En Torno al Grabado (Avance Editorial)

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de los textos © Juan Carlos Ramos Guadix

entorno gráfico ediciones Pol. ind. La Vega, nave 18 18230 Atarfe (Granada) Tel. 958 431 824 www.entornografico.es info@entornografico.es

isbn 978-84-0000-000-0

depósito legal gr-000-2015

diseño y maquetación Enrique López Marín

impresión Entorno Gráfico

encuadernación Olmedo Hnos.

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Índice

En favor de una práctica reflexiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

prólogo para un libro sin fin

Pasárgada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 El grabado en estado de vigilia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41 Lugares perturbados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65 Paradigmas de la estampa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103 Aura y autenticidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127 Reproducción versus creación gráfica. . . . . . . . . . . . . . . . . 149 Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205

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Se desprenden de dicha definición las filiaciones que guarda con el grabado. La actividad del grabado, su gestación, parte desde la idea generadora que se incide sobre el material que se ha escogido como matriz (madera, metal, piedra, seda), cuyos soportes delimitan las tipologías de las técnicas formales del grabado y los sistemas de estampación: xilografía, calcografía, litografía y serigrafía.Así, la matriz es el dispositivo en que se funda, se revela el origen, un original multiplicado que es requisito en el grabado y los sistemas de estampación, la matriz como elemento de reproducción y seriación de la imagen. Interesa retener de matriz su adjetivización principal, materna, generadora, la que nos permite un juego de asociaciones. Entre estas estarán la idea de matriz asociada con la idea de memoria o la idea de matriz inscrita como original. De otra parte, nos permitirá analizar una serie de conceptos que dimanan de la génesis del grabado-estampa como: la estampa, el original, la copia, la reproducción, el original múltiple, la estampa de reproducción y la estampa original, lo único y lo diverso, lo que es y lo que parece, lo esencial y el accidente. Así pues, aquel que está conmovido por el sueño del territorio gráfico, en el que los trabajos de la memoria tal vez estimulen su atención hacia una mirada celosa y creen un entusiasmo en dirección al futuro, desde los manantiales simbólicos y procesuales del pasado, entendiéndolos como desencubrimiento de la matriz. La estampa —mirada atenta— se despierta en dirección al pasado, recreándose y com-

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penetrándose en las imágenes de otro tiempo, suscitadas en los materiales, en la alternancia de mordidas sucesivas y superpuestas como elementos constitutivos de un objeto tridimensional impregnado a modo de palimpsesto —matriz—, que lejos de constituirse en un impedimento nostálgico instaura un desequilibrio en relación con el presente, vivido y representado como estampa. Esta apenas sugiere el laborioso procedimiento por el que fue creada; en lugar de ello, ofrece tanto al creador como al espectador una imagen integrada, autónoma, que parece materializada en el medio que ha servido para multiplicarla. La matriz-memoria revisa el curso de la existencia como heterogéneo y fértil de posibilidades imprevistas, repleto de pequeños accidentes nunca negligenciables, suspendiendo cualquier relación de mando y obediencia entre el sujeto y lo representado, insuflando misterio y sorpresa, riesgo y expectativa, iniciativa y observación. En el tiempo de la memoria, ocurre que todo impedimento fue tentativa, todo proyecto fue decisión, vehemencia, deseo. Aquello que surge como fracaso, desvío, interrupción, aquello que apareció como antinomia, como contradicción lógica o antisistemática, que se debería corregir o suprimir, la matriz como fuente de estrategias, como impasse existencial, que puede inspirar desafiando a la inteligencia con nuevos puntos de vista. La matriz, por atractiva que esta resulte una vez terminada, no se constituye como obra final, sino como sujeto ausente, como paraíso perdido, ya que lo más evidente no es el

