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Los padres de antes
Sucedió en la peluquería. El niño, de apenas ocho años, eligió su corte de pelo, con el copete tan largo que le daba vueltas al craneo.
“Es que los niños ya no son como antes”, dijo la mamá, quien avaló a su hijo y le pidió a la peluquera que se lo dejara.
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Luego platicó que ahora los niños hacen su voluntad, que no se les puede obligar a nada, y contó que al mayor, de 11 años, no lo hacía ir a cortarse el pelo.
No son como antes, insistió.
Yo pienso que son los padres quienes ya no son como antes. Ahora prefieren no batallar con los muchachos, relajan la disciplina y permiten que ellos tomen el control de su vida, aunque no estén aún en edad de una buena toma de decisiones.
No permiten que nadie los toque ni con un regaño. Van y pelean si el maestro los amonestó, dejan que usen la ropa que desean, el corte de pelo que más les gusta, y nadie tiene derecho a ordenarles nada.
Eso sí, quieren las mejores escuelas, pero los cambian de plantel a la meor molestia. Nunca los frenaron, y ahora se justifican con decir que los niños no son como antes. Debe ser, porque los papás ya no los hacen como antes.
No hablo que el tiempo pasado fuera mejor. Es simplemente distinto, pero los valores no deben cambiar. La honestidad, la disciplina, la responsabilidad nunca deben pasar de moda, y aquellos que crecen con ellos, aprenden que todo derecho implica antes una responsabilidad.
Dejar que los niños decidan en todo, sin ninguna regla a cambio, hace seres caprichosos, veleidosos, egoístas y carentes de ética. Como padres, vamos creando los monstruos que un dia nos van a devorar.
Francisco Zúñiga E. EDITORIAL
A los hijos hay que amarlos mucho, y eso implica que a veces debemos reprimirlos, corregirlos y encauzarlos. Un amor irracional termina por dañarlos. Decía la abuela: Tanto quiere el Diablo a su hijo, hasta que le saca un ojo.
Es común escuchar a gente de nuestra generación contar cómo una mirada de los padres era suficiente para contenerlos en sus correrías, y cansados de esa represión nos pasamos al lado contrario, donde no ponemos límites, no hay un regaño, todo son satisfacer sus caprichos o deseos, y dejarlos ser libres, pese a que no tienen aún el criterio para serlo.
En apariencia dejar que un niño use el corte de cabello que desea no tiene mayor consecuencia. Sólo lo disminuido que queda la autoridad paterna, y cuando ellos crecen, acostumbrados a hacer sólo su voluntad, será difícil hacerlos comprender que la vida será la que cobre la factura.
Un amigo maestro contaba cómo llegaban las mam{as a reclamar porque a sus hijos los castigaron o los reprobaron. Llegan con cabellos pintados de colores, un sinfín de tatuajes. Son padres que no aportan pero exigen. Que creen que todo debe ser gratis. Basta verlos para entender que no aceptan razones, decía el profesor, quien optaba por retirar el castigo, darle un 70 que le permitía seguir al otro nivel, aunque no supiera nada.
Un dia van a crecer esos niños, me decía, y entonces son los papás los que van a pagar el precio. Ojalá no sea la sociedad. E