TEOLOGÍA DEL CUERPO
LECCIÓN 4
MÁS ALLÁ DE LAS HOJAS DE HIGUERA: LA RESURRECCIÓN DEL CUERPO Aquellos que responden a la invitación matrimonial “se alegrarán algún día con el amado, en una felicidad y gozo que nunca terminarán” (CEC 1821)
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SUMARIO:
1: El Cielo – Una Experiencia Corpórea
2: Cristo Nos Muestra el “Matrimonio” Pleno
3: Iconos e Ídolos
4: La Visión Beatífica
5: Plenitud del Significado Nupcial del Cuerpo
6: La Comunión de los Santos
7: Nuestro Dios Es Rico en Misericordia
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1: El Cielo – Una Experiencia Corpórea
Mucha gente tiene una visión “súper-espiritual” errónea del cielo. Esta gente tiende a ver el cuerpo como un armazón del que estamos ansiosos de liberarnos. Esta no es la visión cristiana de las cosas. Los cristianos terminan su Credo con una fuerte proclamación: “Creo en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén”. El Catecismo observa, “‘En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne’ (San Agustín, psal. 88, 2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna”? (CIC 996) ¡Qué misterio! En Cristo “el mortal se hace inmortal” (1 Cor 15:54). Frecuentemente hablamos de las “almas” en el cielo. Al enterrar a mi abuela, vi cómo enterraban su cuerpo y estoy seguro de que su alma está ahora disfrutando de algún tipo de unión con Dios. Pero la almas que están ahorita en el cielo (“ahorita” es claramente un término temporal que ni siquiera aplica para el cielo) se mantienen en un estado “inhumano” hasta las resurrección de sus cuerpos. No puede ser de otra manera para nosotros los seres humanos. Dios nos creó como unión de cuerpo y alma, la separación de los dos en la muerte es completamente “innatural”. Nuestros cuerpos serán definitivamente diferentes en su estado resucitado (recuerda cómo los discípulos no reconocieron a Jesús tan fácilmente después de la resurrección [Lc. 24:15-16]), ¡pero los seguiremos teniendo! La diferencia es que nuestros cuerpos estarán perfectamente “espiritualizados” (1 Cor 15:44). Espiritualización significa que “las fuerzas del espíritu permearán la energías del cuerpo” (Dic. 9, 1981). Y como el “espíritu” que permeará nuestros cuerpos no es sólo nuestro propio creado espíritu humano, pero también el divino, Juan Pablo II también habla de la “divinización” (hacer divino) del cuerpo. De manera completamente 3
inaccesible a nosotros ahora, participaremos, de cuerpo y alma, “en la naturaleza divina” (2 Pe 1:4). Recuerda nuestra discusión anterior sobre el secreto más profundo de Dios: “Dios mismo es un eterno intercambio de amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a compartir ese intercambio” (CIC 221). Esto es a lo que nos referimos con la “espiritualización” y “divinización” del cuerpo. Hasta el punto en que las creaturas puedan, compartiremos –cuerpo y alma- el intercambio eterno de amor de Dios. Y este “gran misterio” está prefigurado desde el principio en el “intercambio de amor” de hombre y mujer, esto es, en y a través de su “una sola carne”. Muchos se preguntan, ¿habrá sexo en el cielo? Depende de a qué nos referimos con el término. El sexo no es primeramente lo que la gente hace. Es lo que la gente es como hombre y mujer. Juan Pablo II menciona tres veces en su audiencia del 2 de diciembre de 1981 (y en otras ocasiones en este ciclo) que seremos resucitados como hombre y mujer. En ese sentido, sí, habrá sexo en el cielo. Pero, como lo veremos con las palabras de Cristo sobre la resurrección, la unión de los sexos como la conocemos ahora dará en su lugar a una unión infinitamente más grande. Aquellos que sean resucitados en gloria experimentarán algo tanto más superior que la unión sexual terrena que nuestros pequeños cerebros apenas lo pueden imaginar. El ojo no ha visto, el oído no ha oído, ni siquiera se nos ha ocurrido lo que Dios tiene preparado para aquellos que lo aman (1 Cor 2:9).