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trabajo realizado por el artista sobre esta, sino la operación misma de la estampación. El movimiento de un recuerdo vibra fuera de los compases rígidos y desvitalizados de un concepto permanente, de una idea eterna, de un principio abstracto: el ánimo de fomentar y generar en la espesura de una experiencia. Una experiencia que posee plasticidad: nos fija saberes, remite siempre a los sentidos inagotables de una praxis. Posee perceptibilidad: ofrece trazos inconfundibles que la singularizan. Posee realizabilidad: se impone como realidad incontestable a través de las diversas interpretaciones que pueden sustentarla.5 La matriz, al igual que la memoria, nos solicita, nos fortalece. Actúa como elemento autónomo del soporte definitivo, tiene la capacidad de recibir la tinta y trasladar su imagen al papel —estampa-mirada— mediante un mecanismo de inversión intrínseco al arte del grabado que nos permite acceder a otra dimensión o realidad tras-especular.6 La matriz se constituye, pues, en un dispositivo en el cual se funda, se revela el origen, un original multiplicado que es requisito en el grabado, la matriz como elemento de reproducción y multiplicación de la imagen. Será la encargada de conservar, almacenar la información, y por ende, no se la puede entender como un símbolo de la repetición y de la rutina, sino como una fuerza viva en todo momento, ya que nos permitirá poder completar el proceso íntegro de cualquier sistema 5. Kühg, Hans: Vinte Teses, Petropolis, Voces, 1979, pp. 60-61. 6. Wölfflin, Heinrich: Reflexiones sobre la historia del arte, Península, Barcelona, pp. 97-108.

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de reproducción gráfica. Podríamos entender que actúa como un sistema dinámico durante el desarrollo del trabajo. De ella dependen los resultados estético-plásticos de la estampa. Se erige a modo de palimpsesto almacenando múltiples capas de información a través de su instrumentalización, transformación y deconstrucción.7 Es un banco de datos inmerso en una riquísima fuente de operaciones y ocurrencias que, tras un largo proceso de reestructuraciones y cambios orientados hacia la comprensión de un pasado completo y vivido tras ser organizado, percibiremos la estampa como una nueva realidad objetual, como una transfiguración o una nueva construcción de sí misma, como un almacén del pasado. Así pues, la matriz actúa como intermediaria de la información plástica que el artista desea narrar, mostrándose en todo momento como obra abierta. Permitiendo otras posibilidades de movilidad de las configuraciones mediante el entintado, el proceso de estampación, etc. Dicha movilidad se permite precisamente por la estabilidad de las formas asumidas como punto de partida, confirmadas de nuevo en el momento en que se niegan a través de la deformación o descomposición.8 La mirada atenta. La estampa

Podríamos definir la estampa como una síntesis dialéctica donde la transferencia o transposición de un elemen7. Martínez Moro, Juan: Un ensayo sobre el grabado a finales del siglo XX, Creática, Santander, 1998, p. 82. 8. Eco, Umberto: Obra Abierta, Planeta-Agostini, Barcelona, 1992, p. 195.

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to —matriz— posibilita la constitución de un objeto. El objeto así constituido pasa a formar parte de un análisis cartesiano que no se presenta solamente como finalidad o conocimiento de lo real, sino que, es mucho más que eso, presenta la posibilidad de su manipulación. El objeto, es decir, esa síntesis entre la realidad subjetiva y la realidad exterior, se presenta como algo manipulable por el hombre a través de la percepción. Dicho proceso de transferencia nos permite extraer los datos de la realidad, los deseos y proyectos depositados en la matriz. Completamos lo visto con lo sabido, dando estabilidad a lo que a priori no la tiene, interpretamos los datos dándoles significado. La estampa, como mirada atenta, no descansa en las tallas producidas sobre la matriz, sino que las trasgrede, va más allá de estas, utiliza la información de las mismas reconociendo, interpretando y ofreciendo cierta independencia respecto a su entorno inmediato. Esta facultad de reconocimiento es esencial a la estampa. Esta construye sobre lo construido y reconoce en su génesis algo más: una nueva interpretación de la realidad subjetiva. A priori, podríamos pensar que entre la matriz como acto creador y la estampa existe un abismo. No obstante, decir que la estampa, si la analizamos en sus manifestaciones más elementales, es de igual forma un acto creador. Esta aprovecha con suma eficacia la información y los conocimientos que le son transferidos, dejando que un futuro anticipado la guíe hacia la búsqueda de un proyecto final. La estampa no se deja impresionar por la matriz, sino que la explora de

