadamente la invasión se propaga como cuando el fuego arde en un bosque poblado de árboles y arbustos secos y son arrasados por el viento. Si incursionáramos en las esferas de la psicología y la sociología, embocaríamos en la personalidad. Y en esa “armadura” cabe imaginarlo como alguien que quiere demostrar lo que cree que es, sea esto ficticio o real, aunque también, y en orden inverso, hacerse pasible de lo que los demás quieren que él sea. En este segundo punto se acerca, arriesgadamente, al movimiento inconsulto de la imitación, donde se pierde el atributo de lo distintivo, para ser uno más en la grey humana. Entonces, confundido el emblema moral que establece claros cánones de ética y de orden llevados a la vida, el individuo resulta ser un títere movido por los impulsos descontrolados, las pasiones y la insensatez, y se hace susceptible de perder la gracia de la idoneidad en la ejecución de sus acciones. Y otro agravante lo sitúo en la ingestión de la masiva propagación de los medios de comunicación de propaganda de toda clase de artículos que llegan a endulzar nuestros deseos de disfrutarlos. Con lo comentado, vemos con pena y desolación a un gran número de hombres que me recuerdan, nuevamente, aquellas estrofas del poeta Herbert Spencer: Como un velero movido por las aguas turbulentas chocando contra las rocas, ¡Señor, hablo de mí! Por suerte, en este fenómeno “de cascada” no todos son alcanzados por esa puesta en escena de los promotores que se sitúan a la cabeza de lo novedoso. Muchas son las personas creativas que proponen otras formas de vinculación social que les son propias a la buena relación humana, tales como la rectitud en el pensamiento y en la acción; el respeto por el otro aunque piense en forma distinta a la nuestra; la comprensión, la tolerancia y la compasión por los débiles y necesitados. Todas estas actitudes llevan el sello del amor hacia los demás y alcanzan la adhesión fervorosa de quienes “son contagiados” por estos verdaderos benefactores de la humanidad. Y, gracias a Dios, y a estas personas, podemos decir, ¡bienaventurada sea la imitación! “Hagan por los demás lo que yo hago por vosotros”, dijo el Señor. Aunque sabemos que en el hombre, en todo hombre, existe el núcleo generador del bien y del mal, que ciertamente están en estado inerte mientras no se los activa. Se hace necesario, entonces, que aquellas personas que se sienten motivadas por el ejercicio del bien; las que sufren por la indigencia de los menos favorecidos; las que advierten el engaño de mensajes disfrazados e hipócritas, no se dejen pervertir por sofismas bien aderezados, y salgan a la luz y propaguen sus verdades. Pero que no lo hagan con acusaciones ni réplicas, ni críticas que al final se desvanecen en un mar de palabras en el abismo del olvido, sino con la intención honesta y humilde de quienes creen en el amor, y en la seguridad de que todos los hombres del mundo poseen suficientes recursos y posibilidades positivas dentro de sí, que puestas en ejercicio, harán de él un ser digno, prudente y sabio, con la suficiente fuerza moral como para vincular, armoniosamente, todo aquello que está separado y como extraño entre sí. Además, no nos dejemos llevar por el agobio existencial que se prende como sanguijuela y succiona nuestra potencialidad de vida.


53 Necesitamos, ardientemente, encarnarnos en el hombre nuevo que no se deja seducir por propósitos mezquinos, sino que emerge incólume del residuo malsano que deja la fricción social, no para juzgarla ni maldecirla, sino para que su presencia espiritual, activa y respetuosa, sirva de testimonio válido. Recordemos esta sabia sentencia “Encender una cerilla vale más que maldecir la oscuridad” (Papa Benedicto XVI). Seguramente tú me preguntarás cómo se presenta ese “”hombre nuevo”” en la sociedad, y yo te respondo que no irrumpe sorpresivamente mostrando a todas luces su sabiduría, sino que, previamente, perfecciona sus pensamientos y sentimientos en pro de sus capacidades innatas. No nos olvidemos que tenemos de parte nuestra nada menos que el “Yo íntimo” que encierra en sus entrañas la ‘esencia del ser’, y cuya energía positiva nos ofrece el impulso de vivir, que es una promoción a ser libre, a vincularnos con los demás, a experimentar nuevas experiencias y a tomar decisiones. Con este legajo nivelaremos el paso a la responsabilidad, autonomía y autorrealización de nuestro ser hacia ese camino al que queremos dirigirnos. Y lo haremos siguiendo el derrotero que nos marcan las circunstancias, aunque no siempre nos acompañará una clara visión, sino que el campo podrá ser opacado en algunos momentos, por una niebla de contaminaciones que nos impedirá ver el horizonte claro. Así, nos encontramos con una realidad que nos promueve a actitudes duales de “ aceptación” o “repulsa”, de “confianza” o “sospecha”, de “apertura” o “retracción”, con el cortejo de sentimientos que las escoltan. Sin embargo, no llegaremos a consubstanciarnos con la realidad, en tanto no alcancemos a complementarnos con el núcleo esencial. Esto nos permitirá la integración mente-cuerpo-espíritu, absolutamente necesaria para encauzar el ‘sentido de vida’ y así lograr los más nobles propósitos tales como vivenciar el amor, el bien, la belleza y la sabiduría y sentirlas muy nuestras. De esta manera el encuentro interpersonal podrá llegar a ser amable, armonioso y amoroso, porque en cada uno de nosotros anida el germen que lleva al afecto, a la aceptación, a la confianza y la apertura, que nos trasladará a una visión más agradable y sana en este mundo en el que nos toca vivir. Tú me dirás –todo esto es muy lindo, pero ¡fíjate!, mi carácter y mi manera de ser no concuerdan con esta maravilla que me muestras. Y tienes razón porque somos distintos en ¡tantas cosas! Cuántas veces nos habremos dicho: —¿por qué me habré manifestado tan agriamente en esta situación? ¿Qué me movió a obrar así? ¿Qué me sucedió para dejarme llevar por un arrebato que arrasó con la dignidad de la otra persona y del que luego me arrepentí cuando ya estuvo el mal hecho? Y ¡cuántas veces no me importó, porque entendía que esa era mi índole y que debía ser solidario con ella! Sin embargo, creo firmemente, que cuando comprobamos que los demás se sienten afectados por nuestro carácter desapacible o vengativo o disociador; o cuando nosotros mismos sentimos un regusto desabrido por nuestro comportamiento o actitudes, es hora de madurar seriamente un cambio. Porque en esas condiciones antedichas, estamos desubicados como seres humanos en un recto sentir, en un recto pensar y en un recto decir, elementos conductuales que dan testimonio de que nuestro paso por la vida terrenal no ocurre en vano sino que se traduce en un fiel reflejo de nuestra unidad como seres, medio hombre y medio divino que somos. Nos decidimos entonces por el cambio, y surge la pregunta ¿qué se requiere de nosotros para que éste sea efectivo?


54 En principio, el “convencimiento propio” de que es necesario que lo hagamos en virtud de un equilibrio de la conducta psico-espiritual. También apoyarnos en el “coraje” que nos acompañará en todas las etapas de la determinación tomada, dándonos ánimo y proveyéndonos de la constancia necesaria para seguir el derrotero que nos propusimos. Y determinar un “planeamiento”que aclarará los significados del cambio que son el camino y la meta. No obstante, los obstáculos son muchos y variados, y surgen en cualquiera de los puntos que convenimos. El primero puede ser saboteado cuando pensamos -¿para qué cambiar?, que lo hagan los otros. Yo soy así, es mi forma de ser. No creo obrar mal cuando me meto en la vida de los demás: sólo quiero ayudar. El “coraje” también puede ser doblegado mientras voces internas promuevan nuestro desvalimiento:—es tarde para hacerlo; no estás capacitado para seguir ese camino. Pero en tanto animen nuestro intento diciéndonos —tú puedes hacer, lo importante es la constancia: bienvenido sea. En cuanto al “planeamiento”, es muy importante no fijarse metas inalcanzables en poco tiempo. Recordemos aquellos versos que aconsejaban: En la labor humana no es vano el afán ni inútil la porfía; jamás en el breve término de un día, madura el fruto ni la espiga grana. Nuestro ritmo debe semejarse al de la Naturaleza: lento pero seguro. Sabemos que cada uno de nosotros tiene las capacidades necesarias para solventar los inconvenientes que, en cada momento, se oponen a nuestro libre albedrío, pero también poseemos la virtud de la disciplina, que bien dirigida, nos permitirá ver en perspectiva y comprender qué es lo que nos conviene. La integración representativa del ser humano en sus tres partes indivisibles, se hace tangible cuando alguna de ellas nos habla en su idioma: a veces de manera ostensible; otras, imperceptiblemente. Porque, aunque cada una, ya sea el cuerpo, la mente o el espíritu acusen su propia autonomía, también es cierto que mantienen entre sí una vinculación tan estrecha, tan estrecha, que la motivación de una de ellas, repercute en las otras. De la misma manera considerado el individuo “per se”, toda decisión o iniciativa que él adopte, hace impacto en las demás personas, conmoviéndolas en distintos grados. Quiero decir que la vida es una sucesión de significancia entretejidas, de tal forma, que la disposición de cada ser influye en la de los demás. En consecuencia, todos los demás seres vivientes, ya sean animales o vegetales, son receptores y efectores, recibiendo y distribuyendo en mayor o menor medida, los impactos beneficiosos o malsanos. Por consiguiente, estoy firmemente convencido de que el individualismo expresado en la frase “bancárselo solo”, es una total patraña y no nos hace ningún favor. Al contrario, perdemos el rumbo de nuestro navío y nos sentiremos náufragos, al quedar “al garete y...estrellándonos contra las rocas”. La embarcación no se hace sola; tampoco los instrumentos de orientación. Reconozcamos que contamos con el aporte de todos para atrevernos a vivir nuestra existencia con la dignidad que nos da el ser depositarios del amor que Dios puso en cada uno de nosotros. ***


