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VIOLENCIA
Esta concepción de la OMS, hace inclusión de la palabra “poder” y lo enmarca dentro “del uso intencional de la fuerza física”, lo cual deja en claro que el poder es un aspecto relacional y social, en el cual incluye actos como la amenaza y la intimidación. Es por eso que en lo referente “al uso intencional de la fuerza o del poder físico” se incluyen todos los tipos de violencias: descuido, maltrato físico, sexual, psíquico y los actos de autoagresión. Dejando claro que los recipiendarios de estas violencias siempre serán las personas en todas sus dimensiones; la personal, la familiar, la comunidad y los aspectos sociales más abarcadores (OMS, 2002).
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La violencia directa es fácilmente reconocible y generalmente reprobada, se incluyen los actos de represión, tortura, golpes y demás tipo de maltrato. La violencia directa, es la violencia que se aplica de manera concreta a una persona, grupo de personas o ecosistema. La violencia psicológica, como los maltratos verbales, la minimización, la mistificación, la distorsión cognitiva y los insultos también se consideran formas de violencia directa.
La violencia estructural es aquella que forma parte del sistema social. Las más de las veces es invisible, aceptada y enaltecida. Este tipo de violencia, además de la cultural, es la raíz de las injusticias y la opresión y se expresa en las formas de discriminación, la injusta división del trabajo y de la riqueza y los abusos de poder en relación al sexo, raza, clase edad, capacidad u otras diferencias.
Es una violencia doblemente dañina: primero, porque está más oculta y muchas veces no es reconocida como tal, y segundo, porque está en la raíz y es la causa de la mayor parte de las violencias directas. Es una violencia que mata a millones de personas cada año: de hambre, de enfermedades para las cuales existe un tratamiento, etc. y aquellas personas a las que no mata, las mantiene en una situación de indignidad humana.
Por violencia cultural Galtung refiere a todos aquellos aspectos de la cultura y lo que denomina la esfera simbólica de nuestra existencia -materializado en la religión y la ideología, en el lenguaje y el arte, en la ciencia empírica y la ciencia formal (los denominados meta discursos sociales) que puede ser utilizada para justificar o legitimar la violencia directa o la violencia estructural.
Hablar de violencia y la relación estrecha que tiene con la salud mental, siempre ha resultado sumamente complejo, además pareciera que en la última década cada grupo social o paradigma, tiene una visión parcial y especializada de las violencias que enumeran o estudian, creando la idea errónea en la población de que la violencia es cada vez más compleja y alejada de su contexto próximo, reconociendo como ha sido siempre, solo las violencias directas o físicas, creyendo que aquellas violencias que se describen de manera tan específica, son padecimientos solo de poblaciones muy concretas.
Para comprenderla y definirla de una manera más acertada, debemos reconocer su cariz relacional, es decir, que esta se ejerce siempre de una persona a otra, de una persona a un grupo de personas o viceversa, incluso la violencia auto infligida la cual pareciera que solo afecta a la persona en cuestión, también afecta a un número amplio de personas insertas la red social de dicho sujeto (familia, amigos, compañeros de trabajo, etc.) ya que esta no solo afecta a quien la padece o a quien la ejecuta, sino también a quienes la observan o resienten de manera directa o indirecta, generando un impacto en los niveles micro y meso de la red. Es relacional también, por que esta tiene como objetivo las relaciones de poder o el detrimento de algunas personas en beneficio de otras, siendo esto el punto de partida para la diferencia entre la agresión y violencia, ya que la primera que es evolutiva y necesaria para el óptimo desarrollo del ser humano.
La violencia genera cambios en las interacciones y necesidades de las personas, mediante la obstrucción de su desarrollo, que se traducen en conductas que generan un detrimento a los valores de la estructura familiar o los espacios comunitarios próximos; creando un ambiente de aislamiento e individualidad, que favorece la cultura de la rivalidad y el menosprecio, que en última instancia genera intolerancia de las mayorías hacia las minorías y la insatisfacción de sus necesidades básicas.
Los cambios políticos y económico-sociales a lo largo de los años, han sido siempre los mayores influyentes de la estructura familiar, definiendo sus roles y promoviendo valores y actitudes que referencian a cierta estructura o tipo de familia que sea afín al modelo económico, ya que la economía dentro del núcleo familiar se traduce en un medio de satisfacción de necesidades básicas (comida, vivienda, vestido, salud, educación etc.) que permiten el óptimo desarrollo de las personas.
La experiencia adquirida por los expertos del Departamento de Salud Mental Comunitaria (DSMC), se evidencia una transición de la familia nuclear y sus valores a diversos tipos de familia, resultado de las nuevas dinámicas económico social que van legitimando estas nuevas estructuras de familia (familias monoparentales, extensas, recompuestas, homoparentales, etc.). Si bien hay que aclarar que todas las familias y sus diferentes estructuras son válidas si estas cumplen las funciones de provención de habilidades sociales, nutrición emocional y cuidado que les compete. El problema reside desde esta perspectiva, en las crisis que estas transiciones generan y la exposición de la población vulnerable a las diferentes expresiones de violencia.
La mayoría de dichas transiciones y crisis, son a través de interacciones y expresiones de violencia, las cuales generan un daño en la salud mental de quienes la padecen o conviven con ella. La instalación de la violencia en la familia, somete a esta a una serie de tensiones y estrés familiar crónico, el cual genera la expresión de los trastornos emocionales agudos como la depresión y la ansiedad, que también pueden subsistir de manera crónica y en el peor de los casos, consecuencias extremas como las autolesiones o el suicidio.
Los sistemas educativos y de la red primaria de salud, muchas veces solo hacen eco o atienden las cuestiones directas de la violencia, es bastante común, la solicitud de intervención después de una crisis suicida, de un acceso de violencia de un niño o adolescente, el conocimiento de un abuso o explotación sexual o algunas otras expresiones de violencia muy visibles que de alguna manera superan el umbral de las instituciones. Siendo la primera tarea del DSMC la desnaturalización y deconstrucción de la violencia, para que estas poblaciones puedan reconocer la violencia en todas sus expresiones, delimitarla, generar y adquirir las habilidades, actitudes y conocimientos necesarios para la prevención de dichas violencias y por ende, un quehacer preventivo y preventivo en materia de salud mental.
La población debe reconocer que la salud mental es un derecho; el trabajo comunitario en materia de prevención se evidencia como necesario e imperante en todos los niveles posibles; preventivo, con acciones y políticas públicas que promuevan herramientas sociales para la resolución no violenta de conflictos y la autogestión de la población, en materia preventiva con intervenciones psicoeducativas en tema específicos de la salud mental como la prevención del suicidio, la depresión, ansiedad entre otros, e incluso en la postvensión y la crisis, para reparación y contención del tejido social.
A manera de conclusión, podemos argumentar que queda manifiesta la necesidad del trabajo comunitario que acerque las acciones públicas en materia de salud mental a la comunidad para que estas identifiquen la violencia como consecuencia y origen de la mayoría de las patologías de salud pública y la importancia del conocimiento de todas sus maneras de expresión para que las población pueda identificar, delimitar y promover una vida libre de violencia que recupere la confianza en los vínculos comunitarios y que nuestra sociedad experimente de nuevo el sentimiento de pertenencia y comunidad que anteriormente se dice caracterizaba a nuestra población aguascalentense.
Mtro. Jorge Abraham Salas de la Rosa
Maestro en Terapia Familiar Sistémica.
Tel. (449) 216 57 05 Enlace operativo del Departamento de Salud Mental Comunitaria. ISSEA