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forma dinámica y establece mediante la transferencia una suposición, la cual comprueba, mediante la organización, todos los rasgos sentidos con anterioridad. Cada comprobación, cada transferencia, por tanto, cada estampa, se empeña, gracias a su propia génesis, en mostrar de forma distinta la información recibida. Es por ende que ante la realidad subjetiva, la estampa se muestra inagotable y dubitativa. Ante este hecho, será la edición la que nos sosiega y nos permite comprender, y hace que la realidad subjetiva, a priori ajena, se convierta en propia a la vez que incorpora lo nuevo con a lo ya conocido. La estampa aúna mediante un solo proceso conceptos aparentemente opuestos como comprender y explicar. Comprender, porque se introduce en un conjunto de tallas que conforman la matriz obteniendo la información de estas. Explicar por qué con la ayuda del proceso de transferencia de la tinta se expone el conjunto de información que debe de ser incluido para su comprensión. Si la matriz podía ser entendida como un cúmulo de interrogaciones, la estampa puede ser entendida como la organización del caos de las sensaciones. Será la encargada de mostrar la información, aislando su contenido, dotándola de señas de identidad y destacándola de la realidad subjetiva. Dichas señas de identidad nos ayudarán a concebir y recibir, mediante la transferencia, un nuevo ente dotado de objetividad y sentido en que se reconoce un conocimiento previo, la matriz. La estampa coge algo que a priori es ajeno a ella, el almacén de la matriz, el de la memoria, unificándolo e iden-

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tificándolo como un todo pleno de significado. Mediante esta identificación es como el proceso de transferencia ofrece cierta autonomía a la estampa como objeto plástico. El hecho de identificar y reconocer eleva a su vez a la matriz ya que le confiere importancia a esta como modelo dinámico de reconocimiento preestablecido asimilador y productor de información, sin el cual la estampa no podría ver la luz. Todo este conjunto de rasgos, permiten poner de manifiesto una característica fundamental de lo que se ha denominado la estampa original, como es el reconocimiento de lo idéntico en lo múltiple. Lo que reconocemos en la estampa no es la identidad, sino la semejanza. Los sistemas de estampación, como hechos materiales que son, nos permiten discriminar a través de la edición las distintas partes de los estímulos de la sensaciones provenientes de la matriz, posibilitandonos aislar e identificar diversos aspectos del fenómeno total. Estos procesos de identificación y selección de sensaciones, que los podemos entender como manantiales de información gráfica, son explotados de formas diferentes por cada una de las estampas de la edición. El espacio acotado a modo de huecorama inserto en la matriz, junto al proceso de entintado y estampación de la misma, actúan per-se como ampliación de la estampa, convirtiéndola en ente creador en el cual se reconocen parecidos.9

9. Marina, José Antonio: Teoría de la inteligencia creadora, Anagrama, Barcelona, 2000, p. 54

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La matriz como sujeto, la estampa como objeto

Una aproximación a estas dos experiencias puede integrar una mentalidad contemporánea puesto que, la modernidad, habituó a tomarlas como incompatibles concentrando la mirada o lo inmediato sin interioridad y atrofiando la memoria al punto estéril de una función superflua. Es por ello que debemos recordar o asociar, traer a la superficie, las relaciones simbólicas ocultas por los tópicos del lenguaje y conocer o reconocer a alguien conocido que lleva una máscara. Será de esta forma que podamos construir un espacio de la arquitectura musical del recuerdo hasta llevarlo a la escena en el teatro de la memoria. La dualidad aquí presentada y patente en el hecho gráfico se nos manifiesta como una clara oposición entre dos realidades totalmente contrapuestas: la matriz como sujeto de conocimiento y la estampa como objeto conocido que, sin embargo, forman entre ambas una totalidad indisoluble. La característica más sorprendente de dicha dualidad es que se presenta como di-versa, pero al mismo tiempo como inseparable. Para que exista conocimiento objetivo (representación gráfica) deben darse simultáneamente estos dos elementos antitéticos, de naturaleza radicalmente opuesta, el cognoscente y lo conocido. Este extraño matrimonio, hostil e inseparable a un tiempo, ha despertado nuestra curiosidad como elemento de estudio desde un punto de vista ontológico. El objeto, la estampa, siempre aparece como lo sensible, siempre móvil y cambiante, en relación activa con los demás