2: Cristo Nos Muestra el “Matrimonio” Pleno
En su discusión con los fariseos, Cristo llamó a los hombres y mujeres de la historia a mirar “el principio” para poder entender el plan original de Dios para la relación sexual. En su discusión con los saduceos, Cristo nos muestra una dimensión completamente nueva de la sexualidad humana y nuestra vocación a la unión cuando dice que “en la resurrección, ni se casan ni se dan en matrimonio” (Mt. 22:30). Estas palabras forman la base de las reflexiones de Juan Pablo II sobre el destino del hombre y la mujer. 4
A primera vista, las palabras de Cristo podrían parecer como si devaluaran todo lo que hemos dicho sobre la grandeza del amor marital y el abrazo sexual. Pero examinadas más cuidadosamente, estas palabras señalan la gloriosa coronación de todo lo que hemos dicho. El matrimonio y la unión “en una sola carne” existen desde el principio para mostrarnos el “matrimonio del Cordero” (Ap. 19:7), la unión de Cristo y la Iglesia (Ef. 5:31-32). En la resurrección, el “sacramento primordial” dará paso a la realidad divina. En otras palabras, si Dios creó la unión de los sexos como una imagen del cielo, Cristo está diciendo, “Ya no necesitan una imagen para mostrarles el cielo cuando están en el cielo. Están ahí. La unión plena ha llegado”. La gente se pregunta, “¿Quiere esto decir que ya no estaré con mi cónyuge en el cielo?” Asumiendo que ambos dicen “sí” a la invitación matrimonial de Dios, ciertamente estarán juntos. Todos los que respondan vivirán “juntos” en una comunión que plenifica superabundantemente todo lo que es bueno, verdadero y bello sobre el matrimonio y la vida familiar aquí en la tierra. Lo que tenemos que entender es que la unión de los sexos, tan bella y maravillosa como es, no es nuestro ser-total y fin-total. Sólo es un “icono”, un signo de algo infinitamente más grande. Parafraseando al Santo Padre, el matrimonio no expresa definitivamente el significado más profundo de la sexualidad. Simplemente provee una expresión concreta de ese significado dentro de la historia (Ene. 13, 1982). Al final de los tiempos, la expresión “histórica” de la sexualidad dará paso a una expresión completamente nueva de nuestro llamado a donar nuestras vidas en comunión.
3: Iconos e Ídolos
Cuando perdemos de vista esa unión infinitamente más grande, inevitablemente tratamos al icono como a un ídolo. En otras palabras, cuando perdemos de vista los gozos del cielo tendemos a ver la unión sexual y sus placeres físicos como nuestra verdadera plenitud. Bienvenidos al mundo en el que vivimos. De todas formas, existe un importante elemento de la verdad en la obsesión idólatra de nuestra sociedad con el sexo. Detrás de cada falso 5
dios encontramos nuestro deseo y atracción por el verdadero Dios que se ha descaminado. La confusión sexual tan prevaleciente en nuestro mundo y en nuestros corazones es simplemente el deseo humano por el cielo que se ha perdido. Desenreda las distorsiones y encontramos la magnífica gloria del sexo en el plan divino. “Por este motivo…los dos serán una sola carne”. ¿Por qué motivo? Para revelar, proclamar y anticipar la unión eterna de Cristo y la Iglesia (Ef. 5:31-32). Dios nos dio deseo sexual, se podría decir, como la gasolina de un cohete que debe lanzarnos a las estrellas y más allá. Y sin embargo, ¿que pasaría si los motores de ese cohete se invirtieran, apuntándonos ahora sólo a nosotros mismos y no a las estrellas? Lanza el cohete y el resultado es una explosión masiva de autodestrucción. Aquí descubrimos la importancia de las palabras de Cristo sobre el nuevo estado del cuerpo y el sexo en la resurrección: Nos ayuda a enfocar la vista a la unión que sólo ella puede satisfacer. Cuando dejemos que el “poder” de estas palabras calen en nuestros corazones, los motores del cohete volverán a dirigirse hacia las estrellas. El ídolo se convierte otra vez en el icono que tenía que ser. Sólo cuando nuestros motores apuntan a las estrellas el matrimonio toma su verdadero significado como sacramento. Los sacramentos, propiamente vividos, nos dan una prueba del cielo en la tierra. Pero cuando llega el cielo, los sacramentos, habiendo servido su cometido, abren paso. No habrá sacramentos en el cielo (CIC 671), no porque se aniquilen, sino porque son hechos plenos superabundantemente. Entonces, el hecho de que ya no nos casemos en la resurrección no debería causar tristeza sino alegría. Toda esperanza humana, todo deseo del corazón por amor y unión se hará más pleno que en nuestros sueños más felices. Ese profundo “dolor” de soledad será finalmente completamente y eternamente satisfecho. La experiencia nos muestra que inclusive el matrimonio más maravilloso no satisface plenamente nuestra hambre de amor y unión. Seguimos buscando “algo más”. Yo amo a mi esposa, Wendy, más que lo que pueda expresar en palabras, pero no creo que se moleste si digo que no es mi 6
plenitud última. ¡No pongan su peso en algo que no los puede sostener! Si buscamos en otra persona humana a quien nos hará plenos, aplastaremos a esa persona. Solo el eterno, extático “matrimonio” del cielo –muy superior a cualquier cosa propia de la vida terrena que no lo podemos ni imaginar- puede satisfacer el “dolor” humano de soledad.