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Te invito, como descanso en tu lectura, un nuevo ejercicio de reflexión. Me sitúo en un lugar tranquilo. Y me concentro, con los ojos cerrados, sin apretar los párpados, con el ánimo de doblegar todo tensión que me haga contracturar, a la vez que trato de desalojar de mi cerebro las mil y una imágenes que quieren aposentarse en él, recordando aquellas palabras que decían: “no podrás impedir que los pájaros vuelen dentro de tu cabeza, pero sí que éstos no hagan nido en ella”. Respiro pausadamente sintiendo que el aire que penetra por las fosas nasales es más frío que el que se expele. Ahora me veo caminando por una calle ligeramente iluminada. De repente la calle termina en la encrucijada de dos caminos. ¿Cuál elijo seguir? ¿Uno que se presenta fácilmente transitable, porque me son familiares sus características: señalamientos, numeraciones, gente, etc. y donde creo que no me perderé. Y en el cual poco arriesgo porque poco hago y doy. Donde soy reconocido por los demás, solamente por lo que quiero demostrar bajo la careta de mi personalidad? O bien, ¿me aventuro en ese otro camino donde descubriré aspectos casi desconocidos por mí? Yo los convoco a que nos internemos en este último. ¿Cuál será nuestra primera sensación? Seguramente la de miedo de abrirnos a los demás. De no ser comprendido. De ser usado. De perder nuestro potencial de defensa. Pero, si elegimos libremente ese sendero, sigámoslo valientemente. A medida que lo transitamos, encontramos, a la vera del camino, peregrinos de todas las nacionalidades, edades, sexo... en cuyas caras, entristecidas, se reflejan la gran necesidad de que nosotros abramos totalmente las puertas de nuestro corazón, y le brindemos ayuda, nuestro apoyo... nuestra conmiseración. Imaginémonos ¡cuántas de esas personas pasaron a nuestro lado pidiendo de nosotros comprensión, amor, reconciliación, esperanza... y nosotros las ignoramos, nos mantuvimos duros, inflexibles, insensibles ante sus necesidades y dolor! Las estamos viendo... ... Este camino de apertura, nos permitirá rehacer hechos consumados y a consumarse. En la medida en que nos abramos; en que abracemos y consolemos a todo ser que pidió y pide ayuda, contribuiremos al equilibrio y a la armonía del Universo, y ese nuevo camino de aventura, lo recorreremos con alegría, porque no existe mayor satisfacción que la de ser dadores de amor. Notaremos en este momento, un gran cambio. Todos esos peregrinos cuyos rostros descompuestos acusaban pena, aflicción, desconsuelo, ahora los vemos distintos. Se muestran resplandecientes, alegres, esperanzados... y todo, ¿por qué? Porque dimos de nosotros gran parte de la riqueza de que estamos dotados: el amor. Con esta plena satisfacción de saber que nuestra vida no transcurre en vano, vamos volviendo a la realidad aquí y ahora. Lentamente se van desvaneciendo todas esas hermosas imágenes últimas, que guardaremos en lo profundo del corazón. Abrimos nuestros ojos. ***


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10* ¿Puede el hombre de hoy con todos sus problemas existenciales y sociales, encontrarse a sí mismo y proyectarse hacia los demás? El hombre actual es el mismo hombre que fue concebido por la unión de dos células progenitoras: el espermatozoide y el núcleo, provenientes del hombre y de la mujer respectivamente; cada una conteniendo la mitad de los cromosomas de la especie humana, las que, al conjugarse entre sí, realizan el milagro de la unificación genética, multiplicándose ordenadamente en la construcción de los aparatos y sistemas de nuestro organismo, pero ya con el número completo de genes. Es ese mismo hombre que está amparado por el Orden Divino y que ahora se encuentra aquí, entre nosotros, para dar razón de su existencia. ¿Cómo veo al h o m b r e de h o y? A primera vista lo veo como desmembrado de su complejidad cuerpo-mente-espíritu, como si cada una de sus partes obrara por sí misma sin importar las demás. Si entramos en su “campo mental” observaremos la deficiente adecuación de su relación con el medio en que le toca obrar. Como si se mantuviera en un estado de alteración. Recordemos: en nuestros momentos de quietud, los músculos estriados, es decir aquellos que se activan a nuestra voluntad, se encuentran semi-contraídos, listos para actuar en la emergencia. Y si esta situación –que es normal- se exagera, el individuo entra en el “estado de alteración” donde su mente se embota, restándole la posibilidad de precisar, concienzudamente, el de recogerse dentro de sí mismo, requisito necesario para decidir qué es lo que cree, lo que estima y lo que detesta. En estas condiciones desfavorables, el “cuerpo biológico” pierde la relación íntima que mantenía con la mente y obra deficitariamente. Y el “núcleo espiritual” también es dañado por estas situaciones adversas. En consecuencia el individuo es falible a estados deplorables de desgano, impotencia, neurosis y estrés, entre otros males. En este punto quisiera detenerme un poco para dar cabida a unas alteraciones que inciden en el hombre y que se van desplegando en la sociedad a pasos agigantados. Me refiero a la neurastenia y el estrés en la que ambas están muy alineadas con el “estado depresivo” del ser humano. Partamos de aquella necesidad de pertenencia que se absorbe desde nuestra edad primera. El “mío” en el niño, resulta ser un imperativo, ya que va engarzado en el propio estado psicológico del yo. Y, desde este sitial, el hombre siente la necesidad de poseer, en distintos grados de apetencia, todo lo visible, real o imaginado, que se le cruce en su mente. De ahí que, cuando el objeto de posesión no puede ser alcanzado, se produce en él la “ frustración”, ya sea ésta percibida conscientemente o enterrada en el terreno del inconsciente. Quiero decir que el ser humano posee –como lo hemos manifestado más atrás- una fuerza que lo dirige a tratar de obtener un objeto de atención, ya sea material o inmaterial, en beneficio de su satisfacción y provecho.