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objetos en función de la ley de causa-efecto que rige los cambios de estado en el tiempo y en el espacio. Es por definición, y generalmente, lo conocido, y desde una versión kantiana, sería lo único cognoscible. La matriz, sujeto, es lo no sensible, meramente inteligible, permanente en todo cambio, que no puede hallarse en el tiempo ni en el espacio. Es por definición el cognoscente y, en consecuencia, nunca puede conocerse a sí mismo. Al analizar la naturaleza del objeto, la estampa, descubrimos que su razón de ser es la multiplicidad, es decir, su necesaria relación con otras. Esta es sin duda la esencia de la estampa, aunque a primera vista no hubiéramos reparado en ello. Las estampas solamente son objetos porque son múltiples, aunque nuestra atención, que fija su mirada en cada una de ellas por separado, pretenda ocultarnos su esencia. Lo único que sabemos de ellas —como objetos— es lo que las otras nos dicen sobre ellas, de modo que intuir una estampa es percibirla en sus semejanzas y diferencias con las demás, sin que tenga ningún sentido para nosotros la percepción de una única estampa. Como diría Schopenhauer: Todas nuestras representaciones entre sí están en relación regular y determinable a priori por la forma, en virtud de la cual nada de por sí existente e independiente, ni tampoco nada individual y sin ilación, puede convertirse en objeto para nosotros.10

10. Schopenhauer, Arthur: La cuádruple raíz del principio de razón suficiente, Ed. Aguilar, Buenos Aires, 1967, Ep. 17, p. 70.

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Asimismo, podríamos afirmar que las formas sólo cobran objetividad a nuestros ojos en su relación con otras formas y estructuras espaciales. En definitiva, la acción específica de cada estampa sólo es algo para nosotros cuando podemos compararla, asimilarla u oponerla a otras acciones distintas. Definir una estampa en cuanto objeto es relacionarla con otras de su género y distinguirla de otras que presentan características dispares. En consecuencia, podemos decir que el ingrediente esencial de la estampa como objeto de conocimiento es su multiplicidad o su necesaria relación con otras. Si continuamos profundizando en la esencia de la estampa como objeto, descubrimos que esa multiplicidad sólo es posible en el espacio. Para que las estampas sean múltiples ha de ser objetos que deben coexistir simultáneamente en el espacio. Si no hay espacio, no hay objetos posibles, pues la esencia de estos es su multiplicidad simultánea y no hay simultaneidad posible si no existe un ámbito común que aloje a esa diversidad de formas coexistentes. La existencia de las estampas es coexistencia. La filosofía crítica determina que el espacio no es una propiedad inherente de los objetos, sino una forma a priori de nuestro conocimiento sensible. No son, pues, los objetos los que nos permiten conocer el espacio, sino es el espacio el que nos posibilita la intuición del objeto. De lo dicho anteriormente se debe entender que no es posible conocer una estampa, pues la esencia de la estampa es su multiplicidad. Conocer una sola estampa, como tal estampa, resulta imposible para los mecanismos del conocimiento objetivo que sólo nos proporciona relaciones especiales con otros

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objetos. El espacio debe ser considerado como el no-ser de la estampa, pues es la forma que concede a la estampa como objeto sus límites naturales y le permite su coexistencia junto a otras. Sin esos límites, sin ese no-ser, la estampa no sería nada para nosotros, lo que equivale a decir que no tendría realidad empírica, que no existiría. El espacio es aquello que rodea a la estampa, al objeto, y le permite existir en relaciones de situación espacial con otros objetos, con otras estampas. Como intuición inmediata, el espacio sólo es el intervalo de separación entre dos percepciones simultáneas. Es la percepción simultánea la que configura ante nosotros la estampa como un ser exterior a la matriz, pero la percepción simultánea no es posible si descontamos de ella el intervalo de separación inter-objetiva. Ese intervalo de separación es, por tanto, la forma que hace posible la construcción de la estampa ante la matriz. Sin intervalo de separación no existen dos o más estampas, sino una sola, y ya hemos dicho que esto es imposible, pues no sería nada para nosotros si no lo percibimos simultáneamente con otra y con el intervalo de separación correspondiente. Llegados a este punto, hemos de considerar que el cambio y el movimiento de las estampas como objetos se construyen sobre la sucesión temporal y esta a su vez sólo es posible en función de un sujeto idéntico y permanente a lo largo de toda la experiencia. Esta es, precisamente, la esencia de la matriz como sujeto: su identidad o permanencia como testigo de la serie sucesiva de percepciones. Si la esencia de la estampa, tomada en abstracto, es la multiplicidad espacial de lo real, la

