Enrique A. Arce
LA VOLUNTAD DE DECIDIR
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ÍNDICE Prólogo – p4 1-El hombre en su identidad tridimensional – p6 2-Relación yo-tú, yo-ellos, yo-mundo – p10 3-Personalidad-Conducta – p14 4-Amistad-Fidelidad – p24 5-La voluntad de decidir – p26 6-Cambio-Plan de vida – p28 7-El hombre y la sociedad – p32 8-El matrimonio-familia – p50 9-La agresividad como imagen social – p60 10-Ordenamiento del tiempo – p64 11-Educación – p68 12Lectura – p84 13-Palabras finales – p88
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A manera de prólogo Sabemos que el hombre, en razón de un apuntalamiento vital, mantiene su vida de relación sostenido por una gran cantidad de credos que se les adhieren fuertemente; muchos de ellos, prejuicios sin valor normativo. De tal manera que cuando es tocado en algunos de sus dogmas, en lugar de pensar que puede estar equivocado, su propia prevención lo acoraza, y queda ahí, a veces en actitud desafiante, sin ninguna ganancia ni pérdida. Y en ese nivel, su personalidad se ostenta como un ser dado a entrar en pleitos inacabables. Este ensayo tiene el propósito de destacar las virtudes y defectos del ser humano con respecto a sí mismo, y en especial del ―hombre argentino‖. ¿Cómo manifestar todas las circunstancias, virtudes y falencias de nuestro pueblo para que pueda escuchar y responder a estas oportunidades del ―poder hacer‖? Caramba. Sabemos cuán dilatado espacio abarca nuestro país; sus riquezas naturales y la idiosincrasia de sus habitantes. Personas desconocidas que día a día trabajan, estudian, crean y hacen algo para que se desarrolle mejor, a pesar de todas las negativas que las rodean y acosan en todo momento. A pesar de la delincuencia, de la deshonestidad, de la arrogancia. Y de la sin razón de ser de la vileza de los que roban y delinquen desde altos cargos a un pueblo desprevenido que sufre calladamente el hambre, la pobreza y el oprobio. Entonces me adentro en mí mismo y me pregunto: ¿qué hice yo, en éste, mi país, que me abrió las puertas al trabajo, a los estudios universitarios gratuitos y a desarrollar mi vocación de amor al saber y mi constancia absoluta en el ‘hacer‘, en consecuencia? Y puedo decir mucho, pero no quiero hablar de mí porque sólo soy una persona más de los tantos que por suerte hay, y que han hecho mejor que yo, ―lo mucho que tenían que hacer‖. Poco o mucho, no importa: sólo están en la línea de la luz interna de un corazón fuerte. Y pienso sólo en qué puedo hacer yo, ahora. Es así como decido recoger mi pequeño equipaje de los últimos años y ponerme a escribir sobre lo que siento y pienso como un argentino que no deja de estar engarzado en el mundo, como lo está todo ser humano. Analizo y estudio sus partes. Abro mi corazón. Vivo sus sentimientos. Padezco sus desgracias, y busco con ardor toda la riqueza interior que desperdició o equivocó por una u otra circunstancia. Entonces, reflexionemos juntos, los justos y los que no lo son, para encontrarnos dentro de nosotros mismos. Tratemos de alcanzar los beneficios de nuestra propia esencia que clama por la autenticidad y la felicidad, y llegar así a encontrar el camino que traza el devenir que, como argentino, nos llevará a la confraternidad entre todos. ♦
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*1 El hombre: unidad tridimensional Todo individuo humano posee un ―cuerpo‖ prodigio misterioso, en cuyo interior están alojados los órganos, aparatos y sistemas, constituidos por células y complejos celulares, que establecen un orden y distribución de trabajo, silencioso generalmente. Al equilibrio y armonía de las funciones de nuestro organismo, lo denominamos ―homeostasis‖. Esta estructura biológica, considerado en su integración externa e interna, ostenta una autonomía que, en principio, parecería desvinculada de otras actividades tales como pensamientos, sentimientos, emociones y estados anímicos, que hacen incidencia y se cristalizan en nuestro interior humano. Sin embargo, no hay tal separación porque estamos estrechamente vinculados: conformamos UN TODO. Lo que ocurre es que, significativamente, los aparatos y sistemas de nuestro organismo biológico, ya están condicionados para cumplir determinadas funciones. Y lo hacen sabia y eficientemente. No nos piden parecer consciente. Así y todo, nuestro cuerpo quiere hablar y lo propone en su lenguaje. Sabe expresar gozo y dolor; puede lograr comunicación instantánea y en el tiempo, y ―tocar fondo en emoción y sentimiento‖. Pero su lenguaje, imperceptible muchas veces, no lo oímos; codificado otras tantas, nos cuesta descifrarlo. La vía más directa de la vinculación cuerpo-mente, se manifiesta por los impulsos, que actúan independientemente de la voluntad. Directamente se presentan y exigen atención. Además del cuerpo orgánico como ente concreto, poseemos una suerte de ricos estímulos que se desplazan siguiendo vías nerviosas específicas entretejidas entre sí. Este complejo se asocia a delicados organismos perceptivos que son los ‗sentidos‘. A través de ellos, nos ponemos en comunicación con el mundo. Y lo hacemos a favor de la visión que establece formas y colores; la audición que percibe sonidos y ruidos; el olfato que aprecia los olores y fragancias de todo tipo; el gusto que ofrece las sensaciones de aceptación o rechazo de los alimentos; el tacto (ojo de los ciegos), que palpa la suavidad o la rudeza de los objetos a la vez que lo hace con las sensaciones de frío-calor. Además podemos agregarle un sexto sentido, de fina percepción. Me refiero a la ‗intuición‘: el ―tercer ojo‖ interior. Ella se expresa sin una razón tangible y la mayoría de las veces, acierta. La intuición conjuga los pensamientos y sentimientos con las percepciones externas, y en general posee una lógica irrebatible. Quién carece de intuición se mueve en el mundo, en cierto modo, como si usara solamente la visión nocturna de las cosas.
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En este momento podríamos preguntarnos: ¿qué es lo que anima a que todo esto se traduzca en ―sentido de vida‖? Y nos hallaremos con el espíritu, realidad fundanle y modeladora; razón de la existencia. Todo hombre posee un ‗espíritu‘ porque es esencia del mismo. Ese espíritu posee la doble cualidad de ser fuerte y a la vez de naturaleza bondadosa. Pero depende de nuestra libertad íntima, el que se desarrolle en sus hermosas propiedades, o que las vaya desfigurando hacia pensamientos, sentimientos o acciones, que le restan al hombre su dignidad como tal. En consecuencia, el espíritu está aquí, dentro de nosotros, y es tarea humana y divina, cuidar el propio jardín interior, rescatándolo de toda maleza y cizaña, para poder así convertirnos en personas sanas, íntegras, felices, capaces de desarrollar toda esa gran riqueza, que muchas veces desconocemos y que tenemos dentro de nosotros. Y yo me pregunto: ¿actualmente el ―educador‖ se ocupa de despertar esa motivación en el ―educando‖? ♦ El hombre es el único ser viviente que piensa y se comunica por medio de la palabra. Palabra de la que se usa y se abusa. Que proclama relaciones humanas conciliatorias, pero que también juzga, murmura, sojuzga, hipnotiza. Que canta la expresión de nuestros sentimientos más íntimos y las maravillas de la naturaleza. Esta facultad, que es un privilegio por el cual expresamos el amor, las emociones, ideas y proyectos, puede resultarnos –algunas veces- contraproducente, porque también es el vehículo de las divergencias que llevan al distanciamiento entre los humanos. Quiero decir con esto, que la palabra —lo que se dice y el sentido que lleva agregado en su intención—, ofrece al hombre una significación bivalente. Así, la palabra puede contener todo el amor humano, que es divino a la vez, como así también destilar odio, resentimiento y venganza. O sea, que está la palabra que acaricia y reconforta, y la palabra que ofende y humilla. La palabra que tiene el poder de unir los corazones contrariados, y aquella que ocasiona discordias. La que aconseja buenamente sin interferir en la libertad del otro, y la que quiere imponerse a toda costa. La que posee un poder hipnótico que cautiva al oyente, y la que aburre soberanamente; o sea, la palabra que entusiasma y la palabra que agobia. La palabra que produce bienestar y la palabra que incita al desaliento. La palabra que hace sentir bella la vida, y la palabra que ensombrece el camino hacia la plenitud. La palabra que revela honestidad en el pensamiento y en la acción, y la palabra irónica e hipócrita que esconde aviesas intenciones. La que toca algunos resortes humanos escondidos y desconocidos, y promueve a quién la escucha, la necesidad de encarar una nueva forma de vida, acorde con la felicidad y el amor. Y la palabra que no se difunde porque se es fiel al secreto confiado y que se lleva, para bien, a la tumba.
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Entonces, la ‗palabra‘, como expresión de un pensamiento, un razonamiento, un impulso fonético, un sentimiento, se hace figura y fondo de la índole del ser humano. Y siendo nuestra lengua primigenia tan rica, y se ha puesto tan pobre, me pregunto: ¿qué nos está sucediendo? En muchísimos capítulos de la Biblia se alude a la palabra, usando además elementos participantes, tales como la boca, labios y lengua: ―La boca del justo es una fuente de vida, pero la de los malvados encubre la violencia‖ (Prov.10,6) – El hombre se sacia con el fruto de las palabras, y cada uno recibe el salario de su trabajo (Prov.12,4) – Uno se calla y es tenido por sabio, y otro se hace odioso por su locuacidad‖ (Eclesiastés 20,5) – ―El sabio guarda silencio hasta el momento oportuno, pero el petulante y necio no se fija en el tiempo‖ (Ecl.20, 7) – ―El que habla demasiado se hace abominable y el que pretende imponerse se hace odioso‖ (Ecl.20, 8) - ―Los labios de los charlatanes hablan sólo de oídas, pero los prudentes pesan bien sus palabras‖ (Eclesiástico 21,25) –―Los necios hablan siempre sin pensar; los sabios piensan y luego hablan‖ (Eccl.21, 26) –―Si soplas una chispa, se inflama; si la escupes encima, se extingue, y ambas cosas salen de tu boca‖ (Eccl.18, 12) – ―Muchos han caído al filo de la espada, pero son menos que los caídos a causa de la lengua‖ (Eccl.28, 18) – ―¡Feliz el que está al resguardo de ella y no ha quedado expuesto a su furor, el que no ha tirado de su yugo ni ha sido atado a sus cadenas!‖ (Eccl.28, 19) – ―Las palabras amables son como un panal de miel, dulce al paladar y saludable al cuerpo‖ (Prov.16, 24).
En tanto la palabra contiene tanto significado, ¿qué pensarán de esto nuestros medios de comunicación? No siempre la palabra es el único vínculo de correspondencia entre las personas. En variadas ocasiones hacemos gestos o ademanes sin pronunciar fonema alguno. Y a veces, con estas expresiones mudas, conseguimos hacernos entender certeramente. Esta forma de formalizar relaciones con las demás personas, en algunas circunstancias, o en consonancia con la palabra, acentúa lo expresado oralmente. Y varios estudiosos de la conducta aseguran que en la educación del niño, incide en forma más contundente la expresión afonética, que lo dicho verbalmente. Si atendemos a las gesticulaciones de un mímico, nos daremos cuenta que consigue que entendamos lo que quiere decirnos sin que pronuncie palabra alguna. A nadie se le escapa que el gesto adusto de una persona que lo acompaña con movimientos descontrolados y amenazadores de sus brazos y manos, no propicia un ámbito de paz. O, al contrario, el encantamiento que produce la sola sonrisa de un bebé que nos mira dulcemente como diciéndonos: —―soy feliz, ámame‖. Y las miradas de los enamorados que son más concluyentes que las palabras que puedan pronunciar. Una mirada, un gesto, entonces, puede decir mucho. En ellos están patentes distintas emociones tales como el amor, la compasión y el perdón. Aunque también sus contrapropuestas: el odio, el rencor, la impiedad; la lubricidad, la hipocresía. Y en todos ellos puede no haberse dicho ninguna palabra. Recuerdo una escena de Martín Fierro defendiendo a una cautiva que era ferozmente golpeada por un indio. Cuando él se acercó, calladamente, a la escena, la mujer: ―alzó los ojos al cielo, en sus lágrimas bañada; tenía las manos atadas, su tormento estaba claro; y me clavó una mirada como pidiéndomé amparo. Yo no sé lo que pasó en mi pecho en ese istante; estaba el indio arrogante con una cara feroz: para entendernos los dos la mirada fue bastante‖.
Cuando un director dirige una orquesta, todo lo que puede decir se traduce en sus movimientos, pausados algunos, enérgicos otros, logrando encauzar los numerosos
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instrumentos de sonidos tan diversos y aunándolos en una armónica y agradable composición musical. ¿Y el compositor que a través de su escritura musical, nos lleva a excelsitudes emocionales? Y el artista que pinta, que graba, que esculpe, que danza, ¿necesita que exprese oralmente su pensamiento, su sentimiento? Y qué decir del lenguaje de los sordos-mudos que expresan sus necesidades y emociones a través del movimiento de manos y brazos... Y de la oración callada de tantos fieles que dirigen sus miradas y sus corazones implorantes, a las imágenes divinas... Sin embargo nuestra relación personal está plagada de palabras. Algunas de ellas llevan, sí, el sello de la sabiduría y el discernimiento, como hemos afirmado anteriormente, pero muchas otras blasfeman y hieren los sentimientos humanos. ¡Cuánto provecho haríamos a nuestros semejantes sopesar adecuadamente las palabras antes de pronunciarlas!... de tal modo que podamos decir con Isaías (55, 1011): ―Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé‖. ♦
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*2 Relación yo-tú, yo-ellos, yo-mundo circundante Configurada así la integración cuerpo-mente-sentimientos-espíritu, ubiquemos al hombre en relación con su propio yo, los demás y el mundo en que habita. El hombre no está solo. Convive con una naturaleza regalada, pródiga en cambios de todo orden; algunos previsibles, otros no. No puede desprenderse de ella. También se relaciona con animales y vegetales diversos. Pero su destino es ser acompañado por otros hombres, con los cuales se comunica y mantiene relaciones directas o a distancia. Incluso algo más para recordar: las acciones que promueve cada ser humano, conmueven, en cierta medida, ―a todos los demás‖, movilizando fuerzas internas que están latentes en cada uno de nosotros. En ese trato yo-tú, yo-ellos, yomundo, el hombre desde su nacimiento y en el desarrollo de las sucesivas etapas de crecimiento, fue estimando pautas de acercamiento o alejamiento, según fuera su estimación de agrado o desagrado. La realidad es ésta. Nadie eligió nacer. Tampoco lo hizo con su sexo, el lugar geográfico, el hogar. Pero sucedió. Es un misterio que se develará o no, al final de los siglos. Entonces, concretamente, ¡aquí estamos!, con nuestro caudal de experiencias y de conocimientos. Con una voluntad de vivir. Y vivir plenamente. La convivencia nos lleva al diálogo, con sus aserciones, desaciertos, preguntas y respuestas. Creemos que el hombre, considerado en su singularidad, es un ser sumamente complejo, difícil de entender. Y acá surge el primer desencuentro, porque si no hallamos una respuesta a nuestra propia esencialidad, ¿cómo vamos a entender a los demás? Sabemos que las relaciones ―yo/tú‖, ―yo/ellos‖ pueden resultar tanto hermosas como desastrosas. Depende de los valimientos de cada uno, ya que si se generan desde una personalidad sana, con el alumbramiento que nos da el amor, los estímulos surgirán, y seguramente serán empáticos y valiosos. No sucederá lo mismo en tanto nos aferremos a situaciones equivocadas y aprendidas durante una niñez solventada, por padres y otros agentes de educación autoritarios, desvalorizadores y sobre protectores, que destruyen o sofocan la libertad y la dignidad del individuo; la mayor parte de las veces en la ignorancia de que esos mandatos les fueran perjudiciales a sus hijos, porque nadie nos enseñó el fruto de ser padres. Siguiendo entonces ese programa, nuestra conducta se impregnará de formas ambiguas, inadecuadas, y nos revestiremos de falsas actitudes de ―víctimas‖, ―salvadores‖ y ―perseguidores‖, como lo dice el Análisis Transaccional. Con esas
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máscaras también manipularemos a los demás con los estigmas del miedo, la culpa o el soborno. En la relación interpersonal, no solamente están en juego las palabras y los elementos que las apoyan, sino también la predisposición que cada uno toma con respecto al otro. Quiero decir, que si nos empeñamos en valernos, como medio de vida, de la competencia, en alianza con la ambición de dinero y posesiones materiales, indudablemente se producirá el desgaste y la disolución de la comunidad humana. Este panorama lo estamos viendo y soportando en algunos sectores de la vida política y social de nuestra patria. Con respecto a nuestra vida, la elección es nuestra. Podemos ser ignorantes del mundo, y en consecuencia caminar en la oscuridad. Pero, cuando conocemos aquello que produce verdadera y sana alegría y satisfacción, como así lo que nos sume en la tristeza y decepción, entonces, valido de nuestra libertad, está en nosotros determinar el camino. Nadie nos obliga a torcer el derrotero que signará el destino que tomemos. Pero eso sí, ningún ser se merece que le hagamos la vida imposible, ya sea a través de una relación tóxica o infundiéndole nuestros sentimientos negativos. Recordemos, la lengua es la rectora de la palabra y los sentimientos, y su importancia quedó grabada en algunas sentencias bíblicas tales como: ―El latigazo deja la marca, pero el golpe de la lengua quebranta los huesos‖. ―De la misma boca salen la bendición y la maldición‖.
El ‗respeto por el otro‘ exige, no una sumisión, no un acatamiento servil, sino la posesión de una gran dosis de humildad y un real amor por el prójimo. El respeto es el principal instrumento de las buenas relaciones humanas. En el respeto se brinda, además del amor, la honestidad y el reflejo de la propia personalidad transparente, sana, sin máscaras. Sabemos y apreciamos los ingentes esfuerzos de la psicología y de algunas esferas de poder a favor de una reconciliación humana. Reconocemos que el hombre, cuando se arrodilla ante el ―dios Yo‖, se sobredimensiona y no puede anclar en la intimidad del corazón, y no encuentra a ese ―Tú‖, verdadero reflejo de su limitud. Algunas personas recurren a una fuerza superior, bondadosa y reconfortante, que es Dios. A través del influjo de Su amor, la correspondencia yo/tú, yo/ellos, podrá realizarse seguramente, dentro de un marco de intimidad y de reciprocidad que, de otra manera, será difícil de obtener. Ahora, recordando a Martín Buber cuando dice: ―lo importante, no eres tú; lo importante no soy yo; lo decisivo es lo que ‗acontece entre tú y yo‖, me imagino una distancia virtual con un contenido, que media entre esas dos personas que tratan de conectarse entre sí. Esta distancia o espacio, es extremadamente delicada, porque si se alarga se pierde la oportunidad de una buena relación interpersonal, y esto sucede en el caso de las discusiones, tergiversaciones y falta de sinceridad en las propuestas. En cambio si se acortara en demasía, podría llegarse a la fusión o emplastamiento de los sentimientos, con la pérdida de la libertad individual, y el peligro del sojuzgamiento por parte de algunos aprovechados. Por suerte existe una tercera posición donde se produce el ansiado encuentro, que es la meta necesaria para intercambiar los pensamientos-sentimientos puros que
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conducen al diálogo productivo, y este ámbito es conseguido con el respeto mutuo. Respeto, para el Padre Larrañaga, ―es la actitud para ver a la persona tal como es... La capacidad para tomar conciencia y aceptar con benevolencia la singularidad de la misma‖.
Para que se fortalezca el diálogo, cada uno debe dejar algo de sí. Y pongo por ejemplo: si tú quieres beber café con leche, tanto uno como la otra sustancia tienen que abandonar una parte de sus propiedades, para que sea posible. En esa correspondencia yo-tú aparece el diálogo como un campo abierto donde se intercambian ideas, sentimientos, emociones, reflexiones, sugerencias, fantasías, proyectos, pero también suspicacias, sarcasmos, mentiras... Tengamos bien presente que en la conducta de todo ser humano existe una parte subjetiva: ―lo que siento y pienso‖ y otra objetiva: ―lo que digo y hago‖; y obtener una coherencia entre ambas es muy difícil. Muchos son los elementos que bullen dentro de nuestro cerebro, y está en nosotros darle una salida... Los recuerdos-pensamientos encerrados dentro de nosotros me lo imagino como las tantas cosas que alojamos en nuestro hogar. Útiles e inútiles, pero desordenadas, de modo que nos cuesta diferenciar cuáles merecen ser desechadas. Sin embargo están allí, ocupando un lugar. Heridas abiertas que no cicatrizan. ¡Cuántos trastos improductivos se apilan en nuestro desván! Y no sabemos por qué están ahí. Acumulamos menosprecios, desvalimientos, injurias, culpas, odios, resentimientos, vanidades y muchas otras cosas más que sabemos que nos pesa, que forman polvo y herrumbre, y no nos dejan transitar libremente por nuestra casa. Sin embargo, las retenemos. No atinamos a desprendernos de ellas. Y en este caos es difícil que surja lo hermoso que resulta sentir la casa limpia y ordenada. Esas cosas que nos atan, que no nos dejan ejercer el dominio como amos de casa que somos, se yerguen en figuras fantasmales que obnubilan el sentido de vida. ¿No te parece que es el momento de establecer un orden? ¿De desprendernos de todo aquello que se fue amontonando y que –como cizaña ahoga el crecimiento sano de nuestro espíritu? ¡Para qué mantener ese lastre pesado que arrastramos y que oscurece un camino esplendoroso! Limpiemos nuestra casa. Restablezcamos el silencio que sosiega y da apertura al sentimiento de amor, de comprensión y de respeto por los demás. Entonces podremos abrir los postigos y ventanas de par en par, para que la luz la inunde. Y la recorreremos sin tropiezos, sin choques. Y sentiremos la gran satisfacción de que los ―peregrinos del mundo‖ deseen visitarla, y aún alojarse en ella, porque encontrarán la paz, la serenidad y la sabiduría necesarias para apagar su hambre y su sed, luego de recorrer tantos caminos... ♦
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*3 Personalidad-Conducta” Al referirnos a una persona y describirla como tal, entendemos que esa persona es lo que nos muestra su ‗personalidad‘. Pero nos encontramos con que la personalidad se interpone como una muralla semiopaca que deja traslucir solamente lo que el individuo nos ofrece; no siempre su interior. Quiero decir con esto que la personalidad que aparece ante nuestros ojos, resulta ser un testigo infiel de lo que esa persona ‗es‘ realmente. Si la personalidad se identifica con el ‗yo‘, entiendo que coexisten un ‗yo personal’, superficial, bien epidérmico. Y un ‗yo profundo‘. El yo personal es el que se asocia con todas las cosas terrenales. Es el ‗yo‘ de las sensaciones y de los pensamientos ligados a ellas; del apego y de las ilusiones y fantasías. El ‗yo‘ que acepta el odio, el rencor, la envidia, los prejuicios y la maledicencia. En tanto que el yo profundo es el ‗yo‘ del espíritu, del discernimiento, de la sabiduría. El que se nutre en el amor, y tanto se colma de este alimento del alma, que le resulta imperioso ofrecerlo a los demás a corazón abierto. Entonces, observada la ‗personalidad‘ desde esta óptica, puede diferenciarse, para el ojo y el oído atentos, no las variedades o desdoblamientos de personalidades que se encuentran en los distintos seres humanos, sino directamente dos formas de personalidades bien definidas: una ‗superficial‘, claramente visible, y la otra ‗profunda‘, interior. La una consubstanciada con todos aquellos datos captados del exterior por los órganos perceptivos. La otra, formando parte de la esencia más íntima del ser humano y que trasciende la vida mortal del hombre Se hace necesario destacar que la posesión de una personalidad donde predomina el ‗yo profundo‘, no depende de las cualidades culturales, sociales o económicas del individuo, sino de la predisposición a la que se acoge, ante las instancias que Dios pone en su camino. Aquellos poseedores de una ―personalidad profunda‖, adquieren una sabiduría y discernimiento que les permite acercar su intimidad a los demás, con los atributos del amor y de la benevolencia como insignia. Son los que presentan una percepción superior de la realidad, una mayor aceptación de uno mismo, de los demás seres y de la naturaleza. Una mayor espontaneidad y una clara capacidad de enfoque correcto de los problemas. Son, en definitiva, los verdaderos protagonistas; los preclaros personajes que, por sus valores morales y espirituales, dejan una huella de trascendencia del hombre como tal, destacándose de aquellos otros –los que denomino ‗personajeros‘-, que son los individuos que se quedaron en el camino con el ―per‖ (personalidad incompleta), más el ruido monocorde que produce el ―sonajero‖.
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En nosotros está la opción de la personalidad que guíe nuestra vida. Una, enmarañada en los vaivenes de las circunstancias, cautivada por los logros de poder, de las satisfacciones efímeras, atenta al ataque y a la defensa, embargada por los miedos, odios, complejos de inferioridad, envidias, etc., y aquella otra con el auspicio de la serenidad, de la paz; dispensadora de una amorosa comprensión del hermano en el espíritu. Sin embargo, ambos ―yo‖ es importantes para el ser humano, porque el entendimiento de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, se hace a través del ‗yo‘. Pero lo ideal es que el ‗yo personal‘ se subordine al ‗yo profundo‘, más sabio, más inmaculado, ya que recibe la caricia indulgente de Dios. Claro está, que esa subordinación de un ‗yo‘ al otro ‗yo‘, no signifique una capitulación total, sino que sirva de puente en pro de un profundo diálogo en conjunción, lo que seguramente nos elevará espiritualmente. Y, desde esta perspectiva, los problemas humanos, que nos surgen a cada momento, indudablemente se harán más fáciles de resolver, y tendremos una disposición mayor para comprender y amar a nuestros semejantes y a la naturaleza toda, y para alcanzar niveles superiores de goce y felicidad. El amor es, en principio, como una tierna planta, que se convertirá en el tiempo en un vigoroso árbol cuyas ramas frondosas cuajada de flores y frutos nos dará sombra y frescor y alimento en nuestro duro trajinar cotidiano, pero, para que esa planta no se marchite, no se seque, es necesario regarla, y abonar su suelo continuamente. ♦ Es bueno tener presente que a muy temprana edad, entre los 3 a 6 años, comenzamos a definirnos ―quiénes somos‖ y ―cómo somos‖. Varón o mujer. Ahora sí podemos percibir ‗qué es ser de mi sexo y quién soy yo‘, y mi grado de poder y de ajuste a través de las experiencias. Además adelantamos ciertas conductas aprendidas y tratamos de separar el pensamiento mágico que nos substrae de la realidad. Y trascendemos nuestros límites internos al preguntarnos ¿quién soy yo en relación con los demás? Más adelante, y un poco antes de entrar en la adolescencia –basamento de nuestro devenir existencial- aprendemos el significado de ―cómo se hacen las cosas‖. Adquirimos nuevas capacidades, métodos y técnicas, y estructuramos el tiempo lo mejor posible. Además decidimos los valores propios, coincidentes con nuestras propias metas. En fin, nos proponemos vivir la vida a nuestro modo. Todo lo considerado hasta ahora, si su curso siguiera un proceso evolutivo sin mayores inconvenientes, sería verdaderamente provechoso para nosotros: para conocernos más y para dar lo mejor de nuestra capacidad. Pero la realidad es otra. Vivimos en un mundo complicado y formamos parte del mismo opinando y haciendo. No podemos –ni queremos- escaparnos. Las apetencias que nos surgen, necesarias para nuestro crecimiento, pueden verse frustradas por acción de aquellos con los que convivimos; con los que nos realizamos como personas, y no porque necesariamente hayan puesto algo malo de sí, sino, simplemente, porque son humanos como nosotros, con sus defectos y virtudes.
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La conducta que expresa cada ser humano se virtualiza por lo que siente, piensa, dice y hace, y nuestra misión consiste, como individuos coherentes de la sociedad en la que estamos insertos, en que –tanto la conducta subjetiva, como la objetiva-, coincidan entre sí. Cuando alguna de las proposiciones falla, entramos en el camino de la incongruencia. Pensamiento y sentimiento expresan nuestras actitudes y decisiones ante las personas y el mundo circundante. Uno ‗piensa‘ y ‗siente‘ –en principio- según los datos recogidos y guardados a través del tiempo vivido. Muchos de estos signos, ni siquiera fueron analizados debidamente, y se incorporaron a nuestro ‗archivo de vivencias‘. Pero en determinados momentos, se actualizan, es decir, surgen al campo de la conciencia y obran como material energético y pensante. Por cierto es que, en varias ocasiones, decimos y/o hacemos un despropósito sin saber quién o qué instigó esa acción. Recordemos que pensamiento y sentimiento van unidos como el espacio-tiempo: no hay espacio sin tiempo ni tiempo sin espacio, porque ambos están correlacionados. Creo que el inconsciente a quién, amigablemente llamo ―el archivista ciego e imparcial‖, merece que le demos un espacio. Esta entidad, encerrada en lo profundo de la conciencia, puede ser un fiel servidor nuestro, aunque a veces nos ponga en verdaderos aprietos. Tiene la particularidad de ir recibiendo y acomodando en la psiquis, todo aquello que el yo personal le envía. Y lo hace sin ninguna discriminación. Al mismo tiempo esconde, en sus múltiples armarios, lo que se ha ido acumulando en el tiempo, desde que el hombre es hombre; esto es el ‗inconsciente colectivo‘. No obstante, nuestros inconscientes personal y colectivo, no son entelequias que piensan y actúan por sí solos, pero sí pueden dar sus respuestas en cualquier momento, y sobrenadar en la superficie de la conciencia. De todas maneras, están integrados en la unidad bio/psico/espiritual, y como tal, existe una verdadera vinculación entre ellos. Sin embargo el enigmático inconsciente, ingresa en sus anaqueles todo lo que le vino de la conciencia, y de cuando en cuando envía imágenes en forma desordenada, muchas veces borrosas, casi incomprensibles; otras veces nítidas, como recuerdos liberados del polvo del tiempo. Y está en nosotros interpretarlas y ordenarlas adecuadamente para establecer la visión de una recta definición de la vida. Aunque no es fácil lograrlo, ya lo sabemos, y entonces nuestro pensamiento se obnubila y es cuando podemos entrar en el territorio de la ―neurosis‖. Ya, en este estado, nos está vedada o entorpecida la capacidad de discriminar. Al no poder ver claramente nuestras propias necesidades y darles el encauce debido, no las podemos satisfacer. Y sufrimos existencialmente, y vivimos confundidos. En cierto modo, la ―neurosis‖ es una maniobra defensiva del hombre para protegerse a sí mismo de la fuerza arrolladora de la sociedad con la que convive. El neurótico ingresa todo lo que le viene del exterior, sin digerir. Y esto, no sólo no provee nada útil para la formación de la personalidad, sino que al revés, la desintegra.
