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KENNETH ANGER POR ROBERTA MARRERO
El cine es ya tan antiguo que algunas de sus obras podrían ser denominadas ya piezas de arqueología moderna. Ciudades construidas de celuloide que contienen de manera fantasmagórica y vampírica imágenes embalsamadas de rostros ya perdidos pero hermosos, como el de la divina Marlene Dietrich, la fuerza animal de Anna Magnani o los matemáticos hombros de Joan Crawford caminando de espaldas. También es un archivo de otros mundos que ya no existen, de deseos que siguen siendo los mismos de la actualidad pero expresados de una manera más bella, en un claroscuro blanco y negro o en un rabioso Technicolor.
El cine underground, como contrapartida a la industria oficial del cine, es además una mirada al abismo, a lo oculto, a un mundo que incluso cuando ocurría lo hacía de una manera subterránea, en casas, en bares clandestinos, películas grabadas casi sin recursos. Aquí entra Kenneth Anger, cuyo cine no es solo esa pieza de arqueología de la que hablaba hace nada, es además una joya de denso color rubí o verde murciélago, un trabajo de orfebrería deliciosamente perverso, dandi, marica, motero, callejero y culto, esotérico. Un diamante lleno de aristas para mirar a través de ellas y encontrar cada vez distintos trozos de cristal de colores, girando, creando algo nuevo en cada vuelta, como uno de aquellos caleidoscopios que teníamos de niños, como un viaje de peyote o de LSD.
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Anger nació un 3 de febrero de 1927. Según cuenta él su acercamiento al cine fue a una edad muy temprana, participando en una versión fílmica de "El sueño de una noche de verano" interpretando al príncipe encantador. Supuestamente pudo acceder a este pequeño papel a través de su abuela que trabajaba en un guardarropa de Hollywood, esa abuela que le contaría muchos de los chismes que luego utilizaría en sus celebérrimos libros "Hollywood Babylon" (volveremos a ellos luego).
Hay unas fotos de un niño sonriente y espléndido que han pasado a la leyenda Angeriana como sus instantáneas vestido del pequeño príncipe en la película basada en el texto de Shakespeare, una figura infantil con una cabeza tocada de plumas, pendientes y ropa metálica en un bucólico escenario. Muchos ponen en duda la veracidad de estas fotos, incluso del hecho de que Kenneth Anger participara realmente en ese film. En realidad da igual, con las estrellas el mito y la realidad se confunden en una nebulosa biografía en la que importa tanto la mentira como la verdad.
En el instituto, Anger descubre las enseñanzas ocultistas de Aleister Crowley, llamado en la época “el hombre más perverso de Inglaterra” o “la bestia 666”. Queda totalmente fascinado por la figura carismática del mago y gran parte de su filmografía estaría influenciada por él. La máxima de Crowley era “haz lo que quieras será la única ley”, parece ser que Kenneth llevó este lema a sus máximas consecuencias. Abandonó su educación católica y se tatuó el nombre de Lucifer en el pecho.
Anger rueda en la casa de sus padres en Beverly Hills el violento y homoerótico film “Fireworks” en 1947. La homosexualidad era ilegal en aquel entonces en Estados Unidos y se va con su film bajo el brazo a Europa, concretamente a París donde Jean Cocteau lo recibe con los brazos abiertos. Cocteau dice de esta pionera obra de Anger que “viene de esa noche hermosa de la que emergen todas las obras verdaderas. Toca lo más profundo del alma y esto es muy raro”.
Solo tres años después Jean Genet rodaba en Francia su bellísima y también homosexual película “Un canto de amor”, me pregunto si Genet vio "Fireworks" a través de Cocteau (eran amigos), en realidad ambos films no tienen mucho más en común que el blanco y negro, que son los dos de corte experimental y que abordan sin tapujos la homosexualidad masculina, pero sería maravilloso saber si existió en algún momento una conexión Jean Genet-Kenneth Anger. Un canto de amor no se pudo estrenar hasta 1975.