57 Ahora bien, en tanto y cuanto logra conectarse con él y hacerlo suyo, se agota el esfuerzo o temperamento puesto en acción, y, generalmente, se auto-complace. Algo así sucede con respecto a las necesidades primarias. Pero no bien aparecen impedimentos o fisuras en el logro del mismo, se desespera según el grado de sensibilidad del individuo y lo manifiesta bajo formas de agresividad, de tristeza, de confusión o de depresión. Entonces, como ya dijimos, esta frustración puede ser de origen consciente o inconsciente. En el primer caso, la importancia o acrecentamiento del objeto deseado, lo irá pulsando conforme a su propia idiosincrasia. En cambio, cuando los estímulos forman parte del inconsciente, y actúan bajo una fuerte tinción emocional donde se perciben la ansiedad y la angustia, allí la frustración puede llevar a la persona, a la órbita de la neurastenia que –en principio- es un trastorno no psicótico, aunque sí funcional. Una circunstancia infeliz o dolorosa, disminuye en el neurótico la capacidad para ciertas tareas, aunque sin pérdida del contacto con la realidad. Otro de los efectores que inciden en el debilitamiento del potencial del hombre en el medio social, es el estrés. Digamos de este mal, que va corroyendo los ámbitos orgánico, psicológico y espiritual, que no procede de ningún virus o bacteria, sino que es un ente inespecífico. Sigamos su curso valiéndonos de un ejemplo. Un individuo que trabaja en demasía en su oficina. No obstante lleva a su casa expedientes a resolver. En su hogar están su esposa con un programa de dilemas que quiere consultar con su marido. Además trata de resolver las diversas situaciones que trae aparejada la adolescencia de sus hijos. A todo este cúmulo de atenciones no deja de prestarles atención. Pero, así mismo, y fuera de su círculo íntimo, se encuentra con la postración de su madre enferma que yace en un geriátrico, y sufre por ella al no poder atenderla personalmente. Todo ello, atropellándose en su mente, activa la glándula hipófisis que a la vez estimula a las suprarrenales las cuales envían su secreción –la adrenalina- que al activar la función cardíaca, dispone al organismo a una sobrecarga de trabajo. Esta situación de alteración acumulada día a día, no siempre es percibida mentalmente por el sujeto, pero sí lo hace su organismo que anuncia una primera etapa llamada de alarma que podría traducirse como un consejo: -No te atiborres de trabajo. Pero el individuo no cede en su empeño sobrehumano y el cuerpo, nuevamente se lo demanda originando una etapa más avanzada denominada de defensa. Hasta este momento se dan todas las circunstancias semejantes al de un peligro real. Lo que ocurre es que el individuo, en este caso, no lo advierte. Pero la concurrencia fisiológica extra actúa eficientemente tratando de restablecer el orden funcional. Esta tercera etapa se llama de resistencia. De aquí en más pueden suceder dos cosas. Una, que el sujeto advierta, conscientemente, que debe reprogramarse para no atosigarse con tantos problemas tratando de derivar alguno de ellos que no le demande un excesivo desgaste, con lo cual se corta el ciclo. O al contrario, que continúe tozudamente en ese derrotero. En este último caso entra en la última fase: la de agotamiento, donde aquellos elementos que pugnaban por equilibrar la situación, ahora ¡se vuelven contra la integridad del individuo! y de ahí surgen las llamadas “enfermedades del estrés” complicando severamente órganos internos. De ahí la importancia que asume el hombre cuando mantiene un contacto con su sociedad sin ser engullido por ella, pero sin retirarse completamente de ella. Éste sería el hombre bien integrado.


58 Esto no quiere decir que, para no entrar en el círculo estresante, debemos mantenernos alejados de toda situación que nos pueda producir un estado de agotamiento, sino que nos adiestremos en solventar adecuadamente las circunstancias que nos acaecen, para que éstas no superen nuestra capacidad de ajuste a las mismas. En otro aspecto del problema del hombre actual, y volviendo al panorama social, veo, además de la lucha por alcanzar mejores beneficios, a diferentes grupos humanos despotricando entre sí. Y en un ámbito donde no hay solidaridad y consenso, la anarquía se hace dueña de la situación. En ese campo desolado, la mente se hace pasible de un estado de destemplanza tal, que no acierta a organizar adecuadamente su ubicación. Pero no nos olvidemos que muy dentro nuestro existe –como lo venimos remarcando desde el principio, un intangible ser que puede ayudarnos a salir del marasmo, y éste es el espíritu. El espíritu, que es fuente de vida y razón de ser de todo afán creativo de la persona humana. Como dice un autor, hay que permitirle al espíritu que se manifieste ampliamente, porque es un fuego sagrado que Dios nos ha confiado y debemos alimentarlo con lo más precioso que podamos encontrar. Tengamos bien presente que el hombre tiene que realizarse a cada momento, y en este quehacer adquiere una posición ante la vida. Se adhiere a aquello que considera como bueno y que satisface su seguridad, y rechaza todo lo que le parece malo por alentar un posible peligro a su integridad. Así, sin quererlo casi, acepta una posición de atracción o rechazo en la forma de pensar y sentir sobre sí mismo y el mundo que le rodea y termina por encuadrarse en una postura existencial definida. Para un mejor entendimiento, prefiero ubicarlos en cuatro grupos según sus características principales. En el primero, están aquellos que adoptan una posición de descrédito de su propio valimiento. Generalmente tuvieron padres muy severos, críticos, descalificadores y perseguidores. Aunque también los hubo aquellos que por ser excesivo protectores, anularon las posibilidades de pensamiento y decisión de sus hijos impidiéndoles desarrollar sus propias ideas y sentimientos. En el segundo grupo se perfilan los que, en su infancia sufrieron castigos, injusticias y persecuciones en demasía, llevando en sus corazones el germen del odio y el rencor. Les falta autocrítica: entonces creen que ellos siempre tienen la razón y culpan a los demás por cualquier desacierto. Su tendencia es dominar, sojuzgar, pelear; aunque también les gusta rodearse de aquellos que los adulen, y en algún momento los patean y buscan a otras personas. En el tercer grupo están aquellos que tuvieron la desdicha de no ser deseados. O que fueron abandonados o nacieron en hogares signados por muertes, miserias, padres psicóticos. Además pudieron sufrir persecuciones raciales o políticas o religiosas. Representan el sentimiento trágico de la vida. Pero, para bien de todos, existen aquellos aventajados hombres que superan las dificultades que les sobrevienen y descubren que la vida merece ser vivida; que existe una razón muy especial para existir, que tal vez sea un misterio, pero que se edifica sobre un poderoso incentivo que es el amor y que, en su ejercicio, sobrepasa toda incógnita que se pueda tener sobre ella. Ellos son los verdaderos vanguardistas que marcarán el camino del hombre nuevo. Seguramente surgirá tu pregunta -¿Cuál es y cómo es ese camino?- Y te contesto.


59 El camino es, justamente, nuestra trayectoria terrenal con un incentivo que marcará la meta ansiada, que es la dinámica esencial engendrada por la fuerza del espíritu. Para muchos está señalado y piensan que así no pueden perderse aunque existan las mil y una circunstancias que se le opongan. Sin embargo en el trayecto, el miedo puede hacer vacilar a muchos, o desencontrarlos, o paralizarlos. Y en esas ocasiones estarán a destiempo con la vida que continúa inexorablemente su curso, instante a instante. Aunque también existe otro factor negativo, y ésta es la inconstancia en la consecución del proyecto. Pero el hombre nuevo no se arredra porque tiene la virtud de saber bien cuál es el camino y cuál el destino que lo lleva a su fin. Y no se siente defraudado, y se proyecta con gozosa alegría, porque no teme las contrariedades. Conoce bien a Aquel que lo ayudará en todo momento y que lo hará con amor, y así sobrelleva las desventuras que le sobrevienen. Sabe bien que el hombre no es plenamente hombre hasta que descubre a Dios. Está animado de una fe que mantiene vivificado su espíritu. Fe que, como una brújula, le indica continuamente la ruta y no se pierde. Y en su tránsito por la vida, se nutre del pan del amor y del agua viva, que le calman y satisface, no solamente su hambre y su sed, sino que se le hace necesario regalarlos a cada caminante que encuentre, en ese tránsito que es un contacto directo entre el espíritu y la materia. El hombre perfecto no existe, o dejaría de ser humano. Si bien es cierto que la concurrencia del “hombre nuevo” es necesaria y primordial para una sociedad civilizada, no debemos dejar atrás, de ningún modo, la gravitación negativa que ocasiona la estupidez en el complejo social. De aquellas personas que se resisten a aprender o inquirir lo que puede y debe saberse. El prototipo en cuestión compromete, en acción devastadora, toda la integridad del ser humano, y la persona obra a impulsos instintivos sin que se dé cuenta, casi, de sus motivaciones. Y si la ignorancia malsana va de la mano del orgullo y la vanidad, se hace mucho más destructora, y la persona que la sobrelleva, camina a tientas, corroyendo con su torpeza, el sutil tejido humano y social. Ante esta situación, ¿cuál podría ser su enmienda? Primeramente, y dentro de nuestras posibilidades, ayudarlo a acceder al extenso campo que proveen los valores y la cultura. De esta manera se orientará a obrar con sabiduría y discernimiento, y a no invadir el sagrado templo de la interioridad de sus semejantes, salvo el caso de ser requerido, y, aún así, saber hacerlo con respeto y amor. Claro está que todo esto no se obtiene de la mañana a la noche, sino que se requiere de un quehacer permanente y constante, apoyado por un sesudo plan llevado a cercano y largo plazo. Consagrarse en el provecho y bienestar de los demás, puede ocasionarnos muchos desalientos e ingratitudes, pero la certeza de ser portadores de la felicidad de aunque sea un solo ser humano, será suficiente para saber que llevamos el rumbo correcto. Ahora, imaginemos una “pirámide humana”, en cuya cúspide se hallan aquellas personas que sobresalen por sus dotes exquisitas de altruismo, honestidad y cultura. Y en los inferiores, los demás individuos: los que se nutren de sus modelos y desarrollaban a la vez sus vidas tratando de seguir estos itinerarios gloriosos. Pero, ¿qué ocurre?


