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Mariano F. Enguita
ISBN 84-7476-260-X
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9 788474 762600
Economía y sociología Para un análisis sociológico de la realidad económica
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CIS Centro de Investigaciones Sociológicas
Mariano F. Enguita
)l() Siglo Veintiuno
de España Editores,sa
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¡ A la memoria de Esteban Medina y Josechu Vicente Mazarieg¿s COLECCIÓN «MONOGRAFÍAS», NÚM. 157
Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes magnéticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor.
Primera edición, julio de 1998 O CENTRO DE INVESTIGACIONES SOCIOLÓGICAS Montalbán, 8. 28014 Madrid En coedición con
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SIGLO XXI DE ESPAÑA EDITORES, S. A.
Príncipe de Vergara, 78. 28006 Madrid DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY
Impreso y hecho en España Printed and made in Spain NIPO: 004-98-018-X ISBN: 84-7476-260-X Depósito legal: M. 28.256-1998 Fotocomposición e impresión: EFCA, S. A. Parque Industrial "Las Monjas" 28850 Torrejón de Ardoz (Madrid)
ÍNDICE
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INTRODUCCI6N ..........................................................................................
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DOS DISCIPLINAS, DOS CAMINOS .......................................
2.
INDUSTRIA, ECONOMÍA Y SOCIEDAD ..............................
6
3.
LA SOCIOLOGÍA INDUSTRIAL (Y DE LA EMPRESA) .....
17
4.
LAS ESPECIALIDADES LIMÍTROFES .....................................
26
5.
LA DIVERSIDAD DE LA ACCIÓN ECONÓMICA .............
41
6.
LA ECONOMÍA NO MONETARIA .........................................
53
7.
EL MERCADO COMO INSTITUCIÓN SOCIAL .................
62
8.
LA UBICUIDAD DEL PODER Y EL CONFLICTO .............
71
9.
LAS TRAMAS DE LA DESIGUALDAD ...................................
82
10.
EL RESURGIR DE LA SOCIOLOGíA ECONÓMICA ........
95
REFERENCIAS .............................................................................................. .
105
ANEXO BIBLIOGRÁFICO ............................................................................. .
123
Manuales y compilaciones de interés general .................................. .
124
Sociología Económica, 124.-Sociología Industrial, 124.-Sociología de las Organizaciones y Sociología del Trabajo, 12S.
Bibliografía clasificada ....................................................................... . Sociología y economía, 126.-La industrialización y su contexto, 128.-Macrotendencias socioeconómicas, 129.-Las organizaciones, 13 l.-La empresa en el capitalismo, 133.-La organización del trabajo, 13S.-La economía no monetaria, 136.-Las condiciones de empleo y trabajo, 138.-Economía y cultura, 140.-Cualificación y formación, 142.-Intereses y conflicto, 144.-Trabajo y desigualdad social, 146.-El mercado como institución social, 148.-El consumo, 149.
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La sociología de la realidad económica no ha sido ni será nunca un campo fácil. Por un lado, la sociología no solamente ha considerado y considera la economía real como parte de su objeto de estudio, sino que, de un modo u otro, ha tendido recurrentemente a contemplarla como un apartado privilegiado, bien fuese como el objeto directo a analizar na sociedad industrial, las organizaciones), bien como elemento fundamental para el estudio de cualquier esfera de lo social (diversas formas de materialismo, generalización del modelo de acción racional); por otro, sin embargo, la disciplina, y con ella el cuerpo académico especializado, han mantenido una relación ambigua con la economía como campo próximo y, en buena medida, coext~nsivo, relación que oscila entre la patente incomodidad por sus supuestos reduccionistas y la fascinación por su aparato metodológico y técnico. Esta difícil relacÍón se ha dejado sentir en la delimitación del ámbito de la disciplina y en su denominación misma. Primero fue la Sociología Industrial, entendida normalmente, claro está, no como el estudio del sector secundario sino de la esfera monetaria de la sociedad industrial. Con ello se admitió implícitamente que la economía, como objeto real, era lo que los economistas dedan que era: como si se hubiera aceptado, siguiendo a Jacob Viner, que .;<economía es lo que estudian los economistas», y que lo que no estudien ellos no podrá ser considerado tal. Así quedó fuera todo el sustrato de la economía no monetaria, cuya débil llama fue mantenida a duras penas por la antropología y por la sociología de la familia, y no siempre, hasta conocer cierta recuperación de la mano de los estudios sobre la mujer y del renacimiento actual de la sociología económica. Después vino su reducción al ámbito de las empresas y el mercado de trabajo. Pasó a ser Sociología Industrial y de la Empresa, bajo el positivo impulso de la sociología de las organizaciones, que sin duda significó un paso importante al subrayar la relevancia de las estructuras informales, las funciones latentes, los mecanismos de negociación y conflicto, erc. (descuidando de paso, por cierto, su estructura formal), pero que, al
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mismo tiempo, supuso dejar de lado el mercado. Éste quedaría, así, en las exclusivas manos de la teoría econórrúca como escenario de agregación de las preferencias invididuales, si bien con dos salvedades. Una, las decisiones de los consumidores, tras cuyos gustos habría, ahí sí, carnaza para los sociólogos, pero sólo en la trastienda de su actuación en el mercado: el consumo. Otra, el mercado de trabajo, donde las especiales características de la mercancía en juego, la fuerza de trabajo, abrían las puertas a la consideración del jactar humano: sistema educativo y cualificación, actitudes ante el empleo, grupos de riesgo, discriminación, etc. La dicotomía entre mercados y organizaciones, los primeros para el economista y las segundas para el sociólogo, llevó a la elisión del problema del poder. Por una parte, el mercado quedaba libre de toda sospecha al definirse precisamente como una relación entre iguales -para lo cual bastaría con que fueran iguales, formalmente iguales, en la relación misma-, tal como llegaría a expresarse de forma diáfana en la terminología hoy tan en uso: jerarquías y mercados, dos conceptos pertenecientes a órdenes distintos (en vez de organizaciones y mercados, o jerarquía e igualdad, jerarquías y grupos, que son pares de conceptos complementarios). Por otra, las organizaciones no tardarían en ser abordadas desde la perspectiva del mercado, como sucede cuando se contempla la relación entre el capital y el trabajo --o, más ampliamente, entre empleadores y empleados- como mera relación de mercado o con la teoría neoinstitucionalista de la empresa. Aunque algunos relevantes economistas hubieran insistido en que la figura del hamo ceconomicus no debería entenderse como una concepción reduccionista de la conducta humana, ni siquiera de la conducta económica, sino como abstracción de un aspecto del comportamiento, la reducción racionalista y utilitarista de la acción no sólo ha imperado prácticamente indiscutida en la teoría económica, sino que ha funcionado como linde de los dominios de ésta y ha hecho importantes incursiones en la teoría sociológica, a menudo presentándose a sí misma tanto como la única racionalidad posible cuanto como el único microfundamento imaginable. Así, el mercado se supone objeto exclusivo de la teoría económica porque, dada su impersonalidad, nada debe interferir en él los designios de la racionalidad instrumental; la organización (la empresa), a pesar de la densidad de su estructura, es ya asaltada por nuevas variantes del neoclasicismo; incluso terrenos que parecían al margen del measuring rod y del cash nexus) como la familia, son objeto de las incursiones más audaces. «Todo lo que se creía permanente y perenne se desvanece en el aire»: Marx dixit) Becker jacit.
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Las páginas siguientes se ordenan en tomo a los problemas arriba señalados. El primer capítulo aborda el contraste entre Sociología y Economía. El segundo se detiene en la visión sociológica de la sociedad industrial v de su evolución. El tercero está dedicado a una breve consideración del surgimiento y de la Sociología Industrial y de la Empresa como disciplina. El cuarto se ocupa de la relación entre ésta y otras sociologías especiales, particularmente la sociología del trabajo y la de las organizaciones. El quinto discute la idea económica de la acción humana como instrumental, racional y maximizadora. Los tres capítulos siguientes, sexto al octavo, abordan respectivamente las otras reducciones teóricas mencionadas: la elisión de la economía no monetaria, la limitación del ámbito de la sociología al estudio de las organizaciones con exclusión del mercado y la eliminación del poder del ámbito de las relaciones económicas. El noveno está consagrado a la problemática de la desigualdad asociada a la estructura económica. El décimo y último se ocupa, como cierre, del resurgir de la sociología económica y de sus perspectivas.
1.
DOS DISCIPLINAS, DOS CAMINOS
La proximidad que pudiera hallarse entre la economía y la sociología clásicas o, si se prefiere, entre la economía política de los siglos xvm al XIX, particularmente de Smith a Mili, y la sociología fundacional del XIX Yprincipios del xx, de Saint-Simon a Durkheim, se fue desvaneciendo a medida que ambas disciplinas se consolidaron. La economía fue progresivamente decantando sus supuestos, delimitando su ámbito yestilizando su aparato metodológico y técnico, y todo ello, en gran medida, por la vía de renunciar a una buena parte de los problemas y los métodos de investigación aceptados en la sociología y otras ciencias sociales; y, sobre todo, se deshizo del calificativo de "política" en su esfuerzo por ser y parecer una ciencia libre de valores. La sociología, por su parte, fue ampliando más y más el abanico de sus intereses desde la inicial concentración en los efectos de la industrialización hasta intentar abarcar todos los procesos sociales, al tiempo que renunciaba cada vez más abiertamente a la unidad metodológica en aras de un sano eclecticismo; en el camino, además, fue aceptando la definición de la realidad económica aportada por ciencia económica y, sobre todo, dejando a ésta como observadora única del mercado. Sin duda esta división era inevitable y no cabe lamentarse de ella en nombre de una improbable, si es que no imposible, unidad de las ciencias sociales, al menos una vez que éstas conocen ya cierto grado de desarrollo. Por otra parte, probablemente fue la división posible, pues de un ámbito tan complejo como la sociedad y con nuestro nivel de conocimiento actual sólo puede despegar una ciencia altamente formalizada sobre una base epistemológica y metodológica fuertemente restrictiva como la que proporcionan los supuestos de escasez y conducta maximizadora y el numerario del dinero. Pero este proceso, con indudables ventajas, tuvo también costes para ambas disciplinas. Para la economía, creo, una huida hacia delante consistente en confiarse cada vez más a modelos crecientemente desconectados de la realidad yen arrumbar más y más problemas al capítulo inexcrutable de las variables exógenas o la conducta no racional. Para la sociología, en contrapartida, la renun-
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ci,l a estudiar de manera consistente la institución más importante de la realidad económica: e! mercado. En el camino, cada una de ellas ha logrado desarrollar una patente incomprensión de la otra. Schul11peter ya bromeó hace medio siglo sobre cómo «e! sociólogo y el economista típicos saben poco -y ,¡ún se preocupan menos- de lo que hace e! otro y prefieren usar una sociología primitiva el segundo y una economía primitiva el primero, ambas de cosecha propia, que aceptar los resultados profesion,¡les clel otro grupo.»! Quizá la mejor prueba de esa incomprensión mutua esté en cóm? cada campo ha tratado de marginar u olvidar a aquellos que en sus tilas han intentado plantear los problemas o emplear los métodos de! otro: la Escuela Histórica alemana, Schumpeter y Veblen entre los economistas o los partidarios de la elección racional entre los sociólogos, por no poner sino los ejemplos más obvios. El caso más patente es, no obstante, el de Marx, a veces negado por tirios y troyanos: demasiado normativo para.los economistas y demasiado especulativo para los sociólogos, aunque tozudamente inevitable tanto para unos como para otros. Sociología y economía resultan diferenciables de modo sistemático casi hasta la saciedad, quedando al gusto de quien aborda la comparación los mayores o menores grados de detalle y de exhaustividad con los que alinearlas. Aquí seremos parcos y nos limitaremos a traer a colación algunas diferencias esenciales, en concreto la elección de los actores sociales a esturuar, la lógica que se presume en su acción, la relación entre la realidad económica y la realidad social y los métodos de investigación. Digamos ya, sin embargo, y de una vez por todas, que no nos referimos ni podemc:s re~erjrnos de l~odo exhau~tivo a toda la sociología y a toda la econOlnIa, smo a las cornentes dommantes en cada una de ellas. Del lado sociológico, lo que podrímnos llamar la sociología estructuralista, entendiendo este adjetivo, en un sentido blando, como aplicable a cualquier concepción que suponga que el individuo es fundamentalmente un producto de la sociedad, lo que incluye a corrientes tan variadas como el estructural-funcionalismo, el marxismo o la llamada cont1ictual pero no, por ejemplo, la teoría del intercambio o la de la elección racio~ nal. Del lado económico, la economía neoclásica, entendiendo por talla que esturua los estados de eqlúlibrio como resultado de la agregación de conductas maximizadoras en contextos más o menos competitivos, lo que 1l1c1uye desde el núcleo neoclásico hasta los neoinstitucionalistas o , Schumpeter, 1'154: 62-63.
la nueva economía de la familia, pero no a los antiguos in'!ttitucionalistas
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ni a los marxistas. La primera diferencia obvia entre economía y sociología está en su énfasis respectivo sobre el inruviduo o el grupo --o, por mejor decirlo, sobre los comportamientos colectivos como resultado de la agrt:gación de conductas individuales y sobre el individuo como producto de la sociedad. En la perspectiva de la economía, el individuo es el przus que se explica a sí mismo y a partir del cual puede derivarse la realidad social; en la de la sociología, la sociedad es la que proporciona al individuo existencia como tal, es ella precisamente la que permite la individuación. El hamo a:conomicus persigue su utilidad individual, aunque pueda llegar a hacer propia la utilidad ajena o social; el homo sociologicus desempeña su papel social, aunque encuentre espacio para personalizarlo. A la unilateralidad de la sociedad como agregado de individuos se opone la del individuo hipersocializado. En las palabras burlonas de un economista, «toda la economía trata de cómo las personas llevan a cabo sus opciones, [mientras que] toda la sociología lo hace de cómo no tienen opción alguna.»2 En la expresión más grave de un sociólogo, la economía trata de «los usos alternativos de medios escasos para la satisfacción de las necesidades» y la sociología «del papel de los fines últimos comunes y las actitudes que subyacen y se asocian a ellos.») La economía tiende casi irresistiblemente a lo que Schumpeter denominó el «individualismo metodológico»,~ mientras que la sociología se siente casi irremeruablemente inclinada al holismo. 5 La dicotomía anterior se prolonga en otra sobre la acción individual y social. El economista parte de un modelo de acción racional modelado sobre los cimientos del utilitarismo, aun cuando hayan abundado y hasta prosperado los esfuerzos por sustituir cualquier idea de utilidad objetiva por la utilidad subjetiva, la utilidad individual por la utilidad social (esto sólo de forma ocasional, ciertamente) o cualquier tipo de utilidad por el concepto más limitado de las preferencias reveladas: en todo caso, la acción racional implica preferir más a menos y hacerlo de modo consistente y transitivo, para que la matemática funcione. La racionalidad de la acción se refiere esencialmente a la relación entre medios y tilies, siendo sus propósitos maximizadores (o, en el peor de los casos, op= Duesenberry, 19(,(): 23 3, d,fJII'¡ Granovettn, 198'5 56. i Parsons, 1954: 526-2'1. ~ Schumpeter, 1908: 90. j Boudon y l3ourriclud, 1982: 19(,-')8: DUJ11ont, 1977.145.
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timizadores O simplemente satisfactores -satis/izing). En la perspectiva de la sociología, sín embargo, la acción puede obedecer a una gama más amplia y diversa de motivos, siendo o no racional u obedeciendo aoiro tipo de fines, por ejemplo a valores morales. El análisiseconómÍcoconsidera la racionalidad como un supuesto, mientras que para el análisis sociológico es una variable. 6 Para la ciencia económÍca, el entorno social de la economía, el resto de la sociedad (por ejemplo, la utilidad cardinal que obtienen los índividuos de los bienes que adquieren o a los que renuncian, o los mecanismos por los que se forman sus gustos y que dan lugar a sus preferencias), es algo dado, exógeno,de la misma forma quelo es, pongamos por caso, la naturaleza para la ciencia sociológica. La realidadeconómíc~ en consecuencia, se contempla como una esfera separada de la sociedad, con una lógica interna autocontenida y suficiente. En contraste, desde el punto -de vista de la sociología, la esfera económÍcaes una esfera encajada -incrustada o empotrada, embedded, por decirlo literalmente con la quizá exagerada expresión de Polanyi- en la sociedad. La corriente príncipal de la sociología sin duda ha cedido parcialmente en considerar el mercado, o una buena parte del mísmo~xcepción hecha del mercado de trabajo-, como un submundo aísladoen el que reinaría indiscutida la racionalidad utilitaria, pero al menos ha considerado el consumo individual, la producción cooperativa (la empresa) yel mercado de trabajo como instituciones eminentemente sociales. La concepción del actor conlleva una concepción correspondiente del observador. Puesto que la conducta económÍca del actor es~siem pre según el economísta- una conducta racional, en todo momento habráun one best way de actuar, y, como ser racional en economía es conseguir más por menos, tal conducta puede ser deducida. Esto implica que el científico en realidad ni siquiera necesita observar, sino que pue' de permitirse deducir y predecir. De ahí que su príncipal ínstrumento sea la modelización y que pueda mantenerse elegantemente au dessus de la melée. A diferencia de esto, el sociólogo aspira menos a predecir yse conforma normalmente con describir o explicar, salvo en campos muy específicos y normalizados de la vida social (como el voto político), para lo cual precisa una mayor base empírica, incluso por el penoso procedimiento de inmiscuirse en la situación estudiada. 7 Su dificultad estaría más bien, al menos en la tradición ínterpretatíva, en llegar a comprender 6
7
Srinchcombe, 1986b: 4-5. Swedberg, 1990a: 265.
Dos disciplZnas, dos caminos
5
los motivos de las acciones que observa, es decir -lo que~según Machado, es más difícil-, en estar a la altura de las circunstancias. Extremando el contraste se ha dicho que una y otra profesión se caracterizan, respectivamente, por sus modelos limpios y sus manos sucias. 8 De ahí que la econOllÚa privilegie el análisis, los métodos formales, la matematización, mÍentras que la sociología se reparte entre un conjunto de métodos distintos, incluidas la comparación sincrónica (el método comparativo en sentido limitado) o diacrónica (histórica).9 Uno de los príncipales reproches no sólo de la sociología, síno también desde el mundo práctico de la emnollÚa, en particular de la administración de empresas, a la ciencia económica es precisamente su tendencia a desligarse de los datos empíriCDs. Van Mises veía ahí la fortaleza <.lela disciplina, en el hecho de que «sus teoremas concretos no son susceptibles de verificación o falsación alguna en terrenodda experiencia», por lo cual no estarían sometidos a otro tribunal que el de la razón. JO Para otros economistas, sin embargo, «el entusiasmo acrítico por las formulaciones matemáticas» era y es más bien un azote de la profesisón. l1 En un lugar íntermedio, es una posición bastante común laque parece seguir el proverbio chino que un ilustrepolítíco español importó entusiasmado hace pocos años: gato blanco o gato negro, lo importante es que cace-ratones, que podría resumir la idea de quienes-suponen que nada importa que' los supuestos de la teoría tengan mucho o poco que ver con la realidad si se muestran útiles a la hora de hacer predicciones (lo que suele llamarse la tesis instrumentalista, o de la irrelevencia de los supuestos)Y El reproche inverso ha sido hecho desde la economía a la sociología: su incapacidad para predecir y su tendencia a las teorizaciones ad hoc. Tanibién en este caso, ha obstante, podemos encontrar voceros de esta crítica en la casa propia, sin necesidad de cruzár al otro lado de la calle. Merton, por ejemplo, criticó incesantemente la tendencia de la sociología a recurrir a las hipótesis post factum de «bajo nivel probatorio». u J
s Hirsch, Michaels y Friedman, 1986: 7. Smelser y Swedberg, 1994: 7. 10 Mises, 1949: 858. 11 Leonrief, 1971: 1. 12 Friedman, 1953: 8-14. u Menon, 1957a: 103. 9
2.
INDUSTRIA ECONOMÍA Y SOCIEDAD
La Sociología nació, en gran medida, como Sociología IndustriaL Como se ha señalado hasta la saciedad, es el fuerte impacto de los cambios vinculados a la Revolución Industrial lo que provoca la reHexión global sobre la sociedad que da lugar a la Economía Política y a la Sociología. No se trata únicamente de la industrialización propiamente dicha, sino también de los procesos concomitantes y mutuamente condicionados de urbanización, formación de los estados nacionales, desarrollo de la administración pública, secularización, modernización ... , pero, si así se configura un campo más amplio, también hay que subrayar la importancia especial de uno mucho más específico e impactan te: la nueva fábrica y la nueva clase obrera. Saint -Simon escribe Du systeme industrie! y el Cathecisme des industriels, y tanto él como Comte y Spencer caracterizan su época como la época industria!. Similar es la caracterización de Lorenz von Stein, a quien se atribuye la paternidad de la exacta expresión «sociedad industrial», 1 que tanta fortuna haría con posterioridad. Lo que quiero señalar es que, para estos primeros sociólogos, tanto si contemplan lo que sucede ante sus ojos de forma predominantemente pesimista, como von Stein, u optimista, como Comte, y no importa que propongan intervenir para dominar ese despliegue de fuerzas, como Saint-Simon, o abstenerse por entero de hacerlo, como Spencer, identifican el proceso de cambio social con el desarrollo de la industria tout mur!, en sí y por sí, como la culminación natural e inevitable de una larga pero previsible, o al menos comprensible, y lineal evolución histórica. Para Saint-Simon y Comte, la etapa industrial es también la etapa última, científica y positiva, de la larga marcha de la humanidad. Sin otra pretensión que la de «fomentar y explicar lo inevitable»,2 Saint-Simon asegura que «la revolución está muy lejos de haber terminado, y no terminará más que con la plena realización del fin que el proceso histórico I Geck. 1951. , Citado por Nisbet. 1980: 35U.
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le ha asignado, con la formación del nuevo sistema polí~co»,; es decir, con la sustitución del sistema feudal, teológico y militar por el industrial, científico y positivo. Como su maestro, «Comte acepta la industria sin dudarlo», augura para científicos e industriales el papel gobernante y desprecia los «dogmas metafísicos» como la libertad, la igualdad y la soberanía popular,.J lo que quiere decir que sustituye la política por la tecnocracia, que ve en la industrialización el final de la historia. «Hemos reconocido que lo más selecto de la humanidad [ ... ] llega ahora al advenimiento directo de la vía plenamente positiva, cuyos principales elementos han recibido ya la necesaria elaboración parcial y no esperan más que su coordinación general para constituir un nuevo sistema social, más homogéneo y estable que jamás pudo serlo el sistema teológico' propio de la sociabilidad preliminar.»5 Spencer, aparte de alguna oscura y parentética alusión a un posible futuro en que se trabajaría para vivir en lugar de vivir para trabajar y se dedicaría el tiempo a actividades más elevadas, percibió y quiso explicar la historia más próxima como la transición firme y definitiva de la sociedad militar (y militante, en cuanto que el individuo se identifica con e! todo) a la sociedad industrial, probablemente con la tranquilidad añadida de que la separación entre familia, estado y economía y el desarrollo de la división intra e interempresarial en ésta satisfacían su idea más general de la evolución como diferenciación social, complejización del todo y especialización de las partes." La siguiente generación de sociólogos intentó ser más precisa en la caracterización de la sociedad. Para Marx, la sociedad de su tiempo es capitalista, no simplemente industrial. No se trata tan sólo de producción cooperativa, sino de trabajo asalariado y subordinado al capital; no meramente de la dimensión supraindividual alcanzada por los medios de producción, sino de que son objeto de propiedad privada; no ya de la división de! trabajo, sino de la división social a través del mercado y la división manufacturera en el interior del proceso productivo; no del proceso de trabajo supeditado a la máquina, sino de la extracción de plusvalor relativo y la subsunción (subordinación) real del trabajo en el (al) capital. Desde una perspectiva epistemológica, Marx representa, frente a la visión naturalista o racionalista de la realidad económica proSaint-Simon, 1820: 17. Nisbct, 1980: 358-59. I Comte, 1i:\30-1842: § 57: recogido en Iglesias, Aramberri y Zúíliga, 1980: 3i:\5-86. ,. Spcncer, 1876. l
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pia de la teoría económica, la radical afirmación de su carácter social: «Al decir que las relaciones actuales (...] son naturales, los economistas dan a entender que (...J son leyes eternas que deben regir la sociedad. Por tanto, ha existido la historia, pero ya no la hay.»7 Lo más característico del análisis marxiano es, sin duda, su idea del modo de producción capitalista como un sistema que lleva en sí las fuerzas que lo destruirán: una clase obrera cada vez más numerosa y depauperada (al menos en términos relativos), la concentración de la propiedad, la progresiva desaparición (fundamentalmente ruina) de las clases medias, el contraste entre la universalidad de la producción y la unilateralidad del proceso de trabajo, la acumulación excesiva del capital y la caídatendencial de la tasa de ganancia, la disociación de compras y ventas y su expresión en crisis comerciales, la obstaculización del desarrollo de las fuerzas productivas por las relaciones de producción, la ubicuidad e irreductibilidad de la lucha de clases ... En suma, una descripción de la dinámica del capitalismo asociada 11 un conjunto de predicciones nunca cumplidas (quizá, en parte, por haber sido formuladas: «la naturaleza no leyó a Darwin pero la sociedad sí leyó a Marx»8). Pero también debemos a Marx otras aportaciones que son hoy parte irrenunciable delacérvo algunas incluso del patrimonio ganancial y compartido--- de la sociología económica, industrial, de la empresa, del trabajo: la alienación en el trabajo, la división manufacturera del trabajo, los efectos de la maquinaria, la tendencia del capital a invadir su periferia geográfica (las colonias) y económica (las otras formas de producción), las crisis de acumulación, etc. Además, no obstante el incumplimiento de las predicciones marxianas sobre la explosión o el hundimiento del capitalismo, su visión dicotómica de las clases sociales en tomo a la propiedad de los medios de producción ha tenido una enorme influencia, alcanzando virtualmente a todos los campos de la sociología en lo que puede considerarse el caso más clato de idea penetrante y expansiva sobre los efectos de la industria sobre la socÍ"edad .. También Weber fue más allá de la simple caracterización de la sociedad de su época por su componente másvl.sible, la industria. Como Marx, consideró que el elemento principal y motor de su economía era el capital; pero no tanto como creador de riqueza, palanca de progreso o mecanismo de explotación cuanto como ejemplo paradigmático y punta de lanza del proceso más amplio de racionalización y burocratización 7 ~arx,
industria, economía y sociedad
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de todas las esferas de la vida social: la economía, la política, la milicia, la educaciÓll.9 Como Marx, evitó la visión lineal común en los precursores, si bien por un procedimiento distinto: no por creer que el capitalismo fuese una forma histórica y transitoria, sino por considerar que sólo' sería plenamente viable en las coordenadas culturales creadas en Eur'opa por el cristianismo y, en particular, por el ascetismo protestante (hipótesis hoy también desmentida, esta vez por el rápido desarrollo de las economías capitalistas del sudeste asiático). Su especial relevencia para el análisis sociológico deJa realidad económica viene más bien de otros aspectos que de la caracterización general de la sociedad industrial, con importantes elementos entre ellos que nos harán volver una y otra vez sobre él en los sucesivos apartados; Primero, de su análisis de la burocracia, precedente de la sociología de las organizaciones; segundo, de su caracterización del mercado como escenario de relaciones de poder; tercero, de su tipología más amplia de la acción social, racional o no; cuarto, de su intento de abarcar de modo exhaustivo todos los aspectos de la economía, ;que lo convierten quizá en el mejor pionero de la sodología económica. Por otra parte, la vocación de exhaustividad de su sociología económica le llevó a una caracterización menos ambiciosa y más plural de los efectos de la industria sobre el conjunto de la sociedad (si Marx sobrestima y ve de modo unílateralla dinámica del modo de producción capitalista, Weber la subestima y la ve de modo casuístico, tal como lo muestra la importancia difícilmente explicable que atribuye a las «clases propietarias», etc.) y a no olvidar el momento final del proceso económico, el consumo, al que concede una especial relevancia en la formación de los estamentos en una línea que concuerda con Veblen y conduce a Bourdieu; En este ámbito, la obra de Durkheim es, sin discusión, la menos atractiva de la trinidad fundacional. Su análisis de la división del trabajo es poco más que una prolongación de la idea spenceriana de la complejízadón y la diferenciación social, combinada con la dicotomía omnipresente en la sociología clásica: status/contrato, comunidad/asociación, que el sociólogo francés bautizará, algo estrafalariamente, como solidaridad mecánica!orgánica. Si acaso, cabe mencionar que elaboró y legó un interesante análisis, aunque altamente especulativo, del origen de la propiedad y algunas observaciones no desdeñables, aunque primarias, sobre el mercado y los precios. Fuera de esto, su tratamiento de la vida económica fue más bien excepcional y francamente chocante, pues no
1847: 177.
s Lamo de Espinosa, 1990: 138.
,
9
Weber, 1922: II, 736-38,1061.
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de otro modo puede resultar su caracterización de las crisis industriales y del conflicto entre capital y trabajo como formas de anomía lO o su inusitada -viniendo de quien viene---c crítica de la herenciaY Sin embargo, puede afirmarse que de su consideración abstracta de la división del trabajo, es decir, de la diferenciación social, arrancan tanto las formulaciones todavía más abstractas de Parsons sobre la diferenciación estructural y las relaciones entre la economía y la sociedad como la visión meritocrática de ésta, en torno a aquélla (de la distribución de las recompensas sociales sobre la base de la estructura del empleo), propia del funcionalismo. A los análisis iniciales de Marx, Weber o Durkheim, centrados en la acumulación del capital, la racionalización y burocratización o la división del trabajo, seguirá un largo debate sobre los méritos respectivos de cada interpretación, pero también una larga colección de nuevas caracterizaciones de la sociedad. Es impensable dar cumplida cuenta aquí de ellas, en especial por cuanto éste no es sino un aspecto, y no el central, sea de la Sociología Económica o de la Sociología Industrial y de la Empresa. Pero merece la pena detenemos en algunas grandes corrientes que, por su Ímp.acto y significación en el pensamiento sociológico y, más en general, socal, no pueden dejar de ser tomadas en consideración en el análisis de la economía y el trabajo. No se trata de corrientes identificables como tales por su carácter de "escuelas académicas", sino por los motivos centrales de sus planteamientos. Me refiero, concretamente, a motivos como e! capitalismo tardio, la burocratización general de la sociedad, la estabilización del capitalismo democrático, el post-industrialismo y e! post-trabajo. Entiendo por idea del capitalismo tardío todo un conjunto de interpretaciones que, de un modo u otro, consideran que el capitalismo hace más o menos tiempo que se sobrevive a sí mismo, con el resultado de una creciente proliferación de manifestaciones de decadencia, conflictos internos difícilmente solubles o irresolubles, etc. El término capitalismo tardío (Spátkapitalirmus) fue acuñado por Sombart para designar un tercer y último periodo del capitalismo, tras el primero o temprano y e! segundo o pleno, en e! que la empresa capitalista pierde peso respecto de otras normas de producción colectiva (estatal, etc.), la producción se burocratiza y decae la mentalidadempresaríal; un periodo que el autor situaría a partir de las postrimerías de la Primera Guerra Mundial si bien él no pensaba en absoluto en un derrumbe de! sistema. Sí lo hi~ie!O II
Durkheim, 1893: 416-19. Durkheim, 1912: 213 et pamm
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ron así, aunque sin usar la expresión, dos autores que, si bien ~o pueden ser considerados sociólogos en modo alguno, no por ello han dejado de tener, a través de su influencia política directa, una fuerte influencia teórica indirecta sobre la sociología. Me refiero a Lenin y Luxemburg, cuya idea del imperialismo como fase superior -y final- del capitalismo gira en torno a la convicción de que la acumulación de capital encuentra límites insuperables en las fronteras nacionales que fuerzan a la clase capitalista a buscar nuevos mercados fuera de las mismas (Lenin) y arrasando los sectores periféricos restantes en su interior (Luxemburg).12 La economía marxista posterior, en particular la economía política, insistió sobre la idea de la creciente inestabilidad, la decreciente rentabilidad y la menguante racionalidad del capitalismo, bajo denominaciones como
capitalismo monopolista, 13 capitalismo monopolista de Estado, 14 neocapitalismol5 o, de nuevo, capitalismo tardío. 16 Llama la atención cómo cierta versión de esta idea ha ganado adeptos entre autores caracterizados por una oposición frontal al marxismo pero que, al mismo tiempo, son profundos conocedores de la obra de Marx y reconocen en ella una buena caracterización de la sociedad de su época, a la vez que participan de su fascinación ante el ímpetu del capitalismo victoriano. Es el caso, creo que puede afirmarse, de Schumpeter y Bell. El primero, que no tuvo nunca empacbo en declararse prosaicamente partidario del capitalismo (el sistema es tremendo pero produce riqueza, que es de lo que se trata) y poco amigo del socialismo, se mostró convencido de que «emergerá inevitablemente alguna forma de sociedad socialista a partir de una no menos inevitable descomposición de la sociedad capitalista»,17 cuyas causas veía, como Sombart, en la pérdida de peso de los emprendedores en favor de los burócratas entre los empresarios y en el desplazamiento de los valores por el racionalismo en la cGultura. Bell recoge y refuerza el argumento, si bien en otros términos y sin pronunciarse sobre el desenlace, al plantear que el capitalismo genera una cultura modernista que mina su propia base moral, los valores de la modernidad. l8 Una línea distinta, que podría enlazar mejor con la preocupación weberiana por la burocracia -aunque sin necesidad de inspirarse diLuxemburg, 1912; Lenin, 1916. Baran y Sweezy, 1966. 14 Sorvina et al, 1984. l' Corz, 1964. 16 Mandel, 1972 17 Schumpeter, 1942: xiü. 18 Be11, 1976.
