EL SOBRINO DEL CURA

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EL SOBRINO DEL CURA Alfredo E. Fuertes


EL SOBRINO DEL CURA ©ALFREDO E. FUERTES INSCRITA EN EL REGISTRO DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL, ASIENTO Nº: 03/2015/1327 EDITA

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EL SOBRINO DEL CURA



EL SOBRINO DEL CURA Alfredo E. Fuertes



In memoriam Dra. Dña. Mari-Luz Blanco Rodríguez Maestra de Primera Enseñanza Profesora titular de Derecho Romano Universidad de Valladolid

A todas las maestras y maestros de escuela primaria, rural o urbana.

A Elia & Ana, mis niñas

Mención especial, con mi agradecimiento Dña. Mónica Diez Aguilar

Agradecimientos Dra. Dña. María Dolores Montiel Carracedo Dña. Ángeles Sanchidrian Chapinal Dña. Sonia Gueimunde González Dña. Susana Fernández-Herrero Dr. Don Eduardo Morán García

A todos los mechenderos, omañeses, ancareses, lacianiegos, bercianos, luniegos, babianos,… leoneses, gallegos y allegados.



A todos mis amigos en Facebook Además de los grupos y páginas Abelgas (Paraíso de los mechenderos) ancares Ancares/Cervantes Amigos de la Lomba Astorga - León Babia Comarca Campa Da Braña Ancares Castillo de Benal (Omaña) Club de montaña Babia Concejo de reporteros por León… El Bierzo Fasgar - Omaña Me presta León Montrondo Murias de Paredes Parque natural de Babia y Luna Pepe Moriscal Por todo León!!! Picos Blancos - La Cueta Soy del Bierzo Tú no eres babian@ si no… Tú no eres de León si no… Valle de Fornela Villamor de Riello



PRÓLOGO

Apreciado y desconocido amigo/lector que ahora empieza estas páginas: Entre sus manos se cobija una novela, la segunda, de alguien que se acerca al género con el lógico temor de no acertar con lo que el lector espera encontrar. Usted, que ha decidido hacerse con el texto, ya ha hecho más de lo previsible y si, como es de esperar, además va a invertir tiempo en leerla espero no defraudarle y deseo que pase buenos e intensos momentos en compañía de El sobrino del cura. Es esta una empresa narrativa que nace con la clara y confesada vocación de entretener y con la esperanza añadida de mover el pensamiento, a lo largo de la obra, hacia la reflexión en torno a ciertos problemas que tienen mucho que ver con nuestra forma de enfrentarnos con los considerados «diferentes». La novela da cuenta de situaciones problemáticas que atañen a personas que viven, han vivido y, probablemente vivirán, entre nosotros. Personas que por su especial forma de pensar, amar, relacionarse o incluso por su particular orden o desorden cromosómico, hacen que los consideremos distintos respecto de lo que se tiene por norma. 11


Sin duda, la situación actual es muy diferente de la de aquel tiempo, mediados los años setenta, en los que se sitúa la novela. Muchos de esos problemas se van solucionando o alcanzando vías civilizadas de solución. Cuando a día de hoy vemos con normalidad, natural o fingida, a personas con diferentes opciones sexuales, distinto desarrollo profesional, intelectual o emocional, actuar de cara y frente al público sin tener que pedir perdón por ello, no hay más que observar lo que ocurre en los medios de comunicación de masas, como la televisión, resulta patente que algo bueno ha brotado en el seno de esta sociedad. Esos brotes que facilitan el entendimiento de los unos con los otros y de estos últimos con los primeros solo crecen, como el acebo en Los Ancares, a la umbría del respeto e impregnado por ese bálsamo de humanidad llamado tolerancia, valores ambos que deberían ser guías fundamentales de la necesaria convivencia, pues no debemos olvidar que los hielos de la discriminación, del menosprecio, o de la marginación han afectado y aún afectan a seres humanos congéneres nuestros pese a su diferencia que los han padecido, o los padecen, como auténticos mordiscos de lobo en sus huidizas almas corzunas. Mucho hemos cambiado hasta hoy y sin duda para bien, respecto de este primer pilar narrativo sobre el que se asienta la novela, pero… con gran desasosiego y preocupación, ya que con más frecuencia de lo deseable, se lee, se escucha el relato lamentable de actos vandálicos y, lo peor, hechos criminales cometidos contra el propio profesorado: poniendo en peligro hasta su integridad física, algo que se hace al amparo de una dejación general de responsabilidades o tal vez de una excesiva relajación frente a las mismas. Aparentemente somos más tolerantes, pero ello nos hace pagar el alto precio del sacrificio de algunos valores básicos para que la vida en sociedad tenga rostro humano, la educación, la urbanidad o las buenas costumbres que sin duda deben desarrollarse, obligatoriamente, dentro de la propia familia ya que con más frecuencia de lo deseable se nos olvida el principio clásico:«La escuela enseña, la familia educa». 12