4: La Visión Beatífica
Hay distinciones importantes y claras entre nuestra existencia original, histórica y última. Pero también hay una continuidad. En breve, si nuestro origen y nuestra historia giran en torno al “gran misterio” de amor divino y comunión nupcial, entonces nuestra existencia celestial girará en torno a lo mismo, aunque en una dimensión enteramente nueva. Ahora vemos nubosamente, como a través de un espejo, pero entonces veremos el Misterio “cara a cara” (1 Cor 13:12). “A causa de su trascendencia, Dios no puede ser visto tal cual es, salvo cuando Él mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia ‘la visión beatífica’” (CIC 1028). “Beatificar” quiere decir hacer supremamente feliz. La incomparable belleza y esplendor de la visión eterna de Dios llenará a todos los que lo vean con felicidad eterna. Recuerda el “cara a cara” original entre el hombre y la mujer. Esto nos da una débil idea o prefiguración de la visión beatífica. Como dice Juan Pablo, el hombre y la mujer experimentaron una “inmunidad beatificante de la vergüenza” en su desnudez precisamente porque su visión estaba fundada en el amor. “La felicidad se basa en el amor”, afirma Juan Pablo II (Ene. 30, 1980). El hombre y la mujer no tuvieron miedo de ser completamente “vistos” por el otro porque cada quien amaba y recibía al otro en la plena verdad 7
de su humanidad desnuda. Su visión mutua expresaba su profundo y personal “conocimiento” mutuo. “Participaron” en la bondad misma de su humanidad mutua. Juan Pablo II escribe que la visión beatífica del cielo es “una concentración del conocimiento y amor a Dios mismo”. Este conocimiento “no puede ser otro que la participación plena en la vida interior de Dios, eso es, en la realidad trinitaria misma” (Dic. 16, 1981). En la visión beatífica conoceremos a Dios y el nos conocerá a nosotros (ya nos conoce, por supuesto). Participaremos “plenamente” en la divinidad de Dios y él participará plenamente en nuestra humanidad (ya lo hace, por supuesto, pues tomó la naturaleza humana en la Encarnación). Dios se ha humillado para compartir nuestra humanidad para que nosotros podamos compartir su divinidad. ¡Qué intercambio tan glorioso! Como dice el Catecismo, El “Hijo de Dios se hizo hombre para que nos podamos hacer como Dios” (CIC 460), para que podamos participar en la naturaleza divina (2 Pe 1:4). Esto, por supuesto, no quiere decir que perderemos nuestra naturaleza humana y estaremos a la par de Dios. Lo que significa es que Dios nos dará una parte de su propia divinidad, hasta el punto en que nuestra humanidad lo permita. Este intercambio divino-humano expresa algo del “contenido” o la dinámica interna de la visión beatífica. Recuerda aquí que esto es exactamente de lo que la serpiente nos convenció, es decir, que Dios no nos estaba dando su vida divina y nuestra felicidad. “Si quieres ser ‘como Dios’” insinuó “necesitas arrebatarlo”. ¡No! Dios siempre ha querido para nosotros que compartamos plenamente su propia divinidad, pero como un regalo gratuito. Todo lo que necesitamos es abrirnos para recibirlo. No necesitamos arrebatar lo que Dios nos da gratuitamente. El pecado –y toda la miseria humana- empieza justo aquí, cuando arrebatamos el regalo.