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Por eso es muy importante que estemos atentos, despiertos, porque la sociedad no es enemiga nuestra, ya que está constituida por hombres como nosotros. Cada integrante de la sociedad, tiene los mismos elementos que tú, que yo. La cuestión es hasta qué punto conocemos nuestra unidad bio-psico-espiritual y cómo nos adiestramos para que ésta no se fragmente, ya que perdería su potencial. A todos les pasa lo mismo: conocen y desconocen su propio ser. Algunas personas llevan un sentido que orienta sus vidas; otras improvisan y se desarrollan según el aliciente que les provee sus sentimientos o el estado anímico del momento. Con estos últimos, conviene que estemos prevenidos. No con una actitud desdeñosa o suficiente, sino con esa misericordia que nace de lo profundo del espíritu y que tiene tanta fuerza que puede doblegar el mal y hacernos refractarios a toda simulación o injuria directa que pueda salir de ella. No es nuestra misión cambiar al mundo y a sus hombres rodando cabezas. ¡Válame Dios! Sí lo es el ser ejemplo de un apostolado que refleje el amor, la serenidad, la paz, la benevolencia, la benignidad, la ecuanimidad y el perdón. Acerca de la significación del hombre me viene una reflexión que quiero compartir con ustedes. En ocasiones se lo compara con una máquina: ―la máquina humana‖. Nunca me gustó la semejanza, tal vez porque el hombre es un ser tan especial, que no puede concebirse como algo que se hace en forma seriada; como un modelo que puede repetirse. Sin embargo, en algunas circunstancias, actúa como máquina, es decir, como algo que responde al funcionamiento de un botón que se oprime o palanca que se activa. Esto sucede con el hombre dormido, con el hombre robotizado, que es el hombre esclavo de ideas y sentimientos que recibe y adopta sin razonarlos y los disemina por doquier, como si fueran productos de su propia cosecha. De esta manera la vida le transcurre sin que él proponga su propio protagonismo. Como si alguien, situado en su psiquis, le dictara lo que tiene que hacer o sentir. Este hombre se siente sojuzgado, sin que él se dé perfecta cuenta, ajustándose a un rol determinado cuyo contexto ya está escrito. Esto no es obra de magia, porque repetimos aquello que aprendimos. Es, como si, a la manera de un actor, jugáramos nuestro papel en el escenario de la vida. Y sabemos que detrás del telón del escenario teatral pasan obras dramáticas, comedias, trivialidades de todo orden, obras de alto contenido de misterio, o bélico, o erótico o místico. Unas jocosas, otras aburridas. Todas ellas necesitan de actores que se adapten y jueguen su papel. Es así que, sin darnos cuenta, cada uno de nosotros desarrollamos un ―argumento‖ ajustado a las posibilidades de lo aprendido durante nuestra niñez. Y estoy seguro de que este ―libreto‖ obra fuertemente durante toda nuestra existencia. De ahí que puede conducirnos por caminos venturosos o desgraciados según quiénes hayan sido los encargados de aportar los elementos beneficiosos o perniciosos a nuestra cultura. Nadie eligió dónde nacer, ni los padres, ni el ambiente. Pero sucedió así. Si nuestros padres nos dieron amor sin reservas; fueron solícitos y comprensivos; nos animaron a pensar por nuestra cuenta; a disfrutar, a comprender el mundo en que
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vivimos, en buena hora. Abonaron el camino para que transitemos balanceando los contratiempos con los mejores momentos. Pero otras personas, en su niñez, no tuvieron esa dicha y crecieron en un ambiente cargado de falencias, desamor, atribuciones desvalorizantes y falta de un ―sentido de vida‖ claro y preciso, y ése será el signo negativo que guiará el destino de sus vidas. En este momento me parece oportuno aclarar que no creo en la predestinación. Aún cuando sé, positivamente, la incidencia que tienen sobre el hombre los genes y los flujos hormonales, tengo profunda fe en la rehabilitación del mismo cuando las situaciones les son adversas. Entonces, sintamos plenamente la alegría y el gozo por pertenecer a la legión de los afortunados. Pero los que no lo son, no sean rencorosos, duros, vengativos, porque lo hecho, hecho está y no podemos volver atrás en el tiempo. Aunque queda, para estos últimos, la esperanza de que los estigmas, si uno se lo propone, pueden suavizarse, y ¿por qué no?, desprenderlos si se hace el esfuerzo en ese sentido. Unos y otros vivamos despiertos a la luz del espíritu, que en su devenir va borrando iniquidades y todo aquello que ata al hombre a las cosas de la Tierra, y lo sublima en su propia dimensión, hacia esa razón de ser de su existencia terrenal. ♦ Aquí se hace necesario hablar de la conducta, y nuestra conducta está salpicada de ―emociones‖ y ―sentimientos‖. Ambas expresiones son de la misma estirpe, pero merecen una diferenciación. Mientras las emociones se disparan en forma irreflexiva, los sentimientos son algo que se arraigan más profundamente en nuestro ser. Los alimentamos y les damos hospedaje, porque sabemos que son fuertemente poderosos. Lo que pasa es que, en la misma casa se alojan sentimientos nobles y sentimientos bastardos. Digamos, puede convivir un sentimiento de piedad con uno de resentimiento. La casa es grande y tiene muchos aposentos. Está en nosotros el discriminar cuáles serán nuestros preferidos. Y tenemos un gran aliado que nos puede ayudar, que es el ―espíritu‖, ya que él es claro y definido: sólo acepta y es amante de aquellos sentimientos que promueven la felicidad del ser; que lo alientan a vivir y encontrar un significado a la vida. Hablamos de emociones que se disparan en forma irreflexiva y entramos así al campo de los ―estados anímicos‖ que están asociados a los impulsos instintivos. Algunas motivaciones que nos ocurren, nos servirán mejor para definirlos. Un día nos despertamos y nos sentimos como movidos a desplegar una estimulante actividad; una necesidad de planificar el día que comienza. Estamos verdaderamente dinámicos: cualquier cosa que se nos oponga, probablemente la derribemos en aras de nuestra óptima condición anímica. Otras veces nos despertamos lánguidos, frágiles ante cualquier circunstancia; hasta temerosos, sin saber a ciencia cierta cuáles pueden ser los motivos que inciden de tal manera en nosotros. A veces, para justificar el estado anímico decimos que somos ‗temperamentales‘. De cualquier forma que sea, lo cierto es que nos sentimos ‗presa del estado de ánimo‘. Como si éste se constituyera en un poder que actuara sin control, de modo tal que nos situara a nosotros como simples espectadores de lo que ocurre.
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Los alemanes, muy poéticamente, traducen el estado anímico como ―la pulsión de las fibras musicales del alma‖. Lo cierto es que se constituyen en un centro de acción energética que nos conmueve sin que sepamos por qué. Los ‗estados de ánimo‘ tienen su duración. Pueden perdurar un corto o largo tiempo o bien injertar profundamente en nuestro corazón, casi indefinidamente. Para comprenderlos mejor, sepamos que no están solos: están impregnados de emociones y sentimientos. Son estados afectivos simples pero colorean a la integridad de nuestro yo, en ese momento. Cuando nos ponemos rígidos y tensos ante el devenir del curso normal que la vida nos depara, nos conmovemos en-la-totalidad-de-nuestro-ser. Y ese desbarajuste fija, detiene la acción, la iniciativa, porque estamos hechos de tal manera que cada una de nuestras partes, por más infinitesimal que sea, está estrechamente vinculada con el todo. Así, cuando somos poseídos por un estado de ánimo calamitoso, llora nuestro corazón y nos sentimos agobiados por los sentimientos. Nuestros pensamientos, además, se hacen confusos, y el organismo altera su función sincrónica; cada aparato o sistema biológico se desequilibra. Algo muy distinto sucede cuando el estado anímico se asocia a sentimientos mancomunados con el amor y pensamientos positivos. El corazón salta de alegría, bullendo la sangre en sus cavidades y extendiéndose a todo nuestro ser. Las ideas y razonamientos se aclaran, se despeja la visión del mundo y sentimos el deseo de abrazar y besar a todos, en un gesto fraternal. Tal vez muchas personas no advierten que cada uno de nosotros poseemos un potencial inmenso. No nacimos carenciados. Nuestras apetencias de dar y recibir amor, de la expresión libre y gozosa y de comprender al mundo y a su gente, existen y quieren salir a la vida. No las retengamos. Démosle salida. ♦ El hombre, durante su vida, va en busca de algo. Ese algo, no siempre tiene una forma definida. Sin embargo pertenece a una fantasía que trata de concretizarse en una realidad, es decir, darle sentido. De modo tal que llegue a revelarse de entre todo lo demás que puebla sus circunstancias. Una vez llenado su deseo, se siente complacido. Pero en el camino del logro ansiado, muchos son los escollos que tenemos que sortear, y no siempre alcanzamos la meta deseada. Es fácil que sigamos otras bifurcaciones erradas, y nos perdamos. Y si así fuera y tenemos conciencia de ello, nos quedan dos opciones: o tratamos de volver al camino real, o nos abandonamos, con el peligro de entrar en un atolladero. De esta manera vivimos entre triunfos y fracasos. Los primeros nos incitan a proseguir el rumbo fijado, en tanto que los segundos nos llevan al desaliento, más todavía si éstos son acumulativos. Porque el que se malogra en sus proyectos de vida en común, seguramente se perfiló como un ser adulterado, es decir falto de elementos probos en la composición de su conducta. De todas formas, no estamos insertos en el mundo para ser pasta de sufrimiento. Quién más, quién menos, desea alcanzar la felicidad. ¿Por qué no? Muchos son los valores intrínsecos que poseemos y no merece que los desestimemos. Uno de ellos es la autenticidad, es decir la virtud que entronca en el espíritu humano, y por la cual el hombre alcanza a comprender la realidad neta de las cosas, y
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en ese sentido, sigue sin perderse. El auténtico va por la senda de lo verdadero, lo positivo y lo puro. Si bien es cierto que el hombre auténtico lleva dentro de sí su condición de tal, en ningún momento y por ninguna razón debe desaprovecharla, porque su presencia activa ayuda a los demás a seguir ese rumbo, liberado de la mentira y la hipocresía. Aunque no debemos perder de vista las diversas y numerosas circunstancias que, a la manera de un muestrario luminoso se nos presentan, momento a momento, y que deben ser discriminadas para separar ―la paja del trigo‖. Porque somos falibles a las contaminaciones de morbos que pasean errabundos dentro del amplio espectro social. Entre ellos la hipocresía. ¿Cómo podemos describir al ―individuo hipócrita‖? Se dice en un libro santo que las tres condiciones que ostenta el hipócrita, son: ―Cuando habla, miente. Cuando promete, no cumple. Cuando se confía en él, traiciona‖.
Quiere decir que, al encontrarnos con una persona hipócrita, nos hallamos frente a un ser mental y espiritualmente inestable y peligroso. Un ser que se educó y se perfeccionó en la simulación. Y la relación con él, se quiebra, porque somos vulnerables a que nos traicione. Si nos remitimos a las primeras edades de vida, sabemos que el niño no nació hipócrita. Al contrario, se abrió a los demás con su corazón candoroso al desnudo, indefenso, y por eso muchas veces fue objeto de aprovechamiento en su buena fe. En ese sentirse menospreciado, algunos se cubrieron con un manto de recelo y timidez, que tapaba su falta de adiestramiento en la batalla de la competición. Pero otros, valiéndose de la capacidad de defensa natural que todo ser humano posee al ser atacado, buscaron otra salida, y ésta fue el fingimiento. Simularon, e hicieron uso de esta arma que, en manos bien adiestradas, puede llegar a ser letal. Porque la hipocresía se viste de variados ropajes muy vistosos, que no delatan la intención escondida de quiénes los usan para sus propios fines. Y la hipocresía, no está sola; está aliada con la mentira, la cobardía y la maledicencia, quienes les dan sustento para extender su acción que suele ser devastadora, porque un solo hombre, poseído por este mal, puede propagarlo tremendamente, alterando la sana relación entre las personas. Se constituye así en una enfermedad de alto riesgo. Es hipócrita aquel que esconde sus pensamientos y sentimientos espurios bajo un manto de sacralidad que muestra a los demás. Es hipócrita aquel que se vale de los indefensos y oprimidos para alcanzar plataformas que satisfacen sus intereses de superioridad y avaricia. Hipócrita es también el que finge piedad por el que sufre, sin sentirlo en lo más mínimo. Es interesante e importante destacar que en las conversaciones comunes entre las personas, se envían dos tipos de mensajes; uno ‗directo‘, observable a nivel social, y otro ‗escondido‘, a nivel psicológico. Y justamente, en este segundo tramo, el hipócrita guarda sus intenciones, para no ser descubierto. Porque un enamorado puede decirle a su pareja: —Te amo- y que coincidan ambos niveles de intención. Aunque también puede asegurarle enfáticamente: —te amo-, y tener el propósito de aprovechar la debilidad de la otra persona para su propio interés. Es por eso que este flagelo debe ser atacado por todos los flancos para desarraigarlo de la sociedad
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humana, teniendo presente que el hipócrita es un ser vil, que esconde sutilmente sus propósitos. Pero así como los virus no desaparecen ante la acción de los antibióticos, sino con la presencia de vacunas específicas, de esta manera es cómo se debe proceder con el hombre hipócrita. Y esta prevención tiene que partir de la educación familiar y escolar que debería ir más allá de las enseñanzas del abecé, de las ciencias y de las buenas costumbres, ayudando al ser humano a vivir con dignidad y honestidad, dentro del organismo social. En ese contexto, puede comprender que su espíritu se gratificará en tanto y cuanto proceda con la verdad, lisa y llana, sin tapujos. La envidia, prima hermana de la hipocresía, es un sentimiento sórdido y mezquino, y cuando entierra su garfio en el corazón del hombre, lo somete y lo hunde en la desgracia, porque el envidioso siempre está insatisfecho y molesto por el beneficio que puedan lograr sus semejantes. De modo tal, que no vive su vida provechosamente, porque la malgasta en ocuparse de la ganancia de los demás. Y a veces es tan fuerte en él ese sentimiento, que urde cualquier tramoya para que el otro fracase. Nuestras mejores disposiciones para que ésta no nos invada es el escudo de la benevolencia y la humildad. En la llamada ―lucha por la vida‖, el hombre puede determinar su postura. O se hace arrogante y desafiante y muestra sus dientes desnudos a sus congéneres, o se viste con la túnica inmaculada de la humildad, que no es sumisión ni acatamiento a la voluntad absoluta de los demás, sino respeto por los mismos. La maledicencia es otro de nuestros ―pecados sociales‖. Abrir las puertas de la maledicencia es entrar en el terreno maloliente de la intriga, de la calumnia y de la infamia. Y con qué facilidad nos embarramos. ¡Qué poco nos cuesta ultrajar la honra de una persona! Porque, una vez enviado el fax, no podemos volver atrás; ya salpicamos su persona. De ahí la necesidad de frenar nuestra lengua. Decimos, —esa persona es tardía para pensar y exteriorizarse, y esta otra manifiesta su opinión con una rapidez que asombra-. ¿Cuál preferimos? Indudablemente la primera, porque es más difícil que se equivoque en sus apreciaciones aquella que repiensa una sentencia antes de lanzarla, ya que, ‗una vez arrojada la piedra, no podemos atajarla en su trayectoria‘. Y ¡cuántas veces hablamos mal de una persona y al tiempo nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado!... La ira. Según los antropólogos, nuestros primeros pasos por el mundo, se asemejaron, en mucho, a las características que presentaban los animales. Es decir que cazaban y mataban en la búsqueda de sus alimentos. Pasaron muchos años, y el hombre fue modelando su conducta, perfilándose hacia un ser menos agresivo y más reflexivo. Surgieron leyes, ordenanzas y una complementación de tareas donde se distribuyó el trabajo personal en planes comunitarios. El hombre pudo, entonces, hacerse más comprensivo y solidario con sus semejantes. Pero los pueblos fueron creciendo y se convirtieron en ciudades cada vez más populosas y aparecieron los fantasmas de la competencia desleal, que azuzaba a los humanos a alcanzar predominios a todo costo. Y así también avanzó la desconfianza y la prepotencia, haciéndose dueñas del campo, y desajustando la armonía que pudiera haber entre los hombres. Y renació el salvajismo desenfrenado, que se encontraba escondido en algunos de los anaqueles del subconsciente. Y la ira, enemiga de la templanza y de la
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moderación ocupó su lugar, encaramándose en el hombre que, desde ese momento, perdió el dominio de sí mismo, y se hizo muy sensible a los ―estados de cólera‖. Creo interesante describir el momento de ira en la persona, según lo manifestara Séneca con tanta claridad: ―Inflámanse sus ojos y centellean; intenso color rojo cubre su semblante, hierve la sangre en las cavidades del corazón; tiémblanle los labios, aprieta los dientes, el cabello se levanta y eriza; su espiración es corta y ruidosa, sus coyunturas crujen y se retuercen, gime y ruge; su palabra es torpe y entrecortada, chocan frecuentemente sus manos; sus pies golpean el suelo, agítase todo su cuerpo, y cada gesto es una amenaza: así se nos presenta aquel a quien hincha y descompone la ira. Ninguna calamidad costó más al género humano‖. (Tratados filosóficos)
¿Has notado qué quedó de nosotros luego de pasar por un momento de iracundia? ¿Cuántas cosas dijimos e hicimos, sembrando el campo de batalla de fantasmas que nos cuesta desalojar de nuestra mente...? El resentimiento. En un mundo donde la gente vive atropellándose entre sí buscando mejores puestos, mejores oportunidades, mejores remuneraciones, hay algunos que los consiguen y muchos otros que quedan a la deriva, mordiendo su rabia y su impotencia, porque son desalojados, muchas veces desaprensivamente, por los más fuertes y los más dispuestos. El ―hombre resentido‖ y el ―hombre rencoroso‖ son dos entes de la misma familia pero cabría una cierta diferenciación entre ambos. Diría, como lo expresa el diccionario: el resentido se origina a partir de ―un disgusto o sentimiento penoso del que se cree maltratado por la sociedad, la suerte o la vida‖, y actuaría bajo un impulso emocional que podría atenuarse y aún desalojarse, mediante un bálsamo de amor y comprensión por parte de los demás. En esa disposición de indigente, podría apuntarse hacia el niño que no fue deseado o que se sintió desvalorizado de cariño y reconocimiento. En tanto que el rencoroso mantiene su odio en forma arraigada y tenaz en su corazón, por lo que resulta ser muy peligroso, ya que esconde su vileza en la oscuridad, y es capaz de las infamias más deshonestas. Pero no se nos ocurra desafiarlo y hacerle notar su bajeza, porque perdemos. Más bien, démosle en cambio, el mayor amor posible, de modo de ir desgastando sus aguijones y así tratar de transformar el peligro, en una relación cordial y sin disfraces. Un autor, el catedrático López Quintás, nos pinta una clara discrepancia entre el ―hombre sencillo‖ y el ―hombre resentido‖, que me parece oportuno lo consideremos: Dice así: ―el hombre sencillo sabe muy bien que conceder primacía a un valor sobre otro implica un sacrificio, pero lo hace en aras de la fidelidad a lo relevante (...) Acepta gustoso la presencia de lo egregio, aunque haga resaltar su propia vulgaridad. Al asumir lo que sobresale por su valor, el hombre sencillo convierte su menesterosidad en plenitud‖. En cambio, ―el hombre resentido, que siente pesar por la existencia de valores que lo superan, no acepta esa forma de jerarquía y promueve la ‗subversión de valores‘. Siente complacencia en alterar la escala de valores y situar los valores más altos en los escalones más bajos. Esta alteración de la verdadera jerarquía de valores provoca la banalización de la vida humana y la indiferencia ante aquello que se impone por su valor‖. (El arte de pensar
con rigor y vivir de forma creativa).
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En consecuencia, nos valdría poner nuestra cuota de comprensión, de compasión y de amor ante tantos hermanos resentidos y rencorosos con los que nos topamos a diario. ♦
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*4 Amistad – Fidelidad La personalidad de cada uno va a encontrar su mejor espacio cuando la verdadera amistad haga nido en su corazón. La amistad es uno de los más preciados tesoros al que el hombre puede aspirar. En ella expone totalmente su intimidad sin reservas, porque cree en ese ser en quién confía. ¿Cómo se produce ese maravilloso encuentro? Tenemos calor, ¿qué hacemos? Nos refrescamos con una agradable ducha, ingerimos unas bebidas frías, nos vestimos con ropa liviana, y conseguimos calmarlo. Si padeciéramos de frío, haríamos todo lo contrario. Pero, de una u otra forma, recurrimos a todos los elementos posibles que contribuyan a hacernos sentir bien. En otro orden, consciente o inconscientemente, buscamos orientar un derrotero de vida para hacerla más plácida. Y nos encontramos, casi sin darnos cuenta, con personas que giran alrededor nuestro. Con algunas de ellas nos asociamos al circuito que nos agrada y que puede o no convenirnos, y nos alejamos de aquellas otras que nos producen aversión. De esta manera surgen las amistades y las enemistades. En el plano de la ‗amistad‘ se crea un delicado entramado que merece una atención de ambas partes –si no continua- por lo menos dentro de una actitud respetuosa y cálida. Con aquellos con los que congeniamos, podemos hacerlo siguiendo idearios diversos porque la personalidad que ostentamos como ser humano, es heterogénea. Digamos: con algunas personas me siento bien intercambiando intimidades que conmueven mi modo de ser y de sentir. Con otros, evaluando temas culturales de distintas índoles, e incluso tratando con aquellos que persiguen hobbies de intereses comunes. Así, cada hombre puede desdoblarse en variadísimas personalidades que contienen parte de su haber. Ya sea como padre, cónyuge, hijo, abuelo, hermano, tío, sobrino, amigo, vecino, patrón, subordinado, etc., y a cada una le acredita un acento distinto, sin perder su propia idiosincrasia. Compartir nuestra vida con un amigo fiel, la hace mucho más saludable, porque es un soporte firme. Así lo dice el autor del Libro del Eclesiastés (9,10): ―Valen más dos juntos que uno solo, porque es mayor la recompensa del esfuerzo. Si caen, uno levanta a su compañero; pero ¡pobre del que está solo y se cae, sin tener a uno que lo levante! Y a uno se lo domina, pero los dos podrán resistir, porque la cuerda trenzada no se rompe fácilmente‖.
Justamente, me viene a la mente algunos versos del Martín Fierro de José Hernández, que comenta el comienzo de una amistad, y uno de ellos dice: ...‖tenga confianza conmigo; Cruz le dio mano de amigo y no lo ha de abandonar...‖
Y en otro momento, cuando, en la soledad del destierro consentido por ambos gauchos, se produce un brote maligno de viruela entre los indios: ―El recuerdo me atormenta, /se renueva mi pesar; /me dan ganas de llorar, /nada a mis penas iguala; /Cruz también cayó muy malo/ ya para no levantar. Todos pueden figurarse/cuánto tuve que sufrir;
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/yo no hacía sinó gemir, /y aumentaba mi aflición/no saber una oración/pa ayudarlo a bien morir‖...‖Lo apretaba contra el pecho/dominao por el dolor, /era su pena mayor/el morir allá entre infieles; /sufriendo dolores crueles/entregó su alma al Criador. De rodillas a su lado/yo lo encomendé a Jesús; /faltó a mis ojos la luz, /tube un terrible desmayo; /cái como herido del rayo/cuando lo ví muerto a Cruz‖...‖Y yo, con mis propias manos, /yo mesmo lo sepulté; /a Dios por su alma rogué,/de dolor el pecho lleno,/y humedeció aquel terreno/el llanto que redamé.‖ Vale acá lo que dijera el autor José Narosky: ―En la muerte de nuestro amigo, medimos con más justeza su valor y nuestro afecto‖.
Si analizamos cabalmente estos párrafos, nos daremos cuenta de la importancia que representa la fidelidad en la amistad. Fidelidad no es solamente una palabra; ¡tiene tanta riqueza su razón de ser! Porque la fidelidad encierra varios significados a los que deben sujetarse ambas partes para que la amistad se consolide: sinceridad, confianza, constancia, veracidad, franqueza, probidad, lealtad. Es por eso que la fidelidad no es un producto que se adquiere en un mercado. Es algo tan especial que el portador de este loable beneficio, tal vez no se dé cuenta exacta del tesoro que lleva consigo. En la fidelidad no defraudamos la confianza que puso nuestro amigo en nosotros y no la usamos para obtener un logro personal. En la fidelidad guardamos celosamente las confidencias en las que él se abandonó, y somos muy cuidadosos en no herirnos recíprocamente. Lo que verdaderamente resulta ingrato, es cuando atentamos contra ese tesoro del alma. Yo te pregunto: ¿te das cuenta de las veces que fuimos depositarios de intimidades que nos fueron confiadas creyendo que las guardaríamos bajo cinco llaves, y fuimos perjuros y las diseminamos sin más? ¿No crees que parecería como que existiera, dentro de nosotros un instigador que nos apremia a declarar secretos que deberíamos mantener en el silencio del corazón? Convengamos en que esta infidelidad rompe los pactos de la intimidad y nos hace proclives a revestirnos con un ropaje de traidores al compromiso de amistad que debería existir entre las personas. Y lo que es peor, podría provocar otro mal, que es la discordia. Y sabemos que la discordia, en su grado mayor, ocasiona odios, resentimientos, y hasta la guerra. Reconozcamos que la señora discordia es una dama muy activa, a la vez maliciosa, que se esconde en sus propios pliegues tenebrosos. Entonces, alineémonos con la lealtad, fundamento de un corazón puro en sentimientos. Y este imperio conviene que lo defendamos a capa y espada, porque nos hará nobles. ♦
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*5 La voluntad de decidir: la sabiduría del discernimiento El ―acto de la decisión‖ requiere un esfuerzo de la voluntad y, al mismo tiempo, la valentía de exponer, ante los demás, la propia personalidad desnuda. Convengamos en que, en las variadas y múltiples facetas que presenta nuestra vida, existen decisiones que mayormente juegan momentos, algunos casi automáticos, que efectuamos sin alterar mayormente nuestra existencia. Digamos: el despertar a cierta hora para ir al trabajo; asearse, elegir la vestimenta de ese día; tomar o no un refrigerio. Pero también otros más exigentes como cuando, en el viaje de ida, pienso y repienso lo que voy a decirle a ese compañero que ayer me ofendió, o en qué forma expondré mi estrategia de venta ante determinada firma para hacerla factible y satisfactoria... y muchas más. Lo que sí sabemos, realmente, es que cada tramo de nuestra vida exige de cada uno de nosotros, individualmente, una decisión. Que nos equivoquemos o no en la elección, es otro cantar. Por eso, me pongo en consonancia con Ortega y Gasset cuando asegura que ―vivir es una faena porque el hombre está siempre en una circunstancia, que se encuentra de pronto y sin saber, como sumergido, proyectado en un orbe o contorno incanjeable. De tal modo, para sostenerse en esa circunstancia, tiene que ‗decidir en cada instante‘ lo que va a hacer en el siguiente‖. Como esta faena -tú lo sabes- resulta, por
momentos, bastante pesada, no nos llama mayormente la atención el que algunas personas declinen esa tarea en otros, pero, aún así, ―yo soy quien ha decidido y sigue decidiendo que él me dirija: no transfiero, pues, la decisión, sino tan sólo su mecanismo‖. Entonces, en la certeza de que la vida es un ―quehacer‖, el eludir esta tarea menoscaba la integridad personal. Sin embargo, en el amplio espectro de la decisión, suceden muchas cosas. Podemos optar, en ciertos momentos, ante circunstancias triviales que no gravitan mayormente en nosotros ni en las personas que giran dentro de nuestra órbita vital, pero existen otras en donde está en riesgo nuestra salud orgánica y/o psico-espiritual. Acá es donde pueden producirse fracturas en nuestra estructura como persona. Yo creo que la falta de toma de decisión en estos últimos casos, se convierte en un pecado de trasgresión a las leyes de la vida. Y en este ítem se van acumulando situaciones que nos exigían resoluciones que no fueron tomadas. Postergaciones. Las postergaciones se transforman, muchas veces, en eslabones de gruesas cadenas que arrastramos, dificultando el ágil andar por la vida. A mí me ocurre que cuando en algún momento consigo encarar esa postergación que me impide el andar, siento como que una suave brisa acariciara mi rostro; como que se anulara un grueso eslabón de esa cadena.