Siempre he tenido para mí que la palabra «maestro» resulta particularmente entrañable, podríamos decir que maestro es «quien tiene algo que enseñar»; alguien que está en disposición de transmitir a los demás sus conocimientos, sus inquietudes y hasta, si se me permite, educación, en el más amplio y noble sentido de la palabra. La Real Academia de la Lengua española define la palabra maestro como «Dicho de una persona o de una obra de mérito relevante entre los de su clase». Con el paso de los años y el advenimiento de las diferentes y sucesivas leyes educativas fruto del campeonato consciente o, lo que sería peor aún, inconscientemente desatado entre los ministros del ramo por tener o bautizar una nueva ley de educación, o su afán de permanente modificación, en vez de procurar una con consenso y duradera, la palabra maestro fue sustituida por otras como profesor, por ejemplo, que no es que esté mal, que está bien, muy bien, pero que tal vez carecía de arraigo popular necesario. Este cambio aparentemente inofensivo en las palabras encerraba uno mucho mayor en las costumbres. La educación, en la época por la que discurren los personajes de la novela, no era ajena a la convulsa y difícil situación a la que se enfrentaba una España meneada por los nuevos tiempos políticos con el final intuido, temido o deseado del franquismo; las transformaciones sociales crecientes, reivindicaciones obreras, estudiantiles, feministas, liberación sexual, con el fin del ciclo económico del llamado milagro español y el estrangulamiento de una economía acorralada entre el paro, la inflación y el endeudamiento externo. Con esos movimientos pendulares tan propios de los períodos de mutación, las relaciones entre maestros y alumnos pasaron de aquella lejanía, patriarcal y autoritaria, enmarcada entre el miedo y el respeto, a una cercanía quizás excesiva. De esta forma se ve comprometido el necesario funcionamiento de una institución clave que no puede cumplir su cometido sin guardar los estatus propios de cada uno. Una liquidación ficticia de aquel manido «cada cual en su sitio», que bien podría ser una, que no todas, ni mucho menos, de las causas y de los graves acontecimientos que hoy acontecen en nuestras aulas abochornando a una 13


sociedad que debería considerar que si bien mucho de lo logrado es positivo, también hay que apuntar en el «debe» esa pérdida de respeto en un ámbito como la escuela y sobre todo al maestro. Se trata de una institución y un actor imprescindible y clave de un largo y complejo proceso educativo humano y, como tal debería ser protegido y considerado, especialmente en los primeros años de enseñanza infantil y de primaria. Se podrá decir y no le faltará razón a quien lo haga, que la sociedad en su conjunto ha abandonado unos valores para adoptar otros, sin duda propios de toda sociedad avanzada y garantes de la convivencia en paz, como son la tolerancia y la participación democrática. Nada que objetar. Pero cuidado con relativizar las figuras institucionales intercambiando los roles que corresponden a cada uno. Los padres y educadores deben asumir su responsabilidad y ejercer como tales, no como amigos o «colegas», ya que sin referentes familiares y educativos claros la energía explosiva del cachorro humano queda desprovista de cauces apropiados para su canalización y eso, creo yo, hace un flaco servicio a la sociedad en su conjunto y representa un paso atrás en la educación y valores de nuestros hijos. La figura del maestro debe ocupar el nivel que le corresponde en la sociedad y su dignificación es tarea harto necesaria en la que debemos estar todos unidos, haciendo honor a nuestra responsabilidad individual y colectiva en pos de un objetivo común: el interés superior de la institución y sobre todo del menor. Ojalá esta humilde novela sirva como homenaje y reconocimiento a la abnegada labor de tantos y tantos maestros, rurales y urbanos, hombres y mujeres, jóvenes y experimentados. Es obvio que, al hablar de un tiempo indefinido y de un colectivo tan amplio, podrían también denunciarse conductas o actitudes reprochables por parte de alguno de sus miembros, pero estoy total y absolutamente convencido de que son situaciones claramente residuales que para nada merman ni enturbian el saldo positivo de la gran figura del maestro, profesión en la mayoría de las veces vocacional, cuyo prestigio debe ser continuamente impulsado por las autoridades educativas y defendido de la inacción o de la acción 14


errada de éstas por el conjunto de los que convivimos en sociedad. Aunque es imposible acordarse de todos, e imperdonable olvidar a uno solo, me gustaría poner nombre propio a grandes maestros que han dejado su impronta y su ejemplo en muchas generaciones de alumnos: los hermanos don Victorino y don Paulino Álvarez, don Bonifacio Álvarez (fallecidos) y a los ya jubilados, los hermanos don José María y doña María del Pilar Álvarez Suárez; y a doña Ana Méndez Fernández. Para terminar, ya sé que pocas cosas son inmutables, que los nuevos planes de estudio, Bolonia y el nuevo y apasionante horizonte europeo, en cuanto al estudio internacional que se abre ante nuestra juventud, están cambiando no solo el nombre, sino también las exigencias y cometidos de los profesionales de la enseñanza. Mas, por fortuna, entre tanto cambio, aún queda algún «maestro» de infantil o de primaria cuyos títulos dependen de las diferentes facultades de educación. Maestro/a, nombre que reivindicamos en positivo ya que nos gustaría que los nuevos enseñantes continúen la saga de tantos y tan buenos predecesores que han dejado parte de su vida recorriendo y pateando aquellos caminos rurales y barriadas suburbiales de la década de los setenta. De hacerlo así honraran la memoria de los que les precedieron, de lo contrario que su entrañable y justo recuerdo, así como la sociedad, se lo demanden. A partir de ahora, amigo/lector, no pretendo más que entretenerle, pero en cualquier caso espero también haber comenzado a pagar siquiera los intereses de la enorme deuda de gratitud que todos tenemos contraída con nuestros maestros y maestras de escuela. En su nombre y en el mío, GRACIAS Santiago de Compostela, /2016 Alfredo E. Fuertes

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EL SOBRINO DEL CURA

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Félix, un joven e inexperto maestro de escuela, revoluciona Los Ancares berciano-leoneses, en la mitad de la década de los setenta, con su peculiar comportamiento y un modo de enseñanza que choca con las viejas, caducas y trasnochadas estructuras del régimen, además de verse inmerso en diversas tramas e intrigas.

C O L E C C I Ó N N A R R A T I V A


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