Teología del cuerpo: Lección 01

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¿QUÉ ES LA TEOLOGÍA DEL CUERPO?

LECCIÓN I

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ÍNDICE:

1: Dios, Sexo y el Significado de la Vida

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2: El Cristianismo No Rechaza el Cuerpo

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3: La Sacramentalidad del Cuerpo

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4: La Tesis de Juan Pablo II

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5: El Misterio Divino

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6: Icono de la Trinidad, Imagen de Cristo y la Iglesia

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7: La Analogía Conyugal

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8: El Cuerpo y la Batalla Espiritual

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9: Los cimientos de la Ética y la Cultura

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10: Devolviendo la Verdad sobre el Sexo

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11: El Enfoque y Método de Juan Pablo II

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1: Dios, Sexo y el Significado de la Vida

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Por qué el estudio del Papa Juan Pablo II acerca del amor sexual, impacta a “todo el gran tema del Credo”? Porque el sexo no se trata sólo de sexo.

La manera en la que entendemos y expresamos nuestra sexualidad refleja nuestras convicciones más profundas de quién somos, quién es Dios, qué es el amor, el orden social e inclusive el orden cósmico. Por lo tanto, la teología del cuerpo de Juan Pablo II es mucho más que una reflexión acerca de sexo y amor conyugal. Desde la perspectiva del matrimonio y la unión conyugal en “una sola carne” redescubrimos “el significado de toda la existencia, el significado de la vida” (Oct. 20, 1980). Cristo nos nos enseña que el significado de la vida es amar como él ama (cfr. Jn. 15:12). Una de las ideas principales del Papa es que Dios marcó esta vocación a amar como él ama en nuestros cuerpos al crearnos hombre y mujer y llamarnos a ser “una sola carne” (Gn. 2:24). Lejos de ser un pie de página a la vida cristiana, la manera en la que entendemos el cuerpo y la relación sexual “está referido en la Biblia entera” (Ene. 13, 1982). Nos sumerge en “la perspectiva de todo el Evangelio, de toda la enseñanza, de hecho, de toda la misión de Cristo” (Dic. 3, 1980). La misión de Cristo es restaurar el orden del amor en un mundo seriamente distorsionado por el pecado. La unión de los sexos, como siempre, está en la base del “orden del amor” humano, por lo que, aquello que aprendemos en la teología del cuerpo es obviamente “importante en relación al matrimonio y la vocación cristiana de marido y mujer”. Sin embargo, “es igualmente esencial y válido para entender al 3


hombre en general: para el problema fundamental de entenderlo y por la autocomprensión de su ser en el mundo” (Dic. 15, 1982) ¡Con razón estamos todos tan interesados en el sexo! La unión de los sexos es un “gran misterio” que nos lleva –si continuamos en nuestro itinerario exploratorioal corazón del plan de Dios para el universo (Ef. 5:31-32).

2: El Cristianismo No Rechaza el Cuerpo

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uando se trata de hablar de religión, la gente está acostumbrada a que el enfoque se haga en el aspecto espiritual, pues religión lo redcen solo a lo referente al espíritu. Sin embargo, mucha gente no conoce, y a veces incluso se incomoda, con el enfoque se hace al cuerpo. Para Juan Pablo II, esto es un falso dilema. El espíritu ciertamente tiene prioridad sobre la materia. Sin embargo, el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que “como un ser conformado tanto cuerpo como alma, el hombre expresa y percibe realidades espirituales a través de signos y símbolos físicos” (CEC 1146). Como criaturas corpóreas, nuestro cuerpo es la única manera en que podemos experimentar el mundo espiritual en y a través del mundo físico. Al tomar un cuerpo, en la Encarnación, Dios humildemente nos encuentra justo aquí en nuestro estado físico y humano. Trágicamente, muchos cristianos crecen pensando que sus cuerpos (especialmente su sexualidad) es un obstáculo inherente a la vida espiritual. Muchos creen que la enseñanza cristiana considera a sus espíritus (o almas) como “buenos” y sus cuerpos “malos”. ¡Esto no podría estar más alejado de una auténtica perspectiva cristiana! La idea de que el cuerpo humano es “malo” es de hecho una herejía (un profundo error condenado por la Iglesia) conocida como Maniqueísmo. Mani (o Maniqueo), por quien se le nombró así a esta falsa enseñanza, condenó el cuerpo y todo lo sexual porque veía en el mundo material al mal. Como cristianos creemos que todo lo que Dios creó es “muy bueno” 4