También en Francia Anger volvió al Hollywood dorado del que supuestamente fue parte en su niñez, ese Hollywood dorado que le fascinaba y le repelía al mismo tiempo. Anger es un hijo bastardo de la meca del cine, nunca que se sepa el gran Hollywood le ofreció ningún tipo de contrato cinematográfico y por otro lado ninguna de sus obras tenían cabida en esta industria marcada (no en sus inicios pero sí desde la década de los años 30 del siglo XX con el código hays hasta 1966) por la censura más castrante, un código que impedía mostrar en pantalla cosas tan dispares como formas de vida incorrectas, drogas, actos blasfemos y por supuesto la homosexualidad y el erotismo en general. Directores como Alfred Hitchcock burlaron toda esta censura de manera brillante en películas como "Rebeca" (1940) con ama de llaves lesbiana obsesionada con su señora muerta incluida o en "La soga" (1948) la historia de una pareja de homosexuales que asesinan a un tercero y dan una elegante cena sobre su cadáver metido en un arcón.
Anger, decía, volvió a hacer las paces con el gran Hollywood pero como él solo sabía hacerlo, dando a estrechar al bulevar de los sueños rotos la mano fría y diabólica de un muerto. Escribió buena parte de la chismología hollywoodiense que corría por los pasillos en la época en que su abuela trabajaba de guardarropía, una colección de anécdotas jugosas, muchas de ellas nunca probadas. Según Anger el director de cine Friedrich Wilhelm Murnau (por cierto, también ocultista) murió en un aparatoso accidente de coche mientras le hacía una felación a su chofer o la historia de Ramon Novarro y su dildo Art Decó con la firma en plata de Rodolfo Valentino, regalo del propio actor.
Parece ser que esta primera edición francesa (prohibida en toda Europa) era bastante distinta a la que años más tarde se publicó en Estados Unidos, con una exuberante Jayne Mansfield en la portada, de lúbrica boca entreabierta de color sangre y pronunciado escote, rubia platino y joyas ciertamente (como el título del libro) babilónicas. Mansfield, la reina del sexo, amiga del Papa Negro Anton LaVey (a su vez conocido de Anger) y que murió en un mítico accidente de automóvil. La peluca de Miss Mansfield salió volando por el impacto y en las fotos que se tomaron en el momento parecía la cabeza de la actriz separada del cuerpo, por lo que se difundió la macabra y espectacular leyenda de que la actriz murió decapitada. El propio LaVey contaba que la noche que murió la Mansfield él recortó una foto de él de la prensa con unas afiladas tijeras y al darle la vuelta vio que había cortado la cabeza a una foto de Jayne que había en la parte trasera de la página.
El "Hollywood Babylon" de Anger contiene una extensa colección de fotografías de divas del cine, apuestos actores, majestuosos decorados de cine, una habitación de hotel destrozada por una estrella del celuloide, recortes de prensa y fotos truculentas de muertos. Lo glamuroso y lo miserable en un libro ya mítico que es como una revista de papel cuché intelectual y cruel.
"Hollywood Babylon II" fue publicado en 1984 con una crepuscular Elizabeth Taylor en la portada. La actriz sentada vestida de color púrpura, luce una generosa subida de peso por su adicción a las drogas y el alcohol, pelo cardado y espeso maquillaje.
Anger lleva décadas amenazando con un tercer volumen de la saga que nunca se ha publicado por miedo a las represalias legales. Lo divertido es que Anger afirma en cada entrevista que todo lo que cuenta en estos jugosos libros es verdad. Otra vez, ¿qué más da?, son maravillosos igualmente. Yo particularmente me creo todo lo que me cuente Kenneth Anger.