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Conviene, entonces, querido amigo, estar prevenidos, porque en cualquier instante puede suceder algo que altere nuestro estado de pasividad, sin llegar, necesariamente, a las ‗expectativas catastróficas‘ donde nuestro dominio de las cosas se perderá y estaremos al borde del barranco de la desesperación. Ahora me hago esta pregunta: ¿soy flexible a la hora de la decisión, y vuelco realmente mi sensatez en ella? Yo creo que debemos ser muy cautos en el momento de decidir sobre algo que nos comprometa o comprometa a un tercero. Es muy posible que alguien me apure para que me expida en alguna situación, y prefiero guardar cierta reserva para no desbocarme en el resultado. Creo que esta actitud se encuentra en el arcano de la sabiduría, y no debemos menospreciarla. Ser fiel a uno mismo es una responsabilidad que merece una atención de ―tiempo completo‖. Y para ello nuestros pensamientos-sentimientos tienen que coincidir con las acciones sensatas que llevamos a cabo. Y la tarea de vivir se hará blandamente, en un clima de sano bienestar. Cuando mencioné las postergaciones las encasillé como elementos perjudiciales, y no siempre son así. En el recuerdo de lo que ―uno podría haber sido‖, hay varios casilleros vacíos que no se ocuparon. A mí me pasó lo mismo: pude haber sido médico, o actor o músico... pero algo muy recóndito hizo que estas categorías no se cumplieran, y sin embargo, no me sentí malogrado o fracasado, porque —ahora me doy cuenta— no era mi destino. ♦
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*6 Cambio – Plan de vida Caminamos siguiendo el derrotero que nos marcan las circunstancias, y lo hacemos, no siempre acompañado de una clara visión, sino opacado por una ―niebla de contaminaciones‖ que nos impide ver el horizonte claro. Nos encontramos con una realidad que nos promueve a actitudes duales de aceptación o repulsa, de confianza o sospecha, de apertura o retracción, con el cortejo de sentimientos que las acompañan. Sin embargo, no llegaremos a consubstanciamos con la realidad verdadera, en tanto no le demos cabida dentro del núcleo de nuestro ―entendimiento espiritual‖. En consecuencia, la integración mente-cuerpo-espíritu es absolutamente necesaria para encauzar el ―sentido de vida‖ y alcanzar los más nobles propósitos tales como vivenciar el amor, el bien, la belleza y la sabiduría, y sentirlas muy nuestras. Así, el encuentro interpersonal llegará a ser amable, armonioso y amoroso, porque en cada uno de nosotros anida el germen que lleva al afecto, a la aceptación, a la confianza y a la apertura, que nos trasladará a una visión más agradable y sana en este mundo en el que nos toca vivir. Pero no podremos llegar a este ejercicio vital, mientras no refresquemos nuestra alma, muchas veces cautiva de las aprensiones, ya que la renuncia a ―la-vida-en-el-espíritu‖, bloquea el desarrollo del ser personal, suscitando estados de ánimo constreñidos a la tristeza, la angustia y la desesperación, nada favorables a los sentimientos de creatividad. Y así seguiremos ‗dormidos‘ y nuestra vida transcurrirá como si nosotros no formáramos parte de la misma. Y yo me pregunto ¿hasta cuándo, entonces, seremos un miembro de esa vorágine que nos impulsa a caminar siguiendo un rumbo que no elegimos? ¿En qué momento diremos ¡basta, hasta aquí he llegado!; siento la necesidad imperiosa de cambiar de rumbo, de ser yo mismo quién dirija, quién administre mi propia heredad? Sí, despertemos e indaguemos en la interioridad de nuestro ser. Rebelémonos contra ese ―yo‖ que nos oprime, nos subyuga, y propongámonos un ―plan de vida‖ dándole cabida a esa casi ignota partícula divina que humildemente tiene su morada en nuestro corazón. Esa esencia espiritual que promueve el amor y la libertad, signos distintivos que Dios puso en cada uno de nosotros para ser usados discrecionalmente. Quiero significar, con todo esto, que es el momento de propiciarnos un cambio que podría desembocar en una verdadera y hermosa conversión del ―hombre viejo‖ al ―hombre nuevo‖. Es decir, del hombre cuya vida le transcurre sin que él participe como conductor consciente de su protagonismo y sus consecuencias, a aquél otro ser sensible, amable, generoso, respetuoso del pensar y sentir de los demás. Que ofrece gratuitamente su amor a los otros seres sin pedir nada a cambio. Cuántas veces nos habremos dicho: ¿por qué me habré manifestado de tal manera? ¿Qué me movió a obrar así? ¿Qué me sucedió para dejarme llevar por un
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arrebato que arrasó con la dignidad de la otra persona y del que luego me arrepentí cuando ya estuvo el mal hecho? Y ¡cuántas veces no me importó, porque sentía que esa era mi índole y que debía ser solidario con ella! Sin embargo, creo firmemente que, cuando comprobamos que los demás se sienten afectados por nuestro carácter desapacible o vengativo o disociador; cuando nosotros mismos sentimos un regusto desabrido por nuestro comportamiento o actitudes, es hora de pensar seriamente en un ‗cambio‘. Porque en esas condiciones antedichas, estamos desubicados como seres humanos en un ―recto sentir‖ o en un ―recto pensar‖ o en un ―recto decir‖; elementos conductuales que dan testimonio de que nuestro paso por la vida terrenal no ocurre en vano, sino que se traduce en un fiel reflejo de nuestra unidad como seres, medio hombre y medio divino que somos. Nos decidimos entonces por ‗el cambio‘, y surge la pregunta ¿qué se requiere de nosotros para que el cambio sea efectivo? En principio, el convencimiento propio de que es necesario que lo hagamos en virtud de un equilibrio de la conducta psicoespiritual. Luego, apoyarnos en el coraje que nos acompañará en todas las etapas de la determinación tomada, dándonos ánimo y proveyéndonos de la constancia necesaria para seguirlas. Por último, determinar el planeamiento que aclarará los significados del cambio. No obstante, los obstáculos son muchos y variados, y surgen en cualquiera de los puntos que convenimos. El primero puede ser saboteado cuando pensamos — ¿Para qué cambiar? Que lo hagan los otros; yo soy así, es mi forma de ser. No creo obrar mal cuando me meto en la vida de los demás: sólo quiero ayudar.
El coraje también puede ser doblegado. Si los mensajes internos animan nuestro intento en un ―tú puedes hacer; lo importante es la constancia‖, bienvenido sean. Pero si provienen de voces que promueven nuestro desvalimiento —―es tarde para hacerlo; no estás capacitado para seguir ese camino‖, muy poco favor nos harán en el empeño. En cuando el planeamiento, es muy importante no fijarse metas inalcanzables en poco tiempo. Recordemos: ―En la labor humana no es vano el afán ni inútil la porfía; jamás en el breve término de un día, madura el fruto ni la espiga grana‖.
Nuestro ritmo debe asemejarse al de la Naturaleza: lento, pero seguro. Sabemos que cada uno de nosotros tiene las capacidades necesarias para solventar los inconvenientes que en cada momento se oponen a nuestro libre albedrío, pero también poseemos la virtud de la disciplina que, salida a la luz, nos permitirá ver en perspectiva, y comprender qué es lo que nos conviene. La integración representativa del ser humano en sus tres partes indivisibles, se hace tangible cuando alguna de ellas nos habla en su idioma: a veces de manera ostensible; otras, imperceptible. Porque, aunque cada una, ya sea el cuerpo, la mente o el espíritu, acusen su propia autonomía, también es cierto que mantienen entre sí una vinculación tan estrecha, tan estrecha, que la motivación de una de ellas, repercute en las otras. De la misma manera, considerado el individuo ―per se‖, cada decisión o iniciativa que él adopte hace impacto en las demás personas, conmoviéndolas en distintos grados. Quiero decir que la vida es una sucesión de significancias entretejidas, de tal manera, que la disposición de cada ser influye en la de los demás. En consecuencia, todos los seres vivientes, ya sean animales o vegetales, son receptores y efectores, recibiendo y distribuyendo en mayor o menor medida, los impactos beneficiosos o malsanos.
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Por lo tanto, estoy firmemente convencido de que el individualismo expresado en la frase ―bancárselo solo‖ es una total patraña, y no nos hace ningún favor. Al contrario, perdemos de vista el rumbo y nos sentimos náufragos, ya que a nosotros nos cabe fijar el derrotero de nuestra travesía para evitar el desaliento de George Herbert cuando expresa: ―Una embarcación enferma, tambaleante, que se estrella contra las rocas...Dios mío, hablo de mí‖. La embarcación no se hace sola; tampoco los instrumentos de orientación: contamos con el aporte de todos para atrevernos a vivir nuestra vida con la dignidad que nos da el ser depositarios del amor que Dios puso en cada uno de nosotros. ♦
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*7 El hombre en sociedad Todo ser humano integrante de una sociedad constituida, recibe de ésta una lluvia de radiaciones que se traducen en orientaciones, consejos y amonestaciones que influyen en la dirección que orientará su vida. Además se hace pasible de los usos y costumbres que marcan distintas épocas. Algunos las aceptan y otros las rechazan. Una de las primeras dominaciones que obró en el hombre, fue el ―acto de pertenencia‖. El niño, en sus primeras edades, se hizo fuerte a todo lo que le llegaba a sus manos. Su conciencia le dictaba que era suyo, y se aferraba a las cosas. Pero, en el tiempo, surgió otra potencia, disímil a la anterior y muy importante en la vida de relación, y ésta fue el ‗compartir‘, es decir, la -voluntad hecho acto- de distribuir, repartir o dividir algo, ya fuera material o de orden espiritual, entre otros más necesitados. Y esto nos hizo felices, porque el que comparte también participa y coopera con el bien común. Aunque no todos entendieron esta actitud, porque en muchos hombres era más fuerte la codicia y el egoísmo, cerrándoles, como un manto oscuro, la puerta del corazón. Es bien significativo, que cualquiera de nosotros puede ser poseedor de naturalezas especiales que se encuentran dentro de él y que pugnan por salir afuera. Estos ―atributos‖ son esencia en el individuo y perfilan una personalidad donde el amor y la compasión emanan del espíritu y destellan como rayos luminosos, que se dispersan entre los afligidos, los marginados y los que sufren humillaciones de toda índole. Esos hombres, de bondad infinita, no necesitan estímulo para ofrecerla a sus semejantes, porque ya de por sí, son portadores de un regalo que les es ineludible otorgar a los demás. Ahora, si el compartir compromete a una autoridad constituida, que tiene el deber de organizar la buena relación entre los ciudadanos de un país, la situación se hace mucho más compleja, porque no todos son conscientes de su ejercicio. En este aspecto es interesante recordar que ―una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país.‖ (Catecismo de la Iglesia Católica-párrafo 1897). Además, ―esta autoridad es necesaria para la unidad de la sociedad y su misión consiste en asegurar, en cuanto sea posible, el ‗bien común‘ de la sociedad‖.
Mucho se habla del ―bien común‖ y no siempre se entiende claramente de qué se trata. El CIC. lo define de esta manera: ―es el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección‖ (párrafo 1906).
Y en esto de compartir nos encontramos con gente, que ante el estímulo dado por aquellos que dan lo mejor de sí, cambian esplendorosamente su vida, que estaba plagada de escorias y de las que no podían o sabían desprenderse. Pero, lo que es
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mejor, estos individuos, iluminados por la misericordia, irradian los bienes recibidos, porque el amor, en todas sus formas, posee la cualidad divina de difundirse incondicionalmente entre todos. Me adhiero a las palabras de Isaías 58,7-10: ―Si está en ti compartir tu pan con el hambriento/y albergar a los pobres sin techo;/cubrir al que veas desnudo/y no despreocuparte de tu propia carne./ Entonces despuntará tu luz/como la aurora/y tu llaga no tardará en cicatrizar.(...) Si eliminas de ti todos los yugos,/el gesto amenazador y la palabra maligna;/si ofreces tu pan al hambriento/y sacias al que vive en la penuria,/tu luz se alzará en las tinieblas/y tu oscuridad será como el mediodía...‖
* No nacimos a la vida como ―arrojados en el mundo‖, sino con un significado especial, que se mantiene en el misterio. Y en este mundo en el que estamos situados, nos relacionamos con existencias orgánicas e inorgánicas y con ellas, de una u otra forma, en contigüidad cercana o alejada, vivimos nuestra existencia. Somos entes integrados, aunque poseamos distintos organismos de diferentes conformaciones y funciones. Creamos vida y construimos elementos, validos de la ciencia y de la técnica, que nos permiten visualizar, comprender y gozar de nuestra estadía en la Tierra. Sin embargo, a pesar de nuestra inteligencia que crece en la medida en que la desarrollamos, existe una contención o dique que nos impide cruzar las fronteras del infinito, luego de la cual caemos en un ―abismo mental‖. Quiero decir, que, en cierta forma, somos seres limitados. Y esto me lleva a una pregunta: ¿existe el ―hombre normal‖. O mejor, ¿qué es ―conducta normal‖? Para una respuesta adecuada a este dilema, todos sabemos que un grupo social formado en comunidad, provee una serie de ordenanzas, edictos y reglamentos, que satisfacen al común de la gente en pro de una convivencia aceptable y en paz. Y todas aquellas personas que no se ajusten a estos criterios, será considerada ―anormal‖. Pero yo voy más allá. Abarco en el concepto de ―normal‖ un amplio espectro que es: la necesidad de amar y ser amado sin ser posesivo; el ser reconocido como persona diferente sin que esta situación conlleve a la altanería de creerse superior a los demás. Contribuir a la comunidad con los atributos de bondad, respeto hacia los demás; comprensión, ayuda al que sufre o al necesitado; competencia no desleal y la gratificación mesurada de los placeres, ya sean éstos materiales o espirituales. Y estaría por ―fuera de lo normal‖, el que mata y ultraja a otro ser viviente; el que roba al prójimo; el que se ensaña en actos crueles contra otros individuos sean seres humanos o animales; el que atenta contra la ecología y las leyes naturales; el que destruye obras de arte y otros elementos creados para el bien de la comunidad. Tengamos presente que todas estas escorias se adhieren y se fijan en la personalidad de algunas personas consideradas normales por el común de la gente y son causa de verdaderos desastres. En cambio, aquellos elementos especificados como realmente normales, nacen con el individuo; es decir son ―esencia‖ de todo ser humano, y salidos a la luz, marcan, con su ejemplo, el camino hacia una verdadera razón de la existencia. *
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Volviendo al punto, es notable comprobar las distintas similitudes que los productos de la ciencia y de la técnica tienen con los hombres, sus creadores. Así, en la búsqueda de respuestas, me parece oportuno deslizar algunas relaciones o analogías, que existen entre el hombre con su composición interna, su entorno y sus experiencias. De esta manera, usamos, para explicar algunos fenómenos que nos suceden, los términos energía, equilibrio, estabilidad, fuerza, y nos adentramos en los dominios de la física y de la mecánica. Entonces, cuando decimos que nuestros estados anímicos están generados por ―impulsos‖, estamos hablando de una energía dinámica, que nos mueve a actuar de tal o cual manera. Y siguiendo esta comparación con la física, una vez producido el envión, o arranque que me llevó a promover una determinada acción, la recuperación podría dirigirme al punto cero del que partí, es decir a la estabilidad y equilibrio por el recto camino, a esa fuerza que me animó; o podré caer en el campo del descontrol y la inestabilidad. Es decir al ―terreno de la sinrazón‖. Porque todo acto tiene su ―tiempo‖, e incluso, puede dejar la marca. Digamos como ejemplo: si a una plancha elástica le ejercemos una fuerza de tracción en ambos extremos, ella se estirará hasta cierto punto. Si abandonamos la tensión, la plancha volverá a su estado normal, pero si las fuerzas siguen estirándola obstinadamente, llegará un momento en que se perderá el módulo de elasticidad, y ésta dejará de cumplir su cometido: se hará inútil en su función. Ahora bien, llevado este símil al terreno de la conducta, veremos que cuando las personas discuten agriamente y/o se agreden entre sí, pasado el momento de ofuscación, pueden volver al área de tranquilidad (estiramiento de la plancha y vuelta al punto cero). Pero, si esta situación, no solamente se hace habitual, sino que se malgasta entre ellas el respeto que se merecen, (estiramiento exagerado y sostenido), pasado el momento crítico, la relación interpersonal se hallará fuertemente deteriorada (pérdida del módulo de elasticidad). Acerco otro ejemplo concreto. El cuchillo y la tijera, entre otros, fueron inventos humanos realizados para un uso determinado: cortar. Cuando estos instrumentos no tienen filo, pierden su función esencial; no sirven, hay que afilarlos para que renazca su destino primigenio. Ese acto consiste en pasar repetidamente su perdido corte, por una piedra especial para atraer los átomos de hierro hacia la zona activa y concentrarlos en ese lugar, a fin de que actúen debidamente. Si esta situación la llevamos al terreno humano, ¿qué ocurre cuando alguien solicita nuestra atención y nosotros no se la damos o nos distraemos? Si volviéramos al ejemplo del cuchillo y lo percibiéramos analógicamente, podríamos decir que en este caso no hubo concentración de iones (atención al estímulo), y al no conseguirse el vínculo entre propagador y oyente, se perdió la posible interrelación que toda comunicación necesita. Incluso hablamos de la agudeza, o sea el poder de penetración que poseen las herramientas que hemos tomado como modelo. Y en lo humano, reconocemos en algunos hombres esa virtud, que se traduce en viveza, lucidez o perspicacia. Y ahora que nos referimos al acero como componente esencial de las herramientas citadas, ¿qué propiedades tiene? Es un metal dúctil (dócil), maleable (modificable), muy tenaz (terco, firme, que se adhiere con fuerza a una cosa), y
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fácilmente oxidable (que se puede combinar). Entonces, las facultades antedichas, propias de este metal, muy bien podrían asemejarse a las capacidades y respuestas que toda persona presenta en su conducta. Es decir que, en algunas circunstancias, el hombre se muestra como un ser dócil; aunque en otras ocasiones se mantenga terco o firme en sus convicciones o a los problemas que debe superar, o bien se deje seducir por los pensamientos y sentimientos que los demás expresan, facilitando la apertura y el acondicionamiento a la impregnación de otros razonamientos extraños a los suyos. En otro aspecto, ¿quién no habrá sufrido en su propia casa un cortocircuito que lo dejó sin electricidad, y con ello quedaron sin vida todos los artefactos alimentados por esa fuente de energía? Y en la vida de relación, ¡cuántos cortocircuitos que habremos padecido por la culpa de no sé quiénes! y encontrarnos ante situaciones que nos dejan inermes, sin voluntad para reaccionar... Recordemos también que las fuerzas de atracción o repulsión entre dos cuerpos estacionarios, crea un campo eléctrico. Quiero significar que nuestra conducta, manifestada hacia una o varias personas, ya sea de signo bondadoso o malvado, se irradia en todo el circuito que nos rodea. Cuando nos referimos a la electricidad, sabemos de algunos instrumentos llamados condensadores, que tienen la virtud de almacenar energía. Y yo me pregunto ¿cuánta energía potencial guardamos en nuestro corazón transfigurada en sentimientos? Amor, comprensión, compasión, tolerancia, respeto por la dignidad del otro, etc.; todos ellos que, emergidos de su fuente generadora, provoca en el individuo con el que nos toca alternar, una fuerza inductora y saludable. Aunque también se ubica en este órgano, desgraciadamente, un cupo, a veces muy grande, de energía dañina, tales como el odio, el resentimiento, la maldad, el agravio, y muchas más de esta progenie, que pueden diseminarse y dañar corrosivamente a los demás. En nosotros está, pues, el poder de calibrar esa carga inductora para que se encauce por caminos provechosos. Ahora, si enfocamos la atención dentro de nuestro ámbito corporal, ¡con cuántas maravillas nos encontraremos! Comenzando con el corazón, órgano principal de nuestra economía humana. Donde los poetas y místicos, en la búsqueda de un aposento digno para el amor, coincidieron en que ése era el lugar indicado. El corazón, desde donde el hombre establece su relación espiritual con los demás. El corazón, fuente de la vida y de la muerte. Impulsor de la sangre que corre por arterias y venas al ritmo de los movimientos de contracción y dilatación que él produce. Esa sangre que fluye con sus componentes de vida y que llega hasta el fondo de los tejidos humanos. Todo el entramado humano vive a expensas del alimento que circula por los vasos sanguíneos. Allí, en la intimidad de los tegumentos humanos se produce el intercambio de oxígeno y el anhídrido carbónico transportados por los glóbulos rojos. Todos los puntos de nuestra economía corporal reciben el oxígeno que da vida y desecha el anhídrido carbónico, producto tóxico del trabajo metabólico; o sea que en ellos se produce la asimilación y la desintegración. Entonces, nos preguntamos: ¿qué sucedería si una arteria del sistema circulatorio sufriera alguna lesión en su pared interna? Allí se formará un coágulo adhiriéndose a la herida en forma de trombo o tapón, al que se le podrá agregar sales cálcicas en un intento por subsanar el daño.
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¿La consecuencia? La luz arterial disminuirá y la sangre pasará con mayor dificultad para cumplir su cometido. Y si el trombo obstruyera totalmente la arteria, la sangre no llegará a destino y esa porción de tejido u órgano, regada por ese vaso sanguíneo, inexorablemente morirá por falta de nutrimento. Comparemos este cuadro fisiopatológico con nuestro ámbito social, e imaginemos al hombre que, como la sangre, va y viene cumpliendo cometidos de trabajo, relación familiar, de estudio, de experimentación. Si en su vida social encuentra impedimentos que le dificulten la libre expresión de su labor fecunda, su actividad defeccionará y no será tan rica como fuera de desear. Y esas obstrucciones hasta pueden paralizarlo y sumirlo en la desesperación y el abatimiento. Así, el hombre alberga en su corazón el fundamento del amor, que podrá constituirse en un sólido árbol con profundas raíces y con sus ramas cuajadas de flores y frutos deliciosos, o, por falta de riego y de abono, en un frágil arbusto raquítico pronto a secarse y desaparecer, dejando el terreno apto para que la cizaña con su reguero de discordia y desamor se haga dueña del lugar. Y, ¿qué podemos decir del maravilloso entretejido de las fibras nerviosas y sus localizadores que reciben y llevan mensajes por todo nuestro cuerpo? Si nos circunscribimos solamente a la simple relación estímulo y respuesta, nos quedaríamos en el principio de la historia, porque ese complejo denominado ―sistema nervioso‖, ¡cumple tantas funciones, algunas muy simples, otras complejas, y otras que todavía no pueden develarse! Ideas, emociones, percepciones que recorren sus vías. Pensamientos, impulsos que mueven a la acción, y otros que no llegan al centro vital de la elaboración, porque van por senderos equivocados. Mensajes cifrados que no entendemos... El cerebro, casa matriz de la correspondencia, algunas clasificadas; otras, guardadas celosamente en anaqueles privados... Y esas dos mitades gemelas del cerebro unidas por el puente representado por el cuerpo calloso a través de las doscientas millones de fibras que los conectan... Esos dos cerebros hermanos que tienen funciones distintas, aunque en definitiva lleguen a un acuerdo entre ambos. En determinado momento, ¿qué pasa entre ellos? ¿Se ignoran entre sí, se inhiben uno al otro, compiten, o directamente cooperan para el buen servicio del individuo en el que están implantados? Todas estas supuestas relaciones, ¿no nos hacen pensar en el hombre inserto en la sociedad? Llevadas estas funciones a la vida activa y consciente del individuo, me pregunto ¿hasta dónde soy respetuoso de estos mensajeros que se mueven sin descanso por todo este intrincado laberinto que no conozco del todo? ¿Hasta qué punto interfiero en su trabajo contaminando las vías de distribución con mensajes mentirosos o saturados de ponzoña que provocan disturbios y consternación en el libre ejercicio del metabolismo psíquico? Porque, esas vías nobles que nos ponen en contacto con la realidad, desde el principio de la vida nacieron para ser conducentes de elementos puros y diáfanos. Visto, entonces en conjunto el organismo, estamos en condiciones de afirmar que cada entidad viva, cada sistema, tiene ―asignado‖ responsabilidades específicas que cumple callada y obedientemente, y lo hace, generalmente, en una relación armónica con sus vecinos. Cuando, por circunstancias adversas, uno de ellos sufre algunas dificultades, todos los demás se sienten comprometidos, y cuanto les es
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posible, ayudan al órgano dañado, aún cuando deban resignar parte de sus componentes vitales. En la vida socio-familiar, desempeñamos numerosas tareas-roles, y lo hacemos siguiendo delineamientos rubricados por nuestra propia voluntad y necesidades, pero si en ese camino encontramos obstáculos que no podemos solventar, tales como una organización política-económica infame y desorganizada que dirija el destino del país, o un medio familiar o laboral adverso, nuestro paso se hará difícil y escabroso y algunos sucumbiremos. Entonces se hace necesario recurrir a las ricas fuentes de recursos que poseemos, y que son muchos, aunque no todos nos encontremos habilitados para darnos cuenta de que existen, por estar sitiados dentro de una sólida armadura que no nos deja verlos y utilizarlos. Y están ahí, esperando que le demos permiso para surgir. Si pudiéramos desprender ese velo que no nos deja distinguirlos... Si supiéramos darle un encauce adecuado a ese bien propio del ser humano que es la libertad plena de decidir... a esa libertad que ―no consiste en decir sí o no a una determinación sino el de moldearnos a nosotros mismos‖, como diría Rollo May, allí nos encontraríamos con un espíritu de verdad que nos animará a resurgir a nuestra naturaleza, incólume y fortalecida, de entre esta hecatombe, y nos hará comprender que nuestra vida tiene un significado glorioso, y que, como el ave Fénix, podremos morir por la noche, pero renaceremos de entre las cenizas, por la mañana, o, lo que es lo mismo... resucitaremos de entre los muertos. * Como ya sabemos, desde que el hombre es hombre buscó la compañía de otros seres, porque le era insostenible vivir solo, y luego convinieron en una suerte de división del trabajo, en donde cada uno se dedicaba a una función determinada, de tal forma que daba de lo suyo y recibía de los demás. Y para establecer una estructura valedera a esta organización, se concibieron leyes y articulados a los que debía someterse cada ciudadano para vivir en paz consigo mismo y con sus semejantes. De tal modo que quienes las infringían, eran castigados en resguardo de aquellos que las respetaban, porque se sentían saludablemente amparados. Pero esas pequeñas comunidades fueron aumentando en número y se fue complicando más la administración de lo legislado, porque se hicieron más fuertes las apetencias de los habitantes por obtener lo suyo. Y aparecieron las figuras políticas que se encumbraron en el poder. Algunos de ellos cumplieron los mandamientos de quienes los habían nominado, pero muchos otros perdieron el rumbo y, obnubilados, se aprovecharon de su autoridad y desdeñaron las leyes, las promesas y los compromisos con su pueblo y la desigualdad se hizo más profunda. Es bueno recordar lo que nos dice José Hernández sobre este tema a través de una payada que sostuvieran Martín Fierro y el Moreno. Comienza Fierro: ―...Y te quiero preguntar/ lo que entendés por la ley‖. Moreno: ―... la ley se hace para todos, / mas sólo al pobre le rige. La ley es tela de araña, / en mi inorancia lo esplico: / no la tema el hombre rico, nunca la tema el que mande, / pues la ruempe el bicho grande/ y sólo enrieda a los chicos. Es la ley como la lluvia; / nunca puede ser pareja: / el que la aguanta se queja,/ pero el asunto es sencillo,/ la ley es como el cuchillo:/ no ofiende a quien lo maneja. Le suelen llamar espada, / y el nombre le viene bien; / los que la gobiernan ven/ a dónde han de dar el tajo: / le cái al que se halla abajo/ y corta sin ver a quién. Hay muchos que son dotores, / y
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de su cencia no dudo;/ mas yo soy un negro rudo,/ y, aunque de esto poco entiendo,/ estoy diariamente viendo/ que aplican la del embudo‖.