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esencia de la matriz es su unidad como conocedora de la serie temporal de las representaciones. Si para representarnos la multiplicidad objetiva es necesario el continuo devenir del espacio, para representarnos el cambio es necesario el continuo sucesivo del tiempo, pues sólo esta forma garantiza la unidad de la matriz bajo la diversidad de las estampas. Sólo nos podemos representar el cambio en y por la forma temporal, unida a la forma espacial. Es por ello que debemos considerar el tiempo como el no-ser de la matriz, lo que equivale a decir que los límites de las percepciones de la matriz como sujeto se determinan en el tiempo, y sólo bajo esta forma a priori se manifiestan como algo real. La naturaleza idéntica y permanente de la matriz, que representa el cambio objetivo como una experiencia única, sólo es posible porque el tiempo confiere a nuestras representaciones aquella forma de sucesión lineal irrevocable. Así pues, el tiempo es el intervalo de separación entre dos percepciones sucesivas. Mientras el intervalo espacial parece fácil de admitir, la extremada rapidez de nuestras percepciones puede hacernos creer que el intervalo temporal no existe. Si bien este, en todo momento, participa y determina la sustancia de la estampa como objeto. Según la filosofía oriental, de la delicada y sutil percepción de los intervalos temporales entre dos percepciones sucesivas dependerá el descubrimiento de la ilusión trascendental. Como concepto elaborado a posteriori, el tiempo es un continuo cuyas partes están relacionadas entre sí como sucesivas frente a la permanencia de la matriz. Si la razón de ser

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del espacio es la relación de la multiplicidad de la estampa en un continuo simultáneo determinado por la situación, la razón de ser del tiempo es la relación de todas las representaciones de una matriz única en un continuo infinito determinado por la sucesión. Por consiguiente, sólo en una intuición registrada conjuntamente en el espacio y en el tiempo es posible concebir una experiencia gráfica cambiante y en movimiento, original. Cada estampa sufre una continua cesación de momento a momento que provoca la aniquilación del sujeto cognoscente (matriz) y del objeto conocido (estampa), aunque no seamos capaces de percibir este hecho por la rapidez con que se produce. El tiempo va consumiendo las representaciones y sustituyéndolas por otras nuevas, marcando su principio y su fin, pero la naturaleza sucesiva de la forma temporal hace posible la permanencia de la matriz bajo esos cambios. La matriz se reconoce a sí misma como idéntica y se representa la serie sucesiva de percepciones como propias y dotadas de una coherencia regular que caracteriza nuestra experiencia. Como decía Schopenhauer, cada momento sólo puede existir, en cuanto aniquila el momento anterior...11 Es decir, los instantes temporales van aniquilándose el uno al otro, constituyendo de esta manera la esencia del tiempo. Mientras la forma espacial es exclusiva de las estampas, la forma temporal afecta esencialmente a las representaciones 11. Schopenhauer, Arthur: El mundo como voluntad y representación, Fondo de Cultura Económica, Círculo de Lectores, Barcelona, Vol. 1, Lib.1, Cap. III, p. 89.

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de la matriz. Sólo el tiempo hace posible que una misma estampa presente estados diferentes y determinaciones opuestas que se aceptan como accidentes de una estampa que se supone substancial, es decir, permanente. Este dato a priori puede ser desconcertante porque parece ocultarnos la pretendida substancia de la estampa bajo el cambio de sus accidentes. No obstante, hemos de comprender que estos dos términos, substancia y accidente, son sólo una consecuencia de percibir las estampas en el tiempo y en el espacio. La substancia es lo que las estampas tienen de especial o estático, mientras que los accidentes son lo que tienen de temporal o dinámico. En sentido absoluto, es decir, independientemente de la matriz y de sus formas de percepción, no hay tal substancia ni tales accidentes, pues ambos conceptos sólo son formas del entendimiento para comprender una multiplicidad de estampas ante una matriz que permanece inmóvil o idéntica a sí misma como conocedora de una experiencia única. Para que exista el cambio, es preciso intuir la duración que no es una categoría puramente temporal como suponía Bergson. La duración supone una substancia y unos accidentes y se trata, por consiguiente, de una categoría espaciotemporal y no meramente temporal. No podemos percibir el cambio si no percibimos la duración, es decir, si no percibimos lo sucesivo entre lo simultáneo. Una estampa que no presente ninguna duración, es decir, ninguna permanencia, no puede cambiar ante nosotros, aunque a primera vista esta afirmación resulte un tanto paradójica. Una cosa en perpetuo cambio llevado al límite no puede manifestarnos ese cam-

