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...VIENE DE LA PÁGINA 8
estratégicos en la entrega de alimentos no responden solamente a la ineptitud de grupos gobernantes, sino también a la avaricia desmedida de quienes detentan el poder político.
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La aprobación de un presupuesto nacional ajustado a los intereses de las élites guatemal tecas, además de evidenciar tal avaricia, suena como el chillar de tripas de un monstruo que busca alimentarse de todo recurso. Afortunadamente, Guatemala demostró, una vez más, que los antojos de cualquier bestia pueden ser anulados por el fuego de la protesta popular; recuerdo obligatorio para el futuro próximo.
Si alimentar la gula de grupos de poder con recursos públicos provenientes de impuestos y préstamos resulta totalmente condenable, se demuestra todavía más desfachatez cuando, además de anteponer intereses personales al bienestar de los pueblos, se busca obtener raja política al hacer creer a la población que la entrega de alimentos es gracias a la bondad de los gobiernos.
Ejemplo de ello es cómo se convirtió en noticia mundial la donación de alimentos realizada por El Salvador (cuya deuda pública es del 92% del PIB) a Guatemala (con una deuda del 31% del PIB) y a Honduras (con un 56% del PIB de deuda) tras el huracán Eta. Gracias a la desmedida campaña propagandística que caracteriza al gobierno del presidente Bukele, actualmente dedicada a parar la caída en popularidad del “dictador millenial”, se enalteció su generosidad evitando señalar que la comida fue pagada con fondos provenientes de préstamos, fue comprada de forma irregular a empresas salvadoreñas, mexicanas y brasileñas vinculadas con casos de corrupción y lavado de dinero y que la Presidencia utiliza al Ejército y la Policía para bloquear auditorías a sus compras.
En este punto vale la pena preguntarnos si equiparar gobernantes con parásitos intestinales resulta justo para estos últimos. Mientras la vida del parásito depende del robo de nutrientes, las elites que han usurpado el poder político y económico cuentan con los recursos necesarios no sólo para satisfacer sus comodidades, sino para mejorar la calidad de vida de naciones enteras. En todo caso, de poco sirve eliminar continuamente los parásitos intestinales mientras las condiciones que permiten su transmisión permanezcan sin cambio alguno. Lo que nos compete entonces es potenciar mecanismos que faciliten encarar la actual crisis alimentaria que empeora durante y después de desastres ambientales.
Al reconocer la complejidad de las dinámicas sociales relacionadas con la alimentación (muy bien retratadas en la entrega de paquetes alimenticios) se hace más obvia la relevancia de las propuestas que organizaciones civiles gritan incansablemente a oídos sordos. Estrategias como la redistribución de la tierra mediante una reforma agraria, la transición del modelo de agricultura actual hacia alternativas ecológicas, el fortalecimiento de los mercados locales, la diversificación de cultivos incorporando especies criollas y nativas y la promoción de la soberanía alimentaria permitirán minimizar los impactos de los próximos desastres naturales y al mismo tiempo contribuirán a la transformación de nuestras estructuras sociales fallidas. ¿Asumiremos nuestra responsabilidad o esperaremos a que banderas blancas nos recuerden nuevamente la urgencia de ello?
COVER STORY
...COMES FROM PAGE 9
that the many strategic errors in food delivery systems are due not only to the incompetence of the ruling elite, but also to the excessive greed of those holding political power. The approval of a national budget which serves the interests of the Guatemalan elites, besides demonstrating their greed, sounds like the growling stomach of a monster that wants to gorge itself on every resource available. Fortunately, Guatemala has once again demonstrated that the appetite of any beast can be stalled by the power of popular protest: something important to remember for the near future.
If fuelling the gluttony of powerful groups with public resources funded by taxes and loans is entirely deplorable, then it is yet more deplorable when the government puts personal interests before the good of the population. Worse yet, they seek to obtain a slice of the political action by leading the population to believe that the delivery of food is thanks to the kindness of the government.
An example of this is the way in which the food donation made by El Salvador (whose public debt is 92% of national GDP) to Guatemala (with a debt of 31% of national GDP) and Honduras (with a debt of 56% of national GDP) after Hurricane ETA, became international news. Thanks to the excessive propaganda campaign that typifies the government of President Bukele – currently occupied with stopping the decline in popularity of the ‘millennial dictator’ – his generosity was exalted. Conveniently, it was not acknowledged that this food was funded by loans, nor that it was illicitly purchased from Salvadoran, Mexican and Brazilian companies linked to cases of corruption and money laundering, audits of whose purchases were blocked by the President via the army and the police force.
At this point, it is worth asking whether the analogy between heads of state and intestinal parasites is fair to the latter. Whilst the livelihood of the parasite depends upon the thieving of nutrients, the ruling elites who have usurped political and economic power possess the resources to not only satisfy their own needs, but to improve the quality of life of entire nations. In any case, it is futile to continually remove intestinal parasites so long as the conditions that allow their transmission remain the same. Therefore, we should focus on promoting mechanisms that help us to tackle the current food crisis, which only continues to worsen during and after environmental disaster.
By recognising the complexity of social dynamics relating to food provision (well-illustrated by the delivery of food packages), the importance of proposals made by civil organisations that constantly fall on deaf ears becomes more and more obvious. Strategies such as the redistribution of land through agrarian reform; the transition from the current agricultural model to environmentally friendly alternatives; the strengthening of local markets; the diversification of crops to include creole and native species; and the promotion of food sovereignty will help minimise the impact of impending natural disasters, whilst at the same time these strategies will contribute to the transformation of our disappearing social structures. Will we take up this responsibility, or will we wait until the white flag once again reminds us of the urgency of this situation?