5: Plenitud del Significado Nupcial del Cuerpo
¿Cómo se llevará a cabo este intercambio glorioso entre Dios y el hombre? Como las “bodas” del cielo están más allá de todo conocimiento 8
humano, todo lo que podemos hacer es especular. Pero, una vez más, vemos un ligero resplandor de lo que ha de venir en las bodas de la tierra. El intercambio original de hombre y mujer se llevó a cabo a través de la “libertad del regalo” y del “significado nupcial del cuerpo”. Recuerda que Dios nos dio la libertad como capacidad de amar, como capacidad de hacer un “regalo sincero” de nosotros mismos mutuamente. “El hombre sólo se encuentra a sí mismo a través del don sincero de sí mismo” (GS 24). Aún más, Dios inscribió este llamado a la auto-donación justo en nuestros cuerpos de hombre y mujer. Nuestros cuerpos tienen un “significado nupcial” porque son capaces de expresar el amor divino, “precisamente ese amor en que la persona se vuelve un don y –a través de este don- da plenitud al significado de su ser y su existencia” (Ene. 16, 1980). Parafraseando a Juan Pablo II, en la resurrección descubrimos –en una nueva y eterna dimensión- el mismo significado nupcial del cuerpo. Esta vez, sin embargo, el significado nupcial del cuerpo es llevado a la plenitud en nuestro encuentro con el misterio del Dios vivo, a través de nuestra visión de él “cara a cara” (Dic. 9, 1981). Podemos concluir que en la resurrección, el Novio divino expresará su regalo (“este es mi cuerpo que será entregado por ustedes”) en su máxima realidad. Todos los que respondan a esta invitación de boda se abrirán a recibir este regalo como la novia de Cristo. En respuesta a este regalo, nos entregaremos nosotros totalmente al Novio divino en un abrazo eterno que da vida. Como establece el Catecismo, la Iglesia “espera estar unida a Cristo, su esposo, en la gloria del cielo” donde “se alegrará un día con su amado, en un gozo y deleite que nunca terminará” (CIC 1821). Juan Pablo II escribe que en esta realidad celestial “se llegará a la cumbre de la penetración y permeación de lo que es esencialmente humano por lo que es esencialmente divino” (Dic. 9, 1981). Las imágenes nupciales son inequívocas. Desde luego, cuando se usa la unión nupcial como imagen del cielo, es más importante que nunca recordar lo inadecuado de las analogías. Hay que ser cautelosos. El cielo no es una eterna experiencia magnificada de una unión sexual en la tierra. Como observa Juan Pablo II, la unión que ha de venir “será una experiencia completamente nueva”. Pero “al mismo tiempo”, dice, “no será alienada de manera alguna” del amor que el hombre y la mujer experimentaron “en el principio” y que han buscado reclamar a través de la 9
historia (Ene. 13, 1982). El significado original del cuerpo “será entonces revelado en tal simplicidad y esplendor” cuando todos los que respondan a la invitación de bodas vivan en la libertad plena del amor de auto-donación (Ene 13, 1982). Aquellos que resuciten a la vida eterna experimentarán “el significado absoluto y eterno del cuerpo glorificado en unión con Dios mismo” (Mar. 24, 1982).