60 Partiendo de la premisa que nos dice que el hombre, en general, es potencialmente poroso y sugestionable -en algún grado- a todo lo que le viene del exterior a sí mismo, cuando, por alguna causa circunstancial, esos hombres emblemáticos fallan en sus virtudes, ocasionan una suerte de desolación y desconfianza entre aquellos que creyeron en ellos, y la pirámide comienza a resquebrajarse, no solamente por falta de modelos, sino porque muchos de los seguidores entraron en el grupo, cada vez más engrosado, de los descreídos. Y se produce la vorágine de los indiferentes y de los recelosos quienes echan por tierra los valores éticos y morales que rigen a la comunidad. Suponemos que cada hombre que forma parte de una sociedad quiere creer que ésta le proveerá de los recursos necesarios para vivir en un clima de paz y ecuanimidad, pero sabe también que deberá capacitar las dificultades que conlleva su esfuerzo, para lograr ascender en la escala social y económica. Todo ello, claro está, en un clima benigno donde impere el respeto y la tolerancia. En consecuencia, cuando no se dan estas cualidades necesarias para una buena convivencia, cada uno de nosotros; aquellos que queremos y estamos compenetrados en que es necesario alcanzar esta templanza, deberemos, por nuestra propia potestad, hacer los esfuerzos necesarios para obtenerla. El sólo quejarnos y desanimarnos es totalmente inoperante. Vayamos, entonces, a ese grupo humano desacreditado que pulula en toda sociedad humana. ¿Alguna vez te has encontrado con sujetos seudo probos que claman ante la sociedad su inocencia? Te los voy a presentar. A través de las numerosas noticias que se emiten a diario como un cascada casi sin fin, diseminadas por la radio, la televisión, revistas y entrevistas, etc., aparecen personas que se encuentran bajo la lupa de la sospecha, ya sea por homicidios, robos, riquezas indebidas con aprovechamiento del erario público; atentados contra el pudor o el poder constituido; el que adultera documentos públicos y privados, y el que levanta falso testimonio y miente perjudicando a terceros... En fin, ilícitos de todas clases y colores; y, en el momento de hacerse públicas, lo primero que surgen de sus bocas es una concluyente expresión: “¡Soy inocente!”. Sabemos, la historia nos lo muestra fehacientemente, que la sociedad no es algo estable, pura, inconmovible, y en ese desorden es mucho más fácil auto-titularse inocente, y, en el accionar de lo que ocurre, nadie se siente responsable. Todo se justifica. Siempre se busca una razón valedera. El que roba, lo hace por necesidad: su pobreza lo obliga a delinquir, o si los demás lo hacen ¿por qué no yo? Y el que atenta contra el pudor, trata de argumentar a su favor, acusando a la otra persona que lo indujo a hacerlo. Es decir, se trata de encontrar un pretexto válido o no válido, que sirva de comodín para no entrar en polémica con una conducta dada. Muchas son las ocasiones en que “la señora justificación” se pone delante nuestro para acreditar una razón valedera aún cuando ésta esté preñada de desaciertos, pero, si así lo hacemos, es porque somos calco de nuestro aprendizaje infantil e inmaduro. Este es el punto: “la coraza de la inocencia por algo que se transgredió”. ¿Quién o qué nos impulsa a declararnos libres de culpas de nuestros actos fallidos? Un factor podría ser la ignorancia; otro, el miedo a ser juzgados; otro, la cobardía, y otro, ¿por qué no? la mancha que engendra la deshonestidad consentida. Aunque podría caber otra posibilidad. Un individuo que a fuerza de estar fuera del límite de lo considerado como honesto por el común de la gente, de tanto martillar en su indignidad, llega a autoconvencerse de que lo que hace es correcto.


61 No nos olvidemos que la actitud existencial de un numeroso grupo humano es creer que ellos, en todos sus actos, tienen la razón. Muchos verdaderos culpables que declaman su inocencia, se mostraron ante los demás como personas sin tacha, en la que pusimos incluso nuestra confianza y aprecio. Por eso es que el ‘egocentrismo’ y las ‘ansias de posesión’ son tan poderosas en algunas personas, que arrasan con todo y pervierten los valores éticos y morales, degradándolos, aunque en principio fueran honradas consigo mismas y con los demás. La tentación a quebrantar las leyes y los códigos de convivencia, fue superior a todo respeto por los otros semejantes. Muchos de éstos, ahora delincuentes, nacieron en hogares donde hubo mentira, deshonestidad, excesos en toda escala. Donde existía el imperio del engaño y la hipocresía: todo ello un caldo de cultivo para la conformación del hombre falso. Este prototipo humano, en forma consciente o inconsciente, busca desesperadamente un chivo expiatorio a quien incriminar, jugando a la “mancha” o al “gran bonete”; es decir, pasando a otro u otros sus propias faltas para así quedar libre de culpa. Tanto le cuesta aceptar las dificultades, defectos y situaciones en las que está comprometido, que le resulta más fácil investirse con el manto de la inocencia. A este respecto es bueno recordar algo que nos dice Rollo May (“Fuentes de la violencia”), la inocencia en el niño es real e inspira amor; pero a medida que crecemos, el crecimiento mismo nos exige que no nos cerremos, ni en la conciencia ni en la experiencia, a las realidades que nos enfrentan. La inocencia como escudo contra la responsabilidad, es también un escudo contra el crecimiento. El hombre falso no solamente se defiende maliciosamente, sino que ataca al seno de la colectividad, desmembrándola. Es por eso que se convierte en un enemigo de la sociedad, peligroso, del que debemos cuidarnos. El hombre falso es el hombre que ha perdido lo más preciado que tiene toda persona: la dignidad. Y esto me recuerda unos versos del Martín Fierro cuando aconseja a sus hijos: Muchas cosas pierde el hombre que a veces las suele hallar; pero les debo enseñar, y es güeno que lo ricuerden, cuando la vergüenza se pierde, jamás se vuelve a encontrar. Pero no echemos solamente culpas. Busquemos un punto de equilibrio. Reconozcamos que en el momento de criticar, muchos de nosotros saltamos apresuradamente para dar nuestro dictamen y nos aferramos con uñas y dientes a la opinión vertida, aunque no esté sustentada por claros conceptos. Y, una vez marcada la persona o la situación, nos cuesta volver atrás y remediar el daño que le causamos en su dignidad si éste no fuera culpable. Es posible que en esta postura de jueces ocasionales, le acreditemos al “acusado”, una sarta de defectos tales como soberbia, maldad, incapacidad, perversión, etc., y que algunas veces nos equivoquemos con las tachas que les aseguramos. Porque, a la hora de la censura, generalmente resulta más fácil detenerse en los estigmas que en las virtudes que esa persona pueda poseer. Otra posición distinta es el veredicto de la justicia que una vez que se expide no le cabe más al reo que el condigno castigo, en pro del saneamiento de la sociedad, porque el hombre falso es la representación de un individuo verdaderamente repugnante, ya que con su actitud hipócrita, adultera la concepción sana de la vida en convivencia, que es beneficio de los verdaderos inocentes. También existe otro grupo humano, tal vez menos comprometido, que integra la carátula del hombre falso, y que simulan, con total desfachatez, defectos que llaman a la compasión de la gente, valiéndose de algún deterioro o daño físico o mental, que puede o no ser real y, utilizando esta circunstancia, lucran en su beneficio. Se falsifican a sí mismos, se cubren con la toga de


