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FOTOMATÓN
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FOTOMATÓN © De los textos, Felipe Zapico Alonso © De las fotografías, Santos M. Perandones Eolas Ediciones Colección Seinne Director editorial: Héctor Escobar ISBN: 978-84-15603-13-9 Depósito legal: LE-594-2013 Diseño portada: Nuria Palencia Díez Diseño contraportada: Santos M. Perandones Imprime: Gráficas Eujoa
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. (www.conlicencia.com <http://www.conlicencia.com/> ; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
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Prólogo Cuando todos los dedos señalen en una única dirección, intenta mirar en la contraria. Pasó alguna vez. De hecho, varias. En su momento circuló alguna leyenda sobre el asunto: vaciles que entretenían el tiempo muerto en las plazas. A mí me ocurrió una vez. Fue en la antigua estación de autobuses de la Fernández. Yo miraba a esa máquina que nos prometía unos segundos de intimidad mientras ella, a mis espaldas, se pesaba en un artilugio que parecía sacado de una peli de Ed Wood. Cuando el oráculo escupió su sentencia mecanografiada en una tarjetita, nos escondimos en el fotomatón. Fue correr las cortinas, sentir su peso sobre mis muslos, y transformarme en báscula giratoria con un infiel oráculo que crecía entre mis piernas... y en un Bela Lugosi todo dientes que buscaban su cuello. Pero lo mejor fue el abrazo nervioso de la espera, bajo la atenta mirada del quiosquero en su esquina, a que se revelase el milagro del instante, y así poder reírnos y jugar toda la tarde entre los vinos con la complicidad de un guiño, un flash que era el testigo silencioso de un secreto, nuestro secreto del día, inviolable secreto. ¿Inviolable? El cambio también es un instante. Todo se rompe y surgen los límites, las fronteras, los intrusos entre las grietas, las que nunca han de juntarse de nuevo, sombras y miedos, fantasmas que nos persiguen. Nada fluye ya, aunque no recuerdes el momento en que se rompió la magia, pues en toda luz corre sangre de sombras... y nace y muere en la oscuridad, como en ese fotomatón, donde nacimos y morimos al aparecer entre los nuestros un rostro extraño, alguien al que no conocíamos pero que se entrometió en nuestra relación difuminándola. Es la misma sombra que me persiguió durante años. La tensa espera de la fractura, intuyéndola, sin disfrutar el instante de sentirme libre, vislumbrando en vez de deslumbrarme. 5
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En aquel fotomatón algo se disoció de mí: la imagen que era poesía, al mirarnos en el cristal que tapaba el objetivo, sus ojos de sólo brillo que me buscaban en el reflejo, mientras los míos eran ojos de pez en su cuello, persiguiendo grandes angulares. La comunión de dos almas y dos cuerpos que empiezan a volar con el rock and roll. Todo se vio perturbado por la imagen revelada en una fotografía. … tus mismos ojos/pueden abrasarme/o/dejarme desolado. ¿Por qué os cuento todo esto? Han pasado los años, y me temo que ha llegado el momento de conciliar a mis contrarios, de saldar cuentas y cuadrarlas. Pues hoy, aquí, yo soy la sombra que se inmiscuye entre las palabras que nacieron imágenes y las imágenes que son poesía. Soy el que rompe una unión que no necesita de más palabras, y me veo en el espejo como un intruso que, al intentar dar luz, vela la armonía. Eso es, simplemente, lo que hago aquí: en el prólogo de este libro lleno de imágenes. Al contrario de lo que se ha dicho siempre, es la sombra quien busca el calor de los amantes. Las farolas/sólo/intuyen la noche,/cerca de donde los amantes/retozaron/en otro siglo. Y como tal, me meto en medio de la comunión entre las fotografías de Santos M. Perandones y la poesía de Felipe Zapico. Santos M. Perandones heredó con quince años de su padre una cámara fotográfica y una intensa pasión por la imagen. Realizó estudios de dibujo artístico y grabado en la Escuela de Artesanos de Valencia, así como estudios de artes plásticas y diseño en escuelas de arte como Barreira (Valencia), Escuela de arte de Castellón de la Plana, Escuela de arte de Oviedo y finalizó sus estudios en la Escuela de arte de Zamora. Higher National Diploma in computing design and multimedia, donde se especializó en fotografía e ilustración obteniendo un título BTEC. Desde el año 1998 está impartiendo cursos de arte, diseño, fotografía e ilustración, además de colaborar en diferentes medios, prensa escrita y online, y realizar diferentes exposiciones individuales y colectivas. Fue co-fundador de la revista underground Azul Eléctrico, y actualmente dirige la revista digital Cubical Magazine. Felipe Zapico se define a sí mismo como un desobediente compulsivo que se dedica a observar. Poeta, agitador cultural y de conciencias, editor, actor, profesor, cantante del grupo “Deicidas”, acostumbrado a los escenarios, desde donde nos recuerda que él también nos observa al sacar su cámara y hacer fotografías al público... pues también es fo6