(Gn. 1:31). Juan Pablo II resume la distinción así: “si la mentalidad maniquea establece un “antivalor” en el cuerpo y la sexualidad, el cristianismo enseña que el cuerpo y la sexualidad “siempre constituyen un ‘valor no apreciado suficientemente’”(Oct. 22 1980). En otras palabras, si el maniqueísmo dice “el cuerpo es malo”, el cristianismo dice “el cuerpo es tan bueno que no puedes ni siquiera apreciarlo completamente”. El problema en nuestra cultura saturada de sexo, no es entonces que sobrevalora el cuerpo y el sexo; el problema es que justamente no ha logrado ver qué valiosos son el cuerpo y el sexo realmente. ¡El cristianismo no rechaza el cuerpo! En una virtual “oda a la carne” el catecismo proclama: “Creemos en Dios que es el creador de la carne; creemos en el Verbo hecho carne para rescatar la carne; creemos en la resurrección de la carne, perfección de la creación y de la redención de la carne” (CEC 1015).

3: La Sacramentalidad del Cuerpo

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a fe católica, si no te has dado cuenta, es una religión muy carnal, muy sensual. Nos encontramos con Dios más íntimamente a través de nuestros sentidos corpóreos y las “cosas” del mundo material: al bañar nuestro cuerpo con agua (bautismo); ungirnos aceite en el cuerpo (bautismo, confirmación, orden sacerdotal, unción de los enfermos); comiendo y bebiendo el Cuerpo y Sangre de Cristo (la Eucaristía); la imposición de las manos (orden sacerdotal, unción de los enfermos); confesando con nuestros labio (reconciliación); y la unión indisoluble de hombre y mujer en “una sola carne” (matrimonio). ¿Cómo podemos descubrir el “gran misterio” de los sacramentos? Son los medios físicos por medio de los cuales encontramos los tesoros espirituales de Cristo. En los sacramentos, el espíritu y la materia se “besan”. El cielo y la tierra se abrazan en una unión que nunca terminará. 5


El cuerpo humano mismo es en cierto sentido un “sacramento”. Esta es una acepción más general y antigua de la palabra de la que estamos acostumbrados. En lugar de referirse a los siete signos de la gracias que Cristo instituyó, cuando Juan Pablo II habla del cuerpo como un “sacramento”, se refiere a él como un signo que hace visible el misterio invisible de Dios. No podemos ver a Dios. Dios es puro espíritu. Sin embargo, el cristianismo es la religión de la autorrevelación de Dios. Dios se quiere revelar a nosotros. Quiere hacer su invisible misterio espiritual visible a nosotros para que lo podamos “ver”. ¿Cómo hace esto? Casi todo el mundo ha experimentado ese profundo sentido de asombro y misterio al observar una noche estrellada o un atardecer radiante o una delicada flor. En esos momentos, estamos de alguna manera “viendo a Dios” (más exactamente, viendo su reflejo). “La belleza de la creación refleja la belleza infinita del Creador” (CEC 341). Y sin embargo, ¿cuál es la corona de la creación? ¿Qué, más que cualquier otra cosa en la creación de Dios, “habla” de belleza divina? La respuesta es el hombre y la mujer y su comunión fértil. “Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: ‘Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra’” (Gn. 1:27-28).