Cuando algunos políticos salen al ruedo, en una república que fuera desquiciada por ellos mismos, ya sea por falta de capacidad para gobernar, o debilidad, o deshonestidad plena, y dicen que están decididos a arreglar la situación, me recuerda a una broma. Un hombre fornido le da cachetazos a otro que los recibe, impávido, sin atinar a defenderse. Y aparece un supuesto salvador que enfrenta al violento. ―Un momento -le dice- usted no lo golpea a este sujeto‖. El otro le contesta: -y quién lo va a impedir, ¿usted?‖. -―Sí, yo‖-. El sujeto le da otra cachetada. Insiste el ‗salvador‘, y consigue solamente que el agresor siga abofeteando a su víctima. Al fin el golpeado dice con voz quejumbrosa al supuesto salvador: -―Por favor, ¡no me defienda más!- Si trasladamos estos
tres personajes a una realidad simbólica, podría verse, en el ―golpeador‖, la representación de aquellos gobernantes que usan de su poder para regalarse con sus atributos deshonestos desoyendo las promesas que hicieran cuando fueron elegidos, e infligiendo a su pueblo el castigo cobarde, amparado en la potestad del mando. En el ―golpeado‖ encajaría, justamente, el pueblo que no puede ni sabe cómo defenderse. Y en ―el sujeto que trata de parar esa degradación‖, a las facultades democráticas que son ignoradas y arrasadas por los fuertes. Aunque si nos remitimos a las sabias enseñanzas que nos ofrece la naturaleza, veríamos que todo organismo requiere la total adhesión de sus partes para que funcione adecuadamente. De tal modo que la deficiencia que ocurriera en alguno de sus trayectos, ocasionará, indefectiblemente, un desajuste que pone en estado de alarma ―al todo‖. Esta situación anómala ocurre cuando algunos poderosos se apropian de los bienes que no les corresponden, ocasionando un estado de alteración que se irá propagando de persona a persona. Algunas sufrirán directamente los impactos de esas injusticias, pero otras, descarriadas en su trayecto, se alzarán contra las leyes establecidas y arrasarán con violencia e incluso, con saña inaudita, esas arbitrariedades. Sin embargo, habrá muchos que no se apartarán del sabio lineamiento que les ofrecen las células madres y proseguirán, sin desmayo, su labor creadora. Éstos son los hombres probos, inteligentes y sensibles que sienten verdadera aversión hacia la avaricia, la prepotencia, el envanecimiento, la mentira y la hipocresía. En ellos está puesta la esperanza de la Humanidad para que, por su presencia-acción, se restablezca el orden armonioso que debiera primar en el Universo. * La persona humana resulta ser una entidad sumamente compleja, porque son muchos los elementos que concurren a su existencia. No voy a incursionar en las fuentes sociológicas que pertenecen a los legos en la materia, pero no dejo de admirarme, como con nacional, del personaje que a mis ojos se presenta: el ―hombre argentino‖. Te quiero advertir que, aún cuando mi interés se centra en un prototipo ideal, sería demasiado presuntuoso, si las características que menciono les caben a todos los argentinos por igual. No me parece aceptable que mi vara crítica mida, en uniformidad, al ―hombre argentino‖. En este aspecto, trato de ser muy cuidadoso en eso de meter a todos en una misma bolsa. Estoy seguro de que nos haría bien a la salud espiritual el que
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empleemos más asiduamente las palabras y los conceptos ―algunos/as‖ en lugar de ―todos/as‖, y ―algunas veces‖ en lugar de ―siempre‖. Incursionando en nuestra naturaleza, recordemos que el niño fue susceptible a todo lo que le llegaba de afuera, asimilando alguna de ellas y desechando otras, pero, de todas maneras, se hizo dócil a aquellas reconvenciones cariñosas, adaptándose, generalmente, en forma sumisa. Aunque también algunos fueron sujeto de reprensiones cargadas de hostilidad, conformando una personalidad rebelde. De cualquier manera, ya fuera sumiso o rebelde, ambas modalidades fueron incorporadas a su personalidad adulta. Quiero significar con esto que el hombre posee una gran ductilidad para asociarse a todo lo que le llega del exterior. Es un ser ―esencialmente imitativo‖. Y nuestros compatriotas no se escapan a esa realidad. Muchos son los que se hacen blando a las modas, lo que se usa ya sea en vestimentas, como en la aplicación de tinturas indelebles grabadas en su cuerpo, hasta en lugares más inverosímiles; al ruido ensordecedor, las canciones de protesta y al encauzamiento hacia la incontinencia, en todas sus formas. Además algunos argentinos son muy dados al ‗fanatismo‘. A veces su ardor lo lleva a perder un poco el sentido de las cosas. Creo que parte de esa orientación tergiversada, es producto de la estructura de una conducta que se forjó en la adaptación y el sometimiento en que se formaron desde su niñez. Porque nuestros mayores, muchas veces, nos propusieron una forma de vida que frenaba nuestra capacidad de pensar, sentir, o de proyectarnos en la creatividad y la intuición. Es decir, crecimos siendo ―dependientes‖ de otras personas. O bien, vivimos cada uno de los momentos de nuestra niñez sin degustarlos, y nos privamos de llenar las necesidades que requerían ser satisfechas. Y en ese vivir ―hacia fuera‖ le deja muy poco espacio para resolver sus propias motivaciones internas, y se hace proclive a ser conducido, o sea a perder su libertad de acción y de decisión. Aunque el argentino sea susceptible a toda invectiva que se haga sobre él, sin embargo, en algunos momentos acepta con cierta humildad lo que se opine sobre su persona, aunque en otros, puede sulfurarse hasta perder la continencia establecida por los cánones sociales. Por otra parte, en sus manifestaciones emotivas suele comportarse como un acabado actor melodramático. Tal vez se deba a la fogosa influencia latina que campea en su recóndito interior. Tampoco podemos perder de vista los distintos estratos que conformaron al ―ser argentino‖. Hay seres humanos que se enorgullecen de pertenecer a un linaje único y sin mezcla, pero en el conglomerado de las naciones del mundo, la pureza de la sangre, no creo que exista. El carbono posee la cualidad de transformarse en diamante; no obstante, si no es facetado, su calidad no pasa de ser carbono en bruto, y ambos son de la misma ralea. Desde que tengo conciencia, el argentino es un ciudadano del mundo. Quiero decir, que en su naturaleza fluye sangre indígena, española y africana, aunque después fuera mistificándose con ejemplares de las distintas razas que llegaron al territorio y que luego se afincaron en nuestro país, con sus costumbres, usos y modismos, estableciendo núcleos familiares. Y, con todos estos atributos, se conformó el ―hombre argentino‖. Algunos de los miembros de las fuentes
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emigratorias, incidieron en mayor o menor grado en la estructura de la índole que presentamos actualmente. Quiero destacar la opinión de un gran pensador que fuera el doctor Muñoz Soler, quien marcó de la Argentina, los siguientes conceptos: ―La Argentina ya no es sólo mestizaje, crisol de razas, granero del mundo, sino punto planetario de gestación de una nueva síntesis humana, equilibrio de fuerzas por la armonía de valores materiales y espirituales. Como valores en juego para esta nueva síntesis no surge solamente una ―Argentina como pensamiento‖ o una ―Argentina como sentimiento‖ (para reconocer con estos términos las obras de autores argentinos que así lo han expresado), sino también se levanta una ―Argentina como sacrificio‖: sacrificio de la Argentina como pueblo, ofrenda de la materia humana para una nueva plasmación del espíritu en el alma del pueblo‖.
Ahora bien, si nos ubicamos en una caracterología del argentino, en principio creo verlo como un ser muy versátil, aunque esta coyuntura sea ingrediente producto de la diversidad de linajes que incidieron en su cultura, los que, aún fuera de sus territorios originales, resguardaron celosamente sus costumbres ancestrales. Individualmente, el hombre argentino y el hombre en general, está alerta a las situaciones que le pueden suceder en la interrelación con sus semejantes, es decir, es receloso por naturaleza. Teme al ridículo, o sea el ser objeto risible por parte de los demás. Y, generalmente, por esta circunstancia, prefiere adelantarse y tomar la iniciativa en eso de burlarse de los otros. Aunque, pese a ese resguardo, tiene un alma falible a dejarse engañar. Cuando hablo de ―burla‖, enseguida aparecen dos parientes de ella, nada simpáticos. Me refiero a la ―ironía‖ y él ―sarcasmo‖ y me parece oportuno hacer una diferenciación entre las mismas. La burla, ya sea efectuada con ademán o con palabras, es una forma de ridiculizar a personas o cosas. Eso lo sabemos bien. En cambio la ironía es una forma de burla fina y disimulada y presenta dos anclajes: uno en la burla y otro en el sarcasmo. Cuando se acerca a burla le agrega un mayor acento en su concepto, pero si se fija en el sarcasmo, se hace más peligrosa, porque el sarcasmo en sí es mordaz y cruel, condenando al agente de su intención a la humillación, desprecio o maltrato. De todas maneras, ya sea la burla, la ironía o el sarcasmo, son expresiones que frecuentemente ―salpimientan‖ la charla cotidiana. En otro aspecto, es necesario acentuar una diferencia entre el‖ciudadano‖ y el ―paisano‖. En este último veo un ser más humilde, entre cuyos pliegues se advierte una sagacidad escondida y una picardía simpática. Volviendo al tema, José Ortega y Gasset tuvo la oportunidad de conocer, en nuestro territorio, al argentino, especialmente al intelectual, a quien lo definió en forma muy cruda, como un ser ―que pone la mayor porción de sus energías hacia las fronteras de sí mismo‖, es decir ―como ocupado en defender su propia persona‖; como si su intimidad estuviera ausente y se estuviera frente a él hablando con una máscara. Como que le faltara autenticidad‖.
No obstante Ortega acepta que puede haber una exageración en sus conceptos, ya que ―se trata precisamente de exagerar, puesto que se trata de comprender‖. Y en este sentido lo entiendo plenamente, porque vemos mejor ―la figura‖ cuando se representa con trazos gruesos y definidos.
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Aunque yo creo que sus impresiones no son tan erradas si aceptamos dos hipótesis con que sustenta sus descripciones: ―1ª, que en la Argentina, el puesto o función social de un individuo se halla siempre en peligro por el apetito de otros hacia él y la audacia con que intentan arrebatarlo; 2ª.que el individuo mismo no siente su conciencia tranquila respecto a la plenitud de títulos con que ocupa aquel puesto o rango‖.
No obstante, el argentino posee la hermosa cualidad de estar abierto a las manifestaciones de cariño, que condice, en cierto modo, con su temperamento primario de ser desconfiado. Aunque, una vez que entra en el ámbito de otra persona o grupo, tiende a ser confianzudo; es decir, vulnera los límites que merece un cierto respeto por su intimidad. Por otra parte, muchas veces se muestra como un ser muy susceptible y reacio a reconocer sus errores con un toque de soberbia que no puede disimular. Podría sintetizarse esta característica en una sola frase: —―a mí no me van a decir lo que tengo que hacer‖. Tal vez esta situación, que no lo favorece, sea producto de la incongruencia propia de las ideas que contiene su caudal de ―creencias‖, es decir de todos aquellos conceptos que absorbe directamente, sin procesarlos a la luz de su conciencia. Sabemos que el hombre, en razón de un apuntalamiento vital, mantiene su vida de relación sostenido por una gran cantidad de credos que se les adhieren fuertemente; muchos de ellos, prejuicios sin valor normativo. De tal manera que cuando es tocado en algunos de sus dogmas, en lugar de pensar que puede estar equivocado, su propia prevención lo acoraza, y queda ahí, a veces en actitud desafiante, sin ninguna ganancia ni pérdida. Y en ese nivel, su personalidad se ostenta como un ser dado a entrar en pleitos inacabables. Además posee en su alma un cierto toque de rebelión: le molestan profundamente las normas prohibitivas. Una estadística reciente demuestra que 1 de cada 3 argentinos, es proclive a transgredir la ley. Por otra parte, es poseedor de una mente imaginativa, aunque algunos de sus mejores proyectos se desvirtúen en la fantasía. Así mismo, otra característica muy propia del argentino, es regresar a tiempos idos. No es que sea apasionado por la historia, sino que lo atrae fuertemente el recordar, hablar y debatir sobre situaciones del pasado que, para él, nunca quedan enterradas en el olvido. Y, en este punto, puede llegarse a una encrucijada peligrosa, cuando se cuela el resentimiento en forma de rencor acompañado de la ignorancia. Desde ese puerto toda acción insidiosa le es válida para discutir sobre temas calientes. Recordar, no es malo. Sí lo es cuando se lidian situaciones en las que ninguno quiere dar su brazo a torcer. Empero, para bien, muchos argentinos, por sus propios valores, se destacan mundialmente por la creatividad y el tesón que los anima a ser alguien, aquí y ahora, en el amplio espectro de la ciencia, la investigación, la tecnología, la literatura y el deporte, con una gran dosis de inteligencia y perspicacia. Sobre este punto, deseo hacer un apartado. Cuando le atribuimos a una persona la calidad de ―inteligente‖ tomamos en cuenta su capacidad para entender las cosas y saber hacer uso de las mismas con conocimiento y criterio, en cualquier terreno. Pero yo entiendo que una persona puede ser inteligente en algunas facetas del conocimiento y de la vida, pero nulo o torpe o inconsistente, en otras circunstancias.
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Quiero decir que la inteligencia no engloba el sentido de ver y discriminar acertadamente, en todos los momentos de la existencia de un individuo. Aclarado este punto, sigamos con la historia clínica. Tampoco el argentino se escapa de la contaminación de esa plaga universal que le hace desleír algunas de sus virtudes, y que se ha propagado a través de los continentes superpoblados y es el producto de un virus maligno que da origen a una enfermedad social, a veces letal, a la que denomino: ―presuritis‖. Este virus, instalado en la mente del ciudadano, le obstruye la facultad de discernir, de tal modo que el individuo atacado, sigue directamente un camino sin pararse ni un momento a reflexionar si es el indicado para su bien. En este aspecto, nos percatamos, por conocimiento y experiencia, que los fenómenos naturales están regidos por tiempos: la semilla, para germinar; el árbol y las plantas, para crecer; los seres humano y animal, para nacer y desarrollar sus aptitudes. Entonces, la urgencia que estimula el avance de un producto para que éste salga a la luz, puede perturbar, en mucho, la buena calidad del mismo y aún atrofiarse o morir ―sin llegar a ser‖. Porque si un minuto necesita —inexorablemente— de sesenta segundos para crearse, como así consecutivamente las horas, días, semanas, meses y años no se producen en un cerrar y abrir los ojos, de esta manera también la inteligencia y el razonamiento, precisan ―su tiempo‖ para ―pensar adecuadamente‖ cada motivación, sin embotarse. Creo que el hombre argentino medio posee una capacidad suficiente para demostrar su integridad sin necesidad de valerse de una adulterada picardía que no le hace bien ni a él ni a la sociedad que lo cobija. Pero tiene que entender que con eso no basta. Le es necesario también ser honesto y no tratar de demostrar que sabe más de lo que conoce, ni aventurarse en conjeturas supuestas que no están avaladas por la verdad. No sea que se enferme de ‗psitacismo‘ que es un trastorno del habla en que, el que lo padece, no comprende las palabras que pronuncia. Sería muy importante para la salud de la Humanidad, que tratáramos de librarnos de esa ―corteza material del ser humano que tiene oídos y no oye‖, para no entrar en el maremagno actual donde ―hoy todo se justifica, todo se explica, todo se interpreta, pero nuestra alma se ahoga en palabras‖.
Entonces, en aras de una concepción ajustada a nuestra medida ―sólo cuando todo eso termina, cuando se llega al límite de la desesperación y al fondo de la humildad, es posible una apertura de conciencia‖, como afirma con toda cordura, Muñoz Soler. Fortalecería nuestro espíritu, aceptar que los seres humanos somos pasibles de incurrir en faltas, y está en nosotros, y solamente en nosotros, subsanarlas para nuestro bien y el de la humanidad con que convivimos. Y, por sobre todo, tratar de deshacernos de la soberbia, la vanidad y el egoísmo, que se nos pegan, substrayendo nuestras más óptimas cualidades. Una buena dosis de humildad no nos hace ni más pequeños ni menos importantes, pero sí puede orientarnos hacia la senda de la sabiduría, que no es poco. Tenemos a nuestro favor un terreno geográfico inmenso, surcado de mares y ríos. Bosques y llanuras extensas. Lagos grandiosos con aguas azules y verdes de distintos matices. Cordilleras que flanquean todo el este del territorio nacional; algunas de ellas cubiertas de nieves perpetuas. Animales de distintas especies y frutos variados. Climas diversos... En fin, un ―jardín edénico‖ que hace pensar en la plenitud del bienestar y del gozo. Pero le es muy difícil acomodarse a este ―regalo de la
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Naturaleza‖, porque su idiosincrasia le marca una enorme dificultad conformarse a las realidades políticas, económicas y sociales de su entorno. Cuando el hombre buscó la mejor manera de relacionarse con los demás, se orientó tratando de encontrar un acceso que le permitiera hacerlo con dicha y alegría y sin sentirse menoscabado en su individualidad. Al mismo tiempo que pudiera recibir de sus propios semejantes, un trato cordial y ecuánime, equivalente a las disponibilidades que ambos presentaran. De modo tal que los parámetros que oficiaban una adecuada relación entre los habitantes de un grupo social fueron codificados en leyes por gobiernos llamados democráticos, ya que mediaban en virtud de las necesidades y voluntad de su pueblo. Pero las dificultades surgieron enseguida, porque es muy difícil tratar en igualdad, a los desiguales. Y esto fue así, porque algunos, considerándose privilegiados, hicieron suyo el derecho de asumir y decidir a su arbitrio las trayectorias de todos sus habitantes, apartándose de los principios republicanos y desoyendo la voz del pueblo. De esta manera, el estamento democrático se agrietó. Y, así como sucede en algunas familias donde los padres tienden a ser irresponsables, deshonestos y con el ánimo de dirigir dictatorialmente la vida de sus hijos, éstos, o continuarán en el futuro su existencia en la misma senda, o dejarán de confiar en ellos y se apartarán de su tutela en la medida en que puedan hacerlo. Si este escenario lo ubicamos en medio de la sociedad, veremos que muchos serán los que aprovecharán la grieta que les ofreció el desmerecimiento de la democracia hacia un nivel morboso, para propagar su propia toxina, degradando los sutiles hilos de la trama social, y que, validos del poder y la de la inmunidad que les provee sus cargos públicos, mientan y larguen discursos teñidos de hipocresía, y con toda naturalidad se aprovechen de los bienes públicos para su propio beneficio y el de sus protegidos. Para ellos bien valen las palabras que están escritas en la Biblia. En ellas Jeremías habla por boca de Yahvé, y la manifiesta en este tono: ―¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿Acaso los pastores no deben apacentar el rebaño? Pero ustedes se alimentan con la leche, se visten con la lana, sacrifican a las ovejas más gordas, y no apacientan el rebaño. No han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad. Ellas se han dispersado por falta de pastor, y se han convertido en presa de todas las bestias salvajes. Mis ovejas andan errantes (...) y están dispersas por toda la tierra, y nadie se ocupa de ellas ni trata de buscarlas (...) ¿No les bastaba pastar en buenos pastos?, ¿por qué, pues, se pusieron a pisotear el resto? Después de beber agua limpia, ¿por qué enturbian el agua para las demás? Y mis ovejas tienen que pastar donde ustedes han pisoteado, y beber el agua que ustedes han enturbiado‖ (Capítulo 23).
A propósito de este capítulo, en la Biblia Latinoamericana, hay una cita aclaratoria: ―El rebaño no les pertenece a los pastores. Yahvé condena a las autoridades de su pueblo que encontraron normal gozar el poder y la riqueza sin considerarse primero como los servidores de su pueblo‖. Y al demarcar a los pastores que descuidaron su rebaño y que permitieron el orden injusto de la sociedad, dice: ―No les bastó tener un nivel de vida superior al de los demás, sino que pisotearon lo mejor del pasto: dejaron sin cultivar las mejores tierras del país, sacaron al extranjero las divisas que hubieran permitido el desarrollo económico, impidieron el acceso de todos a la educación y a la cultura‖.
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Si agudizamos un poco nuestro ingenio, no se nos pasará por alto que los ―pastores‖ son los malos gobernantes y los responsables de movilizar bienes del erario público para su propio provecho, y que el rebaño, las ovejas, representan al ―pueblo‖ sufrido e indefenso. Se hace ineludible, entonces, que los hombres que tienen la clarividencia necesaria para darse cuenta de que este mal social puede propagarse como lo hace una enfermedad contagiosa, se aparten resueltamente de la contaminación y refuercen su propio sistema inmunológico para no sentirse invadido. Una de las formas, es el de estar despiertos y atentos a las vías de corrupción de los que aprovechan las fallas que presenta el tejido social desgarrado, para penetrar, filtrándose y diseminándose entre los desprevenidos. Es decir, vigilándonos, para no hacernos partícipe de las trampas que se nos ofrecen, envueltas en coloridas formas de presentación que engolosinan los sentidos. A propósito, me pregunto: ¿en verdad decimos lo que sentimos y hacemos lo que pensamos? Y si así fuera, ¿hasta dónde pensamiento y acto se hallan inmaculados? Pongo un ejemplo muy común en nuestro tiempo. Cuando se habla de algún proyecto político a ejecutar, enseguida se destapa la mágica palabra ―transparencia‖, como atajándose de antemano de la posibilidad de que esa intención se encuentre preñada de velos sombríos que puedan desmerecerla. Si ese plan se presentara sin una justificación anticipada, tal vez sería más razonable, porque no bien se menciona la palabra ―transparencia‖, enseguida nos ponemos en guardia pensando si por alguna razón, ese funcionario está escondiendo algunos elementos no plausibles de ese ―proyecto transparente‖ que declama. Durante nuestra larga vida en comunidad nos topamos con gente que se manifestaba verbal y emocionalmente aparentando una sinceridad que se contradecía totalmente, a través de sus actos. Aunque también nos vinculamos, para nuestra ventura, con otras personas que concordaban la palabra con la acción, y ambas reflejaban la honestidad de las mismas. Sin embargo, de una u otra forma, somos más sensibles a mantener una suerte de desconfianza. Porque ―transparencia‖ es sinónimo de limpidez, pureza, honradez, y como en muchas oportunidades nos sentimos engañados, nos hemos vuelto suspicaces, y nos cuesta creer en las palabras de quienes proponen suculentos proyectos, por más aderezados que éstos sean. Esta situación viene a cuento para recordar la cantidad de expresiones orales que se envían al aire, algunas con vehemencia, pregonando intenciones mentirosas y otras que están por fuera de las posibilidades de llevarlas a cabo. Esas formas orales, no vienen solas; están acompañadas de sentimientos que confunden. No nos olvidemos que en el testimonio de lo que decimos y hacemos, se encuentra el sello de nuestra personalidad puesta en evidencia. Es por eso que me hago cargo de los sabios deseos expresados en Eclesiástico 22, 27, cuando dice: ―¡Quién le pusiera a mi boca un centinela/ y a mis labios un sello de discreción, / para que yo no caiga a causa de ellos/ y mi lengua no me lleve a la ruina!‖. Entonces, la única forma en que palabra y sentimiento
se encuentran armoniosamente conjugados, es cuando ambos parten del espíritu de amor, puro y verdadero. Allí, en ese momento, se moldearán en un solo pensamiento y acción de diáfana pureza, y encontrarán el encauce de la perfecta transparencia. Y en todo núcleo social surgen algunas personas públicas que se muestran como inmaculadas aún encontrándose bajo la lupa de la sospecha ya sea por homicidios,
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robos, riquezas indebidas con aprovechamiento del erario público; atentados contra el pudor o el poder constituido; el que adultera documentos públicos y privados, y el que levanta falso testimonio. Mentiras que perjudican a terceros... En fin, ilícitos de todas clases y colores; y, en el momento de hacerse públicas, lo primero que surgen de sus bocas es una concluyente expresión: ―¡Soy inocente!‖. Y/o ―se está tendiendo un complot contra mí‖. Sabemos, la historia nos lo muestra fehacientemente, que la sociedad no es algo estable, pura, inconmovible, y en ese desorden es mucho más fácil auto-titularse inocente, y, en el accionar de lo que ocurre, nadie se siente responsable. Todo se justifica. Siempre se encuentra una razón valedera. El que roba, lo hace por necesidad: su pobreza lo obliga a delinquir, o si los demás lo hacen ¿por qué no yo? Y el que atenta contra el pudor, trata de argumentar a su favor, acusando a la otra persona que lo indujo a hacerlo. Este es el punto: la coraza de la inocencia por algo que se infringió. ¿Quién o qué nos impulsa a declararnos libres de culpas de nuestros actos fallidos? Un factor podría ser la ignorancia; otro, el miedo a ser juzgados; otro, la cobardía, y otro, ¿por qué no?, la mancha que engendra la deshonestidad consentida. Aunque podría caber otra posibilidad. Un individuo que a fuerza de estar fuera del límite de lo considerado como honesto por el común de la gente, de tanto martillar en su indignidad, llega a auto convencerse de que lo que hace es correcto. No nos olvidemos que la actitud existencial de los paranoicos es creer que ―él está bien‖: que son los demás los que ―están mal‖. Muchos verdaderos culpables que declaman su inocencia se mostraron ante los demás, como personas sin tacha, en la que pusimos nuestra confianza y aprecio. Por eso es que el egocentrismo y las ansias de posesión son tan poderosas en algunas personas, que arrasan con todo y pervierten los valores éticos y morales, degradándolos, aunque en principio fueran honradas consigo mismas y con los demás. La tentación a quebrantar las leyes y los códigos de convivencia, fue superior a todo respeto por los otros semejantes. Muchos de éstos, ahora delincuentes, nacieron en hogares donde hubo mentira, deshonestidad, excesos en toda escala. Donde existía el imperio del engaño y la hipocresía: todo ello un caldo de cultivo para la conformación del ―hombre falso‖. Este prototipo humano, en forma consciente o inconsciente, busca desesperadamente un chivo expiatorio a quien incriminar, jugando a la ―mancha‖ o al ―gran bonete‖; es decir, pasando a otro u otros sus propias faltas para así quedar libre de culpa. Tanto le cuesta aceptar las dificultades, defectos y situaciones en las que está comprometido, que le resulta más fácil investirse con el manto de la inocencia. A este respecto es bueno recordar algo que nos aclara Rollo May: ―la inocencia en el niño es real e inspira amor; pero a medida que crecemos, el crecimiento mismo nos exige que no nos cerremos, ni en la conciencia ni en la experiencia, a las realidades que nos enfrentan. La inocencia como escudo contra la responsabilidad, es también un escudo contra el crecimiento‖.
El ―hombre falso‖ no solamente se defiende maliciosamente, sino que ataca al seno de la colectividad, contribuyendo a desmembrarla. Es por eso que se convierte en el enemigo público número uno de la sociedad. Este individuo, ya de por sí es inconsistente. Y es muy fácil que incurra en algún hecho de inmoralidad. Si salió bien del asunto le resultará cómoda esa actitud y seguirá en el mismo camino que, al fin, le
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será rutinario. Y sabemos que la rutina vela la posibilidad de repensar si lo que hacemos o decimos está bien o está mal, y si nuestra actitud nos perjudica o atenta contra otras personas. Es posible que dicho individuo nació y vivió dentro de un ambiente familiar cargado de deshonestidad, mentira e hipocresía, y fue herido fuertemente en su formación moral. En consecuencia la respuesta la volcará en el ámbito social que lo circunda. Todo lo comentado daría a creer que estamos sujetos a una suerte fatídica de causa y efecto, y aunque en cierto modo es así, le cabe al ser humano la posibilidad de cambiar su signo. Pero ante el gran núcleo de funcionarios y personalidades mundiales que ejercen conductas que hieren la sensibilidad moral de los demás, me hace pensar que debe existir algún factor negativo, asentado en sus mentes y corazones, y que ellos mismos desconocen. En esta orientación, y releyendo un libro ―Medicina Legal‖ del doctor José María Sánchez, me encontré con la descripción de una tipología muy sugestiva, que fuera estudiada por el doctor Pritchard, quien sostiene la teoría de que en algunos individuos se observa ―la desviación de los sentimientos, emociones y afecciones, con conservación de la inteligencia‖. Y que, asimismo, se produce en ellos un ―proceso particular de degeneración en el dominio psíquico, proceso que hiere al núcleo más íntimo de la personalidad y a sus más importantes elementos desde el punto de vista sentimental, ético y moral‖. Y aquí entonces, en estos enfermos, existe algo sobresaliente y perverso, que es la ―anestesia moral más o menos completa, así como la falta de juicio moral y de concepciones éticas‖. De tal modo, infiere dicho autor, que si la ―ley moral sólo existe como representación inerte y muerta, ‗la conciencia no puede sacar motivos para realizar o no sus actos‘ (ceguera moral). Esta ―ceguera moral‖, no permite ver en la organización social, más que un obstáculo a sus sentimientos y esfuerzos egoístas, y le conducen necesariamente, a negar el derecho de los demás y lesionarlos‖. No se ven en su realidad como persona social, y al estar ciegos,
su actividad la ejecutan naturalmente sin discernir lo correcto de lo incorrecto. Tal vez estos conceptos podría acercarnos, un poco más, a describir la patología del núcleo ético de aquellas personas que con total frialdad emocional atentan contra el equilibrio social, máxime cuando son figuras relevantes o políticas que ocupan funciones importantes, provocando dolor, enfermedad, pobreza y muerte a grandes grupos sociales, y que puede llegar a extenderse a todo un país, y aún sacudir al mundo entero. Entonces me pregunto: algunas de estas personas que rigen los destinos de nuestro país y de otras ciudades del orbe, ¿padecen de ―ceguera moral‖, o son los grandes devastadores y simuladores de este mundo? Hasta ahora nos hemos abocado al juicio del ―acusado‖. Y me parece justo que nos pongamos también en el sitio del ―acusador‖. En esta actitud de crítica, muchos de nosotros saltamos apresuradamente para dar nuestro dictamen y nos aferramos con uñas y dientes a la opinión vertida, aunque no esté sustentada por claros conceptos. Y no solamente esto, sino que, una vez marcada la persona o la situación, nos cuesta volver atrás y remediar el daño que le causamos en su dignidad si ésta no fuera culpable. Es posible que en la postura de jueces ocasionales, le acreditemos ―a priori‖ una sarta de defectos tales como soberbia, maldad, incapacidad, perversión, etc., y que, algunas veces nos equivoquemos con la imagen que nos hicimos. Porque, a la hora de la censura,
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generalmente resulta más fácil detenerse en los estigmas que en las virtudes que esa persona pueda poseer. Aunque, una vez expedido el dictamen de la justicia, no cabe más que el condigno castigo, en pro del saneamiento de la sociedad, porque el ―hombre falso‖ configura la representación de un individuo verdaderamente repugnante, ya que con su actitud hipócrita, adultera la concepción sana de la vida en convivencia, que es beneficio de los verdaderos inocentes. También existe otro grupo humano, tal vez menos peligroso, que integra la carátula del ―hombre falso‖, porque simulan, con total desfachatez, defectos que llaman a la compasión de la gente, valiéndose de algún deterioro o daño físico o mental —que puede o no ser real— y, utilizando esta circunstancia, lucran en su beneficio. Se falsifican a sí mismos, se cubren con la toga de víctima y especulan con la inocencia y el ánimo compasivo de los demás, para lograr sus propósitos. Sin embargo, a la hora de la crítica, ya sea ésta directa o indirecta, y en términos generales, conviene reservarnos un poco de piedad para quienes son juzgados, porque todo ser humano merece la intercesión de una segunda y reflexiva apreciación. * La sociedad nos provee de un muestrario diverso donde se hallan almas buenas y propicias a llenarnos de felicidad en nuestro tránsito por la vida, pero no faltan otras almas desquiciadas que llegan a provocarnos heridas, algunas de ellas fuertemente profundas y dolorosas. En consecuencia, deseo clarificar la diferencia que existe entre el ―dolor o mal físico‖ y el ―dolor o mal moral‖. El primero puede sentirse como agudo, punzante, o desgarrador, sordo, ardiente; y en su duración: fugaz, intermitente o continuo. Este dolor puede ocupar toda nuestra atención y motivarnos, incluso, a la desesperación. Ante tanta calamidad, buscamos un remedio para este mal, que a veces nos invade y consume, insoportablemente, el lugar para el descanso y la tranquilidad. ¡Y qué satisfacción cuando conseguimos calmarlo y desalojarlo de nuestra economía corporal! El ―dolor físico‖ puede ser motivado por situaciones inherentes a la persona o por el ataque de otro ser, sea humano, animal o vegetal o microbiano, pero una vez saldado el asunto que nos aflige, generalmente, todo queda en paz, aunque también pueden permanecer secuelas de por vida. En este caso, es posible que se impregne de un daño que nos domine totalmente; tales como recuerdos lacerantes que no pueden ser desalojados de nuestra conciencia. Aunque también mencionamos otro dolor, mucho más difícil de mitigar y que consigue dejar huellas muy profundas, y éste es el ―dolor moral‖ que se centra en nuestra estructura íntima y penetra entre los pliegues del inconsciente, saturando así mismo, el ámbito consciente. Si queremos entender mejor este sufrimiento, que es fuertemente destructivo para quién lo padece, conviene considerar un binomio actuante, en el que existe un provocador y una víctima, ambos entes reales. Aboquémonos a este tipo de mal. Algunos sujetos sienten como un deleite especial el hallar una víctima propiciatoria para destilar su pestilencia, apoyados en la debilidad y la sumisión que ésta manifiesta a los embates que recibe de los mismos. Y la gravedad del hecho se encuentra en la potencia y persistencia del provocador y el agotamiento
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y falta de recursos del atormentado. Es importante recordar que la figura del provocador, a veces llega a alcanzar los peldaños de la locura. Entonces, para no confrontar con lo patológico, podríamos decir que la persona que pone en juego estos atributos negativos, puede llegar a inferir graves daños en el núcleo psicológico, abarcando el de los sentimientos y el espiritual, de quienes sean sus víctimas. Además estos individuos esconden generalmente sus sentimientos más profundos, porque son maliciosos, y en sus deshonestos y perturbados cometidos se hermanan con la envidia y la hipocresía. Un símil de esta clase de seres podría ser el personaje Yago, ―amigo‖ de Otelo, quién prendió en éste la mecha de los celos llevándolo al paroxismo de la locura, atentando criminalmente contra Desdémona a quien amaba apasionadamente. Así descrito, no se le escapa a nadie que la persona que posee esta naturaleza, sea fuertemente corrosiva. A veces manipula valiéndose de la mentira; otras, usan como ariete, el miedo, el soborno, y los sentimientos de culpa, que hacen destilar, como veneno, en el otro ser. Los seres humanos que obran de esta manera, se hallan, si no carentes, por lo menos disminuidos en sus capacidades espirituales. Entonces, liberados del freno moral, inyectan su ponzoña. En su cruel accionar, son tremendamente peligrosos, y obran injuriando la capacidad psíquica, moral y espiritual, de sus elegidos. Por desgracia, esta situación degradante se propaga en el medio social en forma muy alarmante, menoscabando la dignidad de las personas que padecen sus alcances. Estos seres que así actúan, ¿por qué lo hacen? Simplemente porque no conocen otro camino para llegar a su prójimo. También porque, de esta manera, abren una brecha que les permite suscitar, en la persona impregnada, un estado de desconfianza de su integridad y, de esta manera, en cierto modo, se hacen dueños de la misma. Y otra causa, sería la maldad, lisa y llana. Ahora bien, ¿en qué forma actúan? Pongo un ejemplo, que nos llevará a su encuentro. Recuerdo que, en mis tiempos de estudiante, un profesor, en una clase de masaje, nos decía: ―primeramente hay que ‗ganar la confianza del músculo‘, y para esto debemos sobar muy suavemente la zona, para evitar la contracción y el rechazo del mismo; luego, una vez sometido, recién podremos hacer tranquilo nuestra labor‖.
