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Colecciรณn Caldera del Dagda



Óscar M. Prieto

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«Es en torno a los cuarenta años cuando encuentra a Dalila. Está en una edad en la que los hombres aman sin el frenesí de la juventud. Aman como adultos». Erri de Luca, Vida de Sansón



A Guillermo y a Laura, como regalo de boda.



índice

Prólogo

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I II III IV

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prólogo

por Alejandro Díez Garín, Cooper

L

a cosa va de testigos. Y de repeticiones. Porque un escritor siempre es testigo por partida doble, puesto que no sólo ve lo que pasa sino que además lo cuenta, da testimonio. A mí me va bien, sobre todo lo de las redundancias. Siempre me han vuelto loco, desde pequeño. Anáfora, anadiplosis, reduplicación. Y epanadiplosis. Y aliteración, que siempre la considerábamos la más poética de todas, no sé muy bien por qué. Tal vez por ser la más estética y, por lo tanto, la más sinsentido. Así que, lejos de incomodarme, me siento reconfortado en este cosmos de Cosmo, en este mundo cuya puerta ha abierto Óscar M. Prieto para mí. Con su «vino, de divino Ovidio», su «llama que llama la atención» y sus cataclismos emocionales que «se tornan diminuto tornado». Un buen testigo siempre debe repetir su relato unas cuantas veces. El tono, como el vino, ayuda. Me siento en una terraza cualquiera a esperar, a ver pasar a las chicas por la calle igual que el protagonista las ve pasar 13


por su vida, repitiendo la liturgia que lleva por el conocido camino del encuentro, la magia y el desencuentro. Me siento en una terraza cualquiera a esperar que el protagonista reúna el valor para romper esa cadena de repeticiones y varíe el rumbo de su existencia, relatada en esta historia de iniciación y aprendizaje disfrazada de novela negra. Y sentado en esa terraza viajo junto a Cosmo siguiendo un itinerario que me resulta cálido y familiar. Madrid, con sus noches brillantes, sus antiguallas por restaurar y su polvo en el aire en primavera. Todo el mundo debería vivir alguna vez en Madrid. Burdeos, mi ciudad favorita del país vecino. Tal vez la única ciudad francesa que admite el adjetivo de bulliciosa sin sonrojarse como un niño cuando miente. Y hasta el Círculo Polar, destino de amantes a la búsqueda de la aurora boreal, pues ya se sabe que si viajas al Círculo Polar nada puede salir mal pues vas volando hacia el País de los Sueños. Siempre he creído que no conoces a alguien de verdad hasta que no te ha contado al menos tres veces su anécdota favorita, hasta que no te descubres camuflando tu sonrisa cómplice mientras él relata una vez más su historia talismán ante un nuevo auditorio. Así me he encontrado un poco yo hacia el final de esta aventura, descubriendo cómo lo que había sido volvía a ser, retomando el hilo como si regresara de una pausa publicitaria, y conteniendo el aliento hasta los fuegos artificiales que dan luz al desenlace. Esta historia nos recuerda que a veces la vida hay que vivirla, pero en otras ocasiones es mejor saber leerla. Para entender que lo que buscas es un cambio. Que puede llegar de puntillas. Sin avisar. Con sólo contar hasta cuarenta. 14


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I



«Le visité para consultarle sobre los latidos de mi corazón y me dijo que debía de ser la edad y que muchos hombres, al acercarse a los cuarenta, sufrían síntomas inexplicables para la ciencia médica que al cabo de un tiempo desaparecían por sí solos». Richard Ford, El periodista deportivo