4: La Tesis de Juan Pablo II

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sto nos lleva a la tesis central de la teología del cuerpo de Juan Pablo II. “El cuerpo, y de hecho, solo él”, dice Juan Pablo II, “es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. Fue creado para transferir a la realidad visible del mundo, el misterio escondido desde tiempo inmemorial en Dios, y así ser un signo de él” (Feb. 20, 1980). En otras palabras, de alguna manera, el cuerpo nos permite “ver” realidades espirituales, inclusive el misterio eterno “oculto” en Dios. ¿Cómo?

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Piensa en tu propia realidad de ser humano. La naturaleza humana es tanto material como espiritual. No somos espíritus “atrapados” en nuestros cuerpos. La Iglesia siempre ha sostenido que somos espíritus encarnados, o cuerpos espiritualizados. A través de la unión profunda de cuerpo y alma en cada uno de nosotros, nuestros cuerpos revelan o “hacen visible” la realidad invisible de nuestras almas. Pero el cuerpo hace aún más. Ya que estamos hechos a imagen de Dios, nuestros cuerpos también hacen visible algo del misterio invisible de Dios. Es desde esta perspectiva que Juan Pablo II quiere estudiar el cuerpo humano –no como un organismo biológico, pero como una teología, como un “estudio de Dios”. El cuerpo no es divino, pero es un “signo” del misterio divino.

Un signo es algo que nos señala hacia una realidad más allá de sí mismo y, en cierta manera, nos hace presente esa realidad trascendente. El misterio divino, siempre permanece infinitamente “más allá”; no puede ser reducido a un signo, aún así, el signo es indispensable en “hacer visible” el misterio invisible. Como dice el Catecismo, el hombre “necesita signos y símbolos para comunicarse…Lo mismo es cierto para nuestra relación con Dios” (CIC 1146).

Debemos mantener cuidadosamente la distinción esencial entre espíritu y materia y (aún más) entre Creador y criatura. Sin embargo, al mismo tiempo, debemos afirmar la profunda unión entre estas realidades. El cristianismo es la religión de la unión de Dios con la humanidad. ¡Es la religión del Verbo (que es puro Espíritu) hecho carne! En “el cuerpo de Jesús ‘vemos a nuestro Dios hecho visible y así nos enamoramos del Dios que no podemos ver’” (CIC 477). El misterio de Dios se revela en el cuerpo humano, esa es la teología del cuerpo. Esto no es simplemente el título de unas pláticas del Juan pablo II, es justamente la “lógica” del cristianismo. Si a primera vista parece raro hablar del cuerpo como una teología, no debería serlo después de un poco más de reflexión. Piensa en la Navidad, creemos en el misterio de un Dios que tomó cuerpo humano y nació de una mujer. Como dice Juan Pablo II, “A través del hecho de que el Verbo de 7


Dios se hizo carne, el cuerpo entró a la teología…por la puerta principal” (Abr. 2, 1980).

5: El Misterio Divino

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a hemos hablado muchas veces del “misterio divino” o el “misterio oculto en Dios desde toda la eternidad” (Ef. 3:9) ¿Qué quiere decir esto? En el sentido cristiano, “misterio” no se refiere a un problema sin respuesta. Se refiere a la realidad más profunda de Dios y su plan eterno para la humanidad. Estas realidades están tanto más allá de cualquier cosa que podamos comprender que todo lo que podemos hacer es usar la palabra “misterio”. Y sin embargo, Dios es “capaz de ser conocido”, no en base a nuestra capacidad de solucionar algún problema, sino porque Dios se ha hecho conocible.