Entonces, la persona que infiere el ―daño moral‖, en principio se gana la confianza de la persona ya sea por su simpatía o colaboración supuestamente desinteresada. Luego ataca subrepticiamente, comenzando con su trabajo de desintegración moral. Algunos se infiltran en el seno de un matrimonio que se unió por amor, y desde esa plataforma invaden traicioneramente, el núcleo de intimidad de la pareja, llegando hasta provocar la disolución de la misma. Aunque también otros sujetos usan de la fuerza y del temor de la víctima; me refiero específicamente a los violadores. O bien, dejándole caer alguna insinuación que provoque la turbación de esa persona haciéndola vulnerable al ultraje. Estos sujetos generalmente por su misma condición de ―ciegos morales‖, cuando todavía no son presa de la demencia, cargan con una gran dosis de sentimientos de culpa y de inferioridad. Y, ¿qué podríamos decir de la víctima?. La persona, toda persona en sí misma, es poseedora de una ambivalencia especial. Es fuerte para sobrevivir, pero es muy delicada en sus sentimientos. Y en las oportunidades en que se hace débil y desprotegida, generalmente como consecuencia de un duelo provocado por la pérdida de seres
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queridos, o separación y abandono del cónyuge o de los hijos, o directamente por ser fácil botín de dominio, allí es cuando el provocador introduce su toxina, dejándola, a veces, herida de por vida. Y no siempre la destila de una sola vez, sino que hay personas crueles que conscientes o inconscientemente obran depositando el veneno en pequeñas dosis. ¿Cómo alejarse de este abyecto ser? Es difícil porque en su accionar es muy astuto. Nos conviene estar despiertos, alertas, para no caer dentro de sus letales redes cuando incursionan en nuestras vías intelectual-emocional-espiritual. De esta manera, nuestra intuición se agudizará e identificará al corruptor moral, y así nos dará oportunidad para alejarnos de él, con prisa. Y si deseamos ayudar a aquellas personas que han caído o están por ser aprisionadas en el entretejido del corruptor moral, lo deberemos hacer con mucha distinción, respeto y ternura. Y, por sobre todo, amor, que es el único bálsamo que puede hacerlos salir del pozo en que se encuentran. ♦
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*8 El matrimonio-familia como pilar de la estructura social Si regresamos un poco al desarrollo evolutivo de los seres humanos, veremos que, en un principio del pasaje de niño a adulto, generalmente su vida de relación se conformaba en una suerte de fantasía, y cuando, más adelante, su mente se fue estabilizando hacia pensamientos reflexivos, comenzó a identificarse y diferenciarse entre los demás, asumiendo sus propias determinaciones, lo que ocasionó, no pocas veces, una alteración dentro del contexto de obediencia que debía a sus mayores. El amor de niño, ingresado en el joven y el adulto, con el tiempo, generalmente tomó dos derivaciones. O se robusteció gracias a la calidad y ejemplo de padres cariñosos y comprensivos con un alto nivel de sapiencia, o fue languideciendo hacia un estado de desafecto total, como consecuencia de convivir, desde pequeños, con progenitores autoritarios, deshonestos, intolerantes e hipócritas. No obstante, todo lo que el hombre tuvo ‗de niño‘, no lo perdió: quedó enquistado en su corazón, y en gran parte para bien, porque desde ese niño nació la expresión del amor. Y esos hombres y mujeres, ya adultos, serán los que, en su oportunidad, decidirán esposarse. Entonces, el matrimonio es la principal fuente de energía humana, engendrada en el amor de dos seres que deciden unirse de por vida, en beneficio de la fundación de una descendencia –razón de ser de esta institución- constituyendo la familia. Ahora bien, la sociedad está conformada, en su mayor parte, por las agrupaciones familiares. En este momento se establece, claramente, un encadenamiento cuyos componentes se vinculan estrechamente: hombre-matrimoniofamilia-sociedad. Es decir, que uno está en función del otro, de tal modo que si el hombre, que es el pináculo de la historia del mundo, defecciona, arrastra en su caída la posibilidad de un matrimonio estable y feliz y también el que los componentes de esa familia se integren eficazmente en el seno de la sociedad, desestabilizándola cada vez más. De esta descomposición se infiere la importancia capital que adquiere el hombre por sí mismo y como pivote de la articulación mencionada, recordando que este ciclo puede iniciarse desde cualquiera de los tramos señalados. Y de ahí en más se deduce, que si el individuo se corrompe en su conducta y en sus valores morales, se languidecerá el amor en el seno del matrimonio, y la consecuencia inmediata se propagará a sus sucesores, y por carácter transitivo, a la sociedad entera, deteriorando todas sus capas. Sabemos, además, que la sociedad, cualquier sociedad de cualquier parte del mundo, está conformada tanto por hombres bondadosos, inteligentes, honestos,
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comprensivos, compasivos y tolerantes, como también en ella se infiltran los deshonestos, los rudos, los agresivos, los mentirosos, los hipócritas, los tramposos... Por otra parte es necesario tener bien presente que la vida en común exige una delicada atención, porque es muy vulnerable a las ironías, sarcasmos, las mentiras solapadas y los discursos, donde se produce una incongruencia que vela el diálogo fructífero. Es el caso de que unos de los contrayentes piense algo sobre una situación determinada, y diga lo contrario, o cuando quiere imponer una modalidad que él mismo la trasgrede. Esa relación recíproca se efectúa dentro del ‗espacio‘ o ‗campo de intimidad de la pareja‘ y en él se proyecta lo bueno y lo malo; lo agradable y lo desagradable. Costumbres, manías, creencias, vicios. Y todo ello lo debe regular cada uno de los cónyuges en pro de una convivencia donde el amor, la tolerancia y la caridad, abonen cada día el suelo, para mantenerlo fértil en favor de ambos y dé los frutos de esa unión, que serán los hijos. De modo tal que cada cónyuge procure ‗morir‘ o renegar de sus falencias, a favor de la sociedad matrimonial. Este proceso de conciliación, requiere de ambos cónyuges, el total rechazo del egoísmo, de la vanidad y de la soberbia. Además, es bueno tener presente, que la intimidad sexual no debe atentar con el respeto mutuo. De tal modo que las diferencias que hubiere, y que las hay, atendiendo a las distintas modalidades, sean salvadas en común para lograr un equilibrio satisfactorio entre la ‗independencia‘ y la ‗compañía‘, y de esta manera, ninguno de los consortes invada el terreno emocional del otro, teniendo presente que el matrimonio no es propiedad de nadie. Notamos entonces que la función de los esposos es sumamente especial. Como padres, jamás termina su responsabilidad, aunque sucedan controversias que ponga en peligro la estabilidad familiar. Los hijos, principalmente en sus primeros años, cuando carecen de recursos para solventar directamente sus necesidades, tienen la sublime prioridad, por parte de sus padres, de ser cuidados, alimentados, abrazados, confortados y escuchados. Y esa función, es propia de los padres, cuya función humana y divina, se va acrecentando en la medida del crecimiento biológico y espiritual de sus descendientes. Por ello los padres deben estar a la ‗altura de los tiempos‘. Pero también, en noble relación, los hijos deben respetarlos. Aunque, desgraciadamente, en algunos hogares, llegados a cierta edad, tanto unos como otros se desligan, poco a poco, de esos menesteres, contribuyendo al agotamiento de esa principal fuente de amor. Y esos hijos, por sí solos, formarán nuevas parejas animados por el caudal de las experiencias históricas que sustentan y serán las argollas que afianzarán la cadena social. Si las cosas, en el seno familiar, no van como deberían ser, y se producen resquemores y desavenencias, no echemos culpas, porque lo hecho, hecho está. No dejemos tampoco que nuestros impulsos agresivos o intolerantes, nos invadan. Pero eso sí, de alguno de nosotros tiene que partir la comprensión, la compasión y el perdón –atributos que emanan del amor- sin esperar que el otro lo haga, en los momentos de fragilidad que haga cimbrar el vínculo matrimonial.
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Los padres somos lo que debemos desligarnos de nuestra ‗yoidad‘; de nuestros sentimientos de engreimiento y de orgullo, si creemos en el amor, teniendo como baluarte la ‗paciencia‘ que, como nos lo dice el Padre Larrañaga ―es el arte de saber y aceptar con paz que somos esencialmente limitados, que queremos mucho y podemos poco; que con grandes esfuerzos vamos a conseguir pequeños resultados‖. Aunque no debemos ―dejarnos abatir por los complejos de culpa o sentimientos de tristeza al comprobar lo poco que podemos‖, porque la humildad con que actuemos hará de nosotros un ser especial que ―no se avergüenza de sí ni se entristece; no conoce complejos de culpa ni mendiga autocompasión, no se perturba ni se encoleriza, y devuelve bien por mal; no se busca a sí mismo, sino que vive vuelto hacia los demás. Es capaz de perdonar y cierra las puertas al rencor. Un día y otro día el humilde aparece ante todas las miradas vestido de dulzura y paciencia, mansedumbre y fortaleza, suavidad y vigor, madurez y serenidad‖.
Conviene considerar que cada cónyuge, además de su propia idiosincrasia, establece un ‗campo de intimidad‘ propio de esa relación matrimonial. De tal manera que, según el psiquiatra Arnol Lázarus, ‗ese espacio‘ marca los límites de euritmia, es decir de armonía o equilibrio que hacen a la calidad de la pareja. Yo agrego que el ‗campo‘ donde se establece la relación conyugal debe considerárselo sagrado y tiene ‗su marca de fábrica‘. El autor mencionado en su libro Terapia Multimodal, establece cuatro modalidades-tipo que hacen al matrimonio, considerando que existe una diferenciación entre ‗matrimonio’ y ‗amistad’. La ‗amistad‘, para él, es ―intimidad compartida‖, y el ‗matrimonio‘ es ―participación íntima‖. Caso 1) cuando ambos cónyuges concilian una ‗participación íntima‘, digamos, que supera un 70 a 80%, de modo tal que la intimidad individual restante pivotea en un 30 a 20%. Es un matrimonio donde las posibilidades de crecimiento se potencializan Caso 2) a la inversa, predomina la índole particular de cada contrayente de tal modo que la intimidad matrimonial queda relegada a un porcentaje tan ínfimo que da lugar a una pareja a la que él llama ―falso esplendor‖, porque ante los demás aparece como un ‗matrimonio bien avenido‘, aunque en la relación de intimidad entre los cónyuges, no hay nada o poco de lo suyo para intercambiar. Caso 3), uno de los cónyuges se hace poseedor, casi totalmente, de la intimidad del otro, ahogándolo en sus fueros personales: no dejándolo crecer. Este punto es muy importante porque se produce aquí una suerte de ‗simbiosis‘ donde uno se nutre del otro, perdiendo así, las propias cualidades y quedando relegado a un estado ‗larvado‘, sin aptitudes para desarrollar su propia capacidad vital. Caso 4) es tal vez el más peligroso, porque puede derivar hasta la separación del vínculo matrimonial. Una persona, conocida o no, familiar o extraña, llega a ingresar en el seno de la pareja abusando de la confianza de cada uno de los esposos, y en la intimidad propia del vínculo matrimonial, proponiendo consejos o afecto excesivo y dominante, que pueden descolocar la paz que merece toda persona. Tengamos bien presente que cualquier matrimonio, configurado o no en familia, es falible a las circunstancias sociales donde se inserta. Quiero decir, que recibe todo lo bueno y todo lo malo que se hierve en ese ‗caldo de cultivo‘, y por lo tanto le es
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imprescindible estar atento a la intromisión maligna que pueda corromperlo. Porque, cuando las cosas van mal, se perfila el fantasma de la ‗separación‘. Variados son los factores que inciden en la ‗desunión de los contrayentes‘. La infidelidad, como una causa contundente. Es posible que él o ella o ambos, sufran una regresión, ‗fijándose‘ en la etapa de la adolescencia, en la cual se viven romances y se busca ser atractivo para el otro sexo. Otro es el egoísmo, que se vincula con la terquedad de uno o ambos cónyuges a ‗no dar su brazo a torcer‘ afirmándose en medidas o normas que ocasionan irritación en la pareja y despojándola del diálogo conciliatorio. No falta cierta apatía o desgano que puede producir la escasez o carencia de motivaciones necesarias, para renovar cada día, el vigor que merece toda unión valedera. Sin embargo, uno de los motivos que más daña la consecución armónica del matrimonio es la ‗falta de respeto mutuo‘ y en él van implícito los hábitos, es decir, las maneras que tiene cada uno de afirmarse en la elección de alimentos y comida, arreglo personal y vestimenta, dormir y caminar, trabajo y diversiones, compañía y soledad, entre otros. Hemos hablado de una situación que le cabe no solamente a los integrantes de un matrimonio, sino a las relaciones interpersonales en cualquier terreno. Y citamos el caso 3 de Lázarus. Sobre este punto deseo explayarme un poco. Todos sabemos que la buena relación humana se basa en el intercambio de intereses comunes que agraden y satisfagan a cada uno de los intervinientes, sin que ninguno de ellos se sienta lesionado en sus apetencias. Esto se hace factible teniendo presente que toda persona, por sí misma, genera un campo de posibilidades que lleva dentro de sí, y que en determinados momentos las intercambia con los demás. La prueba más consistente de este aserto tiene su reflejo en el amor entre las personas, donde ninguna de ellas clama recompensa alguna cuando se ofrece a los demás. Es decir, se da incondicionalmente. Pero algunos individuos, ‗inconscientemente‘, crean un espacio de poder sobre otras personas, adaptándolas a ‗sus propios deseos y satisfacciones‘, sin importarles que esta situación las lleve a una forma de sometimiento, consentido o no. Las personas que así actúan generalmente son poseedoras de una egolatría que les sobredimensiona el sentido de la equidad. Ahora bien, podría darse el caso de que esas personas, en forma ‗totalmente consciente‘ actuaran sobre los demás. De esta manera el proceso de sumisión se convertiría en manipulación. Y sabemos que la manipulación se vale del ‗miedo‘, el ‗soborno‘ y el ‗sentimiento de culpa‘. Una de las formas de sometimiento violento es la violación carnal. Pero, de una u otra vía, ya sea inconsciente o conscientemente, la relación se convierte en un ―juego psicológico de poder‖ donde uno impera sobre el otro, de manera sutil o grosera. En consecuencia el resultado final no produce un ambiente de satisfacción ni de igualdad sino que siempre sobrelleva un aumento o la continuidad de variadas situaciones de sometimiento.
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El ‗sometido‘ puede sentirse menoscabado en su dignidad acuciado por un proceso de libertad interior que lo empuja a defenderse, y exigir del ‗cometedor‘, una ‗rendición de cuentas‘, o sea una rehabilitación a su sufrimiento. Pero sucede que el ‗cometedor‘, al no advertir el alcance de sus actos, podrá rehusar los requerimientos del ‗sometido‘, en forma violenta o no, o podrá cambiar de tema, siempre respaldado por un ‗juego de poder‘; en este caso, el preferido es ―se levanta la sesión‖, que quiere decir ‗no hablemos más del asunto‘ . En tal situación, el ‗sometido‘ debería negarse a comprometerse en algún aspecto cooperativo de la relación, hasta ser atendido en sus demandas. Y además, fortalecer su propio ego, para defenderse, por sí solo, del dominio en que se encuentra. Se entiende que la situación planteada, puede convertirse en un procedimiento muy intenso emocionalmente: en consecuencia necesita de mucho sostén y respaldo por parte de su grupo familiar o de intermediación. Claro está que esta proposición debe hacerse con mucha delicadeza y cautela, apoyada por una valoración adulta. En estos momentos la respuesta al cambio estará a cargo del ‗cometedor‘, quién puede tomar dos caminos: o coopera, o directamente continúa, sistemáticamente, en sus ‗juegos de poder‘. Si se mantuviera recalcitrante al cambio, pese a los esfuerzos de la persona sojuzgada para revertir la situación que lo aflige, no le queda a ésta otra alternativa que terminar la relación, puesto que en tanto no se equilibre el intercambio de sentimientos y oportunidades, la continuidad de la misma no hará sino realimentar el ‗libreto de sometimiento‘. * Ahora me pregunto, ¿qué ocurre cuando el amor de pareja no se consubstancia en el respeto muto? ¿Es decir cuando éste se ha perdido y ambos se sienten confundidos e irresolutos, pero, sin embargo, se quieren en su fuero íntimo?. Algunos esposos solicitan la presencia de un ―mediador‖ calificado, para que les resuelva sus problemas de intimidad perdida. Partimos de la premisa de que cada uno de nosotros tiene su propia forma de ‗ser‘ y de ‗ver‘ las cosas. Todo ello condicionado a la puesta en marcha de la cantidad de ‗ideas y creencias‘ que constituyen las bases con que el hombre sustenta sus opiniones y desarrolla su vida existencial. De tal manera entendemos que dos o más personas pueden coincidir o disentir, cuando no solamente confrontan sus pensamientos-sentimientos, sino también en los aspectos de muchas, pequeñas o medianas cosas, que tienen que compartir. Pero sabemos que, ya sea una simple discusión -o en tono más acalorado- con el agravante de insultos, y a veces acompañada de atentados físicos, deja, en las dos partes intervinientes, un gran vacío bochornoso que se llena con rabia, odio, resentimiento, o, directamente que lleva al ‗alejamiento‘ o la ‗separación‘ entre las mismas. Y todo esto acarrea un cúmulo de toda clase de sentimientos de dolor y desesperación, hasta que le llega a uno o ambos contendientes, el momento de canjear esos vales perniciosos tratando de satisfacer, así, las ansias de venganza, o la hegemonía de poder.
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¿Y el resultado? No puede ser más desastroso, porque dejaron de ser dos personas que intercambiaban sus opiniones y valores en un plano de cordialidad, sino que se convierten en ‗cosas‘, ‗objetos‘; y por ende en sujetos agresivos y mal dispuestos, porque han perdido la veneración que se debían. El respeto, entonces, es el ingrediente superior y necesario para que las personas enfrentadas puedan encontrar la vía de la comunicación perdida. Acerca de esta cuestión el Padre Larrañaga aclara que ―respeto es la actitud para ver a la persona tal como es... La capacidad para tomar conciencia y aceptar con benevolencia la singularidad de la misma‖. Jacob Burckhardt, a la vez, argumenta: ―el hombre, para ser tal, necesita de un poder al que pueda dirigirse, con el que pueda dialogar y ante el cual pueda apelar en las horas difíciles. Este poder es Dios‖.
Aunque también el hombre recurre al hombre en busca de ayuda. Y quien se presta a ofrecerla tiene que hacerlo con mucho tacto, porque así como no tomaría con las manos un carbón incandescente, o trataría de apagar largas llamas con un simple soplido, le es conveniente adoptar los recaudos necesarios para no quemarse o expandir un fuego que destruye. En tal sentido ambas partes en conflicto, en función de un posible acuerdo que les reporte la satisfacción de la armonía perdida, deben aceptar el deponer sus enojos o resentimientos, para obtener el beneficio de un ‗encuentro‘ más consistente y saludable. Ubiquémonos en esa realidad de la relación humana en el que media ‗un ámbito‘ dentro del cual se intercambian ideas, sentimientos, sugerencias, planes proyectos, opiniones, etc., ya que, como asegura Martín Buber: ―lo importante, no eres tú; lo importante no soy yo. Lo decisivo es lo que ‗acontece entre tú y yo‖.
En ese ‗acontecer entre tú y yo‘ suceden muchas cosas, y su propósito es la creación y sustentación de un ‗diálogo‘ que llegue a ser beneficioso para los integrantes, para no culminar en un fracaso. La composición del ‗diálogo‘ presenta varias facetas que debemos tener en cuenta. 1) Uno de los participantes envía un ‗mensaje‘ al otro, quién no se hace cargo del mismo porque está ‗distraído‘, o se le ‗escapan‘ las palabras, o, simplemente ‗no quiere oírlo (El mensaje se diluye). 2) O no responde porque no lo entendió, o le molesta su significado (El mensaje no es efectivo. 3) O no escucha porque está más atento a la elaboración de la respuesta (existe confusión). 4) Lo interrumpe sin oír y meditar atentamente el mensaje del emisor (lleva al desorden). Pero también puede suceder que el emisor sea poco claro en los conceptos que expone, o lo haga invadiendo sutilmente la intimidad del receptor, o lo increpe duramente provocando una respuesta irritante. De todas maneras, se hace muy importante poner la debida atención a ese territorio, que damos por sobreentendido, y que sirve de ‗conexión‘ o ‗puente de tránsito‘ entre los interlocutores, donde se intercambian palabras, miradas, gestos, exclamaciones o silencios, que pueden quedar allí, perdidos y sin vida, en tanto que muchos otros alcanzan a erigirse en elementos vivientes y protagónicos, y llegan a alcanzar, por su contenido, una importancia trascendental en la vida de los dialogantes.
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Y ese ‗espacio‘ entre ‗tú‘ y ‗yo‘, es sagrado: no debe ser invadido, ni despreciado, ni anulado. Ese espacio o ‗campo de intimidad‘ tiene que ser propicio para que se mantenga el ‗acercamiento‘ sin que se ‗fundan‘ los sentimientos. En ese espacio debe imperar el amor y la voluntad virtuosa del contacto, y en esas condiciones se facilitará la suficiente autonomía para ser potenciado. ¿Qué condiciones obran para que el respeto sea algo más que una palabra? En principio, cada persona conflictuada deberá despojarse de ciertos atributos negativos que dificultan y a veces obstruyen totalmente el camino del diálogo. Digamos que en esa vereda se encuentran los que están impregnados de prejuicios, mentiras, hipocresía, soberbia y crueldad. Ahora bien, entrando en un diálogo fecundo, cabe un segundo requisito indispensable, que es la ‗honestidad‘. Y en la ‗honestidad‘ no vale ni la prepotencia, ni cerrarse obstinadamente al argumento que los demás esgrimen, ni caminar por vías aviesas. Tampoco proponer sus defensas con acentos marcados de sarcasmos o palabras insultantes o malintencionadas, aún cuando uno o ambos, ahora contendientes, se sientan lastimados. En consecuencia, en las condiciones positivas e ineludibles de respeto y honestidad, se puede entrever un resquicio de claridad para un diálogo fructífero que oriente a una posible conciliación. En el vasto conjunto que compone una f a m i l i a estamos insertos yo, tú y ellos, y somos todos, por ley natural, integrantes activos. Como tal, podríamos preguntarnos: ¿Qué función desempeño dentro de ese engranaje? ¿Contribuyo a la solidarización de sus partes, o no pongo nada de mi componente psico-espiritual? Y si lo hago, mi presencia-acción ¿beneficia o distancia a los demás miembros? Éste es el gran intríngulis que se produce en el seno de cualquier familia integrada. Sabemos que la vida en movimiento es riesgo y no basta con tener el título de padre, madre, hijo, hermano, abuelo, tío, y toda la cohorte consanguínea consecuente, para que nuestra presencia obtenga el esplendor que merece. Es nuestra obligación satisfacer, en cada uno de los roles, la caridad y la atención amorosa que se necesita. Quedarnos inertes ante las desgracias y angustias de algunos familiares nuestros, es aislarnos o separarnos egoístamente de ellos. Aunque si un componente familiar adolece de algún vicio o deformidad en sus costumbres, ¿quiénes somos nosotros para recriminárselo? ¿Estamos imbuidos de una santidad que nos permite ponernos en un sitial de censura? Podemos, y es nuestra responsabilidad, establecer en nuestra conciencia parámetros de conducta moral, pero de ahí a tratar de introducirlos a quien padece de dificultades de ese orden, hay un trecho que debemos cuidar. Lo que sí me parece sumamente beneficioso, es acercarse al dolorido, en la medida en que lo permita, y darle amor puro, sin reproches, mostrándole solamente el camino que a nuestro entender, es el correcto. No somos seres perfectos. Debemos decidir, inexorablemente, la acción en cada momento de nuestra vida. Y esas decisiones están preñadas de ideas y creencias que nuestros padres y otras personas, que tuvieron influencia en nosotros, nos las
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sugirieron durante nuestro crecimiento. Algunas de ellas las adoptamos, muchas veces, sin que fueran destiladas convenientemente por los alambiques de nuestra razón. Y otras las hacemos nuestras, luego de un concienzudo análisis. Además, en esa larga trayectoria de nuestra existencia que se extiende desde la niñez, continuando por la pubertad y la adolescencia para llegar a la edad adulta, pasamos por esas etapas que nos fueron marcando hitos sucesivos de experiencias y aprendizaje. Algunas se consolidaron; otras fueron rechazadas, según convenía o no a nuestro entender. Y aunque, en cierta forma, nacimos indefensos, porque por muchos años necesitamos la protección y solicitud amorosa de nuestros padres, sin embargo, somos poseedores de una rica fuente de recursos que nos permiten sobrevivir a las contingencias que nos acaecen día a día, momento a momento. Ya nos los dice Ortega y Gasset, ―nuestra vida nos es disparada a quemarropa‖. Pero fueron tantos los sucesos que hicieron impacto en nuestra vida, que movilizaron una suerte de defensas que pretendían resguardarnos, y en esas contiendas algunas personas salieron ilesas, pero otras sufrieron cruentas heridas, y muchas sucumbieron fatalmente a las circunstancias. Aunque resulte obvio aclarar conceptos, cuando nos referimos a heridas sangrientas y muertes, se entiende que lo hacemos en sentido figurado. Lo que se hace necesario esclarecer, es la sensibilidad que posee cada persona para recibir adecuadamente aquello que le viene de fuera, y cómo lo administra como concepto para transferirlo a los demás: los que componen su circunstancia. Ahora bien, cuando dijimos que el ser humano contaba con suficientes recursos para sobrevivir, dejamos en el aire un punto que se encuentra relacionado con el tópico en cuestión, y éste es: por una parte, la facilidad para asociarse a ideas y creencias que les llegan del exterior, y otra, la debilidad o persistencia en la acción, para llevarlas a cabo. Entones, si nos hacemos cargo de la función de ‗mediador‘, tenemos, frente nuestro, a dos personas enemistadas, pero no tanto como para desechar la posible intervención de un tercero que obre como intercesor de esas almas heridas. En principio debemos tener presente que el ‗intermediario‘ o ‗mediador‘, tiene que poseer, no solamente la sabiduría necesaria para acercarse reverencialmente al recinto sagrado del alma humana, sino un espíritu que se destaque por sus relevancias de un amor dispendioso, que avale la comprensión, la compasión, la paciencia y la tolerancia, para allegar y vigorizar esos corazones contrariados. Así también debemos tener en cuenta y considerar como valioso, la enorme necesidad que tiene cada hombre de ser amado y reconocido por los demás, por el solo hecho de estar presente en este mundo. Y, por otra parte, poseer el suficiente tacto para ‗entrar‘ en la persona lastimada, de modo tal que ésta afloje sus tensiones y se despoje de las armaduras que no dejan penetrar en sus intimidades más profundas. Con estas referencias, estaríamos en condiciones de aproximarnos a cada persona, por separado, y escuchar atentamente sus requerimientos, desechando de nuestra parte todo preconcepto que pueda enturbiar las razones expuestas. Si nuestra composición la trasladamos al terreno matrimonial, sabemos que cada uno de los cónyuges lleva al matrimonio integridades y fragilidades, y también, que muchas de estas defecciones pueden diluirse gracias al sentimiento de amor que
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los unió en el compromiso matrimonial. Pero algunas seguirán subsistiendo, y en el peor momento, saldrán a la superficie. Entonces, cada contrayente debe comprender que ambos tienen que ‗sucumbir‘ a sus defectos para que la unión se mantenga satisfactoria. Un ejemplo claro que ya expusimos: si queremos tomar café con leche, cada uno de los productos debe perder algo de sus propiedades para que esto se produzca, aunque el resultado final sea con más café o más leche. Y, valido de un espíritu cristiano, tener la valentía de ‗perdonar‘, pero no en un ―te perdono pero no olvido‖, sino ‗totalmente‘, sabiendo, positivamente, que nadie está libre de culpa. Insisto. El camino debe hacerlo uno mismo; como dice un autor: el camino se hace al andar.