6: La Comunión de los Santos
Viviremos en este amor de auto-donación no sólo como individuos en unión con Dios. Como se aludió anteriormente, también viviremos en este amor que se dona a sí mismo y en comunión con todos los santos que gozan de la visión beatífica. Recuerda cómo, en su experiencia de soledad, Adán descubrió su vocación fundamental: amar a Dios y amar al prójimo. El cielo permite que se den de manera plena ambas dimensiones de esta vocación. Cuando alcanzamos nuestro destino último viviremos en una unión consumada con todos los que sean resucitados a la gloria. “Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación... Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios, ‘la Esposa del Cordero’” (CIC 1045). ¿Cuál era “la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación”? Era la unión de los dos, hombre y mujer, en “una sola carne” (Gn. 2:24). En la comunión de los santos hay “muchas partes” (una gran multitud de hombres y mujeres glorificados), pero todos están unidos eternamente en “una sola carne” (1 Cor 12:20). Esto obviamente no será experimentado en el sentido sexual que se vive en la tierra. Pero, podemos concluir que de alguna manera misteriosa más allá de comprensión terrena, todo lo que es masculino en nuestra humanidad estará en unión con todo lo que es femenino en nuestra humanidad. Esa unión –esa “sola carne”- será la esposa de Cristo viviendo en unión consumada con su esposo por toda la eternidad. En y a través de esta comunión con Cristo, la comunión de los santos vivirá en comunión con la Comunión, la Trinidad. Veremos a todos y seremos vistos por todos. 10
Conoceremos a todos y seremos conocidos por todos. Y Dios será “todo en todos” (Ef. 1:23). Como si tuviera que ser dicho otra vez, esta es la finalidad de la unión sexual en el plan divino: prefigurar de alguna manera la gloria, éxtasis, y felicidad que nos espera en el cielo (Ef. 5:31-32). Como lo expresa el Catecismo, “En las alegrías de su amor [Dios da a los esposos] aquí en la tierra un adelanto del banquete de bodas del Cordero” (CIC 1642). Con razón estamos tan interesados en el sexo. Dios puso un deseo innato en cada ser humano para entenderlo. ¿Por qué? Para llevarnos a él. ¡Pero cuidado con las trampas! Ya que el sexo debería lanzarnos hacia el cielo, el demonio ataca justo ahí. Cuando nuestra “curiosidad” innata sobre el sexo no es correspondida con el “gran misterio” del plan divino, caemos inevitablemente, de una manera u otra, por el falso plan. En otras palabras, cuando nuestro deseo de entender el cuerpo y la sexualidad no está adecuado con la verdad, caemos inevitablemente en las mentiras.
7: Nuestro Dios Es Rico en Misericordia
Si has alimentado tu curiosidad sobre el sexo con mentiras, no te desalientes. Nuestro Dios es rico en misericordia. ¿Por qué fue Cristo tan compasivo hacia quienes pecaron con temas sexuales, en especial las mujeres? Porque, detrás de su confusión, sabía que lo estaban buscando a él, el verdadero esposo. Piensa en la mujer que es atrapada en adulterio (Jn. 8:2-11). Fue buscando amor, intimidad, unión con otro, pero, como siempre, la salida falsa no pudo satisfacer. Llena de vergüenza, fue traída a Cristo por una turba enojada y ansiosa de apedrearla. Cristo entonces dijo que quien estuviera limpio de pecado lanzara la primera piedra. De acuerdo a sus propias 11
palabras, el mismo Cristo (que no tenía pecado) pudo haber lanzado una piedra, pero Cristo no vino a condenar. Vino a salvar (Jn. 3:17).
San Juan escribe que “Jesús se quedó sólo con la mujer, que seguía en medio” (Jn. 8:9). Leyendo la historia, podemos imaginarnos que en el encuentro de la mujer con el esposo divino tuvo una conversión de la falsedad a la verdad. ¿Crees que cuando Jesús dijo “Vete, y en adelante no peques más” (Jn. 8:11), que se volteó y gruño “¡Quién se cree este hombre para decirme que puedo o no puedo hacer con mi cuerpo!”? ¿O crees que, habiendo encontrado el amor que verdaderamente estaba buscando, se fue transformada, renovada, afirmada en lo más profundo de su ser como mujer? ¡Esto es lo que Cristo nos ofrece a todos! ¿Cuáles son las mentiras que has creído? ¿Cuáles son las falsedades que has comprado? Detrás de todas ellas está tu auténtica sed de amor. El pecado sexual es una lucha por satisfacer esa sed con un brebaje que no la satisface. Ahí es donde nos encuentra Cristo sin condenarnos. Como le dijo a otro pecador sexual en una reunión parecida, “Si conocieras el don de Dios…tu le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva” (Jn. 4:10). El pecado rechaza el don. La fe se abre a recibirlo y se satisface. ¡No tengan miedo! Abran de par en par su sexualidad a Cristo. Cristo nunca nos roba nuestra humanidad. Como dice Benedicto XVI, parafraseando a Juan Pablo II, “queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida” (Abr. 24, 2005). Él nos lo revela completamente: “Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (GS 22). ¿Cuál es su vocación? Esta es la respuesta teológica: Nuestra vocación es formar parte de la comunión de los santos, quienes participan en la comunión con Cristo en la Comunión de la Trinidad. Esta es la traducción: Nuestra vocación es éxtasis eterno; goce sin igual; felicidad plena. Señor, danos fe. Ayúdanos a creer en este don glorioso. Danos valentía para abrir de par en par las puertas de nuestro corazón a Cristo. Amén. 12