Como dice el Catecismo “Dios ha revelado su más profundo secreto: Dios mismo es un intercambio eterno de amor. Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a compartir ese intercambio” (CEC 221). Esta premisa fundamental resume el misterio de Dios y el significado de la existencia humana: el amor. Dios es amor, como nos dice el apóstol Juan (1 Jn 4:8) y nos lo ha recordado en su primer encíclica Benedicto XVI. No sólo porque nos ama, sino porque dentro de Dios las tres personas de la Trinidad viven en un “eterno intercambio de amor”. Este “es el misterio central de la vida y fe cristiana. Es el misterio de Dios mismo. Por eso es la fuente de todos los otros misterios de la fe, la luz que los ilumina” (CEC 234) En el lenguaje de Juan Pablo II, Dios es una eterna Comunión de Personas. Una “común unión” (comunión) de personas se establece hasta el punto en que dos (o más) personas “se dan a sí mismos” mutuamente en amor y servicio. Ninguna explicación de la Trinidad es suficiente, sin embargo, por la revelación podemos discernir que el Padre eternamente “engendra” al Hijo al darse a sí mismo a y por el Hijo. Al mismo tiempo, el Hijo (“amado 8


del Padre”) recibe eternamente el amor del Padre y eternamente se dona de regreso al Padre. El amor que comparten es el Espíritu Santo quien, como decimos en el Credo Niceno “procede [eternamente] del Padre y el Hijo”. Y justamente la razón por la que existimos es: el amor de Dios, ya que por su naturaleza, busca expandir su propia comunión. Dios ciertamente no necesitaba a nadie más, pues el amor de la Trinidad es perfecto y completo en sí mismo. Sin embargo, por mera bondad y generosidad, Dios quería crear una gran multitud de otras personas para compartir su propio, eterno y extático “intercambio de amor”.

6: Icono de la Trinidad, Imagen de Cristo y la Iglesia

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ntonces, una vez más, cuando hablamos del invisible “misterio oculto en Dios desde tiempo inmemorial” estamos hablando del hecho de que (1) Dios es una comunión de amor y (2) estamos destinados a compartir ese intercambio. Este misterio de dos partes es lo que el cuerpo humano significa correctamente desde el momento de nuestra creación. ¿Cómo?

Precisamente a través de la belleza y el misterio de la diferencia sexual y nuestro llamado a ser “una sola carne” (Gn. 2:24).

Dios imprimió en nuestra sexualidad el llamado a participar en una “versión creada” de su eterno “intercambio de amor”. En otras palabras, Dios nos creó hombre y mujer para que podamos reflejar su amor al convertirnos mutuamente en un don sincero. Este don sincero establece una “comunión de personas” no solo entre los sexos pero también, en el transcurso normal de los eventos, con un “tercero” que los precede a los dos. De esta manera, el amor sexual se convierte en un icono o imagen terrena, en algún sentido, de la vida interna de la Trinidad.

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Además de reflejar a la Trinidad, el amor sexual también es una imagen de la unión de Dios con la humanidad. La autodonación redentora de Cristo es un nuevo brotar del amor de la Trinidad en toda la creación. La Iglesia recibe este amor y trata de hacerlo recíproco. Dios creó nuestros cuerpos como varón y hembra con la capacidad sacramental de transmitir este intercambio entre Cristo y la Iglesia. Como dice San Pablo, citando el Génesis, “’Por este motivo un hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su esposa, y los dos serán una sola carne’. Este es un gran misterio, y me refiero en referencia a Cristo y su Iglesia” (Ef. 5:31-32) Este pasaje de Efesios 5 es un texto clave para entender el cuerpo y la sexualidad “teológicamente”. Cristo es quien dejó a su Padre en el cielo. También dejó el hogar de su madre en la tierra. ¿Por qué? Para entregar su cuerpo por su Novia (la Iglesia) para que seamos “una sola carne” con él. ¿En donde nos unimos más profundamente carnalmente con Cristo? En la Eucaristía. Cuando todas las confusiones son aclaradas y las distorsiones corregidas, descubrimos que el más profundo sentido de la sexualidad humana –de nuestra creación como hombre y mujer y nuestra llamada a la comuniónes la “Eucaristía”. Juan Pablo II describe la Eucaristía como “el sacramento del Novio y la Novia”. Como el sacramento de la comunión, el Papa dice que la Eucaristía sirve de alguna manera “para expresar la relación entre hombre y mujer, entre lo que es ‘femenino’ y lo que es ‘masculino’” (MD 26). Dios nos creó varón y hembra desde el principio para vivir en una “santa comunión” que preseñala la Santa Comunión de Cristo y la Iglesia. En regreso, el don del cuerpo de Cristo a su Novia (celebrado en la Eucaristía) arroja luz definitiva al significado de la comunión de hombre y mujer. Cristopher West comenta en este punto que nunca conoció a su suegro; murió antes de que conociera a su esposa. Pero lo admira enormemente por la siguiente historia. En misa, el día siguiente a su boda, después de haber consumado el matrimonio la noche anterior, estaba llorando después de recibir la comunión. Cuando su ahora esposa le preguntó que le pasaba dijo, “Por primera vez en mi vida entiendo las palabras de Cristo, ‘Este es mi cuerpo, que será entregado por ti’”. 10