Pero quien se decide a emprenderlo, debe desasirse de toda contaminación, es decir deshonestidad, falta de respeto o consideración hacia el otro, prejuicios, etc., porque, de lo contrario, no solamente el sendero se llenará de obstáculos, sino que puede llegar a caer, fatalmente, en el barranco de la nada. Y a quien le cabe la hermosa tarea de unir lo separado sin menoscabar ninguna de las partes, tiene que ser neutral en todo momento, tomando esta posición con extremada delicadeza, para no herir susceptibilidades porque sabe, fehacientemente, que el ser humano es una maravilla de Dios, que solamente puede perfeccionarse en el idioma del amor, que es el que Jesús nos enseñó. Por ello la ‗humildad‘ y la ‗perseverancia‘ para los que aspiren a realizar esta noble y muy difícil tarea, serán imprescindibles en esa función liberadora. ♦
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*9 La agresividad como imagen social Quienes estudian y están atentos a los movimientos sociales que se producen a través del tiempo, no pueden dejar de reconocer que, cada vez, con más frecuencia, aparece el ‗ser agresivo‘, que desafía todo, ya sean leyes, estatutos, consejos, integridad física. Ofuscado, se revela contra toda precaución y ataca, en ocasiones con ferocidad, y hasta hiere y mata sin ninguna contemplación. Podríamos decir que lo hace guiado directamente por sus instintos, porque no atiende el consejo de la razón que podría prevenirlo y detenerlo. Incluso algunos pensadores contemplan con tristeza esta situación, marcando la actitud de quienes atentan contra la vida humana, con una sentencia del Corán: ―si una persona asesina a otra, asesina a toda la humanidad‖.
Este fenómeno se observa en todo el mundo; no es solamente local, y las causas que mueven a la representación de este tipo social, son muchas y complejas. No nacen, necesariamente, como consecuencia de haber salido del hueco de una familia conflictiva. Esta es una razón, pero no es la única. El ser humano se impregna también de todo el residuo social, que lo circunda y lo alienta. Y si este ambiente es propicio a la desilusión, a la desconfianza, a la obsecuencia, a la mentira, a la hipocresía y a la competencia feroz, este hombre no encontrará, por supuesto, ningún modelo para mejorar sus propias falencias. No obstante, al ser más perspicaz de lo que parece a primera vista, esa condición puede hacerlo desembocar hacia caminos llanos o caminos abruptos, y si eligió este último, es porque ha perdido la fe en sí mismo y en los demás; entonces, se encuentra como solo y desamparado. No cree en la justicia y ya no avizora ni comprende las posibles consecuencias funestas, de sus alocados desvaríos. Y es tanto o más peligroso cuando abraza una creencia religiosa con fuerte dosis de fanatismo. Además, es un ser limitado por la ingratitud de sus propios sentimientos, porque está colmado de resabios de odio y resentimientos que le ciegan un razonamiento formal. Así es cómo arremete fieramente contra el que considera su enemigo. Ante esta realidad social, ¿qué actitud conviene adoptar? El daño en su persona ya está hecho y tenemos entre nosotros un ente desesperanzado y peligroso. Reeducar individualmente a quiénes padezcan de esta lacra social, es muy difícil. Más bien, creo, que lo mejor sería idealizar algo que parece imposible, es decir, tratar de suavizar ‗ese medio‘ que lo sienten como fuertemente antagónico, desfavorable. Aunque, en este plano casi, casi, entramos en el terreno de lo utópico, porque ¿cómo podríamos mejorar el medio social? Quiero entender bien esta situación. Con la mirada puesta en la amplitud que nos muestra el complejo humano, vemos a las personas interactuar entre sí,
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manifestando sus propias motivaciones y recibiendo mensajes simples y complejos que, estructurados, hacen a la realidad de la comunidad. Ahora, no bien nos internamos un poco dentro de ese marco de referencia, saltan al escenario general, dos grupos humanos que se diferencian claramente, en sus opuestos: uno, que se muestra desafiante y agresivo contra todas las normas de orden y convivencia social; y otro, que no solamente las respetan, sino que tratan de mejorar el medio circundante, haciéndolo más asequible para todos los conciudadanos. Estos últimos, están conscientes de que no se puede vivir en una comunidad de extraños entre sí, donde hay hostilidad y furor. Que, aunque la vida no es un ‗lecho de rosas‘, podemos cambiar para bien, poniendo nuestro amor y nuestro afán, en pro de ese ser irascible y peligroso. Este grupo, compuesto por muchas personas, no lucha poniéndose en igualdad de condiciones con los otros, sino que comienza por escucharlo y comprenderlo, y pone su mayor empeño en suavizar su condición, con mucho respeto y cuidado, para no herirlo más aún, porque entiende que esos seres humanos, deben sufrir bastante. A este propósito, me parece revelador, un supuesto diálogo entre San Juan Bautista, predicador, y su primo Jesucristo, considerando, cada uno, la actitud que debería tenerse con el hombre en general, según lo comenta el padre Ignacio Larrañaga en su libro ―El Pobre de Nazareth‖. Juan Bautista se siente cansado de ―...descargar golpes de muerte sobre los árboles carcomidos...‖ que, al final, también a él, lo han herido, y desea, fuertemente, la presencia del ‗Enviado‘ para depositar en sus manos esa pesada hacha‖. Sin embargo, Jesús no piensa de igual manera, porque, dice: ―¿Para qué sirve un hacha? Deja desolados los bosques, sin pájaros, sin flores, sin cantos. Si talamos todo árbol que tenga un tumor, ¿no se transformará el bosque entero en un inmenso cementerio? ¿Qué será de la pobre higuera estéril que crece al borde del abismo? Si, en lugar de golpes de hacha, descargamos sobre ella un golpe de ternura, ¿quién sabe si en el otoño próximo no se llenará de dulces higos? ... Si tratamos a los árboles heridos con aceite de ternura, en la primavera próxima los granados florecerán, las espigas madurarán y los racimos brillarán al sol. ¿No habrá llegado ya el momento de enterrar el hacha?‖
Pero Juan Bautista, empecinado en que el hombre debe ser castigado duramente para doblegarlo, insiste en lo mismo, tomando como símil al árbol: ―No sólo las ramas están carcomidas, no sólo lo está el tronco; las raíces, son las raíces las que están podridas. Su destino es uno solo: el fuego. No hay otra salida‖. Entonces Jesús lo invita a mirar el cielo y las miríadas de estrellas. ―Todas parecen frías y silenciosas, pero, desde siempre y para siempre, ellas cantan un himno inmortal al poder y al amor del Altísimo. El poder, ‗sólo el poder, es muerte, el amor es vida‘. Pero si enlazamos en un mismo acorde el poder y el amor, no habrá raíces podridas que no sanen, ni huesos calcinados que no se revistan de primavera, ni barrancas que no se pueblen de cipreses, ni muerte que no se torne en fiesta‖.
Todos estos párrafos, creo que deberían ser meditados profundamente. Y, justamente, las personas de corazón y gestos fraternales, serían las indicadas para derramar ―golpes de ternura‖; sanar esos ―árboles heridos con aceite de ternura‖. Para aunar ―en un mismo acorde el poder y el amor‖. Claro está que, para poner en práctica una posición tan difícil, tan especial, quiénes se sientan seducidos por esta cruzada, deben ser, además, tolerantes.
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Sobre este punto que suele producir confusión, cito a Claude Levi-Strauss: ―la tolerancia no es una posición contemplativa, dispensando la indulgencia a lo ‗que fue‘ o a lo ‗que es‘. Es una actitud dinámica que consiste en prever, en comprender y en promover ‗lo que quiere ser‘‖. La ‗tolerancia‘, entonces, no es dejarse avasallar. Es poner algo de sí para que se diluya el apetito que nos urge a juzgar a los demás, y actuar en su contra. Tal vez sea un don reservado a los que tienen corazón de santo. Porque la ‗tolerancia‘ está hermanada con el amor, con la compasión y con la comprensión, y es posible que ella doblegue, por su sola presencia, algunas actitudes soberbias y de vanagloria que ostentan ciertas personas en detrimento de la sociedad en la que viven. Es por eso que, aquellos que eligieron una vocación de amor por los demás, en el ejercicio de ser ‗‘tolerantes‘, seguramente, en esta voluntad, sentirán la plenitud de haber refrescado su espíritu. Recuerdo también, lo que Rollo May dice sobre el poder y la violencia: ―El poder conduce a la dominación y a la violencia; el amor a la igualdad y al bienestar humano‖. Y más adelante: ―...la violencia se produce cuando una persona no puede vivir de manera normal su necesidad de poder‖.
Y por último, Winnicott nos dice: ―Si la sociedad está en peligro, ello no se debe a la agresividad del hombre, sino a la represión de la agresividad personal en los individuos‖. No todo ser humano muestra su personalidad ostensiblemente ante los demás. Varios son los factores que así lo deciden: timidez, humildad, sentimiento de inferioridad, etc. Lo que sí se hace degradante, es aquel que se esconde, generalmente en el anonimato, y que transgrede el orden que es merecimiento de respeto por toda la comunidad humana. Me refiero específicamente al que agrupo con la sigla QMI (Qué Me Importa). Son aquellos que ensucian las paredes de las propiedades con leyendas, algunas de ellas jeroglíficas; los que dañan las obras de arte y destrozan institutos de enseñanza; los que atentan contra los carteles indicadores; los que tiran toda clase de desperdicios en las calles; los que, como transeúntes, no atienden las luces prohibitivas de cruce y como conductores, tampoco lo hacen. En fin, los que quebrantan las normas de conducta ciudadana. Este grupo humano podría asimilarse al hombre-masa diseñado por Ortega y Quintás. Parecería que en ellos impera, no solamente la soberbia y el resentimiento, sino también una fuerza que los impulsa a ultrajar todo aquello que quiera ponerle coto a sus bajos sentimientos de convivencia. Indudablemente, todos sabemos que en el ser humano se perfilan aspectos totalmente disímiles. En él, coexisten la pureza del niño y la bestialidad del lobo. Pero la bondad, es esencia en el hombre, y la fiereza de los instintos, es parte del lobo. En la persona humana está el decidir la elección. No vale la justificación para quebrar la justicia, con el testimonio de que el hombre es semblanza de la envidia, la saña, la ira y la intemperancia. Solamente el ‗hombre redimido‘, dará albergue total y definitivo, a sus buenas cualidades, hermanadas con el amor, la tolerancia y el perdón. Y, por último, si el aspecto social de la ‗agresividad‘ y la ‗violencia‘, se tratan separadamente por los distintos organismos que hacen a una colectividad, no creo que sus resultados puedan ser útiles. Más bien, estoy seguro que mejor sería unificar criterios que partieran de un centro multidisciplinario donde convergieran sociólogos,
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psicólogos, psiquiatras, pedagogos, jueces, políticos y otros estudiosos de la conducta y la actividad humana, para que éstos pusieran todos sus conocimientos y experiencias en un concordato ecuménico, para bien del hombre en comunidad. Pero, para ello, todos sus representantes, deberían rescindir de su propio ‗orgullo del saber‘, en pro de la sociedad. De esta manera, si existe una verdadera y virtuosa vinculación entre ellos, seguramente podrá obtenerse un mejor acercamiento y resolución, de los problemas humanos. ♦
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*10 Ordenamiento del Tiempo Uno de los mayores tutores a lo que estamos sometidos en toda sociedad civilizada, es la influencia del dios Cronos. Dentro de los parámetros que nos da la vida diaria de 24 horas, justificamos o tratamos de justificar el ejercicio de la actividad. Así, recuerdo que en mi juventud se establecía una suerte de ‗tiempos‘ a ejecutar. De tal manera el día lo dividíamos, graciosamente, en tres ciclos de 8 horas. Uno referido al descanso; el otro al trabajo y/o estudio, y el tercero a actividades variadas: familia, amigos, deportes, hobbies, etc. Pero el torbellino provocado por factores varios como la vida acelerada, la necesidad de proveer el suficiente sustento en la familia y la disipación, entre otros, ha desarticulado este esquema. Y, claro está, no todos somos suficientemente organizados, y aquellos que lo son, se ven, en muchas ocasiones, como ‗perdidos‘ en un absurdo real. Es notable comprobar cómo algunos de los productos de la técnica –fabricada por el hombre- a veces se hacen díscolos a su sometimiento y obran en detrimento de su salud espiritual. Gracias a los progresos técnicos, se han unido rápidamente los pueblos del mundo por muy alejados territorialmente que estén, pero en una paradójica situación, ‗la relación humana se ha distanciado‘. Esto último debe ponernos en atención. Porque el distanciamiento entre las personas, oblitera no solamente el diálogo fecundo, sino que, promueve al hombre a dejarse llevar por las ―enfermedades existenciales‖ tales como la ‗vaciedad‘, la ‗soledad‘, la ‗ansiedad‘ y la ‗depresión‘. El ‗hombre vacío‘ se muestra como ―si estuviera dirigido por un radar acoplado en su cabeza con carácter permanente que le dice lo que otros esperan de él‖, según Riesman. Es un ser pasivo y apático y la experiencia de ‗vacío‘ lo lleva a un sentimiento de impotencia para hacer algo útil con su vida o con el mundo en el que vive. Esta situación puede decantar en la ansiedad y la desesperación, e incluso al bloqueo de las hermosas cualidades que posee el ser humano y terminar, por último en la disminución y empobrecimiento psicológico y espiritual, o al sometimiento de algún autoritarismo destructivo. La ‗soledad‘ es un sentimiento que se traduce como un ‗estar afuera‘, ‗aislado‘, y en su desesperación busca compañía que le hable, no importa lo que diga, pero que hable constantemente. La ‗soledad‘ nos pone en contacto con nuestro ―yo interior profundo‖ y tememos enfrentarnos a él porque muchos no hemos desarrollado nuestras fuerzas interiores. Entonces nos cobijamos en la aceptación social, en ‗el gustar‘ –que tiene tanto poder- porque mantiene a raya los sentimientos de soledad y rodea a la persona de una calidez confortable y la sumerge en el grupo: la reabsorbe.
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La ‗ansiedad‘ es un sentimiento psicológico que nos hace sentir como ‗atrapado‘, ‗abrumado‘, y nuestras percepciones en lugar de agudizarse como defensa, al contrario, se vuelven por lo general, confusas y vagas. Y por último la ‗depresión‘, que el padre Larrañaga la describe como ―noche oscura, agonía lenta, soledad absoluta, desgana infinita, tedio mortal‖.
Es una enfermedad social en la que la persona cae en un colapso total en medio de la desesperación, el desamparo y la desventura. Encerrado en una prisión, vive el hombre con amargura una sensación oprimente de inutilidad. Sus gestos son lentos y torpes y reflejan aflicción. Su mirada se empaña, su voz monocorde expresa sentimientos derrotistas y habla con vacilación. El ser humano no merece caer en el abismo de estas enfermedades sociales, porque cada uno de nosotros tenemos, en mayor o menor grado, algo de ‗héroe‘, si se concibe como ‗acción heroica‘ su acontecer existencial. Tal vez los agentes que más inciden en esa desunión, paradójicamente, sean las fuentes de información maliciosas. Entre ellas está la televisión donde se instalan numerosos parásitos que succionan nuestra rica sangre. Y voy al punto. Enciendo mi aparato de televisión y mi atención va saltando de programa a programa. ¿Con qué me encuentro? Generalmente con presentaciones que rechazo inmediatamente porque están plagadas de groserías y golpes bajos. Me hieren las palabras obscenas dichas con un total desparpajo. Siento repugnancia por aquellos que arman sus programas con el sistema de la chismería infame. Y los que citan a políticos, y a otras personas de dudosa moral, llevándolos a la pelea verbal. Cuando se presentan auspiciantes que usan a su auditorio para regocijarse en la infelicidad de algunos y que, como corolario incitan al público con un ―fuerte el aplauso‖. A los que buscan insistentemente poner en el aire situaciones desgraciadas de nuestra historia de vida, sin tener en cuenta que lo pasado no podrá cambiarse ni un ápice y que el sentir dolor por esos hechos, solamente ahondarán lastimosamente nuestros sentimientos. Y los noticieros, vehiculizadores de sucesos atroces, puestos en las pantallas, una y mil veces, como gozando de las desgracias y la crueldad humana. Y como si eso fuera poco, las propagandas, no todas, que ofrecen sus productos con una insistencia irritante, algunas de ellas, invalidando la inteligencia del público. Si a todo esto le agregamos las películas seleccionadas para ser difundidas, entre las que presentan más horror, crueldad, sadismo y erotismo, tenemos un panorama desolador, donde se atenta contra la dignidad humana y está a la orden del día la cultura del facilismo, del reduccionismo, de la falta de respeto; la agresividad, la ironía perversa y la procacidad. En este punto se observa en un grupo, que cada vez se agranda más, la regresión a una etapa infantil que se revela como ‗un niño curioso proclive a la concupiscencia‖, que es alentada por muchas personas, ignorantes algunas, mal intencionadas otras y que promueven, por todos los medios posibles, a esta inclinación falaz que desvía el camino hacia la pureza del alma, mancillando el concepto del amor.
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Se está llegando a la exasperación que lleva a que muchos digamos ―apaguemos el televisor: ¡basta de estupideces y de porquerías!‖, porque nos inundamos de negatividades. Hay que contar que son numerosos los hogares que tienen encendido el televisor desde la mañana a la noche, y que, atraídos por un escape de su propia realidad, caen en la fantasía que les desorganiza la vida y los invita a la desidia. ¡Para qué estudiar! ¡Para qué trabajar! ¡Para qué...! Resultado: inactividad y ansiedad. Sabemos que la TV., como agente informativo, tiene la necesidad de mostrar la realidad aquí y ahora. Pero así mismo debe proveer a los millones de argentinos y también a televidentes de otros países que la ven día y noche, de facetas positivas y ponderables que promuevan a la felicidad por el amor, a la creatividad y a la cooperación. Conviene que sea un medio de difusión educativa y cultural a través de todo lo que ella produce, tanto programas en vivo o selección de películas, porque si hay que decir ―gracias a la TV.‖ es cuando podemos disfrutar de una buena película, de un excelente concierto, de una información valiosa, de buenos programas formativos, todos muy necesarios a nuestra sociedad y al mundo entero. Necesitamos ‗darnos cuenta‘, tanto los organizadores de las presentaciones como los televidentes, de la imperiosa necesidad de impedir que el aparato se convierta en una ―caja boba‖, porque, desde ese momento, nos inyectaremos de apatía y de una cultura basada en los prejuicios y en la presunción de hechos aberrantes no comprobados. Debemos entender que los argentinos somos un pueblo de paz, amor, estudio y trabajo. Nuestra tierra es rica y en su vasta extensión generosa, posee lugares de prodigiosa belleza natural, bosques, lagos, montañas, sierras, costas, mares, lagos, ríos y cataratas para el turismo, y sobre todo, para mostrar al mundo, entre tantos errores de administración cometidos, que también hay una mayoría de millones de argentinos que, silenciosamente contribuyen con su aporte de trabajo, estudio y genuinos valores humanos, aún entre los más indigentes, que buscan, con su esfuerzo en paz, un camino veraz y honesto, en contra de una minoría de políticos y no políticos corruptos. La televisión puede hacer mucho para revertir la incitación a la delincuencia, al atentado y a las bajas pasiones. Cambiemos el panorama. Por suerte, dentro de todo este bosquejo desolador, existen algunos pocos programas que enaltecen el espíritu humano, como los que muestran la solidaridad de muchos miles de personas que se dedican a ocuparse realmente, de apaciguar el dolor de los humildes y de los pobres; de los que tienen hambre y carecen de trabajo efectivo y de ayuda social. De muchos jóvenes que consiguen purificarse emergiendo de las aguas contaminadas de una sociedad materialista, y emprenden planes que van más allá de lo contingente para elevarse por encima de la banalidad e incursionan en proyectos de alcance solidario. Estoy íntimamente seguro de que, por sobre todas las circunstancias aciagas que les puede suceder a nuestro pueblo, y que le suceden, debe resguardarse el respeto del hombre por el hombre, único bastión poderoso que mantendrá el orden familiar y social. Todo ello en pro del amor, y de la honestidad en el corazón y en los
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actos. Y la persona podrá entender la enorme fuerza unificadora y gratificante de la comprensión, la misericordia y el perdón. ♦
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*11 Educación Me parece básicamente importante, hacer un análisis sobre la educación, como elemento primordial, en pro de una mejor relación humana. Parto del hecho de que uno de los mayores virus que carcomen los cimientos sociales, es la ignorancia. La ignorancia actúa como un elemento fuertemente negativo en el hombre. Es importante que me detenga un poco en este tema. Al referirme a la ignorancia, no le acentúo tanto el significado que de ella tenemos: ―falta total o parcial de instrucción, analfabetismo, etc.‖, sino, más incidentalmente, al que está ligado a profundos sentimientos negativos. Aquella que está aliada con el resentimiento, la envidia, los celos. Aquella que enceguece el alma. Este tipo de ‗ignorancia‘ compromete, en acción devastadora, toda la integridad del ser humano, y la persona obra a impulsos instintivos sin que se dé cuenta, casi, de sus motivaciones. Y si la ignorancia malsana, va de la mano del ‗orgullo‘ y la ‗vanidad‘, se hace mucho más destructora, y la persona que la sobrelleva, camina a tientas, corroyendo con su torpeza, el sutil tejido humano y social. Ante este tipo de ignorancia, ¿cuál podría ser su corrección? Primeramente ayudarlos, dentro de nuestras posibilidades, para que puedan acceder al extenso campo de la cultura. Así se orientarán a obrar con sabiduría y discernimiento. Y a no invadir el sagrado templo de la interioridad de los demás, salvo el caso de ser requeridos, y aún así, saber hacerlo con delicadeza, respeto y amor. Claro está que todo esto no se obtiene de la mañana a la noche, sino que requiere de un quehacer permanente y constante, apoyado por un sesudo plan llevado a cercano y largo plazo. Consagrarse en el provecho y bienestar de los demás, puede ocasionarnos muchos desalientos e ingratitudes, pero la certeza de ser portadores de la felicidad de aunque sea un solo ser humano, será suficiente para saber que llevamos el rumbo correcto. La ‗educación‘ es uno de los beneficios más sublimes del ser humano, porque gracias a ella el hombre se encuentra a sí mismo, comprende su ubicación en el mundo, aprende a relacionarse armónicamente con los demás y da libre apertura a sus recursos. Además, los conocimientos, al difundirse de hombre a hombre, promueve la cultura, y ésta, a la vez, se consubstancia con la enseñanza recibida del grupo social al que pertenece. Por otro lado, el espectro cultural es muy amplio y se abre en un abanico de ‗subculturas‘, que poseen sus propios patrones estructurales. El hombre primitivo se encontró con que todo lo tenía que aprender, y de la ignorancia de las cosas surgió el ‗conocimiento‘ con la ayuda de la intuición, la inteligencia y la experiencia. Y ese conocimiento no quedó ahí, enterrado, sino que lo fue transfiriendo a todos los seres que tenía a su derredor. Ahora bien, cuando
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decimos ‗intuición‘ también decimos clarividencia, porque lo oscuro -en un principiose iluminó, se hizo claro. El hombre, eterno caminante, no se contentó con indagar el significado de todas las cosas, sino que, gracias a su perpetua búsqueda, se fue orientando en el camino del conocimiento, que fue cimentando su cultura. En el trayecto, comprendió la necesidad de unificarse en grupos sociales y encontrar los medios de vinculación armónica entre sus integrantes. Así nacieron las disposiciones y fundamentos que dieron origen a las reglas y leyes que regirían las formas de convivencia estables. Sin embargo, no todos los seres humanos son iguales ni piensan y hacen siguiendo un derrotero establecido, porque muchos factores inciden para que sean diferentes. En principio, existe una verdad incuestionable: cada hombre, de por sí, es único e irrepetible. Además, hombre y mujer poseen características conductuales disímiles aunque no necesariamente deban enfrentarse; muy por el contrario, generalmente se atraen. También deben señalarse las influencias que se operan desde la educación paternal, como asimismo la situación geográfica y local, el lugar de nacimiento y radicación, y las creencias ideológicas y religiosas. Aquí es, justamente, donde apunta la educación. Dentro de la compleja estructura social que se establece en un país democrático, la cultura adquiere forma a través de la iniciativa del hombre, de la persona humana -ente real-, que se injerta en la sociedad -ente abstracto- accedida por la familia y distintas y complejas clases sociales. Todo ello responde a un engranaje con un accionar dinámico de interrelación cultural. Ahora bien, cuando enfocamos los términos ‗enseñanza‘ y ‗cultura‘, generalmente damos por explícito el que ambos generen cualidades inmanentes de bondades a las que todo hombre aspira; y esto no es así, porque en el vasto tejido social, existen seres que se complacen en abastecernos de excelsas enseñanzas, y otros, por desgracia, inyectan su dañina toxina. De ahí surgen culturas edificantes y culturas de maleficio. En este punto es muy importante recordar algo que ya hemos dicho y que se convierte en un concepto primordial: cada una de las decisiones que el hombre asume por sí mismo, conmueve, en mayor o menor grado a los demás, se encuentren cerca o lejos entre sí. De tal manera, el ser humano asume, ―per se‖, una enorme y trascendental responsabilidad dentro del entretejido educativo y cultural del mundo habitado. En consecuencia, la mala calidad humana deviene en un desequilibrio planetario, en tanto que su buena disposición tiende a participar de la armonía universal. Ahora bien, de los padres la persona recibe su primer acervo educativo, ya que, desde siempre, en sus primeros años de vida, fue sumamente dócil a seguir e imitar lo que veía y oía de los demás, haciéndolo suyo. Diríamos que en un principio, el hombre es inmaduro, inacabado. Tiene que formarse. Entonces, como dijimos, en los padres se encuentra la primordial fuente del saber. Pero he aquí que ellos transmiten todo lo aprendido, sea lo bueno o lo malo, porque, dentro de sus posibilidades, hacen lo que pueden, y generalmente lo hacen
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bien. No obstante conviene tener en cuenta que ellos, a su vez, recibieron los conocimientos de otra época, y ahora -actualizados o no- los vuelcan a sus hijos. Por otro lado, los hijos recogen esas adquisiciones a las que le agregan sus propias experiencias infantiles, mientras van escalando las etapas biológicas, psicológicas y existenciales. Y por cierto, las influencias entre padres e hijos y marido y mujer, son recíprocas y cada uno participa con su cuota de enseñanza. No todo queda allí porque las inter-influencias humanas no conocen las fronteras: se expanden por todo territorio habitado. Y esas familias están afincadas dentro de un conglomerado social que reciben estímulos del medio circundante. Por lo tanto, en definitiva, la familia representa el principal núcleo social y cultural emergente y poderoso del complejo humano. El otro germen de educación parte del medio extrafamiliar. Tenemos ya al hijo que cumple horarios fuera de su hogar. Las tantas horas pasadas dentro de su casa, se comparten ahora con las de la escuela. Allí ya no están los padres como monitores únicos; son ahora sus compañeros, y sus maestros y profesores, quienes mediarán en nuevos aprendizajes. En este nivel pueden surgir numerosas controversias derivadas de las fuentes de instrucción. El maestro tiene un plan educativo que pone en funcionamiento y necesita perentoriamente la presencia virtual o real de los padres, y éstos, en ocasiones, están como divorciados de la escuela. Además, esta nueva vinculación alumno-maestro, al principio no es tan sólida, porque el niño puede sentir como un desgajamiento de su familia nuclear. Estas situaciones seguramente se encuentran en la mira de los funcionarios de la enseñanza. En este aspecto, hace unos años se realizó una encuesta por parte de la Secretaría de Educación, que a mi entender fue muy loable. En esa jornada denominada ―Padres a la escuela‖, participaron 1297 adultos de los convocados. Gracias a ella pudieron establecerse varios capítulos que correspondían a las actividades de los alumnos en el aula. Entre las que se ejercían fuera del ámbito escolar, predominaban los deportes, actividades religiosas y estudio de idiomas. El tiempo libre, los chicos lo dedicaban a ver televisión, jugar con amigos, leer libros, diarios o revistas, y en lo concerniente a la ayuda de sus tareas en el hogar, era muy escasa: ésta se llevaba a cabo por parte de sus progenitores. El 49% la recibía de la madre, el 17% lo hacía solo, el 16% por parte del padre y madre por igual y el 7%, del padre. También pudo establecerse que, en un porcentaje menor, recibían a veces cooperación de sus hermanos, abuelos y tíos. Insisto, es meritorio que se promueva esta clase de investigación educativa, porque sabemos, que desde siempre, la primera tarea del maestro fue enseñar a leer, escribir y orientar al alumno en el conocimiento primario de las ciencias. Pero ahora, en nuestro tiempo, urge la necesidad de que el maestro ‗preparea-los-alumnos-para-la-vida‘, es decir, para que éstos tengan una participación eficaz y activa en el mundo de hoy. Y en esta perspectiva de acomodación, entre los múltiples factores en juego, no deben perderse de vista, dos de ellos. El maestro necesita ser compensado en lo económico para que se actualice continuamente y produzca lo mejor de sí, y los
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gobernantes no deben descuidar el aporte para la educación, en los presupuestos a corto y largo plazo. La realidad cotidiana nos hace ver que los usos y costumbres que hacen a una cultura, son elementos que cambian y se mueven en forma acelerada, y muchas veces no estamos en condiciones de correr a la par. Por otra parte, esos mecanismos no funcionan de igual manera, en todas las personas. Algunas reciben los componentes culturales y los difunden para bien, mientras que a otras les producen malestar o apatía, llegando al extremo de repudiar las normas sociales; estos seres actúan como residuos que se depositan en las bocas de tormenta, impidiendo correr el agua libremente. Recordemos esa encuesta que nos dice que 1 de cada 3 argentinos, se ríe de la ley. Sobre este tema, Alfonso López Quintás nos pone en atención sobre lo que él denominó ‗vitalismo‘; una moda que se implantó hace relativamente pocos años y que opera como demoledor de los valores morales y espirituales de los jóvenes, encontrándose vigente en nuestra época. (Creatividad y Educación). Entre sus relieves principales, menciona algunos: *Despreocupación por el sentido de las acciones. *Resistencia a comprometerse a actividades de creatividad personal. *Rechazo de normas y doctrinas estables. *Cultivo de sensaciones placenteras. *Atención a lo sensorial y material. *Voluntad a ser objeto de contemplación, sobre todo a través de la mirada. En este aspecto, en forma cada vez más creciente, se observa una sociedad donde tanto la mujer como el hombre se hace afecto al uso de pomadas, artefactos remodeladores y hasta cirugías, para disminuir la pérdida de la elasticidad epidérmica e incluso cambiar algunos aspectos de su físico que no le agradan. Muchos jóvenes impregnan su epidermis de los más variados ‗dibujos‘ marcados, a veces, en forma indeleble, que exponen como trofeos. Otros se llenan de aritos en los lugares más inverosímiles del cuerpo. Yo creo que este avance progresivo de la moda, en cierto modo actúa en forma directa a la falta de reconocimiento de sus familiares o sus pares. Cuando hablamos de educación, generalmente damos por sentado que, llegado el individuo a la edad adulta, prácticamente poco o nada tiene que aprender. Y esto no es así, porque los procesos de cambio y perfeccionamiento culminan, recién, en el instante último de la vida terrenal. Estamos profundamente insertados en el siglo XXI y a muchos de nosotros nos apabullan tantos conocimientos que se van acumulando momento a momento, sin que podamos abarcarlos adecuadamente porque el tiempo no nos lo permite, pero sí es importante que nos demos suficiente espacio para discernir cuáles son aquellos que pueden sernos útiles para el perfeccionamiento de nuestro haber espiritual, y cuáles otros no merecen nuestra atención inmediata. En cuanto a los productos científicos y tecnológicos que de ellos derivan, sucede algo paradójico. En la medida en que los bienes se popularizan en el mercado, aumenta también la apetencia desordenada por adquirirlos, y se pierde la mesura. Creo conveniente, recordar algunos sabios consejos extraídos de los libros Veda, y más particularmente del Bhagavad Gita. Dicen así: ―El hombre que se complace en los objetos de sensación, suscita en sí el apego a ellos; del apego surge el deseo; del deseo, el apetito desenfrenado. Del apetito desenfrenado dimana la ilusión; de la ilusión, la desmemoria; de la
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desmemoria, la pérdida del discernimiento; y por la pérdida del discernimiento perece el hombre‖.
