... El filósofo americano George de Santayana (1863-1952) ha dicho: «Aquellos que olvidan su pasado están condenados a revivido.» Lo que describe el Mahabharata ocurrió hace quién sabe cuántos milenios: “Era como si estuviesen desencadenados todos los elementos. El Sol se movía en un círculo. Abrasado por el fuego del arma, el mundo se derretía de calor. Los elefantes recibieron quemaduras y corrían enloquecidos de un lado a otro... El agua hirvió y todos los animales murieron... El furor del incendio derribaba los árboles por hileras, como cuando arde un bosque...
Los caballos y carros de guerra se quemaron como si se tratase de un incendio. Miles de carros quedaron destruidos; luego se hizo un profundo silencio... El espectáculo era terrible. Los cadáveres de los caídos aparecían mutilados por efecto del terrible calor, y no parecían de seres humanos. Nunca habíamos conocido un arma tan espantosa, ni habíamos oído hablar jamás de ella.” ¿Hiroshima? ¿Nagasaki? ¿O algún lugar del lejano subcontinente, hace miles y miles de años? “El cielo rugió de dolor, y la tierra aulló en respuesta. Un rayo resplandeció, brilló una llamarada, y hubo una lluvia de muerte. El infierno desapareció, el fuego se extinguió. Todo lo que había tocado el rayo quedó convertido en
cenizas.” ¿Hiroshima? ¿Nagasaki? ¿La India? No. Una cita de la epopeya sumerio-balbilónica de Gilgamesh. Recuerdos del futuro. No caigamos en la cobardía de rechazar estos mensajes como si fuesen leyendas sin sentido, atribuyendo a los autores, por añadidura, una gran fantasía poética. El gran número de relatos análogos en los escritos antiguos convierte nuestra sospecha en una certeza: los «dioses» utilizaron armas tipo A o H desde unos vehículos aéreos (todavía) desconocidos. (Sin embargo el Gandiva no fue de esta clase de armas nucleares. Fue un arma de plasma, como un rayo filoso que produjo una depresión semejante a una enorme cañada de 400 metros de profundidad en cuyo fondo se formo el mar Muerto, a las puertas de la península del Sinaí. EPG.)
Hace ahora nueve años, al referirme a la explosión del 30 de junio de 1908 en la taigá siberiana, señalé que las causas de la misma aún no estaban aclaradas y planteé la cuestión de los síntomas -personas carbonizadas, manadas de renos aniquiladas, árboles abrasados-, que permitían apuntar la posibilidad de una explosión atómica... Sobre este acontecimiento hay ochenta teorías diferentes. El geólogo soviético, internacionalmente conocido, doctor Alexei Solotov, ha dedicado diecisiete años de su vida casi exclusivamente a la investigación del misterio de la taigá. En los últimos años ha podido disponer de la asistencia de una comisión científica, formada por especialistas de varias Facultades. El 15 de octubre de 1976, Solotov comunicó a Moscú que lo ocurrido en junio de 1908 en Siberia fue, sin lugar a dudas, la explosión de un vehículo espacial dotado de propulsión atómica. Las sustancias radiactivas de la zona, que aún pueden detectarse hoy, excluían según dicho dictamen todas las teorías propuestas con anterioridad. A preguntas tales como:
«¿No pudo ser el impacto de un meteorito gigante, a pesar de todo?», o como «¿No sería admisible la hipótesis de un terremoto?», el doctor Solotov, de la Academia de Ciencias, tuvo esta valerosa respuesta: «He dicho que fue un vehículo espacial, y lo demostraré.»... No, no, mis queridos expertos. Hay que tomar partido de una vez por todas. Los relatos de los antiguos cronistas no obedecen a una fantasía macabra. Lo que cuentan, fue antaño realidad vivida, terrible. Los espíritus puros no usan armas. Pero los dioses eran de carne y hueso...
Erich Von Daniken (La Respuesta de los Dioses)