7: La Analogía Conyugal

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as Sagradas Escrituras usan muchas imágenes para describir el amor de Dios por la humanidad. Cada una tiene su propio valor. Pero tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento usan la imagen del amor conyugal mucho más que cualquier otra. Esta es también la imagen preferida de los grandes místicos de la Iglesia. La Biblia empieza en el Génesis con el matrimonio del primer hombre y mujer, y termina en el Apocalipsis con otro “matrimonio” –el matrimonio de Cristo y la Iglesia. La teología conyugal ve en estos “parámetros” nupciales las claves para interpretar todo lo que está en medio. Desde esta perspectiva aprendemos que el plan eterno de Dios es “casarse” con nosotros (Hos. 2:19) vivir con nosotros en un eterno intercambio de amor y comunión. Y no sólo eso, llevando la analogía un poco más allá, a través de esta unión Dios quiere “impregnar” nuestra humanidad con su vida divina. Representándonos a todos, una mujer que caminó en este planeta una vez se entregó tan profundamente al amor de Dios que literalmente concibió vida divina en su seno. De esta manera, como el Catecismo enseña, María cumple plenamente con el carácter esponsal de la vocación humana en relación a Dios (CIC 505). Y esto es lo que aprendemos de la teología del cuerpo: Dios quiso que este eterno “plan marital” fuera tan claro para nosotros –tan obvio para nosotros- que nos grabó una imagen de él en nuestro ser al crearnos hombre y mujer y llamarnos a ser “una sola carne”. El amor esponsal es una analogía al misterio de Dios. Las analogías siempre indican, al mismo tiempo, tanto similitudes como disimilitudes sustanciales. Dios es el que grabó una imagen de su propio misterio en nuestra humanidad al crearnos hombre y mujer. Pero este es justo el punto: Estamos hechos a imagen de Dios, no él a imagen nuestra. El Catecismo 11


establece esto claramente: “De ninguna manera es Dios imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es puro espíritu en donde no hay lugar para la diferencia entre los sexos. Pero las respectivas ‘perfecciones’ de hombre y mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios” (CIC 370, ver también 42, 239). Juan Pablo II, hablando de la comunión entre hombre y mujer y la vida que engendra, dice: “En el mundo entero no hay imagen más perfecta, más completa de Dios, Unión y Comunidad. No hay ninguna otra realidad humana que corresponda más, humanamente hablando, a ese misterio divino” (Dic. 30, 1981). Mientras nos adentramos en esta realidad humana como imagen de la realidad divina, debemos simplemente ser cuidadosos de respetar las diferencias infinitas entre Dios y sus creaturas.

8: El Cuerpo y la Batalla Espiritual

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i Dios creó el cuerpo y la unión sexual para proclamar su propio misterio de amor, ¿por qué no lo vemos típicamente de esta manera tan profunda? Por ejemplo, cuando oyes la palabra “sexo”, ¿qué es lo que generalmente nos viene a la mente? ¿Acaso es el “gran misterio” de la unión en una sola carne como preámbulo a la unión de Cristo con su Iglesia, o algo, digamos, un poco menos sagrado? Pondera esto un momento. Si el cuerpo y el sexo están creados para proclamar nuestra unión con Dios, y si hay un enemigo que quiere separarnos de Dios, ¿qué crees que va a atacar? Si queremos ver qué es lo más sagrado en este mundo, todo lo que necesitamos hacer es ver qué es lo más violentamente profanado.