En otro aspecto, nos vemos demasiado apurados por avistar el futuro inmediato, sin detenernos un momento en el tiempo en el que nos hallamos ‗aquí y ahora‘. Es como si camináramos por delante de nuestros propios pasos. Nos encontramos, entonces, a contratiempo del ritmo de la naturaleza, más lento y sabio, y nos embarullamos muchas veces. Nos enceguece la velocidad, entramos en el ‗vértigo‘, y no vemos el camino correcto. Y, paralelamente, mucho de lo que nuestros ancestros fueron aquilatando paso a paso en bien de la cultura, lo desvalorizamos con indolencia e irrespetuosidad. Metido entonces en el desconcierto que produce el‘ aturdimiento‘, se crea una nueva potestad, donde se hacen adalides los cultores de la concupiscencia, es decir, de aquellos que se regodean con los placeres sensuales inmediatos y efímeros. Surgen así nuevas modas o experiencias prohijadas por el dios de la inconstancia y lo inconsistente, y la familia, como unidad esencial de la sociedad, comienza a temblequear. El diálogo constructivo se interrumpe, y los hijos prefieren la compañía de sus pares y la música estrepitosa y banal, a la de sus figuras parentales. El vocabulario también sufre cambios escatológicos -en la acepción de excrementos- y se va perdiendo la vergüenza a la intimidad y al decoro. Los medios de comunicación visual se deleitan en mostrar escenas eróticas, confundiéndolas groseramente con el atributo del amor, y dispersando por doquier, chabacanerías de todo orden, donde la burla maliciosa, parecería ser el plato del día. En esta confusión de valores, se hace más fuerte la adhesión a imitar todo lo que se ve y se oye, sin discriminar si es bueno o malo, si conviene o no conviene, de tal modo que se diluyen la autonomía y el discernimiento, y por cierto también, la libertad individual tan preciada. Por otra parte, el avance desorbitado de la ciencia y de la tecnología, con sus productos, muchos de ellos codiciados por el común de la gente, si bien es cierto nos proporcionan la satisfacción de la comodidad, además de resultarnos útiles para mejorar los recursos cotidianos, en algunos casos llega a provocarnos una desazón porque no entendemos eficientemente su uso. Y en otros momentos interfiere, de alguna forma, en la comunicación entre las personas; las largas horas prodigadas a la atención de la televisión o la computadora, priva del espacio saludable y necesario, para la lectura y los diálogos interpersonales provechosos. Pero, lo que más perjudica a una buena base educativa, es la falta de sinceridad y de respeto que se observa entre gran número de los integrantes de la sociedad, donde parecería imperar la hipocresía, el chismerío, la envidia, y la soberbia. Todo ello destruye la unidad entre los hombres. En un lineamiento general, entramos a la ‗cultura de la mediocridad‘ donde se hace fuerte la masa. Recordemos algunos conceptos que sobre ella comentaron dos filósofos españoles: José Ortega y Gasset y Alfonso López Quintás. El primero expresa: ―Las gentes, en virtud de sus derechos ciudadanos, se hacen civilizados pero no necesariamente cultos‖. Y más adelante: ―La característica del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone donde quiera‖. ―Quién no sea como todo el mundo, quién no piense como todo el mundo, corre el riesgo de
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ser eliminado. Y claro está que ese ‗todo el mundo‘ no es todo el mundo. Todo el mundo era, normalmente, la unidad compleja de masa y minorías discrepantes, especiales. Ahora todo el mundo es sólo la masa‖. Y ―...el hombre-masa es el hombre cuya vida carece de proyecto y va a la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus posibilidades, sus poderes, sean enormes. Y este tipo de hombre, decide en nuestro tiempo‖.
Siguiendo con Ortega, nos hacemos eco de ese ‗hombre-masa‘ tan bien perfilado en su fundamento cultural y social. ―Se les ha dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos; se les ha inoculado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios modernos, pero no el espíritu; por eso no quieren nada con el espíritu, y las nuevas generaciones se disponen a tomar el mando del mundo como si el mundo fuese un paraíso sin huellas antiguas, sin problemas tradicionales y complejos‖. Es bueno recordar que estos pensamientos fueron vertidos en el año 1930,
es decir, hace más de 80 años. En tanto, Alfonso López Quintás, contemporáneo nuestro, agrega: ―El hombremasa recibe pasivamente un elenco de derechos comunales que no responden a su esfuerzo personal. El hombre vulgar sólo se esfuerza por resolver problemas inmediatos; carece de empuje para abordar cuestiones de mayor alcance, aparentemente desconectadas de las urgencias cotidianas‖.
Tal vez, el perfil sociológico que diagraman, tanto Ortega como Quintás, pueda parecer un poco ‗cargado de tintas‘, como sucede generalmente cuando se le quiere dar relieve a alguna posición con respecto a otra, pero me parece conveniente que se tomen algunos recaudos en la hora en que se diseñen planes culturales. Mi planteo es que, sabiendo que la colaboración de las masas es importante para la elaboración de una cultura ciudadana, no se las debe menospreciar. En cuanto a las ―minorías selectas‖, si bien en ellas asienta el gobierno y mantenimiento de la cultura de un pueblo, no deberían presentar tampoco, un frente de batalla pertinaz con este grupo humano mayoritario. Más bien, convendría conciliar las propuestas, con sabiduría y amor, como lo hace el padre bueno con sus hijos. Y acá vale, positivamente, un canto del Bhagavad Gita para quienes son objetivos en la opinión, en el momento en que juzgan a los demás: ―Excelente es quien, con ánimo ecuánime, mira al enemigo y al amigo, al propio y al extraño, al indiferente y al deudo, al forastero y al convecino, al pecador y al justo‖.
Es revelador el hecho de que muchos hombres en la actualidad, insertados en medio de un creciente haber cultural, no hayan corregido sus hábitos para bien, y se entretengan en quimeras inalcanzables y en luchas fraticidas que le restan la facultad de mejorar las miras que sobre ellos, deposita la humanidad. Aunque variadas son las implicancias que han obrado y que obran para que el ‗hombre común‘ se haya detenido en su natural ansia de perfeccionamiento. Sin querer establecer una tabla de valores, podemos señalar tres elementos que inciden en el orden social de cualquier país, y éstos son: la ancestral e irritante ‗supremacía del rico frente al pobre‘; la ‗competencia feroz‘, que se vale de cualquier artimaña para alcanzar lo que se quiere; y por último, los ‗intereses creados‘. El desajuste que se produce cuando el opulento desborda su ansia de potestad desoyendo las lamentaciones y necesidades del menesteroso, crea una suerte de diferenciación tan grande, que lo precipita a este último, a sumirse en sentimientos de odio, de rencor, y de deseos de venganza, y esta situación se refleja en una cultura de oposición y enfrentamiento.
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Por otra parte, se nos enseñó desde pequeños, a ser los mejores entre todos. Debíamos destacarnos en el estudio, en las profesiones, en la vida civil y en toda labor que nos propusiéramos. Acá cabe una reflexión. Es buena y satisfactoria nuestra relevancia en la acción, porque esto nos auto-estimula para optimizar los emprendimientos, pero no lleguemos al punto de invadir el campo de los demás, con estratagemas deshonestas. En lo que respecta a los ‗intereses creados‘, éste representa un mal general muy poderoso y degradante, que nació desde el momento en que el hombre se aglutinó socialmente. En muy poco tiempo emerge un líder ambicioso que busca hacerse de un poderío entre los demás, y lo consigue ofreciendo dádivas y un poder subalterno a gente elegida por él, que se presta a cubrirle las espaldas, dándole oportunidad para que pueda manipular, cómodamente, sus escabrosos intereses. * Nos encontramos sumergidos en un mundo donde se va esfumando la buena relación humana. Donde vemos seres recelosos que se apartan unos de otros. Donde se propicia el fanatismo parcializado. Donde la persona va perdiendo su condición de tal para convertirse en ‗objeto‘, en ‗cosa‘, en ‗número‘ y así, en este planteo, se hace más fácil la idea de dominación del hombre por el hombre. Se está favoreciendo un clima de separación interhumana, que daña intensamente los fundamentos sociales. Es como si al cerebro le fuera amputado el cerebelo; desde ese momento el individuo no puede coordinar sus movimientos automáticamente, y pierde la estabilidad. En la sociedad actual, competitiva y convulsionada por las pasiones del poder y del dinero, el ciudadano común no ‗comprende el sentido de vida‘, y se ve envuelto y tironeado por enemigos virtuales y reales, y se siente acosado por gente deshonesta y desleal; soberbia y engreída. En ese caldo de cultivo, se hace fuerte el manipulador que usa el lenguaje como, ―el medio para dominar a personas y pueblos de forma rápida, contundente, masiva y fácil‖, porque el discurso lo usa ―para vencer sin necesidad de convencer‖, como pensara López Quintás. En este ejercicio de ataque y defensa, se perdió la sensatez y se hicieron fuertes la prepotencia y la violencia en todas sus formas, dispersando, de alguna manera, la cohesión natural, que hace a una sociedad sana y estable. Entonces, ante esa sensación de ahogo que nos produce el ámbito cultural enrarecido, sentimos la necesidad de abrirnos y de restaurar formas culturales probas, adormecidas en el sueño del olvido. Empero, pese a todo este panorama cargado de escepticismo, Ortega nos recuerda a cada momento, que el ser humano posee un ― fondo insobornable‖, que lo privilegia como persona. Además, agregamos, va acumulando un capital que lo almacena en su ―banco de datos‖, y que es voluminoso para algunos, aunque mezquino para otros. Y este historial, de una u otra forma, representa nuestra cultura, rica o magra, y a ella nos atenemos para vivir. Aunque, como administradores de ese patrimonio, está en nosotros y nada más que en nosotros, el acrecentarlo para que fructifique, sabiendo que, de esta manera, podremos canalizarlo en la capacidad de amar, de comprender con ánimo compasivo
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las disímiles conductas que presentan los demás, y ser generosos y pacientes. Todo esto redundará en nuestro beneficio y en el desarrollo de la salud espiritual. Sin embargo, para alcanzar los altos ideales que se esperan de la condición humana, debemos desprendernos de muchas adherencias e impurezas que no nos dejan transitar libremente por el camino que lleva a la plenitud. Despojarnos del agobio de tanto peso degradante y poder sentir el hálito refrescante de la fe en nuestros semejantes. Dejar, entonces, en la ladera del camino, la desconfianza y el reguero cáustico de la murmuración o chisme, o calumnia, como también se la denomina, y que lleva, inexorablemente, a la descomposición de la unidad social, porque, como dice la Biblia: ―El latigazo deja una marca pero la lengua quebranta los huesos‖. ―Cuando soplas una chispa avivas el fuego pero si la escupes, la apagas, y todo sale de tu boca‖. ―El que disimula su odio tiene labios mentirosos, y el que levanta una calumnia es un necio‖.
* En un principio hablamos de las fuentes directrices de la enseñanza, que se originaba en nuestros padres y maestros. A éstas debemos agregarle la influencia que dimana de los gobiernos que, en cierto modo, obran como padres adoptivos, y sus hijos como el pueblo, los ciudadanos. Entonces, si nuestros padres no nos protegieron ni nos dieron amor. Si fueron tiranos y deshonestos, la calidad de nuestros sentimientos se encontrará menoscabada y, seguramente, las respuestas que demos como agentes sociales, estarán cargadas de suspicacia, de rencor y de desestima por quienes nos dieron la vida. Algo así pasa con los gobernantes que rigen un país; de alguna manera nos sentimos como hijos suyos. Es por eso que aquellos que disponen de los bienes comunales haciéndolos propios, o que apoyan esquemas de beneficio popular y no los cumplen, ocasionan un grave desgarro en la comunidad, y la consecuencia es el desaliento y la falta de fe en las organizaciones ejecutivas. Y la carencia de comunión entre padres e hijos, desgarra profundamente los lazos familiares, y por supuesto alcanza a la sociedad, provocando rompimientos y heridas, difíciles de curar. Hasta ahora hemos ido delineando todos aquellos factores que apuntan a una cultura esencialmente materialista y consumista que se proyecta en la educación, y que se traduce en la procacidad, en la mentira, en la hipocresía y en la violencia, falseando el derrotero glorioso a que aspira la mayoría de los seres humanos. Pero no todo está perdido. Sabiendo que somos poseedores de abundantes riquezas espirituales, que muchos de nosotros las ignoran, y por eso no abren sus corazones distribuyéndolas a manos llenas, no obstante existe gran cantidad de personas que están muy empeñosos bregando para que la bondad, la honestidad y el amor, ocupen el lugar preferencial en sus vidas. Tal vez sería muy útil propiciar una revisión más ajustada a la época en que se vive, de los programas de educación primaria y más todavía, de la secundaria. Con referencia a este último nivel, la enseñanza enciclopedista que la fundamenta, no deja resquicio alguno para introducir planes concienzudos donde se privilegien aspectos que se proyecten a la familia y a la población, tan necesarios para la buena convivencia, y para que los hombres respondan entre sí con el respeto que merece la relación interpersonal. El psicólogo francés G. Le Bon nos advierte en este sentido:
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―Lo que constituye el primer peligro de una educación calificada de latina, es el error psicológico fundamental de que, enseñando por la opinión contenida en las obras, es como se desenvuelve la inteligencia... y el joven no hace sino aprender el contenido de los textos, sin que su juicio y su iniciativa se ejerzan nunca. La instrucción para él es recitar y obedecer... donde todo esfuerzo es un acto de fe ante el maestro infalible, y que termina indefectiblemente en empequeñecernos y hacernos impotentes. En lugar de preparar los hombres para la vida en general, la escuela no les prepara sino para las funciones públicas, donde se puede triunfar sin objetivo y sin manifestar ningún chispazo de iniciativa‖.
Hasta ahora, las ‗ciencias del hombre‘ no nos han pautado las enseñanzas para vivir en comunidad. Es por eso que le doy la palabra a Ramón Pascual Soler, quién se expresa de la siguiente manera: ―Las ciencias del pasado han dado magníficos frutos en el orden práctico, pero son incapaces, hoy en día, de dar una respuesta que sea satisfactoria para la vida del ser humano. Ésta es la crisis fundamental de las ciencias de nuestro tiempo, tanto de las ciencias de la naturaleza como de las ciencias del espíritu y, sobre todo, de las llamadas ciencias del hombre. Las ciencias que conocemos se han constituido en función de sus respectivos objetos particulares, pero se han vuelto extrañas al sujeto que las ha creado. Los jóvenes estudiantes de todo el mundo han sido los primeros en denunciar abiertamente este divorcio entre la ciencia y la vida. ... Detrás de la fachada con que se muestra la rebeldía de la juventud hay un trasfondo de visión de una realidad diferente, de una realidad individual y social diferente, de una vida diferente. Es la vida del joven la que se rebela, no contra la ciencia misma sino contra los sistemas que han institucionalizado una forma de ciencia que se ha vuelto contraria a la vida. La ‗revolución cultural de la juventud‘ se instala en el recinto hasta ayer sagrado de los centros académicos y constituye, por sí misma, un desafío radical que no se puede eludir. Más aún, forma parte del proceso de cambio instalado en las mentes jóvenes. En otras palabras, es una presencia desafiante e insolente que no se puede suprimir por la represión y que reclama una respuesta viva y creadora. Pero las ciencias que conocemos carecen de esta respuesta porque se han desarrollado al margen del ser y de la vida. No son ciencias de la vida, y lo que hoy se busca es una ciencia que dé respuesta a los interrogantes de la vida de los hombres que vienen‖. Y, más adelante, se pregunta y responde: ―Todas estas ciencias que se refieren al hombre y que tratan acerca del hombre, ¿tienen, realmente, una respuesta para la vida del ser humano? Yo creo que todas las ciencias del hombre juntas -por lo menos tal como existen hoy- son incapaces de señalar un camino para el porvenir del hombre. El hombre futuro no puede vestirse con el traje de Arlequín hecho con los retazos de las ciencias del pasado: necesita una túnica inconsútil (de una sola pieza), integrada y a su medida. Esto no quiere decir que las ciencias que tenemos no sirvan ni que se hayan agotado sus posibilidades. Sí, sirven, pero para fines secundarios, aplicativos y prácticos, pero no sirven para develar el ser del hombre y poner al descubierto el significado de su vida en el universo‖. Por último, señala: ―Los países en vías de desarrollo, las corrientes sociales y políticas de avanzada, presionan a las élites del poder para que el conocimiento científico y tecnológico sea accesible para todos. Esta tendencia noblemente inspirada, que quiere poner los bienes de la cultura al servicio del pueblo, suele desvirtuarse en la práctica cuando se confunde servicio con servilismo y se pretende crear una política de la ciencia bajo la dirección de la burocracia sindical, de los partidos políticos o del estado‖.
El joven es y será el agente que marcará el rumbo de la nueva sociedad. Pero debemos cuidarlo como se cuida un tesoro porque al encontrarse en una ‗etapa de indecisión‘, puede extraviarse. Porque él lleva un bagaje bastante pesado.
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Transporta el niño que va dejando y el adulto que se insinúa y lo compromete. En él, en su pureza, se hallan los carriles del nuevo hombre... Debemos ayudarlo quienes hayamos podido poner en orden nuestro espíritu, para que la ‗incertidumbre‘, el ‗miedo‘ y la ‗frustración‘ no se apoderen de su alma virgen, y hagan estragos en él. Sabemos que el que vive en la desidia es señalado con desprecio. Pero la diligencia puesta en ejercicio, puede ser frenada por la ‗incertidumbre‘, el ‗temor‘ o el ‗fracaso‘. Estas formas son componentes obstaculizadoras que obran en nuestra sociedad actual. La incertidumbre se asienta en los momentos en que la persona debe tomar una iniciativa o realizar un acto. ―¿To be or not to be?‖. En cierto modo, la incertidumbre suele ser un impedimento momentáneo que se da el raciocinio para poder vislumbrar, en ese lapso, la presencia del discernimiento. Claro está que cuando la incertidumbre se hace dueña de lo cognitivo y se asienta como un huésped por vida, es mala y peligrosa. En cuanto al miedo, su representación en la vida del hombre, es atávico. Recordemos los primeros habitantes nómadas del planeta. Debían defenderse de otros grupos humanos y de los animales, para subsistir. Eran ‗miedos reales‘ aunque la magnitud de los mismos no pasara por su intelecto. Más adelante, con el establecimiento en lugares estables, los ‗miedos primarios‘ fueron transmutados en ‗miedos virtuales‘ muchos de éstos, que se tradujeron en los miedos al castigo, a la culpabilidad, al rechazo, a la agresión, al ridículo, a expresarnos, a no gustar, a no ser amados, a la intimidad, al fracaso, a la libertad, al cambio, a la vejez y a la muerte. Ortega y Gasset -nos dijo: ―La vida nos es disparada a quemarropa‖...y no todos poseemos chalecos antibalas. Algunas personas son muy fuertes y decididas, y las dificultades no les hacen mella para obtener el logro en sus empresas, mientras otras se presentan más débiles y desconfiadas. Pero también hay quienes observan un equilibrio estable donde razonamientos, sentimientos y espíritu se aúnen armónicamente para conseguir sus propósitos. Todas ellas merecen su oportunidad, aunque, como también sentenciara nuestro filósofo mencionado: -―yo soy yo y mi circunstancia; si no la salvo a ella, no me salvo a mí‖-.
Y por último, la frustración que nos produce la pérdida o lo inalcanzable de algo para nosotros muy valioso. Si bien es cierto que estas situaciones, en ocasiones nos dejan totalmente inermes, debe crear en nuestro corazón, un incentivo para no dejarnos acobardar y emerger de entre las cenizas como una criatura nueva y vigorosa dispuesta a proseguir el camino de la luz. Quiero significar que nuestro derredor, puede sernos realmente terrorífico, y muchas veces no nos sentimos habilitados para salvarlo. Y cuando estamos al borde del abismo, el ‗distrés‘, agente fuertemente nocivo, penetra sigilosa y astutamente en nuestro interior y hace verdaderos estragos, llevando a la persona no avisada, a la destrucción orgánica, psíquica y/o espiritual. No sucede lo mismo con el ‗eutrés‘ que es una disposición a partir de un agente hormonal, que nos promueve a la acción. En esa interacción entre sujeto y campo, y aprovechando la buena disposición que generalmente parte de todo ser humano, el ejemplo que nos ofrece la persona
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honesta, íntegra, sin repliegues, con un corazón abierto al amor sin condicionamiento alguno, y al respeto hacia los demás, sean seres humanos, animales o vegetales, constituirá un paradigma viviente de enseñanza, que superará la lectura de cientos de libros. * Por cierto, el hombre en general, posee una natural timidez para establecer un adecuado equilibrio de convivencia con sus semejantes, lo que lo hace parecer, muchas veces, como soberbio o mal educado. Por esto, la educación ciudadana en general, debería ser dirigida a establecer una adecuada equivalencia, que contemple la formación de una ‗caracterología individual‘, que le permita ubicarse en un orden neutral para no sobrepasar los límites que pueda conducir al hombre al sometimiento o a la rebeldía. Entendemos, que la cultura de un pueblo, se nutre y se vigoriza a través de esa enseñanza que vislumbra la realización armoniosa y respetuosa de sus integrantes, en todas sus edades. En definitiva, nuestra propuesta se encarna en la difícil pero no imposible realización de una cultura nacional y mundial, edificada a través de hombres probos como lo fue entre muchos otros el doctor Favaloro- que serán los ladrillos de un edificio donde el amor, la comprensión, la fidelidad, el desprendimiento y el perdón, sean la noble argamasa que solidifique sus cimientos. Y en ese ambiente, ‗el hombre nuevo‘ gozará de exquisitos frutos, tales como la sabiduría y el bienestar. Estamos conscientes de que cada uno de nosotros somos educadores, o sea hombres que nos convertimos, de alguna manera, en guías del proceso de culturalización de la persona humana. Y esa noble función la ponemos en ejecución, dentro de nuestras posibilidades, en la sociedad pluralista de la que formamos parte, donde existe un continuo intercambio cultural entre los individuos, pero necesitamos la ayuda exterior para acreditarla. Se hace imprescindible que los gobiernos del mundo acompasen su interés para que grupos multidisciplinarios donde se congreguen psicopedagogos, maestros, médicos, agentes sociales, antropólogos, psicólogos, sexólogos, semiólogos, pastores y magistrados, unidos en una cordial aceptación de los límites de cada cual, propongan, con sus conocimientos y experiencia en la materia, nuevas formas o planes culturales que establezcan los lineamientos entre conceptos positivos y negativos que se vehiculicen a través de la conducta. Privilegiar los primeros señalando las bondades que su práctica producen en las personas, y desechar los segundos, marcando las implicancias que puede ocasionar su abuso dentro de la armonía que debería imperar en la colectividad humana. Todo este cúmulo de respuestas, podrían ser compiladas por un ‗moderador competente‘, para un planeo educativo. Sería de desear, que paralelamente a las nobles actividades que desarrollan en estos momentos numerosos grupos humanos en pro de la ecología, con un ferviente deseo de amparar los gratuitos recursos naturales que el planeta nos brinda, se organicen, con un sistema semejante y pan-mundial, para la preservación de los verdaderos valores humanos físicos, psicológicos, espirituales y sociales que el hombre posee para el bien y el mejoramiento de sí mismo y de la humanidad, encauzándolo a través de la educación y la cultura.
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Cuando mencionamos la palabra y el sentido de ‗cultura‘ incursionamos en un intrincado laberinto, porque la diversificación de sus conceptos, dificulta entrar en su problemática. El diccionario nos muestra un amplio panorama del significado de cultura. Dice en un primer concepto: ―es el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos, grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social‖.
Sabemos que los hombres tienden a congregarse en familias, y en el conjunto de esa unión que busca el equilibrio armónico, nace la sociedad. No bien se constituyen en un lugar definido y seguro, se proponen formas de convivencia, donde cada integrante otorga al núcleo humano sus propios ingredientes y recibe en cambio las proposiciones y experiencias de los demás, como complemento de su propia cultura. Y de ahí en más, se producen entreveros de modalidades donde algunos tratan de imponer las suyas, sin importarles los intereses de sus congéneres, y otros lo hacen respetando los fueros de sus conciudadanos. Y, en este momento es cuando surge a la luz la ‗cultura individual‘, porque hasta ahora hemos hablado de cultura en un sentido ‗global‘. Esa cultura que es impulsada por las organizaciones educativas, siempre y cuando exista una verdadera estructura donde se aúna, armoniosamente, el pedagogo, ambientes físicos agradables y, sobre todo, un programa que contemple la recta intención dirigida a la comprensión y tolerancia humana fundamentada en el amor. Indudablemente, existe una estrecha vinculación entre los distintos aspectos que comprende lo cultural, aunque sus intereses se abran en un gran abanico de potencialidades. Por eso mismo, no se puede hablar de cultura en singular sino de culturas. En las grandes urbes, la convivencia se hace muy difícil, porque algunos eligen modos de vida y costumbres, que no condicen con los demás; o bien adquieren un grado de desarrollo en las esferas artística, científica, política, que sobredimensiona las aptitudes de sus otros congéneres, provocando en algunos, envidias, resentimientos y luchas competitivas desleales, lo que desemboca en una desvinculación que separa a los hombres entre sí. Cada nación posee una cultura propia y a la vez abierta a la de otros países, pero conservando un sello particular y único que la caracteriza. Así, conocemos los rasgos predominantes que distinguen entre sí a los ciudadanos del mundo según las regiones en que habiten. Agregaremos también que, en algunos países, dadas las características peculiares que identifican a sus habitantes, surgen caudillos que, ya sea por propia vocación o ejerciendo potencialidades obtenidas por medios no siempre honorables, poseen una sagacidad que les permite adueñarse de la masa popular, ofreciendo prebendas para afirmarse en sus estrados directivos. Y desde ahí, surge un fenómeno muy peculiar que puede llevar a la catástrofe de todos los ciudadanos. Un ejemplo podría aclarar los conceptos. Supongamos una familia donde el jefe como representante de la misma, actúa en forma totalmente disparatada. Todos los demás integrantes recibirán los efectos deletéreos y se sentirán emocionalmente desagradados y doloridos, y, a la vez, irradiarán mensajes tóxicos que alcanzarán a la gente de su derredor en mayor o menor grado. En esos casos, lamentablemente, la cultura pierde su majestuosidad para convertirse en un ropaje lleno de chillones retazos multicolores, y los distintos géneros que la configuran pasan a ser extraños
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entre sí, y sabemos que todo aquello que pierde su integridad, pierde también su razón de ser. La segunda acepción que sobre ‗cultura‘ nos da el diccionario dice que ―es el cultivo en general; especialmente el de las facultades humanas física, moral estética e intelectual‖.