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bio, porque para percibir el cambio debemos percibir la cosa que cambia en tanto que permanece como la misma cosa. Lo mismo podría acontecer con el movimiento, pues un móvil tan veloz que no dejara ningún rastro ante nuestro órgano de visión, no existiría para nosotros. Es por ello que el cambio no se puede entender como una mera sucesión de estados materiales, sino como una sucesión de estados en un mismo lugar del espacio, lo que nos permite suponer algo que persiste (substancia) bajo algo que cambia (accidentes), sin olvidar en ningún momento que substancia y accidentes sólo son conceptos de nuestro entendimiento y no intuiciones reales. Podríamos afirmar que el cambio cualitativo no es una percepción meramente temporal, sino espacio-temporal. Ambas determinaciones —el espacio y el tiempo— son necesarias para explicar el cambio que siempre es el cambio de una estampa determinada, es decir, el cambio de algo que permanece ante nosotros de algún modo. A su vez, el conjunto total de nuestra experiencia sólo nos resulta dinámico porque la matriz permanece idéntica, generalmente, a lo largo de toda la edición. Esto se puede comprender mejor si consideramos que el grabado como tal no es una realidad meramente objetiva, sino sujeto-objetiva, es decir, no es una realidad meramente espacial, sino espacio-temporal. Sólo por comodidad expositiva analizamos ambas formas por separado, pero el grabado y los sistemas de estampación, tal como se dan en nuestra experiencia, sólo pueden darse cuando espacio y tiempo urden

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y traman conjuntamente sus registros formales. Solamente de esta forma nos obliga a intuir las estampas como acontecimientos y suponer que las actuales van generándose por la influencia de las anteriores. Y esto es precisamente la ley de causalidad que hace posible que la experiencia del mundo objetivo sea al mismo tiempo múltiple —en tanto que objetiva— y única —en tanto que subjetiva. Así pues, podríamos afirmar que sólo llegamos a intuir la relación causal entre dos acontecimientos cuando el límite de espacio y tiempo tiende a cero. Sólo en el momento en que no existe distancia alguna entre la matriz y la estampa, ni intervalo temporal alguno entre dos acontecimientos, podemos representarnos la acción causal como una acción necesaria. Para decirlo de otro modo, cuando espacio y tiempo desaparecen, aparece la acción como explicación de la multiplicidad cambiante de lo real ante la unidad permanente de la matriz. Lo que equivale a decir que cuando la matriz y la estampa desaparecen, surge la representación, pues espacio y tiempo son las formas en que la matriz y la estampa se constituyen como representación. Es fácil advertir que las estampas que componen una edición están vinculadas entre sí en relación con el comienzo y el fin de sus estados materiales, según la ley de la causalidad. La posibilidad de una experiencia sensible descansa en esta forma a priori de conocimiento, responsable de la construcción de la estampa ante la matriz. La construcción de la estampa ante la matriz no es una operación discursiva o abstracta de la razón, sino una instrucción inmediata que hace posible la

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experiencia al poner ante la matriz un objeto alojado en el espacio, que se sucede en el tiempo, y vinculado con las demás estampas por la ley que rige los cambios de estado. Se hace perentorio, pues, volver a examinar nuestro tema central: la matriz y la estampa como realidades distintas e irreductibles. A estas alturas, hemos descubierto que estas dos realidades sólo son producto de nuestras formas de conocimiento objetivo: el espacio-tiempo y la causalidad. La aparente oposición entre la matriz y la estampa, que se nos mostraban como dos naturalezas irreductibles, no es más que el precipitado de la forma espacio-temporal del conocimiento. Ni la matriz ni la estampa tienen, por consiguiente, una realidad incondicionada, pues sólo son los momentos lógicos de la representación. La diferencia esencial que advertimos entre la matriz y la estampa no procede de su naturaleza realmente distinta, sino del uso de nuestras formas de conocimiento. La una tiene que ser sensible para que la otra sea inteligible, y ambas naturalezas se generan en una realidad distinta a ellas, una realidad trascendental: las formas a priori del conocimiento. Es obvio que si fuera posible inhibir aquellas formas del conocimiento objetivo, el resultado podría ser distinto. Si la doble naturaleza del real objeto sensible y sujeto inteligible depende en última instancia de nuestras formas de conocimiento, es evidente que sólo actuando sobre dichas formas o describiendo una nueva forma distinta del registro espacio-temporal, que parece dominio exclusivo de la ciencia empírica, podemos escapar del dualismo matriz-estampa. Si