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rectamente en Weber-, es la que subraya el proceso de racionalización, burocratización y desarrollo de las organizaciones. Puede subdividirse, a su vez, entre quienes centran su análisis en estructuras intermedias como las empresas o, más en general, las organizaciones, y quienes lo extienden a cualesquiera estructuras de la sociedad global. Entre los primeros figuran pioneros como Michels,19 aunque su trabajo se centrara en el caso de un partido poJitico, y, sobre todo, Berle y Means. Según éstos, así como el sistema fabril puso el trabajo de muchos bajo la autori: dad de unos pocos, el de las sociedades por acciones sítúala propiedad de muchos bajo el control de una minoría. 20 Aunque la socialdemocracia alemana estudiada por Michels y las corporaciones norteamericanas estudiadas por Berle y Means parezcan no tener nada en común, yaunque las preocupaciones de los autores fueran de orden muy distinto, lo que comparten estas dos obras pioneras es que señalan procesos de burocraúzación y oligarquización en organizaciones, sean de militantes poJiticos o de accionistas propietarios, formadas por iguales (si bien la igualdad es entre personas, en el partido, y entre participaciones alícuotas en la sociedad por acciones). Esta literatura tiene su complemento en la que, por su parte, señala la multiplicación yel florecimiento de las organizaciones, si bien hay que decir que el asombro por tal proceso ha sido más común entre los economistas, que han visto el contraste entre esa realidad ysu concentración casi exclusiva en el estudio del mercado, que entre los sociólogos. 21 En un plano más ambicioso, se ha querido ver en la burocratización un fenómeno que todo lo invade, desde cualquier género de organizaciones, productivas o no, hasta la estructura del estado, y ello sin distinción alguna entre sistemas sociales. La variante más fuerte de esta visión se produjo en los años treinta y cuarenta, cuando a los procesos por abajo de la burocratización de los partidos y la accionarización de las empresas se superpusieron los procesos por arriba del fascismo y el estalinismo europeos y la socialdemocratÍZación de la poJitica norteamericana bajo el New Deal. Surgieron entonces las teorías de la hurocratÍZación universal, desde la versión pionera de Rizzi, pasando por los plagios más o menos descarados de Bumham y Schachtman, hasta el trabajo tardío deJacobi. 22 Finalizada la segunda gran guerra, caído el fascismo, delimitado el estalinismo y disipada la alarma en tomo al New Deal, la visión dura de la burocratización sería sustituida por otra 19 20 21 22
Michels, 1915. Berle y Means, 1932: 3, 8. Por ejemplo, Bouldíng, 1953, y Hirschman, 1970. Rizzi, 1939; Burnham, 1941; Schachtman, 1962;]acoby, 1969.
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más blanda, la de la tecnocracia, en un abanico que va desde los desiderata de Mannheim entorno a la planificación democrática hasta la idea de la saciedad programada de TouraÍne, pasando por la tecnoestructura del ~ono nústa sociologizante Galbraith y otras construcciones teóricas similflres. 23 La estabilización del capitalismo democrático puede predicarse, por supuesto, como un artículo de feo como una simple inferencia empírica, pero al mencionarla como idea-fuerza de una corriente de pensamiento no me refiero a ninguna de esas posibilidades, sino a ras ideas y teorías que subrayan lacoexístencia entre una esfera económica en la que siguen presentes, aunque sea en otro grado, los conflictos señalados del capitalismo decimonónico, los mismos que alimentaron la obra de Marx yque sirvieron de combustible a las grandes explosiones sociales de principios de este siglo, pero, al mismo tiempo, se desarrollan estructuras poJiticas que los canalizan y los desactivan a la vez, confinándolos a una esfera de la vida social y desactivando su potencialantisistémico. Creo que la irrupción de esta idea puede atribuirse sin discusión a TH. Marshall, quien llamó la atención sobre cómo la progresiva implanta· ción de los derechos poJiticos y sociales, encamados principalmente en la generalización del sufragio a la clase obrera y la legalización de sus partidos, los primeros, yen los derechos laborales (una especie de segunda ciudadanía industrial) y los servícios públicos del Estado Social, los segundos, suponía la oposición de la ciudadanía a la clase sodal,24 Dahrendorf, que también hizo suya la teoría mencionada de Berle y Means (así como la idea de Geiger, siguiendo a Weber, de que la presencia de las clases se desplazaba hacia el ámbito del consumó), profundizaría en este enfoque, recogiendo incondicionalmente la oposición entre ciudadanía y clase y subrayando el aislamiento, la institucionalización y la reglamentación del conflicto industrial25 y, en consecuencia, el alcance limitado de la clase (paradójicamente, la contraposición entre la ciudadanía política y la pertenencia de clase había sido señalada originalmente por Marx;6 pero éste pensó que tal dualismo vaciaba de contenido la ciudadanía, no que pudiera rebajar el perfil de la clase). Un concepto más reciente, el de corporatismo o neocorporatzsmo, abunda en el mismo sentido pero con otra interpretación: el sistema social, económico y político se ha estabilizado no tanto porque la ciudadanía borre o relegue a
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Mannheim, 1950; Galbraíth, 1967; Touraíne, 1969. Marshall,1950. Dahrendorf, 1957. Marx, 1844b.
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un segundo plano los conflictos de clase y otros conllictos de intereses como porque los distintos grupos se reconocen mutuamente legitimidad y articulan, a iniciativa o al amparo del Estado, un sistema de representación y mediación de intereses. 27 En paralelo a estas teorías, y vinculadas o no a ellas (posible pero no necesariamente vinculadas), podemos hacer constar las que ponen el acento en el crecimiento de una nueva clase media como puntal de la armonía social. La idea de que una saludable clase media es la mejor garantía de estabilidad del sistema político se remonta a los griegos, pero no hay necesidad de ir tan lejos. La teoría social del siglo XX ha vuelto una y otra vez sobre la cuestión, señalando alternativa o conjuntamente la difusión del accionariado, la burocratización de empresas y otras organizaciones, el auge del profesionalismo, la creciente respetabilidad de la clase obrera, la expansión de los servicios, ete., o, más recientemente, la recuperación de las clases medias patrimoniales. 2x Aunque el análisis de las causas de este fenómeno tiene más relación con las teorías sobre las sociedades post que enseguida mencionaremos, es preciso subrayar este otro aspecto, su carácter de variable independiente en relación con la estabilidad del sistema. Pero probablemente los intentos más ambiciosos de caracterizar la sociedad de la segunda mitad del siglo XX sean los que se centran en su carácter post-industriezf y otras etiquetas post 29 Aunque arrwnbado ya en el baúl de los recuerdos, no debe olvidarse su inmediato precedente: la idea de la convergencia de las sociedades capitalistas y socialistas en tomo al tipo genérico del industrialismo, a veces asociada a la proclamación del /tú de las ideologías. lO Suelen coincidir estas construcciones conceptuales post-lo que sea en señalar el peso en aumento de los servicios dentro de la economía y el de la información dentro de los servicios, la proliferación de nuevos grupos de profesionales y técnicos, la importancia creciente de la tecnología y la innovación tecnológica en la producción y otros elementos menores asociados. La expresión sociedad post-industrial ha sido utilizada por Kahn y Wiener, Richta, Touraine y Bell,Jl sobre todo Bell, pero no han faltado otras parecidas: de post-consumo de masas (Kahn y Wiener),32 tecnocrática o programada (Tourai-
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Schmitter, 1974; Panitch, 1981; Solé, 1988b. " Renner, 195.3; Goldthorpe el all1; 1968a, 1968b, 1969. ,', VU González BJasco, 1989. lO Kerr el abi 1960; Lipset, 1960; Bell, 1961; Aron, 1962. II Kahn y Wiener, 1967; Richta, 1968; Touraine, 1969; Bell, 1973. Y también Dahrendmf, 1957. '2 Kahn v \'Viener, 1967. 27
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ne),ll activa o post-moderna fEtzionil,l4 tecnetrónica (BrzezinskiJ,l5 post-civilizada iBouldingl,16 de la tercera ola (Tot1erl,17 informacional I Masudal, 1K post -capitalista (Drucker) .19 Sin necesidad de presentar los detalles de cada una de estas caracterizaciones, puede señalarse que los factores arriba señalados son comunes a todas ellas v, además, han recorrido por cuenta propia el pensamiento social de buena parte del siglo x.,x. El aumento del peso relatÍvo de los servicios al paso del desarrollo económico fue señalado ya al final del siglo XVII por William Petty, en virtud de lo cual se conoce precisamente como ley de Petty, y ha sido un lugar común en la economía del desarrollo al menos desde la obra de C. Clark. 4!l Más que en la parte del producto interior bruto imputable a los servicios, la sociología se ha fijado en la parte del empleo debida a ellos y en el desarrollo y las transformaciones de las ocupaciones y profesiones correspondientes. Así, las teorías sobre el aumento y consolidación de una nueva clase media han señalado por lo general que, lo que tenía de nueva, era el desempeño de ocupaciones profesionales y técnicas ubicadas directamente en el sector servicios o consistentes en ocupaciones de servicios internalizadas por la industria, y que un elemento esencial de esa novedad era la cualificación creciente de esos empleos, o al menos sus requisitos educativos, y su posición de autoridad dentro de la jerarquía productÍva o frente al público. Se ha hablado, así, de una nueva clase de servicio,41 intelectua¿ 42 profesiona¿ 43 directiva-profesiona¿ 44 ete., con distintas connotaciones y delimitaciones (del otro lado, para hacer un hueco a los nuevos sectores sociales en un capitalismo nada post, se hablaría en la sociología marxista de una nueva clase obrera,45 una nueva pequeña burguesia,46 posiciones de clase contradictorias,47 etc.). Las teorías n T ouraine, 1969. Etzioni, 1968. " Brzezinski, 1970. 36 Boulding, 1964. 3, ToHJer,1980. lB Masuda, 1981. 30 Drucker, 1993. 40 Véase Clark, 1939. 4l Renner, 1953; Croner, 1954. Gouldner, 1979. 4i Larson, 1977. " Ehrenreich y Ehrenreich, 1971. 4' Mallet, 1963. 46 Poulantzas, 1974; Baudelot, Establet y Malemort, 1974. " Wright, 1978. q
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de la sociedad post-industrial y asimílables, en fin, han puesto especial énfasis en señalar el nuevo papel del conocimiento, la técnica, la ciencia, el saber no directamente productivo, etc. en la sociedad, novedad consistente en una importancia aumentada, en constituirse como fuerza productiva directa, en crear una mayor proporción del valor añadido, en renovarse y quedar obsoleto siempre más velozmente, en proyectarse sobre el conjunto de la organización social, etc. Así, Richta anunciaba a finales de los sesenta la revolución científico-técnica, ~8 que otros prefirieron considerar la tercera revolución industrial4'! o simplemente tecnológiLll. 50 Para que no podamos ser víctimas del aburrimiento, hoy asistimos a otra variante de lo post: la sociedad del post-trabajo. Aunque pendientes todavía de la aparición de un nuevo Bell que consagre el nuevo lema, aquí y allá surgen voces que anuncian nuevos advenimientos. A veces se trata simplemente de una nueva vuelta de tuerca sobre tópicos anteriores, como cuando se proclama el paso de la sociedad de servicios a la del autoservicio. 51 Otras, de profecías mercadotécnicas tras las que asoma el plumero de alguna que otra profesión confesando gratuitamente su desconcierto o vendiendo sus servicios, como cuando se predica la educación para una sociedad del ocio, forma en que los docentes tratan de ampliar su particular mercado de trabajo en el contexto de una creciente desconfianza sobre la utilidad de sus servicios de cara al acceso al mercado de trabajo de los que no lo son. Las más de las veces, por fortuna, se trata de reflexiones sobre los efectos de un desempleo masivo que cuestiona la centralidad del trabajo y rompe el viejo nexo entre medios de vida y empleo, el work-cash nexus, lo que conduce al estudio de estrategias políticas más o menos discutibles, pero en todo caso razonables, como el reparto del empleo52 o el ingreso incondicional universal. 53
"' Richta, 1968. Toffler, 1980. ,,) Forester, 1987. 51 Gershuní, 1978; Gershuní y Miles, 1983. 52 Gorz, 1988; Aznar, 1991. 'l Van Parijs, 1994, 1995. ,e)
3.
LA SOCIOLOGÍA INDUSTRIAL
(y
DE LA EMPRESA)
La sociología de la sociedad industrial, capitalista, post-industrial, etc., si bien puede considerarse un complemento necesario de la sociología industrial propiamente dicha, y como un puente o terreno intermedio entre ésta y la sociología sin más (o, como dicen algunos, sociología general) no es por sí misma otra cosa que sociología a secas con un especial acento sobre el proceso de industrialización, acumulación de capital, terciarización, cambio tecnológico, etc. Por sí sola difícílmente se justificaría como una rama especial de la sociología, como lo que se viene proclamando desde principios del siglo una sociología especial. Es por ello, sin duda, que el nacimiento de la Sociología Industrial suele fecharse en relación con investigaciones o publicaciones específicamente dedicadas a la industria y las condiciones de vida y trabajo a ella asociadas de modo inmediato. Carecen de interés las fechas en sí, pero no los acontecimientos que datan, ya que ello nos da una idea bastante fiel de lo que los sociólogos industriales han pensado o piensan de su disciplina. Después de todo, la boutade de Viner que aquí podría parafrasearse como «sociología industrial es lo que hacen los sociólogos industriales», es algo más que una tautología. Revela el hecho elemental de que la delimitación de una disciplina no es una operación solipsista de la razón (o al menos no es simplemente eso), sino más bien una convención dentro de la comunidad científica. La fecha más comúnmente aducida es, huelga decirlo, 1924, momento en que se inician los experimentos en las factorías de la Westem Electric Ca. en Hawthome que, sólo más adelante, darían lugar a la intervención de Elton Mayo y su equipo y al nacimiento de la llamada Escuela de las Relaciones Humanas. Sería más prudente descontar los años que tardaron en llegar y sacar conclusiones Mayo y sus colaboradores y es altamente discutible hasta qué punto éstas pueden considerarse estrictamente sociológicas, pero la fecha se señala porque es percibida como algo parecido al día de la victoria sociológica sobre el enfoque ingenieríl y biomecánico del trabajo (Taylor) y/o incluso sobre la perspectiva individualista de la psicología industrial (el propio Mayo). Aunque
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éste es el natalicio favorito de la profesión, algunos autores prefieren posponerlo hasta la aparición de una obra claramente identificable como sociología industrial, sin ir más lejos la de W.E. Moore, Industrial relations and the social arder (1946),1 o adelantarla hasta 1908, a los trabajos de Weber para la Unión para una Política Social, por haber propuesto <da concepción de una investigación de la industria social en su objeto, pero científica en su enfoque».2 Pero, a riesgo de provocar a alguna mentalidad bien pensante, podemos retroceder más y llegar, al menos, hasta 1844-45.3 ¿Qué sucede ese año? Que la pareja maldita, Marx y Engels, escribe dos obras esenciales por distintos motivos: Marx, los Manuscritos (<<juveniles», «de 1844», «económico-filosóficos» o como se prefiera llamarlos), y, Engels, La condición de la clase obrera en Inglaterra} No se trata aquí de atribuir paternidades o reclamar fuentes de inspiración, sino de com· prender a qué llamamos sociología industrial. Los Manuscritos son, ciertamente, una obl"a altamente especulativa, pew no más que la de los aproximadamente contemporáneos Comte ySpencer, ni más que la de Parsons un siglo después. Lo que importa subrayar es que en ella aparece ya,· de forma profusa y relativamente sistemática, un tratamiento de fenómenos de medio alcance como la propiedad delos medios de producción, la división deltrabajo, laalíenación en el trabajo, la identí~ ficacióncon el trabajo, etc. situados a medio camino entre la descripción de las condiciones de vida y trabajo y la sociología de la sociedad industrial, que, aunque en forma naturalmente transfonnada, todavía son hoy temas de la Sociología Industrial y, sobre todo, de laSodología del Trabajo. La cuestión no es tanto calificar la importancia de este preciso escrito como comprender que, con él, y sobre todo con otros posteriores, Marx, como a su manera ya lo había hecho Ure, se coloca en contraposición a Smith al analizar la divÍsÍón del trabajo o, en un sentido más amplioi la organización de la producción. Donde Smith sólo ve -en la división manufacturera del trabajo--Ia mejor disposición técnica para una producción eficiente, aun cuando le sugiera algún comentario de pasada sobre sus consecuencias para los trabajadores (menos, por cierto, que a su maestro Ferguson), Ure acierta a señalar un mecanismo para doblegar a los trabajadores cualificados ~y lo mismo
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Por ejemplo Geck, 1955: 320. Dahrendorf, 1%2: 33. Naville, 1957. Marx, 1844a; Engels, 1845.
La sociología industrial (v de la empresa)
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puede decirse de su evaluación de la maquinaría introducida por Arkwright. 5 Pero, para Ure, a quien Marx no duda en calificar de rapsoda de las manufacturas -brillante rapsoda, en cualquier caso--, el elemento humano, la mano rebelde del trabajo, no es sino un obstá"culo en la marcha triunfante de la fábrica; para Marx, en cambio, los eféctos de la división del trabajo y la maquinaria son el problema por excelen~ cia, y eso es precisamente lo que le convierte en un precedente señalado de la Sociología Industrial. Por su parte, y aunque su trabajo duerma hoy más o menos merecidamente el sueño de los justos, Engels se sitúa, con IA condición de la clase obrera ... , dentro de un grupo de investigaciones empíricas, basadas en fuentes directas o indirectas, que jalonan la segunda mitad del siglo XIX: es el caso de los trabajos de Le Play, Booth, Rowntree, la Verein für Sozialpolitik, Levenstein, Adams, DuBoisy otros. 6 Engels no fue precisamente un metodólogo ~y, en la medida en que lo fue, como valedor del materialismo dialéctico,quizá no debiera haberlo sido--, pero sus técnicas de investigación: dos años parcialmente dedicados al examen de documentos, la observación directa de las condiciones de vida y trabajo, la realización de entrevistas, etc., están, sencillamente, a la altura de otros escritos de la época. Se trata generalmente de trabajos empíricos, con una metodología comprensiblemente primitiva y, a menudo, centrados más en las condiciones de vida de los trabajadores fuera de la fábrica que en las condiciones de trabajo mismas. Lo ciertD es que habrá que esperar hasta bien entrado el siglo XX para que aparezca con fuerza una Sociología de la Empresa más especia· lizada, apoyada en el estudio de las condiciones de trabajo y el análisis de las organizaciones. En torno al filo del siglo hay algunos conatos interesantesdesde la Verein für Sozialpolitik, en particular las indicaciones metodológicas de Max Weber, la llamada de atención sobre la empresa del economista histórico Gustav Schmoller y el trabajo de campo de una mujer, Marie Bernays, pero no se trata más que de destellos aislados, de menor relevancia que los antes mencionados. El estímulo, o más bien el revulsivo decisivo, surge con la ofensiva de Taylor y su gerencia científica, en cuya perspectiva el trabajo es esencialmente --o al menos se debe Íntentar que sea- un mero intercambio entre hombres y cosas y, por tanto, un problema primordialmente técnico con una solución óptima: , Ure, 1935: 111, 380·81 y 376·77. Los más representativos de esta oleada de sociología empítica son, sin duda, Le Play (1855), Booth (1889·1991) y Rowntree (1902). 6
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tke~n~ best way. Taylor contempla al trabajador como una máquina
blOlog1ca,7 como «adjunto a la máquina».8 ~el taylorismo se. ha dicho que fue más bien una «antisociología industnal», por su «olVIdo o desprecio de los aspectos personales o sociales» d~ t:a~ajo,9 aunqu,? ,q~zá fuerá más adecuado decir que Taylor no l~ olVIdo nt n:enospreclo smo que les concedió gran importancia y trato,par ello ffilsmo, de borrarlos. Cabe decir que veía la empresa como una gran conspír.aci~n ~rigídade abajo hacia arriba en la que todos se esforzaban por dlsn.umur su ~arga de trabajo, y concibió su propio sistema co~o una of~slVa de arnba abajo para obtener el mayor rendímiento posl.~le apóyand~se en dos patas: un estricto controlínterno y una gradaaon de los estunulos externos. Sin duda representaba una forma de entender los intereses del capital (controlar la fuerza de trabajo -lo qu~ ~o?ríamos llamar elprincíPioUre- y abaratar su coste global-el pnnetpto Babbag~ a través de la división de tareas y la descualifkación ?e los puestos), cort!o ha sostenido la corriente marxista qué sustenta la Idea de la degradación del trabajo,lO pero también, en no menor medida, 10.5 d~ los inge?ieros como profesión l1 y, en particular, su sueño de presandír de la falible máquina humana. 12 En paralelo al e:npeño de Tayk~r en ~acíonalizar la dirección del trabajo, de este lado del oceano se produoa elmtento de codificar la racionalización de la dirección misma. Si la empresa familiar tradicional pudo funcionar con todo ~l mando concentrado en la propiedad y en un pequéño grupo de confianza, la empresa moderna necesitaba unaorganízación más siste:nátíca de la ~pacidad ~ria,y eso es lo que intentó Fayol con su tecna delas ~~ón~ en;presanales: comercial, financiera, de seguri<hd, contable,a~lstrat1Va:. E~: aspe;:to de la o~ganización empresarial, la estructuraaon de la direccIon, sena luego casI por entero descuidado por la soci~logí~ o~stinadamente co~centtada en los aspectos informales de la organlzaclon, peto nunca ha SIdo abandonado por los teóricos del management par fosestudiosos de la historia de la empresa. 15
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7 Miller y Form, 1963: 7065s. s Marchy Simon, 1958: 13.
Martín López, 1997: 5l. Braverman, 1974; Freyssenet, 1977. l! Meiksíns, 1984. 12 Aunque no referido expresamente a TayJor. véase Noble, 1984. 13 Fayol, 1916. 14 Perrow, 1970: 93. 197;, Por ejemplo, Drucker, 1954; Urwick y Brech, 1945; Pollard, 1965; Chandler, 9
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La sociología industrial (v de la empresa)
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Es en este contexto, dominado por la pregunta de cómo'dirigir, donde irrumpen los experimentos en Hawthorne y el equipo. encabezado por Mayo. Sus descubrimientos pueden considerarse un buen ejemplo de lo que Merton·llama serendipity -un descubrimiento casual--!- las conclusiones de Mayo y su capacidad de sintetizarlas y sistematíz~rlas dejan mucho que desear y, además, hay motivos para pensar que lo más "sociológico" del proceso pudiera no deberse tanto a Mayo como al en· tonces desconocido Warner.·Sinembargo, Hawthorne marca un punto de inflexión en elCat1ÚnO hacia el despegue y la consolidación de la So· ciología Indus~rialporque,en primer lugar, rompe en buena medida y de forma conVIncente con lossupuesros del taylorismoparaal sustituir el elemento o el factor humano por el sujeto oactorhumano (tobring the man backin, por decirlo parafraseando la expresión fellz,con otros fi· nes, de otro de los participantes por entonces anónimos delestudio: Homans}; y porque, en segundo lugar, supone también una superación de la perspectiva puramente psicológíca e individual que consíderabaal trabajador como dotado de una personalidad propía, pero al margen del grupo y delasreladones sociales, y ello a pesar del origen y el fondo psicológíms y ps1.cologístas del propio Mayo. Su principal conclusión metodológica fue que hacia falta una perspectiva clínica de las situaciones de trabajo, 1& lo que no es mucho para la sociología, pero su principal conclusión sustantiva fue, sígHiendo a Dutkheim, que todo grupo social debe asegurar a sus miembros «ln satisfacción de las necesidades mate· riales y económkas [y] elmantenímiento de lacoopétación espontánea en el ámbito de la organización».l7 Lo primero era lo que Taylúr había intentadoJograr mediante incentivos materiales, cuya per1:Í11enciaMayo no negaba; lo segundo, lo que había surgído como resultado inesperado de los experimentos en Hawthorne: la ímportanciadelgrupo informal, de la satisfacción en el trabajo y de la identificación con la organización. Puededecir5e que; frente a Taylor, Mayo representa la unilateralidad en sentido opuesto: lo informal frente a lo formal. No fueron mucho más allá las aportaciones de la Escuela de las Relaciones Humanas, pero, en todo caso, los experimentos Hawthorne y el debate en torno a ellos abrieron la puerta al estudio sistemático de las relaciones en el trabajo al r~mper con «la vía muerta tan querida de la primitiva psieologíaindusmal y de la gerencia científica, según la cual los problemas humanos de la industria eran problemas de individuos insatisfechos con las condí16
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Mayo, 1933: 19. Mayo, 1945: 9.
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ciones materiales de trahajo».18 Quiza fuese más correcto decir simplemente que Mayo vio un elemento positivo para la productividad donde TayIor había visto un obstáculo: en el grupo informal. En este sentido, cabe preguntarse si Mayo debe ser contrapuesto 1:1 Tayior o considerado, sencillamente, como su complemento. 19 «La doctrina de la ERH es el "suplemento del alma" que necesitaIa OCT.»20 Las cosas cambiarían radicalmente a la salida de la Segunda Guerra Mundial. En 1938 había aparecido el que luego sería considerado el disparo de salida de la teoría de la organización, The functions ofthe executive, de Barnard.21 En 1944 se había publicado ya The Great Transformation}2 de Polanyi, que provocaría de inmediato un amplio debate en la antropología2} -pero no en la sociología- y sería tardíamente considerado un· clásico de la sociología económica. En 1946 se publicaba la ya mencionada obra de Wilbert E. Moore,24 a quien Dahrendorf señalaría tres lustros después como «el sociólogo norteamericano de la industria más importante de nuestros tiempos.»25 En 1947 aparecían The social system of the modernfactory, de Wamer y Low;Z6 Administrative behavi01; de Simon27 , que supondría la entrada por la puerta grande de los economistas en la teoría de la organización, y Problemes humains du machinisme industrie¿ de Friedmann, quien junto con Navílle representaba ya a una floreciente escuela francesa más orientada hacia la sociología del trabajo. En 1951, Miller y Formpublicaban orgullosos su manual, «el primero que lleva eltítulo de Sociología Industrial».28 Esta década sería ya prolija: Dubin y Kornhauser y Ross, Lipset y Trow y Coleman, Roy, Bendix, Argyris, Stouffer, Lockwood, Gouldner, Rose, Whyte, Wilenski, Dalton, Touraine, Blau, Crozier, Selznick, MilIs, Friedmann, Homans, Merton, Drucker, SargantFlorence, Baldamus, Isambert, Navílle, Ferrarotti, Lutz, Dahrendorf, Mayntz y un largo etcétera. Nadie podía negar ya carta de naturaleza a la Sociología Industrial. Añadamos, simplemente, dos rutos que conciernen a sociologías espe18 19
20 21
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Castillo Castillo; 1966, 15. Mottez, 1971: 25ss. Rodríguez Aramberri, 1984: 221. Bamard,1938. Polanyi,1944. LeClaír y Schneíder, 1968; Godelier, 1974. Moore, 1946. Dahrendorf, 1962: 48. WameryLow, 1947. Símon, 1947. Miller y Form, 1951: 11.
La soáología industnal (y de la empresa)
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ciales concurrentes, superpuestas o ambas cosas a la vez: en'1954 tuvo lugar la publicación del libro de Caplow, The Sociology o/ Work, yen 1958 vendría la de OrganizatioffS, de March y Simon.29 A partir de la posguerra y hasta la década de los sesenta, pued~ decirse que transcurre la época dorada de la Sociología Industrial. Tras pasar revista a algunos de los principales manuales de la época (Schelsky, Friedmann, Dahrendorf, Faunce, Miller y Form, Schneider, Mottez), el autor de un conocido manual español concluye: «Es en linea con esta versión amplia de la subdisciplina donde situamos nuestra posición sobre lo que deba ser el contenido de la Sociología Industrial L..J. Se trata, en definitiva, de acotar la disciplina de Sociología Industrial en torno a tres áreas fundameutales de problemas: las actitudes y relaciones de trabajo, la estructura y funcionamiento de las organizaciones empresariales y laborales, y la relación entre industrialización y cambio sociabylo No es difícil leer que estas tres áreas son, respectivamente, la Sociología del Trabajo, la Sociología de las Organizaciones y la Sociología de la Sociedad Industrial, pero ya tendremos ocasión de volver sobre esto. Dejo para minuciosos autores de libros de texto o arrojados aspirantes a doctor enfrascados en el primer capitulo de su tesis la tarea de buscar (o poner, es decir, inventar) algún orden en el desarrollo de la Sociología Industrial (y de la Empresa) a partir de los cincuenta. Yo lo creo, si no imposible, sí demasiado laborioso en relación con el beneficio que pueda reportar {los sociólogos también actuamos racionalmente de vez en cuando). Me parece, no obstante, que pueden señalarse algunas oleadas que, sin llegar ni mucho menos a agotar la producción de la época en que discurren, sí han alcanzado a caracterizarla, y lo haré aunque sea sobre la base de simples impresiones ----consolidadas y troqueladas, eso sí, por el paso del tiempo. Así, creo que el período que corresponde más o menos a la década de los cincuenta estuvo marcado por el esfuerzo de desenterrar el lado informal de los grupos de trabajo y las empresas; la década de los sesenta, hasta entrados los setenta, se caracterizó por el estudio más global de las organizaciones; desde mediados de los setenta hasta mediados de los ochenta la investigación y el debate académico han estado en gran parte dominados por el análisis de las condiciones de trabajo y, más concretamente, de la cualificación; desde mediados de los ochenta a hoy, en fin, el tema preponderante ha sido la flexibilidad y la precariedad. La primera oleada probablemente se debiera al empuje 29 30
Caplow, 1954; March y Simon, 1958. López Pintor, 1986: 41
Marrano F Eng/llla
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tardío de las conclusiones del estudio en Hawthorne (recuérdese que medía la Segunda Guerra Mundial) y algún otro estudio posterior, por ejemplo el de Roy sobre la restricción de cuotas en la producción a destajo, II y la int1uencia mayor probablemente proviene de la sociología del trabajo. En la segunda oleada destacan los trabajos sobre burocracia y organizaciones de Gouldner, Etzioni, Crozier, Barnard, Mechanic ... , lo que hace obvio que, en esta etapa, el impulso viene esencialmente del ámbito de la sociología de las organizaciones. En la tercera oleada es decisiva la aparición Labor and monopoly capita/12 (con su correspondiente europeo en La division capitaliste du travai[¡3l y el debate y la secuela de estudios sectoriales sobre la cualificación que estimuló, pero hay que añadir que su eco no podría comprenderse si se ignora el fondo constituido por la turbulencia social de los últimos sesenta y primeros setenta yel florecimiento del neomarxismo en las universidades; podríamos decir que el impulso procede de una virtual sociología de las relaciones laborales, o más eKactamente salariales. En la cuarta oleada, en fin, hay que destacar el debate provocado por The second industrial divzde, l4 si bien esta obra no es tanto un punto de partida --corno lo fuera en la etapa anterior el libro de Braverman- cuanto un punto de encuentro provisional entre dos corrientes de ideas que ya llevaban cierto tiempo fluyendo: los efectos de las llamadas nuevas formas de organización del trabajo (desde la recomposición de puestos de trabajo hasta la democracia industrial. pasando por círculos de calidad, etnpresas Z, etc., etc.) sobre la productividad l5 y las nuevas formas de economía difusa (desde _ los industrial districts hasta las iniciativas locales de empleo);J6 es de destacar que, en torno a este debate, se produce, pienso -pero sin echar las campanas al vuelo--, un reencuentro entre sociólogos y economistas corno no tenía lugar desde principios de siglo, es decir, desde la época dorada de la economía histórica e institucional y la sociología clásica de la economía. Añadamos solamente que este intento de tipificación de las oleadas de la Sociología Industrial en la postguerra no debe entenderse como una sucesión de etapas en la que cada una cierra y entierra a la anterior, pues, no solamente se produce, por fortuna, cierta acumulación irreversible de conocimiento, sino que es más correcto considerar cada Roy, 1954. Braverman, 1974. 11 freyssenet, 1977. q Piare y Sabe!, 1984. " Jones y Svejnar, 1982. 36 Becattini, 1987; Bagnasco, 1988. II
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Lz IOclOlúgía mdmtrw! Iv j" la empresa)
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nueva oleada corno un imptJso que se superpone al 0\ los anteriores, pero sin eliminarlos. La concentración sobre los procesos informales de los cincuenta ha perdurado hasta hoy, por ejemplo, en multitud de trabajos monográficos sobre el consentimiento y el conflicto en el lugar de trabajo; el interés por las organizaciones no ha decaído en ningún momento, sino que se ha ido ampliando a nuevos tipos de empresas (públicas, profesionales, cooperativas) y nuevos apartados dentro de ellas (los accionistas, las redes supraempresariales de directivos); el debate sobre la cualificación del trabajo, en fin, no ha decaído sino que se ha ido haciendo cada vez más rico y más complejo.