Llegados a este punto he de confesar algo que quizás el lector ya haya adivinado a estas alturas: me fascina lo marica cuando era ilegal, prohibido, cuando tenía ese tinte salvaje, cuando venía de lo lumpen, pero de ese lumpen lujoso del que formaban parte Candy Darling o Holly Woodlawn (ambas super estrellas trans de la factory Warholiana) o todas esas rarezas humanas y travestís que con tan buen gusto fotografiaron Diane Arbus y Nan Goldin. Esa estirpe de perdedores hermosos que desafiaban al mundo de manera arrogante y afilada, como si fueran cuchillos de plata abiertos, diciendo: brillo y corto al mismo tiempo, no te me acerques demasiado. Anger es el tejado puntiagudo y gótico de una fastuosa casa llena de inmensos salones, como los salones de sociedad o espiritistas del siglo XIX, untuosas estancias en las que podríamos encontrar a Jack Smith y su orgiástisco reparto de su película "Flaming Creatures" hablando de chulos con Divine, impecablemente maquillada como en el final de "Pink Flamingos". Andy Warhol filmando una mamada tras sus impenetrables gafas de sol. Ed Wood explicándonos cuál es su suéter favorito de angora o a James Whale contando todo el subtexto queer de su película más famosa: la novia de Frankenstein. Cabe en esta fabulosa casa que me estoy imaginando hasta Verlaine pidiendo perdón a Rimbaud por dispararle, Sebastian Melmoth (el nombre que Oscar Wilde adoptó en parís después de abandonar la prisión para pasar desapercibido) recitando su balada de la cárcel de Reading o Caravaggio discutiendo si la pintura está muerta y debería abrazar la creciente industria del cine y hacer porno.
Dejo reposar lo escrito hasta ahora. Almuerzo, me doy una ducha, leo un rato un libro de cartas escritas por William Blake y al abrir Instagram me entero de la muerte de Kenneth Anger. Justo quería escribir este texto no solo por mi adoración absoluta por el artista, también quería hacerle un pequeño y humilde homenaje en vida. No quería escribir un panegírico sobre un difunto, no me gustan los obituarios, ni que la gente que admiro se muera. En mi inocencia creía que Anger (que era casi un siglo, tenía 96 años) iba a vivir para siempre. Una de sus últimas apariciones lo mostraba con melena larga peinada hacia atrás, elegante en su vejez, uñas largas, parecía un rey vampiro de Los Ángeles vestido con una larga bata carmesí, tocaba el Theremin junto al guitarrista Brian Butler. El sonido lúgubre y marciano del Theremin solo agigantaba la presencia espectral de Anger, era una visión divina. He prendido una vela por el alma de Kenneth, para que no se pierda en su viaje a las estrellas. Se me ha quedado en el tintero hablar de su relación personal y artística con otra de mis creadoras y personas favoritas del mundo, la mujer escarlata Marjorie Cameron (o como ella prefería ser llamada, solo Cameron). La bruja de pelo rojo y pesadas pestaña postizas que roba todo el protagonismo al resto del reparto (incluida Anaïs Nin) en el film de Kenneth Anger “Inauguración de la cúpula del placer” del año 1954. De su amistad con los Rolling Stones, Marianne Faithfull o Bobby Beausoleil, integrante de la familia Manson. De cómo fue un pionero en el uso de la música en sus películas que eran todas mudas, como diría Norma Desmond en "El crepúsculo de los dioses" de Billy Wilder: “podíamos decirlo todo con los ojos”, de aquella noche que pasé en la filmoteca de Copenhague viendo en pantalla grande no solo su clásico ciclo de la lámpara mágica sino también algunas de sus nuevas piezas, incluyendo la hermosa y perversa “Ich will”, una revisión de antiguas imágenes de propaganda Nazi convertidas en un poema visual dorado, sensual y venenoso.
Con Anger se muere una forma de hacer cine, de hacer arte. Un cine y un arte sin ningún afán político ni redentor, un cine y un arte que vivía y moría por la belleza, subversivo, denso en su puterío sobrenatural, que mezclaba sin tapujos la alta y la baja cultura, la carne y el espíritu, lo seductor y lo obsceno. Pienso que las películas de Anger tienen olor a flores, a incienso, a cirios, a divinidad, a perfume de mujer mezclado con polvos de maquillaje y al cuero de las chaquetas de los ángeles del infierno.
No quería acabar así este texto, pero: Descansa en paz Kenneth Anger. Gracias por todo.
Roberta Marrero