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no se consigue, estamos condenados a vivir a caballo en esta doble realidad cuyos intereses y expectativas son aparentemente conciliables. Identificación, proyección, espejo

La matriz siempre está poblada de presencias, siempre está cargada de miradas que acechan furtivamente. Todo eso hace que sus oquedades estén siempre cediendo, controlándose, anticipándose al encuentro con el otro. Eso es exactamente el grabado, un arte de la multiplicación donde la mirada se pulveriza con los ojos en el espacio para construir con ellos una sintaxis, o sea , una intrincada red de relaciones. En la mayoría de los casos, cuando la obra no es generada en su totalidad por el artista, lo que percibimos en la estampa no es lo que vemos, es lo que puede mostrarnos la matriz a través de la estampación. Mi percepción depende, fundamentalmente, de lo que yo adivino de la percepción del otro, lo que yo supongo que el otro ve (o no) y de lo que yo supongo que el otro sabe (o no) que yo veo. El mismo campo escópico que constituye la matriz es también el local donde esta fracasa como fuente originaria, como foco, como punto de vista, porque, aunque ella está en el punto privilegiado de la evidencia, no es la única vidente de la escena. La mirada, como anotó Merleau-Ponty, es un quiasma,12 punto de encuentro y reversibilidad del yo y del 12. Merleau-Ponty, Murice: O visível e o invisível, Perspectiva, São Paulo, 1971, pp. 235-237.

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otro simultáneamente. Lo evidente y lo visible funcionan en relación a la mirada como el derecho y el revés. Uno no existe sin el otro, uno no es sino la reversión o desdoblamiento del otro; se contaminan y se confunden en un quiasma. En verdad, no existimos ni yo ni el otro, ni el sujeto ni el objeto, ni lo vidente ni lo visible: somos el otro lado del uno del otro. Esta circularidad infinita que se produce entre la matriz y la estampa es, en sí, la sintaxis más profunda del grabado y la estampación. Así pues, hablaremos de un proceso que llamaremos de identificación. Este será entendido como una de las llaves de la legibilidad (inteligibilidad) de la estampa, nunca debe ser pensado como un monolito, mas como un sistema maleable (ahora consciente) de cambios, en el que los ojos se sustituyen conforme a un modo de aproximación que puede ser cerrado o abierto, centralizado o múltiple, de acuerdo con la intencionalidad del artista a la hora de la realización de la estampa. Habitar el texto gráfico como un lector es dividirse para ocupar muchos lugares al mismo tiempo y experimentar el otro como una entidad móvil y resbaladiza. Permutaciones, cambios de papeles, juegos de sujeción y objetivación. No en tanto, toda esa reversibilidad del proceso de identificación no coincide exactamente, ni es una derivada automática de la variación, con los puntos de vista que caracterizan a la estampa. Si bien que, efectivamente, el texto gráfico juega con las posiciones y las miradas literales colocadas en la escena, para implicar al espectador en su campo simbólico, nada autoriza a dirigirse ahí a cualquier determi-