4.
LAS ESPECIALIDADES LIMÍTROFES
Llegados aquí debemos preguntamos qué es exactamente la Sociología Industrial (y de la Empresa) y qué relación guarda con otras sociologías especiales. La lista de las posibles afectadas por esta disgresión es larga: empieza por la propia cópula contenida en la denominación estándar y por el sentido exacto, en la medida en que sea pertinente, de los términos que vincula (industria y empresa); continúa por la relación con materias difícilmente distinguibles con nitidez, al menos a primera vista, corno la sociología económica y la sociología del trabajo; alcanza a ámbitos de la sociología que presentan importantes terrenos comunes, pero también separados, como la sociología de las organizaciones, del consumo, de las ocupaciones y de la sociedad industrial; se completa con posibles campos más restrictivos como los de una eventual sociología de las relaciones laborales, del mercado de trabajo, del empleo, del mercado, de las profesiones ... Hay que empezar por decir que no todo el mundo considera que el asunto valga la pena. Así, por ejemplo, Mottez asegura que «a despecho de los discursos a que a veces ha dado lugar, el problema de la extensión y los límites del campo cubierto por la sociología industrial es un problema desprovisto de todo interés científico. Es una ruestión de pura conveniencia y que corresponde a cada cual resolver a su manera.»l No estoy de acuerdo en absoluto con esta afirmación, pero no porque piense que posee un especial interés fijar las fronteras entre los territorios académicos, sino porque creo que el problema del objeto de la Sociología Industrial no es sino el problema de qué entendemos por economía; una cuestión epistemológica, que atañe al contenido de la disciplina, y no territorial, relativa a sus dominios académicos. Tras la discusión sobre qué significan aposiciones como "industrial", "del trabajo", "económica" etc., late la discusión misma sobre qué son las realidades que designan. Empecemos por la cuestión aparentemente más simple: ¿por qué industrial y no agraria, de los servicios, comercial o de la administra-
us especialidades limítrofes
habido autores y obras de mucho peso que han entendido que "500010" gía Industrial" quería decir precisamente eso: de. la industria, del sector extractivo y transformativo Yi si acaso, de los serviciosasímilable'S (por ejemplo, el transporte). Así, DahrenJorf:«el concepto de industria se refiere a las actividades extractivas y transformadoras que por 10 regular requieren dempleo de fuerza mecánica. L..Ll a industria constituye el objeto propio de lasociología.de la industria·y de la .empresa. Es la sociología especial de problemasaúu por determinar en el marco dela producción mecanizada de bienes en las minas, en la industria siderúrgica y en las fábricas, tal como se ha desarrollado a fines clelsiglo XVIlla partir de la revolución industrial;;.YAnálogo razonamiento parece haber tras lo que escribe un santón de la sociología del trabajo; Geotges Friedmann: ~<Así como es abusivo hablar de "sociología industrial" para designar, en realidad, toda lasocioJogía del trabajo, resulta una fuente de confusión utilizar la expresión 'relaciones industriales' para cubrir toda la re1adónentre patronos y empleados en todas las ramas de las actividades económicas y administrativas.>; Aunque es difícil interpretar de modo inequívoco este texto, pues puede considerarse que simplemente apunta a un abuso lingüístico, parece más bien que su propósito, cuando menos latente, es reivindicar para la sociología del trab~joun territorio más amplio que el dela·sociología industrial. Es difícil determinar dónde establecería sus :Ümitesuna sociología industrial así definida, o qué servicios respetaría como tales: eltransporte, ya se sabe(sÍt1 duda porlamuyalta relación capital/trabajo o, más aún, en sentido físico, medios de producción/trabajo), siempre es admitido junto a la industria, desde por los sociólogos industriales restrictivos como Dahrendorf hcflStapor los teóricos marxianos del trabajo productivo, pasando por la contabilidad nacional; e1a1macenamiento de materiales y mercan das, a menudo,. también; el mantenimiento de productos industriales, podría considerarse... y asinasta la más completa confusión. Lo cierto, afortunadamente,es que estas definiciones restrictivas han tenido poco eco. Probablemente eLúnico sociólogo de acuerdo con Dahrendorten:esto sea el propio Dahrendorf. Un decenio antes, el primer manual conocido de ,sociología industrial afirmaba: <<En muchos aspectos es lamentable que la mayoría de las investigaciones en Sociología Industrial se hayan realizado en las fábricas. Ello ha llevado a una confusión semántica, 2
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Mottez, 1971: 6.
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, cíón? La pregunta parecería simplemente absurda si no fuese porque ha
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Dahrendorf, 1962: 5. Friedmann, 1961: 30.
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identificando investigación en las fábricas con Sociología Industrial. [...] Nosotros preferimos utilizar la palabra "industrial" en su sentido más amplio: referido a todo tipo de actividad económica, abarcando, en general, empresas financieras, comerciales, productivas y profesionales.»4 Por la misma época, Hughes se fencitaba, al introducir un número especial del American Journal 01Sodology, de que los que él consideraba sociólogos del trabajo, los cuales se veían a sí mismos más bien como sodólogos industriales, abarcasen ya una gran diversidad de campos ajenos al sector secundario de laeconomía.5 Es cierto que, en sus inicios, la sociología industrial, en la medida en que pudiera considerarse ya tal, como la sociología en general, se sintió mucho más impresionada einteresada por la manufactura, la maquinaria y la gran industria productora de bienes, así como por su impacto sobre la sociedad, que por la agricultura, los servicios o la administración; que por entonces sólo cambiaban mucho más lentamente. Sin embargo, no lo es menos que, ya mediado el siglo, cuando puede afirmarse sin lugar a dudas que ya existe una sociología industrial propiamente dicha, buena parte de ella se dedicaba precisamente al estudio de los servicios (por ejemplo las investigadones de Selznick, Argyris, Lockwood,Janowitz, Stouffer, Sills, Blau,Crozier, entre otros; a no ser, claro está, que las arrojemos,· en exclusiva, al capítulo de la sociología de las organizaciones). Se han propuesto, sin embargo, otras restricciones; propuestas que, en general, no hacen sino expresar las particulares concepciones de los proponentes. Etzioni, porejemplo, rechaza la identificación deja sociología índustriál con la industria pura y dura, a la que califica de plant soc dology, sociología del taller (síguiendo en ello a Kerr y Fischer), 6 Y 1'roponesu extensíón a todas las organizádooeS económicas, pero según su propia definición de las mismas: «Así, la sociología industrial induirá el estudio de las oficinas, los restaurantes y otras organizaciones económicas que no son las fábricas, pero excluirá el estudio de las universídad€S, las escuelas, los hospitales y otras organizaciones no económicas.»70rganízaciones económícas serían aquellas «cuyo objetivo principal es producir bienes y servicios, intercambiarlos y organizar y manípular los procesos monetarios», es decir, la producción ele bienes y ciertos servicios, el comercio y las finanzas. Se nos aparece arduo encontrar alguna
Las especi<1iidatks limítrofes
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lógíca en esa cQnsideradónde la medicina o la enseñanza (¿tanlpoco la abogacía, la arquitectura, etc?) como no económicas, pero resulta fácil seguir sus huellas hada la concepción funcionalista de las profesiones (por otra parte, abusivamente ídentificadas con·las organiz.adohesen que trabajan, como 51 no hubiera otro personal en éstas) inspirádaen Parsons y Hughes,8 algo difícilde sostener hoy gracias, entre otras cosas, al mejor conocimientosocíológico que tenemos de enas~ Cabe admitir, pues, con Castillo, «que "industria", 10 mismo en sus orígenes ingleses que en francés·o en buen castellano, significaba cualquier actividad iodustriosa, en la que se aplica el ingenio y la capacidad de las personas para. transformar la naturaleza o las cosas.»9 Pero hay que añadir, primero, que el problema no es simplemente gramatical, ya que la ambivalencia de los términos industria o industria4 de hecho, existe y ha dado lugar a interpretaciones más restrictivas y por autores no precisamentemargínal€S; segundo, que este problema. no se plantea ni para la sociología del trabajo ni para la sociología econólUÍca,cuya transversalidad a través delas fronteras funcionales de la actividad económica es unánimemente admitida, aunque sí para la sociología industrial (y de la empresa}. Menos dificultades presenta la aposición "industrial y de la empresa" . Por un lado, se ha señalado que, en la primera mitad del siglo,Alemania desarrolló una BetriebssoZÚJlogie mientras en los Estados Unidos se desplegaba una industrial sociologylO (y pronto en Francia, por cierto, una sociologie du travail). Algo o bastMte de cierto hay en ello, pues es verdad que el economistaSchmolleravant la leltre (en 1892), o Geck (1931), Briefs (1951) y Schelsky(1954), por ejemplo, refieren la sociología a la empresa, como luego lo haáan también Dahrendorf, Mayntz o Lepslus, pero también queprontola.sociologíá alemana se sumó a la doble fórmula industria-empresa. Mientras tanto, del otroJado del Atlántico lo que parece es más bien que se utiliza el ténníno industrial socz"ology o industrial relaÚons para referirse a los aspectos más teóricos y generales de la disciplina, como lo hacen· Moore o Whyte, pero se propende a englobar los estudios de empresas concretas dentro de la sociology olorganizations u organizatlonal sociology. De hecho, pues, creo que lo que hay en realidad es, por así decirlo, una distinción micro-macro (no en cuanto al método, sino en cuanto al objeto), que en Alemania se traduce en la dico-
4
Millery Form, 1963: 7-8.
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Hughes, 1952: 423.
8
Kerr y Fischer, 1957. Etzioni, 1958: 133.
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Parsons, 1939; Hughes, 1963. Castillo, 1996: 42A3. Dahrendorf,1962.
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tomía Betrieb-Industríe y, en los Estados Unidos, en la distínciónorganizations-industry (y, a riesgo de ser aventurado, añadiría que en Francia se presenta como travaíl-industríe), y O1yo mantenimiento en el momento actual ,una vez establecido que la sociología índustrialno es sólo ni principalmente la sociología ciela sociedadíndustrial, peto también que abarca otrosámbítos que el ínteriordela empresa (el mercado de trabajo, por mencionar solamente uno), puede que resulte francamente ociosa. Esto nos lleva directamente a la relación con la sociología de las organizaciones, en estos momentos, con toda probabilidad, la sociología especial más admitidamentecercana. Si partimos, con Barnard, de «la definición de una organización formal como un sistema de actividades o fuerzáS conscientemente coordinadas de dos o más personas»,lI en ella caben no solamente las empresas sino también tooo tipo deorganizaciones políticas, religiosas, etc. No obstante, una buena parte de las organizaciones son empresas y otra buena parte delasernpresas (pues también existen las empresas individuales y familiares en sentido estricto) son organízaciones. No parece de recibo, pues, considerar, como proponía Etzioní -barriendo para casa........, que <<puede ser fructíferamente concebida como una rama de la sociología de las organizacionéS}).12 Además, otras organizaciones interesan también a la sociología industrial, por ejemplo los sindicatos de trabajadores, los colegios profesionales y las asociaciones patronales. Puede decirse que la sociología de las organizadones conoció un fuerte impulso como rama de la sociología industrial, sobre todo a través de los numerosos estudios sobre corporaciones privadas y agendas públicas de los sociólogos norteamericanos y franceses, pero no es menos cierto que tenía sus propios precedentes, algunos indusoanteriores al desarrollo de una sociología industrial en sentido fuerte: eldásico por excelencia de la especialidad, sin ir más lejos, Los partidos políticos,B pero también los ensayos de Weber o Marx sobre la burocrada. 14 Otras sociólogías como la del consumo, la de las ocupaciones o la de la sociedad industrial presentan en sus relaciones con la sociología industrial, en un sentido formal, el mismo tipo de problema: cada una de aquéllas comparte con ésta cierto espacio, pero ambas son siempre más o mucho más que esa intersección. La sociología del consumo presenta
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12 13 14
Bamard, 1938: 73. Etzioni, 1958: DI. Michels, 1911; podríamos considerar también a Mosca, 1939. Marx, 1843, 1844b; Weber, 1922: l' parte, IIIIII.
Las especialidades límitrofes
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, una clara intersecdón con la sociología industrial, entendida en un sen-
tido amplio, o, al menos, con la sociología económica en cualquier forma que ésta se entienda. En términos convencionales; el consumo es el estadio final del proceso económico sustantivo que sigue a laproducdón, la distribución yel intercambio de los bienes y servidos. En fémúnos fonnales,la necesidad o el deseo de consumo se traducen, mediados por las dotaciones, en una demanda efectiva que indíca alas empresas, a travésdelos precios, lo que el público desea que produzcan; o; en sentido contrario, las empresas tienen que encontrar o generar mercados para los bienes y servicios que producen. Por supuesto, el consumo es solamente una parte del entorno de la industria y la empresa y, poratra parte, es y representa para los consumidores mucho más que su relación con los proveedores. Por eso la sociología del consumo se ocupa necesariamente de otros aspectos de éste, tales como los mecanismos de representación de status, las formas de socialídad,1a reproducción y transformación de la cultura (en sentido restrictivo), etc., que quedan fuera del ámbito de la sociología industrial y que incluso atañen aotras sociologías espedalizadas(estratificación social, arte y cultura, etc.). De hecho, podemos entrevero sencillamente ver en la calificación "industrial y de la empresa" ,así como" deltrabajo", a diferencia de la más general"económica", un intento o,almenos, unadisposíción a dejar de lado la esfera del consumo: La sociología de las ocupaciones raramente existe como tal. La encontramosa menudo como sociología del trabajo y las ocupaciones 0, con otro nombre; como estratificación social (o, en algunos casos, egtructurasodal), ene! entendido de que la ocupación es uno de los elementosdedsivos, si no el más, de la posíciónde las personas en cualquie.rforma de estratificación sodal --en la sociedad industríalo post-industrial (la Sociología del trabajo de Caplow" el clásico anglosajón del área, era en gran medida, por cierto, una sociología de las ocupaciones, como se constata con un simple vistazo asu índice). 15 La sociología del trabajo no debería dudar -'-aunque a menudo parezca simplemente ignorarl()-'-- que entre lasocupadones se incluyen lasprclesiones,entendidas éstas como ,la parte de las ocupaciones con mayor nivel de cualificación y autonomia, eonuna situación de ventaja en el mercado o en las organizaciones y con una posición de dominio simbólico sobre su clientela. La sociología industrial y de la empresa puede dudarlo si por empresa se entiende necesariamente la colaboración dedos o más per15
Caplow,1954.
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sonas; por ejemplo cuando se afirnla, como lo hicieran Miller y Form, que «la Sociología industrial es un área importante de la Sociología general que puede ser titulada con mayor exactitud Sociología de las organizaciones del trabajo»16 (a no ser que se incluya entre las organizaciones, pongamos por caso, la clientela privada de un médico). Es decir, puede dudarlo en la medida en que acepte considerarse a sí misma como una sección de la sociología de las organizaciones; pero, en primer lugar, ya hemos criticado esta reducción; en segundo lugar, estas organizaciones difícilmente podrían entenderse en su estructura y funcionamiento sin una cabal comprensión de las profesiones que juegan un papel dominante o simplemente esencial en ellas; en tercer lugar, el profesional liberal aislado no existe en realidad, sino que actúa siempre, al menos, a través de pequeñas organizaciones (consultas, bufetes, estudios, gabinetes) que son, propiamente, empresas. Huelga añadir que este problema no existe desde la perspectiva más amplia de la sociología económica. . Finalmente, dentro de este grupo, la sociología de la sociedad industrial sencillamente parece haber dejado de tener sentido autónomo. Una parte se singulariza como relaciones industriales y pertenece, como tal, a la sociología industrial (o del trabajo, o económica): «Este término ha significado poco a poco, en el uso corriente, el conjunto de relaciones entre patronos y empleados, así como las asociaciones formadas por unos y otros, los medios de negociación, de arbitraje y de lucha que emplean en sus negociaciones y conflictos»,17 aunque autores más recientes prefieren denominarlas «relaciones laborales» o .:<relaciones de trabajo asalariado», lB o incluso «relaciones de empleo». En cierto modo, la expresión designa la organización de lo que Marshallllamó el «sistema secundario de ciudadanía índustrial»,IY por lo que suele centrarse especialmente, aun sin ignorar el conflicto entre las partes, en los mecanismos institucionales y explícita o implícitamente consensuados como tales: normas sobre empleo, métodos de elaboración y aplicación, ete. 20 El resto, las características, los procesos y las transformaciones más generales de la sociedad industrial, o como quiera que sea caracterizada (post-industrial, capitalista, de servicios, ete., etc.) pertenecen ya a la sociología del cambio social, del desarrollo, de la modernización o histórica. Miller y Form, 1963: 34. Friedmann, 1961: 30. iS Miguélez y Prieto, 1991b: xxii. i9 Marshall, 1950: 104. ,,, Baglioni. 1982: 24. Ih
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Más compleja es la relación con sociologías especiales que pueden ser prácticamente o en gran medida coextensivas con la industrial, como la sociología de! trabajo y la sociología económica. Quizá haya que comenzar por decir que, en un sentido amplio, es decir, e'Stirando los conceptos al máximo y, si hace falta, forzándolos, probalJlemente podríamos hacer llegar cualquiera de ellas a donde quiera que llegase otra, pero no creemos que sea ésta la mejor vía a elegir. Empecemos por la sociología del trabajo. A la vista salta que e! trabajo, como objeto, escapa en el espacio y en e! tiempo a la definición de industrial. Por un lado, ha habido trabajo, según las crónicas, desde la salida del paraíso y, según la antropología, desde que hay humanidad; por otro, hay un sector importante de trabajo en las sociedades industriales (entre otros, pero ahora sólo nos detendremos en éste) que no suele ser abordado por la sociología industrial: e! trabajo doméstico, que representa la mitad o más del trabajo total en cualquier sociedad industrializada. Si identificamos industrial con industrioso, ciertamente, desaparecen esos límites y la sociología industrial corre paralela a la sociología del trabajo ... salvo que ésta se defendiera entonces proclamándose responsable del estudio de toda actividad, incluido e! ocio -como en algún viejo plan de estudios. Mas en este sentido, creo, sí que hay que estar de acuerdo con Dahrendorf en que «la sociología de la industria y de la empresa se halla referida a deternlinado período de la historia social y no es, al pie de la letra, una "sociología especial", sino una "sociología especial de la sociedad industrial"»,21 es decir, que no tiene la pretensión, por ejemplo, de estudiar el trabajo en una sociedad agraria, preindustrial, pretensión que sí puede y debe tener la sociología del trabajo, tanto si se trata de estudiar una sociedad contemporánea como si de utilizar el pasado como plataforma de comprensión del presente. (Pero sí corresponde -también- a la sociología industrial, como argumentamos antes en contra de Dahrendorf, el trabajo agrario en una sociedad industriaL pues las sociedades "industriales" no son sociedades políticamente integradas pero económicamente segmentadas, en las que la agricultura, por ejemplo, se mantenga como era antes de la industrialización, sino sociedades también económicamente integradas, en las que la agricultura, por seguir con el ejemplo, es agricultura mecanizada, o practicada en granjas capitalistas o estatales, o producción individual para e! mercado más o menos asimilada a los grandes circuitos privados o públicos de distribución, o actividad agrícola de subsistencia 21
DahrendOlf, 1962: 3
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residual de unidades familiares cuyos ingresos proceden mayoritariamente del trabajo asalariado o mercantil.) Pero también hay una parte de la sociología industrial (y de laempresa) que queda fuera del ámbito de la sociología del trabajo: la propiedad y la alta dirección. El análisis del trabajo, por supuesto, parte del hecho de que la mayoría de las personas no son propietarias de medios de produccíón, de que1a mayoría de los medios de producción son propiedad de una minoría de personas y de que, consiguientemente, la mayor parte de lostrabajádores son trabajadores asalariados. Por otra parte, las formas y concepciones de la dirección del proceso productivo tienen consecuencias decisivas sobre el proceso y las condiciones de trabajo, los cuales no podrían comprenderse de manera cabal sin tenerlas en consideración, y la estructura misma de la dirección es inseparable de la estructura del empleo (división de tareas, puestos intermedios, líneas de autoridad, mecanismos de promoción, etc.). Pero resulta difícil imaginar, por ejemplo, que puede tener que ver con la sociología del trabajo la problemática de las relaciones entre el capital accionarial ysusrepreSéntantes suscitada aparrir, sobre todo, de la obra de Berle y Means (el viejo tema de la posible disyunción entre propiedad y control de los medios de producción, o propiedad y posesión, o entre su propiedad jurídica y su propiedad económÍca ~stinciones conceptuales, todas ellas, poco afortunadas, pero no vamos aenttar ahora en esa discusión}. Los directivos que representan ál capital pueden ser o no los mismos que se ocupen personalmente de la dirección del proceso productivo; tal o cual modelo de organización puede ser o· no funcional para el capital o, lo que es lo mismo, para los accionistas; los propios puestos de los directivos son, después de todo, puestos de trabajo, etc., pero la problemática propiedad-control es la de la organización del capital, no de la organizae dóndel trabajo; es un problema esencial desde laperspectiva de h empresa, pero no, salvo muy indirectamente, desde la del trabajo. En suma, debemos deciÍ' que hay un amplio campo de coínooencia éntre la sociología industrial (y de la empresa) y la sociología del trabajo, que probablemente este campo de coincidencia es el grueso de tadauna de estas sociologías especiales tomada por separado, pero también que tanto una como otra tienen un campo restante no compartido; Hay algo más, por cierto, que une a la sociología industrial (y de la empresa) y la sociología del trabajo, y que separa a ambas de la sociología económica: la exclusión de las esferas de la circulación y el consumo. Aunque se podría sostener que la sociología industrial puede o debe incluir, por limitadamente que sea, el ámbito del consumo (así lo hacen, por ejem-
Los especíalÚÚJdes limítrofes
, pio, algunos teóricos de la organización procedentes del campo de la
35 teo-
ría económica); 12 10 cierto es que no lo hace () apenas lo hace; y la sociolo-
gía deltrabajo excluye esa esfera por definición. Más importante es, empero, la esfera de la circulación. Aquí entiendo ésta definida eh los siguientes términos: toda producción no doméstica, es decir, no co~mí da por el propio productor, hade circular hacia los consumidores finales (como bienes o servicios de consumo) o hacia otros consumidores-productores (como bienes intermedios o servidos a las empresas), y esto ha de discurrir a través del intercambio privado (induidosaquí el mercado, el trueque y la donación) o a través de la asignacióh por el Estado (racionamiento, redistribución fiscal); si, además, la producción es cooperativa (o conjunta, o asociada: en definitiva, en una empresa u organ1zación),el producto final, antes de circtdar, ha de ser objeto de apropiación por los participantes?3 Hay que empezárpor decir que la apropiación (lo que los economistas suelen llamar "distribución" o"distribución funcional:" , es decir, distribución entre los factores: tierra; trabajo y capital, o rentas, sala· rios y beneficios) no suele ser por sí misma objeto de atención ni pata la sociología industrial: (y de la empresa) ni para la sociología del trabajo, exceptoen la medida en que sea objeto de conflicto expreso entre los actores, quízáporque se admite que, salvo que suija éste, viene detennínada por las leyes del mercado. La ciro.t1ación (lo que los economistas suelen llamar intercambio, pero aquí éste es sólo una de las variantes de la circulación), es, en principio, .detada al margen por ambas. Sólo en principio, daró está, porquelo que sale o no se penníte que entre por la puerta termina haciéndolo por la ventana. En primer lugar, hay un mercado que ambas sociologías especiales consideran~ el mercado de trabajo. La sociología industrial (y de la empresa), en cuanto que forma parte índiscutida de las relaciones industriales, especialmente como política de empleo, escenario del movimiento obrero y de los sindicatos, etc.; la socíología del trabajo en el mismo sentido; yen ella me duso puede observarse una tendencia reciente a transmutarse total o parcialmente en sociología del empleo, a interrogarse sobre las condiciones de empleo con carácter previo a las condiciones de trabajo, en la medida en que la sociedad parece alejarse definitivamente -hasta don~ de la vista alcanza- del pleno empleo yel empleo realmente existente estalla en mil formas yfragmentos. 24 Pero hay más mercados, concreta22 2}
24
Por ejemplo, Hirschman, 1970. Para más detalles, véase Enguíta, 1997 d. Maruani y Reynaud, 1993: 4; Prieto, 1994: 20;
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mente los mercados de capital y los mercados entre empresas. Los primeros son sencillamente ignorados, algo perfectamente comprensible para la sociología del trabajo pero no tanto para la sociología industrial (y de la empresa). Los segundos suelen ser ignorados por la sociología industrial (¡y de la empresa!), precisamente por su proximidad con la sociología de las organizaciones (que ha de ignorarlos por definición, salvo que se consideren éstas como sistemas abiertos), pero ya no pueden serlo por la sociología del trabajo, la cual se encuentra, por ejemplo, cara a cara con la imposibilidad de abarcar la división del trabajo si no es, además de como división interna a la empresa, como división del trabajo entre empresas, considerando el proceso de producción de cualquier bien o servicio como un todo. 25 En el descuido o la renuencia de la sociología a adoptar el mercado como objeto de estudio no hay otra cosa que el fetichismo del mismo compartido con la econollÚa, la idea de que es un mecanismo automático e impersonal, el'l el que cualquier mano es invisible, una idea llamativamente compartida por la economía clásica liberal (aunque algunos autores clásicos, concretamente SllÚth, tenían sus reservas al respecto, éstas han sido ignoradas por la posteridad), tanto más por la neoclásica y neoliberal, y la economía marxista, con su peculiar visión neutral del "velo de la circulación". Pero si, en lugar de suponer que el mercado es lo que tanta gente dice que es, nos preguntamos si realmente lo es, entonces aparece con claridad el hecho de que, sea lo que sea, existe una amplia sub esfera de la economía distinta del trabajo en cualquier terreno --en la empresa, por cuenta propia o en el mercad()--- y distinta de la «mano visible» 26 en la empresa u organización. Es la esfera de la distribución, es decir, de la asignación y el intercambio, y ha sido ya, aunque sólo de forma tentativa e incipiente, estudiada por la sociología económica. No hay, en cambio, un trabajo ni una industria (o empresa) que queden fuera de la economía. Si algún trabajo lo hiciera sería otra cosa: actividad de ocio, actividad política o religiosa o cualquier otra forma de acción social pero no económica, es decir, no sería trabajo. Si alguna empresa lo hiciera sería solamente una organización -una organización de tipo no económico. La sociología económica se ocupa, pues, por definición, de un ámbito algo más amplio que el de otras sociologías especiales como son la industrial (y de la empresa) o la del trabajo: eso no la hace ni mejor ni peor, no la convierte en principio ni sin tesis de nada, 2' 26
Castillo, 1988: 26. Chandler,1977.
Las especialidades limítrofes
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pero, a no dudar, hace de ella una especialidad distinta de'imo de la disciplina común. Podría pensarse, dertamente, en una posibilidad de configurar subámbitos de la sociología industrial (y de la empresa) o de la soCiología del trabajo que queden fuera del ámbito de la sociología econ'Ómica. Robbins escribió, refiriéndose al objeto de la economía: <~a concepción que hemos adoptado puede describirse como analítica. No pretende seleccionar ciertos tipos de conducta, sino que enfoca la atención sobre un aspecto particular de la conducta, la forma impuesta por la influencia de la escasez.>:,27 Acogiéndose a esto, se podría intentar definir la sociología económica como la sociología del aspecto económico de la realidad. Así, pongamos por caso, estudiaría el aspecto económico del trabajo pero no su dimensión expresiva, o estudiaría la empresa como organización productiva pero no como escenario de acoso sexual contra las mujeres. El problema es que, si aceptamos esa limitación, expulsamos la sociología misma del ámbito de la realidad económica, sea la sociología económica, la industrial o la del trabajo. Sin negar a priori, de ningún modo, la utilidad de las abstracciones de la teoría económica, lo que la sociología plantea es que tales abstracciones no son reales (no se basan en aislar aspectos realmente existentes de la conducta humana) sino conceptuales (consisten en eliminar del razonamiento aspectos que no son aislables en la realidad). En otras palabras, que no existe la conducta puramente económica, ni se puede aislar y estudiar por si llÚsmo el aspecto econóllÚCO de la conducta, sea en el mercado, en la empresa, en el hogar o en cualquier otro contexto. Naturalmente, los otros determinantes de la conducta (los no dictados por la relación medios-fines o por la escasez) están más presentes en unos contextos que en otros: están menos presentes, por ejemplo, en el contexto impersonal del mercado, sensiblemente más en la empresa y de forma abrumadora en el hogar, de manera que la abstracción conceptual del economista teórico se acerca más a la realidad en el mercado, donde las interacciones son relativamente impersonales y erráticas y en algún grado se compensan, y menos a medida que se sumerge en contextos social y culturalmente más densos, de manera que choca con enormes dificultades en el ámbito de la organización y muestra una clara tendencia a patinar en el del hogar. Quizá esto sea también parte de la explicación de la preferencia mostrada por la sociología por estudiar las organizaciones (las empresas), que ni son tan impersonales como el mercado (o como algunos mercados) ni 27
Robbins, 1932, recogido en LeClair y Schneider, 1968: 97.
