EL INFIERNO DE LOS MALDITOS Conversaciones con el mal
— Libro primero —
Luis-Salvador López Herrero
el infierno de los malditos Conversaciones con el mal
— Libro primero —
«Los que entréis aquí, abandonad toda esperanza». Dante
«Vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos». Quevedo
«No podemos pensar lo que no se puede pensar, por tanto tampoco podemos decir lo que no podemos pensar». Wittgenstein
Índice
Primera parte LOS EXTRAÑOS SUEÑOSDEL DESCIFRADOR DE FANTASÍAS 13 1. En busca del genio maligno . 2. Atravesando el fango de mis obsesiones 3. ¿Enajenación o despertar? . 4. Plutarco . . .
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5. Alcibíades, Sócrates y las mujeres 6. Calígula . . . 7. Nerón Y Adriano . . 8. San Agustín de Hipona . .
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Segunda parte asesinato en mi mente
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el infierno de los malditos Conversaciones con el mal
Primera parte
LOS EXTRAÑOS SUEÑOS DEL DESCIFRADOR DE FANTASÍAS
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EN BUSCA DEL GENIO MALIGNO
L
e Monde Diplomatique (Edición digital): «Millet se exilia de Francia. El prestigioso psicoanalista Jean-Luc Millet, presidente de la Organización Psicoanalítica Mundial y uno de los nombres clave de la cultura gala del panorama actual, ha dejado sorprendido al mundo del psicoanálisis y a los periodistas que cubrían su última conferencia, al anunciar su desazón y apatía vital e intelectual con este país, las cuales le llevan a decidir suspender sus actividades clínicas, seminarios y conferencias, y abandonar París con rumbo a Madrid, España, por tiempo indefinido…» Mientras hojeaba en el aeropuerto los diferentes periódicos franceses, no cesaba de reírme por los malintencionados argumentos esgrimidos sobre mi viaje: que si escapaba de Francia para huir del celo fiscal que no deja de torturarnos, tal como ya había hecho Gérard Depardieu; que si me esperaba una bella amante de sangre española; que si estaba enfermo y deseaba alejarme de Francia para descansar en soledad, junto al radiante sol latino… En fin, multitud de comentarios desacertados acerca de un viaje bien meditado que, sin embargo, por su aparente celeridad, ha conmovido a todos mis compañeros y al público en general. 15
Aún sonrío por la fotografía elegida para mostrar de manera pública el anuncio de mi marcha. Todos los medios empeñados en utilizar para las portadas el mismo rostro sonriente de hombre maduro, triunfador en su profesión, con sobresaliente nariz aguileña, como el Marqués de Sade, y ojos verdosos esperanzadores escondidos tras las gafas de pasta negra, sin que nadie pudiera adivinar la enorme desazón que ocultaba mi mirada. Sólo yo sé el porqué de mi partida, el ansia que me invade por interrogar todo aquello que otros creen sin llegar a pensar con ingenio. Además, llevo tanto tiempo ejerciendo de semblante comprensivo y elucubrador para todos los demás, que he perdido la verdadera razón de mi existencia al convertirme en reo del personaje que yo mismo he creado. Denodados años de lucha política e institucional, así como de intenso trabajo para hacer del psicoanálisis una fuerza viva, en Francia y en el mundo entero, teniendo que emplear todos los recursos posibles contra una resistencia tenaz y generalizada. Coraje, valentía, insolencia, fervor entusiasta y férreo control institucional han sido las claves, mis armas predilectas, para la consecución de los objetivos e incluso a veces medidas no demasiado políticamente correctas. Pero el fin justifica los medios, ¿no? ¡Es la misma causa freudiana que empujó al maestro la que ha dinamizado mi espíritu vital! Pero ahora me siento francamente cansado en un mundo dominado por la calumnia y la estafa, y creo que mi mayor pecado, después de una vida de éxito, ha sido no ser feliz. Por eso necesito respirar de otro modo, contemplar… ¡Deseo vivir antes que la dama de negro selle mi destino! En la época que muestran las fotografías del periódico yo era mucho más joven y apuesto que ahora (al menos así me lo parecía). Todavía no habían irrumpido de modo enérgico todas esas canas colaterales que, junto a la pequeña calvicie androgénica, anuncian ya el declinar que promete la existencia. Además, en esos momentos tenía unos cuantos kilos menos, y si uno me contempla sin demasiadas con16
sideraciones, podría percibir en la mirada el poso fino de insatisfacción que deja el rumor rítmico de las estaciones. Si se trata de eso, algo tenía que hacer para salir del tedio parisino y de la cháchara rutinaria y doméstica que arrastra de modo inevitable el paso de los años. Así que decidí largarme y abandonar la seguridad reconfortante conseguida a lo largo de tantos años de trabajo disciplinado. Y cuando digo abandonar, manifiesto de verdad dejarlo todo: mujer, hijos, compañeros, amigos y enemigos franceses. Sin más compañía que mis pensamientos, me largué de París tal como anunciaban los medios de comunicación, de modo desorbitado. Y aunque Madrid no sea una fiesta y viva también bajo el mismo simulacro de verdad que todas las capitales europeas, tenía la impresión de que allí podría concluir en solitario un trabajo que me ocupaba desde hacía tiempo. Hace unos