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nismo simple en que un componente funcionaría como modelo o soporte del otro. Hasta el momento, podemos decir que buena parte de la fascinación ejercida por la estampa original está en ese deslizamiento de subjetividad que se produce entre matriz, estampa y espectador en el proceso de identificación, que le permitirá experimentar una mezcla de seguridad y fragilidad, omnipotencia y debilidad, de diligencia y abandono. Sería ingenuo pensar por nuestra parte, como pasaría con las teorías convencionales de la identificación, que la matriz proyecta su yo sobre la estampa manteniendo un determinado grado de identificación del comienzo hasta el final. La identificación superficial se banaliza porque encuentra poco eco en el fondo de la subjetividad de cada espectador. Las proyecciones/identificaciones son polimorfas, se manifiestan de forma fluida, permutable y ambivalente, y van más allá del palimpsesto fijo que queda sobre la matriz para colocarnos dentro de lo semejante donde se explica, además, la diversidad estética que posibilita la estampa. No basta, entre tanto, apuntar a la ambigüedad. Debemos conocer el modo de articularse, a priori, estos opuestos —matriz-estampa— y cuál es el mecanismo que se produce entre ellos. Será, pues, que podamos hablar de una doble identificación y hacer referencia a la distinción freudiana entre identificación primaria y secundaria, como factores responsables de la formación de la estampa. La identificación primaria sería la asimilación del huecograma conformado en la matriz, lo cual no se identifica visualmente en su totalidad

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con lo realmente representado en la estampa. Por el contrario, la identificación secundaria sería la identificación lato sensu, aquella que se da con lo representado en la estampa. La identificación de la que aquí hablamos se da en la relación entre matriz y estampa, y no la que ocurre con los primero años de la vida para construir el yo de un individuo; ella la denominamos primaria o secundaria en relación apenas del proceso gráfico, ya que, en el sentido estricto del psicoanálisis, cualquier otra identificación que no sea la del espejo puede ser secundaria. Del mismo modo que en el espejo, la estampa original es un lugar de la identificación primaria. Por el contrario, la identificación con el propio mirar será secundaria en relación al espejo. Como es sabido, desde la intervención de Lacan, la fase del espejo, vivida por el individuo desde los 6 a los 18 meses de vida, es la experiencia responsable por la aparición de la dualidad entre el sujeto y el objeto, o entre su yo y el otro. Mas para que esa constitución imaginaria pueda ocurrir, son necesarias dos condiciones complementarias: la madurez motora y la madurez precoz de su organización visual. Considerando que estas dos condiciones —suspensión de la motricidad y predominancia de la función visual— se encuentran repetidas durante la elaboración y proyección gráfica, a priori, podríamos desconfiar de que existiera más que una simple analogía. De hecho, esa entrada de la matriz/sujeto en el imaginario, que es la base de todas las identificaciones posteriores, va a encontrar en ese dispositivo psicoanalítico privilegiado, que es el mundo del grabado y la estampa, una

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la estampa y su práctica reflexiva

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especie de repetición transformada, original. Como el individuo delante del espejo, la matriz sólo puede constituirse como sujeto vidente reconociéndose en el otro, por tanto, percibiéndose como objeto. Mas aun así, ella necesita identificarse con una instancia vidente, ella necesita construirse como sujeto dentro del proceso gráfico; de lo contrario, hasta la matriz más banal se tornaría incomprensible. Si bien la matriz aparece en la vida del espectador después de la fase del espejo, a su pesar ya pertenece al campo de lo simbólico. Lo que importa es que ella se inscribe en su estela conforme a una incidencia al mismo tiempo recta y dislocada, sin equivalente exacto en otros medios o aparatos de significación. La identificación primaria ocurre, por tanto, con una diferencia básica en relación a la experiencia del espejo. La matriz se reconoce, ante todo, en aquello en que ella no está, en aquello en que ella figura fundamentalmente como excluida. No obstante, estando excluida se hace presente en la escena, en la estampa. Todo el material perceptivo de ella se deposita en el espectador dando sentido y posibilitando al imaginario proyectado ascender al campo de lo simbólico. Un lugar que puede ser privilegiado, divino y dotado de ubicuidad y a la vez precario, donde el espectador se encuentre de alguna manera dislocado, fuera del centro, en una situación incómoda como experiencia estética. Por el contrario, en nuestro caso, la identificación secundaria puede ser entendida como una etapa del proceso de constitución imaginaria de la estampa que la acompaña después de la experiencia especular. Será en

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este sentido que la estampa original, como fuerte experiencia cultural, juegue un papel privilegiado dentro de las identificaciones secundarias. A travĂŠs de ella, lo ideal puede constituirse y evolucionar a modelos diversos y particularmente contradictorios.

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Este libro se terminรณ de imprimir en los talleres de Entorno Grรกfico, en Atarfe (Granada), en abril de 2015.

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