62 víctima y especulan con la inocencia y el ánimo compasivo de los demás, para lograr sus propósitos. Sin embargo, para todos ellos y a la hora de la crítica, ya sea ésta directa o indirecta, conviene reservarnos un poco de piedad para quienes son juzgados, porque todo ser humano merece la intercesión de una segunda y reflexiva apreciación. Y digo esto porque ante un suceso aberrante nos detenemos en el motivo inmediato que lo desencadenó y perdemos de vista muchas de otras causas concomitantes que ayudaron a que esta situación se hiciera presente. Contemplado este aspecto social, me pregunto ¿qué lo mueve al individuo a actuar como lo hace? Y veo dos situaciones dispares: la hipocresía y/o la ceguera moral, aunque ambas actúan en descrédito de la persona. Te invito a que las consideremos por separado. Recuerdo haber leído en un libro santo la siguiente sentencia: Las tres condiciones que ostenta el hipócrita son: “Cuando habla, miente. Cuando promete, no cumple. Cuando se confía en él, traiciona”. Quiere decir que, al encontrarnos con una persona hipócrita, nos hallamos frente a un ser mental y espiritualmente inestable y de cuidado. Un ser que se educó y se perfeccionó en la simulación. Y la relación con él se quiebra, porque somos vulnerables a que nos traicione. Si nos remitimos a las primeras edades de vida, sabemos que el niño no nació hipócrita. Al contrario, se abrió a los demás con su corazón candoroso al desnudo, indefenso, y por eso muchas veces fue objeto de aprovechamiento en su buena fe. Y en ese sentirse menospreciado, algunos se cubrieron con un manto de recelo y timidez, que tapaba su falta de adiestramiento en la batalla de la competición. Pero otros, valiéndose de la capacidad de defensa natural que todo ser humano posee al ser atacado, buscó otra salida, y ésta fue el fingimiento. Simuló, e hizo uso de esta arma que, en manos bien adiestradas, puede llegar a ser letal. Porque la hipocresía se viste de variados ropajes muy vistosos, que no delatan la intención escondida de quienes los usan para sus propios fines. Y la hipocresía, no está sola; está aliada con la mentira, la cobardía y la maledicencia, quienes les dan sustento para extender su acción que suele ser devastadora porque un solo hombre, poseído por este mal, puede propagarlo tremendamente, alterando la sana relación entre las personas. Se constituye así en una enfermedad de alto riesgo. Es hipócrita aquel que esconde sus pensamientos y sentimientos espurios bajo un manto de sacralidad que muestra a los demás. Es hipócrita aquel que se vale de los indefensos y oprimidos para alcanzar plataformas que satisfacen sus intereses de superioridad y avaricia. Hipócrita es también el que finge piedad por el que sufre, sin sentirlo en lo más mínimo. * Se hace importante recordar nuevamente –cuando hablamos de diálogo- que en las conversaciones comunes entre las personas, se envían dos tipos de mensajes; uno “directo”, observable a nivel social, y otro “escondido”, a nivel psicológico. Y justamente, en este segundo tramo, el hipócrita guarda sus intenciones, para no ser descubierto. Porque un enamorado puede decirle a su pareja: “te amo” y que coincidan ambos niveles de intención. Aunque también puede asegurarle enfáticamente: “te amo”, y tener el propósito de aprovechar la debilidad de la otra persona para su propio interés.


63 Es por eso que este flagelo debe ser atacado por todos los flancos para desarraigarlo de la sociedad humana, teniendo presente que el hipócrita es un ser vil, que esconde sutilmente sus propósitos. Pero así como los virus no desaparecen ante la acción de los antibióticos, sino preparando vacunas específicas, de esta manera es cómo se debe proceder con el hombre hipócrita. Y esta prevención tiene que partir de la educación familiar y escolar que debería ir más allá de la enseñanza del abecé, de las ciencias y de las buenas costumbres, ayudando al ser humano a vivir con dignidad y honestidad, dentro del organismo social. En ese contexto, puede comprender que su espíritu se gratificará en tanto y cuanto proceda con la verdad, lisa y llana, sin tapujos. La otra propuesta sería lo que podemos llamar “ceguera moral”. Te la explico. En determinadas circunstancias, siendo niños, cuando cometimos alguna torpeza, defendimos nuestro sentimiento de culpa con el escudo: soy inocente. Si de esta forma conseguimos salir bien del asunto, pudo resultarnos cómoda esta actitud y usarla tantas veces como emblema hasta que nos a c o s t u m b r a m o s. Y sabemos que la ‘rutina’ vela la posibilidad de repensar si lo que hacemos o decimos está bien o está mal, y si nuestra actitud nos perjudica o atenta contra otras personas. Por otra parte, aquel individuo que nació y vivió dentro de un ambiente familiar cargado de deshonestidad, mentira e hipocresía, resultó fuertemente herido en su formación moral, y la respuesta la volcará en el ámbito social que lo circunde. Todo lo comentado daría a creer que estamos sujetos a una suerte fatídica de causa y efecto, y aunque en cierto modo es así, le cabe al ser humano la posibilidad de cambiar su signo como ya dijimos anteriormente. Pero ante el gran núcleo de funcionarios y personalidades mundiales y otros tantos menos acreditados que ejercen conductas que hieren la sensibilidad moral de los demás, me hace pensar que debe existir algún factor negativo, asentado en sus mentes y corazones, y que ellos mismos desconocen. Con este pensamiento, y releyendo un libro “Medicina Legal” (T.II,pág.301/2) del doctor José María Sánchez, me encontré con la descripción de una tipología muy sugestiva, que fuera estudiada por Pritchard, quien sostiene el aserto de que en algunos individuos observa la desviación de los sentimientos, emociones y afecciones, con conservación de la inteligencia. Y que, asimismo, se produce en ellos un proceso particular de “degeneración en el dominio psíquico”, proceso que hiere al núcleo más íntimo de la personalidad y a sus más importantes elementos desde el punto de vista sentimental, ético y moral. Y aquí entonces, en estos enfermos, ¡oh sorpresa!, existe algo sobresaliente y perverso, que es la “anestesia moral más o menos completa, así como la falta de juicio moral y de concepciones éticas”. De tal modo infiere, que si la ley moral sólo existe como representación inerte y muerta, ‘la conciencia no puede sacar motivos para realizar o no sus actos’ (ceguera moral). Esta ceguera moral, no permite ver en la organización social, más que un obstáculo a sus sentimientos y esfuerzos egoístas, y le conducen necesariamente, a negar el derecho de los demás y lesionarlos. Tal vez estos conceptos podría acercarnos, un poco más, a describir la anomalía en la conducta de aquellas personas que con total frialdad emocional atentan contra el equilibrio social, máxime cuando son figuras relevantes o políticas que ocupan funciones importantes, provocando dolor, enfermedad, pobreza y muerte a grandes grupos sociales, y que puede llegar a extenderse a todo un país, y aún sacudir al mundo entero.


64 Entonces me pregunto: estas personas que rigen los destinos de los países del planeta, ¿padecen de “ceguera moral”, o son los grandes devastadores y simuladores de este mundo? Aunque cabría otra posibilidad de acercamiento al perfil de ese tipo de gente, y es que actúen desprovistas de la óptica de “cómo son en realidad”. De que “no se vean” en su interior, y por lo tanto lo hagan naturalmente, sin ningún atisbo de hipocresía o falsedad. En este grupo parecería como si tuviera insensibilizado el núcleo propioceptivo que discierne entre lo correcto y lo incorrecto. * En otro aspecto de la cuestión y siempre dispuesto a la deseada coordinación de los puntos de contactos posibles para una buena armonización o sintonía entre los hombres, quiero detenerme en el delicado entramado del lenguaje. En el lenguaje vulgar corriente, especialmente de uso en los jóvenes y niños, se observa repetidamente la presencia de vocablos que, en cierto modo dejan estupefactos a las personas de mayor edad, a la vez que crean una suerte de distanciamiento social no rubricado, entre unos y otros. Esta última situación es, de por sí, bastante lamentable porque no ayuda a consolidar el beneficio que aporta la buena relación persona a persona, especialmente cuando se efectúan a distintos niveles generacionales. Por otra parte se patentiza una pobreza idiomática que se traduce en la infinidad de “chateos” que se cruzan entre ellos. Recordemos que la palabra “chato”, significa algo intelectualmente pobre o corto de miras. Tal vez esta voracidad de comunicación entre niños y adolescentes manifieste, en forma tácita, la necesidad de ser escuchado y respetado por los demás y en especial por sus progenitores, en todas sus necesidades y apetencias espirituales. Asimismo el tatuaje y los adornos con dijes en cualquier lugar de la masa corporal, se van haciendo costumbre, y me hace pensar que todo ello se traduce en un clamor para llamar la concurrencia de los mayores y restablecer el vínculo amoroso que nació con el infante. No quiero entrar en el ruedo de una crítica lamentable porque no es este mi propósito, pero esta situación gravísima de carencia de comunicación efectiva me hace sugerir la necesidad de la inclusión, en los planes de estudio sociales, de un “Curso para padres”, así como los hay para aprender a conducir o lecciones básicas de conocimientos de los artefactos para el hogar. En ese ambiente nuestra cerviz seguramente bajaría del pedestal de la suficiencia que nos hace engreídos a algunos, y otros ascenderían –con corazón humilde- a la realidad de nuestra condición excelsa de ser padres y consejeros. Ya se, mi propuesta entra en lo utópico, pero convengamos en que muchos planes que parecieron surgir de la mente afiebrada de sus autores, llevados a la práctica beneficiaron a la Humanidad. Pero, claro está, el coro de la superficialidad, punzando a través de los medios de comunicación, en lugar de ayudar al acercamiento en la comprensión y el amor, van creando fisuras profundas en el terreno social, que son difíciles de sortear. El lenguaje, en numerosos núcleos sociales se va degradando en su riqueza. Aparecen vocablos que se agregan en las conversaciones, repetidamente, para “sostenerla”. Pongamos un ejemplo común en una supuesta intercomunicación: -Boludo, ¿vas a ir o no a la reunión, boludo? -¿Cómo voy a ir, boludo, si no me invitaron, boludo? Parecería como que si le quitáramos la palabra en cuestión la relación de diálogo perdería el calor; como si le ‘faltara algo’, Además, aflora una cantidad de palabras nuevas (transar-chapar-curtir-posta-tardear, etc.) y modos de expresión (¿entendés?-¿me entendés?-¿viste?-o sea) que se injertan en las charlas comunes, las que en lugar de enriquecerlas las rebajan a su mínima expresión; como así mismo