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están tan espesamente personalizadas como los hogares (como cualesquiera hogares). Lo que distingue a la economía no es ocuparse de un aspecto de la conducta, el aspecto económico, sino ocuparse de la conducta desde un supuesto conceptual o metodológico: la racionalidad tal como la entíende normalmente el economista (maximízación u optimización); en definitiva, lo que Polanyi llamó la economía formal. Lo que distingue a la sociología económica, del trabajo o industrial (y de la empresa) de la sociología a secas o de otras sociologías especiales es ocuparse, esta vez sí, de un área de la conducta, la que se refiere a la obtención del sustento en el sentído más amplio, o a la satísfacción de las necesidades en un contexto de escasez (a no confundir con la racionalidad medios-fines» pero bajo todos los aspectos. Por eso pudo decir Polanyi que «el ensayo de Lionel Robbins, aunque útil para los economistas, distorsionó fatalmente el problema.»2S Si la sociología industrial (y de la empresa), o la sociología de las organizaciones, se ocupa del acoso sexual en el trabajo no lo hará como parte de una sociología de las relaciones de género, sino como parte, y en la medida en que sea parte importante, del estudio de los mecanismos de poder informal en la organización, de las dimensiones latentes o los efectos pelVersosde la autoridad formal, de las condi· ciones de trabajo, etc.; silasociología del trabajo se ocupa, supongamos, de la dimensión expresiva del trabajo extradoméstico (el hecho mismo de tener un empleo como fuente de autoestíma, o el tipo de empleo como fuente de estatus), no será tanto por agotar todo lo que pueda tener alguna relación con el trabajo sino porque sería sencillamente imposible comprender la relación con el mismo sin tener en cuenta esa dimensión (comprender, por ejemplo, que sectores importantes de mujeres trabajen por salarios que, deducido el precio-sombra de tareas domésticas que pasan a ser reemplazadas por bienes y servicios adquiridos en el mercado, no compensan el aumento de su carga de trabajo). Pero este mecanismo de absorción de problemas, o del objeto de estudio, es común a cualquier especialidad de la sociología que se ocupe de cualquier aspecto de la realidad, económica o no. Digámoslo una vez más: no se trata de hacerse con esta o aquella parcela de la sociología como disciplina o de la realidad como objeto de estudio. Se trata, eso sí, de comprender la relación entre la disciplina y la realidad, parte de lo cual es comprender su historia, y se trata de que esta historia se condensa significatívamente en el juego de las denomina·
Las especialítÚdes limítrofes
Polanyi, 1957b: 270.
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dones. La sociología nace bajo la fuerte impresión de las transformaciones producidas por la industrialización: de sus efectos sociales en general y de esos nuevos fenómenos que son la fábrica y la clase obre~a en particular. En la medida en que se concentra en estos aspectos pod~mos decir que nace la sociología industrial. La adición del término" empresa" implica Uml doble delimitación, respecto de la sociología de las organizaciones (que se ocupa también de otras organizaciones) y respecto de la economía (que se ocupa, de momento, del mercado, o de la empresa como simple conjunción de factores en funcÍón de una tecnologíá y unos precios dados). Dice Dahrendorf, con cierto fundamento, que «la investigación sociológica industrial constituye un dominio europeo. Históricamente, el gran objeto de la sociología norteamericana fue el municipio (community), en tanto que el de la europea ha sido la empresa industrial.»29 Tiene razón, creo, en el sentído de que la sociología norteamericana se ocupó de estudiar cómo se formaba su sociedad a partir de elementos de muy variada procedencia, mientras que la sociología europea lo hizo de entender cómo se derrumbaba la suya. Pero no creo que esto divida a una y otra entre la comunidad local (el municipio) y la asociación productíva (la empresa), sino que -dejando aquí aparte el municipio-- entraña dos formas de contemplar la empresa: como organización más o menos armónica, que es lo que hace en sus inicios la sociología norteamericana de las organizaciones, o como perenne escenario de la pugna entre capital y trabajo. Por eso la sociología de la empresa, procedente sobre todo de la sociología de las organizaciones, es un producto antes que nada norteamericano, mientras que la sociología del trabajo es un producto preferentemente europeo -y, dentro de Europa, más francés, italiano y español que alemán-, precisamente «por oposición a la "sociología industrial", considerada como evocación de un concepto americano más bien limitado de la sociología de la empresa.»;o El desartollo de la sociología del trabajo de preferencia en los países económicamente menos industrializados y polítícamente más agitados de Europa -pero con cierto nivel académico y profesionalobedece, creo, al doble impulso de dar prioridad al trabajo entre los elementos de la empresa-organización y de abarcar el importantísimo resto de trabajo no asalariado -incluso sin considerar el doméstico--. Pues bien, el renacer de la sociología económica responde, en mi opinión, a la detección de otras insuficiencias, en partícular la escasa atención presta29
2B
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Dahrendorf, 1962: 55. Mottez. 1971: 6.
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da al mercado y a la economía doméstica. Teóricamente, estos vacíos han estado siempre ahí, pero las escasas voces que los señalaron estaban condenadas a clamar en el desierto. Lo que ha cambiado la situación han sido dos cosas: en primer lugar, la pérdida de centralidad de la opo~ sición entre capital y trabajo, producto de una gran multiplicidad de factores que no hace falta enumerar aquí,pero uno de cuyos efectos derivados es que se puede prestar más atención a otras formas de desigualdad y de conflicto sociales; en segundo lugar, el paso a primer plano de otros aspectos de la economía como el hogar -al ritmo de su abandono parcial por la mujer- o el mercado --{:omo consecuencia de los limites de la teoría económica y de la llamada desconcentradón productiva. Resta añadir que todavía queda una esfera cuya importancia económica viene siendo subestimada por la sociología, y que tarde o temprano habrá de ocupar el lugar que le corresponde en el análisis sociológico de la realidad económica; el Estado como mecanismo de (re)distribución que, aparte de sus funCiones propiamente productivas, que desempeña a través de sus propias organizaciones ---empresas y agencias-, redistribuye una parte del productD de otras organizaciones y de los hogares e individuos No se trata, pues, de poner una sociología especial en el puesto de otra en nombre del descubrimiento de tal o cual parcela olvidada, sino de actuar, en cualquiera de ellas, de manera que abarque la totalidad de su objeto.
5.
LA DIVERSIDAD DE LA ACCIÓN ECONÓMICA
,
El análisis económico de la realidad económica se basa en el supuesto de que ésta está formada por actores que persiguen sus intereses individuales de forma racional, es decír, tratando de obtener el mayor beneficio al menor coste. Por más que los utilítaristas írredentos puedan pensar que no hay otra forma posible <le conducta humana, y mucho menos de con~ ducta racional, ésta dista mucho de ser una concepción espontánea, o eterna: es una idea nacida exclusivamente en occidente y en fecha relativamente reciente. J El deseo de simplificar los supuestos para entregarse con todas las fuerzas a las deducciones ha hecho del homo axonomicus el acompañante inevitable de cualquier economista, particularmente de cualquier. economista neoclásico. Pero, si la política, dicen, hace extraños compañeros de cama, la economía, entonces, los trae francamente indeseables. Es un lugar común que semejante espécimen puede resultar de gran utilidad en la mesa de despacho, como supuesto de la teoría, pero es, afortunadamente, difícil de encontrar en la realidad. La literatura económica abunda en ironías que definen al homo a:conomicus como la última persona a laque uno querría tener como amigo o con la que desearía ver casada a su híja: 2 «Habría que tomar varios cursos de economía para encontrara uno que dejase entrar siquiera el bienestar de su familia en su fundón personal de utilidad.»3 Más allá de este rechaw instintivo, la idea utilitaria yeconouúcista de la racionalidad topa una y otra vez con dificultades para abarcar formas patentes y relevantes de conducta humana, incluida laconducta económica, yse ha visto por ello llevada a redefinir constantemente sus términos. En su formulación original, todo su atractivo y toda su insuficiencia residen precisamente en su simplicidad. «La naturalezl:l», escribe Bentham, «ha puesto a la humanidad bajo el dominio de dos soberanos, el dolor y el placer. Sólo a ellos les corresponde indicar lo 1
Hirschman, 1977.
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Bouldíng, 1970: 134.
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Sen, 1973: 46.
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que deberíamos hacer, así como determinar lo que haremos.»4 Actualizado por un filósofo de la economía: «Toda acción humana se dirige a aumentar el placer y evitar el dolor.»5 Pero la forma más elemental de entender este principio de utilidad, que cada acción persigue aumentar el placer y evitar el dolor para la persona que la realiza sin tener para nada en cuenta a los demás, contradice claramente la realidad, plagada de casos de altruismo o, sencillamente, de dudosa utilidad personal, lo que obliga al utilitarista a sucesivos epiciclos encaminados a englobar las conductas rebeldes, ambiguas o simplemente incómodas. Una forma algo más compleja puede consistir en inte· grar el placer y el dolor de los demás, o de algunos entre ellos, como propio, lo que algún autor ha llamado el «gusto por la percepción del bienestar de otros». En estos términos, como resulta obvio, siempre podrá justificarse cualquier acción humana como útil para quien la lleva a cabo, ya que, en realidad, basta para ello con suponer que, si lo hace, es porque le proporciona algún tipo de placer (o le evita algún tipo de dolor) sea éste físico o moral, egoísta o altruista, ete., lo que convierte el razonamiento en una simple tautología de valor nu1o. 6 Más de lo mismo se obtiene cuando la teoría se limita a afirmar que «hay algo llamado utilidad -como la masa, la altura, la riqueza o la felícidadque la gente maximiza. L..AJhora es simplemente un nombre para la ordenación de las opciones según las preferencias de cualquier individuo.»? Lo que se viene a decir así es que es preciso mantener la animética moral benthamiana para que la realidad se preste a su formalízación matemática. Lo que convierte al utilitarismo en una base ideal para la teoría económica no es el contenido de la moral que predica (placer, dolor), por mucho que se pueda espiritualizar, sino su cardinalidad o, al menos, su ordinalidad: más, menos, igual. Tanto más si, de paso, la moral se reduce a la eficiencia: «la mayor felicidad del mayor número es la medida de lo justo y de lo injusto.»3 Por otra parte, el supuesto de racionalidad formal también se ha visto sacudido, incluso desde las propias filas de la teoría económica. Simon sugirió ya hace tiempo reemplazar la idea de conducta maximizadora u optimizadora por la de un comportamiento simplemente
La diversidad de la acción económica
puesto de una conducta económÍca racional, sustituyendo la idea de plena racionalidad por la de racionalidad limitada (bounded rationality), la conducta que es «pretendídamente racional, pero sólo limitadamenle tal». JO Williamson sugiere que la idea de racionalidad limitada, a medío camino entre la racionalidad maximízadora, fuerte, de la economía neoclásica y la racionalidad orgánica, débil, de la teoría evolucionista de la economia (Veblen), es la que mejor responde a la realidad económica,ll y sobre ella se levanta su teoría de los costes de transacción; Lindblom considera, frente al modelo que llama racionakomprehensivo (que considera todos los aspectos de la realidad), que quienes toman las decisiones lo hacen más bien por un procedimiento de comparaciones limitadas sucesivas consistente en apartarse solamente paso a paso -pasito a pasiro-- de las políticas o los hábítos establecidos,12 comparando alternativas que difieren en pequeña medida, de donde también el nombre de incrementalismo o incrementalismo inconexo o, más sencilla y gráficamente, apañárselas lmuddling throughl. Uno de los escollos principales ante el modelo de la acción racional es la presencia de la incertidumbre. Existe ésta cuando el actor no pue· de prever los resultados de la acción ni asignarles siquiera probabilidades. Frank Kníght ya distinguió entre la incertidumbre, así definida, y el riesgo, cuando el actor puede asignar tales probabilidades,13 y lo que la economía ha hecho más recientemente ha sido contemplar cada vez más la presencia de Íncertidumbre como sí se tratara de una situación de riesgo para salvar la vigencia de la racionalidad, hasta el punto de borrar por entero la distinción bajo la idea de las probabilidades subjetivas. Sin embargo, el mundo no parece estar poblado por tan finos estadísticos, y la cuestión entonces es cómo se las arregla la gente para decidir, ya que de hecho decide, en situaciones de incertidumbre, es decir, en situaciones en las cuales no se puede aplicar un cálculo racional, lo cual no significa que haya que ser irracional o que se pueda dejar de actuar; o sea: «¿qué hacemos cuando no sabemos qué es lo mejor que podemos ha. cer?» 14 La respuesta de Beckert es que, entonces, los agentes que quieren ser racionales (intendedly rationafJ «no aumentan sus capacidades 9
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Bentham, 1789: 1, §l. Dyke, 1981: 3L Stigler, 1952: 57. Alcruan y Allen, 1969: 40. Bentham, 1776: Prefacio, §2.
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, satisfactorio (satis/izing)9 y, sobre todo, propuso limitar el alcance del su-
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11 l2 [1
[4
Simon, 1957: 198.
Ibid: xxiv. Williamson, 1985: 44-47. Lindblom, 1958. Kníght, 1921. Beckert, 1996: 819.
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de cálculo para detenninar las probabilidades con el fin de dominar la incertidumbre. Más bien se apoyan en "mecanismos" sociales que restringen sus posibilidades y crean una rigidez en las respuestas alos cambios en un entorno incíerto.»15 Estos mecanismos pueden ser reglas, normas sociales, convenciones, instituciones, estructuras sociales o relaciones de poder. 16 En otras palabras, la conducta económica sólo es posible en un contexto de incertidumbre porque la economía está inserta en un contexto social que permite minimizarla. El problema de la conducta racional maxÍmÍ2adora (u optimizadora, o satisfactoria) no sería tal si fuese simplemente presentada como un supuesto axiomático arbitrario, aunque más o menos razonable y sensato, sobre e! que se propone construir una teoria formal que luego servirá para interpretar, explicar o predecir la realidad en la medida y sólo en la medida en que tales supuestos correspondan a ella. Esto y no más es lo que quiso hacer e! inventor de! homoceconomicus,]. S. Mill,paraquien e! impulso de maximizar la riqueza, sopesado por la aversión al trabajo y el deseo de goce, es simplemente una abstracción que permite una aproximación a la conducta real «si, dentro de las áreas en cuestión, no fuese impedido por ninguna otra motivación.»17«En definitiva», como señala Blaug, «Mili opera con una teoría del "hombre ficticio". Además, subraya también e! hecho de que la esfera económica es tan sólo una parte del área total de la conducta humana.»18 Sin embargo, este hombre ficticio ha sido el único mnsiderado o, peor aún, ha sido considerado el único, vale decir el hombre real, por la corriente principal de la economía, ya desde Senior, pasando por Marshall, hasta llegara los actuales neoclásicos. En palabras de Becker: «De hecho, he llegado a la conclusión de que e! enfoque económico es un enfoque comprehensivo que resulta aplicable a toda conducta humana.»19 Pero media un abismo entre admitir que algún tipo de concepción de la acción como racional y maximizadora es necesario para levantar sobre ella la economía política (hoy sería más correcto -y entonces también lo habría sido- decir: el análisis económico, entendiendo éste como sólo una parte de la teoría económica), o incluso propiciar su empleo con fines heurísticos en la sociología como lo hiciera, por ejemplo, Coleman,2° y suponer que «pue-
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Loe. cit. Heiner, 1983. Mili, 1836: 323. Blaug, 1980: 82. Becker, 1976: 112. Coleman.1990: 13-14, 18-19.
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de considerarse que toda conducta humana envuelve a participantes que maximizan su utilidad a partir de un conjunto estable de preferencias y acumulan una cantidad óptima de información y otrosinsumos en • diversos mercados.»21 En la perspectiva sociológica, la acción humana presenta un regffitro más amplio. Es verdad, no obstante, que desde ella se puede incurrirfá· cilmente en el vicio inverso: en vez de un actor infrasocialízado, uno hipersocializado. En la teoría sociológica tampoco faltan hoy los intentos de «encontrar una función que lleve de un conjunto de preferencias individuales a un orden de preferencias social»,zz pero pueden ser incluso bienvenidos como contrapunto a una concepción hípersocializada de la acción que discurre por la doble vía que va deDurkheimaParsons y Dahrendorfp unidos en este aspecto, 24 o que parte de Hegel, pasa (atemperándose ocasionalmente) por Marx y llega hasta el Triiger del estructuralismo marxísta. 25 Durkheim, etc., representan lo que Sorokin llamó la tradición sociologista,26 en la quela norma social es vista como el punto de partida unilateral y la teoría se dedica fundamentalmente a explicar de qué manera se produce el hecho de que los individuos se plieguen a ella. Para Marx yel marxismo, los seres humanos son parte de grupos cuya posición les asigna unos u otros intereses yel problema esencial es el de cómo llegan a tomar conciencia de ellos, por lo que la elección individual es en sí un problema irre!evante;¡7 No hay dificultad, pues, en encontraren el seno miSffiode la sociología ni el trasunto de la teoría de la acción dominante en la teoría econóffiÍcani su opuesto: una vez más, los errores van por parejas, {?omo la Benemérita. «Mientras que la teoría de la elección maonal toma los intereses individuales como dados e intenta dar cuenta de! funcionamiento de los sistemas sociales, la teoría nonnativa toma las normas sociales como da~ das e intenta dar cuenta de la conducta individual.»28 La disyuntiva es vieja como el pensamiento social mismo: ¿qué es anterior, el individuo o la sociedad? Es inevitable que este problema nos recuerde otro más viejo: ¿e! huevo o la gallina? La diferencia reside en que la evolución de la 21
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Becker,1976: 119. Elstery Hylland, 1986b: 2. Me refiero a Dahrendorf, 1958. Sobre la variante funcionalista, véase Wrong, 1961. Sobre la marxista, Thompson, 1978. Sorokin,I928. Bowles y Gintis, 1986: 146. Coleman, 1990: 241-42.
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sociedad es mucho más rápida que la del plumífero, de manera que, si bien un huevo de una generación se parece al de cualquier otra anterior como solamente podría hacerlo un huevo a otro huevo, un individuo es . sencillamente imposible de concebir fuera de su contexto social e histó~ rico. «La comunidad», escribió Bentham, «es un cuerpo ficticio.>l9 Pero lo que puede aceptarse como una forma de negar que existan unos inte~ reses sociales al margen de los intereses de quienes la forman, es sencilla~ mente inaceptable si lo que se pretende es que la sociedad sólo es la suma de los individuos, el interés social la suma de los intereses individuales, la racionalidad social la suma de las racionalidades individuales; etc. La racionalidad individual que la teoría económica presupone es un producto histórico, porque sus dos componentes son históricos: primero, el individuo, que tiene que desgajarse vital y moralmente de la comunidad inmediata (la tribu, la familia .. .) para llegar a considerarse a sí mis· mo como la medida de todas las cosas; segundo, la razón instrumental, que tiene que despojarse de elementos mágicos, religiosos,morales, ri~ tuales y consuetudinarios para llegar a actuar en función de un cálculo; de paso, la economía, que debe configurarse como una esfera relativa-; mente independiente y acotada del resto de la sociedad, precisamente para que en ella sea posible la racionalidad del cálculo económico. La sociología no niega la racionalidad instrumental, pero tampoco la da por sentada. No la contempla como una condición que puede darse por supuesta sino como algo de existencia contingente, a demostrar. Puede comprenderse también el atractivo de las teorías de la elec-. ción racional para el análisis de la realidad social como reacción, no ya contra el estructuralismo y la hipersocialización, sino contra la casuística errática de la conducta en la que parecen complacerse, a veces, la etno·· metodología y otros enfoques asociados. Frente al pleno desorden de la ITÚríada de las motivaciones individuales o la infinidad de las combinaciones sociales, la parsimoniosa idea de que, en el fondo, todos quieren lo mismo ---<:otno advertían antes, prudentemente, las madres a las hijas:, aunque fuera por otro motivo--, despeja el horizonte y seduce con la promesa de grandes frutos para el trabajo deductivo. Sin embargo, los buenos deseos no pueden sustituir a la realidad, por mucha que sea la intensidad con la que se sientan. Y, cuando no se vive la autocomplacencia tranquila del economista ni la angustia plagada de urgencias del sociólogo, es difícil llegar a pensar seriamente que la conducta humana, incluida la conducta económica, esté regular y globalmente dictada por el
La diversidad de la acción económica
cálculo racional. En palabras de Lovejoy, la razón del hombre tiene, «como mucho, una influencia secundaria y muy pequeña sobre su conduct~ y los sentimientos y deseos irracionales o no racionales son las verdaderas causas eficientes de todas o casi todas sus acciones.»30 • Existe también la posibilidad de una perspectiva más plural y di"t>ersificada que, sin negar la pertinencia del modelo racionalista y maximizador de la teoría econÓITÚca en ciertos ámbitos y de forma limitada, ni, sobre todo, su~ virtudes heurísticas, considere también la de otros tipos de conducta. Este es el caso, sin ir más lejos, de la tipología de la acción de Weber: «La acción social, como toda acción, puede ser: 1) racional con arreglo a fines: determinada por expectativas en el comportamiento tanto de objetos del mundo exterior como de otros hombres, y utilizando esas expectativas como" condiciones" o "medios" para el logro de fi~ nes propios racionalmente sopesados y perseguidos; 2} racional con arreglo a valores: determinada por la creencia consciente en el valor --ético, estético, religioso o de cualquier otra forma como se le interprete- propio y absoluto de una determinada conducta, sin relación alguna con el resultado, o sea puramente en méritos de ese valor; 3) afectiva, especialmente emotiva, determinada por afectos y estados sentimentales actuales, y 4) tradicional:detetrrúnada por una costumbre arraigada.»}) Nótese que ni siquiera la acción del primer tipo ha de ser propiamente maximizadora,sino simplemente utilizar los medios de la mejor manera posible para obtener los fines; la maximización, por supuesto, entra dentro de las posibles acciones racionales con arreglo a fines (en contrapartida, también es posible considerar la acción racional con arreglo a valores como parte de la racionalidad económica si se define ésta como mera «congruencia entre opciones y preferencias».)32 Las demás formas de acción, simplemente, quedan fuera del esquema de la "racionalidad económica": o bien son racionales pero no "económicas" -no maximizadoras-, como la acción racional con arreglo a valores (con la cautela planteada, que permitiría una especie de maximización de la congruencia con los valores o de satisfacción o utilidad obtenidas de la aplicación de éstos), o bien, conduzcan o noa un resultado maximizador -y probablemente no lo harán~, no son racionales en el sentido que la teoría económica otorga a este adjetivo, como sucede con las acciones tradicional y afectiva. lO
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Bentham, 1789: 1, §4.
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Lovejoy, 1961: 64. Weber, 1922: I, 20. Boudon y Bourricaud, 1982: 196.
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Es manifiesto que existen conductas económicas que en nada se ajustan, ni mucho ni poco, a los cánones de racionalidad. La antropología, que no en vano ha sido siempre más hostil que la sociología a las teorías de la elección racional, nos ha proporcionado abundantes ejemplos como el anillo kula, el potlatcho el culto cargo. Pero no es preciso acudir a las sociedades primitivas, pues también los encontramos en la nuestra. Se aducen con frecuencia, por ejemplo, la escasa disposición a contratar seguros, la solicitud injustificada de crédito a altos tipos de interés, las compras consuetudinarias o compulsivas, etc., una temática en la que abundan la economía, la sociología y la psicología del consumo. 33 Quizá la contribución más importante de Veblen a la sociología y a la economía haya sido la de señalar que el consumo, es decir, las preferenCÚJs de los consumidores, no pueden considerarse dadas en una visión dinámíca ni sujetas a una lógica instrumental, sino que son enormemente variables y tienen un elevado componente expresivo,34 idea remachada después por Parsons y Smelser. 35 Tampoco podrían explicarse fácilmente en términos de racionalidad utilitaria los comportamientos propios de lo que se ha denominado la cultura de la pobreza, fundamentalmente imprevisores desde tal perspectiva.J6 Por otra parte, hay razones más que abundantes para subrayar el papel de la moral en la economía. Numerosos actos como las limosnas, las donaciones, los regalos, la participación ciudadana, etc., no podrían comprenderse sin conceder carta de naturaleza al altruismo. Lo más im· portante, sin embargo, es el grado de moralidad que requiere la misma conducta "económicamente racional". Para empezar, no hay nada en el cálculo racional de la utilidad queímpida el uso de la fuerza y el fraude, incluso si están legal y moralmente condenados, cuando las recompensas son lo bastante altas yel riesgo lo bastante bajo. Hobbes ya fue consciente de que el interés egoísta podia conducir directamente ahí. Para decirlo en términos económicos convencionales, la honestidad y la confianza, que son fenómenos estrictamente morales, son esenciales para contener los costes de transacción. J7 Por un lado, ciertamente, los vínculos morales que unena una comunidad obstaculizan el desarrollo de re, laciones económícas impersonales, tales como el intercambio mercantil o el trabajo asalariado. Así como el mercado «reduce la necesidad de Véase Katona, 1975. Veblen, 1899. " Parsons y Smelser, 1956. JI, Véase Leacock, 1971. >7 Arrow, 1974: 23.
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compasión, patriotismo, amor fraterno y solidaridad cultur~,38 así las instituciones de carácter comunitario (sobre todo las pequeñas: familia, comunidad local, minoría étnica, pero también, en otra forma, las grandes, como el Estado del bienestar) resisten a la lógica del mercado. Por otro lado, sin embargo, la ausencia de la comunidad y la moral comunitaria como fondo toma inviables o extremadamente azarosas y costosas las transacciones mercantiles, como lo muestran el elevado grado de desconfianza que suele acompañar a las transacciones interétnicas o el carácter casi prebélico que alcanza a veces el trueque entre comunidades primitivas. La máxima viabilidad del mercado se produce, probablemente, en una situación intermedia, con una moralidad lo bastante presente para conjurar el fraude y la fuerza y suscitar la confianza, engrasando así el mecanismo, y lo bastante ausente para no atascarlo con escrúpulos de justicia. Lo que puede considerarse el término medio entre la plena independencia de los individuos yla sociedad comunal,39 o un sistema de solidaridad débil. 4D Dore, por ejemplo, ha argumentado la importancia del goodwill, entendido como «los sentimientos de amistad y la sensación de obligación personal difusa que se forman entre los individuos embargados en un intercambio económico contractual recurrente.»41 A pesar de la tendencia a olvidarlo de la economía neoclásica, este problema estuvo muy presente en la obra y las preocupaciones de los economistas clásicos. Junto a su aprecio poda eficiencia del mercado, «vieron con toda claridad que sólo podría operar dentro de un marco de restricciones. Tales restricciones eran en parte legales y en parte religiosas, morales y convencionales, y su finalidad era asegurM la coincidencia del interés propio yel de la comunidad.»42 Ejemplo de ello fue el mismo Adaro Smith, parte del grupo de los moralistas escoceses, cuya obra económica se prolonga y se contradice a la vez con sus reflexiones morales (la relación entre La riqueza de las naciones y Teoría de los sentimientos morales ha dado lugar, precisamente, a lo que se llama el proble-
maSmith). Finalmente, intentar dar cuenta cumplida de la conducta individual sin tener en cuenta el grupo, la institución, la cultura, es sencillamente impensable. Incluso dentro de las coordenadas de la acción "racional", la información que podemos recoger, lo que de ella consideramos rele-
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Schulze, 1977: 18. Etzioni, 1988: 213. Lindenberg, 1988. Dore, 1983: 460. O'Brien, 1975: 272.
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vante, el modo en que la interpretamos, etc., están fuertemente mediados por el entorno próximo. Decisiones aparentemente no racionales desde el punto de vista individual pueden serlo desde la perspectiva de la solidaridad del grupo (la restricción de cuotas, por ejemplo),43 de la subcultura de la clase obrera (la decisión de abandonar la escuela, pongamos por caso )44 o de la tradición cultural de los gremios artesanales (el rechazo del trabajo asalariado como indigno en particular por estar sujeto a supervisión)45. Al cálculo racional de los individuos presuntamente utilitaristas, aislados, egoístas y maximizadores puede superponerse, e incluso imponerse, lo que Thompson llamó certeramente, en una provocativa contradictio in terminis, la economía moral de los grupos o comunidades. 46 El supuesto de la racionalidad instrumental de la acción es, en cierto modo, necesarío para el funcionamiento de las instituciones fundadas en la libertad. Tanto el mercado centrado en la elección individual como el sistema político democrático representativo fundado en el sufragio se basan en la presunción de que a ellos acuden individuos plenamente conscientes, capaces de actuar por sí mismos y de afrontar las consecuencias de su acción. Sabemos sobradamente que ni los consumidores ni los electores están siempre tan magnífica y exquisitamente informados, pero, al igual que la ignorancia de la ley no excusa su incumplimiento, tampoco la conciencia de la ignomncia, o de los límites de la racionalidad, excusa del escrupuloso respeto de los derechos económicos y políticos individuales ni exime de la responsabilidad individual íntegra por sus consecuencias. Sin embargo, lo que resulta una útil abstracción práctica puede convertirse en una muy perjudiciallímitación teórica. Hay dos aspectos, al menos, de la acción que deben considerarse junto a su vertiente instrumental: el expresivo y el constitutivo. El primero concierne a sus motivos; el segundo, a sus efectos. Ante toda acción económica hay que preguntarse si, aparte de su finalidad instrumental, contiene además una finalidad expresiva. Esto es un lugar común ante las acciones que forman parte de la etapa final del ciclo económico: las acciones de consumo. Está ya fuera de discusión que, en el consumo; no sólo buscamos satisfacer ciertas necesidadesmateriales de sustento, cobijo, abrigo, etc., sino también, incluso hasta el punto de desdibujar aquéllas, cuidar, crear, alimentar y transmitir una 4J
Roy, 1954.
Willis, 1978. 4' Thompson, 1963; Montgomery, 1979. "" Thompson, 1971. 44
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imagen de nosotros mismos. La cuestión es que este interr~gante debe extenderse a las acciones propias de las esferas del intercambio y la producción. Desde los orígenes de la sociedad han existido oficios de mayor o menor prestigio, incluidos oficios estigmatizados ---como lo~ herreros en numerosas culturas agrarias---, y hasta el día de hoy el trAbajo es una seña de identidad, lo que TouraÍlle llama «una mezcla de hacer y ser». De ahí que el desempleo prolongado, la jubilación anticipada o la misma jubilación ordinaria puedan vivirse-como una crisis en laque se pierde el principal elemento expresivo de la propia identídad. 47 Y otro tanto puede decirse, aunque en todo caso sean, por su propia naturaleza, más efímeros, de los actos de intercambio, no menos preñados de elementos expresivos: la honestidad en el crédito, la puntualidad en la entrega, la magnanimidad o el desprendimiento en el pago, el buen gusto en la elección, la habilidad en el regateo o la despreocupación frente al precio, etc, elementos todos ellos que, por supuesto, pueden regir de forma distinta para diferentes culturas, medios, situaciones o personas. «(L]os individuos son reconocidos (ante sus propios ojos y ante los ojos de los demás) por sus actos. La personalidad [self] como personalidad social [social self] está constantemente necesitada de definición, de validación, y de reconocimiento a través de la acción. Así como los objetos son conocidos por sus propiedades, así la personalidad de cada cual es conocida por su conducta.»48 La idea, después de todo, es bastante vieja y popular y, por ello mismo, de efecto reflexivo: Por sus obras los conoceréis. El aspecto constitutivo de la acción reside simplemente en que, al actuar, aprendemos. La estricta dicotomia entre individuos libres, plenamente competentes, e individuos dependientes, eventualmente capaces de aprendizaje, heredada del pensamiento liberal, tiene el doble efecto de negar la libertad de los dependientes e ignorar la vulnerabilidad y el aprendizaje de los independientes. 49 En el extremo opuesto, el despotismo ilustrado vio la vida misma como un largo proceso de aprendizaje. Según Helvetius, «el curso de mi vida no es, en propiedad, otra cosa que una educación prolongada.»50 Marx intentó encontrar la síntesis entre estas dos visiones unilaterales en la praxis como práctica transformadora, fuese de la naturaleza (trabajo) o de la sociedad (revo47 48 49
50
Enguita, 1989b; Escobar, 1988; Guillemard, 1972. Bowles y Gintís, 1986: 150-51 Ibid.: 121-51; Enguíta, 1988. Helvetíus, 1772: Vil, 23.