N

ombrar, dar nombre a las distintas realidades, este creía que era el poder decisivo y, como tal, el que exigía una mayor responsabilidad. Por eso, cuando tuvo que elegir el nombre para aquel lugar, se tomó su tiempo. Sabía que una mala elección podía arruinar los momentos y el sentido de las compañías y de los encuentros que allí se citaran. Cuando encargó a los carpinteros que grabaran con el escoplo y la gubia (le encantaban estas dos palabras, pero sólo si iban juntas, por separado no le decían nada, no las comprendía) la viga principal, de los portones de madera de iroco que darían entrada, con aquel nombre, las miradas que le dirigieron no dejaban resquicio a equívocos: consentimos tu locura porque es inofensiva. Aquellas puertas, bajo la viga que nombraba, se abrían a un recinto de barros y de piedras, que en nada se diferenciaba del barro y de las piedras que quedaban fuera. ¿En nada? 19


No. El nombre lo cambiaba todo, lo transformaba en otra realidad. En verdad, sin ninguna pretensión divina, el nombre creaba lo que no existía o sólo existía en la misteriosa ligazón que unía sus letras. En aquel barro y en aquellas piedras estaba la simiente de todo lo que ahora veía, sólo faltaba la fecundidad de un nombre justo, exacto y poderoso. Fue a dar con él en un cuento de uno de sus escritores más queridos. «Donde se encuentran, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos». Esta es la realidad definida por el nombre que eligió en su día y que hoy se ajusta, con precisión de nanotecnología, al orbe que ha logrado reunir en este día, aquí, en El Aleph. El Aleph, este es el nombre elegido y grabado, donde ahora se encuentran, sin confundirse y confundiéndose, mezclándose entre ellos, todos los perfiles, las voces, y las manos de su universo personal, de las personas que conforman y dan vida a su mundo, el propio, el único que nos es dado descubrir y conquistar. Todos ellos han acudido a su llamada, a su invitación a celebrar con él una fecha tan simbólica y ridícula al mismo tiempo. ¿Todos? —¡Qué haces aquí solo! ¡Ya está todo preparado! —Le han pillado por la espalda, sorprendido, cuando creía que nadie le veía. Cosmo les muestra el teléfono móvil como única respuesta, mientras lo guarda en el bolsillo del pantalón. Se ha apartado del barullo, apresuradamente, cuando ha visto la longitud del número que le estaba llamando. Sabía quién 20


era. La única que faltaba. Todos los demás estaban allí. Ha esperado a responder hasta encontrarse a resguardo de interrupciones, protegido por las ramas bajas de los cedros. Ha intentado parecer tranquilo, hablar con naturalidad, sin que se le notara que el corazón le latía desbocado. Teme haber estado demasiado convincente. —Todavía no son las doce. —Lo sé, pero luego vas a estar muy ocupado —acento francés. Seguro que ella se ha dado cuenta de que era una actuación. Ella es terriblemente lista. Armelle. —Bisous. —Bisous. Justo acababa de colgar cuando le han descubierto sus amigos. —¿Con quién hablabas? —pregunta el otro— ¡Con quién puedes estar hablando, si estamos aquí todos, no falta nadie! ¡Y el que falte no merece que le hablen! No les falta razón. No puede explicar con quién ni por qué estaba allí hablando por teléfono cuando todo el mundo, su mundo, está esperando. Cosmo no quiere abrir la boca. Sabe que se le podría escapar una palabra verdadera si la abriera y considera que no es el momento, que es mejor dejarlo así. Se ha acordado, le ha llamado. Por ahora, eso le basta, porque sabe que bien podía no haberse acordado o no haberle llamado. Mañana, es posible que vuelva a entregarse a la esperanza, al cálculo de posibilidades, mañana tal vez vuelva a convencerse de que, en el fondo, querer y poder son un único verbo y saque un billete de avión sin pensarlo dos 21