65 en el uso de términos truncados, mutilando, disminuyendo o desnaturalizando un texto cortando alguna parte del mismo, lo que, en cierto modo pareciera que se usan términos taquigráficos. Ya de por sí la relación humana es difícil y esta situación de quedarnos cortos en nuestro lenguaje, no la favorece sino que la desmejora. Por otro lado, en nuestro lenguaje común está imperando la grandiosidad en las expresiones, que van teñidas fuertemente de emociones. Un ejemplo popular: el gol en el fútbol. En mis tiempos el comentarista, con entusiasmo decía ¡Goool! y los demás lo coreaban con alegría. Ahora el mismo gol se expresa: ¡¡Gooooooooool, goooooooool, gooooooool,!!! en forma interminable. También sucede con las noticias donde, en muchas ocasiones se exageran el tono y se desvirtúa el contenido de las mismas. O algunas músicas populistas que han salido al mercado al igual del crecimiento de los hongos después de las lluvias, y que se ejercitan en letras groseras y sensuales que ningún favor le hacen a los jóvenes que las escuchan, distorsionando la verdadera razón de la conjunción música y alegría sana, a la vez que incitan al culto de la idolatría. En fin, se nos promueve a manifestarnos exageradamente. Aunque entiendo que no hay un módulo que nos marque la medida de hasta dónde debo expresarme cuando se activan mis emociones. Los besos de amistad se reparten por doquier. Exageradas demostraciones de cariño pueden resultar, a veces, falsas. Todo se aplaude. El aplauso era una manifestación de aceptación. ¡Fuerte el aplauso! conminan a un público que hace lo que se le dice. Pero no todo queda ahí. La gente aplaudía de pie en la medida en que el acto lo transportaba emocionalmente. Ahora, enseguida se pone de pie para elogiar sin importar los merecimientos de su entusiasmo. Toda esta miscelánea la hago notar, porque, en cierta forma, señalan una exaltación en la distribución de los sentimientos. Yo creo que los sentimientos lubrican el espíritu, pero –como en todas las cosas- poseen una dimensión, y el transponerla nos harán pasibles de convertirnos en seres mecanizados. * Volvamos al hombre de hoy y recordemos que todo ser humano integrante de una sociedad constituida, recibe de ésta una lluvia de radiaciones tales como orientaciones, consejos y amonestaciones que influyen en la dirección que orientará su vida. Además se hace pasible de los usos y costumbres que marcan distintas épocas. Algunos las aceptan y otros las rechazan. En ese interregno, además de comprobar que siempre necesitaba de sus semejantes, sintió la necesidad de “compartir”, es decir, la –voluntad hecho acto- de distribuir, repartir o dividir algo suyo, ya fuera material o de orden espiritual, entre otros más necesitados. Y esto lo llenó de felicidad porque el que comparte también participa y coopera con el bien común. Aunque no todos entendieron esta actitud, porque en muchos hombres fue más fuerte la codicia y el egoísmo, que les cerraba, como un manto oscuro, las puertas del corazón. Sin embargo en esto de compartir nos encontramos con gente que ante el estímulo dado por aquellos que dan lo mejor de sí, cambian esplendorosamente su vida, que estaba plagada de escorias y de las que no podían o sabían desprenderse. Pero, lo que es mejor, estos individuos, iluminados por la misericordia, irradian los bienes recibidos, porque el amor, en todas sus formas, posee la cualidad divina de difundirse incondicionalmente entre todos. Y de esta manera lo expresa Isaías (58,7-10): Si está en ti: “…compartir tu pan con el hambriento/y albergar a los pobres sin techo;/cubrir al que veas desnudo/y no despreocuparte de tu propia carne./ Entonces despuntará tu luz/como la aurora/y tu llaga no tardará en


66 cicatrizar.(…) Si eliminas de ti todos los yugos,/el gesto amenazador y la palabra maligna;/si ofreces tu pan al hambriento/y sacias al que vive en la penuria,/tu luz se alzará en las tinieblas/y tu oscuridad será como el mediodía…” * Creamos vida y construimos elementos, validos de la ciencia y de la técnica, que nos permiten visualizar, comprender y gozar de nuestra estadía en la Tierra. Sin embargo, a pesar de nuestra inteligencia que crece en la medida en que la desarrollamos, existe una contención o “dique” que nos impide cruzar las fronteras del infinito, luego de la cual caemos en un “abismo mental”. Quiero decir, que, en cierta forma, somos seres limitados. Y no solamente esto, porque yo te pregunto: ¿existe el “hombre normal”? O mejor, ¿qué es “conducta normal”? Para una respuesta adecuada a este dilema, todos sabemos que un grupo social constituido en comunidad, provee una serie de ordenanzas, edictos y reglamentos, que satisfagan al común de la gente en pro de una convivencia aceptable y en paz. Y todas aquellas personas que no se ajusten a estos criterios, será considerada “anormal”. Pero voy más allá. Abarco en el concepto de normal un amplio espectro que es: la necesidad de amar y ser amado sin ser posesivo; el ser reconocido como persona diferente sin que esta situación lo lleve a la altanería de creerse superior a los demás. También, cuando contribuye a la comunidad con los atributos de bondad, respeto a los otros sin distinción de raza, edad, religión o intereses políticos; comprensión, ayuda al que sufre o al necesitado; competencia no desleal y la gratificación mesurada de los placeres, ya sean éstos materiales o espirituales. Y estaría por fuera de lo normal, el que mata y ultraja a otro ser viviente; el que roba al prójimo; el que se ensaña en actos crueles contra otros individuos sean seres humanos o animales; el que atenta contra la ecología y las leyes naturales; el que destruye obras de arte. Tengamos presente que todas estas escorias se adhieren y se fijan en la personalidad de algunas personas consideradas normales por el común de la gente y son causa de verdaderos desastres. En cambio, aquellas propiedades especificadas como realmente normales, nacen con el individuo; es decir son esencia de todo ser humano, y salidos a la luz, marcan, con su ejemplo, el camino hacia una verdadera razón de la existencia. * En todo ser humano que se precie, existe un profundo anhelo de perfeccionamiento; de alcanzar las altas cimas que satisfacen su espíritu; es decir a su autorrealización. Y en este propósito de sentirse satisfecho por haber logrado cumplir aquello a lo que se aspiraba, diseñamos un proceso que, etapa por etapa, va en busca de la autorrealización de la persona humana. Partimos de las necesidades primarias tales como el alimento, abrigo, sentirse acariciado, impulso de procrear, etc. Satisfechas las mismas, se irá en procura de la “Seguridad” que le dará la suficiente protección para ascender a la otra etapa, la del “Respeto” a su dignidad en la condición de individuo humano. Obtenidas estas necesidades procurará establecerse en los dos etapas siguientes que son la “Estima de sí mismo” y la de “Sentirse bien integrado al grupo social”, desde donde podrá alcanzar la última, la de “Autorrealización”, donde el espíritu y la razón están mancomunados en un sentir común.