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El enemigo no es ningún tonto. Sabe que nuestro cuerpo y el sexo están creados para proclamar el misterio divino. Y desde su perspectiva, esta proclamación debe ser destruida. El hombre y la mujer deben ser imposibilitados a reconocer a Dios en sus cuerpos. Como veremos más claramente más adelante, esta es precisamente la ceguera que el pecado original introdujo con la tentación de la serpiente. Pero no tengáis miedo: ¡Cristo vino predicando la recuperación de la vista a los ciegos! (Lc. 4:18) Por ahora, el punto a mantener en mente es que la batalla por el alma del hombre se pelea en la verdad sobre su cuerpo. No es coincidencia que San Pablo siga su presentación del “gran misterio” de la unión de “una sola carne” en Efesios, capítulo cinco, con el llamado a tomar armas en la batalla cósmica entre bien y mal en Efesios, capítulo seis. Como la fuente de la familia y la vida misma, la unión entre los sexos “está puesta en el centro de la gran batalla entre bien y mal, entre vida y muerte, entre amor y lo que se le opone al amor” (CF 23). Por eso, si hemos de ganar la batalla espiritual, la primera cosa que dice San Pablo que debemos hacer es “ceñir vuestra cintura con la verdad” (Ef. 6:14). La teología del cuerpo es el llamado de Juan Pablo II a hacer justo eso: a ceñirse la cintura con la verdad que los hará libres para amar.

9: Los cimientos de la Ética y la Cultura

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s muchísimo lo que está en juego en el debate cultural acerca del significado del sexo y el amor conyugal. Como observa Juan Pablo II, la comunión de los sexos es “el cimiento más profundo de la ética y cultura humana” (Oct. 22, 1980). ¿Qué quiere decir esto? En corto, como vaya el sexo, así irá el matrimonio y la familia. Como vayan el matrimonio y la familia, así va la civilización.

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Este es el motivo por el cual Karol Wojtyla (el futuro Juan Pablo II) escribió en su libro, Amor y Responsabilidad que la confusión acerca de la moral sexual “corre un riesgo quizás mayor que el generalmente se advierte: el riesgo de confundir las tendencias humanas más básicas y fundamentales, las rutas principales de la existencia humana. Dicha confusión debe claramente afectar todo el posicionamiento espiritual del hombre”. Piensa qué relacionado está el sexo con la realidad misma de la existencia humana. Simplemente no existirías sin la unión sexual de tus padres y de sus padres anteriormente, y los padres de ellos, y los padres de ellos…Todo ser humano es el producto final de miles y miles de de uniones sexuales indispensables. Quita una sola unión sexual de tu árbol genealógico y no existirías. El mundo sería un lugar distinto. Es tan radical que si ves hacia atrás e insertas una unión anticonceptiva en tu linaje no existirías. Cuando nos metemos a jugar con el plan de Dios para el sexo, estamos jugando con el correr de la existencia humana. La raza humana, su existencia y su equilibrio se determinan literalmente por quien está teniendo relaciones sexuales con quien y de qué manera. Cuando la unión sexual está dirigida al amor y la vida, construye familias, y a su vez, culturas que viven la verdad del amor y la vida. Cuando está dirigida contra el amor y la vida, el acto sexual engendra muerte. Una “cultura de la muerte” es una cultura que, al no reconocer el valor infinito de cada persona humana, escoge a la muerte como la “solución” a sus problemas.