meses les propuse a los psicoanalistas españoles, que nada sabían de la situación vital que me embargaba, poder organizar en España un Seminario acerca del mal. Lo cierto es que llevaba tiempo dando vueltas a qué habría antes de la distinción bien/mal, antes de la diferencia entre lo verdadero y la estafa, pero no terminaba de encontrar el momento ni tampoco el lugar adecuado para pensar y escribir. Una mañana en la que paseaba por la ribera derecha del Sena buscando libros antiguos, me di cuenta de que España era el sitio más indicado para realizar tal empresa, y Madrid, esa ciudad espléndida entre todas, la sede más oportuna, a pesar de las discrepancias que había sostenido con el grupo años atrás. En efecto, creo que el espíritu español se ajusta de modo perfecto al tema sobre el goce. No sólo el fanatismo ibérico, al que ya aludió Freud cuando entrevistaba a Dalí en Londres, es bien notorio y palpable en la actualidad, sino que además el desmedido afán religioso del espíritu de este país, labrado a lo largo de su historia, es consustancial con las pasiones más exacerbadas que asedian y doblegan al ser humano. Por otra parte, siempre me ha interesado el espíritu hispano por su coraje y, sobre todo, por esa lengua 17
tan sonora en matices poéticos. No hay nada como aprender castellano para poder leer con detenimiento a Cervantes, Góngora, Gracián o Borges, el gran maestro de la ficción y de los sueños. Así que me propuse, sin que nadie lo esperara, trasladar a Madrid el Seminario que venía impartiendo desde hacía años en París. Al fin y al cabo, mis contactos con los españoles eran permeables desde hacía tiempo y, afortunadamente, no tenía ningún problema económico para poder tomarme el tiempo necesario con el que afrontar esta nueva aventura. La cosa parecía sencilla. Tan sólo quería vivir alejado de París y de sus gentes, pero impartiendo el mismo Seminario a la vez que buscaba concluir una pregunta, nada novedosa tal vez, pero que resultaba ser esencial para mí: ¿por qué el hombre se deja seducir de manera tan intensa por el mal? Ésta era la obsesión que había sido gestada en el seno de una vida en lucha, tal como Darwin nos tiene acostumbrados a pensar el asunto de la existencia, y que exige demasiados sacrificios, apuestas y coraje. Vida conflictiva de color pesimista, en clara sintonía con las últimas formulaciones de Freud y de Lacan, y que en ese momento yo compartía del mismo modo. Tal vez la pulsión, que rige y va comandando nuestra vida a la vez que anuncia el destino que nos aguarda, estuviera alumbrando ese pozo de silencio y de sinsentido que parece albergarlo todo. Pero eso era algo que yo desconocía por completo en ese momento. Después de llegar a Madrid, y como no podía ser de otra manera, tuve que asistir a una jornada de trabajo demasiado ajetreada, a pesar del ánimo apesadumbrado que me embargaba: conferencias, reuniones institucionales, sesiones clínicas y alguna que otra supervisión que no podía demorarse. En fin, lo de siempre en la vida activa de un psicoanalista militante. De tal modo que, al finalizar el día, estaba muy cansado. Sin embargo, tras concluir la última reunión de trabajo que tuve que dirigir para mantener cohesionado al grupo español, aterricé en mi pequeño y acomodado piso de Rosales, dispuesto a descansar sin 18
ningún sobresalto. Tras consumir una pequeña pieza de fruta mientras observaba el tsunami de imágenes desgarradoras y dramáticas que escupía el televisor, tomé la firme decisión de dormir en el mismo diván que me había servido de aliciente profesional durante tantos años. Sentía, en cierta forma, la necesidad de purgar allí toda la desazón maldita que me invadía, y que había alentado el viaje. Cuando apagué la luz del despacho aún rumiaban en mi mente todas esas imágenes impactantes, que acaba de observar en el televisor, mezcladas con mis obsesiones. Mi viaje. El mal. El sueño a punto de disipar mi conciencia para hacer fluir todos esos pensamientos libres convertidos en revelaciones del inconsciente… —«La naturaleza, la reina madre naturaleza, nada sabe del bien ni del mal…» No sé por qué estas palabras irrumpieron vertiginosamente en mi boca, precipitando el despertar. Me sentía tan atraído por el eco de los significantes y su repetición en mi pensamiento, que perdí la noción del tiempo. Recuerdo cómo en el mismo instante me intrigaba el mensaje que destilaba, francamente novedoso para mí, pues era cierto que la naturaleza —esa naturaleza primordial, desordenada derrochadora e ilógica, sin plan—, jamás había susurrado ningún dictamen moral, porque a ella no le preocupa el bien ni el mal. Mientras me incorporaba del diván, tratando de encontrar algún sentido a la frase que había alumbrado con el nuevo día, otro pensamiento comenzó a crecer en la mente: —«Gobernada por un motor que subyace desde los orígenes, la naturaleza tiende perpetuamente a construir y destruir nuevas formas en una expansión sin fin…» Quizá se guíe, me anunciaron ciertos ecos mentales influidos por la pequeña luz que atravesaba la persiana, bajo la premisa de que es necesario destruir todo lo construido para poder alcanzar algo mucho más grande en un futuro próximo. Sin embargo ese pensamiento, como comprenderán, era ya una 19