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lución): la «coincidencia del cambio de las circunstancias con el de la actividad humana o cambio de los hombres mismos» de la tercera tesis sobre Feuerbach. 5 ¡ Al margen de cualquier otra consideración, Marx percibió con claridad y acierto el carácter constituyente y formativo del trabajo no sólo para la especie en general sino para el individuo en particular, y de ahí su insistente énfasis sobre los efectos de la división del trabajo, el extrañamiento, la subordinación a la maquinaria, etc., lo que la sociología moderna del trabajo ha recuperado, reelaborándolo, bajo el amplio epígrafe de la alienación. La sociología y la psicología social modernas han atendido al aspecto constitutivo de la acción, y en particular de la acción económica por excelencia, el trabajo, al estudiar la influencia de sus relaciones, procesos y condiciones en la conformación de la personalidad y la proyección de la imagen de sí propiciada en él sobre otras esferas en principio no vinculadas, tales como la educación de los hijos o el empleo del tiempo libre. 52
)1 Marx, 1845: 666. " Véanse Kohn, 1969; Bourdieu, 1979.
LA ECONOMÍA NO MONETARIA
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Una de las mayores limitaciones de la economía, y tras ella, aunque siempre en medida algo menor, de la sociología de la realidad económica, sobre todo cuando no es percibida o reconocida, ha sido, es y será la elisión de la economía no monetaria. No puede haber objeción alguna a que la economía no monetaria y la economía monetaria se consideren por separado, o a que se desarrolle para el análisis de ésta un instrumental técnico, basado en la existencia de un numerario común y real-el dinero-, de imposible, limitada o condicional aplicación a aquélla. El problema surge cuando esta limitación en el método se traduce en una limitación en el objeto y se incurre en lo que Polanyi llamaba la falacia economicista, «la identificación artificial de la economía con su forma mercantil».l Hay tres grandes apartados o tipos de economía no monetaria o de difícil cómputo monetario. El primero, más obvio y de mayor importancia es la producción doméstica. Entiendo por tal el trabajo que realizan para sí los miembros de un hogar, y entiendo por hogar un grupo de personas que ponen sus recursos en común para la satisfacción de sus necesidades. Puede ser y será típicamente una familia, probablemente corresidente, pero puede adoptar otras fórmulas en las que no entren el parentesco (por ejemplo, un grupo de estudiantes que comparte globalmente vivienda y recursos, si es el caso, o una comuna hippy) o la residencia (por ejemplo, una familia cuyos hijos todavía no independientes estudian en otro lugar). Puede comprimirse hasta reducirse a un individuo o puede ampliarse para incluir las importantes transferencias de trabajo y otros recursos que se dan entre hogares de un mismo tronco familiar, sobre todo en el periodo de desgajamiento y formación de un hogar nuevo (ayuda de los padres a los hijos, por lo general, o de las madres a las hijas y nueras, para ser más fieles a la realidad). Aunque por los hogares se mueven trabajo, rentas y patrimonio, el elemento que suele quedar enteramente oculto es el trabajo, ya que los otros proceden de i
Polanyí, 1957b: 270.
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las relaciones económicas extradomésticas, ambos, y desemboca de nuevo en las mismas uno de ellos, el dinero. El segundo apartado importante está constituido por lo que podemos denominar economia comunitaria. Entiendo por tallas donaciones, la asistencia más o menos recíproca y el trabajo voluntario no retribuido, y llamo a todo ello "comunitario", a falta de un término mejor, por cuanto se dirige generalmente hacia otros miembros de la comunidad inmediata (amigos, vecinos, personas ocasionalmente próximas, cousuarios de ciertos servicios) o hacia grupos de la comunidad global pero eludiendo las vías de su distribución sistemática, es decir, el Estad o el mercado. Las donaciones corresponden a daciones o cesiones d bienes o servicios por las cuales no se espera una correspondencia siquiera aproximada o, al menos, esa actitud no va más allá de la expectativa vaga de que el otro adopte una actitud genérica similar: regalos rituales y ocasionales, limosnas, aportaciones a fines diversos, ayudas ocasionales, etc. Como asistencia recíproca designo la prestación de servicios o la dación o cesión de bienes sin contrapartida inmediata, pero de modo que se espera una actitud correspondiente en una situación simétrica y un equilibrio general a medio o largo plazo entre las partes; como sucede, por ejemplo, con entregas ocasionales de elementos de escaso valor económico y, a diferencia de los regalos, sin ninguna función simbólica (vecinos que se piden pan, azúcar, el periódico, etc.), con el préstamo para su uso temporal de bienes de mayor valor (un automóvil, una casa, un ordenador... ) o con la prestación de servicios ocasionales (cuidado de unos niños, pasar un texto a máquina, arreglar un enchufe ... ). Finalmente, por trabajo voluntario (y no retribuido, pues, al fin y al cabo, en la sociedad capitalista casi todo trabajo es voluntario) entiendo el que se realiza sin pretensiones de reciprocidad para un grupo del que se coparticipa (por ejemplo, para una asociación de padres de alumnos o para una comunidad de vecinos, sin turno ni remuneración) o para otros grupos de la comunidad (para una parroquia o una organización no gubernamental, pongamos por caso). El tercer apartado está constituido por los trabajos y las transferencias públicos. Los trabajos públicos son ya residuales en las sociedades modernas, pero han tenido gran importancia en el pasado y subsisten todavía bajo formas como el servicio militar, las prestaciones sustitutorias o el no tan lejano servicio social: no son remunerados o lo son sólo simbólicamente para quienes los realizan y suponen algún bien o servicio, aunque sea de carácter público (como la defensa nacional), para el conjunto de la comunidad o para grupos o individuos precisos en ella.
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Pero hay otro subapartado, las transferencias públicas, que no es necesariamente no monetario (pueden ser monetarias o en especie) pero tampoco encaja en el modelo de equiv~encia propio.de la comprav~ta de bienes y servicios y fuerza de trabaJO. En cualqUlera de estos caso~, cuando se compra un bien o servicio en el mercado o cuando se trabaja regularmente para cualquier tipo de empresa, tien~ lug~r ~a transacción bidireccional. Sin embargo, con las transferenCIas publicas se rompe esta bidireccionalidad, al menos de modo i?mediato. A lo ~argo de una vida, cada individuo realiza ciertas aportaaones al E~tado (lffipuestoS y, en su caso, prestaciones) y recibe ciertas transferenCIas (sobre todo servicios como la educación o el orden público, o bienes públicos, como las 'carreteras, pero también rentas, como las pensiones no contributivas' y, en ciertas circunstancias, bienes divisibles, como en otro tiempo la leche en las escuelas o, en caso de catástrofe, alimentos y otros productos básicos). Al final de una vida o en un periodo dado se pued~ hacer para cada individuo el balance de lo que ha dado y lo qu~ ~a ~ea~ bido, pero las prestaciones (y las exacciones) no buscan el ~~uilibno Ol la equivalencia para el individuo (aunque tengan que equilibrarse globalmente), sino que responden a situaciones tipificadas, lo que hace que puedan arrojar cualquier balance. Todo lo que se diga sobre la relevancia global de la economía no monetaria es poco. El apartado menos voluminoso seguramente es el d~ la economía comunitaria, pero aun éste resulta relevante al menos en aertos ámbitos como el apoyo mutuo entre amas de casa, las actividades asociativas o el trabajo para entidades de solidaridad. En general, es probable que represente poco, en relación con el conjunto de su actividad económica, para los que dan, pero puede llegar a representar mucho para algunos de los que reciben, de m~o que la estim~~ón de su relevancia global en la sociedad, sin duda baja en comparaClon con los otros apartados no monetarios y con la economía moneta.?a, no debe ocultar su especial importancia para algunos grupospequenos. La magnitud de las transferencias públicas puede estimarse por el montante del presupuesto público, que en cualquier país se sitúa fácilmente e~tre. un tercio y la mitad del producto interior bruto, si bien una proporCión lffiportante de las transferencias públicas no va directamente a las personas sino a las empresas, y sólo después, a través ya de la economía m~ne_ta ria, a las personas. A pesar de que buena parte del presupuesto P??~?o se destina a la retribución de los empleados públicos o a la adqUlslclon de bienes y servicios para las administraciones, hay que suponer que unos y otras producen algo real, aunque pueda ser tan inasible como la
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paz social y no figure en la partida de la renta de las familias. Pero el ca~ pítulo más importante es, con mucho, el de la economía doméstica, más exactamente el del trabajo doméstico. Es difícil computar éste de cualquier manera, sea en horas o en precios sombra, pero se ha estimado que, para un país como España, el trabajo doméstico puede suponer más de la mitad de las horas anuales trabajadas2 y su adición al producto interior bruto significaría un aumento de éste de entre dos y cuatro tercios. 3 No es nuestro propósito aquí discutir cada una de las variantes y subvariantes de la economía no monetaria, sino tan sólo señalar de forma convincente 10 erróneo y arriesgado de su exclusión y la necesidad de su inclusión en el análisis económico y, sobre todo, sociológico de la realidad económica. Nos centraremos, pues, por ser suficiente para este fin y en aras de la brevedad, en el trabajo doméstico. Salta a la vista, ante todo, la forma sistemática en que ha sido y es ignorado por la economía y, a su zaga, aunque eninenor grado, por la sociología de la realidad económica. Un buen indicador de esto se encuentra en los conceptos más elementales con que se aborda la realidad macroeconómica: aSÍ, la actividad o actividad económica es siempre y exclusivamente la extradoméstica, y la población activa o económicamente activa es sólo aquella que realiza una actividad económica extradoméstica;el trabajo y la ocupación son, en correspondencia, los que tienen lugar en los empleos extradomésticos y remunerados; el producto, sea interior o nacional; bruto o neto; es el producto que se compra o vende, o que es resultado del trabajo extradoméstico, en ningún caso el producto del trabajo doméstico; la contabilidad nacional (o internacional, para el caso), no incluye el menor vestigio ddas actividades domésticas. 4 No cabe objetar a la necesidad de distinguir entre formas de trabajo o actividad, o de aplicar diferentes criterios de cálculo a los bienes y servicios que circulan por un sistema de precios real y a los que sólo pueden ser objeto de asignación ficticia, condiciónal o hipotética y que, en todo caso, no podrían ser acumulados y mezclados sin más, pero una cosa es distinguir y otra, obviamente,ignorar. Este desdén androcéntrico hacia lo doméstico no se ma" nifíesta sólo en el análisis inmediato y técnicamente más desarrollado y condicionado de la realidad económica, sino también en conceptualiza c ciones nada atadas a un aparato técnico. ASÍ, por ejemplo, cuando 2 J 4
Enguíta, 1989a: 88. Durán, 1997b: 134. Waring, 1988.
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caracterizamos formaciones o sistemas sociales como capitalistas, socialistas, feudales, etc. Cualquier sociedad anterior a la industrial ha consístido, en realidad, en un océano más o menos estable de unidades económicas de subsistencia (es decir, domésticas y virtualmente auto~u ficientes) sobre el cual se divisaba una agitada superficie de señores feu· dales, funcionarios imperiales, jefes guerreros, ciudades aisladas, mercaderes desperdigados, etc.,5 e incluso la sociedad industrial, fuera capitalista o socialista, ha sido en todo momento también, y en mayor medida; una sociedad de unidades domésticas. Lo propio sería designarlas, pues, como sociedades doméstico-feudal, doméstico-despótica, doméstico-burocrática, doméstico-capitalista, ete., y si bien puede comprenderse el uso para su designación de sólo aquella característica que las distingue entre sí, hay que evitar, en cambio, el error de suponer que quedan suficientemente caracterizadas por esa di/ferentia specifica. La teoría,en fin, alcanza con sus conceptos a aquellos que forman parte de su objeto, y el carácter presuntamente no económico de las actividades domésticas es asumido de forma consciente o inconsciente incluso por sus principales protagonistas, las amas de casa, que, cuando son entrevistadas al respecto, se refieren reiteradamente a su trabajo no como tal trabajo, sino como faena, tarea, algo que hay que hacer, una obligación, ete., reservando el concepto de trabajo para el trabajo extradoméstico y remunerado!' Un indicio de cuán por debajo de lasdrcunstancias han estado la sociología y otras ciencias sociales a la hora de analizar el trabajo doméstico es el cúmulo de simplificaciones con que todavía se aborda, contra cualquier evidencia empírica: producción inmaterial, trabajo productor de sólo servidos, identificado con el espacio interno del hogar, improductivo, no cualificado, de bajo nivel tecnológico, tradicional, parte del proceso de reproducción, realizado sólo por mujeres, etc. No es Ínmatec rial, pues produce bienes y servicios tan perfectamente materiales como la economía doméstica. No produce solamente servicios, sino también bienes elaborados a partÍr de :otros bienes, y si cada vez está en proporción más dedicado a la producción de servicios no hace con ello sino lo mismo que la producción extradoméstica, post-industrialízarse. No discurre enteramente dentro del hogar, y menos todavía si se incluye el trabajo doméstico realizado por los varones. No es un trabajo en .general improductivo, aunque no produzca directamente plusvalor para un ca5 6
A este respecto, véase Wallerstein, 1974, 1980. Enguíta, 1988: 163-64.
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pitalista '--Como tampoco lo hace el trabajo en el sector público-, ni excedente para un empleador -tampoco el trabajo por cuenta propia-, ni tan siquiera valor de cambio -como corresponde a su naturaleza de trabajo doméstico-, y, en términos físicos, es tan productivo como muchos trabajos remunerados. Es un trabajo cualificado, al menos en algunas de sus tareas, por encima de diversos trabajos extradomésticos. No es necesariamente un trabajo de bajo nivel tecnológíco, como lo muestra un rápido vistazo a cualquier hogar moderno medianamente equípado. No es ni más ni menos tradicional que una buena parte de los trabajos extradomésticos, tal vez menos que la mayoría deJos trabajos agrarios. No es parte del proceso de reproducción en mayor medida que, por ejemplo, el trabajo en el sector público. Finalmente; no es un trabajo desempeñado de modo exclusivo, aunque sí mayoritario, por mujeres, ni es el único que las mujeres realizan. Todas estas dicotomías tienen un hilo común: situar el trabajo extradoméstico y, con él, a los hombres en la partt de la economía y la sociedad que merece ser estudiada y, a la inversa; el trabajo doméstíco y, con él, a las mujeres, en la sombra de lo no económico, lo natural, etc.: lo que podría decirse el
tono menor de lo cotidiano.! No hay ningún problema de interés sociológico en el trabajo extradoméstico, sea por cuenta propia o ajena, que no encuentre su correspondiente en el trabajo doméstico. Presenta distintos grados de satisfacción o insatisfacción, puede ser un foco de alienación (en el sentido de la sociología norteamericana), se compone de tareas con distinto nivelde cualificación sustantiva, da lugar a unas u otras condiciones de trabajo, ete., y si estos aspectos no son normalmente objeto de estudio es porque la disposición a cooperar del trabajador doméstico, básicamente la mujer ama de casa o en funciones de ama de casa, se da por descontada, y porque los problemas de eficiencia, insatisfacción, accidentes, ete., no afectan en principio a fuerzas sociales, grupos o individuos poderosos, sino a los atomiZados hogares. Hay, por supuesto, una división deltrabajo, la más antigua del mundo, pero el impulso para analizarla no ha venido de ninguna de las sociologías especiales en las que aquí nos centramos síno de la sociología de la familia y de los estudios sobre la mujer. y, por supuesto, hayo puede haber desigualdad, tánto en las oportunidades de desempeñar o dejar de desempeñar tal o cual tipo de tareas (o tal o cual puesto de trabajo, en particular el de sustentador/a o el de amo/a de casa), lo que significa discriminación, como en las contribucio-
La economía no monetaria
nes en trabajo, la apropiación del producto o las transaccion~ acumuladas en bienes y servícios, lo que significa explotación. Pero sin duda el efecto más negativo que para la interpretación y explicación de las·relaciones económicas tiene la elisión de laesferaodoméstica es que las relaciones, los procesos, las acciones y decisiones en ésta obedecen a una lógica social intrínseca distinta de Jadel mercado, y al ignorar esta otra lógíca no sólo nos íncapacitamos para comprender lo que sucede en su esfera de vigencia, sino para comprender lo que sucede en general, o al menos para comprenderlo hasta donde podríamos y deberíamos llegar a hacerlo, ya que el individuo no elabora susestrategias ni adopta sus decisiones económicas, en particular las más importantes, utilizando una lógíca por la mañana y otra por la tarde, una fuera de casa y otra .dentro, sino teniendo en cuenta en todo momento tanto una como otta, ponderadas de distinta forma según el contexto inmediato pero ponderadas siempre ambas en virtud del contexto global. Fue Chayanov quien indicó certeramente que, en la economía doméstica, «el grado de autoexplotación de la fuerza de trabajo se establece por la relación entre la medida de la satisfacción de las necesidades y la del peso del trabajo»,8 es decir, que -para una composición dada de la fuerza de trabajo (brazos disponibles)- se busca lograr un equilibrio entre esfuerzo y bienestar, un balance trabajo-consumo. Y el problema teórico al que intentaba responder no era el de explicar las eonductas especificas de una esfera doméstica diferenciada y aislada dentro de la realidad económica, sino los comportamientos en la íntersección entre esta esfera doméstica y la esfera no doméstica, en su caso ya mercantil y capitalista yJuego burocrática; Concretamente, hechos como que la subida del precio del pan, en lugar de provocar una subida de los salarios, como preveía la teoría económica convencional, trajera consigo un descenso, exactamente el efecto contrario. La respuesta era relativamente sencilla: la subida del precio del pan se debía al fracaso de la cosecha; que impedía a los campesinos ganar lo suficiente como empresarios de sí mismos y los forzaba a acudir al mercado de trabajo como asalariados, causando una caída de los salarios. Un caso más extremo y bien conocido de la sociología del desarrollo y la modernización es el del llamado target worker -trabajador temporal-o, más técnicamente, el problema del desarrollo económico con una oferta ilimitada de trabajo:9 en sociedades y áreas geográficas donde la producción capitalista (o, si se da R
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Durán, 1987b: 139.
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Chayanov, 1924: 84. Lewís,1954.
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el caso, cualquier otra forma de trabajo asalariado) coexiste con la producción de subsistencia, y ésta tiene una entidad suficiente, una subida de los salarios tiene como efecto unareducCÍón de la oferta de fuerza de trabajo (o demanda de empleo), y viceversa. !O El homo ceconomicus de la teoría convencional tendriá que actuar al contmrio, vender más de su fuerza de trabajo cuanto mayor sea el precio que puede obtener por ella, pero el hombre real, y no menos racional, que vive en la intersección entre el trabajo doméstico y el trabajo por cuenta ajena, sale de la economía de subsistencia con un objetivo limitado y,. cuanto antes lo alcanza, antes retorna a ella. Una lógica similar, pero aplicada al trabajo doméstico familiar en el contexto de una economía plenamente industrializada (o terciarizada, sí fuera el caso), es la que sugiere Gardiner. Frente a algunas discusiones bizantinas de la ortodoxia marxista sobre si el ama de casa produce o no valor, ete., Gardmer propone un sencillo razonamiento: el nivel de subsistencia de los trabajadores y sus familias no equivale, como pretende Marx, a su salario, el precio de su fuerza de trabajo, sino a un conjunto de bienes y servicios que pueden adquirirse en el mercado o producirse en el hogar: cuanto mayor sea el salario, menos habrá que producir en el hogar y viceversa. Por consiguiente, un descenso de los salarios llevará a una mayor autoexplotación del ama de casa, es decir, a una mayor carga doméstica y a un mayor peso del trabajo doméstico dentro del trabajo total de la familia. u Dama la atención, por cierto, que el marxismo, a pesar de su énfasis sobre la primacía de la economía y su critica del carácterrustórico de las categorías de la economía política, haya contribuido tan poderosamente a la exclusión de la esfera doméstica de la definición de la realidad económica, al considerarla, junto con la familia, como una simple superestructura, es decir, como un fenómeno derivado de factores más profundos que se encontrarían en la economía delimitada de la misma fonna en que ladelimita la econoínÍa clásica, como economía monetaria. 12 De manera más general, las unidades familiares son plenamente conscientes de que alcanzar cierto nivel de calidad de vida se consigue en cada caso, como explica Pahl, «a través de una mezcla característica de todas las formas de trabajo que aportan todos los miembros del hogar.»13 En esta mezcla o, como lo llama Mingione, en este complejo deso-
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Véase, por elegir un clásico, Moore, 1965: 36; más en Enguíta, 1990: 77-78. Gardiner, 1973; Enguita, 1993a. Enguíta, 1996b. Pahl, 1984: 402.
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cialización,14 entran toda clase de actividades remuneradas (rentas del trabajo y de la propiedad, laborales y comerciales, formales e informales, legales o ilegales ... ) y, como nos interesa subrayar aqtÚ, no monetarias (bienes y servicios producidos mediante el trabajo doméstíco,'apoyo familiar y comunitario, transferencias y prestaciones procedentes de las administraciones públicas o de organizaciones voluntarias, ete.). Sólo integrando todas y cada una de estas fuentes de recursos podemos aspirar a comprender las estrategias individuales, familiares y grupales ante los mecanismos de obtención de cada uno de ellos, es decir, la realidad económica. Este todo integrado es precisamente la oikonomia, mientras que el objeto típíco de 1.1 teoría económica corresponde más bien a la chrematistica, por recoger una vieja distinción que va de Aristóteles a Hayek. 15
Mingione, 1991: 40. " Hayek, 1988: 64.
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1. EL MERCADO COMO INSTITUCIÓN SOCIAL
Una de las cosas más sorprendentes de la teoría económica .al menos vista desde fuera, es la ausencia de una discusión amplia y ~ concepto claro sobre el mercado. Si en la sociología resulta difícil abrir un libro sin en~~ntrar~e con una colección de definiciones sobre lo que se tercie (la acclon socIal, la estructura, los grupos, las instituciones;.. ), en la teoría económica s~cede exactamente lo contrario, con lo que se supone que es el escenarto por excelencia de la acción económica. Hace dos decenios mostraba el soéiólogo Barber su extrañeza por no haber encontr~do práctic;un.ente r:ingún debate al respecto en la historia del pensa· mIento econorruco, aSI como la de sus colegas cuando se lo comunicaba ~ero pudiera suceder que los sociólogos, tan dados a discutir y rediscu~ Ur una u otra vez los fundamentos de la disciplina, no estuviésemos lla. mados a ser los mejores jueces de las carencias de la teoría económica. 1 Si? embarg~, este vacío ha sido señalado también por diversos econo. mIstas, partlcularmente entre los nuevos institucionalistas como un «hecho peculiar» (North) y «una fuente de incomodidad» (S;igler), y al. gunos han lamentado que <.la discusión sobre el mercado en sí mismo haya de~aparecido por completo» (Coase) o que el concepto se haya convertldo en «una conceptualización empíricamente vacía» (Dem. setz).2 En realidad, dar el mercado por una realidad no problemática (salvo la consabida letanía sobre si los mercados reales se acercan más o m~nos a.ser me~cados perfectos) es la mejor forma de asegurarle legitimIdad: silllplemente está ahí, es como es, no puede ser de otro modo, es ~ au~om~tismo impersonal y, por tanto, no es algo sobre lo que quepa discutIr, S100 sencillamente un escenario que hay que proteger y en el que no hay que interferir. Cuesti?n di,stinta es 51ue este supuesto sea aceptable en general y para la soclOlogla en partIcular. Que la econollÚa neoclásica huye como de la peste de cualquier cosa que suene a poder o conflicto (sea dentro
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del mercado, fuera del mercado o como supuesto del mercado) es algo obvio. Así lo escribió Lerner: «Una transacción económica es un problema político resuelto. La economía se ha ganado el título de reina de las ciencias sociales por haber escogido como terreno el de los próblemas políticos resueltos.>-) Para la sociología, en contrapartida, quedarían los problemas irresueltos, como quería Hicks,4 por no decir los insolubles.El caso es que la sociología industrial, al concentrarse sobre las relaciones sociales en el interior de las organizaciones y dejar de lado las que tienen como escenario el mercado, al problematízar una y otra vez la naturaleza de la organización pero dar por sentada la de! mercado, acept6 esta divisoria entre los problemas políticos y los técnicos, entre la normatividad y la racionalidad, liberando de la prilnera a la economía y, de paso, desproblematízando una institución absolutamente problemática: el mercado. En el proceso de su maduración y desarrollo, verdad es, <4aSociología Industrial va progresivamente dejando de ser sociolo· gía de las sociedades industriales para transformarse en Sociología de las organizaciones industriales, que es algo muy diferente.»? La sociología industrial, ciertamente, pasaba así de las grandes generalidades al terreno intermedio de las instituciones y lasteorias de medio alcance; pero, al mismo tiempo, y podría asegurarse que sin apercibirse de ello; renuncia· ba precisamente a la institución que se considera central en nuestra rea, lidad económica: el mercado. En el argot de la nueva economía institucional, las organizaciones, o jerarquías, surgen para cubrir de la forma menos mala posible los fallos del mercado (externalidades, bienes públicos, oportunismo, racionali· dad límitada, etc.); De este modo, la sociología, al limitarse al estudio de las organizaciones, se confina a sí misma a estudiar ese second best, esa segunda opción, que serían éstas frente al indiscutible one best way, el mercado. Aunque el uso y abuso de la expresión "fallos del mercado" es relativamente nuevo, la idea es ya vieja, y éste ese! tipo de razonamiento implícito en la tan frecuente visi6n residual de la sociología que aparta a ésta de los campos abordados por otras disciplinas más restrictivas en sus supuestos y más formalizadas en su aparato metodológico; razona· miento como el que, entre resignado y despreocupado, presentaba uno de los primeros manuales de sociología industrial: <<La sociología, como ciencia especial, se ocupa de ciertas clases de datos que otras ciencias o Lerner, 1972: 259. Hicks, 1936. , Campo, 1987: ix. l
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Barber,1977:30 Citados por Swedberg, 1994: 257.59.
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ignoran o los consideran como secundarios.»6 Sin embargo, la cosa podría verse precisamente al revés. Donde algunos ven fallos del mercado es posible ver también éxitos organizativos.l Después de todo, primero fueron las com1.l11Ídades (domésticas o politicas} y las organizaciones, y luego los mercados, no al revés. Si exceptuamos los antiguos mercados locales y l?s de comercio a distancia, a ninguno de los cuales era aplicable el conjunto de supuestos sobre competencia, información, racionalidad, etc. propios de la teoría económica, las organizaciones (por ejemplo en la economía hacendaría, en las plantaciones, en la guerra, en la gran construcción o en la artesanía para el comercio estatal) precedieron con mucho a los mercados. Son más bien los fallos de la organización, es decir, su incapacidad para coordinar a gran escala kan los medios de tratamiento de la información disponibles) o, si se prefiere, sus rendimient~s d~~recientes, los que dan lugar a la difusión, generalización y consolida9on del mercado como mecanismo de coordinación de la producción. Ese es, después de todo, incluso el razonamÍentode Hayek: la o~ganización (la planificación, la coordinación consciente), aparrir de clerta escala, fracasa frente al mercado (el conocimiento local);8 argumento que, aun habiendo sido pensado en los .términos de la dicotomía Estado-mercado, podría aplicarse igualmente (aunque cabe suponer también que menos dramáticamente, puesto que la cuestión es el tamañ?), a la disyuntiva organización-mercado (de hecho, el trabajo de Williamson sobre la opción entre jerarquías y mercados se inspira claramente en él)? P?r ~u part~, la tradición dásicade la sociología, o de la sociología econ01ll1ca, tenIa algo o bastante que decir sobre el mercado. No Marx paradójic~mente" a pesar de ser el más radical crítico del capitalismo: pues conslderaba el mercado, al igual o más que los economistas clásiC?S, ~omo escenario de un proceso, la circulación de mercancías, que en terrnmos de valor no era sino un intercambio de equivalentes y, en todo caso, un epifenÓlllenopoco digno de ser estudiado en sí mismo. «La circ.~ación, que ~e presenta como lo inmediatamente existente en la superfiCIe de la sOCledad burguesa, [. .. es] el fenómeno de un proceso que ocurre por detrás de ella», «es una nebulosa tras la cual se esconde un mundo entero, el mundo de los nexos del capital.»lO Marx llevó a cabo 6
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Schneider, 1957: 29. Lazonick, 1991: 8. Hayek,1945. Williamson,1975: Marx, 1857a: l, 194; n, 153.
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en El capital un tratamiento muy original y relativamente ffb:ctuero del mercado y del dinero (el fetichismo de la mercancía y del dinero), y de este último también en lA cuestión judía (el dinero com9 materialización v abstracción del nexo social), con elementos que luego han sido parti~ularmente aprovechados por la sociología del conocimiento (por~jem plo, porBerger y Luckmann, Sohn-Rethel y otroS),ll pero no, en absoluto, un análisis sodoeconómÍco del mercado. Weber sí lo hizo, y, en contra de la interpretación dominante en el ámbito de la economía, concibió el mercado como un escenario de relaciones de poder. Aunque privilegió el análisis de la autoridad, es decir, del poder ejercido dentro de una comunidad u organización, que expresamente denominó dominación, lo que le convertiría en el precursor reconocido de la sociología de las organizaciones, lo hizo sin ignorar por ello la existencia de otra forma de poder, el «poder condicionado por constelaciones de intereses, especialmente las de mercado».12 No vio en los precios el mecanismo de un equilibrio igualmente satisfactorio para todos (el punto donde se igualan las utilidades individuales), sino el producto de las relaciones de fuerza: «Los precios en dinero son producto de lucha y compromiso; por tanto, resultados de constelación de poder. L.,] Medio de lucha y precio de lucha, y medio de cálculo tan sólo en la forma de una expresión cuantitativa de la estimación de las probabilidades en la lucha de intereses.»13Durkheim, por su parte, fue consciente -además de ocuparse a fondo de una de sus precondiciones, la división del trabaja----- de queun mecanismo formal como el mercadoarrojaria resultados enteramente distintos según cuál fuese la estructura de la propiedad, lo que hoy llamaríamos la distribución inicial de las dotaciones,porque para él, como para Weber, era, en lo esencial, un escenario de lucha no violenta: «[P]ara que cada uno sostenga lo que es suyo en esta especie de. duelo del que surge el contrato, yen el curso del cual se fijan los términos del intercambio, las armas de las partes contratantes deben coincidir tanto como sea posible. L.,] Si, por ejemplo, uno contrata para obtener algo delo que vivir, yel otro sólo lo hace para obtener algo con lo que vivir mejor, resulta daro que la fuerza de resistencia del último excederá con mucho la del primero, dado que puede abandonar la idea de contratar si no consigue los términos que desea. El otro no puede hacer esto. Está, por tanto, obligado a ceder y a someterse a lo 1I
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Berger y Luckmann, 1973; Sohn-Rethel, 1972. Weber, 1922: n, 699. Weber, 1922: l, 82.