10: Devolviendo la Verdad sobre el Sexo

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stá todavía poco clara la conexión entre las decisiones sexuales y la cultura de la muerte? Pregúntate: ¿Por qué se matan aproximadamente 4,000 bebés no nacidos cada día sólo en Estados Unidos? ¿Por qué se aprueban leyes en muchos países ? Porque estamos usando mal y abusando del sexo, el gran regalo de Dios. No nos equivoquemos: en el análisis final el debate acerca del aborto no se trata de 14


cuándo comienza la vida. Se trata del significado del sexo. Lo que la mayoría de los hombres y mujeres que pelean por el aborto quieren no es tanto el “derecho” a matar a su bebé, pero el “derecho” a tener sexo sin restricciones y sin consecuencias. Por este motivo escribió Juan Pablo II en su encíclica Evangelium Vitae (el Evangelio de la Vida): “Es una ilusión pensar que se puede construir una verdadera cultura de la vida humana, si no se ayuda a los jóvenes a comprender y vivir la sexualidad, el amor y toda la existencia según su verdadero significado y en su íntima correlación” (EV 97). Esta lógica no va bien con nuestra cultura. No es exageración decir que la tarea del siglo XX fue librarse de la ética sexual cristiana. Si hemos de construir una “cultura de la vida”, la tarea del siglo XXI debe ser ganarla de regreso. Pero el enfoque a veces represivo de generaciones anteriores de cristianos –normalmente de silencio, o, a lo más con la frase incompleta de “no lo hagas”- es en gran medida responsable por que la cultura se haya deshecho de la enseñanza de la Iglesia sobre el sexo. Necesitamos un “nuevo lenguaje” para romper el silencio y revertir el negativismo. Necesitamos una teología fresca que enseñe como la ética sexual cristiana, lejos de ser una lista puritana de prohibiciones como muchas veces se asume que es, que corresponda perfectamente con los más profundos deseos de amor y unión que tiene nuestro corazón. Es por esto que Juan Pablo II dedicó el primer gran trabajo pastoral de su pontificado a desarrollar la teología del cuerpo. Un regreso al plan original de Dios sobre la unión sexual es el único punto de comienzo adecuado para construir una cultura que respete el significado y la dignidad de la vida humana. Pero antes de meternos de llenos al contenido de las enseñanzas del Papa, veamos rápidamente su enfoque y método básicos.

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11: El Enfoque y Método de Juan Pablo II

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n contraste con enfoques más tradicionales que enfatizan las categorías objetivas de “ser” y “existencia”, el enfoque filosófico de Juan Pablo II empieza con la experiencia humana. Él cree que si lo que enseña la Iglesia es objetivamente cierto, entonces la experiencia humana –subjetiva como es- debe ofrecer confirmación de esta verdad. Sabiendo que el mensaje de la Iglesia “está en armonía con los más secretos deseos del corazón humano” (CEC 2126), Juan Pablo II no necesita y no trata de forzar a que se esté de acuerdo con sus propuestas. En su lugar, invita a hombre y mujeres a reflexionar honestamente acerca de su propia experiencia de vida y ver si confirma sus propuestas. Aquellos que han sido decepcionados por juiciosos moralistas encontrarán este enfoque increíblemente refrescante. No se trata de imponer ni regañar a nadie, simplemente hay que reflexionar caritativamente en la Palabra de Dios y en la experiencia humana para demostrar la profunda armonía entre ellas. Después, con el mayor respeto a nuestra libertad, Juan Pablo II nos invita a acoger nuestra propia dignidad. No importa cuántas veces nos hemos conformado por menos que eso. Este es un mensaje de curación sexual y redención, no condenación. Con este enfoque compasivo, el enfoque del Evangelio, Juan Pablo II gira la discusión sobre la sexualidad desde legalismo a libertad. El legalista pregunta “¿Hasta dónde puedo llegar sin romper la ley?” el cristiano en cambio, debe preguntar “¿Cuál es la verdad acerca del sexo que me hace libre para poder amar?” En breve, a través de una reflexión profunda de las Sagradas Escrituras, especialmente las palabras de Jesús, la teología del cuerpo de Juan Pablo II busca respuesta a dos preguntas universales: “¿Qué significa ser humano?” y “¿Cómo debo llevar mi vida de tal manera que tenga verdadera felicidad?”

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