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AMAR Y DESAMAR, LOS ARCHIVOS QUEER Y LA VENGANZA ZOMBIE POR EMILIO PAPAMIJA

Estaba hablando con Celeste en una terraza mientras discutíamos sobre memorias/archivos de amores y desamores del pasado y del futuro. Mira que nosotres sí que conocemos el tema, las personas trans hemos estado en ese umbral claroscuro que comparten los amores ‘de película’ y los de ‘la realidad’, habitando el umbral y rara vez en uno de esos dos lugares. Me atrevo a decir que es una particularidad de casi todas las personas queer.

Celeste me contaba acerca de “Giselle”, una obra romántica de ballet estrenada en 1841. “Es un ballet muy queer” me decía “se trata de mujeres zombies en busca de venganza”. Celeste, tienes toda mi atención. Una mujer que solo desea bailar, se enamora de un hombre (diremos cis) que - spoiler que se veía venir - la engaña con otra mujer. Invadida por la ‘locura de la traición’, nuestra bailarina muere para convertirse entonces en una Willi, un espíritu nocturno del bosque que pertenece a un séquito de mujeres muertas que matan a hombres después de la media noche.

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Cuando el tipo en cuestión llega a la tumba de “su amada” en busca de redención, se encuentra a una fiesta de mujeres espíritus vengadoras que hacen bailar hasta la muerte a sus víctimas. Nada más queer que la venganza es hacer bailar a alguien hasta la muerte. Sin embargo, Giselle, conmovida por las súplicas del desdichado, le da su aliento para que siga y resista hasta la llegada del alba. El amanecer, desvanece a las Willis - Giselle incluída - salvado así, el traidor.

“Me da un poco de bajón que al final siempre ELLA es la sacrificada”. Ya, pero me quedaré con esto de las zombies vengadoras.

Ya se ha dicho que hay algo de los monstruos y fantasmas que siempre ha representado lo queer. Por un lado, retratar lo aterrador para la sociedad nunca ha sido un acto inocente, y es por eso que las identidades (o actos, formas de hacer) ‘desviadas’ han estado en ese lugar. Y por otro, parafraseando a Carmen Machado, ha sido mostrar lo que ha sido escondido, como el pasado, el deseo, ‘la muerte viva’, como les zombies, es un ejemplo perfecto que muestra que el pasado no se puede suprimir, porque “vuelve de formas aterradoras”.

En eso estamos las personas queer, dándole vida al pasado, inventándonos archivos en una historia - más bien, unaS historiaS - de donde nos han querido borrar.

Pensé en todo esto mientras veía “Cantando en las azoteas” (Enric Ribes, 2022), un hermoso largometraje que narra la soledad queer. La película es catalogada como ‘docuficción’, y quizás es por eso que nos devuelve (y trataré de no hacer spoiler) y nos resignifica el concepto, pues la soledad queer también es expansión, es salir de lo nuclear, cuidar sin prejuicios ni muchas preguntas, entender los vínculos de otra manera.

Esto último es lo que al final significa ‘ser queer’. Implica habitar con otras perspectivas, siendo les monstrues de las películas, el temor a la norma, les que reviven, les que se vengan pero también les que perdonan. Está muy claro que la ficción es ese lugar donde construímos y construiremos nuestro archivo, nos imaginaremos infinitas formas de ser, y reivindicaremos la pantalla para amar y desamar, a nosotres mismes y a les otres.

Ribes, 2022

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