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que seleofrece.»14 También Simmel dedicó cierta atención a la competencia, aunque a mi juicio de menor interés intrínseco, dentro, por cier. to, del capítulo de su Sociología titulado «La lucha». 15 Incluso Mosca vio con claridad el mercado como escenario de conflicto, lejos del intercambio voluntario de equivalentes: «cuando está prohibido luchar a mano armada mientras que está admitido luchar con libras y peniques, los me~ jores puestos son conquistados inevítablementepor quienes mejor provistos están de libras y peniques.»16 ¿Por qué, entonces, la sociología posterior abandonó casi por entero el análisis del mercado? No, en mi opinión, porque sin negarle una importancia similar decidiera dedicarse tan sólo a las relaciones internas a la empresa, al igual que si hubiese decidido estudiar la industria pero no los servicios, como sugiere en solitario Dahrendorf. No, entre otras cosas, porque, de hecho, ni la sociología industrial ni la sociología del trabajo dejaron nunca de ocuparse, en mayor o menor medida, del mercado de trabajo; la sociología del consumo, por su parte, siempre hubo de ocuparse al menos de una orilla del mercado de bienes y servicios; y la sociología económica, por la suya, desapareció prácticamente de la faz dela tierra, salvo las pocas excepciones bien conocidas, y, con la única salvedad importante dePolanyi {quizá más un historiador económico que un sociólogo), no volvió a ocuparse seriamente de los mercados hasta la década de los ochenta. Sencillamente, se dejó de ver en ellos un problema digno de estudio bajo la influencia de la corriente dominante de la teoría económica. Escomo si, dando lavuelta a la caracterización por Polanyi del error economicista, identificar la economía con el mercado, la sociología hubiera optado por producir su propio error sociologista, identificar Iadimensión social de la realidad económica con la organización. Curiosamente, nunca ha habido en la sociología -que yo sepa-, no ya un argumento desarrollado contra la posibilidad de estudiar el mercado, sino ni tan siquiera una declaración al respecto, equiparable a lasque hemos mencionado u otras sobre excluir de la sociología industrial los servicios, las organizaciones dominadas porlos profesionales o la administración pública, que no han faltado. Simplemente se aceptó de forma tácita y sin discusión tanto el monopolio como objeto de estudio cuanto la definición del mercado como puro mecanismo, más que impersonal, asocíal, por parte de la teoría económica. Un poco
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. 1armente a 1 " econOll11a ~ más de sumisión a la economía, partlcu a nueva institucíonal, y se podría hoy ya, en un nuevo paso atrás, rest?ngir el objeto de la sociología a las organizaciones informales o alIado informal de las organizaciones. Volveremos sobre esto; .' Sin embargo, fallidos o exitosos, los mercados no son mecanlsmos naturales sino instituciones históricas y sociales. Hizo falta esperar a Polanyi para que esta idea fuese sistemáticamente formulada. El autor de La gran transformación --el surgimiento y desarrollo del mercado---hizo notar que el mercado era una institución históricamente fechada, y de fecha muy reciente, así como, sobre todo, que la inclusión en él, como mercandas,de la tierra, el trabajo y el dinero había requerido un alto grado de elaboración de la misma y había tenido lugar a través de complejos y dolorosos procesos sociales. «El punto crucial es éste: el trabajo, la tierra yel dinero son elementos esenciales delaindustria; tam· bién deben serorganízados en mercados; de hecho, estos mercados s?n una parte absolutamente vital del sistema económico. Pero el trabaJO, la tierra y el dinero, obviamente, no son mercancías; el postulado de que todo 10 que se compra y se vende debe haber sido producido para la venta es enfáticamente falso en relación a ellos. El trabajo es sólo otro nombre para la actividad humana L.J; la tierra es sólo otro nom~re pa~a la naturaleza L..1; el dinero actual, por último, [..J alcanza sueXlStenaa a través del mecanismo financiero bancario o estatal.»17 La antropología económica, al menos, sabía desde tiempo atrás que no siempre habían existido y que no habían sido la única forma de circulación de l.?s bienes. No en vano Malinowskí, había descrito el kula,18 Mauss habtaestudiado el hau19 y Firth había negado la posibilidad de interpretar las economías no occidentales sobre la base dcuna teoría económica basada en el mercado.20 Uno de los problemas de mayor importancia e interés para la sociología en elestudío de la realidad económica ac~al o la historia econ?~ ca reciente es, creo, el del grado en que la sOCl.edad o los grupos emstltudones que la forman favorecen, aceptan o rechazan el mercado en confluencia o en oposición a otras formas de circulación de los bienes y servicios, los medios de producción, el dinero o el trabajo. Es ya un lugar común, por ejemplo, que el mercado yel dinero son poderosos me17
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Durkheim, 1912: 213. Súnmel, 1908: 1, cap. 4.
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Mosca, 1939: 201.
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Polanyí, 1944: 72. Malinowski,1922. Mauss, 1925. Firth, 1947.
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canismos que socavan las jerarquías y los vínculos tradicionales21 (recuérdese el asombro de Cristóbal Colón: «El oro es excelentísimo: L..l quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las áni, mas al paraíso.») En general, las pequeñas estructuras comunítarías, como las pequeñas comunidades políticas, las familias o los gruposétnicos, resisten mal tanto la impersonalidad de las relaciones de intercambio como los criterios deestratifícación derivados de las estructuras asociativas, tales las organizaciones o el mercado. En el plano teórico, eso es lo que está en la base, por ejemplo, de la aguda interpretación de Parsons sobre la funcionalidad de la familia nuclear, con su doble segregación interna (de roles) y externa (el hogar como refugio) respecto de la sociedad industrial, por más discutible que sea su relación con la historia real;22 y, en el plano práctico, de la condena por ciertos grupos étnicos particularmente encapsulados, como los gitanos, de las relaciones comerciales entre sus miembros, a diferencia de con los payos, o dentro del clan, a diferencia de con otros gítanos.23 Incluso nuestra ya altamente mercantilizada sociedad ha ofrecido una fuerte resistencia a incorporar al mercado ciertos bienes y servicios, en particular los que, por un motivo u otro, se consideran más esenciales al ser humano, desde los bienes religiosos extra commercium o el amor y el sexo hasta la sangre,24 los trasplantes25 o los seguros de vida. 26 Por otra parte, y dejando de lado el caso obvio del mercado de trabajo ---del que ya dijimos algo en un capítulo anterior~, resulta manifiesto que tampoco todos los otros mercados son iguales, ni responden al modelo de impersonalidad, competitividad, etc, dda teoría económica. El mercado ideal, de competencia pura, requiere que haya un gran número de vendedores y un gran número de compradores y nínguno de ellos venda ni compre una gran proporción de ningún bien en el mercado (i.e., que todos sean price-takers y no price-makers); que el producto sea homogéneo, que haya información perfecta, que no existan barreras a la entrada y que no· haya costes de transacción. Va de suyo que estas condiciones nunca se cumplen. Lo más parecido que puede encontrarse son las bolsas de valores, y aun éstas presentan, cuando menos, barreras de entrada, problemas de información y una fuerte influencia dealgu21 22 23 24
15 21,
Simmel, 1900. Harrís, 1983. Enguita, 1996a. Tiunuss, 1971. Parsons, Fox y Lidz, 1973. Zelizer, 1978, 1979.
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nos vendedores o compradores sobre los precios. Es cierto, no obstante que las bolsas de valores y algunos otros mercados especiales, como los de materias primas o futuros, se aproximan mucho a la situación ideal, mientras que otros, por ejemplo los de bienes intermedios, funcionan a través de contratos a largo plazo o relaciones más o menos estrecHas y estables entre comprador y vendedor. Esta diferencia corresponde en parte a la señalada por Okun entre «precio de mercado de subasta» y «precio de mercado de clientela».27 Si rastreamos la evoludóode los mercados en el tiempo, las características del mercado moderno, sea en cuanto a la forma material del intercambio, a los mecanismos de competencia, a los precios resultantes o al contexto legal y cultural no aparecen o lo hacen sólo de manera muy limitada en los mercados anteriores: mercados locales en y en tomo a las ciudades medievales, comercio a larga distancia o mercados arcaicos intercomunitarios. Si comparamos los distintos tipos de mercados en una misma fase histórica, funcionan de forma muy distinta, en atención a los mismos aspectos y también a la relación entre compradores y vendedores, el grado de información que poseen los participantes y los costes de obtenerla, los mercados de capital, de trabajo, de bienes intermedios y de consumo, En los últimos años el estudio sociológico de los mercados ha dedicado una particular atención a las llamadas redes (networks), es decir, a las relaciones personales más o menos estables entre compradores y vendedores. Swedberg y Granovetter, dos de los principales representantes de este enfoque, las definen, simplemente, como «tUl conjunto regular de contactos u otras conexiones sociales similares entre individuos o grupos.»28 Estas redes suplen en parte las dificultades de obtener información en el mercado y hacen descender los riesgos en las transacciones y los costes de asegurar el cumplimiento de los contratos. En cierto modo, este enfoque las contempla como una respuesta informal a los mismos problemas de especificación insuficiente de los contratos, especificidad de las inversiones en equipo, dependencia bilateral, comportamiento oportunista, etc. Tal perspectiva ha resultado particularmente útil en el estudio de los mercados industriales o de producción, es decir, de los mercados entre empresas. Este ha sido el objeto de estudio de autores como White o Baker. White sostiene que el mercado de producción típico consiste en una docena de empresas complementarias que intentan colocar un producto en el mercado, y acíertan o no. <<Los mer27 28
Okun, 1981: 42. Granovetter y Swedberg, 1992: 9.
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cados son diques tangibles de productores vigilándose los unos a los otros.»29 Baker, estudiando las transacciones concretas en el mercado especializado de las obligaciones, ha mostrado que los mercados están altamente diferenciados y que, cuantos menos actores íntetvíenen, más estables resultan los precios, en contra de la hipótesis neoclásica. 3D Lo que estas redes logran es, sobre todo, aumentar el grado de confianza entre los participantes en el intercambio, algode lo que el mercado anda siempre necesitado. En este sentido pueden interpretarse también los distritos industriales o, más concretamente, la cohlboración continuada de empresas que forman parte de ellos. J ! Aunque el término redes (derivado probablemente del uso coh quíal de términos como network o networking en los Estados Unidos: hacer relaciones o contactos sociales) me parece poco afortunado en castellano, de modo que preferiría otros como diques, clanes o círculos, resulta útil, en todo caso, en cuanto que señala la existencia de agrupa e mientos de individuo's o empresas y conjUntos de relaciones más o menos estables y diferenciados de los demás en los mercados. De hecho, el mercado privilegiado para detectar su existencia probablemente sea el mercado de trabajo. Sineontar con las formas más institucionalizadas de monopolio de ciertos tipos de empleo, mmo tiene lugar a través de la exigencia de credenciales formales, algunos buenos ejemplos son los llamadosnichos étnicos;32 la recomendación mutua entre profesionales liberales y la cooptación por parte de las profesiones con base en las organizaciones. Sin embargo, creo que una investigación realmente fructífera de los mercados debe ir más allá, partiendo de la simple hipótesis de una multiplicidad de tipos,33 es decir, de que eltérmíno mercado no pasa de ser una abstracción dehnismo típo que, por ejemplo, organizaáón u hogar, y que existe un enorme campo para las ciencias sociales en el estudio de su variabilidad real.
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White, 1981: 543. Baker, 1984. Castillo, 1994: 55. El clásíco es Bonacích, 1973, Zelízer, 1992.
LA UBICUIDAD DEL PODER y EL CONFLICTO
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Dando cuenta en 1970 del desarrollo de la sociología de las organizaciones, Burrell y Morgan distinguían tres grandes enfoques: unitario, pluralista y radical. El primero, unitario, se caracterizaría por el énfasis en los objetivos comunes de la organización y la actuación tras ellos de sus miembros, por considerar el conflicto como algo excepcional y patoló' gico y por ignorar el poder a favor de conceptos de imagen más armoniosa como la autoridad, el liderazgo o el control. El segundo, pluM/ista, pondría el énfasis en la cliversidad de intereses de individuos y grupos, contemplando la organización como una coalición laxa sólo en parte subordinada a sus objetivos formales; el conflicto sería algo inherente, inevitable y positivo, permitiendo el reajuste interno y externo del sistema; el poder, en fin, sena una variable crucial, pero repartido entre una pluralidad de fuentes y detentares. El tercero, radical, subrayaría laoposíción de intereses, preferentemente dicotómicos; el conflicto sería ubi. cuo y el principal motor del cambio, aunque susceptible de ser reprimido; el poder sería un fenómeno integral y de suma cero, desigualmente distribuido. lA pesar de la simplicidad de la distinción, creo que es útil para considerar la forma en que han sido abordados el poder y el conflicto en la sociología de las organizaciones, industrial y económica. Las visiones unitaria, pluralista y radical pueden tomarse no sólo como tres opciones sino también, hasta cierto punto, como tres etapas sucesivas y como tres estratos acumulables (en el sentido de que ningún enfoque desaparece porque irrumpa el siguiente) en el estudio de las organizaciones industriales. Sin embargo, identificadas por sus elementos distintivos deberían también ser consideradas como otras tantas viSIOnes unilaterales, y sólo en su unilateralidad como estrictamentealtemativas. Aunque los estudios pioneros sobre las organizaciones subrayaron el poder y el conflicto en su interior (Michels, Weber y Mosca, por no hablar ya de Marx), los primeros estudios norteamericanos, tras la se¡
Burrell y Margan, 1979: 204, 388,
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gunda guerra mundial, sobre la burocracia pusieron el acento sobre los objetivos comunes y la autoridad legítima. Aquí, como en otros terrenos, se recurrió a una versión edulcorada de Weber, cuya Herrschaft (dominación) fue traducida por Parsons y Henderson como authority (autoridad formal).2 El funcionalismo aceptó la definición puramente funcional-valga la redundancia- de la organización de Barnard: «un sistema de actividades o fuerzas conscientemente coordinadas de dos o más personaD>;' en términos de Parsons, se aceptaba la «Jmmada de la orzénlación hacia el logro de un objetivo espedfico como característica definitoria».4 Ni la más mínima mención al poder o al conflicto en el largo artículo, «Sugerencias para el enfoque sociológico de la teoría de las organizaciones», que Parsons escribió para el número fundacional del Adminú;trative Sczénce Quarterly. Una rápida alusión en una nota a pie de página a la restricción de la producción, claro caso de resistencia a la autoridad, era, para Parsons, «un caso de fallo relativo de la integración L..l de fallo de la dirección en la función de coordinación. Podría abordarse (' ..J sólo mediante decisiones de coordinación, presumiblemente incluyendo medidas "terapéuticas" .»5 Igualmente representativo de este enfoque en el que cualquier problema es simplemente patológico, aunque sin duda más interesante y menos ingenuo, es el trabajo de Mere ton sobre la estructura y la personalidad burocráticas, cuyo motivo central es el desplazamiento de objetivos o conversión de los medios en fines, es decir, un comportamiento individual, patológico, disfuncional para el sistema. 6 Esta visión eficíentista, en la que la organización no es otra cosa que un esfuerzo colectivo tras un objetivo pero su logro puede verse dificultado poda mala integración de sus miembros, es también implícitamente, después de todo, la de Taylor, para quien el trabajador se equivoca al no comprender que su único interés es un salario más alto y escuchar los cantos de sirena de sus iguales, y la de Mayo, para quien el ambiente de trabajo y el grupo informal son, sencillamente, parte de un contexto paralelo, no esencial a la organización misma. El despegue respecto de esta visión hiperarmonicista vino de la consideración de la pluralidad de intereses en el interior de la organización. Después de Mayo, de hecho, los siguientes estudios importantes sobre organizaciones y empresas se centran, en su mayoría, en las fuentes de Véase Weber, 1947. Bamard, 1938: 73. 4 Parsohs, 1956: 33. , Parsons, 1956: 47. 6 Merton, 1957b: 53. 2
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poder de distintos grupos. Dalton subraya la tensión entre lo~ órganos intermedios integrados en la línea de mando (fine) y los que tienen encomendadas funciones técnicas y de asesoramiento (sta/fJ,7 tema que también aborda, con otra terminología -burocracia representativa o cenl'rada en el castigo--, Gouldner; Mechanic estudia la manipulación del acceso a personas, información e instalaciones como fuente de poder de los participantes inferiores Uower participants);8 Crozier examina el poder informal de cada individuo o grupo basado en su propia imprevisibilidad y en su capacidad de controlar las fuentes de incertidumbre;9 Zald distingue entre distribución vertical (basada en la propiedad y en la autoridad legítima) y horizontal del poder y atribuye las diferencias en esta última a la importancia funcional en el flujo de trabajo y la capacidad de definir el flujo interno de información, las reglas del juego yel ambiente externo relevante. Este tipo de enfoque puede considerarse sistematizado en la teoría conductual de la empresa de Cyert y March o en la teoría de la contingencia de Híckson.IO Si se quiere un precedente clásico, puede encontrarse en Michels, en la medida en que, detrás de la ley de hierro de la oligarquía, hay toda una discusión sobre el peso en el proceso y el poder relativos de distintos grupos: parlamentarios, periodistas, abogados, intelectuales, aparatcbiki, cantineros... En general, estas teorías se basan en el control por ciertos individuos o grupos de algún tipo de "recursos" organizativos, pero, como ha señalado certeramente Clegg, no suelen decir mucho sobre por qué unos individuos controlan recursos y otros no, o sea, sobre la distribución inicial de éstos o sobre los mecanismos por los cuales son objeto de apropiación. ll Quizá el enfoque a menudo indiferenciado de los recursos y la pluralidad del poder, en el que se tratan aprioristicamenteenpiede igualdad - se asigna la carga de la prueba a quien piense lo contrario- cualesquiera formas de poder, autoridad o influencia, esté relacionado con la tendencia de la sociología de las organizaciones a concentrarse sobre los aspectos informales de la estructura yel funcionamiento de éstas, dejando de lado, no se sabe si por obvia o por asocial, la estructura formal. Así ha sido normalmente, y por ello se ha dicho y escrito hasta la saciedad que la moderna sociología industrial se inicia con Mayo y que el Dalton, 1959. Mechanic, 1962. " Crozier, 1963. llJ Cyert y March, 1963; Hickson, 1971. 11 Clegg, 1979: 104. 7
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principaldescuhrimiento de éste fue, precisamente, el grupo infonnal. 1Z Etzioni, de nuevo, proporciona un buen ejemplo de esta renuncia: «La sociología organizacional se concentra en el estudio de las organizacio~ nes (".1 como unidades sociales, y el interés se divide aquí entre el estu~ dio de la estructurafonnal y la infonnal. La dimensión fonnal, a menudo estudiada por los administradores, es de poco interés en si misma para el sociólogo de las organizaciones. Éste se concentra nonnalment¿ en las relaciones infonnales y en su conexión con el sistema fonnal. Sólo se interesa en lo formal en la medida en que choca con el proceso social y en qué proporciona el escenario para procesos de interacción más "reales" .»l3 Aunque muchos sociólogosíndustriales no considerarían tal a Etzioni, sino más bien un sociólogo de las otras organizaciones, a estas alturas debe de resultar ya sobradamente claro que no comparto esa dt!. finición restrictiva de la sociología industrial; por otra parte, Etzioni se~ ría en todo caso un importante sociólogo de la economía; last but not least, lo que Etzíoní dice respecto de la sociología de las organizaciones resultaría aplicable, según su concepción de ésta co111o especialidad más amplia, a la subespecialídad industrial, y, sea como sea, creo que refleja una disposición bastante generalizada en el conjunto de la sociología industrial, disposición que se refleja, ya hemos dicho, en la insistencia en el papel fundacional de Mayo, el habitual olvido de Fayol, etc.; en general, en el descuido de los mecanismos más visibles y propiamente administrativos. Justificada, creo, la atención prestada a Etzioni como portavoz, hagamos notar que resulta difícil imaginar cuál sería el fundamento científico por el que los procesos infoí111ales (por ejemplo, la restricción de cuotas) serían más reales que los fonnales (por ejemplo, la norma de producción o la autoridad del capataz); opor qué la estructura fonnal sería solamente una especie de escenario, como quien dice un paisaje, para los procesos sociales, como si tal estructura fonnal no fuese en sí misma un hecho social, precisamente la plasmación duradera de lacorrelación de fuerzas. Considerar la estructura fonnal como algo dado e invariante en el análisis de la organización, no es, por parte del socióh go, muy distinto de lo que hace el economista cuando considera las preferencias de los actores como dadas y estables. Y, en todo caso, es dedicarse voluntariamente a lo que podría considerarse la parte líght del estudio de la organización, en vez de estudiar ésta como totalidad. El desmarque radical respecto de la teoría pluralista se produce
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Sin ir más lejos, López Pintor, 1986: 37. Etzioni, 1958: 135.
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cuando se señala un conflicto de intereses, en torno a una relación de poder, como fundamental, en el sentido de que pred<?mina ent~ram_ente sobre todos los demás o de que estos otros no son stno sus eptfenomenoS o metástasis.-La variante, digamos, indtterenciada consiste en sertalar el conflicto donde se supone que tiene que estar en una organizacion: entre los que tienen la autoridad y los que no. Así pueden entenderse la ley de hierro de Michels para toda organización o la divisoria universal establecida por Dahrendorf entre quienes ejercen la autoridad y quienes son objeto de ella en cualesquiera asociaciones de dominación. Pero creo que el enfoque radical por excelencia, o la variante fuerte de este enfoque, está en la línea neomarxista identificada con el trabajo de Bravennan en los Estados Unidos y, secundariamente, con el de Freyssenet en Europa. El problema planteado por Bravennan es que «lo que el trabajador vende, y lo que el capitalista compra, no es una cantidad acorda-
da de trabajo, sino la capacidad de trabajar durante un periodo acordado de tiempo.» «Lo que [el capitalista] compra es infinito como potencial, pero como realización está limitado por el estado subjetivo de los tr~ba jadores. (...] Habiéndose visto forzados a vender su fuerza de trabaJO a otros, los trabajadores también abandonan su interés en el proceso de trabajo, que ahora ha sido" alienado". El proceso de trabajase ha convertido en responsabilídad del eapitalísta.» 14 En realidad, esta indeterminación del contrato de trabajo ya había sido señalada bastante tiempo atrás como un área de indeterminación y, potencialmente, de conflicto por Baldamus, quien consideró que la incongruencia entre los salari~ ~ el esfuerzo era el «centro del conflicto laboral»,!5 pero su obra, qUlza por adelantarse a su tiempo, no tuvo, desde luego, el impacto que tendría años más tarde la de Bravennan. Lo mismo puede decirse, por cierto, de la de Bright, de quien Bravennan extrajo el argumento y, sobre todo, la principal evidencia empírica de que la automatización disminuye de forma sistemática la cualificación del trabajo. 16 Elargumentoprincípal de Trabajo y capital monopolista es, como ya se indicó, que el c~pí talista está interesado en controlar y abaratar la mano de obrayse sltVe para ello de la división del trabajo y la maquinaria. En la exposición más sistematizada de Freyssenet, la organización del trabajo pasa sucesivamente por las etapas de la cooperación simple, la división manufacturera, la mecanización, el taylorismo y la automatización, en una remodela14
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15 1&
Braverman, 1974: 54, 57. Baldamus, 1961: 108. Bright, 1958, 1%6.
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dón constante que discurre por dos líneas analíticamente distinguibles peroprácricamente entrelazadas: la reorganización del trabajo y la me. caruzación-automatÍzaciónY Otros autores prolongarían más tarde hilo argumental hasta llegar ala roborización 18 y la informatización. 19 En la exposición y argumentación de Braverman todo sucedía como si no hu~iera otra posibilidad para el capital y como sí éste hubiese conseguí, donnponer por entero sus designios, lo cual. hizo que fuera criticado tanto por aceptar como portavoz fiel de la clase capitalista a Taylor, sin suponer que pudiera representar a un colectivo de cuadros con intereses propios ni que los capitalistas pudieran tener otras opciones u otros v~~dores, co;n0 por tomar por una realidad ineluctable lo que en prinClplO no podla ser más que una tendencia y no dejarningúfl margen a la resistencia de los trabajadores frente a los planes de ingenieros y patro., . . embargo, no era 1a respuesta sino el problema nos. 2°Lo nnportante, sm planteado por Braverman. Al señalar la diferencia entre trabajo y fuerza de trabajo, entre trablljo efectivo y jornada de trabajo, llamó la atención sobre el proceso mismo de producción, o proceso detrabajo, como cen. tro del conflicto en·la producción. Hasta entonces, el conflicto laboral había sido visto, en general, como un conflicto en tomo a qué compensación (qué salario, para simplificar), por una cantidad de trabajo dada o, como mucho, dependiente de la duración de la jornada laboral. En tales circunstancias, el llamamiento de Braverman a localizar el conflicto en el corazón del proceso de trabajo --en la producción~ en vez de en los términos del intercambio de trabajo por salario --en el intercambio o la distribución-, cualquiera que fuera el juicio que mereciesen sus con- .' clusiones, no podía sino suscitar el reconocimiento unánime de la sociología m~; o, más en general, de la sociología industrial y la sociología ~el ~r~baJo; o, por qué no, de la sociología en general, ya que, de paso, Significaba, en cierto modo, desplazar un problema del ámbito de la economía al de la sociología. . Al trabajo tleBravennan siguió en los Estados Unidos una larga se. ne de otros cuya finalidad era, digámoslo así, seguir machacando el mismo clavo sobre materiales empíricos distintos: Kraft, Glenn y Feldberg, Cooley, Wallace y Kalleberg ... ;21 otro tanto sucedería en Europa tras
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21
Freyssenet,1977. Coriat, 1984. Manacorda, 1976. Aronowitz, 1978; Edwards, 1978; Burawoy, 1981, entre otros. Kraft, 1977; Glenn y Feldberg, 1979; Cooley, 1980; Wallace y KalIeberg, 1982.
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Freyssenet: Durancl, Coriat, Manacorda ...22 En realidad, des~rsonali zando el relato podemosconsíderar a Braverman y Freyssenet como el punto álgido de una corriente nacida antes: Berg, Marglin, Gorz...23 Pero lo interesante es que provocaron también todo género de reacóones en sentido contrario. Una, de laque novamos a ocuparnos aquí, fue cuestionar una y otra vez el concepto mismo de cualificación y discutir la realidad de lasprevísiones sobre des cualificación a la luz de fuentes diversas. Otra, la que atañe directamente a la temática del poder y el conflicto, fue subrayar la resistencia --eficaz o ineficaz- de los trabajadores a los planes de los empleadores y de la dirección e interpretar los resultados finales como un compromiso, equilibrado o no, entre dos fuerzas con intereses opuestos en vez de como un ukase impuesto por una de las partes sobre la otra: por ejemplo, en los trabajos de Edwards, Burawoy" Maurice et al., Wilkinson y otroS. 24 En general puede decirse que ha faltado una visión más radical y menos subsidiaria, a la vez, del poder en las organizaciones. Más radical en el sentido de comprenderquetoda organización, por el hecho de serlo, es necesariamente un escenario de poder, pues organizar consiste precisamente en aunar y acumular la capacidad deacdón de muchas personas, y quienquiera que controle el nexo entre ellas está en una posición de poder frente a ellas y gradas a ellas: es en el hecho mismo de la organización donde reside la raíz del poder, de esa forma de poder que llamamos autoridad '-'al margen desulegirimidad~; menos subsidiaria, por otra parte, ene! sentido de comprender que para ello basta con que se trate de una organización, no importa de qué tipo, por lo que un análisis de las organizaciones no puede depender por entero, como en la perspectiva neomarxista, de la asimetría entre el capital y el trabajo, Quien más se ha acercado a esto, lejos tanto del reduccionismo neomarxista como de la indiferenciación pluralista (Yi por supuesto, de la ceguera unitaria), ha sido, creo, Perrow: «Las organizaciones generan un poder e influencia ingentes en el mundo social, poder e influencia que va más allá de los objetivos manifiestos:»25 en su propio interior, como distribución de las compensaciones, y frente al exterior, como uso de los recursos organizativos para fines propios. Visto desde una perspectiva más distante, el problema del poder en Durand, 1978; Coriat, 1979; Manacorda, 1976, Berg, 1970; Marglin, 1973; Gorz, 1973. 24 Edwards, 1979; Burawoy, 1979, 1985; Maurice, Sellier y Sylvestre, 1982; Wílkin, son, 1985. 25 Perrow, 1971: 18. 22 23
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la economía es el de en tomo de qué tipo de derechos está organiza a ésta. La estructura y el discurso liberal-democráticos suponen que en la esfera de la economía rigen los derechos de la propiedad y en la esfera del Estado los derechos de la persona, o que lo relevante en la primera es un acuerdo liberal yen la segunda un acuerdo democrático. 26 Por d cirlo en los términos de otra dicotomía popular en el pensamiento polí· úco occidental, se trataría de lo que Berlin llama libertad negaúva y libertad positiva: en qué medida somos nuestros propios dueños y en qu~ medida podemos influir sobre los demás.27 El conflicto en tomo a las condiciones y la organización del trabajo puede interpretarse respectivamente, en esta perspecúva, como un conflicto en tomo a la extensión de los derechos liberales (qué es lo que realmente venden los trabajadores, entre la plena disposición de su capacidad de trabajo y la zona de indiferencia de March y Simon, y qué abarca esta zona) y de los derechos democráticos (qué capacidad se reconoce a los trabajadores, si es que se les reconoce alguna, de decidir sobre el proceso de trabajo). En el mínimo de los derechos liberales para los trabajadores en el trabajo está la simple posibilidad de negarse a vender su fuerza de trabajo, y a parúr de ahí las posibilidades se despliegan en forma de limitaciones en el derecho del empleador a disponer de ella: desde la simple penalización del abuso de autoridad fuera del ámbito estricto de la producción hasta las restricciones sobre movilidad, horarios, úpo de tareas, etc. En el núnimo de los derechos democráticos está la discrecionalidad absoluta del capitalista o el empresario a la hora de decidir desde las inversiones hasta el proceso de trabajo, ya parúr de alú se abren una serie de posibilidades de intervención con mayor o menor peso en niveles diversos: derecho de petición, derecho de informaci ' n. cogesúón, autogestión ... , apoyadas en la intervención o representación de los trabajadores implicados o en el control y la intervención del Estado, yen tomo a ámbitos varios como las condiciones de trabajo, el proceso inmediato de producción, la política de personal o las decisiones de inversión. Pero no se trata, como se plantea a veces, de una línea continua que recorra, por ejemplo, las etapas de la taylorización (mejora ergonómica y salarial), la hun1anización (mejora ambiental), la parúcipación (círculos de calidad y sinillares) y la democratización (ca-determinación, etc.),28 sino que, cualquiera que sea la sucesión histórica de Bowles y Gintis, 1986: 27 ss, 66ss. Berlín, 1958. 2. Tezanos, 1987b.