67 El hombre es un ser creador y de su imaginación y destreza van apareciendo los productos de la ciencia y de la técnica. Y en mi eterna búsqueda de similitudes quiero que veamos juntos algunas relaciones o analogías que se dan, a mi entender, en el mundo de la física y de la mecánica e incluso en el organismo biológico con actitudes nuestras ante las circunstancias. De esta manera nos adentramos en sus dominios cuando tratamos de descifrar los términos ‘energía, equilibrio, estabilidad, fuerza’. Entonces, cuando decimos que nuestros estados anímicos están generados por impulsos, estamos hablando de una energía dinámica, que nos mueve a actuar de tal o cual manera. Y de ahí en más, podrían producirse dos situaciones. Una, pasado “el momento”, volver a la estabilidad y equilibrio en nuestra conducta, o dos, caer en el campo del descontrol y la inestabilidad; es decir en el terreno de la sinrazón. Si estas situaciones la llevamos al terreno de la física, y las comparamos analógicamente, sucede lo siguiente. Una plancha elástica a la que le ejercemos una fuerza de tracción en ambos extremos, se estirará hasta cierto punto. Si abandonamos la tensión, la plancha volverá a su estado estacionario, pero si las fuerzas siguen estirándola obstinadamente, llegará un momento en que se perderá el ‘módulo de elasticidad’, y ésta dejará de cumplir su cometido: se hará inútil en su función. Ahora bien, en el campo de la conducta, veremos que cuando las personas discuten agriamente y/o se agreden entre sí, pasado el momento de ofuscación, pueden volver al área de tranquilidad (estiramiento de la plancha y vuelta al punto cero). Pero, si esta situación, no solamente se hace habitual, sino que se malgasta entre ellas el respeto que se merecen, (estiramiento exagerado y sostenido), pasado el momento crítico, la relación interpersonal se hallará fuertemente deteriorada (pérdida del módulo de elasticidad). Acerco otro ejemplo concreto. El cuchillo y la tijera, entre otros, fueron inventos humanos realizados para un uso determinado: cortar. Cuando estos instrumentos no tienen filo, pierden su función esencial; no sirven, hay que afilarlos para que renazca su destino primigenio. Ese acto consiste en pasar repetidamente su perdido corte, por una piedra especial para atraer los átomos de hierro hacia la zona activa y concentrarlos en ese lugar, a fin de que actúen debidamente. Si este contexto lo llevamos al ámbito humano, ¿qué ocurre cuando alguien solicita nuestra atención y nosotros no se la damos o nos distraemos? Volviendo al ejemplo del cuchillo y percibiendo el mismo analógicamente con nuestra relación conductual, podríamos decir que nos comportamos como éste, es decir, desafilado (falta de atención al estímulo), y al no conseguirse el vínculo entre propagador y oyente, se perdió la posible interrelación que toda comunicación necesita. Incluso hablamos de la agudeza, o sea el poder de penetración que posee la herramienta que hemos tomado como modelo. Y en lo humano, reconocemos en algunos hombres esa virtud, que se traduce en viveza, lucidez o perspicacia. Y ahora que mencionamos el acero como componente esencial de las herramientas citadas, ¿qué propiedades tiene? Es un metal dúctil (dócil), maleable (modificable), muy tenaz (terco, firme, que se adhiere con fuerza a una cosa), y fácilmente oxidable (que se puede combinar). Entonces, las facultades antedichas, propias de este metal, muy bien podrían asemejarse a las capacidades y respuestas que toda persona presenta en su conducta. Es decir que, en algunas circunstancias, el hombre se muestra como un ser dócil; aunque en otras ocasiones se mantenga terco o firme en sus convicciones o a los problemas que debe superar, o bien se deje seducir por los pensamientos y sentimientos que los demás expresan,


68 facilitando la apertura y el acondicionamiento a la impregnación de otros razonamientos extraños a los suyos. En otro aspecto, ¿quién no habrá sufrido en su propia casa un cortocircuito que lo dejó sin electricidad, y con ello quedaron sin poder todos los artefactos alimentados por esa fuente de energía? Y en la vida de relación, -¡cuántos cortocircuitos que habremos padecido por la culpa de no sé quiénes!- y encontrarnos ante situaciones que nos dejan inermes, sin voluntad para reaccionar... Recordemos también que las fuerzas de atracción o repulsión entre dos cuerpos estacionarios, crea un campo eléctrico. Quiero significar que nuestra conducta, manifestada hacia una o varias personas, ya sea de signo bondadoso o malvado, se irradia en todo el circuito que nos rodea. Cuando nos referimos a la electricidad, sabemos de algunos instrumentos llamados condensadores, que tienen la virtud de almacenar energía. Y yo me pregunto ¿cuánta energía potencial guardamos en nuestro corazón transfigurada en sentimientos? Amor, comprensión, compasión, tolerancia, respeto por la dignidad del otro, etc.; todos ellos que, emergidos de su fuente generadora, provoca en el individuo con el que nos toca alternar, una fuerza inductora y saludable. Aunque también se ubica en este órgano, desgraciadamente, un cupo, a veces muy grande, de energía dañina, tales como el odio, el resentimiento, la maldad, el agravio, y muchas más de esta progenie, que pueden diseminarse y dañar corrosivamente a los demás. En nosotros está, pues, el poder de calibrar esa carga inductora para que se encauce por caminos provechosos. Ahora, si enfocamos la atención dentro de nuestro ámbito corporal, ¡con cuántas maravillas nos encontraremos! Comenzando con el corazón, órgano principal de nuestra economía humana. Donde los poetas y místicos, en la búsqueda de un aposento digno para el amor, coincidieron en que ése era el lugar indicado. El corazón, desde donde el hombre establece su relación espiritual con los demás. El corazón, fuente de la vida y de la muerte. Impulsor de la sangre que corre por arterias y venas al ritmo de los movimientos de contracción y dilatación que él produce. Esa sangre que fluye con sus componentes de vida y que llega hasta el fondo de los tegumentos humanos. El entramado humano vive a expensas del alimento que circula por los vasos sanguíneos. Allí, en la intimidad de los tegumentos humanos se produce el intercambio de oxígeno y el anhídrido carbónico transportados por los glóbulos rojos. Todos los puntos de nuestra economía corporal reciben el oxígeno que da vida y desecha el anhídrido carbónico, producto tóxico del trabajo metabólico; o sea que en ellos se produce la asimilación y la desintegración. Entonces, nos preguntamos: ¿qué sucedería si una arteria del sistema circulatorio sufriera alguna lesión en su pared interna? Allí se formará un coágulo adhiriéndose a la herida en forma de trombo o tapón, al que se le podrán agregar sales cálcicas en un intento por subsanar el daño. ¿La consecuencia? La luz arterial disminuirá y la sangre pasará con mayor dificultad para cumplir su cometido. Y si el trombo obstruyera totalmente la arteria, la sangre no llegará a destino y esa porción de tejido u órgano, regada por ese vaso sanguíneo, inexorablemente morirá por falta de nutrimento.