Ahora, claro está, los pueblos que se apartan del significado en cuestión, retroceden, en forma significativa, hacia el sometimiento y la esclavitud de sus habitantes, por parte de aquellos pocos que consiguen encaramarse en puestos de poder clave desde donde dirigirlos, aprovechando esta circunstancia. Y la gente que queda en el llano, se hace proclive a dejarse llevar, a hablar y discutir por boca de los demás, sin razonar si lo que asegura podría llevar el sello de la verdad. Si los dirigentes de las grandes potencias mundiales declinaran las mieles que les proporcionan sus jerarquías y se decidieran a actuar en apoyo de los menos favorecidos, la sociedad sufriría menos la injusticia del desamparo y la ingratitud. Una cultura integral llevada a su mayor imperio que provea el suficiente horizonte para que cada uno pueda verse a sí mismo reflejado en los demás, permitirá que los hombres puedan igualarse en el contexto espiritual, donde no cabe la deshonestidad en el pensamiento y en la acción. No obstante, no podemos olvidarnos que estamos inmersos en una sociedad pluralista que se comporta como un océano de aguas procelosas unas veces, calmas, otras, y en el cual, cada uno de nosotros, debemos dar las suficientes brazadas para no hundirnos y ahogarnos. Nuestro recordado Ortega y Gasset decía que, ―ya desde mediados del siglo XIX, se advierte una progresiva publicación de la vida. La existencia privada, oculta o solitaria, cerrada al público, al gentío, a los demás, va siendo cada vez más difícil. Este hecho toma, por lo pronto, caracteres corpóreos: el ruido de la calle. La calle se ha vuelto estentórea. Una de las franquías mínimas que antes gozaba el hombre era el ‗silencio‘. El derecho a cierta dosis de silencio, anulado. La calle penetra en nuestro rincón privado, lo invade y anega de rumor público. El que quiera meditar, recogerse en sí, tiene que habituarse a hacerlo sumergido en el estruendo público, buzo en océano de ruidos colectivos. Materialmente no se deja al hombre estar solo, estar consigo. Quiera o no, tiene que estar con los demás‖. Y censura esa invasión de la ‗res pública‘ en la ‗res privada‘. ―La Prensa se cree con derecho a publicar nuestra vida privada, a juzgarla, a sentenciarla. El Poder público nos fuerza a dar cada día mayor cantidad de nuestra existencia a la sociedad. Las masas protestan airadas contra cualquier reserva de nosotros que hagamos‖.
Estamos transponiendo el siglo XXI, y este avance de la socialización, franqueada por la tecnología, ha provocado una metamorfosis en el hombre que, en general, se ha ―sumergido en el estruendo público como buzo en océano de ruidos colectivos‖, como dice nuestro amigo. De esta manera, el ciudadano se aturde, se confunde, y va perdiendo el encanto de discernir adecuadamente y de sentir, sin ser asaltado por lo inmediato y sin tener que justificarse. Entonces, pierde la cualidad de su libertad. No estoy en desacuerdo con los beneficios que nos prodigan la técnica y la ciencia que son el sustento que alienta la cultura del hombre, pero pienso que se debe ser cuidadoso en cuanto a su uso. Además el hombre no nació para vivir solo, enclaustrado, y, desgraciadamente, la invasión de su persona, es el precio que debe pagarle a la sociedad.
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Por último, y siguiendo el pensamiento de Ortega, agrega: ―Ahora, vuelven muchos hombres a sentir nostalgia del rebaño. Se entregan con pasión a lo que en ellos había aún de ovejas. Quieren marchar por la vida bien juntos, en ruta colectiva, lana contra lana y la cabeza caída. Por eso, en muchos pueblos andan buscando un pastor y un mastín‖...que los guíe. (Estas palabras fueron dichas en agosto de 1930: ―Obras completas T.II Socialización del hombre‖). Caminamos presurosos en el año 2011 y no tenemos que situarnos en Europa para ver, con desolada pena, que la persona va perdiendo su ‗individuación‘ en seguimiento de alguien que los tutele, que le dé sustento de vida aún a costa de ser un mero instrumento de ese adalid, transfiriendo el don de su libertad por el apego -a veces incondicional- hacia el líder. Los cabecillas se multiplican y cada uno quiere su parte en el festín que les proporcionan las ―masas‖. Y también estos dirigentes que se proclaman paladines de la justicia, tienen sus resonadores sociales que se hacen eco de sus proclamas, las interpretan a su modo y las difunden como noticias que fulguran frente a nuestros ojos y martillean incesantemente nuestros oídos, y que se difunden, profusamente, por las vías radiales, televisivas y en publicaciones escritas. De esta manera, recibimos toda clase de manifestaciones que se incrustan en nuestro ser, pero como las fuentes emisoras muchas veces carecen de verdad y nobleza, a la hora del discernimiento, nos cuesta mucho decidir nuestro enfoque particular. A veces cuando creemos que establecimos nuestra posición, nos sentimos desorientados, conturbados, porque son tantas las opiniones que se agolpan, que obstruyen los canales de la reflexión y nos impiden pensar sensatamente. He mencionado las ―masas‖ y es oportuno volver nuevamente sobre este tópico, aunque sea fugazmente. Para eso vuelvo a Ortega quién las describió muy claramente. Este autor afirmaba que el hombre vulgar, no solamente se jactaba de serlo sino que trataba de diseminar ese modo de ser, por todo su derredor. Este hombre vulgar o ―masa‖ tuvo la oportunidad de recibir los instrumentos facilitados por los medios modernos, careciendo de la sensibilidad para respetar todo lo que el hombre ha construido, porque al hombre-masa le falta la espiritualidad para ‗comprender‘. Es decir, como diría López Quintás, ―las gentes, en virtud de sus derechos ciudadanos, se hacen civilizados, pero no necesariamente cultos. Este desajuste convierte a la multitud en masa‖.
Entonces, ante el imperativo que surge de las mentes masificadas, nace el demagogo ―que les habla en su lenguaje, y las domina con un arma que ellas están ansiosas de conocer y de usar‖. Y la sociedad toda se malogra, porque, generalmente, los que se
erigen en ―salvadores de la humanidad‖, es decir, los pastores de Ortega, ponen especial interés en adiestrar a sus propios mastines para que les ayuden a mantener en orden al rebaño. Nos encontramos, entonces, con dirigentes que nos apabullan con apasionados y brillantes discursos y que poseen la habilidad tan especial que saben encontrar una razón valedera para cualquier acto que ejecuten, aunque éste sea impuro y sin la sensatez propia del hombre equilibrado. Y no solamente esto. Porque los ‗intérpretes de noticias‘, escudados en la libertad de expresión, aprovechan la oportunidad que les presenta ―una de las características de la vida moderna que es la insaciable sed de información que distingue cada vez más vastos sectores de la sociedad‖, como dijera un columnista de un diario, y en
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repetidas ocasiones ponen mucho de lo suyo, distorsionando, en ocasiones, el pensamiento y la intención de aquellos que están en la cúpula del poder político, conduciéndolos hacia el camino de un peligroso juego, donde se activan los rivales para que se peleen entre sí. Tanto Ortega como López Quintás, nos han trazado una semblanza del hombremasa, y lo han hecho dentro de un marco social. En cambio, el francés Gustavo Le Bon en ―Psicología de las multitudes‖ observa este fenómeno desde un ‗punto de vista psicológico‘. Dice así: ―cualesquiera que sean los individuos que la componen, y por semejante, o desemejantes que sean su género de vida, sus ocupaciones, su carácter y su inteligencia, por el solo hecho de transformarse en muchedumbre, poseen una clase de ‗alma colectiva‘ que les hacen pensar, sentir y obrar de una manera completamente diferente a aquella de cómo pensaría, sentiría u obraría cada uno de ellos aisladamente‖. Es decir que ―la muchedumbre organizada o psicológica, forma ‗un solo ser‘ y se encuentra sometida a la ley de la unidad mental de las muchedumbres ya que las aptitudes intelectuales de los individuos, y por consecuencia su individualidad, se borran en el alma colectiva‖. ―Por lo tanto el individuo en muchedumbre pierde la personalidad consciente, predominando en él la personalidad inconsciente. Si la persona aisladamente pudiera ser culta, en muchedumbre es un bárbaro: es decir, un impulso con la espontaneidad, la violencia, la ferocidad y también los entusiasmos y los heroísmos de los seres primitivos. En el individuo constituido en muchedumbre aún antes de que haya perdido su independencia, se han transformado sus sentimientos y sus ideas de tal modo, de convertir al avaro en pródigo, al escéptico en creyente, al honrado en criminal, al cobarde en héroe‖. De esta manera ―se observan caracteres especiales en las muchedumbres tales como la impulsividad, la irritabilidad, la incapacidad para razonar, la ausencia de juicio y de espíritu crítico y la exageración de los sentimientos. Si el individuo por sí solo puede soportar la contradicción y la discusión, la muchedumbre no la soporta nunca. El autoritarismo y la intolerancia son generales en todas las categorías de multitudes, y especialmente en las muchedumbres latinas es donde se desenvuelven en mayor grado‖.
Aunque no todo es negativo, ya que se puede considerar una fase noble, porque ―si la muchedumbre es capaz de muertes, incendios y de toda clase de crímenes, también lo es de actos de abnegación, de sacrificios y de desinterés muy elevados; mucho más elevados aún que aquellos de que es capaz el solo individuo. Por lo tanto, si las muchedumbres se entregan frecuentemente a bajos instintos, también a veces dan ejemplos de actos de elevada moralidad. Es propio así mismo de las muchedumbres el desinterés, la resignación, el sacrificio absoluto a un ideal quimérico o real‖.
Ahora me pregunto: en esta confluencia de situaciones desencontradas donde cada uno obra contra el otro, desquiciando la buena armonía que debería regir en un país para abrir los cauces de un mejor entendimiento, ¿qué los lleva a herirse entre sí? Esto me recuerda a una fábula: ―Un escorpión quería cruzar la laguna hasta la otra orilla, y recurrió a la ayuda de una rana. La rana le dijo: -no me parece razonable porque tú me matarás en el camino-. El escorpión contestó: -¡Cómo se te ocurre! Si así lo hiciera, yo también me ahogaría-. Entonces, ante semejante argumento, la rana accedió y dejó que el escorpión subiera a su espalda. Durante la travesía, y a mitad del camino, el escorpión clavó su dardo mortífero en la rana y ésta, a punto de morir dijo: -¿Por qué hiciste esto? Ya vez, con mi muerte tú también morirás-. Y el escorpión respondió: -Perdona, es mi índole-―.
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En el seno de la sociedad existen personas que, noblemente, ayudan en el trabajo de comunión para que ésta subsista, pero hay muchas otras que -por su índolemalversan la honesta labor de los demás perturbando el equilibrio de la humanidad, aún cuando esta situación los lleve también a la ruina. Pero no todo está perdido. En esta sociedad actual enmarañada, coexisten grupos de gente que se pone en la vereda de enfrente y sienten la necesidad de realizarse como hombres íntegros. Tienen buenos ideales y los cumplen sin entrar en litigios cautivantes que los saquen de las órbitas que se trazan. Las encontraremos entre la multitud, distinguiéndose por las cualidades de amor, comprensión y compasión, puestos en ejercicio de su prójimo. Pueden hallarse entre literatos, religiosos, gobernantes, comentaristas, críticos, artistas, músicos, filósofos, gente común. Ellos, diseminados por todo el mundo, ofrecen su labor generosa sin ninguna clase de ostentaciones y con total desprendimiento y honestidad, y su labor proficua nos alienta para encontrar un significado y una orientación en la vida, desdeñando la destemplanza, el pesimismo, el resentimiento, la hipocresía, en pro de un encuentro con la alegría y la felicidad. Estos seres privilegiados contribuyen en mucho a mantener el equilibrio universal, y no hacen distingos de raza, sexo, edad o condición social. Se asemejan a los ―sabios‖ a que se refiere Muñoz Soler, cuando describe aquellas personas que obran en beneficio de la humanidad: ―Ellos son los artistas del diseño del futuro, los visionarios que descubren relaciones insospechadas entre las cosas, los arquitectos de nuevas configuraciones, los dibujantes de nuevos paradigmas. Estos hombres que ven a lo lejos, estos sabios modernos, estos padres de la ciencia, suelen pasar inadvertidos por sus contemporáneos, quienes deslumbrados por las conquistas tecnológicas de aplicación inmediata y abrumados por la masa de datos que proporcionan las ciencias particulares, no llegan a reconocer la presencia de los profetas de su tiempo‖.
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*12 La lectura como fuente de cultura Otra sugerencia que me parece muy importante, es la oportunidad de encauzar el interés por la lectura cotidiana. La lectura como fundamento cultural, se va relegando a un plano secundario. El hombre actual, en un ámbito social donde se vive apresuradamente, busca distraerse en pasatiempos que les ofrezcan goces, aunque éstos sean efímeros. En la interrelación dialogal prefiere la síntesis al coloquio extenso donde se articulen temas que lo hagan pensar. La más de las veces no le gusta reflexionar, y le resulta más cómodo asociarse a todo aquello que representan imágenes, y a lo que los demás digan, más que a la letra escrita. Prefiere el resultado servido. Pero no advierte que esa falta de afición a la lectura, le ocasiona dificultades tales como la adquisición de una pésima ortografía, y el de no poder expresarse correctamente. Esto último, deriva en un menoscabo del lenguaje, ya que quiénes se encuentran en esta perspectiva, en su interrelación dialogal, emplean una suerte de elementos-comodines, entre otros, ―¿viste?‖, ―o sea‖, ―¿me grabas?‖, ―el tema es‖ entre otros- dejando incompleta su locución. Por otra parte, algunos, para ‗afirmar su carácter‘, concurren a palabras obscenas y de mal gusto y olor, que ensucian el lenguaje. Y lo que es peor, hay escritores, locutores y cómicos, que no vacilan en expresarlas por doquier. Es así como el individuo, que es sumamente susceptible a todo lo imitativo, se empapa de lo inconsistente, frívolo, y en ocasiones procaz, y se interna, cada vez más, en las abismales aguas de la ignorancia y la estupidez. Todo ello va creando el hombre-robot que no razona y alimenta sus ‗engranajes‘ con la sustancia que recibe de los demás. Y en ese camino pierde su libertad de decidir, y, lo que es peor, se hace muy sensible al sometimiento y a la idolatría. Sabemos, que nuestras fuentes de integración de la realidad se nutren a través de las percepciones, especialmente las visuales, que transmiten al cerebro las formas, colores y movimientos que rodea su campo sensorial. Entonces, en ese interregno que va de lo ‗percibido‘ a lo ‗reconocido‘, surgirán las ideas y conceptos que marcarán el grado de interpretación del mundo y de las cosas que posee el individuo. Pero eso no es todo, porque, como dijimos, gran parte de las nociones les son ya interpretadas por otros, y muchos se sienten cómodos en esa postura. En la actualidad existe un enorme caudal de libros en las estanterías de los comercios, y el lector no avisado y con deseos de adquirir aquellos que le produzcan placer, se guía, la más de las veces, por el título y/o la figura de la tapa, o los últimos best-seller. Además, numerosos son los que acuden, dirigidos por la propaganda, ya sea radial, televisiva o de los medios gráficos. Y así vemos cómo en tiempos de crisis económica, aún así, los lectores acuden a los estantes que les ofrecen La Feria del
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Libro y las numerosas librerías, grandes y medianas, que pululan en la ciudad, ávidos algunos, por encontrar el libro recomendado o preferido, porque hay quiénes apagan su sed de lectura, como el sediento lo hace con el agua. Pero, desgraciadamente ‗el ruido‘ ha invadido nuestra intimidad en lo profundo y nos resta la capacidad de reflexionar y de discernir. Cuando me refiero al ―ruido‖, englobo, no solamente al que se oye sonoramente y en forma discordante, sino también al ‗ruido interior‘, que se agita en nuestra mente y que nos envuelve, nos ahoga y empobrece las pausas necesarias para sentir, para pensar, para razonar y decidir atinadamente; para solazarnos con el espíritu de las cosas y confrontarlo con el nuestro. La lectura debe privilegiarse por sobre otro medio, como el elemento cultural más potente y positivo. Además, porque agudiza la fantasía y la intuición, bastiones de la inteligencia. Las fuentes de la educación son, primero, la recibida verbal e imitativamente, por parte de los padres y otras personas que tuvieron relación con nosotros en los primeros años; para luego, una vez ingresados en los establecimientos de enseñanza, empaparnos del conocimiento a través de la letra escrita y leída. En la primera etapa, sabemos del denodado esfuerzo de padres, algunos padeciendo una cultura media, que, sin embargo, se preocupan para que sus hijos asciendan a una educación superior a la de ellos. Y en lo que respecta a la enseñanza ofrecida por algunos maestros y profesores secundarios, nuestra orientación enciclopedista, escamotea las ansias de lectura que puedan tener los discípulos, máxime cuando el alumno, en cierto modo, es una figura que debe escuchar solamente, perdiendo el protagonismo de sí mismo, salvo en los momentos en que da sus lecciones. No es mi función establecer nuevas normas a la educación primaria y secundaria. Solamente me pongo en observador de aquellos jóvenes que, en gran mayoría, desestiman la lectura. Y en este plano no deja de preocuparme las conclusiones a que llegaron especialistas en educación como corolario del 9º Curso de Rectores realizado por el Consejo Superior de Educación Católica (Consudec) y en el que participaron más de 1.400 rectores. Las fallas principales fueron: ―Los egresados muestran poca capacidad de comprensión lectora y pobreza idiomática‖. ―Existen sistemas de evaluación laxos‖. ―Poca motivación para estudiar‖. ―La deserción alcanza el 40%‖(y va en aumento). ―Alta proporción de alumnos que repiten en los dos años iniciales del secundario‖. Y muchos son los estudiantes que fallan en el ingreso a las Facultades porque son agentes de un pobre caudal de conocimientos. Teniendo presente que la educación se malogra desde las bases, es apremiante -y así se lo expresa en esa reunión-, que se ponga atención en los siguientes puntos. Que deben ―formar (se) equipos docentes en las escuelas para que la enseñanza no sea tan compartimentada‖. Que debe ―mejorar (se) la formación docente‖ y un ―mayor compromiso de los profesores‖. Y, por último ―aumentar la relación de la escuela con las familias y las empresas‖.
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Ya que, como lo expresara la señora Sandra Giagnorio, directora de EGB ―los alumnos no entienden lo que leen. La cultura audiovisual en la cual nos movemos hace que no puedan terminar de leer dos páginas seguidas; se desconcentran‖. Yo agrego algo más. Dos de los principales incentivos existenciales del hombre, y a los que va en su búsqueda, desesperadamente a veces, en su vida socio-familiar, son los de ser ‗reconocido y querido‘. Estas motivaciones están ingresadas en su círculo de estudio. Ahora bien, a los profesores se les hace casi imposible, dada la numerosa concurrencia de alumnos, inclinarse a cada uno de ellos en particular, pero es función del educador no sólo arribar al intelecto del educando, sino también a su ámbito espiritual. En este aspecto, me guío por las palabras del catedrático de filosofía Michele Federico Sciacca, quien da pautas de orientación para la ―verdadera comunicación entre personas‖, afirmando que ―para ‗ser persona‘, el educador debe haber realizado un grado conspicuo del proceso formativo por el que los elementos de su humanidad, y los del saber y de la cultura se dan cita, transformados y solidarios en la nueva realidad espiritual que es precisamente la persona, en la que el hombre actúa en su integralidad toda la humanidad que respecta a su orden humano‖. (...)
En consecuencia ―solamente cuando ‗es hombre‘ en el sentido integral y total de la palabra, puede formar hombres‖. (...) ―La decadencia de la escuela es siempre indicio de carencia de hombres; lo que nos indica que, en tal caso, detrás del ‗profesor‘ (yo diría de algunos profesores) no existe el hombre; que el hombre se ha preocupado en aprender muchas ‗noticias‘, pero no se ha preocupado de ser él mismo, de hacerse persona, conciencia libre, espíritu en acto. En estos casos, las reformas de programas de enseñanza no reforman nada; se precisa, en cambio, toda una reforma profunda de la concepción y del sentido de la vida‖.
(El problema de la educación). En definitiva, el hombre que menosprecia la lectura, cae en la ignorancia y las tinieblas del conocimiento, porque pierde la perspectiva del mundo en general. En cambio, la persona aficionada a la lectura siente que su imaginación, fuente primaria del conocimiento, arde en su intelecto promoviéndolo a encontrarse a sí mismo, comprendiendo su ubicación en el mundo, y aprendiendo a relacionarse armónicamente con los demás seres, porque le resulta más fácil desarrollar las ricas capacidades que lleva dentro de sí mismo. Aunque, no todo libro es útil. Como en todas las cosas, existen aquellos que son provechosos para nuestra salud, y otros, decididamente malsanos. Hay libros que ensalzan el espíritu, y algunos que espejan odios, resentimientos y deshonestidad, y unos y otros penetran en la mente del lector. Entonces, para nuestra salud espiritual, es importante discernir el material bibliográfico que nos provea de un alimento que suscite el bienestar intelectual y emocional del hombre. En otro orden de cosas y también proyectando el bienestar cultural y emocional de los demás, la experiencia nos ofrece pautas verdaderas de la utilidad que produce cierta clase de música difundida en lugares donde la gente trabaja en lugares cerrados. Se asegura que, no solo produce sensaciones agradables, sino que estimula el rendimiento de su labor, promoviendo la distensión del trabajador. Tal vez esta promoción podría divulgarse en otros sitios tales como hospitales, donde el dolor y el temor paraliza a los enfermos; y en las cárceles, reformatorios y asilos de ancianos, donde el tiempo se hace interminable. Y, en este sentido, ¿por qué
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no alternar con lecturas apropiadas y selectas, cortas y bien pausadas? No todo es medicina y aislamiento. Nadie merece sufrir de la soledad y la desventura. Como conclusiones podemos decir que, la práctica de la buena lectura nos sumerge en el lago de la diafanidad, de la placidez, y la visión de un mundo nuevo, donde se goza el placer de encontrarse y conocer insignes autores que nos ofrecen, en un acto de amistad, de amor y de desprendimiento, toda su rica experiencia de vida volcada en sus libros. Además, gracias a ella, nos enriquecemos en el conocimiento de las culturas milenarias, de la religión, del arte, de la ciencia y de la tecnología. ¡Cuántos años, vidas, experiencias, mundos, pasan ante nuestros ojos, en unos momentos, al abrir un libro y anegarnos en su atenta lectura!... ♦♦♦
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*13 Palabras finales El ser humano no nació para ingresar en un mundo árido o inhabitable, porque ―Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno‖ (Génesis 1,31).
Yo, personalmente, me siento agradecido de haber venido a este mundo y nacido en mi país, porque pude desarrollar estudios universitarios, trabajar, cultivarme, formar una familia y sentir siempre, dentro de mí, ese intenso anhelo de saber más y poder ofrecerlo, en la medida de mis posibilidades, a todos mis semejantes. Por más que reconozca como posibles el que, en todo hombre, existan los núcleos generadores del bien y del mal, que ciertamente estarán en estado inerte mientras no se los active; y aunque vea cómo muchos individuos se las ingenian para desquiciar lo que otros tratan de edificar; y me encuentre en medio de discordias, rencores, odios... y parte del mundo se convierta en un escenario donde nadie se entiende: como si cada uno hablara una lengua diferente; porque sé, que a pesar de todo, el amor impera sobre estas falencias. Eso no me impide ignorar cómo se van distanciando más y más las relaciones humanas entre ricos, pobres e intermedios, acrecentado, además, por las fuerzas internas y malévolas de los ‗devoradores de la sociedad´que provocan serios disturbios en el seno de la familia, la escuela y la comunidad. Esta situación caótica es aprovechada por agentes que no solamente cuidan celosamente sus propias posesiones, sino que garrapiñan las de los demás, haciendo gala de una codicia que exaspera, lo que ocasiona un mayor índice de estrechez en la economía humana. En estas personas, se encuentra prácticamente nulo el sentido de equilibrio ecológico, ya que están cubiertas por una gruesa costra de mezquindad que hace pensar un poco en una regresión de la sociedad humana donde se lucha ferozmente por sobrevivir. Y en este combate se hacen fuertes los ávidos de dominio y riqueza, y sucumben los débiles y humildes. Y los poderosos lo hacen con armas tal vez más peligrosas que las ofensivas ya conocidas, porque debajo de una sonrisa o de un halago, esconden la podredumbre de su corazón encallecido y cerrado a toda conmiseración. Así, ostentando la cara burlona de la hipocresía, dicen ser amigos de Dios, y poseyendo algunos la potestad y los elementos para ayudar a los pobres, no lo hacen. Porque el que verdaderamente veneró a Dios, ‗fuente de amor, de razón y de justicia‘, fue quien, durante su vida, ofreció comida, bebida, alojamiento, vestimenta y calor humano al necesitado, y se hizo presente solícito ante el enfermo y el preso. En cambio, el que renegó de Dios, hizo todo lo contrario. (Ver Mateo, capítulo 25, versículos 31 al 46). Y así, estos aprovechados, no solamente se sacian de los frutos que ostentan como trofeos bajo la forma de bienes materiales, sino que, muchos, en un alarde de omnipotencia, usan a aquellos, justamente a los que despojan, para el propio
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beneficio de enaltecerse y satisfacer las ansias de su mezquino ego, simulando, torcidamente, ser amigo de ellos. Estos últimos son los agentes más peligrosos que tiene la sociedad, nuestra sociedad argentina, ya que, muchos de ellos, encaramados en el poder político, aprovechan esta tarima para usar y abusar del pueblo, esquilmándolo con medidas dislocadas. Se visten con el ropaje de un Robin Hood moderno, y se erigen en paladines de los carenciados, los sin recursos, fingiendo compasión por ellos. E incluso, se valen de fogosos discursos promisorios y estrategias salvadoras, que no alcanzan metas definitorias porque son falsas e inconsistentes. A la larga, el pueblo, hostigado por todos los flancos, se irrita y grita su pesar, y al no encontrar eco a sus justos lamentos, se indigna hasta llegar al paroxismo del resentimiento y del odio y del descreimiento. Y no faltan individuos, débiles en su espíritu ético, que se embarcan en navíos piratas en la búsqueda de saqueos provechosos. Y, ya entonces, el tejido social se rasga profundamente y se entra en la pendiente muy peligrosa de desajuste entre sus habitantes, difícil de atajar. Muchos son los que se sienten gravemente alarmados ante esta situación que parece no tener límites y desean que ese panorama desalentador se modifique para bien de la patria y de la humanidad, aunque se sientan contrariados por los individuos que dejan hacer, ya sea por desidia o simplemente porque se sienten indefensos y desamparados. Pero no todo se derrumba, porque también, en esta fatalidad que atrae el desquicio de la sociedad humana, existen en la actualidad, seres que tienen verdadera compasión por el pobre: por el que sufre privaciones, ya sean alimentarias, de vestimenta, de radicación, de trabajo, de salud o de cultura, e incluso de la necesaria fuerza impulsora para vivir en un mundo que encuentran hostil e incomprensible. Hombres y mujeres honestos y limpios de corazón, de distintas clases sociales y edades que ofrecen incondicionalmente sus esfuerzos, para aliviar, aunque sea en algo, las necesidades y restablecer la dignidad de los desfavorecidos, realizando, al mismo tiempo la profesión y el trabajo de los cuales viven. Esos son los genuinos ‗apóstoles del amor‘, y serán los que acudirán afectuosos y sin buscar recompensa alguna, en su ayuda. Algunas personas, que hasta entonces hacían su vida sin ver su entorno, fueron motivadas, espiritualmente, cuando se les ―abrieron los ojos‖ y se compadecieron de la miserabilidad del pueblo olvidado. Con su presencia activa, nació una nueva cultura, que se va extendiendo más y más: la cultura de la asistencia al más necesitado, que se hace con los recursos que se tiene a mano sin el auxilio, muchas veces, de los estamentos gubernamentales. Porque ellos entendieron con toda claridad, el significado del ‗bien común‘, que es, en primer lugar, el ‗respeto a la persona‘. Es decir que las autoridades están obligadas a respetar los derechos fundamentales e inalienables del ciudadano, o sea permitir, a cada uno de sus miembros, realizar su vocación conforme a la recta norma de su conciencia. Asimismo proteger la vida privada y la justa libertad de profesar su religión. Esto exige el bienestar social y el desarrollo del grupo humano. Por lo tanto, los responsables, en función del bien común, deben facilitar a cada uno alimento,
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vestido, salud, trabajo, educación y cultura e información adecuada a todas las familias que habitan nuestro suelo. Y, por último, para que todo esto sea posible, es necesario el mantenimiento de la paz, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Es imprescindible, entonces, que aquellos que perciben el peligro; aquellos de ‗recto corazón‘ y de ‗recto pensamiento‘ y de ‗recta acción‘; aquellos que advierten en los discursos los mensajes disfrazados y los fingimientos, y que no se dejan seducir por sofismas bien adornados, salgan a la luz y propaguen sus verdades. Pero que no lo hagan con acusaciones ni réplicas, que al final se desvanecen en un mar de palabras en el abismo del olvido, sino con la intención honesta y humilde de quienes creen en el amor, y en la seguridad de que todos los hombres del mundo poseen suficientes recursos y posibilidades positivas dentro de sí, que puestas en ejercicio, harán de él un ser digno, prudente y sabio, con la suficiente fuerza moral como para vincular, armoniosamente, todo aquello que está separado y como extraño entre sí. Porque, ¿qué favor se le hace a la humanidad mostrar una y otra vez la miseria humana, cuando es mucho más gratificante y poderoso para el hombre de bien, alentar los sentimientos puros de la comprensión, la compasión, el amor y el perdón? Además, no nos dejemos llevar por el agobio existencial, que se prende como sanguijuela y succiona nuestra potencialidad de vida. Encarnémonos en el ‗hombre nuevo‘ que no se deja seducir por propósitos mezquinos, sino que emerge, incólume, del residuo malsano que deja la fricción social, no para juzgarla ni maldecirla, sino para que, con su presencia espiritual, activa y respetuosa, le sirva de testimonio válido. Ese ‗hombre nuevo‘ es un hombre convertido que, ante la adversidad, sintió que florecía en su corazón todo lo hermoso que se encontraba como adormecido, dentro de él, y le urgió la imperiosa necesidad de realizarse en éste, nuestro país, que le ofrece un ‗sitio para hacer‘, y de esa manera, devolverle con creces su capacidad de decisión. Es el ‗hombre íntegro‘ que he tratado de rescatar entre tanta iniquidad, capaz de sentir dentro de sí ese ‗llamado sagrado‘ a la creación, al trabajo, a la ciencia, al arte, y a hacer obras de bien, como muchas personas, en la actualidad, ya lo están haciendo entre nosotros. Que el buen discernimiento y sus propias necesidades lo encaucen a definir su único destino, el de sus seres queridos y el de su Nación... esa es mi esperanza. Y fiel a mis sentimientos, querido lector, permíteme finalmente, estas palabras: ―Ahora que estoy viejo y lleno de canas, no me abandones, Dios mío, hasta que anuncie las proezas de tu brazo a la generación que vendrá‖ (Salmo 71, versículo 18).
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