antón y el dron
colección arándanos a partir de 9 años
Premio Manuel Berrocal Domínguez de literatura juvenil · 2017
Antón y el dron
Senén Villanueva Puente
Ilustrado por
Pablo Villanueva Puente
EOLAS
infantil
I
L
a primera vez que mis padres me castigaron sin el móvil fue el año pasado, cuando me pasé dos semanas seguidas metido en casa, totalmente enganchado a un juego que me hizo olvidarme hasta de comer. Por las noches escondía el teléfono bajo las sábanas y cuando mis padres se acostaban seguía jugando, hasta que me dormía o sonaba el despertador. Tal era mi adicción a los juegos electrónicos… pero… qué maleducado, perdón por no presentarme… mi nombre
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es Antón, tengo doce años y vivo en León, enfrente de la catedral, con mis padres y mi hermana Anita, que tiene seis. Solía quedar con mis amigos para salir a dar una vuelta por la calle Ancha, pero como caminaba obsesionado con mi celular y no les hacía ni caso, pronto dejaron de acordarse de mí y no me llamaban ni aunque mis padres se lo suplicasen. Sólo encontraba satisfacción en las pantallas; si me quitaban el teléfono me valía el ordenador o la consola, el caso era interactuar de una u otra forma con criaturas virtuales. No te quiero ni contar lo mal que lo pasaban mis padres. Estaban muy preocupados, pues castigándome sólo conseguían que me recluyese en mi habitación y me encerrase más y más en mí mismo. Ya no sabían qué hacer para sacarme de aquella situación y lo peor de todo es que me estaba perdiendo la vida de mi propia hermana, que hacía tiempo que había
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renunciado a jugar conmigo, pues aun siendo tan pequeĂąa ya era consciente de mi problema. Me miraba con pena, con compasiĂłn, como quien observa a un animalillo que se estĂĄ muriendo y no se puede hacer nada por salvarle.
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II
L
a sicóloga del cole rondaba los treinta años, sin embargo su modo de vestir, con un voluminoso pañuelo al cuello y un extraño peinado, la envejecía al menos otros treinta. Según ella, mi inteligencia dificultaba mi relación con los demás, por eso buscaba refugio en las máquinas. No me gustaba aquella reunión. Si ya el hecho de ser más inteligente suponía un rechazo del resto de mis compañeros, el acudir a ver a la sicóloga era lo que faltaba
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para que, además de empollón, me considerasen un rarito. —Por favor, esperen ustedes fuera —rogó a mis padres, que salieron al vestíbulo tras besarme en la mejilla. —Bien, Antón —me observó con gesto serio— ¿eres feliz en este colegio? —¿Sí? —respondí. Se levantó y caminó con los brazos cruzados. —¿Cuáles son tus aficiones? —Pueeees… jugar a videojuegos… —¿Algún otro pasatiempo? —Pues… navegar por internet… —¿Tus padres te tratan bien? Aquel cambio de tema me dejó tan descolocado que ni siquiera entendí la pregunta. —¿Cómo dice? …pues claro que me tratan bien. Me quieren mucho —respondí enfadado. —Me refiero a si en alguna ocasión te han…
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Me hablaba con tanta amabilidad y tacto que enseguida me di cuenta de lo que quería decir. —Si se refiere a si me han maltratado o algo así… —Si algo ha ocurrido… puedes contar con mi ayuda… La miré fijamente y, con toda la amabilidad de que fui capaz, le respondí: —Mis padres son los mejores del mundo; son unos seres tan adorables que han accedido a reunirse con usted aunque tengo serias dudas de que este encuentro sirva para algo. Así que, si no tiene ninguna otra pregunta interesante que hacerme, me gustaría irme con ellos a casa a disfrutar de su compañía, en familia. Permaneció unos segundos seria, repiqueteando suavemente con las uñas sobre la mesa. —Puedes irte. La sicóloga les explicó a mis padres que necesitaba hacer cosas en fa-
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milia, excursiones, viajes, o cualquier actividad que me obligase a salir de casa, pero sus consejos no servían de nada porque me negaba en redondo a abandonar mi habitación y cuando se enfadaban mucho y accedía a acompañarles, lo hacía con la condición de llevar el teléfono. Así pues, parecía no existir solución a mi adicción a las maquinitas. Los últimos meses del curso transcurrieron con bastante tranquilidad, pues parecía que mis padres habían tirado la toalla; supongo que estaban hartos de que cada vez que hablábamos del tema, todo acabase en una fuerte discusión. Sin embargo, un sexto sentido me decía que estaban tramando algo y no me faltaba razón…
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También en esta colección:
VERSOS PARA NIÑOS NOCTURNOS de Ángel Fernández (primeros lectores)
·
LA PRINCESA MICOMICO Y EL ÁRBOL DE LA LUZ de Alfredo Álvarez (a partir de 7 años)
·
HISTORIA DE UNA SARDINA de Ignacio Sanz (a partir de 9 años)
·
LA CAPITAL DE LOS GRILLOS de Alfonso García (a partir de 9 años)
© Senén Villanueva Puente, 2017 © de esta edición: EOLAS ediciones www.eolasediciones.es Dirección editorial: Héctor Escobar Ilustraciones: Pablo Villanueva Puente Diseño y maquetación: Alberto R. Torices ISBN: 978-84-16613-74-8 Depósito Legal: LE 169-2017 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Impreso en España