veces. Hacía más de ocho meses que no sabía nada de ella. Hasta esta llamada. Para felicitarle. Mañana, tal vez, pero ahora se limita a sonreír, a guiñarles un ojo, haciéndoles así partícipes de un secreto que, sin embargo, no les ha contado, y a esquivar el directo que David le acaba de lanzar al hombro, a modo de amistosa advertencia. Es suficiente. —Hummmm. Venga, vamos que la noche no para —insiste José. —Ahora voy. Lo prometo. Estoy pensando en unas palabras para la ocasión. Es mentira, pero sabe que es la única excusa por la que le dejarán allí un par de minutos a solas. Necesita de ese par de minutos. De esa soledad cronometrada. Después se lanzará convencido a la efusividad de las conversaciones y alegrías de besos y abrazos propias de una fiesta, de una gran fiesta, de esta fiesta: la suya. Como si lo tuvieran ensayado, David y José le miran fijamente —seguro que sospechan que es mentira, claro—, dan sendas caladas a sus imponentes cohíbas y con la mano libre, le apuntan, le disparan y soplan el humo de los puros sobre sus índices, metamorfoseados en bocas humeantes de pistolas, disparados. Se van sin añadir nada más. No es necesario. Quedan en el aire sus bocanadas a modo de recordatorio. Según se desvanezcan. Sólo un par de minutos. Si se pasa, volverán por él y se lo llevarán a rastras. Un par de palmaditas por encima de la americana, a la altura de un supuesto corazón, le bastan para confirmar que siguen allí, en el bolsillo interior, en el que hoy, para variar, 22


no lleva la cartera, no la necesita, la ha cambiado por dos puros, dos lanzas, lanceros, dos cohíbas. No los quiere fumar hasta que llegue el alba, cuando ya sea una realidad el hecho de haber sobrevivido a esta noche, a la que le ha costado llegar cuarenta años. No está bien dar las cosas por supuestas, no está bien dar por supuesto que llegaremos a mañana. Muchos fracasan cada día en ese empeño. Cuántos han sido los que se malograron antes y sorprendentemente no llegaron hasta los 40. Cosmo lo sabe bien, desde hace algunos meses se ha entretenido rastreando y haciendo una lista de personajes que no llegaron a cumplirlos: reyes, santos, pintores, drogadictos, asesinos y, por supuesto, algunos suicidas. Desde esta perspectiva, es todo un logro cumplir siquiera un día más. Por eso lo está celebrando. Lleva preparando esta celebración desde hace algo más de diez meses, aunque, para ser precisos, debemos decir que todo se desencadenó hace exactamente 288 días, los mismos que han pasado desde la mañana del 2 de diciembre hasta hoy. Suena su canción, Wigwam, de Dylan, la versión de la película de The Royal Tenenbaums. Cada vez que la escucha, ya desde los primeros acordes, le entran ganas de abrazar. Casi como si estuviera ebrio, aunque con otra lucidez y tacto. Tararararí, tarararírori, tararori… taroriro roriro…

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Otros títulos de la Colección Caldera del Dagda 1. La sombra del Toisón. El relato oculto de una conjura Pedro Víctor Fernández 2. Educando a Tarzán Francisco Flecha Andrés 3. Braganza César Gavela 4. EL INFIERNO DE LOS MALDITOS. Conversaciones con el mal (I) Luis-Salvador López Herrero 5. EL HOMBRE INACABADO y otros cuentos Aníbal Vega 6. Perro no come perro, veinte relatos inquietantes Ricardo Magaz 7. Segundo cuaderno de St. Louis. Diario, Volumen VII Luis Javier Moreno 8. secretos de espuma Cristina Peñalosa Giménez 9. Iluminada Alberto Ávila Salazar 10. CONFESIONES DE UN HOMBRE RAQUÍTICO Alberto Masa 11. la verdadera historia de montserrat c. Luis Miguel Rabanal 12. EL INFIERNO DE LOS MALDITOS. Conversaciones con el mal (y II) Luis-Salvador López Herrero 13. WASSALON (V Premio de Novela Corta Fundación MonteLeón) Salvador J. Tamayo 14. DÉJAME DECIRTE QUÉ DÍA ES HOY Rafael Gallego Díaz



© Óscar M. Prieto, 2017 © del prólogo: Alejandro Díez Garín © de esta edición: EOLAS ediciones www.eolasediciones.es Dirección editorial: Héctor Escobar Maquetación: Alberto R. Torices ISBN: 978-84-16613-64-9 Depósito Legal: LE 62-2017 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com · 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Impreso en España



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