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sus combinaciones, son dos aspectos de las relaciones de producción que pueden cambiar de forma autónoma. Los empleadores pueden resistirse a la ampliación de los derechos liberales de los trabajadores dentro de la producción porque limitan su capacidad de acción, pero no·se juegan en ello nada sustancial-salvo la manida flexibilidad-; en caÍnbio, se resistirán con uñas y dientes a cualquier forma de derechos democráticos puesto que cuesúonan las prerrogativas esenciales de la dirección, es decir, la asimetría fundamental en que se basa la relación capital-trabajo. Cuestión distinta es que se alcancen compromisos en los que, por ejemplo, los trabajadores ceden derechos individuales y los empleadores ganan discrecionalidad -movilidad geográfica, pongamos por caso- a cambio de capacidades democráticas para los primeros -intervenir en la reasignación, u otras-- que son una cesión limitada de poder para los segundos. Hasta aquí, el poder y el conflicto en la producción en sentido estricto. Pero la economía es también, obviamente, la distribución, y ésta no está libre ni del conflicto ni del poder. Este hecho suele ser ignorado, a pesar de su carácter elemental, por dos razones. Por un lado, el mercado, como ya se ha dicho, es contemplado, tanto por la economía neoclásica como por la marxista, como escenario de intercambios de equivalentes. Para la teoría neoclásica, tal intercambio es justo porque es voluntario y porque, si no hay restricciones a la competencia, tiene lugar a un precio que iguala las utilidades marginales de quienes lo realizan. Para la teoría marxista no es justo ni injusto, ya que las mercancías, incluida la fuerza de trabajo, se cambian a su valor competitivo y la injusticia radica en otro lado, en la producción, donde el capital explota la fuerza de trabajo porque ésta puede producir un valor superior al suyo propio. Por otro lado, puesto que el trabajador -sobre todo el trabajador poco o nada cualificado- tiene normalmente muy pocas probabilidades de influir en la voluntad de su empleador con la amenaza de retirar sin más su fuerza de trabajo, es decir, de abandonar la empresa, el conflicto entre trabajo y capital toma normalmente otra forma: suspender el trabajo sin abandonar el puesto. El trabajador aprovecha, justificadamente o no, el único lazo de dependencia del empleador respecto a él: los costes y dificultades de funcionar sin él, sustituirlo o despedirlo, una forma de dependencia, aun parcial, que se ha creado en la producción misma -desde el punto de vista de la nueva economía institucional, esto sería una forma de oportunismo. Los conflictos adoptan por ello, normalmente, la forma de conflictos en la producción, entendida no en sentido amplio sino estricto, porque la única baza que tiene el tra-
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bajador es su trabajo. Pero, en realidad, la mayor parte de estos conlli tos no tienen por objeto la producción misma sino la apropiación; algunas veces la específica combinación de ambas, producción y apropi ción, pero, la mayoría, ni siquiera eso, sino que se da por sentada la organización del proceso de producción y se discuten solamente los térITÚnOS de la apropiación (de alú la sorpresa alborozada de la izquierda política y sindical cuando, en ciertas circunstancias -por ejemplo, en los últimos sesenta y primeros setenta-, el movimiento obrero pasa de las reivindicaciones cuantitativas a las cualitativas, es decir, de las r corno pensas por el trabajo a las condiciones y la organización del trabajo, sea, de la apropiación a la producción). El problema de la apropiación surge del hecho de que, en cualquier tipo de producción cooperativa, no hay forma posible de imputar el producto a los factores en un sentido físico. Puede hacerse per capila. pro laborem o por cualquier otro procedimiento, pero en todo caso decidir y aplicar ese pro~edimiento, sea de forma explícita o implícita, entra· ña un conflicto de intereses entre las partes en el que cada una de ella hará valer hasta donde pueda, si lo tiene, el poder de que disponga. «Lo que corresponde a la esencia del capitalismo -escribe Heilbroner- es que las ganancias de cualquier origen van a parar normalmente a los propietarios del capital, no a los trabajadores, ni a los directivos, ni a 1 funcionarios gubemamentales.»29 Una afirmación harto discutible, pues en la década de los ochenta los propietarios del capital cobraron clara conciencia de que, si bien su pugna por el producto con los trabajador estaba relativamente resuelta en los mencionados términos, no lo estaba ni mucho menos su pugna con los directivos, pero que tiene la virtud de señalar el hecho de que la apropiación por los propietarios del capital no es algo inevitable o indiscutible, no va de suyo. Toda la oleada de grandes adquisiciones de empresas por los ttburones financieros de los ochenta se hizo bajo esta divisa: dar al capital lo que le corresponde, los beneficios, en lugar de que fuera apropiado por los directivos en forma de salarios o de nuevas inversiones para ampliar sus dominios. JO y la apropiación es solamente una fase de la distribución del producto. (También es la fonna de entrada en el circuito económico de los recursos naturales escasos, pero, dado que los recursos naturales libres son ya irrelevantes, podemos dejar de lado esta parte.) La otra, que tiene a ésta como precondición, es la circulación, sea en forma de asignación
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por medio del Estado o de intercambio a través del mercado. La primera fom1a no es problemática a estos efectos, pues hasta los economistas neoclásicos aceptan que el proceso de asignación de recursos y bienes por el Estado, tal como es -no tal como quisieran que fuera-, está mecHado por las relaciones de poder, concretamente por la capacidad de cada individuo o grupo para influir en las decisiones públicas, en la public choice. La segunda, sí, puesto que, como ya vimos en el apartado anterior, tanto la teoría económÍca predominante, por activa, como la sociología predominante, por pasiva, tienden a considerar el mercado como un automatismo libre de los estigmas del poder y el conflicto. <<La esencía de la competencia perfecta [...J es la total dispersión del podeD>,JI condición sine qua non para que los participantes en el mercado se vean obligados, como quiere la teoría, a aceptar los precios - entonces cabría preguntar: si todos son precio-aceptantes, ¿quién cambia los precios? Pero también vimos que no es así, que el mercado es un escenario de conflictos y relaciones de poder, aunque unos y otras discurran por medios simplemente económicos. Si la expresión de las relaciones de poder, o el resultado del conflicto explícito o implícito, en la apropiación es la llamada distribución funcional de la renta (entre salarios, beneficios , etc., pero también entre distintos tipos de salarios) , su expresión en el intercambio es el precio. La sociología económica, tanto da que se centre sobre las organizaciones o sobre el mercado, no puede entonces por menos que abordar el problema de la explotación, es decir, de las transacciones asimétricas (intercambio desigual en el mercado, pero taD1bién asignación desigual por el Estado) y la apropiación diferencial del producto (en la empresa, pero también en cualquier forma de producción cooperativa, por ejemplo el bogar o la hacienda --<JzkOS-) .32
29
Heilbroner, 1988: 40.
)1
JO
Es el problema implícito en Berle y Means, 1932.
12
Stigler, 1968: 181. Enguita, 1997 a.
9.
LAS TRAMAS DE LA DESIGUALDAD
Decir economía, hoy en día, es decir desigualdad. Si la economía es ad¿~ más, como efectivamente es, un sistema formado por elementos interre~ lacionados y relaciones articuladas entre sí, entonces es decir desigUaldad mutuamente condicionada. Una parte de la desigualdad, por supuesto, depende de las características, las opciones y las contribudo~ nes individuales: trabajar más o menos, ahorrar más o menos, ete., o cÍe circunstancias fuera d.el alcance de todos, o sea, del azar. Otra parte puede considerarse, tal vez, como un instrumento del sistema, es deéir, de todos, para generar crecimiento, para aumentar las dimensiones de la tarta, ete.; esto es, como un incentivo libremente acordado o, en el peor de los casos, razonablemente consentido. Pero, descontado esto, todavía hay sin duda una parte importante de la desigualdad por explicar: desigualdad en el acceso a los recursos (a la propiedad, a la autoridad, a la cualificación, al trabajo mismo), a la que solemos llamar discriminación, y desigualdad en la retribución obtenida por aportar recursos equivalentes --de valor igual; aunque sean de naturaleza distinta-, a la que llamamos explotación. En la teoría econÓllÚca convencional, estas formas de desigualdad se suelen ignorar por el sencillo expediente de suponer que, puesto que las transacciones son siempre voluntarias -no obligadas, no compulsivas-, sólo se darán al precio en que se igualen las urilidades marginales de los que participan en ellas. Por otra parte, estas utilidades subjetivas, que se suponen ahí por el hecho mismo de tener lugar la transacción -y así el razonamiento, como las pescadillas, se muerde la cola- serían la única medida aceptable del valor (Pareto). Este modo de razonar es tan confortable que algunos economistas han intentado llevarlo al extremo, proponiendo que la ciencia económica se reduzca al estudio del intercambio y dejando por entero de lado tanto la producción como el consumo. La propuesta, que yo sepa, se remonta a 1831, cuando fue formulada por el obispo Whately, quien sugirió que, reducida a una ciencia del cambio, la economía (economics) debería denominarse ciencia cata-
Las tramas de la desigualdad
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láctica {catallactics).1 Suscitó un entusiasmo tardío, tal como c)bía esperar, entre algunos miembros de la escuela austríaca para quienes el centro de la economía era el mercado, como von Mises y Hayek (éste preferíallamarla catalaxia). (La ha repetido incluso un economista tan P&o convencional como Boulding, si bien añadiendo que no considera e¡ue el intercambio sea el único medio posible de asignar medios escasos a fines alternativos.) 2 De esta manera se expulsa de la teoría econóllÚca el problema de la desigualdad y, con mayor motivo, el de la justicia o justicia económica, y la ciencia ya puede ocuparse del precio de todo, sin tener
que preocuparse por el valor de nada. Ya hemos dedicado algún espacio a señalar que ni los mercados, en contra del supuesto común, ni, por supuesto, las organizaciones, son espacioslibres de relaciones de poder ni de conflictos de intereses.· Este poder es precisamente el poder sobre los recursos, entendiendo por tales las cosas y acciones que sirven para producírmás cosas y acciones, y los intereses versan en último término sobre los bienes y servicios, que son las cosas y accíonesque directamente consumimos para la satisfacción de nuestras necesidades y deseos. Organizaciones y mercados son, además, las instituciones características de la sociedad capitalista. No unas ni otros por separado, sino la peculiar combinación de las dos. Se han intentado otras vías a la industrialización -hoy fracasadas y a punto de desaparecer por entero, y hasta donde alcanza la vista, de la faz de la tíerra- apoyadas exclusivamente en la organización (el socialismo real), y se han conocido periodos y escenarios, aunque muy limitados, en los que el mercado ha reinado casi indiscutido ~omo, a veces, las economías de frontera en las zonas de colonización. Pero lo específico del capitalismo es la mezcla cada vez más masiva de ambos tipos de entramado económico: la mercantilización de una parte creciente de la economía y laasalarización de una parte creciente del trabajo. La intersección de la organización yel mercado es, precisamente, la empresa, y éste es quizá el único sentido en que su adición al nombre de la disciplina no resulta ociosa, aunque ya hayamos indicado que no suscribimos su limitación a tal ámbito. No todo lo que interviene sistemáticamente en el mercado son empresas, puesto que también lo hacen los productores autónomos (sí bien es cierto que estos últimos suelen ser clasificados como empresarios sin asalariados), ni todas las organizaciones tienen como principal finalidad acudir con algo al mercado, sino que existen J
Kirzner, 1976: 72.
2
Boulding, 1970: 17-18.
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organizaciones de característi:cas no económicas o sólo secundariamente tales. Que el capitalismo, nuestra sociedad (postHndustrial, sea esencial.: mente una combinación de mercados y organizaciones, significa que el poder y el conflicto discurren en él en tomo a tres dimensiones: propie., dad, autoridad y cualificaczón. Estas tres instituciones sociales pueden contemplarse como la capacidad de disposición sobre tres factores de la producción: capital, trabajo y técnica, que no son sino las formas econóc micas de los tres elementos que fluyen por todo sistema: materia, energía e información. Ahora bien, para que se conviertan en fuente de poder, y en su caso de discriminación y explotación -no simplemente de desigualdad, sino de inequidad- hacen falta dos condiciones más: primero, que se precisen y se empleen como tales factores, pues lo que importa es la trinidad medios de producción, trabajo, técnica, y no cuales" quiera formas de bienes, actividad y conocimiento; segundo, que la capacidad de disposición sobre ellos sea lo bastante desigual como para que, sobre esa base, unas personas puedan condicionar la voluntad de otras.3 En eso consiste ese gran proceso de expropiación de los medios de producción (y crédito), administración (y guerra) e investigación (generalizando, de conocimiento), o, si se prefiere, de los nexos sociales, en que Weber propuso intuítivrunente desplegarla idea marxiana de la enajenación. 4 No entraremos aquí en el tratamiento sustanúvo de estos procesos, por otra parte más propios del análisis de la estructura o la es~ tratificación sociales, pero sí en algunas consideraciones sobre su perti e nencia para la sociología económica en general y para la sociología in .. dustrial(y de la empresa) en particular. Sobre la propiedad parecería dicho todo o, mejor, resumido todo en su desigual distribución, pero cuando menos tres puntos reclaman alguna mención. En primer lugar, que la relación entre propietarios políticamente libres, jurídicamente iguales y personalmente independientes en el mercado no disipa el problema del poder, sino que se limita a reducir_ lo a una forma indirecta, mediante objeto interpuesto. Además, los mercados de la sociedad industrial se caracterizan porque la gran mayoría de las transacciones (la inmensa mayor parte en los mercados de consumo, buena parte en los mercados de capital y la totalidad en el mercado de trabajo) son transacciones asimétricas en las que interviene, de un lado, un individuo y, de otro, una organización; lo cual no es sino la cara 3
4
Véase Enguita, 1992. Weber, 1922: II, 1061
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de carne y hueso del hecho de que intervienen, de un lado, la ~ropiedad
y, del otro, la no propiedad. Dicho de este modo, en términos de propiedad, parece el pre.fexto para colocar a continuación un texto de Marx, pero, planteado en los términos de la asimetría organización-individno, podemos expresarlo con las palabras de un autor muy alejado de él: «El resultado final es que dos partes que comienzan con derechos nominalmente iguales, pero acuden con recursos enormemente distintos, terminencon derechos realmente muy distintos en la relación. (...J Si el actor corporativo es más poderoso que cualquiera de sus coparticipantes, entonces habrá un "derrame de valor" ,absorbiendo plusvalor [sic: surplus value, plusvalíaJ».5 En segundo lugar, aunque el marxismo anunció a bombo y platillo la desaparición de la pequeña burguesía (la que hoy llamaríamos tradicional, o patrimonial) por su dilución en las filas del proletariado y, en menor medida, su ascenso a las de la burguesía a secas, y aunque esta predicción parecería también acorde con la idea clásica y neoclásica de que, en condiciones de libre competencia y con rendimientos técnicos de escala, las grandes empresas deberían barrer del mapa a las peqüeñas, o al menos a las más pequeñas, lo cierto es que no ha sido así. Una vez reducida de modo espectacular y decisivo la población agraria, que era el principal repositorio de la pequeña propiedad, asistimos simplemente a movimientos diversos en los que nuevas técnicas productivas, estrategias mercantiles, orientaciones empresariales y políticas de relaciones industriales pueden traer como resultado la crisis, la estabilidad o el auge del trabajo autónomo y la pequeña empresa en cualquier rama de la producción de bienes o servicios; es decir, asistimos no sólo a la resistencia a desaparecer en algunas ramas, sino al (re)surgimiento en otras, e.g. el decentramento produttivo y la pequeñización.6 Esto implica, por una parte, la susútución de cierta porción de relaciones organizativas por relaciones mercantiles, o, si se prefiere en términos más comunes, de contratos laborales por contratos de suministro de bienes o servicios. Por otra, supone una diversificación y segmentación de las relaciones organízativas o laborales que debe ser tenida en cuenta en cualquier análisis de la desigualdad, pues las condiciones de empleo (estabilidad, salarios, jornadas, beneficios sociales, etc.) pasan a depender decisivamente,. junto a los demás elementos, del tamaño de cada empresa y de su lugar especifico dentro de la división del trabajo entre las empresas. , ('.Dleman, 1982: 22-23. 6 Bagnasco, 1988; Segenberger, J988; Castillo, 1991.
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Ea terfer lugar, la generalización de la forma accionarial plantea ím~. portantes novedades en relación con el papel de lapropíedad en la desi~ gualda<l No se trata en modo alguno de que pase globalmente a un se.,. gundo'plano;como a veces se ha querido ver en relación con el crecimiento de las organizaciones y la relevancia en ascenso de los direc; uvos? sino de que se diversifica y de que cambia su relación con otra& fuentes de poder. Esto último tiene lugar porque, ciertamente, el aU:mento de tamaño de las organizaciones y el mayor peso de la tecnolom refuerzan la dependencia dda propiedad respecto de la autoridad yla cualificación-o, si se quiere así, de los propietarios del capital respecto de directivos y cuadros y técnicos y profesionales-, aunque sin arrebaé tarJe supapeI dominante. Pero lo primero, y quizá lo más importante, engloba fenómenos como la extensión de las formas pasivas de propie-, dad -accionistas que no intervienen en la marcha de la empresa, CoIDü los pequeños inversores ylos llamados grandes inversores ínstítuciona:"' les-, yIas cadavez núscompIejas y difíciles relaciones internas a la misma, concretamente a la propiedad de cada gran empresa de capital social, tal como se manifiesta en el permanente conflicto. entre altos eje~ cutivos, núcleos estables, tiburones, caballeros blancos, entidades finan-: aeras, etc., en.un constante ir y venir de absorciones, OPAs, desmem" bramíentos de empresas, cambios de alianzas éntre los diversos grupos de accionistas, campañas de captación de voto delegado, etc. 8 Como ha señalado Berle, la generalización de la propiedad por acciones separó primero la posesión (en manos de los directivos corporativos) de la propiedad jurídica (radicada en los accionistas), pero el enorme crecimien': to de los inversores institucionales (fondos de inversión, fondos de pensiones, mutuas de seguros) ha desgajado después el poder de voto de las acciones de la persona de los propietarios de las mismas,9 La autoridad, como ya se ha indicado, gana espacio y chupa cámara a medida que crecen las organizaciones -gana en importancia y en visibilidad-, si bien hay que subrayar hastaJa saciedad que esto no acontece porquelapropíedad, o más exactamente la concentración de la propiedad, haya perdido relevancia, sino precisamente por lo contrario, porque la ha ganado. Porque más y más gente no posee en propiedad medios de producción suficientes para trabajar por cuenta propia, y porque una cantidad creciente de riqueza se concentra en unas pocas 7
8 9
Dahrendorf, 1957. VidEpstein, 1986; Schrager, c1986 BerIe, 1959: 59s5.
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manos -y además, daro está, porque existen las fórmulas in~tuciona les para concentrar propiedad de distintas manos: las sociedades por acaones-, cada vez más gente tiene que trabajar para las organizaciones y cada vez pueden agrupar éstas, conjunta o individualmente, a más gente. La importancia creciente de la autoridad y de quíenesla detentan no es, como creía Dahrendorf, malinterpretando a Berle y Means, una alternativa a la importancia de la propiedad, sino su otra cara. Ni la propiedad debe disolverse en la autoridad ni la autoridad, por cierto, en la propiedad, como sucede con el reciente invento delos bienes o activos deorganización. 10 Por ello mismo; la primera distinción que se impone es la que divide analíticamente la autoridad sobre el proceso de trabajo y el uso normal de los medíos de producción de la capacidad de decisión sobre los usos del capital~ incluidas las opciones de invertirodesinvertir, repartir o no beneficios, absorber o desprenderse de empresas, etc. Aunque de forma poco satisfactoria,creo, esto es lo que se ha querido recoger bajo distinciones como, por ejemplo, la que separa la propiedad jurídica (propietarios legales} de la propiedad económica (ejecutívos con capacidad de disposición sobre el capital) y de la posesión (directivos con capaódadde decisión sobre el proceso de producción en su conjunto)1J -distinción que haría estremecerse a un jurista. Precisamente por su creciente relevancia, por otra parte, resulta ya urgente hacer distinciones más finas en el ámbito de la autoridad en el seno del proceso de producción y/o trabajo. Cuando menos, me parece, hay que distinguir entre, primero, la capacidad de decidir sobre el uso demedios y recursos afectados al proceso de producción, a la que podemosllarnar capacidad de asignación; segundo, la capacidad de decidir sobre el trabajo de los demás, a la que podemos llamar autoridad propiamente dicha; y, tercero, la capacidad de controlar por uno mísmoel propio proceso de trabajo, ahque podemos llamar autonomía,12 Más a menudo que lo contrario, estas tres formas de autoridad en sentido amplio, de capacidad de disponer de los medíos de la organización en fun· ción de los fines de la organización, van juntas, pero no es inevitable que así sea. Cuando ascendemos desde la base hasta la cúspide de una orga· nizadón, aumentan normalmente a la par las capacidades de autonomía, autoridad y asignación, pero puede haber y hay casos de autoridad
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Wright, 1985, 1989. Como Poulantzas, 1974.
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Enguíta, 1994a.
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sin autonollÚa -por ejemplo, el capataz de una linea de montaje-, de autononúa sin autoridad ---como un vigilante noctum<r-- o de asigna: ción sin autoridad -un director de compras, tal vez. De forma análoga a la autoridad, la cualificación gana importancia y visibilidad, no porque la pierda la propiedad, como podría desprenderse de algunos relatos funcionalistas, u ni menos todavía porque la pierda la autoridad, como parecen creer algunos análisis de las organizaciones especialmente proclives ala consideración de loinformal,14 sino por todo lo contrario. Por un lado, ciertamente, el papel creciente de la tecnología en la competencia entre empresas y la aceleración del ritmo de innovación tecnológica refuerzan la importancia del conocimiento técnico y de sus detentadores. Pero, por otro, esta importancia en aumento procede de la complejidad misma de los procesos abordados por las organizaciones y de las propias organizaciones como tales, así como de la rampante mercantilización de la vida económica y de la dificultad en aumento de desenvolverse en esa variedad de mercados distintos, segmentados aunque interdependientes, efímeros aunque necesarios, imprevisibles aunque manipulables. Y justamente por la mayor dependencia de las personas y de sus posiciones y relaciones respecto de la cualificación, precisamos también conceptos más exactos y distinciones más finas dentro de ésta. Necesitamos distinguir entre la cualificación del individuo, o conjunto de capacidades que posee con independencia de cuáles tenga realmente que ejercer en supuesto de trabajo, y la del puesto mismo, o el conjunto de capacidades necesarias para desempeñarlo con independencia de otras que pueda poseer el individuo que lo ocupa; entre la cualificación formal reconocida al individuo ---sus diplomas escolares y otros----- o al puesto -su definición en un convenio colectivo, en una ordenanza laboral o en unos estatutos profesionales- y su cualificación real, que es la que resulta de sumar a aquéllas, en cada caso, otras capacidades efectivamente necesarias,aunque no reconocidas, y de restarles capacidades imaginarias, perdidas u obsoletas, aunque les sigan siendo atribuidas. Hay que discernir entre el nivel de cualificación, considerado como una posición en una escala cardinal u ordinal que permite establecer comparaciones, equivalencias y ordenaciones entrecualificaciones sustantivamentedistintas por su contenido, y el tipo de cualificación, que puede convertir en irreal cualquier comparación de niveles y hacer lJ 14
E.g, Davís y Moore, 1945, E.g. Gouldner, 1959,
Las tramas de la desigualdad
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patente una diferencia esencial entre el capital y el tr~b~jo: la me~<?r liquidez o converflbilidad del segundo y, por tanto, la ~tada ~ovilidad funcional del trabajador, sin tener en cuenta la cual es lffipüSlblecomprender la dinámica del mercado de trabajo. Hay que diferenciar, eft fin, la cualificación en sí de la autonollÚa en el proceso de trabajo, sobre todo por cuanto que buena parte de la literatura sobre la desCU4lificación o degradación del trabajo ha tendido a confundirlas o, cuando menos, a suponer que siempre corren parejas. Más que nada, parece necesario apartarse de la imagen de las diferencias de cualificaciónpercibídas simplemente en términos cuantitativos: más o menos, mayor o menor, cualificados y no cualificados, para introducir algunos cortes cualitativos imprescindibles. Por ejemplo, distinguiendo entre cualificadones escasas y cualificaciones monopólicas, pues sólo a partir de la consideración singular de estas últimas parece viable interpretar adecuadamente la posición y la dinámícade las profesiones -en el sentido fuerte del término, sean de ejercicio liberal o de base en las organizaciones-. Los mismos conceptos en apariencia puramente cuantitativos que se aplican a los poseedores de cualificaciones no escasas ni monopolistas: cualificado, semicualificado, no cualificado, requieren una mayor elaboración para determinar, por ejemplo, si la lla· mada" no cualificación" es tal o es simplemente la cualificación básica, y si ésta es la legal o la modalmente básica, y, en tal caso, si no hay que considerar la existencia de un sector infracualificado, etc,15 Estas desigualdades de poder, en las capacidades de disposición, se traducen, precisamente por una conducta racional, en explotación. La explotación consiste en desequilibrar en provecho propio los términos del intercambio o los de la apropiación del producto de la cooperación. Para detectarla, por supuesto, hay que desterrar de la cabeza la idea de que cualquier intercambio voluntario da lugar a un preciojusto, o al único precio posible, cosa que no todo el mundo parece dispuesto a hacer. Entonces, si se admite un criterio de atribución, o más exactamente de justicia, potencialmente divergente de la razón real de intercambio, cabe preguntarse sobre los términos de éste, los terms 01 trade, aunque para ello haya que contar con una teoría del valor, es decir, con una norma de atribución, con una teoría nonnativa de la distribución. Si los términos del intercambio se apartan de la equivalencia, sí uno da más de lo que recibe y otro recibe más de lo que da, entonces hay explotación en un sentido económico, sea cual sea la mecánica de la transacción (compra15
Enguita, 1994b,
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UÍld
venta, trueque, reciprocidad en el sentido que le da Polanyí) y no ímporta en qué otras relaciones venga envuelta (ninguna, como en el mercado; de dependencia, como en el feudalismo; afectivas, como en el matIlm _ nio). Esto es lo que comúnmente se llama intercambio desigual, aunque sería más comprehensivo denominarlo transacción asimétrica para incluir en él las formas de circulación no mercantiles con lastransaccion correspondientes. Lo mismo sucede si, en la producción cooperativa no hay una correspondencia exacta entre la contribución y la apropiación de cada uno, sea porque se contribuye más de lo que se apropía, en proporción, o viceversa: entonces surge la otra forma de explotación, I que suele denominarse extracción de excedente pero debería denominarse, en un sentido más general-ya que no depende de que la producción como tal sea excedentaria-, apropíact6n disproporcional. 16 Si subrayamos la ímportancia de los conceptos de transacción así, métrica, más amplio que el de intercambio desigual, y apropiación disproporcional, más que- el de extracción de excedente, es para añadir a continuación que sus escenarios posibles no son sólo, respectivamente, el mercado o la organización, sino también el Estado, entendido como mecanismo de (re)distribución -al margen de sus funciones propiamente politicas-, y el hogar, entendido como unidad de producción y consumo -al margen de sus funciones afectivas o vinculadas a la reproducción. 17 El problema del Estado es relativamente sencillo: cada individuo o grupo explota o es explotado por los demás según resulte positivo o negativo el balance entre lo que da y lo que recibe. No necesitamos entrar ahora en la larga casuística de los colectivos que deben ser excluidos de esta regla: niños, discapacitados, etc., y no vamos a abordar aquí el problema. Baste señalar que, si el Estado produce o distribuye recursos, ha de ser como tal objeto de la sociología económica. Como señaló hace tiempo Daniel Bell, es un «hecho extraordinario L.. ] que no tengamos una teoría sociológica del hogar público [public householdJ». 18 Puesto que las relaciones no son en él bilaterales, podemos preguntarnos quién explota y quién es explotado, pero no quién explota a quién (problema que no existe en las transacciones singulares del mercado y que sí lo hace, aunque más límitadamente, en la organización) , salvo en términos agregados; sin embargo, que la explotación a través del Estado sea errática o casuística no significa que sea inescrutable. El problema del hogar, 16 17
,g
E nguita, 1997 c. Enguira, 1997b. Bell, 1976: 220.
lAs tramas de lo deúgUt1ldad
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por su parte, puede resultar oscurecido por la difi.cult~d de hillar y a.cordar criterios de conmensurabilidad entre las aportaCIones monetarIas y no monetarias o por la multiplicidad de funciones y relaciones que se superponen en él a las económicas, pero se puede soslayar ésta y r~sol ver aquélla. Es posible que el hogar, donde efectivamente pueden llegarse a conocer las utilidades subjetivas o preferencias del otro, sea el único escenario ímaginable para las comparaciones intersubjetivas, de modo que pierdan o cedan sentido las comparaciones basadas en cualquier idea objetiva del valor. Pero, mientras alguien descubre la forma de hacer esto, es difícil encontrar un término más adecuado que el de explotación para designar las transacciones asímétricas y la apropiación disproporcional del producto que tienen lugar en él, precisamente por ser una «palabra emotiva y polítial». 19 La otra forma de desigualdad social a tener en cuenta es la discriminación. Es característico de la sociedad capitalista e industrial que ésta no sea ya categórica o colectiva, como en la sociedad estamental, sino individual. Las formas más ímportantes de discriminación son, qué duda cabe, genérica, étnica y generacional, aunque en ciertas circunstancias puede revestir ímportancia la discriminación de los disidentes políticos, los discapacitados, los homosexuales u otros grupos. La diferencia esencial entre la explotación y la discríminación es que aquélla deriva del ejercicio de una relación de intercambio o de producción, mientras que ésta concierne al acceso mismo a tales relaciones; la explotación atañe a los medios de vida; la discriminación, a las oportunidades. Es ímposible la explotación absoluta, salvo que consideremos tal el canibalismo O el empleo de los niños pobres para fabricar jabón, como sugirió Swift, pero es perfectamente posible la discriminación absoluta: la exclusión. Explotación y discriminación, pues, no son conmensurables. Por consiguiente, resulta de gran ímportancia señalar que además, junto a o antes que la explotación en sus diversas formas, están las distintas formas de discriminación, pero carece de sentido equiparar una y otra, como sucede, por ejemplo, cuando se repite el sambenito sobre las desigualdades de clase, género y etnía. 20 Pertenece al análisis concreto, y sólo a éste, de cada sociedad determinar la ímportancia relativa de una u otra forma de desigualdad, más exactamente de cada forma de explotación o de discriminación (por ejemplo, si afirmamos que en la sociedad agraria hay menos explotación y más discriminación que en la industrial, o que en la 19
2<)
Delphy y Leonard, 1992: 42. Enguita, 1993b.
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ex URSS la discriminación más grave era la política y en los EEUU la raciaD, así como corresponde a cada individuo determinar qué forma el desigualdad le resulta más dañina o más llevadera (como cuando una mujer rompe al menos parcialmente su discriminación en el hogar ~_ tar confinada en él- para salir a ser explotada en la fábrica o la oficina). En todo caso, la categoría de discriminación resulta a priori irren unciable --{)tra cosa será lo que digan los resultados- para el análisis tan to de las organizaciones como de los mercados -y, entre éstos, ele lo mercados de trabajo en particular. Aparte de la consabida concentración de mujeres, minorías, jóvenes y mayores en el desempleo o la inactividad inducida, el empleo precario, los trabajos peor pagados, etc., se ha señalado, por ejemplo, que el análisis de los mercados segmentados de trabajo tiene que ir vinculado al de la segmentación de los propios trabajadores, especialmente a lo largo de las líneas típicas de género, etnia y edad;21 que la dinámica de las profesiones y las semiprofesiones, y en particular los éxitos y. fracasos colectivos en el proceso de profesionalización, no puede ser separada de la composición sexual de los colectivos afectados;22 que los estereotipos de género disocian fuertemente las carreras de los cuadros y directivog23 y marcan sus relaciones con los subordínados;24 que el logro del consentimiento y la cooperación de una parte importante de la fuerza de trabajo mediante la constitución de mercados internos de mano de obra se ha basado, a menudo, en la acentuación de las fracturas étnicas, o entre nacionales e inmigrados;25 que las políticas de empleo se sirven a menudo de las divisorias de edad a favor de la generación intermedia y en detrimento de las generaciones extremas de activos potenciales, jóvenes26 o mayores. 27 Quizá la más importante de estas formas de discriminación, por cuanto afecta a la mitad de la población de cualquier sociedad, sea la discriminación genérica. Es importante, en este aspecto, destacar el papel .de la articulación entre la esfera doméstica y la extradoméstica, es declr, cómo la responsabilidad prioritaria de la mujer sobre las tareas domésticas y el cuidado y la educación de los hijos la sitúa en una posición de desventaja a la hora de acudir al mercado de trabajo, mientras 21
22
Z3 24 25 26 27
Gordon, Edwardsy Reich, 1982. Símpson y Símpson, 1969. Davídson, 1992. Kanter, 1977. Stone, 1974. Osterman, 1980. Guillemard, 1986.
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que su peor posición en el mercado de trabajo la coloca en una relación de dependencia respecto de los ingresos normalmente más cuantiosos y estables del varón. 28 La responsabilidad doméstica hace que tenga que conformarse con empleos temporales o a tiempo parcial, tal vez iriduso que abandonar el trabajo y sacrificar así su carrera en la primera fase de la crianza, y en todo caso que sea contemplada como una elección menos segura por los empleadores. La postergación extradoméstica implica la presión moral a favor de una mayor asunción de tareas domésticas y la insuficiencia de los medios propios como base para una eventual independencia. En otras palabras, tanto en el hogar como fuera de él, la relación es esencialmente de discriminación --con independencia, en ambos casos, de que sea o no, además, de explotación-, y las dos formas de discriminación se refuerzan mutuamente. 29 No obstante lo cual, hay que añadir que la disminución de las desigualdades extradomésticas mina las bases de las desigualdades domésticas. La discriminación étnica (definida la etnia por cualquier combinación de características raciales, lingüísticas, nacionales o religiosas), que sin duda es --como cualquier otra forma de discriminación pero de modo más elaro-- un fenómeno mucho más amplio que la mera discriminación en las oportunidades económicas (Weber, por ejemplo, creía que su piedra de toque estaba en el connubio y la comensalidad,30 aunque no se le escapó su disponibilidad para fines económicos}l), presenta un campo de intersección con las políticas de relaciones industriales y las estrategias colectivas en las relaciones económicas cada vez más elaro para la investigación. En particular, hay que señalar la orientación creciente de los análisis de las relaciones raciales o, en un sentido más amplio, interétnicas, hacia contemplarlas como un proceso de racialización de lo que en realidad serían esencialmente políticas de mano de obra que incluyen como variable manipulable a la mano de obra inmigrante y estrategias frente al problema del reparto de un trabajo escaso y desigual. 32 No solamente es posible así comprender mejor el brote y rebrote de ciertos fenómenos de racismo y xenofobia entre los sectores más marginales de la etnia dominante, como sucede con el fenómeno profusamente estudiado de la white trash (originalmente, los blancos más pobres del sur de los Estados Unidos, protagonistas de la mayor 28 29
JO JI J2
Hartmann,1979. Enguíta, 1993a, 1997a Weber, 1922: 1, 315- 16. Weber, 1922:1, 276, 317. Castles y Kosack, 1978; Miles y Pruzacklea, 1984.