69 Comparemos este cuadro fisiopatológico con nuestro ámbito social, e imaginemos al hombre que, como la sangre, va y viene cumpliendo cometidos de trabajo, relación familiar, de estudio, de experimentación... Si en su vida social encuentra impedimentos que le dificulten la libre expresión de su labor fecunda, su actividad defeccionará y no será tan rica como fuera de desear. Y esas obstrucciones hasta pueden paralizarlo y sumirlo en la desesperación y el abatimiento. Así, el hombre alberga en su corazón el fundamento del amor, que podrá constituirse en un sólido árbol con profundas raíces y con sus ramas cuajadas de flores y frutos deliciosos, o, por falta de riego y de abono, en un frágil arbusto raquítico pronto a secarse y desaparecer, dejando el terreno apto para que la cizaña con su reguero de discordia y desamor se haga dueña del lugar. * Como ya sabemos, desde que el hombre es hombre, buscó la compañía de otros seres, porque le era insostenible vivir solo, y luego convinieron en una suerte de división del trabajo, en donde cada uno se dedicaba a una función determinada, de tal forma que daba de lo suyo y recibía de los demás. Y para establecer una estructura valedera a esta organización, se concibieron leyes y articulados a los que debía someterse cada ciudadano para vivir en paz consigo mismo y con los demás. De tal modo que quienes las infringían, eran castigados en resguardo de aquellos que las respetaban, porque se sentían saludablemente amparados. Pero esas pequeñas comunidades fueron aumentando en número y se complicó la administración de lo legislado, porque se hicieron más fuertes las apetencias de los habitantes por obtener lo suyo. Y aparecieron las figuras políticas que se encumbraron en el poder. Algunos de ellas cumplieron los mandamientos de quienes los habían nominado, pero muchas otras perdieron el rumbo y, obnubilados, se aprovecharon de su autoridad y desdeñaron las leyes, las promesas y los compromisos con su pueblo y la desigualdad se hizo más profunda. Es bueno recordar lo que nos dice José Hernández sobre este tema a través de una payada que sostuvieran Martín Fierro y el Moreno. Comienza Fierro: “...Y te quiero preguntar/ lo que entendés por la ley”. Moreno: “... la ley se hace para todos,/ mas sólo al pobre le rige. La ley es tela de araña,/ en mi inorancia lo esplico:/ no la tema el hombre rico, nunca la tema el que mande,/ pues la ruempe el bicho grande/ y sólo enrieda a los chicos. Es la ley como la lluvia; / nunca puede ser pareja: / el que la aguanta se queja, / pero el asunto es sencillo, / la ley es como el cuchillo: / no ofiende a quien lo maneja. Le suelen llamar espada, / y el nombre le viene bien; / los que la gobiernan ven/ a dónde han de dar el tajo: / le cái al que se halla abajo/ y corta sin ver a quién. Hay muchos que son dotores, / y de su cencia no dudo; / mas yo soy un negro rudo, / y, aunque de esto poco entiendo, / estoy diariamente viendo/ que aplican la del embudo”. Cuando algunos políticos salen al ruedo, en una república que fuera desquiciada por ellos mismos, ya sea por falta de capacidad para gobernar, o debilidad, o deshonestidad plena, y dicen que están decididos a arreglar la situación, me recuerda una broma. Un hombre fornido le da cachetazos a otro que los recibe, impávido, sin atinar a defenderse. Y aparece un supuesto salvador que enfrenta al violento. “Un momento -le diceusted no lo golpea a este sujeto”. El otro le contesta: -y quién lo va a impedir, ¿usted?”. -“Sí, yo”. El sujeto le da otra cachetada. Insiste el ‘salvador’, y consigue solamente que el agresor siga abofeteando a su víctima. Al fin el golpeado dice con voz quejumbrosa al supuesto salvador: “Por favor, ¡no me defienda más!”Si trasladamos estos tres personajes a una realidad simbólica, podría verse, en el golpeador, la representación de aquellos gobernantes que usan de su poder para regalarse con sus atributos deshonestos desoyendo las promesas que hicieran cuando fueron elegidos, e infligir a su pueblo el castigo cobarde, amparado en la potestad del mando. En el golpeado encajaría,


70 justamente, el pueblo que no puede ni sabe cómo defenderse. Y en el sujeto que trata de parar esa degradación, a las facultades democráticas y justas, que son ignoradas y arrasadas por los fuertes. En la presencia y obra de gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente su actividad y sus desvelos al provecho común del país, puede hablarse de una sociedad bien ordenada y fecunda. Esta autoridad es necesaria para la unidad de la sociedad y su misión consiste en asegurar, en cuanto sea posible, el “bien común” de la sociedad, entendiendo por “bien común” el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección. (Estos conceptos fueron extraídos del libro “Catecismo de la Iglesia Católica, párrafos 1897 y 1906)

* En otro aspecto y si nos remitimos a las sabias enseñanzas que nos ofrece la naturaleza, veríamos que todo organismo requiere la total adhesión de sus partes para que funcione adecuadamente. De tal modo que la deficiencia que ocurriera en alguno de sus trayectos, ocasionará, indefectiblemente, un desajuste que pone en estado de alarma al todo. Esta situación anómala ocurre cuando algunos poderosos se apropian de los bienes que no les corresponden, ocasionando un estado de alteración que se irá propagando de persona a persona. Algunos sufrirán directamente los impactos de esas injusticias, pero otros, descarriados en su trayecto, se alzarán contra las leyes establecidas y arrasarán con violencia extrema y saña inaudita, esas arbitrariedades. Sin embargo, habrá muchos que no se apartarán del sabio lineamiento que les marca el espíritu y proseguirán, sin desmayo, su labor creadora. Éstos son los hombres probos, inteligentes y sensibles que sienten verdadera aversión hacia la avaricia, la prepotencia, el envanecimiento, la hipocresía y la mentira. Pero sí creen en el amor y saben que es el único camino que los llevará a la excelsitud. En ellos está puesta la esperanza de la Humanidad para que, por su presencia y acción, se restablezca el orden armonioso que necesita el Universo. Con un profundo ruego que sale de mi corazón, clamo ardientemente, como lo hiciera siglos atrás el peregrino ante su Dios: “Ahora que estoy viejo y lleno de canas, /no me abandones, Dios mío,/hasta que anuncie las proezas de tu brazo/a la generación que vendrá” (Salmo 71,18)... porque mi alma se regocija con la alegría de mis hermanos, y sufre por sus desgracias. ***


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A modo de epílogo Un pensamiento de Ionesco resuena en mis propios sentimientos, y es el siguiente: “Contemplo el mundo como un espectador muy maravillado del espectáculo.- ¿Por qué maravillado? -me dirá usted. Porque me parece que no cabe otra cosa que quedar estupefactos – ante todo- cuando se toma conciencia de la existencia de la propia existencia. Estas ‘tomas de conciencia’ son momentos raros, osaría decir privilegiados. La mayor parte del tiempo vivimos nuestra vida sin verla”. En todas las oportunidades en que escuché el poema sinfónico “Vida de héroe” de Ricardo Strauss, me sentí emocionado ante el encanto que surgía de su música, pero, a la vez despertaba en mí las sensaciones que el autor quiso expresar. Y aparecieron en mi mente el testimonio de aquellas personas que desde el silencioso trabajo humilde y perseverante, dan suficientes razones del valor de sus presencias, aunque no aparezcan en grandes titulares. Leo: “Fulano de Tal fue galardonado por su relevancia en la política, o en la literatura, etc.”, y surge así un prohombre; un hombre que se destaca por sus dotes. En fin un héroe. Y me pregunto -cada uno de los seres humanos que nacieron y se hicieron en la sociedad en la que les tocó vivir, y se desenvolvieron –día a día- muchos de ellos con su propia precariedad, pero todos con una pujanza vigorosa de hacer y de componer dignamente los que ellos estimaron como importantes para su sobrevivencia, ¿no tienen también algo, o mucho de héroe, aunque no sean figuras descollantes? O aquellos otros que sufrieron vejámenes de todo orden y siguen en su camino, resplandecientes y buenos, sin guardar en sus corazones resabios de rencor hacia los demás, ¿no son también héroes? Los que tienen poco pero ese poco lo donan gratuitamente entre su prójimo con necesidades imperiosas, ¿no son héroes? Los que acuden a aliviar espiritualmente a los necesitados de calor humano, sacando horas de su tiempo disponible, ¿no son héroes? Los que se encuentran situados en un ámbito de violaciones donde se despilfarra el erario público pero no se dejan seducir para entrar en ese círculo vicioso, ¿no son también héroes? Los que, con diferentes defectos físicos innatos o producidos por enfermedades o accidentes, no se arredran y valientemente luchan para sobreponerse y ser útiles a la sociedad, ¿no son héroes también? Y los que con todas sus dificultades económicas, sin embargo forman un hogar pleno de amor y procrean y trabajan exhaustivamente para mantenerlo digno, y son figuras de honor y respeto por sus virtudes morales ante sus familiares y sus pares, ¿no son también héroes?


72 Y aquellos que con total valentía penetran en el ruedo de gente hostil y desaprensiva que se agreden continuamente, y con su mansedumbre intervienen desatando amorosamente los nudos que hacen imposible la vida en comunidad, ¿no son héroes? En resumen, todos los seres humanos que, pese a sufrir en su propia carne la opresión y el dolor que circunstancias culmines les provocaban, pudieron sobrevivir gracias a la resiliencia, es decir a su natural capacidad de reposición ante situaciones desfavorables. Porque todos ellos, en las buenas y en las malas, tuvieron que decidir, momento a momento, sobre su propia y libre determinación frente a las circunstancias que la vida les ponía a su alcance. Quiero decir que para ser héroe, no es condición “sine qua non” ganar ninguna batalla, o recibir honores privilegiados, o realizar una proeza, sino lo es también aquel que mansamente, sin perder su dignidad, brega continuamente, sin cesar, en función de su perfección personal y a favor de la sociedad que lo recibe en su seno. En nuestro país y en la Humanidad entera, existen aquellas personas que incluyo dentro de la llamada “Raza de héroes”... ¿Eres tú uno de ellos? * * *


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