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tógrafo. Felipe Zapico aúna en él gran parte de las Artes – algún pinito floral le hemos visto en acuarelas-. Si a Zapico le vemos habitualmente sobre un estrado o tarima, a Santos le podemos encontrar a los pies de ese estrado, casi entre la oscuridad, pues de ella nace su mirada que busca luz, es luz. Son dos fenómenos incombustibles que están presentes en casi todos los eventos culturales no oficiales en este país. Y en ese juego de quien está acostumbrado a hablar pero a la vez observa y fija el instante con una cámara o su vista escudriñadora e incansable, y el que lo está a forjar la luz desde el silencio pero que, a su vez, no ceja en su labor de difusor de la Cultura... en ese juego nace este Fotomatón que es en sí una exposición multiple, pues las imágenes, ya sea palabra o fotografía, se superponen sin confundirse. Considero que la mejor definición de este libro es precisamente esa que da de sí Felipe Zapico: una desobediencia compulsiva. Pues pararse a observar, ya sea con la imagen o la palabra es desobedecer a los tiempos que nos impelen a obviar los detalles, hoy en día muy claros, de la debacle occidental. El cadáver no presentaba signos de violencia/tampoco de vida. Considero a los poetas y a los fotógrafos como los oráculos del instante. Pero ese instante que debería ser milagro, hoy es mal interpretado por las prisas que nos han comido la vida, y ya todo son instantes vacíos, nos alimentamos de ellos o ellos de nosotros. Pocos son los que se detienen a admirar algo, interpretarlo, dejar que una imagen se descomponga en su cerebro, se asiente y construya un algo dentro de ellos, una pequeña historia, ese es el auténtico instante, el que se queda con nosotros y va conformando un camino, el camino vital. Así lo hacen Zapico y Santos al someterse a un juego de símbolos y descodificarlos... ya sea con la palabra, ya con la imagen. Pues, en este Fotomtatón, unas veces es la imagen quien descodifica a la palabra y otras es al contrario. No tenemos recuerdos verdaderos porque hemos extirpado de nosotros el momento buscado que significa a la imagen, el anterior y el posterior al instante del flash, el símbolo que comunica, comparte. Así nos encontramos vidas que son sólo una sucesión de imágenes que sólo buscan otra imagen, quizá para intentar rellenar el embudo por donde nos hemos ido, virtualmente o no: nuestro ombligo solipsista. Giovanni Sartori, en su obra Homo Videns, nos dice que la palabra está 7
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destronada por la imagen, pero la imagen sin una palabra, aunque sea palabra interna que la descodifique, que cumpla su ritual simbólico al integrarla en nuestro imaginario particular, esa imagen que pasa deprisa y no se queda en nosotros, no sirve de nada, pues sería una imagen impuesta con un significado impuesto, una imagen absolutista, que mediatiza, pues si no soy capaz de entenderla, interiorizarla, si no es símbolo, que atañe a los sentimientos, pues, como dice Ernst Cassirer: Al principio, el lenguaje no expresa pensamientos o ideas, sino sentimientos y afectos, si no somos capaces de pararnos a escudriñar y descubrir lo que nos rodea por fuera y por dentro, no seremos capaces de vivir nuestra vida, pasaremos por ella por las avenidas impuestas, consumiendo deprisa en la dirección obligatoria, de flash en flash sin un deseo previo, una necesaria espera que alimente ese deseo, sólo avidez por tragar más y más, por disimular un vacío. La poesía de Zapico no comenta la imagen y, por tanto, no la mediatiza. No es un medio de manipulación, no es de masas, eso la salva. Es esencia. Como las fotografías de Santos. Las dos son imágenes primordiales sobre un mismo tema u objeto. Los dos nos ofrecen su mirada. Dejan su rastro perceptible en este juego que es una búsqueda de sí mismos y se encuentran aquí, en el Fotomatón. Donde yo, recuerdo, soy la sombra que los desgaja del espejo donde se unen, que rompe la ilusión. Una ilusión, la del reflejo en el cristal que nos servía para fijar la mueca, la distancia prudencial de mis dientes a su cuello, la espera, el flash cegador, el instante inmortal, todavía siento su peso en mis muslos, su calor, las promesas calladas, toda una vida hasta que el sol se ahogó y se la llevó un autobús en esas cocheras, y me quedé solo en el fotomatón, mirando ese tupé que el tiempo barrió del suelo, y/las yemas/se/aferran/al/vidrio/de/la ausencia. Allí empecé a arañar, en los espejos, buscándote, buscando tu mirada desde el otro lado, esperando a la sombra para darnos de hostias, para partirle la cara. Y ya ves, los años pasan y lo que son las cosas... ahora soy yo la sombra, la que se cuela en este Fotomatón y cuenta una historia, la de unos versos que son imagen, unas fotografías que son versos. Son disparos certeros, como ese anillo revólver que llevaban los jugadores de póker en el lejano oeste, los de verdad, que mata a distancias cortas cuando se apuesta la vida en un instante, así son estas fotografías de Santos M. Perandones y los versos de Felipe Zapico, un reloj de arena en 8
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donde nos detenemos a observar cómo las fotos y los versos juegan entre sí, enseñan sus dientes y buscan el brillo de unos ojos, son vida pues son imágenes que nos llevan al símbolo, son lo mismo si nos detenemos y asimilamos, si dejamos que dejen su poso que, al fin y al cabo, es la esencia, lo que hemos perdido con las prisas, la que no se encuentra en el abismo por donde nos desahucian, lo único que hoy busco en todo al mirar en otra dirección. La vida es una sucesión de instantes, sí, pero a veces un instante nos atrapa de por vida. Entremos, pues, al Fotomatón. No te olvides de correr las cortinas. Las sombras acechan:
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FOTOMATÓN Felipe Zapico Santos M. Perandones
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AraĂąar en diversos muros, paredes, y otras medianerias. Rascar, horadar, sucumbir a una mirada desde el otro lado. 14
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Último sol de la tarde, del día y casi del mes. Las farolas sólo intuyen la noche, cerca de donde los amantes retozaron en otro siglo. 16
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