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hostilidad hacia los negros), sino incluso las estrategias de solidaridad étnica de los grupos discriminados, por ejemplo el papel de la magnificación del conflicto externo como forma de mantener la cohesión de los grupos gitanos que basan su modo de vida económico semÍ-itinerante en la existencia de amplias redes familiares y de clan?} La discriminación generacional, en fin, arroja intersecciones equiparables. (Prefiero denominarla discriminación generacional, mejor que edadista, por razón de la edad o cualquier otra fórmula similar, amén de la eufonía, porque considero que, aunque los estereotipos tengan que ver con la edad, se trata de un problema de sucesión de las generaciones en un contexto de oportunidades escasas. El uso que hago del término generación, pues, es claramente distinto del más popular en sociología, el que hiciera Mannheim.)34 Ante la escasez de puestos de trabajo, la edad aparece como una divisoria dotada de legitimidad suficiente para ser invocada en el reparto y las políticas dirigidas hacia la juventud y la vejez gravitan hacia la política de empleo. Las primeras como políticas manifiestamente encaminadas a la inserción profesional de los jóvenes, pero también con la función latente de su contención a las puertas del mercado de trabajo,'5 y las segundas como políticas de protección de los trabajadores mayores frente a las condiciones de trabajo o los rigores del desempleo, pero también dirigidas a favorecer su paso a la situación de inactividad.36
10.
EL RESURGIR DE LA SOCIOLOGÍA ECONÓMICA
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A mediados de los cincuenta, Parsons y Smelser lamentaban en Economy and society el abismo creciente entre la sociología y la e.conofiÚa e incluso que hubiera tenido lugar, «si acaso, un retroceso, más que un avance, en lo que va de siglo»,! en los intentos de ponerlas en relación. Cuatro decenios después, Smelser y Swedberg abrían su magnífica recopilación, Tbe Handbook ofEconomic 5ociology, afirmando que «el campo de la sociología económica, en todas sus manifestaciones, había experimentado tal periodo de vitalidad durante los diez años anteriores [a 1990] que ya estaban maduras las condiciones para la presentación del estado y la consolidación de ese trabajo creciente. Al contemplar este volumen en vísperas de su publicación vemos esa convicción confirmada en el producto.»2 Lo que iba de siglo para Parsons y Smelser iba, en realidad, más o menos desde Weber, fallecido en 1920 y cuya Economía y sociedad se publicaría en 1922 (si bien fue escrita, en su casi totalidad, en los años inmediatamente anteriores y posteriores a la Gran Guerra). Efectivamente, algunos de los fundadores no sólo habían tenido una mayor o menor familiaridad con la economía sino que dedicaron una buena parte de sus esfuerzos a la sociología económica. Es el caso, por supuesto, de Weber, pero también el de Sombart, con sus grandes investigaciones y sus diversos estudios menores sobre el capitalismo;} Simmel y sus trabajos sobre el dinero y, en menor medida, sobre la competencia;4 Veblen y sus obras sobre la empresa, la propiedad, el consumo, el trabajo o la ciencia.5 Los franceses añadirían seguramente a Simiand, pero pienso que su obra pertenece al dominio más específico de la sociología industrial; y, los italianos, a Pareto, pero creo que, si bien puede ostentar con todo derecho el doble titulo de economista y sociólogo, fue las dos cosas Parsons y Smelser, 1956: xvii. Smelser y Swedberg, 1994: vii, y Sombart,1913a,b,c. 4 Sirnmel, 1900, 1922, , Veblen, 1899, 1904, 1919, 1923, 1
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'4 15 )6
Enguita, 1996a: 67 ss, Mannheim, 1928, Rose, 1984; Dubar, 1987, Walker, 1981; Gaullier, 1990.
2
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de forma independiente y separada, por no decir esquizofrénica, y representa mejor que nadie el divorcio entre ambas disciplinas. Ahora bien, lo que distingue a Weber de los demás es su concepción comprehensiva (en relación al ámbito, no al sentido) de la sociología económica o, por decirlo de otro modo, su convicción de que la sociología podría y debería abarcar el conjunto de la realidad económica, el mismo objeto real que la ciencia económica, si bien definiéndola de otro modo como objeto teórico. La ambición de Weber queda patente en el pian que se proponía abordar para lo que pretendía fuese, con el título de Wirtschaft und Cee sellschaft, la parte tercera del Crundriss der Sozialokonomik, los textos que luego, al quedar su obra inacabada, llegarían a nosotros, en realidad, como parte segunda, Die Wirtschaft und die gesellschaftlichen Ordnungen und Miichte (La economía y los ordenamientos y poderes sociales), de su póstuma Wirtschaft und Cesellschaft (Economía y sociedad), sin apartarse apenasdel'proyecto original. Nos permitiremos citarlo en toda su extensión: «1) Categorías de los ordenamientos sociales. Economía y derecho en su relación de principio. Relaciones económicas en las asociaciones en general. 2) Comunidad doméstica, oikos y empresa. 3) Asociación de vecindad, parentela y comunidad. 4) Relaciones étnicas en la comunidad. 5) Comunidades religiosas. Dependencia de lasrelígiones respecto a las clases; religiones avanzadas e ideología económica. 6) La colectivización del mercado. 7) La asociación política. Las condiciones de desarrollo del derecho. Profesiones, clases, partidos. La na~ ción. 8) El dominio. a) Los tres tipos de dominio legítimo. b) Dominio político y hierocrático. c) El dominio ilegítimo. Tipología de las ciuda. des. d) El desarrollo del Estado moderno. e) Los partidos políticos modernos.»6 Chocará sin duda la inclusión, y la amplitud con que tiene lugar, de la religión y la dominación, si bien no es difícil relacionarlo con la importancia otorgada por Weber a las ideas religiosas, las ciudades (que asocia al domírÍio ilegítimo) y la burocracia en el desarrollo del capitalismo. Baste subrayar, no obstante, la inclusión de todas las formas asociadas de producción material: hogar, oikos, empresa; la consideración específica del marco político: derecho y Estado, y cultural: etnia y religión; en fin, la problematización del mercado. Queda claro, pues, que, con independencia del juicio que merezca cada una de sus incursiones, Weber estableció un plan para la sociología económica -en realidad, para la Sozialókonomik, la socioeconomía- tan amplio como se pueda desear. 6
Citado por Winckehnann, 1955: ix-x.
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Mucho tiempo antes, sin embargo, Marx ya había clama~o con insistencia casi obsesiva contra la economía política, es decir, contra la teoría económica de su tiempo, acusándola de no reconocer el carácter histórico y, por tanto, social, de las relaciones económicas, empezando por las más elementales. ParaeIla, recuérdese, «ha existido la historia,pe'ro ya no lahay.»7 «La economía política parte del hecho de la propiedad priva. da, pero no lo explica. [. .. N]o nos proporciona ninguna explicación sOc bre el fundamento de la división de trabajo y capital, de capital y tierra. [. ..0 }tro taotoocurre con la competencia [...] .»8 Proudhones criticado por no entender que «esas relaciones sociales [de producción] son tan producidas por el hombre como la tela, el lino, etc. Al adquirir nuevas fuerzas productivas los hombres cambian su modo de producción, y al cambiar el modo de producción, la manera de ganar su vida, cambian todas sus relaciones sociales.»9 Es difícil encontrar un llamamiento más encendido a relativizar las relaciones económicas, todas ellas declaradas <<productos históricos y transitorios»,lOpero el problema está en que sólo es un llamamiento limitado a estudiarlas. No sólo la producción debe ser estudiada y merece, por tanto -añadimos nosotrcs--, su sociología industrial y de la empresa, sino que otro tanto puede decirse dela distribución; el cambio y el consumo, que merecerían así, también -ampliaríamos nosottos-, sus respectivas sociologías de la estratificación social o de las ocupaciones, de los mercados y del consumo, e inc1uso--sintetizaríamos nosotros~ una sociología económica unificada. Pero, para Marx, todas las otras esferas se reducen a la producción: <<La organización de la distribución se halla completamente determinada por la organización de la producción.»ll <<El cambio aparece así, en todos sus momentos, como comprendido directamente en la producción o determinado porella.»12 En otras palabras: el camino parte siempre de la producción. No hay un lugar específico, independiente, para el estudio de los mercados, de la distribución de la renta, etc.,sino que todos estos campos están práctica y teóricamente subordinados a la producción. «La verdadera ciencia de la economía moderna sólo comienza cuando la consideraCión teórica pasa del proceso de la circulación al proceso de la producción.»]} 7 Marx, 1847: 177. " Marx,l844a: 104. 9 Marx, 1847: 16l. I () Loc cit. 11 Marx, 1857b: 262. 12 Marx, 1857b: 267. lJ Marx, 1867: IIIIl,430-31.
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De ahí a los setenta tuvo lugar la travesía del desierto, pero con dos notabilísimas excepciones. Una es Schumpeter, un economista atípico, perfectamente integrado por un lado en la tradición del análisis económico pero enormemente atento, por otro, a la contribución real o potencialde otrasciencias sociales que la economía al estudio de la realidad económica: Schumpeter no sólo hizo él mismo notables contribuciones a la sociología económica 14 sino que defendió con toda claridad la idea de que la realidad a la que la economía analítica aplica sus modelos teóricos y sus instrumentos técnicos es parte de una sociedad de la que tienen que dar cuenta la historia y la sociología. «Todo tratado de economía que no se limite a enseñar técnica, en el más estricto sentido de la palabra, cuenta con una introducción institucional que pertenece a la sociología más que a la historia económica como tal.»15 Schumpeter criticó la ambición de la economía política de abarcar la economía como un todo, yen particular la pretensión de explicar la política y la cultura a partir de la economía, como sería el caso del marxismo -aunque el principal atractivo de éste para el lego residiría precisamente aru: en ofrecer una imagen completa y ordenada de la realidad-; Creía que el conocimiento de la economía (el análisis económico, en sus términos) avanzaba a través del desarrollo de campos especializados, y mencionó como los tres fundamentales la teona económica (lo que hoy llamaríamos precisamente análisis), la estadística y la historia económica, pero comprendió que entre los tres sólo daban una versión parcial, incompleta y fragmentaria de la realidad económica, y que el deseo de encajar las piezas era lo que se reflejaba en la empresa totalizante de la economía política. <<Al añadir nuestro "cuarto campo fundamental", la sociología económica, reconocemos parcialmente la verdad que parece contenida en este programa.»16 y definió la disciplina en unos términos que podrían tomarse hoy como una declaración programática: «el análisis económico estudia las cuestiones de cómo se comporta la gente en cualquier momento dado y cuáles son los fenómenos económicos que producen al comportarse así; la sociología económica trata la cuestÍón de cómo es que la gente se comporta como lo hace. Si definimos el comportamiento humano con la suficiente amplitud para que incluya no sólo acciones, motivos y propensiones, sino también las instituciones sociales que importan para el comportamiento humano--como el gobier-
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nos dice realmente todo lo que necesitamos precisar.»l! La otra figura de excepción fue; por supuesto; Polanyi, con su estudio de la formación delos mercados de la tierra, la fuerza de tfábajo y el dinero,18 el estudio con sus colaboradores de los mercados y las formas de distribución de la antigüedad19 y, en el terreno más conceptual, 'la distinción entre economíasustantiva y economía formal y el concepto de incrustación (embeddedness).2o El significado sustantivo de la economía, según Polanyi, «deriva de la dependencia del hombre para ganarse la vida de la naturaleza y de SUs compañeros, en la medida en .que esto funciona para suministrarle los medios de satisfacer sus deseos materiales. El significado formal'de la economía deriva del carácter lógico de la relación medios~fines, tal como se ve en palabras como "económico" (en el sentido de barato] o «economizar". Los dos significados básicos de la «economía" , el sustantivo y el formal, no tienen nada en común. El último deriva de la lógica, el primero de los hechos.»21 Esta distinción tuvo un fuerte impacto en la antropología, pues el concepto de "economía sustantiva" pareció a numerosos autores más adecuado para dar cuenta de unas instituciones yprocesosmenos específica yexdusivamenteeco~ nómicos que los de las sociedades modernas. El concepto de incrustación sirve a Polanyi para explicar la imposibilidad de separar mentalmente la economía de otms actividades sociales antes de la llegada de la sociedad moderna, cuando señala que no existe para los miembros de esas sociedades un concepto de economía clato y diferenciado como el que puedan tener de las distintás instituciones del parentesco, la magia ola etiqueta. «La primera razón para la ausencia de cualquier concepto de economía es la dificultad de identificar el proceso económico bajo unas condiciones en las que está incrustado (embeddedJ en instituciones no ecouómkas.»22 De aquí arrancan distintas tradiciones que podemos reducir a dos, aun con plena conciencia de que, en consecuencia, serán internamente muy diversas: de un lado,'la de la (nueva) economía política, en·buena parte de origen o inspiración marxista o marxistizante, desde la que se intenta explicar las otras relaciones económicas, por decirlo en el argot,
21
Schumpeter, 1954: 57. Polanyi, 1944. Polanyi, Arensberg y Pearson, 1957. Polanyi, 1957 a,b. Polanyi, 1957a: 243
22
lbld.: 71
17 18
19
15
Schumpeter, 1942, 195L Schumpeter, 1954: 56.
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lbzd.: 58.
14
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, no, la herencia de la propiedad, los contratos, etc.-, entonces esa frase
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como totalidades concretas en las cuales juegan un papel determinante la dinámica del capital y/o la relación capital-trabajo. En esta tradición ocupan un lugar fundamental, como es lógico, los neomarxistas, y en ella se confunden -descontextualizando para el caso los términos de Dumont- economistas sociologizantes y sociólogos economízantes a los que debemos diversos estudios de gran interés sobre la articulación interna del capital (por ejemplo, Zeitlin),23 el papel del Estado en el proceso de acumulación del capital (por ejemplo, O'Connor),24 Iasrelacioc nes entre trabajo asalariado y trabajo doméstico (por ejemplo, Delphy),25 el isomorfismo entre intercambio desigual y extracción de plusvalor (por ejemplo, Chevalier),26 las funciones de la escuela (por ejemplo, Bowles y Gintis), el desempleo (por ejemplo, Therborn),271a inflación (por ejemplo, Goldthorpe y Hirsch),28 el desarrollo tecnológico (por ejemplo,Castells),29 más un largo etcétera y, por supuesto, sobre la relación trabajo-capital misma (por ejemplo, Braverman).30 Elementos comunes a todos 'ellos son el énfasis en la importancia de la economía frente a otras esferas de la vida social y la centralidad del conflicto capital-trabajo, los cuales me parece que son su mejor aportación; la debilidad de la primera oleada de neomarxismo ortodoxo, manifiesta en aspectos como la omnipotencia presupuesta al capital, la presunción de que existe una clase obrera con intereses homogéneos y la no consideración de los grupos fuera de la relación capital-trabajo ni de otras relaciones que ésta, desaparece a partir de los ochenta sin que por ello se pierda el gusto distintivo por el estudio de los grandes escenarios y tendencias. En segundo lugar, hay una tradición apoyada en Weber y en Polanyi -y que se atiene de modo implícito al programa de la sociología económica de Schumpeter y a su critica de la economía política- a la que pueden adjudicarse, creo, tres tipos de estudios. Los más dásicosson los que, en la onda de la sociología de las organizaciones, constituyen buena parte de la sociología industrial y de la empresa en Europa y el grueso de la misma en Norteari1érica desde sus inicios. Se distinguen más o menos claramente de los análisis (filo)marxistas sobre el proceso de trabajo por
su énfasis en las distintas fuentes de poder en la organización~ en particular las que no son ni la propiedad ni la autoridad formal-la influencia, la posición estratégica, el control de la información, el control de recursos, etc.-, frente al monismo reduccionista de la relación capital-ttabajo. Representante paradigmático de este tipo de estudios podría ser el primer Etzioni.31 Un segundo tipo está formado por los que, recuperando de modo explícito o implícito el énfasis de Weber sobre la importancia de la cultura en el funcionamiento y la viabilidad misma de un comportamiento económico racional, han iniciado una floreciente saga de análisis sobre las condiciones culturales en las que es posible el florecillÚento de las instituciones económicas del capitalismo: entre estos podríamos mencionar, como dos buenos ejemplos, a Dore o DíMaggiO.32 El tercer tipo, en fin, se remonta más directamente a Polanyi y muestra un interés particular por los mercados, con 10 cual han entrado directamente en la sala de estar de lo que hasta ayer era el domicilio inviolable de la teoría econÓllÚca. Los más importantes de estos autores fueron ya mencionados en el apartado sobre el estudio del mercado. La otra buena noticia es que no se trata ya de un conjunto disperso de trabajos interesantes sobre tal o cual aspecto de la realidad económica, probablemente poco tratado desde la sociología, sino que ya abundan las compilaciones más o menos sistemáticas, como los números monográficos dedicados por revistas como Current Sociology,33 Theory and Society34 y Actes de taRecherché5 o las editadas directamente en forma de líhro por Friedland y Robertson, Granovetter y Swedberg, Swedberg (¡tres, incluido un libro de entrevistasl), Smelser y Swedberg.36 (Incluso aquí puede saludarse ya la monografía de Política y Sociedad dedicada a: Sociología y Economía,37 si bien no deja de ser significativo del escaso desarrollo de la sociología económica entre nosotros que, de sus siete artículos, seis de los cuales nacionales, cuatro --entre ellos los de los autores más veteranos- estén dedicados al análisis del discurso de algún clásico propio o ajeno -Mises, Smith, Mandeville, Polanyi- y los otros dos al discurso global de la teoria económica.) Asimismo, menudean los tratamientos teóricos siste-
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El resurgír de la sociología económica
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mátícos de la sociología económica que tratan de definir los fundamentos y contornos de ésta como una sociología especial junto a otras, tal, como se hace en los prólogos de todas las recopilaciones ahora mencio~ nadas pero también y más a fondo en trabajos de algunos de los representantes más claros de la corriente, tales como Granovetter, Etzioni y Swedberg.3 8 Cabe añadir, no obstante, que es una característica de esta corriente, creo, la inclinación hacia los estudios de medio alcance con apoyatura empírica en datos de nivel micro, por contraste con la tendencia generalizadora de la economía política y su acusada preferencia por el uso de las macromagnitudes. Hay que mencionar, en fin, otras voces y otros ámbitos a tener en cuenta, sea como comilitantes o como concurrentes. Me refiero,del lado de la disciplina vecina, al imperialismo económico y, del propio, alas teorías de la elección racional. Del imperialismo económico--que quizá sería mejor llamar imperialismo paradigmáticd'J- me parecen particularmente interesantes las incursiones de la escuela de Chicago en tomo a temas como la discriminación, el capital humano o la familia, particularmente los ambiciosos trabajos de Becker;40 la nueva economíainstitucional y su asalto a las organizaciones, en especial la teoría del principal y el agente;41 la audaz teoría de los costes de transacción de Williamson42 y los estudios sobre la hacienda pública de Tullock43 y otros autores de la escuela de la elección pública. Aunque no espero que vayamos a saber nada que no supiéramos ya de estos campos a través de estas incursiones --de momento, todo lo contrario--, sí creo, no obstante, que plantean problemas e hipótesis que no pueden ni deben ser ignorados por la sociología económica ni por las otras sociologías especiales dedicadas a los campos afectados (estratificación, educación, familia, organizaciones, trabajo). De la corriente denominada de la elección racional en sociología, creo que hay que distinguir entre una corriente dura encarnada principalmente por autores como Lindenberg, Hechter o Coleman,44 y otta afortunadamente más blanda en la que militan sociólogos como Elster, Van Parijs o Boudon. 45 Los primeros representan un intento de 38 39 40
41 42 41 +4
45
Granovetter, 1985; Etzioru. 1988: Swedberg, 1990, 1991. Salvatí, 1993: 209, Becker, 1957, 1964, 1976, 1981. Alchían y Demsetz, 1972. Williamson, 1975. 1985; Tullock, 1983 1986. Lindenberg, 1985; Hechter, 1983; Coleman, 1973, 1990. Boudon, 1977; EIster, 1979, 1986; Elster y Hylland, 1986b; Van Parijs, 1981.
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importación sistemática de la metodología económlCa al campo de la sociología que, al menos por el momento, produce mucho ruido y pocas nueces, ya que los esfuerzos por articular modelos formales y matemáticos a la búsqueda de la partícula sociológica elemental no se corres!'onden, creo, con los resultados; los segundos, más moderados en sus pretensiones, tienen la ventaja de concentrar sus esfuerzos en un ámbito más limitado, normalmente el de la desigualdad y las estrategias frente a ella, en el que la racionalidad como elección entre términos cardinales u ordinales puede corresponder mejor a los procesos reales de decisión y tener un alto valor heurístico. Finalmente, hay que considerar como una fuente específica los estudios sobre la comunidad doméstica y la lógica económica de subsistencia y, dentro de éstos, a su vez, tres focos independientes~ la antropología económica, los estudios campesinos y las investigaciones feministas. Aunque cada uno de estos rótulos designa, sin lugar a dudas, un ámbito más amplio que el que aquí nos interesa, hay que señalar que todos ellos tienen en común apuntar a un tipo de realidad económica plenamente distinta de la que cubren el mercado, las empresas y el Estado. Si, como dicen los chinos, las mujeres sostienen la mitad del cielo, podemos asegurar sin miedo que la economía doméstica sostiene la mitad de la tierra en la sociedad avanzada actual y mucho más en todo el resto y en toda la historia anterior. No es casual, por otra parte, que en todos estos campos aparezca reiteradamente la sombra de Chayanov, cuya interpretación de la lógica económica de subsistencia de la unidad económica campesina ha resultado esencial no sólo para el estudio de ésta sino también para el de los otros dos tipos de hogares esenciales en la historia: el 47 grupo doméstico primitivo46 y el hogar nuclear modemo. Puede observarse que las dos primeras y principales corrientes mencionadas se unen en el deseo de romper las barreras entre la realidad económica y el resto de la realidad social y, en cierto modo, también entre las disciplinas, i.e. entre la sociología y la economía, sea bajo la bandera de la economía política o bajo la de la sociología económica. La opción por la convergencia se refiere al objeto de investigación y a su interpretación sustantiva, no al método, y esto lo que separa a ambas del tercer grupo, el formado por el imperialismo económico y la elección racional. Pero les aparta también de la corriente principal de sus dos disciplinas-madre: la economía política de los economistas es, en lo esencial, 46
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Sahlins,1974, Gardíner,1973.
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obra de los economistas marxistas o radicales, según de qué lado dcl océano se tome la terminología. La economía política y la sociología eco. nómica de los sociólogos son, en gran medida, pequeños islotes aislados dentro de una disciplina dedicada fundamentalmente a otros menesteres. Las economía política y la sociología económica divergen,no obstan. te, en que la primera trata de subrayar el peso decisivo de los factores económicos sobre otras esferas de la vida social, mientras que la segunda acentúa el enmarque y los condicionamientos sociales de las instituciones económicas. El explanans de cada una de ellas es el explanandum de la otra, y ahí es donde más se nota la larga sombra de Marx y Weber. Sin embargo, no hay razón para exagerar ni motivo para desesperar. Ni los unos son tan culturalistas ni los otros tan economicistas. El tiempo, que todo lo desgasta, ha limado sin lugar a dudas las aristas de las dos es. cuelas, yel futuro de la sociología económica, entendida ya estrictamente como denominación de una sociología especial y no como etiqueta de una escuela particular; se dibuja relativamente optimista sobre bases contrapuestas, pero también complementarias.
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ANEXO BIBLIOGRÁHCO
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c
La bibliografía que sigue, organizada por grandes apartados cuyo contenido se c'xplicita mÍnÍlmunente al comienzo de cada uno de ellos, pretende ser simple· mente un instrumento útil para el estudioso interesado en ellos o para el profe· sor que los incluva, total o parcialmente, en su programa. Por supuesto, no pre· tende ser exhaustiva sino selecti\'a, aunque no dudo de que habrá mil buenas razones para incluir trabajos que no lo han sido y dejar fuera otros que sí lo han sido. He procurado reseñar las versiones en castellano siempre que tuviera noti· cia de ellas, lo cual creo haber conseguido en buena medida con los libros pero no así, dada la dificultad de manejar bases de datos adecuadas en nuestra len· gua, con los artículos. For si el libro llegara a reeditarse, agradeceré cualquier información, sugerencia o corrección al respecto, que puede hacerse llegar a la dirección electrónica mfe@gugu.usal.es He tratado de que las referencias sean lo más breves posibles, de modo que he omitido cualquier información redundante V he optado siempre por la más concisa, por ejemplo renunciando a las páginas de principio Vfin de los capítu· los en libros colectivos (no dudo que el lector sabe buscar en los índices), o de artículos en revistas de las que ya se da volumen vio número, etc. Cuando he in· cluido capÍnJos específicos de recopilaciones que figuran como tales en el blo· que primero, formado por manuales V recopilaciones, he evitado repetir de nuevo la referencia: en esos casos, un asterisco tras el nombre del autor o auto· res de la recopilación advierte de que ésta se encuentra en dicho bloque. Las fechas de las obras corresponden siempre, la primera de ellas (entre pa· réntesis tras el nombre del autor o editor) a la edición original y, la siguiente, dentro de la información de referencia, a la edición utilizada o accesible, o a la traducción. Finalmente, v dada la tendencia creciente de los editores a distin· guir entre nuevas edicio;es y reimpresiones, he optado por improvisar una no· tación en superíndice, tal que, por ejemplo, 1978'2+1 significaría que se trata, en 1978, de la tercera reimpresión de la segunda edición.
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Anexo bibliográfico
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Anexo biblíográlíco
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Anexo bibliográfiCo
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95. El nacionalismo vasco a la salida del franquismo. Alfonso Pérez-Agote. 96. "iPleitos tengas!...». Introducción a la cultura legal española. José Juan Toharia. 97. La profesión farmacéutica. Jesús M. de Miguel y Juan Salcedo. 98. Sociología de las crisis políticas. La dinámica de las movilizaciones multisectoriales. Michel Dobry. 99. Familia, población y sociedad en la provincia de Cuenca, 1700-1970. David-Sven Reher. 100. ¿Movilidad social o trayectorias de clase? Elementos para una crítica de la sociología de la movilidad social. Lorenzo Cachón Rodríguez. 101. Política y movimientos sociales en el Magreb. Bernabé López García. 102. La vida y el mundo de los vaqueiros de alzada. María Cátedra Tomás. 103. La prensa del Estado durante la transición politlca española. Juan MontabeS' Pereira. 104. Louis Blanc y los orígenes del socialismo democrático. Jesús González Amuchastegui. 105. Análisis de tablas de contingencia. Juan Javier Sánchez Carrión. 106. Medios de comunicación de masas. Su influencia en la sociedad y en la cultura contemporáneas. Rafael Roda Fernández. 107. Conocimiento y sociología de la ciencia. Esteban Medina. 108. Estructura urbana y diferenciación residencial: El caso de Bilbao. Jon Joseba Leonardo Aurteneche. 109. Participación política de las mujeres. Judith Astelarra (comp.). 110. Ibiza, una isla para otra vida. Inmigrantes utópicos, turismo y cambio cultural. Danielle Rozenberg. 111. La profesión de policía. Manuel Martín Fernández. 112. Salud y poder. Josep A. Rodríguez y Jesús M. de Miguel. 113. La sociedad anciana. María Teresa Bazo. 114. La sociedad reflexíva. Sujeto y objeto del conocimiento sociológico. Emilio Lamo de Espinosa. 115. Chile: transición política y sociedad. Antonio Alaminos.
116. Trabajadores extranjeros en Cataluña. ¿Integración o racismo? Carfota Solé y Encama Herrera. , 117. Población y desigualdad social. Graciela Sarrible. 118. La politica como compromiso democrático. Ángel Flisfisch. • 119. Redes sociales y mercado de trabajo. Elemento s para una teoría del capital relacional. Félix Requena Santos. 120. De jóvenes y sus identidades. Socioantropología de la etnicidad en Euskadi. Eugenia Ramírez Goicoechea. 121. El cambio cultural en las sociedades ind ustriales avanzadas. Ronald Inglehart. 122. Nacionalismo y lengua. Los procesos de cambio lingülstlco en el País Vasco. Benjamín Tejerina Montaña. 123. La mortalidad infantil española en el siglo xx, Rosa Gómez Redondo. 124. La deserción universitaria. Desarrollo de la escolaridad en la Enseñanza Superior. Éxitos y fracasos. Margarita Latiesa. 125. México frente al umbral del siglo XXI. Manuel Alcántara y Antonia Martínez (comps.). 126. La nación como discurso. La estructura del sistema ideológico nacionalista: el caso gallego. Julio Cabrera Varela. 127. La justicia de menores en España. M.a Ángeles Cea D'Ancona. 128. La vigencia del nacionalismo. Gonzalo Herranz de Rafael. 129. Tiempo y sociedad. Ramón Ramos Torre (comp.). 130. De lo mío a lo de nadie. Individualismo, colectivismo agrario y vida cotidiana. María José Devillard. 131. Crisis y cambio en Europa del Este. La transición húngara a la democracia. Carmen González Enríquez. 132. La Gripe Española. La pandemia de 191~1919. Beatriz Echeverri Dávila. 133. Indicadores Sociales de Calidad de Vida. Un sistema de medición aplicado al Pais Vasco. María Luisa Setién Santamaría. 134. Mujeres policia. Manuel Martín Fernández. 135. Sociología política de la ciencia. Cristóbal Torres Albero. 136. Teoría Social y Metateoria hoy. El caso de Anthony Giddens. Fernando J. García Selgas.
137. Envejecimiento y familia. Josep A. Rodríguez. 138. Erving Goffman. De la interacción focalizada al orden interacciona!. José R. Sebastián de Erice. 139. Amigos y redes sociales. Elementos para una sociología de la amistad. Félix Requena Santos. 140. Sociología de la movilidad espac ial. El sedentarismo nómada. Eduardo Bericat Alastuey. 141 . La mirada reflexiva de G. H. Mead. Sobre la socialidad y la comunicación. Ignacio Sánchez de la Yncera. 142. La mirada distante sobre Lévi-Strauss. Luis V. Abad Márquez. 143. La abstención electoral en España, 19n-1993. Manuel Juste!. 144 La audiencia activa. El consumo televisivo: discursos yestrategias. Javier Calleja Gallego. 145. La dimensión de la ciudad. Jesús Leal Maldonado y Luis Cortés Alcalá. 146. Diseño estadístico para la investigación. Leslie Kish . 147. Inmigrantes en España: vidas y experiencias. Eugenia Ramirez Goicoechea. 148. El sur de Europa y la adhesión a la Comunidad. Los debates políticos. Berta Álvarez-Miranda. 149. Opinión pública y opinión publicada. Los españoles y el referéndum de la OTAN. Consuelo del Val Cid 150. Sistemas de valores en la España de los 90. Francisco Andrés Orizo 151 . Organización obrera y retorno a la democracia en España. Robert M. Fishman 152. Sociología del trabajo. Un proyecto docente. Juan José Castillo 153. El cO"lportamiento electoral municipal español, 1979-1995 Irene Delgado Sotillos 154. Extranjería, racismo y xenofobia en la España contemporánea. La evolución de los setenta a los noventa Patricia Barbadillo Griñán 155. La empresa flexible. Estudio sociológico del impacto de la flexibilídad en el proceso de trabajo Xavier Coller 156. Valores sociales en la cultura andaluza. Encuesta Mundial de Valores. Andalucía, 1996 Juan del Pino Artacho y Eduardo Bericat Alastuey
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